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La supermodelo Anneliese Christiansen parecía tenerlo todo: éxito profesional, amigos famosos y la adoración de la prensa. Y tenía motivos más que suficientes para resistirse al poder de seducción del millonario griego Damon Kouvaris…Damon esperaba que la fría y hermosa Anneliese acabase en su cama, pero estaba a punto de descubrir que no iba a resultarle tan fácil. Siempre conseguía lo que deseaba… y si el premio merecía la pena, estaba dispuesto a pagar el precio que fuese necesario.
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Seitenzahl: 215
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2007 Chantelle Shaw
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducción despiadada, Nº 1788 - julio 2024
Título original: The Greek Tycoon’s Virgin Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. N ombres, c a racteres, l u gares, y s i tuaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410742185
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Los últimos rayos de sol se reflejaban sobre los muros de Ottesbourne House, que relucía como el oro. Mientras Anna avanzaba por el camino de grava buscó su espejito en el bolso. Su carrera como modelo, y ser el rostro de una compañía cosmética internacional, le exigía estar impecable a todas horas, aunque en privado solía optar por un aspecto más natural.
Aquella noche se había esmerado. Su tersa piel de porcelana se estiraba sobre unos altos pómulos. Los ojos, azul oscuro, resaltaban gracias a una sombra de color gris y sus labios estaban cubiertos de un bonito brillo de color escarlata.
Normalmente no iba tan arreglada cuando se reunía con su íntima amiga, Kezia Niarchou, y su marido, Nik, en su casa de campo de Hertforshire. Sobre todo porque siempre acababa sentada en el suelo con su ahijado, Theo. Pero aquella noche era diferente y, vestida con el ajustado vestido negro de diseño, estaba arrebatadora.
«Adiós Anna y hola Anneliese Christiansen, sofisticada supermodelo», pensó ella con sorna mientras respiraba hondo. Desde que Kezia había anunciado que Damon, el primo de Nik, acudiría a la cena, tenía los nervios a flor de piel. Damon Kouvaris era especial y en esos momentos ella preferiría estar en la otra punta del planeta.
–Elegantemente tarde es una cosa, pero te has pasado –saludó Kezia alegremente–. Por suerte el primer plato es frío, aunque de la cocina llegan murmullos sobre la preocupación de la señora Jessop por su boeuf en croûte.
–Lo siento ¿no recibiste mi mensaje? Tuve un pinchazo –se disculpó Anna–. Por suerte ese chico tan majo del piso de abajo me colocó la rueda de repuesto.
–Menos mal. Con ese vestido no hubieras podido hacerlo tú. Estás estupenda y me gustaría saber a quién pretendes impresionar –murmuró Kezia con ojos de asombro al ver que Anna se sonrojaba–. No será por Damon, ¿verdad?
–No, no lo es –contestó Anna mientras intentaba darle un tono divertido a su voz. Eran como hermanas y su amistad había sobrevivido al amargo divorcio de los padres de Anna y a la leucemia de Kezia. Sus lazos eran irrompibles, pero algunas cosas eran demasiado personales para ser compartidas, entre ellas su inexplicable fascinación por Damon Kouvaris.
La fama del primo de Nik como despiadado empresario era casi tan legendaria como los rumores sobre sus proezas en la cama. Se decía que era un amante activo con un insaciable apetito por las rubias sofisticadas, y Anna no tenía intención de engrosar su lista de conquistas. Pero, para su propia desesperación, ella había sido incapaz de olvidarlo desde hacía dos meses.
–Anna, ¿qué te apetece beber? –Nikos Niarchou se acercó a saludarla. Era alto, moreno y muy atractivo, y había dejado atrás sin problemas su papel de play boy para dedicarse a ser esposo y padre. Anna pensó que así debía ser el matrimonio al ver el brillo de la mirada de Nik cuando miraba a su esposa.
Ningún hombre la había mirado con tan tierna adoración y ella sintió una punzada de envidia que desapareció de inmediato. Kezia se merecía ser feliz, y Anna se alegraba sinceramente. De todos modos, a ella no le entusiasmaba el matrimonio. Sus padres iban por el tercero cada uno y ella no tenía intención de seguir su ejemplo.
–He oído que has tenido problemas con el coche. Tendrías que habernos avisado antes, te habría mandado un coche para que te recogiera –la regañó cariñosamente Nik–. Eres casi tan cabezota como mi mujer –añadió–. Ven conmigo y saluda a los demás.
