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eLit 390 Caleb Payne era un empresario de éxito y un soltero empedernido que conseguía lo que quería en la sala de juntas, ¡y también en el dormitorio! Bryna Metaxas había invertido sus emociones en la empresa familiar. Estaba a punto de cerrar un trato de negocios con Caleb, un trato que la asombraría en todos los sentidos, y del que iba a disfrutar hasta el último instante…
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Seitenzahl: 195
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2011 Tori Carrington
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Sesiones privadas, n.º 390- septiembre 2023
Título original: Private Sessions
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 9788411803632
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Dedicamos este libro a las mujeres de todo el mundo que aman a los chicos malos…
Y a Julie Chivers y a la extraordinaria editora Brenda Chin: ¡Sois estupendas!
—Las relaciones sexuales magníficas ya no son suficientes para mí, Caleb. Ya no.
Demonios. Lo de siempre…
Caleb Payne estaba frente al ventanal de su ático, con la vista fija no en la bella mujer que había pronunciado aquellas palabras, sino en la vista que había más allá del cristal. Los contornos de la ciudad de Seattle brillaban contra el cielo nocturno. Él apretó el vaso de whiskey y lo apuró de un trago. Después, lentamente, se secó los labios con el dorso de la mano mientras observaba, por fin, la imagen de Cissy en el cristal.
¿Cómo era posible que una mujer tan atractiva le resultara indiferente? Pese al vestido rojo, escotado y ajustado que llevaba, y pese a su cabello rubio que le caía suavemente hasta los hombros, él quería mirar a cualquier sitio salvo a ella.
Sus ojos se posaron en su busto. Corrección: quería mirarla a ella en cualquier otra parte que no fuera su rostro suplicante.
Instintivamente, ella se cruzó de brazos para impedirle la visión.
—Lo único que puedo darte es sexo —respondió Caleb, volviéndose hacia ella lentamente—. Te lo dije desde el principio.
Había visto llegar aquello desde el principio de la noche cuando había ido a buscarla en la limusina a su apartamento del centro para ir al baile de beneficencia al que habían asistido.
En realidad, si era sincero, había visto llegar aquello desde que se conocieron.
No le agradaba saber que había dado en el clavo al pronosticar el calendario de su relación desde que la había conocido. Al tercer mes, ella había empezado a hablar de exclusividad. Eso no era un problema, porque Caleb era cauteloso y prefería mantener una relación a cada vez. Al cuarto mes, ella había empezado a hablar de vivir juntos, conversación que él había evitado habilidosamente.
Y aquella noche, una semana antes de cumplir seis meses, ella había expuesto su plan para ir más allá.
—Yo nunca te he mentido, Cissy —le dijo él—. Desde el principio sabías cómo iban a ser las cosas.
—Pero las cosas cambian. La gente cambia.
—Yo no. Nunca.
El dolor se reflejó en el rostro de la muchacha, pero él permaneció impasible. Se preguntó si Cissy iba a decir lo mismo que habían dicho tantas mujeres antes que ella, e iba a llamarlo desgraciado y cruel.
Si lo hacía, tendría razón. A él lo había criado una madre soltera y no había conocido a su padre, aunque el hombre siempre había estado cerca, presente, aunque sin ser una presencia. Pero Caleb nunca había querido nada material… bueno, una terapeuta con la que había salido le había dicho que se había quedado emocionalmente atrofiado por cómo había sido educado.
Había sido un niño ilegítimo en una época en que no se toleraban aquellas cosas. Y sus iguales no habían permitido que lo olvidara.
Allí era donde entraba la parte cruel.
En realidad, tal vez Cissy quisiera algo más en aquel momento, pero dentro de una semana, o tal vez dos, se sentiría aliviada por no haber tenido éxito con sus esfuerzos. En otro lugar habría un hombre que podría darle lo que quería.
Se acercó al bar y se sirvió otro dedo de whiskey mientras esperaba la pregunta siguiente.
—¿Casarse no entra en tus planes? —susurró Cissy.
Él se encogió por dentro.
Por una vez, le gustaría equivocarse. Le gustaría salir con alguna mujer que fuera impredecible, que lo sorprendiera. Alguien que disfrutara de los momentos que pudieran pasar juntos, sin planes, sin estratagemas para conseguir algo más.
Alguien que no quisiera algo que él era incapaz de dar.
Negó con la cabeza.
—No.
Oyó que ella se movía. La imaginó recogiendo su abrigo. Mirando en el interior de su bolso. Tal vez sacando un pañuelo de papel para sonarse la nariz. Y después, caminando hacia la puerta.
