Pasión legal - Lisa Childs - E-Book
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LISA CHILDS

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Beschreibung

Actual. Atrevida. Independiente. Descubre Harlequin INTENSE, una nueva colección de novelas entretenidas y provocadoras para mujeres valientes. Veredicto: culpable... de hacer que lo deseara El célebre abogado Stone Michaelsen nunca perdía un caso, pero Hillary Bellows estaba decidida a vencerlo en los tribunales. A solas, se quitaban las togas… y la ropa. Formales en el tribunal y traviesos en privado, no podían mantener las manos quietas y estaban arriesgando su trabajo. Cuando aparecieron los verdaderos sentimientos, las apuestas subieron y las chispas se convirtieron en un fuego abrasador.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Lisa Childs

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión legal, n.º 17 - mayo 2019

Título original: Legal Passion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-786-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Para Andrew… Eternamente.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—Voy a demostrarles que ese hombre es un hombre malvado —dijo la ayudante del fiscal del distrito señalando hacia la mesa de la defensa.

Stone Michaelsen tuvo la desagradable sensación de que estaba señalándole a él, y no a su cliente. Aunque tampoco podía reprochárselo, él también era un hombre malo algunas veces.

En ese momento, mientras miraba a Hillary Bellows, que exponía sus argumentos al jurado, quería ser muy malo con ella. Estaba increíblemente sexy con su traje azul claro que entonaba a la perfección con sus ojos azul claro. La falda se le ceñía al redondeado culo y a la chaqueta le costaba cerrarse por encima de los abundantes pechos y la blusa color carne. Había captado toda la atención de los hombres del jurado y, como era tan concienzuda, también de casi todas las mujeres.

El pelo rubio se le arremolinó al girarse hacia el jurado, parecía tan sedoso que quiso tocarlo, quería tocarla…

Sin embargo, como le pasaba siempre que se la encontraba en un tribunal, tuvo que dominar esa disparatada atracción que sentía por ella. Hillary Bellows estaba completamente vedada. Además, aunque no lo estuviese, ella había dejado muy claro que no tenía un concepto muy elevado de él. Tendría que desplegar todo su atractivo si quería que ella cambiara su opinión sobre él, y él, al contrario que sus socios, no tenía atractivo natural. Era demasiado directo y sincero como para resultar halagador, y lo mismo le pasaba a Hillary.

Ella siguió con exposición inicial.

—Voy a demostrar, sin que quede duda razonable, que el acusado asesinó a su joven esposa en un ataque de celos. El abogado defensor, Stone Michaelsen, del infame bufete Street Legal, intentará engañarlos para que absuelvan a su cliente porque sus socios y él harían cualquier cosa para ganar.

Stone intentó no inmutarse. Utilizar contra él los problemas que había tenido su despacho era un golpe bajo incluso para Hillary. Además, ellos no tenían la culpa de esos problemas, tenían un topo en el despacho, alguien que intentaba boicotearles los casos y hacer que parecieran los malos. Si ella hubiese podido ver sus expedientes, habría pensado que Hillary era la que filtraba esas cosas.

Parecía guardarle rencor por todas las veces que le había ganado, su exposición inicial era más un ataque personal que un resumen del asunto que iban a tratar.

—Stone Michaelsen —siguió ella—, como su socios, utilizará la prensa y otros trucos para la defensa porque no tiene pruebas.

Él intentó no inmutarse otra vez por el ataque directo. Más tarde tenía una reunión con Allison McCann, de McCann Public Relations. Iban a preparar el próximo comunicado de prensa. La relaciones públicas ya había emitido declaraciones del despacho porque en el proceso se había hecho caso omiso de la coartada irrefutable que tenía su cliente para la hora del asesinato. No debería haberse acusado a Byron Mueller, pero, gracias a esa coartada, sería una victoria fácil para él y otra derrota para Hillary.

Quizá por eso parecía tan resentida en su exposición previa. Sabía que iba a perder, como había perdido cada vez que se había enfrentado a él en un tribunal. ¿Qué pasaría si la tuviera literalmente en contra, si todas sus voluptuosas curvas estuvieran aplastadas contra su cuerpo?

