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eBook Interactivo. Al arte pictórico le fueron planteados, con harta frecuencia, problemas de índole ornamental, y así, en cierto modo, se volvió al gusto por el ondulamiento de las figuras, que el gótico había sido el primero en practicar y a las representaciones de telas como elementos de vida independiente, con fines decorativos más que puramente plásticos. Unida con la arquitectura, la pintura llegó a desbordar, en un alarde de composición a base de figuras dispuestas de manera hasta ahora desconocida, con fondos sin fin y con un alarde cromático, los límites impuestos por las estructuras murales.
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ÍNDICE
1. Francisco Ribalta (1555-1628). Erección de la Cruz
2. Francisco Ribalta. Visión de San Francisco
3. Francisco Ribalta. El crucificado abrazado a San Bernardo. Museo del Prado
4. Francisco Ribalta. San Bruno. Museo de San Carlos. Valencia
5. Francisco Pacheco. Autorretrato
6. Francisco Pacheco. Techo de la Casa de Pilatos. Museo Bellas Artes
7. Juan de Roelas (1558-1625). Martirio de San Andrés. Museo de Sevilla
8. Juan de Roelas. San Ignacio. Museo de Sevilla
9. Francisco Herrera el Viejo (1576-1656). San Basilio. Museo del Louvre
10. Francisco Herrera el Viejo. San Buenaventura recibiendo el hábito. Museo del Prado.
11. Francisco Herrera el Viejo. Mercader de escobas. Museo de Avignón
12. Francisco Herrera el Viejo. Santa Catalina con los prisioneros. Greenville
13. Pedro Núñez de Villavicencio (1635-1700). Juegos de niños. Museo del Prado
14. Pedro Núñez de Villavicencio. El chico de las manzanas. Museo de Budapest
15. Valdés Leal (1622-1690). Tentaciones de San Jerónimo. Museo de Sevilla
16. Valdés Leal. In ictu oculi. Hospital de la Caridad. Sevilla
17. Valdés Leal. Finis Gloriae Mundi. Hospital de la Caridad. Sevilla
18. Valdés Leal. Flagelación de San Jerónimo. Museo de Sevilla
19. Valdés Leal. Visión de San Ignacio. Museo de Sevilla
20. Valdés Leal. San Jerónimo. Museo del Prado
21. Antonio del Castillo (1616-1668). Retrato de hombre. Museo del Prado
22. Valdés Leal. Misa del Padre Cabañuelas. Museo de Sevilla
23. Alonso Cano (1601-1667). Virgen con niño. Museo del Prado
24. Alonso Cano. El milagro del pozo. Museo del Prado
25. Alonso Cano. Virgen (detalle). Museo de Budapest
26. Alonso Cano. Cristo en la columna. Museo del Prado
27. Alonso Cano. San Juan. Museo de Budapest
28. Alonso Cano. Inmaculada Concepción. Museo de Vitoria
29. Alonso Cano. Cristo en el limbo. Museo de Los Angeles
30. Alonso Cano (dibujo). Museo del Prado
31. Pedro Anastasio Bocanegra. Virgen con mártires. Museo Bellas Artes. Granada
32. Pedro Anastasio Bocanegra. Alegoría de la Justicia. Academia de San Fernando
OTRAS PUBLICACIONES
LAS ESCUELAS DE PINTURA DE VALENCIA, SEVILLA, CÓRDOBA Y GRANADA DURANTE EL SIGLO XVII
Las diferentes escuelas pictóricas españolas del siglo XVII participan, por un lado, de las características universales del estilo barroco, y por otro de la influencia de los grandes maestros del siglo. La pintura gótica, que, como todo el arte de los siglos XIII y XIV, aspiraba a elevarse sobre lo meramente terreno para conseguir la espiritualización de todas las manifestaciones de la naturaleza, cede el paso durante el siglo XV a la concepción naturalista y clásica del arte. Pero también a finales del siglo XVI las formas acusan su cansancio a causa de esta sujeción impuesta a unos moldes antiguos, tendiendo a su propia liberación. Sin llevar la comparación a sus últimas consecuencias, puede afirmarse que barroco y gótico participan del mismo impulso de liberación del yugo terrestre. Al arte pictórico le fueron planteados, con harta frecuencia, problemas de índole ornamental, y así, en cierto modo, se volvió al gusto por la ondulación de las figuras, que el gótico había sido el primero en practicar y a las representaciones de telas como elementos de vida independiente, con fines decorativos más que puramente plásticos. Unida con la arquitectura, la pintura llegó a desbordar, en un alarde de composición a base de figuras dispuestas de manera hasta ahora desconocida, con fondos sin fin y con un alarde cromático, los límites impuestos por las estructuras murales.