Mientras saludaba a las demás parejas, Anna se sentía tensa, a pesar de que no había señales del primo de Nik. Era evidente que ella era la única persona sin pareja. No era extraño, pues no había nadie en su vida, y para los compromisos sociales solía echar mano de algún modelo masculino o amigo actor para que jugara el papel de su acompañante.
Aquella noche había ido sola, pero en esos momentos deseó haber llevado a alguien con ella. Rezó para que Damon fuese acompañado por alguna de sus numerosas amantes, porque la perspectiva de ser su pareja le provocaba una extraña sensación en la boca del estómago.
Estuvo a punto de pedir un enorme gin tonic para relajarse, pero mientras seguía a Nik hasta el bar, se sintió ridícula y pidió su habitual agua fría. Desde que Kezia se casó, Ottesbourne se había convertido en su segundo hogar y esperaba disfrutar de una agradable velada. El sexy primo de Nik no iba a alterarla.
Se relajó un poco y empezó a conversar con los demás invitados. «Puede que Damon no venga», pensó, irritada por la desilusión que sintió. Como jefe de Kouvaris Construction, se dedicaba personalmente a cada aspecto del negocio, y llevaba un alocado estilo de vida, repleto de viajes de negocios. A lo mejor había sido requerido para ocuparse de algún problema, como sucedió el día que se conocieron en Zathos, la isla privada que Nik tenía en el Egeo, hacía dos meses.
La conversación era entretenida y distendida, pero un repentino cosquilleo en la piel le puso de punta el vello de la nuca. Su sexto sentido le advirtió de que era observada y, al girarse, vio aparecer una figura en la puerta de la terraza.
¡Damon!
De inmediato ella quedó maravillada ante su imponente estatura y la envergadura de sus hombros. Fuerte y musculoso, con el sol del atardecer al fondo, casi hubiera pasado por algún personaje de la mitología griega. Ella se enfadó consigo misma mientras intentaba no mirarlo, pero él había atrapado su mirada y ella tragó con dificultad ante la sexualidad reflejada en sus oscuros ojos.
–Damon, ahí estás –dijo Nik con una sonrisa–. Conociste a Anna en Zathos, durante el bautizo de Theo, ¿te acuerdas?
–No me he olvidado –contestó secamente–. Me alegro de verte, Anna.
Su voz era suave y melodiosa y a Anna le recordó el sonido de un violonchelo. Tenía un fuerte acento griego. Nunca antes había sonado su nombre tan sensual. Un escalofrío la recorrió mientras forzaba una breve e impersonal sonrisa.
–¡Señor Kouvaris! Qué alegría verle de nuevo –ella alargó la mano y se quedó sin aliento cuando él la agarró y la atrajo hacia sí. Antes de poder reaccionar, bajó la cabeza y la besó en ambas mejillas haciendo que se le pusiera la piel de gallina.
Por su carrera como modelo, ella viajaba mucho y estaba acostumbrada al saludo europeo, pero su abrumadora reacción ante Damon hizo que se sonrojara. Se apartó bruscamente mientras se le aceleraba el corazón y sentía el calor en sus venas. La cabeza le daba vueltas como si se hubiese bebido una botella entera de champán, y respiraba con dificultad.
–¿Qué tal está, señor Kouvaris? –consiguió decir mientras sentía aumentar su irritación al ver la sonrisa de Damon, indicativa de que era consciente de la reacción que había provocado en ella.
–Muy bien, gracias –dijo seriamente–. Me llamo Damon, por si te habías olvidado –añadió en un tono que reflejaba una confianza que a ella le faltaba–. Creo que podemos dejarnos de formalidades, ¿no, Anna? A fin de cuentas, somos casi familia.
–No sé muy bien cómo has llegado a esa conclusión –Anna enarcó las cejas, agradecida porque sus años de experiencia le permitían mantener una apariencia y una voz relajada a pesar del caótico martilleo de su corazón.
–Soy el primo de Nik, y tú eres la mejor amiga de Kezia, prácticamente sois hermanas –sin que ella se diera cuenta, Damon la había empujado hacia una esquina, ligeramente apartada del resto. Estaba demasiado cerca para su gusto, incapaz de dejar de mirarlo o de apreciar el contraste entre su piel era morena y la blancura de los dientes que mostraba al sonreír.