Tuvo que contener una sonrisa. No podía parecer seguro de sí mismo al jurado, aunque se sentía seguro de sí mismo.

Sin embargo, Hillary también parecía segura de sí misma. Volvió a mirarlo, no a su cliente, y él captó un brillo burlón en sus ojos. ¿Qué coño le parecía tan gracioso? No sería que iba a perder. Eso no le haría ninguna gracia, con lo ambiciosa que era.

Entonces, ella se dio la vuelta y volvió a dirigirse al jurado. Bajó la voz como si estuviera contándoles un secreto.

—Incluso la coartada que su cliente dice tener para la hora del asesinato se ha desacreditado por las pruebas del expediente del caso del propio señor Michaelsen.

¿Podía saberse de qué coño estaba hablando? Stone se levantó de un salto para protestar.

—Protesto, señoría. La ayudante del fiscal está haciendo una acusación…

—Que puedo demostrar —le interrumpió Hillary.

Se oyó un mazazo.

—Señor Michaelsen, es el turno de la señora Bellows. Usted tendrá la oportunidad de defender a su cliente durante el juicio.

—Parece que soy yo quien necesita que lo defiendan —murmuró él mientras volvía a sentarse de mala gana.

—Señor Michaelsen…

El tono de advertencia del juez fue tajante. Harrison llevaba mucho tiempo presidiendo tribunales, seguramente, demasiado tiempo. El poco pelo que le quedaba era blanco y tenía la cara surcada por la edad y el gesto severo. Nunca le había ido bien con Harrison de juez, pero, aun así, tenía que cautivarlo.

—Por favor, recuérdele a la señora Bellows que no se está juzgando a mi despacho de abogados, que solo se juzga a mi cliente.

El juez no hizo una advertencia verbal a Hillary, se limitó a mirarla con el ceño fruncido. Ella miró a Stone con los ojos azules entrecerrados y una leve sonrisa. Evidentemente, disfrutaba incordiándole.

Notó que se le había alterado el pulso, y que no había sido por la emoción de un juicio tan importante, había sido por la emoción de enfrentarse a ella otra vez. Ya la había derrotado otras veces, pero no había sido fácil y ella, como abogada, era su mayor reto. Como mujer…

No, era una abogada, la fiscal de ese caso, y no podía pensar en ella como una mujer, pero le costaba un huevo. No le importaban los golpes bajos de Hillary, siempre que no le alcanzaran a él. En realidad, le encantaría que lo alcanzara por debajo del cinturón, de la cremallera, de los calzoncillos…

Su cliente le tiró de la manga.

—Esto tiene mala pinta —murmuró su cliente con auténtica preocupación—. ¿Qué es eso de que tu expediente del caso desacredita mi coartada?

—No lo sé —susurró Stone.

Sin embargo, iba a averiguarlo como fuese.

—Señor Michaelsen, la señora Bellows tiene la palabra. Su cliente y usted tienen que dejar las conversaciones para cuando estén fuera del tribunal.

Stone apretó los dientes. Había cabreado al juez, aunque, claro, el juez Harrison parecía cabreado incluso antes de que empezara el juicio. Apretó el brazo de su cliente para tranquilizarlo, pero, de repente, Byron Mueller parecía tener todos y cada uno de los sesenta y tantos años que tenía. El multimillonario era famoso por su insolencia y su chulería, pero siempre había pagado y salido indemne de todos los problemas. Al contratarle a él y a su despacho, debía de haber creído que también podría pagar para salir indemne de eso, pero la acusación de asesinato era peligrosa.

Como lo era Hillary Bellows, quien seguía explicando los motivos por los que el jurado debería declarar culpable a su cliente. Naturalmente, el principal motivo parecía ser él mismo, como si Byron Mueller no lo hubiera contratado si no fuese culpable. Sin embargo, no lo era. La coartada era verdadera independientemente de lo que Hillary creyera que había encontrado en su expediente del caso. Byron era inocente y él pensaba demostrarlo. Sin embargo, si Hillary conseguía desmontar la coartada, la cosa iba a ponerse dura… casi tan dura como se le ponía a él solo de ver a la ayudante del fiscal del distrito en acción.

