Pobre Blanco - Sherwood Anderson - E-Book

Pobre Blanco E-Book

Sherwood Anderson

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Beschreibung

Las gentes de los tiempos modernos, que viven en ciudades industriales, son como ratones que han dejado el campo para ir a habitar lugares extraños. Viven entre los muros oscuros de las casas, en las que sólo penetra una luz mísera, se crían escuálidas y hurañas, preocupadas constantemente por el problema de proporcionarse alimentos y calor. Aquí y allá, algún ratón más audaz se yergue sobre las patas traseras y se dirige a los otros, asegurando que se halla dispuesto a forzar los muros del encierro para acabar con los dioses que lo edificaron. -Los mataré -afirma- Las ratas deben gobernar. Tenéis derecho a gozar de la luz y del calor. Habrá comida para todos y nadie se morirá de hambre. Los ratoncitos chillan y chillan, sumidos en la oscuridad. Al cabo de algún tiempo, viendo que no ocurre nada extraordinario, se vuelven tristes y deprimidos y recuerdan los tiempos en que vivían en los campos, pero no abandonan las paredes de las casas, porque el hábito de vivir reunidos en manadas les ha hecho temer el silencio de las largas noches y la línea infinita del horizonte.

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   Las gentes de los tiempos modernos, que viven en ciudades industriales, son como ratones que han dejado el campo para ir a habitar lugares extraños. Viven entre los muros oscuros de las casas, en las que sólo penetra una luz mísera, se crían escuálidas y hurañas, preocupadas constantemente por el problema de proporcionarse alimentos y calor. Aquí y allá, algún ratón más audaz se yergue sobre las patas traseras y se dirige a los otros, asegurando que se halla dispuesto a forzar los muros del encierro para acabar con los dioses que lo edificaron.
   -Los mataré -afirma- Las ratas deben gobernar. Tenéis derecho a gozar de la luz y del calor. Habrá comida para todos y nadie se morirá de hambre.
   Los ratoncitos chillan y chillan, sumidos en la oscuridad. Al cabo de algún tiempo, viendo que no ocurre nada extraordinario, se vuelven tristes y deprimidos y recuerdan los tiempos en que vivían en los campos, pero no abandonan las paredes de las casas, porque el hábito de vivir reunidos en manadas les ha hecho temer el silencio de las largas noches y la línea infinita del horizonte.
   Escrita un año después de su clásica Winesburg, Ohio (1919), ha sido considerada casi desde la etapa de su publicación original como la mejor novela de Sherwood Anderson.
   Pobre blanco capta el espíritu de una pequeña población de Estados Unidos durante la era de la máquina y Hugh McVey es el protagonista absoluto de esta historia. El profesor Robert Lovett, editor del diario progresista The New Republic, dijo de este personaje que era 'un símbolo del propio país en su desarrollo industrial y su impotencia espiritual'.
   Un inventor solitario y apasionado de ma-quinaria agrícola lucha por ganar el amor y el reconocimiento en una comunidad donde 'la vida ya se había rendido a la máquina'. A tra-vés de su historia, parcialmente autobiográfica, Anderson apunta su crítica al auge de la tecnología y la industria en el cambio de siglo. Al mismo tiempo, recrea una historia donde la naturaleza no tiene prejuicios y la belleza es inquietante. Pobre blanco fue elogiada por escritores como H.L. Mencken y Hart Crane cuando se publicó. Sigue siendo una novela curiosamente contemporánea, y un maravilloso testimonio de la 'sombría preocupación metafísica y la ardiente sensualidad' de Sher-wood Anderson (The New Republic).

SHERWOOD ANDERSON

Sinopsis

   Las gentes de los tiempos modernos, que viven en ciudades industriales, son como ratones que han dejado el campo para ir a habitar lugares extraños. Viven entre los muros oscuros de las casas, en las que sólo penetra una luz mísera, se crían escuálidas y hurañas, preocupadas constantemente por el problema de proporcionarse alimentos y calor. Aquí y allá, algún ratón más audaz se yergue sobre las patas traseras y se dirige a los otros, asegurando que se halla dispuesto a forzar los muros del encierro para acabar con los dioses que lo edificaron.
   —Los mataré —afirma— Las ratas deben gobernar. Tenéis derecho a gozar de la luz y del calor. Habrá comida para todos y nadie se morirá de hambre.
   Los ratoncitos chillan y chillan, sumidos en la oscuridad. Al cabo de algún tiempo, viendo que no ocurre nada extraordinario, se vuelven tristes y deprimidos y recuerdan los tiempos en que vivían en los campos, pero no abandonan las paredes de las casas, porque el hábito de vivir reunidos en manadas les ha hecho temer el silencio de las largas noches y la línea infinita del horizonte.
   Escrita un año después de su clásica Winesburg, Ohio (1919), ha sido considerada casi desde la etapa de su publicación original como la mejor novela de Sherwood Anderson.
   Pobre blanco capta el espíritu de una pequeña población de Estados Unidos durante la era de la máquina y Hugh McVey es el protagonista absoluto de esta historia. El profesor Robert Lovett, editor del diario progresista The New Republic, dijo de este personaje que era 'un símbolo del propio país en su desarrollo industrial y su impotencia espiritual'.
   Un inventor solitario y apasionado de maquinaria agrícola lucha por ganar el amor y el reconocimiento en una comunidad donde 'la vida ya se había rendido a la máquina'. A través de su historia, parcialmente autobiográfica, Anderson apunta su crítica al auge de la tecnología y la industria en el cambio de siglo. Al mismo tiempo, recrea una historia donde la naturaleza no tiene prejuicios y la belleza es inquietante. Pobre blanco fue elogiada por escritores como H.L. Mencken y Hart Crane cuando se publicó. Sigue siendo una novela curiosamente contemporánea, y un maravilloso testimonio de la 'sombría preocupación metafísica y la ardiente sensualidad' de Sherwood Anderson (The New Republic).
   Título Original: Poor White