No era un hombre atractivo a la manera convencional y no poseía la perfección de rasgos que compartían los modelos con los que ella trabajaba. Tenía la nariz ligeramente aguileña, unas espesas cejas negras y la mandíbula cuadrada. La enorme envergadura de sus hombros y su fuerte complexión añadían un toque de rústica masculinidad. Pero lo que más llamaba la atención de Anna era su boca, sensual y de labios carnosos.
Su beso no iba a ser de tierna seducción, pensó ella mientras se humedecía el labio inferior. Damon exhalaba un magnetismo sexual que advertía de que exigía una entrega total. Era un amante desinhibido y posesivo que utilizaría su boca a modo de instrumento de tortura sensual.
¿Por qué se le había ocurrido esa idea?, se preguntó ella mientras centraba su mirada en la inmaculada camisa blanca. Ella era alta, pero se sentía como una enana a su lado, intimidada por la fuerza latente de su ancho y musculoso pecho.
–Vaya, Anna –su voz acarició cada sílaba del nombre–, estás increíble. Has estado fuera –sus ojos recorrieron su cuerpo mientras apreciaban su ligero bronceado–. Sudáfrica, ¿no?
–Pues sí, pero ¿cómo…? –ella dio un respingo. Debía de habérselo dicho Kezia, a fin de cuentas no es que fuera un secreto de estado.
–Lo averigüé en tu agencia –admitió él sin atisbo de vergüenza en sus oscuros ojos cuando ella lo miró indignada.
–¿Por qué? –preguntó ella contrariada, incapaz de disimular su confusión ante el aparente interés que él mostraba por ella. Al conocerse en Zathos, él no se había molestado en ocultarle su desprecio hacia la profesión de modelo. De hecho, ella tenía la impresión de que la creía una muñeca descerebrada–. La agencia no da esa clase de información a cualquiera.
–A mí sí me la dieron, pero es que yo no soy cualquiera –afirmó con increíble arrogancia–. Soy Damon Kouvaris, y en cuanto les convencí de que era amigo tuyo, fueron de lo más amables.
–Pero no eres mi amigo. Apenas nos conocemos. Sólo nos hemos visto una vez, y el hecho de haber bailado juntos en el bautizo de nuestro ahijado no nos convierte en hermanos de leche.
Anna se hubiera tragado sus palabras. Su pecho se agitaba por el peso de la emoción y se comprimía bajo el ajustado vestido.
–Ahí lo tienes. Acabas de mencionar el inquebrantable nexo de unión entre nosotros: Theo, nuestro ahijado –afirmó Damon cuando ella lo miró perpleja–. Yo diría que es una buena razón para conocernos mejor. Incluso es nuestro deber.
Anna se dio cuenta, furiosa, de que se burlaba de ella. Cuando Kezia le propuso ser la madrina de su hijo adoptivo, ella se mostró encantada. Era un honor y se había jurado estar a la altura mientras viajaba hacia Zathos para conocer al padrino.
Desgraciadamente, el atractivo primo estaba lejos del ángel guardián que ella había imaginado que Kezia elegiría para su hijo, pero había sido elección de Nik, que le tenía en gran estima y eso le bastaba a su mejor amiga. Anna no tuvo más remedio que apartar sus dudas, pero no era capaz de imaginarse a Damon mostrando el menor interés por un niño.
De lo que no cabía duda era de su interés por las mujeres. Era un animal sexual casi primitivo. Una mirada de sus oscuros ojos bastaba para que a las mujeres les temblaran las rodillas. Anna lo sabía por propia experiencia. Las rodillas le habían fallado en el instante de serle presentado y en ese momento era consciente del temblor de sus piernas.
–Siento interrumpiros, pero si no pasamos a cenar, la señora Jessop entrará en combustión espontánea –el tono alegre de Kezia sirvió para aliviar la tensión que agarrotaba a Anna.
–Vayamos entonces –Damon se hizo a un lado mientras sonreía a la anfitriona–. Anna, me he dado cuenta de que esta noche no tienes pareja –murmuró con una voz aterciopelada que le provocó un escalofrío en la columna vertebral–. Yo también estoy solo y me encantaría acompañarte.
La propuesta era perfectamente razonable, tuvo que reconocer Anna, que asintió con una sonrisa forzada mientras le permitía que la tomara por el brazo.
