Recuerdos de niñez y de mocedad - Miguel de Unamuno - E-Book

Recuerdos de niñez y de mocedad E-Book

Miguel de Unamuno

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Beschreibung

Unamuno rememora en estos Recuerdos de niñez y de mocedad los primeros años de su vida, los transcurridos en Bilbao hasta su partida a Madrid para estudiar en la Universidad.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Anotación

Publicados en 1908, bien entrada ya la quinta década de su existencia, Miguel de Unamuno (1864-1936) rememora en estos Recuerdos de niñez y mocedad los primeros años de su vida, los transcurridos en Bilbao hasta su partida a Madrid para estudiar en la Universidad. Aparte del interés que reviste por su carácter autobiográfico y de la amenidad de los episodios que en ella se narran -los juegos, las peleas, las primeras sorpresas y desilusiones, el nacimiento al arte y a las inquietudes espirituales, maestros, condiscípulos, veraneos-, la obra constituye un eslabón inevitable en la trayectoria del autor, que sin duda, en su constante pugna contra la muerte, no podía dejar que toda esa parcela de su existencia quedara sepultada en la oscuridad y el silencio del olvido.

RECUERDOS DE NIÑEZ Y DE MOCEDAD

Publicados en 1908, bien entrada ya la quinta década de su existencia, Miguel de Unamuno (1864-1936) rememora en estos Recuerdos de niñez y mocedad los primeros años de su vida, los transcurridos en Bilbao hasta su partida a Madrid para estudiar en la Universidad. Aparte del interés que reviste por su carácter autobiográfico y de la amenidad de los episodios que en ella se narran -los juegos, las peleas, las primeras sorpresas y desilusiones, el nacimiento al arte y a las inquietudes espirituales, maestros, condiscípulos, veraneos-, la obra constituye un eslabón inevitable en la trayectoria del autor, que sin duda, en su constante pugna contra la muerte, no podía dejar que toda esa parcela de su existencia quedara sepultada en la oscuridad y el silencio del olvido.

MIGUEL DE UNAMUNO

RECUERDOS DE NIÑEZ Y DE MOCEDAD

PRIMERA PARTE

I

O no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera —y el nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro—, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y he aquí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme para creerlo, en el testimonio ajeno. Lo cual me consuela haciéndome esperar no haber de tener tampoco en lo porvenir noticia intuitiva y directa de mi muerte.
Aunque no me acuerdo de haber nacido, sé, sin embargo, por tradición y documentos fehacientes que nací en Bilbao, el 29 de setiembre de 1864.
Murió mi padre en 1870, antes de haber yo cumplido los seis años. Apenas me acuerdo de él y no sé si la imagen que de su figura conservo no se debe a sus retratos que animaban las paredes de mi casa. Le recuerdo, sin embargo, en un momento preciso, aflorando su borrosa memoria de las nieblas de mi pasado. Era la sala en casa un lugar casi sagrado, a donde no podíamos entrar siempre que se nos antojara, los niños; era un lugar donde había sofá, butacas y bola de espejo en que se veía uno chiquitico, cabezudo y grotesco. Un día en que mi padre conversaba en francés, con un francés, me colé yo a la sala, y de no recordarle si no en aquel momento, sentado en su butaca, frente a monsieur Legorgeu, hablando con él en un idioma para mí misterioso, deduzco cuán honda debió de ser en mí la revelación del misterio del lenguaje. ¡Luego los hombres pueden entenderse de otro modo que como nos entendemos nosotros! Ya desde antes de mis seis años me hería la atención el misterio del lenguaje; ¡vocación de filólogo!
Tal es mi más antiguo recuerdo de familia. El de historia no lo recibí directamente de ella, sino a través del arte. En setiembre de 1868, cuando cumplía yo mis cuatro años, estalló la Revolución de Setiembre, y de su repercusión en Bilbao nada recuerdo directamente. Pero no debió de ser mucho después cuando en una galería de figuras de cera llevaron a mi pueblo la representación del fusilamiento de Maximiliano y sus dos generales Miramón y Mejía, ya que el suceso ocurrió en 1867. Hirió mi imaginación la tragedia de Querétaro representada en figuras de cera, en la forma menos artística del arte pero en la más infantil, y aún me parece ver al pobre emperador de Méjico de rodillas, con sus largas barbas y vendados los ojos. Lo he recordado varias veces al leer el Miramare de Carducci, que me le sé de memoria y lo he traducido en verso castellano.
Mis recuerdos empiezan con los de colegio, como es forzoso en niño de villa, nacido y criado entre calles.

II

El colegio a que me llevaron no bien había dejado las sayas, era uno de los más famosos de la villa. Era colegio y no escuela —no vale confundirlos— porque las escuelas eran las de de balde, las de la villa, por ejemplo, a donde concurrían los chicos de la calle, los que se escapaban a nadar en los Caños, los que nos motejaban de farolines y llamaban padre y madre a los suyos, y no como nosotros papá y mamá.
Fue mi primer maestro, mi maestro de primeras letras, un viejecillo que olía a incienso y alcanfor, cubierto con gorrilla de borla que le colgaba a un lado de la cabeza, narigudo, con largo levitón de grandes bolsillos —el tamaño de los bolsillos de autoridad—, algodón en los oídos, y armado de una larga caña que le valió el sobrenombre de . Los pavos éramos nosotros, naturalmente; ¡y tan pavos!...

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