Paralelamente a esta corriente de exuberancia e hinchazón de formas barrocas corre la tendencia realista, decididamente identificada con la naturaleza y que solamente había sido iniciada, a modo de esporádico intento, durante el primer Renacimiento; pero también, estrechamente unida a los más elementales postulados del arte barroco, como son la distribución de las masas, la concepción pictórica de la luz, la perspectiva profunda, y, sobre todo, el carácter unitario del espacio, tanto en exteriores como interiores. Destaquemos, sin embargo, la existencia de artistas sin paralelo y que sólo son comparables a sí mismos; éste es el caso, por ejemplo, de Rembrandt y de nuestro Velázquez. Todas las tendencias, para bien o para mal, de las formas de expresión, avanzan. Ya en el siglo XVIII el impetuoso torrente barroco va cediendo paso a lo pequeño, lo amable, lo gracioso, lo frágil, lo femenino, etcétera, dando lugar al rococó; aspectos que se afirman en nuestra escuela sevillana con Murillo y sus seguidores. Encontraremos, pues, en las escuelas de Valencia, Sevilla, Granada y Córdoba una reacción sistemática contra las últimas manifestaciones del manierismo italiano hacia un tratamiento más natural de personas, escenas y cosas, condicionado por las formas de dicción pictórica barroca.
Los pintores y mecenas del siglo XVI habían tenido puesta la mirada en Italia, espejo de todas las escuelas; afán que llegó a condenar grandes obras de concepción netamente moderna y a pintores de la más pura raigambre nacional. El mismo Felipe II, a la hora de plantear la decoración de El Escorial, prefiere los pintores italianos a los españoles.
En Valencia el uso material dado a la luz, al margen del iluminismo manierista, se dirigió hacia un tratamiento que favoreciera la claridad y realzase la belleza de las formas. Esta tendencia, seguida en Italia por Caravaggio, tiene su máximo eco en Ribalta, y su más destacada interpretación en su discípulo Ribera. La escuela sevillana recibió la influencia en sus primeras manifestaciones de la pintura de Ribera, siguió más tarde por la faceta naturalista y austera de Zurbarán y acabó con Murillo en un despegue de la sequedad de la escuela, caminando hacia un colorido brillante de gradaciones perfectamente equilibradas, a una factura suave y dulce del modelado y a una temática que anuncia al rococó. El último estertor del barroco andaluz ampuloso y gesticulante tiene su representación en Valdés Leal. Granada y Córdoba están decididamente influídas por la coetánea escuela sevillana, aunque en la primera es patente el influjo dejado por Alonso Cano, escultor y arquitecto, que si en estas facetas se nos muestra decididamente barroco, en pintura es severo y clásico, manifestándose en su obra un decidido y sabio equilibrio entre dibujo y color. Aunque parezca anómalo debemos iniciar este capítulo dedicado a los pintores andaluces del siglo XVII refiriéndonos a un pintor de formación muy compleja, pero al que podemos calificar de, esencialmente, valenciano, a pesar de haber nacido en Cataluña (SolsonaLérida), donde seguramente recibió su formación inicial. Después residió en Madrid, entre 1582 y 1597, y en la Corte conoció la actividad de los pintores de Toledo y El Escorial. Terminó de formarse en Italia, junto a los Carracci. Fue hacia 1599 cuando se estableció definitivamente en Valencia, y desde allí difundió su tenebrismo, nacido probablemente del conocimiento de las obras de Navarrete el Mudo y El Greco, y de las colecciones venecianas de El Escorial.
Ribalta es el primer pintor español que abandona decididamente el manierismo para adoptar un estilo realista, postura que influyó decisivamente sobre los pintores del foco sevillano que trabajaban en el último cuarto del siglo XVI. Entre estos pintores sevillanos de transición al naturalismo realista podemos destacar a Francisco Pacheco, Juan de Roelas y Francisco Herrera el Viejo. Pero examinemos aquí la figura y algunas de las obras de Francisco Ribalta, cuya actividad es fundamental para la formación de los pintores andaluces que acabamos de nombrar.