 

 

 

A Hillary Bellows le daba igual lo tarde que fuese. No estaba cansada, estaba apasionada y no podía dejar de sonreír. Esa vez iba a ganar, Stone Michaelsen no iba a salvar a su cliente, como había hecho con otros muchos. Se dejó caer sobre el respaldo de la silla y se acordó de la expresión de estupor de su rostro increíblemente guapo durante su exposición inicial. Lo había pillado por sorpresa y eso la desasosegaba un poco. ¿Cómo había conseguido esa información si no había llegado del despacho de él?

Le daba igual.

Iba a ganar, aunque, naturalmente, no iba a poder celebrarlo como le gustaría; corriéndose con Stone. Era tan guapo… Con ese pelo negro y tupido, con esos ojos grises y profundos, con ese cuerpo… Ese cuerpo era tan increíblemente perfecto como su rostro. ¿Cómo podía estar en tan buena forma? Siempre tenía un caso entre manos y tenía que trabajar tanto como ella, y ella nunca encontraba tiempo para ir al gimnasio. ¿De dónde lo sacaba él?

Tenía que levantar pesas, muchas pesas. Aunque quizá levantara mujeres. Quería que la levantara a ella con esos brazos musculosos y la llevara, como si fuese una pluma, hasta su dormitorio…

Resopló por la fantasía. Nunca dejaría de ser una fantasía y, desgraciadamente, tenía muchas con Stone Michaelsen. Suspiró y tomó la barrita de chocolate que sería su cena… o, mejor dicho, el postre, porque la hora de la cena había pasado hacía rato. Cerró los ojos y el chocolate fue disolviéndosele en la lengua con ese delicioso y paradójico sabor entre dulce y amargo. Dejó escapar un leve gemido de placer.

Oyó un gruñido.

Dio un respingo, estuvo a punto de caerse de la silla, abrió los ojos y vio a Stone Michaelsen apoyado en el marco de la puerta de su despacho. No la había dejado abierta, nunca la dejaba abierta y menos a esas horas. Aunque también era posible que el servicio de limpieza la hubiese dejado abierta cuando le vació la papelera hacía un rato. Les había dicho que volvieran un poco más tarde para terminar la limpieza, pero sospechaba que se habían marchado porque eso había sido hacía bastante tiempo.

—¿Puede saberse cómo ha entrado?

¿Por qué no le había oído abrir la puerta? ¿Por qué no había notado que la observaba? ¿Tan ocupada había estado pensando en él?

Él encogió sus impresionantes hombros.

—No soy tan malo como para que el servicio de seguridad no me deje pasar —contestó él con una sonrisa—. Sobre todo, cuando defendí al nieto del vigilante en un asunto de drogas.

—Faltaría más… —replicó ella mirándolo con rabia.

Además, habría conseguido que redujeran o que retiraran los cargos. Sin embargo, no tenía ninguna posibilidad de que redujeran o retiraran los cargos en el asunto que los ocupaba en ese momento. Aunque estaba segura de que había ido allí por eso. Lo miró con detenimiento.

—A ver si lo adivino… Quiere llegar a un trato con la fiscalía.

—Tengo que pedirle algo —comentó él mientras entraba en el despacho y cerraba la puerta.

El cuarto era pequeño, pero le pareció más pequeño todavía con él dentro. Era inmenso, medía cerca de un metro noventa y era muy ancho. Tenía el pelo moreno un poco despeinado, como si se hubiese pasado los dedos, o como si una mujer acabara de hacerlo, y sus intensos ojos grises la miraban fijamente.

Se le aceleró el pulso cuando él se acercó a la mesa, apoyó las manos encima de las carpetas y bajó la cabeza hasta dejarla casi a la altura de la de ella. El pulso se le desbocó. ¿Iba a pedirle un beso? Estuvo tentada de incorporarse un poco y rozarle los labios con los de ella, pero sabía que eso no era lo que él quería. Él no la desearía jamás.

Él y sus socios de despacho salían con modelos de lencería, actrices o herederas, no con ayudantes del fiscal mal pagadas y desbordadas por el trabajo. Sin embargo, esa era la vida y la profesión que había elegido ella. Además, estaba contenta con eso, y más contenta todavía de que solo pudiera tenerlo en sus fantasías. Eran infinitamente más seguras que la realidad. No deseaba al Stone Michaelsen de verdad; era arrogante, despiadado y amoral. Solo deseaba al de las fantasías, que no hablaba, que solo la besaba y acariciaba.