—Bueno, entonces supongo que esto es un adiós —dijo ella con un tono a medias acusador, a medias esperanzado.
Él asintió de nuevo sin volverse.
—Adiós, Cissy.
Silencio. Unos momentos después, la puerta se cerró tras ella. Caleb se bebió el whiskey. Una pena. Le gustaba Cissy. Había sido agradable ser su amante.
Suspiró, y se dirigió hacia el despacho, hacia la única cosa que nunca le pedía nada más, que nunca se quejaba ni cuestionaba ni exigía, ni dejaba de fascinarle: el trabajo.
Cuanto más cambiaban las cosas, más iguales permanecían.
Bryna Metaxas se sentía exasperada por su trabajo y por el estado actual de su vida amorosa, o más bien por la falta de ella, y frustrada por todo en general.
Estaba sentada en su pequeño despacho del viejo aserradero donde se encontraba Metaxas Limited, en Earnest, Washington, sin ver las colinas verdes y cubiertas de pinos que se extendían más allá de la ventana que tenía detrás.
Estaba demasiado ocupada intentado no pensar en la reunión semanal de los martes a la que había asistido aquella mañana, y en la que habían vuelto a marginarla. Se preguntaba por qué la incluía en aquellas reuniones su primo mayor, Troy, si no iba a dejar que hiciera nada más importante que tomar notas y hacer seguimiento de detalles insignificantes. Le sorprendía que no le hubiera pedido que les sirviera el café a los doce asistentes mientras daban sus ideas sobre la dirección que debía tomar la empresa, después de que el trato con el que habían estado trabajando con el millonario griego Manolis Philippidis hubiera quedado en nada.
Quedar en nada. Aquélla era una descripción eufemística de lo que había sucedido. Sería más apropiado decir que todo había acabado en un desastre.
Bryna respiró profundamente. ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando en la empresa? Casi dos años. Y aunque cada seis meses recibía un informe positivo sobre su labor y un aumento salarial, estaba haciendo las mismas cosas sin importancia que comenzó haciendo el día que la contrataron.
En cualquier otra empresa, se habría despedido ya hacía tiempo. Pero aquélla era una operación familiar… y ella era parte de la familia.
Además, era residente de Earnest, y tenía interés en que su plan funcionara para beneficiar a la comunidad. Una de las asignaturas secundarias de Bryna en la universidad había sido Energías Limpias, y ella tenía un mejor conocimiento de aquellas tecnologías emergentes que cualquiera de sus dos primos.
Bryna suspiró y se apartó el pelo de la cara. Tenía sobre el escritorio tres versiones diferentes de su proposición. Eran variaciones sobre la proposición original, que ella había preparado meses antes, pero por la que su primo no había mostrado interés. Bryna pensó que, después de que sucediera la debacle Philippidis, tendría una oportunidad. Pero no. En realidad, Troy estaba incluso menos interesado en echarle un vistazo a sus ideas, por muchos muros con los que él se topara por el camino.
Al final, había decidido que tendría que intentarlo por sí misma.
Eran poco más de las once, y Bryna llevaba en las viejas oficinas del aserradero desde las seis de la mañana, con un cosquilleo en el estómago al pensar en que iba a hacer aquello sola. Y si algo de aquel cosquilleo se debía a quién era la muy atractiva persona a la que había decidido aproximarse en primer lugar… bueno, no iba a admitirlo, aunque reconocía que hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la atención masculina. Y aquel hombre atractivo y soltero, en concreto, no era precisamente alguien falto de habilidades en aquel sentido.
En cualquier caso, si su plan funcionaba tal y como ella había pensado, se convertiría en alguien importante en el negocio, en vez de desempeñar un papel secundario como hasta entonces.
Por supuesto, si sus primos Troy y Ari averiguaban lo que se proponía, seguramente la despedirían instantáneamente sin tener en cuenta los lazos familiares.
Oyó la voz de Troy en el pasillo, junto a la puerta de su oficina. Rápidamente, Bryna puso una carpeta sobre las proposiciones y tomó un bolígrafo para fingir que estaba concentrada en su trabajo de contabilidad.
—Hola, Bry —dijo Troy, apoyándose contra el quicio de la puerta, como hacía siempre.
Todo lo que se decía de sus primos era cierto. Eran poderosos e increíblemente guapos, como dioses griegos en carne y hueso, y capaces de dejar sin habla a cualquier mujer que hubiera a su alrededor.
