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"San Manuel Bueno, Mártir" es una novela breve considerada por crítica y lectores como la cima de la narrativa unamuniana.
Publicada en 1931, la obra plantea una de las preocupaciones capitales del autor, la existencia de Dios, a través de la figura de un sacerdote que ha perdido la fe, pero es capaz de fingirla e incluso alcanzar fama de santo para proteger la inocente creencia de sus feligreses, para quienes la fe religiosa equivale a la paz.
La fuerza del conflicto central (encarnación de lo que en el siglo XX se llamaría la duda existencial, el silencio de Dios o la pérdida de la fe) favorece la vigencia del libro, donde aparece también una amorosa, y muy actual, atención al paisaje, dispuesto todo ello con gran sencillez compositiva.
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Veröffentlichungsjahr: 2024
SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
Prólogo
Novela
Notas
Si sólo en esta vida esperamos en Cristo,
somos los más miserables de los hombres todos.
(S AN P ABLO: Cor. I, 15, 19.) [1]
En La Nación, de Buenos Aires, y algo más tarde en El Sol, de Madrid, número del 3 de diciembre de 1931 […], Gregorio Marañón publicó un artículo sobre mi San Manuel Bueno, mártir, asegurando que ella, esta novelita, publicada en La Novela de Hoy, número 461 y último de la publicación, correspondiente al día 13 de marzo de 1931 —estos detalles los doy para la insaciable casta de los bibliógrafos—, ha de ser una de mis obras más leídas y gustadas en adelante como una de las más características de mi producción toda novelesca. Y quien dice novelesca —agrego yo—, dice filosófica y teológica. Y así como él pienso yo, que tengo la conciencia de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida cotidiana.
Luego hacía Marañón unas brevísimas consideraciones sobre la desnudez de la parte puramente material en mis relatos. Y es que creo que dando el espíritu de la carne, del hueso, de la roca, del agua, de la nube, de todo lo demás visible, se da la verdadera e íntima realidad, dejándole al lector que la revista en su fantasía.
Es la ventaja que lleva el teatro. Como mi novela Nada menos que todo un hombre, escenificada luego por Julio de Hoyos bajo el título de Todo un hombre, la escribí ya en vista del tablado teatral, me ahorré todas aquellas descripciones del físico de los personajes, de los aposentos y de los paisajes, que deben quedar al cuidado de actores, escenógrafos y tramoyistas. Lo que no quiere decir, ¡claro está!, que los personajes de la novela o del drama escrito no sean tan de carne y hueso como los actores mismos, y que el ámbito de su acción no sea tan natural y tan concreto y tan real como la decoración de un escenario.
Escenario hay en San Manuel Bueno, mártir, sugerido por el maravilloso y tan sugestivo lago de San Martín de Castañeda, en Sanabria, al pie de las ruinas de un convento de Bernardos y donde vive la leyenda de una ciudad, Valverde de Lucerna, que yace en el fondo de las aguas del lago. Y voy a estampar aquí dos poesías que escribí a raíz de haber visitado por primera vez ese lago el día primero de junio de 1930. La primera dice:
San Martín de Castañeda, espejo de soledades,
el lago recoge edades
de antes del hombre y se queda
soñando en la santa calma
del cielo de las alturas,
la que se sume en honduras
de anegarse, ¡pobre!, el alma.
Men Rodríguez, aguilucho
de Sanabria, el ala rota
ya el cotarro no alborota
para cobrarse el conducho.
Campanario sumergido
de Valverde de Lucerna,
toque de agonía eterna
bajo el caudal del olvido.
La historia paró; al sendero
de San Bernardo la vida
retorna, y todo se olvida,
lo que no ha sido primero.
Y la segunda, ya de rima más artificiosa, decía y dice así:
Ay Valverde de Lucerna,
hez del lago de Sanabria,
no hay leyenda que dé cabria
de sacarte a luz moderna.
Se queja en vano tu bronce
en la noche de San Juan,
tus hornos dieron su pan
la historia se está en su gonce.
Servir de pasto a las truchas
es, aun muerto, amargo trago;
se muere Riba de Lago
orilla de nuestras luchas.
En efecto, la trágica y miserabilísima aldea de Riba de Lago, a la orilla del de San Martín de Castañeda, agoniza y cabe decir que se está muriendo. Es de una desolación tan grande como la de las alquerías, ya famosas, de las Hurdes. En aquellos pobrísimos tugurios, casuchas de armazón de madera recubierto de adobes y barro, se hacina un pueblo al que ni le es permitido pescar las ricas truchas en que abunda el lago y sobre las que una supuesta señora creía haber heredado el monopolio que tenían los monjes Bernardos de San Martín de Castañeda.