Mientras avanzaban hasta la mesa, ella fue consciente del roce del muslo de él contra el suyo y se puso rígida. ¿Qué le pasaba? Era Anneliese Christiansen y su apodo, bien merecido, era «princesa de hielo». Nadie la había pillado con la guardia baja, jamás, y le enfurecía ver que el arrogante y presuntuoso griego tenía la capacidad de alterar su equilibrio.
Nunca más, se juró cuando Damon le sujetó la silla para que se sentara antes de hacerlo él mismo a su lado. Ella percibió su loción para después del afeitado, una mezcla especiada y exótica que volvió locos sus sentidos y le obligó a hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para extender la servilleta y sonreírle con un aire de seguridad que no sentía.
Él se mostraba demasiado insistente, demasiado confiado y ella decidió obsequiarle con la fría indiferencia que había llegado a perfeccionar hasta convertir en un arte.
El primer plato consistió en un delicioso cóctel de marisco compuesto de gambas sobre un lecho de lechuga y una deliciosa salsa. Anna no había comido nada desde su desayuno de yogur y fruta, y llevaba todo el día en tensión ante la perspectiva de volver a ver a Damon.
–¿Te gustó el viaje a Sudáfrica? Los paisajes son increíbles.
–Fue un viaje de trabajo, sin tiempo para hacer turismo –la sensualidad de su voz la envolvía, y apenas podía tragar. El viaje, como siempre, se había centrado en los vestíbulos de hotel, con unos días en la playa para pasar unos modelos de trajes de baño.
–Es una lástima. Las flores silvestres de la sabana son increíbles en esta época del año. ¿Siempre trabajas con unos horarios tan ajustados? –preguntó Damon en un tono que dejaba claro que no le interesaba demasiado recibir explicaciones sobre modelitos.
–Por sorprendente que parezca, el trabajo de modelo es una profesión muy exigente que yo me tomo muy en serio. Me pagaron por hacer un trabajo en Sudáfrica, no para disfrutar de vacaciones pagadas.
–Tu actitud es encomiable –le aseguró Damon, aunque ella detectó un destello de humor en su mirada.
A ella le enfurecía la opinión de que las mujeres hermosas no tenían nada en la cabeza. Estuvo a punto de explicarle que acababa de terminar el cuarto año de la carrera de Económicas por correspondencia, pero se lo pensó mejor. ¿Qué importaba lo que Damon Kouvaris pensara de ella? Su opinión le traía sin cuidado.
De repente descubrió que ya no tenía apetito. Sin embargo, él comía con entusiasmo. Ella no le quitaba ojo, pendiente de cada uno de sus movimientos.
Por la breve conversación mantenida en Zathos, ella sabía que su padre había insistido en que él lo aprendiera todo sobre el negocio de la construcción. Su familia sería dueña de la multimillonaria Kouvaris Construction, pero Damon había empezado como peón.
Tras veinte años, era un experto en la materia y podía pasar la mayor parte del tiempo en la sala de juntas y no en la obra, a pesar de lo cual conservaba el increíble físico adquirido con el trabajo duro. Sus manos eran fuertes y bronceadas. Bronceado adquirido bajo el ardiente sol de Grecia. Ella no pudo reprimir un escalofrío ante la idea de esos dedos acariciando su cuerpo.
Debía de ser una sensación algo abrasiva. Ella se preguntó si el oscuro vello que tenía en las muñecas se continuaría por el resto del cuerpo. Sin duda, en el pecho sí lo tendría. ¿Se afeitaría el vello corporal como la mayoría de sus compañeros modelos?
En el mundo superficial en el que ella se movía, la abrumadora masculinidad de Damon era inusual e inquietante, pero incuestionablemente sexy. Evocaba en ella pensamientos y sentimientos inesperados y escandalosos. Su tensión le pasó factura y se atragantó con una gamba.
–Tranquila, intenta beber un poco de agua –sus atenciones hicieron que las lágrimas afloraran a los ojos de ella mientras bebía un sorbo de agua del vaso que él le ofrecía–. ¿Mejor? –sus ojos no eran negros, como ella pensó al principio, sino de un profundo caoba oscuro y aterciopelado.
–Sí, gracias –murmuró ella mientras intentaba recuperar la compostura. Gran parte de su vida la había pasado en actos sociales en compañía de algunos de los hombres más atractivos del mundo, y Damon Kouvaris no iba a ser demasiado para ella.
Se sirvió el plato principal, pero Anna no hizo justicia a la excelente cocina de la señora Jessop y se dedicó a juguetear con el tenedor para aparentar que comía.