Sherwood Anderson

Pobre blanco

   Colección Bárbaros
DISEÑO de cubierta e interior: Carola Moreno y Joan Edo Maquetación: Joan Edo
   Imagen de cubierta: Frans Heliens, de Amedeo Modigliani (1919) Traducción: José Antonio Bravo
   Título original: Poor White (1920)
   © de esta edición, 2013, Ediciones Barataria, S.l.
   ISBN: 978 − 84 − 92979 − 53 − 0 Depósito legal: SE 2078 − 2013 Impreso por Villena Artes Gráficas

PRIMERA PARTE

1

HUGH MCVEY nació en una modesta casita de un pueblo situado al oeste del Mississippi, en el estado de Missouri, un lugar miserable y sucio. Con excepción de una franja de terreno húmedo a lo largo del río, el territorio, a diez millas a la redonda, era en su mayor parte pobre e improductivo. El suelo pardo, arenoso y duro, estaba poblado, en la época de Hugh, por gentes demacradas, de aspecto tan exhausto e insignificante como la tierra que habitaban. Padecían pesimismo crónico. Los comerciantes estaban siempre a punto de quebrar y basaban sus operaciones en el crédito porque no podían pagar nunca las mercancías. Los artesanos, zapateros, carpinteros y guarnicioneros no conseguían cobrar nunca los trabajos que hacían.
Solamente las dos cantinas prosperaban porque cobraban al contado, y los hombres del campo a los que no les faltaba dinero para ello, no podían pasar sin beber.
El padre de Hugh McVey, John McVey, había sido campesino en su juventud, pero antes de que naciera Hugh se marchó al pueblo para trabajar de guarnicionero. La guarnicionería quebró un par de años después. John McVey se quedó en el pueblo y se aficionó a la bebida: era la afición más sencilla para él. Durante la época en que trabajaba en los curtidos se casó, y del matrimonio nació un hijo. Después, murió la mujer y el inconstante trabajador cogió a su hijo y se fue a vivir a una casucha situada cerca del río. Nadie podría asegurar cómo vivió el pequeño los primeros años que siguieron. John McVey vagaba por las calles del pueblo o por la orilla del río y sólo despertaba de su habitual somnolencia cuando el hambre o la necesidad de beber lo acuciaban. Entonces iba a trabajar un día en alguna granja de los alrededores, o se unía a otros vagabundos como él para hacer una excursión sospechosa a lo largo del río. El niño se quedaba encerrado en la cabaña, o lo llevaban a la expedición metido en un cesto. En cuanto pudo andar, se vio obligado a buscar trabajo para comer, y el niño de diez años hubo de seguir a su padre en sus andanzas. Juntos iban a buscar el trabajo que había, pero el que trabajaba era el niño, mientras el padre se tumbaba al sol. Limpiaban pozos, lavaban pisos y tiendas y por la noche llevaban la basura en un carrito a la orilla del río y la arrojaban allí. A los catorce años Hugh era casi tan alto como su padre, e igual de inculto. Sabía leer un poco y escribir su nombre, nociones que adquirió de otros muchachos que iban a pescar a la orilla del río, pero nunca fue a la escuela.
Algunas veces no trabajaba y permanecía amodorrado a la sombra de algún árbol, junto al río. Lo que pescaba en sus días más laboriosos, lo vendía por unas monedas a alguna mujer del pueblo, y el producto de la venta lo empleaba en adquirir alimentos para su indolente persona. Como todo animal que liega a su madurez, huía de su padre, no porque sintiera resentimiento alguno hacia él, sino porque creía que ya era hora de arreglárselas por sí solo.
A los catorce años, cuando el muchacho estaba a punto de sentirse dominado definitivamente por aquella vida totalmente animal, ocurrió algo extraordinario. Pasó un ferrocarril por el pueblo y Hugh halló un empleo en la estación para encargarse de diversas faenas. Hacía la limpieza, subía los bultos en los vagones, cortaba la hierba y ayudaba de mil maneras a la persona que desempeñaba el complicado cargo de taquillera, encargado de los equipajes y telegrafista de la estación.

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

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