Ari ya no era libre, claro, pero Troy…
—Tienes un aspecto deplorable —le dijo Bryna.
Era verdad. Estaban en pleno verano, y su primo estaba pálido como un fantasma. Y muy cansado.
El motivo de aquello estaba relacionado con el cambio en el estado civil de Ari. Un mes antes, los dos hermanos habían ido a Grecia para asistir a la boda de Philippidis y a cerrar un trato con el novio, un trato que pondría a la empresa en el buen camino. Y que salvaría a Earnest, el antiguo pueblo donde estaba el aserradero y que era el hogar de todos ellos, y que recientemente había alcanzado una tasa de paro del veinticinco por ciento, la más alta de sus ciento veinticinco años de historia.
Sin embargo, el trato no había cristalizado, y no por culpa de Troy. Más bien, había sido el enamoramiento de Ari con la novia de Manolis Philippidis lo que había dado al traste con el trato, y además, había empeorado la situación de la empresa.
Y aquello le rompía el corazón a Bryna. Metaxas Limited era un negocio familiar. Troy… ¿Qué iba a hacer Troy sin la empresa que habían construido su abuelo y su padre? Troy vivía, comía y respiraba por Metaxas Limited.
Tanto Troy como Ari eran mucho más que primos para ella: eran sus hermanos. Cuando sus padres murieron en un accidente de avioneta, Bryna no era más que una niña, y su tío la había acogido generosamente en su casa, con sus dos hijos. Su esposa también había muerto hacía mucho tiempo.
No fue fácil ser la única mujer en una casa llena de hombres Pero había sido interesante. Bryna recordaba la primera vez que había llevado a un chico a estudiar con ella a casa, cuando tenía quince años. Troy y Ari habían invitado a Dale Whitman a salir con ellos fuera para charlar un momento, después de haberlos pillado a su prima y a él dándose un beso por encima de los libros de química. Al ver que Dale no volvía al salón después de quince minutos, Bryna había salido a buscarlo. Y se lo había encontrado atado por los tobillos a una rama del viejo roble del jardín trasero.
Sus primos lo habían asustado tanto, que no sólo no había vuelto, sino que ningún otro novio se había atrevido a ir a la finca Metaxas nunca más, puesto que la historia había tomado vida propia y había crecido hasta alcanzar unas proporciones mitológicas, de las que los mismos griegos habrían estado orgullosos.
Y aquella empresa era su Monte Olimpo.
Por eso, Bryna había decidido que ya era hora de ponerse a defenderla.
Su primo se rió suavemente al oír el comentario, y se frotó la barbilla recién afeitada.
—Vaya, gracias. Justo lo que necesitaba oír esta mañana.
Bryna hizo un mohín.
—Sólo digo lo que veo.
—Sí, bueno, tal vez ésa sea una de las razones por las que no has conseguido el ascenso que querías.
—Eso es injusto. Ahora te estoy hablando de prima a primo, no de empleada a jefe.
—¿Y cuál es la diferencia?
Ella sonrió.
—Yo sería mucho más agradable si no fuéramos familia.
Consiguió ocultar su verdadera reacción a la negativa de su primo a ascenderla. Quería que la incluyeran al mismo nivel, demonios. ¿Era demasiado pedir? Sólo tenía veinticuatro años, de acuerdo, pero se había graduado con sobresaliente cum laude en la universidad, y tenía un máster en administración de empresas. Y estaba a la altura del trabajo.
Además, ni siquiera había pedido un aumento de sueldo. Sólo había pedido que le dieran algo superior a asociada junior, que no era más que una secretaria con pretensiones.
Troy le había dicho que no. Otra vez. Que la empresa iba a suspender todos los ascensos por el momento.
Ella frunció los labios y bajó los ojos hasta su mesa. En concreto, miró las propuestas que tenía que entregarle al principal consultor de Manolis Philippidis, nada menos.
—Oh, Dios mío, ¿es ésa la hora? —preguntó de repente, y se levantó de la silla.
Troy la miró con desconcierto.
—¿Es que tienes alguna cita?
—Sí —respondió Bryna de repente mientras se ponía la chaqueta del traje y se la abotonaba.
—¿Puedo preguntarte con quién?
Ella mintió.
—Tengo hora en la peluquería, en Seattle. ¿Te gustaría venir en calidad de ayudante?
Él se rió.
—Gracias, pero creo que no.
—Tal vez debieras venir. Te vendrían bien unos rayos uva.
Discretamente, Bryna metió las propuestas en su maletín, y se dirigió hacia la salida, pasando por delante de su primo.