–¿No tienes hambre, o es que eres una de esas mujeres que cuenta cada caloría que ingiere? –le murmuró Damon al oído–. Tienes un cuerpo espectacular, Anna, pero no me gustaría que estuvieras más delgada –añadió sin importarle la mirada furiosa que ella le dedicó.
Sus palabras fueron la gota que colmó el vaso. ¿Cómo se atrevía a hacer comentarios personales? Ella no iba a darle la oportunidad de ver su cuerpo, se juró Anna sin darse cuenta de que él podía leer esos pensamientos que habían oscurecido sus ojos hasta un tono cobalto.
Anna Christiansen era exquisita, fina como una figurita de porcelana, admiró Damon, incapaz de apartar la mirada de la delicada belleza de su rostro. Sus rasgos eran perfectos y la inclinación de su boca era toda una invitación de sensualidad que él ansiaba aceptar.
No se podía viajar a ninguna parte del mundo sin ver su rostro en algún cartel publicitario o revista. Él había leído que la empresa de cosméticos que ella representaba le había ofrecido un contrato multimillonario, y no era de extrañar. Llevaba su pelo rubio recogido en un moño y sus enormes ojos estaban cuidadosamente maquillados. Era el referente de toda mujer y la fantasía de cualquier hombre con sangre en las venas.
Al fijar su mirada en la suave curva de su boca, su cuerpo reaccionó involuntariamente ante los labios escarlata, brillantes y húmedos, y tan malditamente sexy que él sintió una oleada de calor.
La había deseado desde la primera vez que la vio en Zathos, pero el bautizo de su ahijado no era momento para ceder a sus deseos carnales. Anna, evidentemente, había pensado igual. Lo había tratado con una fría indiferencia que le había divertido e intrigado, sobre todo porque su pose no había ocultado la feroz atracción que sentía por él.
Él había notado el rubor de sus mejillas cada vez que se acercaba a ella. Sin duda formaba parte de una actuación impecable, pero la inocencia de ese rubor, junto con su aire sensual, le había obligado a contenerse para no tomarla en sus brazos y explorar esos tentadores labios con los suyos.
La llamada que lo había requerido en su empresa le había contrariado, sorprendentemente, porque, que él recordara, el trabajo había sido siempre su amante favorita, justo delante de su familia. Pero, por primera vez, había lamentado no poder quedarse más tiempo en Zathos para admirar a esa rubia de piernas torneadas que dominaba sus pensamientos.
Gran parte de los últimos dos meses los había pasado en Atenas dedicado a la tarea de reorganizar su vida personal, y sobre todo de terminar con su amante. No quería ninguna complicación en su camino hacia la conquista de Anna y contempló las lágrimas de Filia con irritación. Filia nunca había estado enamorada de él, sino más bien de su cartera.
Desde el principio había dejado claro, como hacía siempre, que no buscaba amor ni compromiso. Filia había terminado por consolarse con algunos regalos caros, de modo que él se encontraba libre y dispuesto a descubrir si la química que había sentido entre Anna y él en Zathos era tan explosiva como prometía.
Observó que Anna le hablaba y se esforzó por vaciar su mente de la erótica fantasía de explorar su cuerpo. Dedujo por el tono de ella que la había enfadado y sus labios se curvaron ante la mirada furiosa que ella le dedicó.
–No veo por qué mis hábitos alimentarios pueden ser de tu incumbencia. Llevo una dieta normal y sana –le dijo indignada.
–Me alegra oírlo. Así podrás cenar conmigo mañana. Te recogeré a las siete.
Otro invitado llamó su atención, mientras Anna hervía en silencio y esperaba una oportunidad para dejarle claro que no estaba disponible al día siguiente, ni nunca, para él.
¿Cómo se atrevía a dar por hecho que ella aceptaría alegremente? No era más que otra prueba de que él pensaba que era una rubia tonta, incapaz de pensar por sí misma. Era el hombre más arrogante que había conocido jamás y, en cuanto pudiera, le rechazaría sin más.
Para su pesar, Damon no le hizo ni caso durante el resto de la velada y ella se preguntaba si Kezia se enfadaría si se marchaba con el pretexto de un dolor de cabeza cuando él volvió a dirigirse a ella.
–¿Te apetece ir a algún sitio en especial mañana? –preguntó con toda naturalidad.
