Si no puede hacer nada por su cabeza, al menos arréglese la gorra - Ernst Jandl - E-Book

Si no puede hacer nada por su cabeza, al menos arréglese la gorra E-Book

Ernst Jandl

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Beschreibung

El primer poemario de Violeta Gil consiste en tres capítulos: "Antes del viaje", "América" y "Ayer volví" con el prólogo de Rodrigo García. Nuevo. Violeta Gil, conocida por su faceta de creadora y performer, y por ser una de los tres fundadores de la compañía de teatro La tristura, nos lleva en este poemario a su paso por Iowa, y el regreso a Madrid después de los años más duros de la crisis, con sus emociones de ritmos cambiantes.

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3.0 España

 

 

1ª edición, 2019

isbn: 978-84-19753-05-2

depósito legal: M-1847-2019

Este libro ha sido publicado gracias a una ayuda a la traducción otorgada por la Cancillería Federal (Bundeskanzleramt) de la República de Austria.

arrebato libros

c/ La Palma, 21. 28004, Madrid

www.arrebatolibros.com | [email protected]

Traducción: Sandra Santana

Maquetación y diseño: Alonso & Moutas Inc.Producción del ePub: booqlab

Este libro ha sido compuesto íntegramente utilizando la fuente Basier Square, diseñada por Atipo Foundry y publicada en 2018.

Para los derechos de la fotografía de la cubierta de George Oliver, se ha contactado con varias instituciones europeas intentando obtener el contacto directo de sus herederos. No habiéndolo logrado, si su uso supusiera algún problema los posibles perjudicados pueden ponerse en contacto con la editorial.

Hecho en Malasaña - Madrid

La sencillez embellece lo complicado

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«La afirmación “Mi escritorio está servido para todos” (…) no carece de ironía, pero su sentido no es exclusivamente irónico. Guarda relación con mi máxima (en el sentido de oración elemental o básica): “escribo diversos tipos de poemas”. Afirmación lapidaria que tuve que realizar en 1967 para rechazar las etiquetas que los teóricos de la literatura establecen con demasiada facilidad»1. Ampliar los márgenes de la poesía de modo que hubiera, como en un banquete abundante, suficiente para alimentar a quienes se acercan con hambre. La escritura de Ernst Jandl es el registro de un esfuerzo continuo para convertir en literatura cualquier cosa que se tenga a mano: ir a la compra, respirar, abrir la puerta de casa, esperar turno en la consulta del médico o salir a pasear al perro. Pero siempre midiendo y contemplando detenidamente cada palabra —esas que continuamente nos intercambiamos, arrojamos, susurramos o negamos— como si fuera única. Quiso abrir la lengua de la poesía al niño, al extranjero, al idiota que todos llevamos dentro para, con lo más simple (el trazo de un lápiz, unas pocas hojas con letra impresa), entregarnos la máxima recompensa: el rastro de otro que, como nosotros, también sufre porque la vida a veces es una carga pesada que dan ganas de abandonar. Y porque a veces revolotea tan ligera que, sabiendo que se desvanecerá irremediablemente, uno querría que durara para siempre.

Jandl nació en Viena en 1925, en el seno de una de tantas familias católicas de clase media. Su madre, de la que heredó su afición a la literatura, murió pronto, y el pequeño Ernst pasó su infancia en la llamada «Viena roja». De aquella época guardó el recuerdo de los poemas opresivamente religiosos que se leían en casa, de los aparatosos desfiles nacionalsocialistas, y de la inquietante celebración de la anexión de Austria en la Plaza de los Héroes. La Segunda Guerra Mundial comienza cuando tiene catorce años y, una vez terminado el instituto, es reclutado por el ejército. Tras el intento de asesinato de Hitler en 1944, recibe órdenes de marchar hacia el frente occidental donde, con otros compañeros, se pasa al bando americano y es internado en el campo de prisioneros de Stockbridge, Inglaterra. Allí trabajará como interprete y prestará servicios en la biblioteca del presidio donde se encuentra, por primera vez, con la obra de Gertrude Stein. La escritura sin riendas de esta autora determinará más tarde la senda poética del propio escritor y se convertirá en un referente hasta el final de su vida. Así, de la guerra, trajo consigo, como muchos, la convicción melancólica de que «lo peor está siempre a la vuelta de la esquina». Pero, como pocos, también vislumbró entonces la posibilidad de reinventar mediante las estrategias de la vanguardia esa misma lengua alemana que había alimentado los disparates de aquel tiempo.