—Muy graciosa.
—Hasta luego, entonces.
—Como ya es martes, ¿por qué no te quedas allí, y vuelves el domingo?
Su horario normal era marcharse a su pequeño apartamento de Seattle todos los miércoles por la noche, pasar dos días trabajando desde allí, y después volver a casa, a la finca Metaxas, los domingos por la mañana, para comer allí y comenzar el ciclo de nuevo.
—No, volveré esta tarde —dijo ella.
Mientras Bryna se dirigía a las viejas escaleras de metal y al aparcamiento, más allá de las puertas del aserradero, no sabía lo que le molestaba más: que estuviera nerviosísima, o que Troy ni siquiera le hubiera dado importancia al hecho de que ella se marchara a media mañana.
Aquello hablaba de lo bien que pensaba su primo de ella y de su ética laboral.
Sonrió. Si todo iba tal y como había planeado, las cosas iban a cambiar muy pronto…
El vencedor se llevaba el botín.
Caleb sabía quién era Bryna Metaxas. Era familia del hombre indirectamente responsable del fracaso de su último negocio. Pero dado que ni su posición ni su fortuna personal se habían visto afectadas, él seguía siendo el vencedor.
Y ella, claramente, era el botín. Porque él no tenía ningún interés en hacer tratos empresariales con ella.
Se habían visto una vez, durante una reunión en Metaxas Limited. Mientras Manolis Philippidis hablaba de una trampa del contrato con voz monótona, Caleb apreciaba la notable belleza de Bryna. Era el tipo de mujer que quedaría perfecta en la cubierta de uno de los yates de Philippidis, con un bikini blanco y pequeño y unas gafas de sol sobre la nariz pequeña y con el pelo largo, oscuro, peinado hacia atrás, mientras un camarero le servía un martini. Caleb recordó que había pensado que era tan sexy como una diosa griega. Lo que no entendía era por qué querría estar asociada con los perdedores de sus primos. Sobre todo, teniendo en cuenta que Troy desechaba inmediatamente todas las ideas que ella proponía. Su forma de fruncir el ceño la hacía más atractiva.
Y estaba incluso mejor en aquel momento, mirándolo con una amplia sonrisa.
Aunque él hubiera preferido verla en bikini, y no con aquel traje severo, de color azul marino.
Estudió sin disimulo a la joven que acababa de entrar en su oficina, después de que él la hubiera hecho esperar durante media hora. Era un poco joven. Tal vez tuviera diez años menos que él. Sin embargo, las mujeres que tenían una edad más parecida a la suya llevaban un bagaje con el que Caleb no quería cargar. Llevaban el reloj biológico en el bolso de lujo, y eso siempre dictaba sus acciones.
Bryna era joven, y el tictac todavía sonaba lejos para ella. Y no llevaba un bolso de diseño, sino un maletín.
Además, el hecho de que fuera de la familia Metaxas le añadía más atractivo aún, una cierta atracción ilícita. Había sido Ari Metaxas quien había hundido uno de sus tratos más provechosos. No se trataba de la propuesta que se había echado a perder con los planes matrimoniales de Philippidis, sino de un contrato en el que Caleb había estado trabajando durante dos años, con una compañía de Dubai, y que habría creado uno de los conglomerados empresariales más grandes de su tiempo.
El mismo contrato que Philippidis, con su sed de venganza hacia los Metaxas, y hacia su prometida infiel, había arruinado sin remedio.
—Gracias por recibirme —dijo Bryna, mientras se cambiaba el maletín de una mano a otra para tenderle la mano derecha a modo de saludo.
—De nada —dijo él.
¿Su piel era verdaderamente tan suave? Caleb se quedó aferrado a sus dedos sin reparo, acariciándole el dorso de la mano con el pulgar.
A Bryna se le dilataron las pupilas en los iris verdes al notar las libertades que él se estaba tomando. Sin embargo, en vez de retirar la mano inmediatamente, ella mantuvo su mirada y permitió que la chispa que había entre ellos estallara y pasara de su piel a la de él. Caleb notó el calor extendiéndose por todo su cuerpo, hasta sus ingles.
Se tomó un momento para imaginársela quitándose aquel bikini blanco, quedándose totalmente desnuda…
Bryna carraspeó y apartó suavemente la mano, acabando así con la imagen sexual.
—Tengo tres propuestas que me gustaría mostrarle —dijo entonces, mientras se sentaba en una de las sillas que había frente al escritorio, y puso el maletín junto a sus tobillos esbeltos y delicados.