—¿No quiere saber qué quiero pedirle?

Ella tomó aire para recuperarse, pero inhaló su olor a jabón, almizcle y a algo que era exclusivo de él.

—¿Clemencia? —bromeó ella—. Usted nunca la ha tenido conmigo…

Ni en los tribunales ni en esos comunicados de prensa que emitía su empresa de relaciones públicas. Curiosamente, ese día no había emitido ninguno, cuando a ella le había parecido que era el día en el que resultaba más importante desacreditarla.

Aunque claro, Stone sabía que no se podía desacreditar la prueba que le había llegado de su propio despacho. Sin embargo, ¿por qué lo había hecho? Stone Michaelsen no se atenía a las reglas, ni siquiera era correcto.

—Usted no es mi cliente —replicó él—. Solo pido clemencia para mis clientes.

Aunque, normalmente, tampoco la pedía. Planteaba una defensa absurda y camelaba al jurado para que se la tragara por muy absurda que fuera. ¿Podía saberse qué estaría tramando esa vez? Estaba impaciente por averiguarlo.

—No pienso tener clemencia con su cliente —ella sacudió la cabeza—. No va a haber ningún trato con la fiscalía.

Stone había perdido el tiempo al ir a verla.

—No aceptaría ningún trato, Byron Mueller es inocente.

Ella resopló. ¿Quién estaba en un mundo de fantasía?

—Si repite una mentira suficientes veces, ¿empieza a creérsela?

Él entrecerró los ojos grises y frunció el ceño. Evidentemente, no le gustaba que lo llamaran mentiroso, pero lo era y ella siempre llamaba a las cosas por su nombre.

—No, en serio, tengo curiosidad —siguió ella—. No entiendo cómo lo hacen los abogados defensores.

¿Cómo podían defender a alguien que sabían que era culpable? Sin embargo, Stone no creía que se refiriera a eso, porque sus ojos grises dejaron escapar un brillo burlón. Arqueó sugerentemente las cejas y murmuró en un tono grave y sexy:

—Si quiere, puedo enseñárselo.

A Hillary se le paró el corazón. ¿Estaba ligando con ella? Stone Michaelsen no ligaba, estaba demasiado concentrado en ganar juicios, en ser siempre el mejor. ¿Sería así en la cama? ¿Tenía que ser el mejor?

Sin embargo, nunca lo sabría. Él no estaba insinuando lo que ella creía que estaba insinuando. Tenía que estar fantaseando todavía. Él ni siquiera estaba allí, y mucho menos estaba insinuándose. Metió la mano por debajo de la mesa y se pellizcó el muslo. Intentó no inmutarse por el dolor, pero tampoco estaba fantaseando. Stone Michaelsen sí estaba en su despacho y, efectivamente, estaba ligando con ella.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

¿Qué coño estaba haciendo?

No había ido al despacho de la ayudante del fiscal del distrito para ligar con Hillary Bellows, había ido para averiguar qué había querido decir en el tribunal sobre los documentos que había recibido de su bufete. Sin embargo, en ese momento, solo quería hacer que se corriera, y también quería correrse él.

Había sido una idea muy mala quedarse a solas con ella, pero su exposición inicial le había cabreado tanto que no se había parado a pensar que la atracción hacia ella podía ser un inconveniente. Además, se la había encontrado gimiendo con los ojos cerrados… y ya solo podía pensar en hacer que volviera a gemir por sus besos y sus caricias…

Ella se sonrojó y lo miró con los ojos como platos por el pasmo, el mismo pasmo que le había producido a él haber dicho lo que había dicho.

—Yo… Yo no quiero saber… cómo lo hacen los abogados defensores —balbució Hillary.

—¿Por qué? —preguntó Stone—. ¿Cree que estamos por debajo de usted?

Entonces, gruñó por la escena que se le había aparecido en la cabeza; estaba debajo de ella, que lo montaba desenfrenada mientras él intentaba aliviar la tensión que ya había empezado a atenazarlo por dentro.