En la conservadora posguerra austriaca, Jandl comparte con los poetas del «Grupo de Viena» (al que pertenecieron, entre otros, H. C. Artmann, Konrad Bayer y Gerhard Rühm) el convencimiento de que la experimentación poética podía y debía servir para no olvidar. Sin embargo, pese a participar con ellos en reuniones y encuentros literarios, él siempre lamentó no ser lo que denominaba «un escritor independiente» para poder dedicarse exclusivamente a la literatura. Su aspecto anónimo, de traje y corbata, junto con la búsqueda de una cierta seguridad económica mediante una discreta ocupación como profesor de inglés en un instituto, le hacen marcar distancia de los círculos poéticos más radicales. Los poemas de su primer libro, Andere Augen (Otros ojos), acusaban la influencia de Bertold Brecht; una presencia que nunca le abandonaría, prestándole esa sobriedad que deja desnuda la palabra y la hace incuestionable. Pero tampoco dejó de acompañarle en su escritura, y cada vez se hizo más reconocible, el gesto de Kurt Schwitters y los dadaístas, a quienes se consideraba unido por el modo de afrontar con humor la tragedia humana y por su rechazo de teorías y sistemas. Su poesía también se muestra vinculada a ese movimiento trasnacional iniciado por el grupo Noigandres que fue la «poesía concreta» (y que Jandl conoció a través de Eugen Gomringer), si bien nunca llegó a identificarse completamente con sus premisas. En el relativo aislamiento de sus primeros años, el poeta encuentra, sin embargo, una compañera de vida y obra cuyos textos son tan distintos como pueden llegar a serlo dos hermanos: tampoco los poemas repletos de evocaciones interminables de Friederike Mayröcker se dejan fácilmente encasillar en movimiento alguno. A pesar de vivir juntos durante más de cincuenta años, nunca compartieron casa y, sus poéticas quedaron igualmente a la distancia que requiere profesarse la máxima admiración. En un poema dedicado a Mayröcker, Jandl decía que «la sencillez embellece lo complicado», mientras que «la complejidad embellece lo sencillo». Ambos se sitúan a un lado y a otro de esta afirmación y, haciendo lo mismo y lo contrario, en su escritura se percibe la obstinada tarea de quienes se sienten salvados por la literatura.

Debido a la tibia acogida inicial que sus poemas recibieron en Austria, Jandl busca editorial en Alemania donde comienza a despertar interés sobre sus textos. A partir de finales de los años sesenta llegan las publicaciones regulares de sus poemas —Laut und Luise, das künstliche baum (el árbol artificial), die bearbeitung der mütze (el arreglo de la gorra), peter und die kuh (peter y la vaca), etc.—, y con ellas los premios y las distinciones. Entre otros el otorgado por Fünf Mann Menschen (cinco hombres humanos, 1968), una de las piezas de teatro radiofónico realizadas en colaboración con Mayröcker y por la que reciben un importante reconocimiento en Austria. Pero junto a las publicaciones y obras radiofónicas, hay una dimensión de su poesía que va cobrando más y más peso a medida que avanza su carrera: las lecturas públicas. Gracias a ellas recibe la adoración de sus oyentes convirtiéndose en su faceta más recordada y llevándole a numerosos escenarios en Austria —pero también de Reino Unido, Alemania y Estados Unidos—donde deleita por igual a niños y adultos sacando eso tan bueno que unos y otros tienen en común: la risa. En una carta al poeta escocés Ian Hamilton Finlay reconocía en 1965: «a veces, cuando miro la situación en Austria y Alemania, todo me parece tan mortalmente serio en el ámbito poético que tengo un fuerte deseo de ver y oír a todo el mundo reír y gritar y hacer tonterías, y nada más»2