Ella sacó unos documentos del maletín y se los tendió a Caleb.
Él no hizo ademán de tomarlos. En vez de eso, miró las piernas de Bryna desde los tobillos, pasando por las pantorrillas, llegando hasta donde se había situado el bajo de su falda, un poco más arriba de las rodillas.
Bryna puso las propuestas en el escritorio.
—Estoy segura de que, cuando haya tenido tiempo de revisarlas, comprobará que asociarse con Metaxas Limited sería muy beneficioso para todos.
—¿Sabe Troy que ha venido?
Caleb había estado varias veces con sus primos, y se había hecho la idea de que era Troy, el mayor, quien estaba a cargo de los negocios. Y de que era un maníaco del control. Muy parecido a él mismo, en realidad.
Bryna desvió la mirada, y él se sintió intrigado.
Tuvo la sensación de que nadie sabía que ella había ido a hablar con él.
Caleb se sintió más atraído por aquella mujer. A juzgar por su reacción cuando se habían tocado, supo que sería muy fácil iniciar una aventura con ella. Unas cuantas caricias sutiles, unos susurros, y ella se derretiría como la mantequilla sobre una tostada caliente.
Sonó el interfono.
Su secretaria. Él le había pedido que interrumpiera la reunión en cinco minutos.
El problema era que no sabía si quería que terminara aquella reunión con Bryna Metaxas.
—Discúlpeme —dijo él.
—Claro. Adelante.
Él descolgó el auricular y escuchó durante un momento, sin apartar la vista de las curvas de Bryna. Después, colgó.
—Disculpe —dijo entonces, aunque sentía una extraña reticencia que le sorprendía—, pero parece que debo atender una conferencia.
Ella asintió.
—Por supuesto —dijo, y se levantó—. Le agradezco el tiempo que me ha dedicado. Por favor, llámeme a la oficina cuando haya tenido tiempo para revisar esas propuestas —añadió, y comenzó a darse la vuelta para marcharse.
Sin embargo, él preguntó de repente:
—¿Por qué me ha elegido a mí, señorita Metaxas?
Ella tragó saliva.
—No entiendo la pregunta.
—¿Por qué no ha ido directamente a ver a Philippidis?
Entonces, Bryna sonrió con ironía.
—Me pareció que tenía más oportunidades de conseguir algo con usted, teniendo en cuenta las circunstancias. Usted es un consultor independiente, ¿no? Aunque esté asociado con Philippidis, no es su empleado —dijo, encogiéndose de hombros—. No podemos contar con Philippidis, pero tal vez usted y yo, trabajando juntos, pudiéramos conseguir otro socio para esta idea.
A él le gustó su seguridad, y admiró su aplomo. Era obvio que había pensado mucho en ello, aunque supiera que sus posibilidades de que él aceptara la propuesta eran escasas.
Él recogió las carpetas, miró la superior y se las tendió.
—Aunque me siento halagado, señorita Metaxas, me temo que no estoy interesado.
Inexacto. El problema era que estaba muy interesado en ella, pero en un sentido mucho más personal.
Ella tomó las carpetas con ademán vacilante, pero por su mirada, Caleb supo que le leía el pensamiento.
Él arqueó una ceja.
—¿Está seguro de que no hay nada que yo pueda hacer para convencerlo de lo contrario? —le preguntó Bryna.
Él sonrió.
—Estoy seguro.
Entonces, se acercó a ella, pensando que le sacaba más de diez centímetros de altura y más años de experiencia. Aunque la señorita Metaxas hacía gala de un buen instinto, no era rival para él en ningún sentido.
Entonces, ¿por qué quería averiguar hasta qué punto era un desafío?
Estaban a muy poca distancia, pero ella ni siquiera pestañeó. No se movió. No dio a entender, de ningún modo, que él la intimidara. Por el contrario, parecía tan cautivada como él por la química que existía entre los dos.
—Me parece que debería advertirle de que ésta no será la última vez que tenga noticias mías —dijo Bryna en un susurro.
Caleb miró sus labios, y después sus ojos.
—Espero que no, señorita Metaxas.
Él la observó mientras ella sonreía por última vez y se volvía para marcharse. Se quedó inmóvil durante varios segundos después de que la puerta se hubiera cerrado.
Fascinante.
Se situó tras el escritorio y llamó a su secretaria para pedirle que hiciera una llamada por él. Entonces, notó que la muy astuta de la señorita Metaxas había dejado las propuestas en su mesa, pese a que él se las hubiera devuelto.
Sonrió, y le concedió puntos extra por lista…