Como si ese puñetero juicio no estuviese poniéndole bastante tenso.

La atracción que sentía por ella, que había sentido siempre, se le había escapado de las manos. ¿Ella no sentía nada…?

—No sé cómo lo hace usted —murmuró ella.

—Y yo me he ofrecido para enseñárselo.

Se quedó tan sorprendido como la primera vez que se insinuó así. ¿Estaba ligando? Sus amigos se habrían reído si lo hubiesen oído. Según ellos, era incapaz de hablar con delicadeza. Según ellos, se acercaba a las mujeres y les gruñía.

—¡Señor Michaelsen! —exclamó ella.

—Señora Bellows… —él se rio—. Cuánta indignación y superioridad moral. Ahora entiendo por qué trabaja tanto. Está claro que aspira a la magistratura.

—¿Qué? —preguntó ella con una ceja arqueada por la perplejidad.

—Que quiere ser jueza —aclaró él—. En este momento, está juzgándome.

Algo que debería haberlo disuadido, pero podía imaginársela con una toga negra y nada por debajo… menos sus manos.

Estaba perdiendo la puñetera cabeza, y era por culpa de ella. Ese día lo había alterado más que de costumbre, y no solo por su belleza. Aunque era muy hermosa. Tenía unos ojos azul claro con un brillo inteligente y unas tupidas pestañas negras. El rostro era redondeado, con unos pómulos prominentes y una barbilla pequeña y puntiaguda que solía tener levantada con orgullo y esa superioridad moral de la que le había acusado. Los labios, que casi siempre tenía arrugados por la censura, eran carnosos y muy tentadores. Sobre todo, en ese momento, cuando tenía una de las comisuras manchada con chocolate.

Quería limpiárselo con un beso. Quería besarla… Lo quería tanto que se le habían contraído los músculos del abdomen y tenía la polla dura y palpitante por el deseo.

Sin embargo, ella se levantó de un salto antes de que pudiera recorrer la poca distancia que había entre su boca y la de ella… Como si se hubiese dado cuenta de lo que había pensado hacer.

—Quiero justicia para la pobre Bethany Mueller y las otras víctimas de sus clientes.

Él podía entenderlo, pero, en ese caso, Byron era inocente de verdad, y él había creído que tenía la coartada para demostrarlo.

—Si quiere que se haga justicia con Bethany, debería retirar la acusación contra Byron porque él no mató a su esposa.

—Sabía que había venido por eso —Hillary resopló—, para que retire o rebaje los cargos.

La decepción se reflejaba en sus ojos a pesar de la firmeza de su afirmación. ¿Acaso habría querido que hubiese ido por otro motivo? ¿Acaso lo deseaba como él a ella?

Notó la tensión de la polla debajo de la bragueta. Afortunadamente, todavía llevaba el traje porque si no, ella habría podido ver cuánto lo alteraba, y estaba seguro de que lo habría empleado contra él en el tribunal… A no ser que ella sintiera lo mismo.

Sintió un escalofrío, pero no supo si de emoción o de miedo. Si él también la atraía, no tenía ni la más mínima posibilidad de resistirse. Ya le había costado bastante dominarse cuando había creído que esa atracción no era correspondida, pero si…

Sacudió la cabeza, pero no pudo sofocar el deseo por ella.

—No he venido para que retire la acusación —replicó él, aunque eso era lo que le había dicho a ella.

Además, todo sería mucho más fácil si ella le creyera cuando le decía que Byron Mueller era inocente.

—Entonces, ¿por qué ha venido? Me dijo que tenía que pedirme algo.

Había querido pedírselo cuando entró en su despacho, pero, en ese momento, solo podía pensar en limpiarle el chocolate con un beso, era endiabladamente sexy.

—¿Qué quería pedirme? —insistió ella.

Quería pedirle el beso…

 

 

¿Estaba mirándole la boca? Hillary no podía estar segura, pero notaba como si tuviese su mirada clavada en los labios. ¿Quería besarla tanto como ella quería besarlo a él? Si no se hubiese levantado, podría haberse inclinado hacia delante hasta que sus labios se hubiesen encontrado. Había estado muy tentada.