–Me temo que voy a rechazar tu amable invitación –Anna le dedicó una de sus sonrisas garantizadas para congelar al más ardiente admirador–. Mañana por la noche estoy ocupada.
–No hay problema –aseguró él–. Lo haremos la noche siguiente.
–También estaré ocupada.
–¿Y la siguiente? –él enarcó las cejas y habló en tono sardónico y aburrido.
–Me temo que no podré.
–No tenía ni idea de que ser modelo te quitaba tanto tiempo.
–No he dicho que fuera a trabajar –le espetó ella acaloradamente. ¿Tan grande era su ego que no aceptaba una negativa por respuesta?–. ¿No has pensado que puedo estar saliendo con alguien?
–¿Lo estás? –preguntó él tras una pausa.
–No –admitió ella, consciente de que habían atraído la atención del resto de los comensales de la mesa, sobre todo de Kezia.
–¿Y qué vas a hacer todas las noches de esta semana? –preguntó Damon desafiante.
Maldita sea. Había conseguido darle la vuelta a la conversación y hacer que ella se sintiera culpable por rechazar una sencilla cena. Ella no tenía por qué sentirse culpable. Si él era tan engreído como para pensar que estaba disponible para él, se merecía un buen rechazo.
–Me voy a lavar el pelo –soltó sin molestarse en ocultar la acritud en su voz y mientras lo miraba a la espera de su reacción.
–No se puede negar que vives una vida plena –murmuró mientras sonreía divertido. Luego se volvió hacia otro comensal y dejó a Anna con la sensación de haber perdido el primer punto.
Ella era consciente de las miradas, ligeramente avergonzadas, del resto de la mesa y notaba sus mejillas ardientes. Lo había conseguido ¿no? Damon había dejado claro que ya no sentía interés por ella. ¿Por qué se sentía tan mal?
Ella no quería cenar con Damon, pero las palabras sonaron tan falsas como cuando Kezia le pidió una explicación.
–Pensé que te gustaba Damon –dijo su amiga, tras pedirle a Anna que subiera con ella a ver a Theo–. Sólo te ha invitado a cenar, Anna, no te ha pedido que te metas en su cama.
–Tuve la impresión de que una cosa no era más que el preludio de la otra –contestó Anna secamente–. Tú misma dijiste que Damon Kouvaris es un famoso mujeriego y no tengo intención de convertirme en otra de sus conquistas.
–Pues es una pena –murmuró Kezia en voz casi inaudible, aunque no lo suficiente.
–¿Qué quieres decir, exactamente?
–Que no puedes pasarte la vida rechazando a la gente por miedo.
–No tengo miedo de Damon –contestó Anna, aunque no era del todo cierto. El enigmático griego la alteraba más de lo que quería reconocer.
–¿Cuándo aceptarás que los pecados de tu padre no se repetirán en cada hombre que conozcas? –Kezia suspiró–. No todos los hombres son adúlteros en serie.
–¿De verdad sugieres que Damon podría ser un amante dedicado y fiel? –preguntó Anna–. Su récord es apabullante. Sé cómo es, Kezia. Todos los días conozco a hombres como él y, confía en mí, sólo le interesa una cosa. Y no la conseguirá de mí –salió de la habitación con Kezia y dio un respingo cuando una figura emergió de entre las sombras.
–¡Damon! Nos has asustado –dijo Kezia mientras Anna rezaba por que se la tragase la tierra.
–Lo siento. Nik dijo que estabais con Theo y quería echarle un vistazo a mi ahijado. Espero no haberos interrumpido –dijo mientras sonreía sin apartar la mirada de Anna.
–En absoluto, sólo… charlábamos –murmuró ella mientras se ruborizaba.
–Ya lo he oído –dijo él en un tono aburrido. Anna había estado a la defensiva toda la velada y él supuso que era por hacerse la inaccesible, un juego que a él le divertía para un rato. A menudo, la excitación de la caza era lo mejor de una relación.
Pero los retazos de conversación que había oído entre Anna y Kezia le hicieron cambiar de idea. La prensa había exagerado su fama de play boy, pero desde luego no era ningún santo, admitió.
No sabía nada sobre la situación familiar de Anna, pero si su padre era realmente un adúltero, eso explicaba su resistencia a admitir la atracción que sentía por él. Atracción que, sin embargo, estaba ahí. Ya no le quedaba ninguna duda tras ver cómo ella había sido incapaz de apartar la mirada de él durante toda la velada.