Antes, había tenido frío en el despacho, pero, en ese momento, tenía un calor abrasador por dentro. Por él. Se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de la silla antes de que empezara a sudar.

Los ojos de él se oscurecieron, las pupilas se tragaron ese gris plateado, y apretó los dientes hasta que se le contrajo un músculo de las mandíbulas. Una barba incipiente ya le oscurecía la piel, aunque esa mañana, en el tribunal, había estado impecablemente afeitado. Parecía tenso y nervioso, como si le costara dominarse.

El corazón se le aceleró con latidos desacompasados.

Parecía como si fuese a agarrarla y a tomarla encima de la mesa. Al menos, eso era lo que le parecía a ella en su imaginación, pero, seguramente, solo fuera por todas las fantasías que había tenido con él. ¿Por qué tenía que estar tan bueno? No era justo que el abogado de la defensa fuese tan irresistiblemente sexy.

Para ella, la justicia lo era todo, por eso había elegido esa profesión. Dudaba mucho que Stone hubiese tenido un motivo tan altruista para estudiar Derecho y hacerse abogado. Suponía que sus socios y él estaban más motivados por el dinero que por la justicia. Street Legal era el despacho de abogados más caro de Nueva York, y eso era mucho decir.

Por eso, solo los multimillonarios como Byron Mueller podía permitirse que Stone Michaelsen los defendiera. El nieto del vigilante debería de tener algún familiar rico que había pagado la minuta para que redujeran los cargos porque a Stone la daba igual la justicia. Incluso, no estaba segura del todo de que le importara el dinero, sospechaba que le importaba mucho más ganar, y que haría lo que hiciese falta para alzarse con el triunfo.

Por eso, estaba segura de que no dudaría en intentar seducirla si creía que así iba a ser más blanda con Mueller. Esa posibilidad la serenó, ya no estaba embriagada de deseo por él. Dado que nunca había ligado con ella, era una probabilidad más que una posibilidad.

Se le apaciguó el corazón y la cautela le recordó que había sido un día largo y puñetero.

—¿Qué quieres, Stone? —le preguntó ella antes de bostezar—. Es tarde y tengo que volver a casa.

—¿Hay alguien esperándote?

¿Le había parecido que estaba celoso… de ella? No, no estaba interesado en ella, estaba jugando con ella para aliviar la acusación de su cliente. No iba a aliviarle a ella… como le gustaría, como necesitaba.

Quizá debería llamar a alguien para que se viera con ella en su piso. ¿A Dwight? Se habían visto de vez en cuando desde que se conocieron en la Facultad de Derecho, había tomado algunas copas para comentar casos y… se habían aliviado. Sin embargo, creía que estaba saliendo en serio con alguien. No podía llamarlo.

Un abogado de oficio le pidió el número de teléfono hacía un par de semanas, pero no se lo había dado. Aunque él sí le había dado el suyo a ella. Si lo encontraba, podría llamarlo, aunque ya no se acordaba de cómo era. Solo podía pensar en Stone Michaelsen. Eso era porque estaba allí, porque llenaba su pequeño despacho con su presencia, con su olor y su cuerpo sexy como un pecado.

—Es un silencio muy largo —siguió Stone—. No puedo creerme que no haya nadie esperándote. Un marido… Un novio…

—No he dicho que no haya nadie —replicó ella.

—No, no has dicho nada de nada.

Stone se quedó en silencio como si estuviese esperando a que ella dijera algo. Hillary sonrió levemente por su insistencia.

—Es una pregunta personal y no vamos a meternos en el terreno personal, Stone.

Ella había tomado una copa o había almorzado con otro abogado, pero no con Stone. Lo había rechazado siempre que le había propuesto salir después de un caso. Había supuesto que solo quería presumir de su victoria y ella siempre había estado demasiado furiosa por la derrota… de la justicia.

Los ojos de él volvieron a oscurecerse con un brillo de deseo… o estaba imaginándoselo ella.

—Me encanta cómo dices mi nombre —murmuró él con la voz ronca.

Se estremeció. Como se había quitado la chaqueta, solo llevaba una blusa muy fina. Él desvió la mirada a sus pezones, que se le marcaban en la seda por debajo del sujetador de encaje.

—Sto… Señor Michaelsen.