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SIN SALIDA E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

La verdad podía matar… La madre de Claire O'Toole, Alana, había desaparecido hacía quince años, y aquel suceso había provocado una conmoción en Pineview, Montana, la clase de pueblo donde nunca ocurría nada. Un año antes, el marido de Claire, David, había muerto a causa de un extraño accidente justo después de empezar a investigar la desaparición de Alana. ¿Había muerto Alana o simplemente había abandonado a su marido y a sus hijas? Claire estaba empeñada en averiguarlo, y su antiguo novio, Isaac Morgan, quería ayudarla. Aunque su relación no había terminado bien, él seguía queriéndola. Y, sin embargo, solo volvió a formar parte de su vida cuando empezó a sospechar que la muerte de David no había sido un accidente. Claire e Isaac comenzaron a buscar respuestas para las preguntas que habían quedado sin responder durante tantos años en Pineview. Pero tal y como descubrieron muy pronto, alguien estaba dispuesto a matar con tal de que nadie descubriera la verdad…'Brenda ha ganado numerosos premios, incluyendo tres nominaciones RITA, el Book Buyer's Best Award, el National Reader's Choice Award, el Write Touch Reader's Award, el Award of Excellence, el Holt Medallion y el booksellers' Best.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Brenda Novak, Inc. Todos los derechos reservados.

SIN SALIDA, Nº 47 - Diciembre 2013

Título original: In Close

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3892-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Para Louise (LouBabe) Pledge, una lectora a la que conocí solo por medio del correo electrónico durante mucho tiempo, y que se ha convertido en una querida amiga. Te agradezco el entusiasmo por mis libros y la gran ayuda que me has prestado en mis esfuerzos por recaudar dinero para la investigación sobre la diabetes. ¡Eres única!

Capítulo 1

La pequeña cabaña que le servía de estudio de pintura a la madre de Claire O’Toole llevaba años cerrada. Claire era la única persona que iba por allí, y ni siquiera la visitaba muy a menudo; tal vez, cada seis meses.

Mientras se preparaba mentalmente para todos los recuerdos que la asaltaban cada vez que entraba, se metió la llave en el bolsillo del pantalón y empujó la puerta para abrirla, porque estaba deformada después de muchos inviernos de Montana. Sin embargo, miró hacia atrás antes de atravesar el umbral, porque, de repente tuvo la sensación de que no estaba sola.

Un aire suave movía las ramas de los pinos. Oyó el sonido del bosque que la rodeaba, pero no vio ningún movimiento. No veía nada, salvo lo que podía iluminar con la linterna. Allí arriba no había luces, como en el pueblo, ni había lago en el que pudiera reflejarse la luna. Solo había un bosque espeso con el suelo cubierto de agujas de pino y, en el cielo, las estrellas.

Nadie la estaba acechando. Era una tontería comprobarlo. Aunque había más cabañas en aquellos montes, solo había una cerca. Había sido de sus padres, como aquel estudio, desde que se casaron hasta el verano anterior a que ella comenzara a ir al colegio. Entonces, ellos habían vendido la casa principal y se habían ido a vivir al pueblo. Ella todavía recordaba a su madre cocinando en aquella cocina. Recordaba la casita que le había construido su abuelo en el árbol del jardín trasero.

La casa había cambiado de manos más de una vez, pero en aquel momento era de Isaac Morgan, así que ella no iba por allí. De ese modo, apenas se cruzaba con Isaac. Él se dedicaba a filmar la naturaleza, así que estaba fuera del pueblo a menudo, lo cual era de ayuda. Aunque él era quien vivía más cerca del estudio, Claire no se imaginaba ningún motivo por el que él pudiera estar espiándola a escondidas. Estaban demasiado empeñados en demostrarse el uno al otro que lo que había habido entre ellos diez años antes había sido fácil de olvidar.

Así pues, ¿quién podía ser? Su hermana, su padrastro y su esposa, sus amigos... En realidad, casi los mil quinientos habitantes de Pineview estaban viendo los fuegos artificiales del Cuatro de Julio en el parque del pueblo, frente al cementerio. Se oían los estallidos de los fuegos, y el viento llevaba el olor a pólvora y a humo hasta las montañas.

Nadie se había dado cuenta de que ella se escabullía.

Respiró profundamente, se dio la vuelta y se concentró en el interior. Había muebles viejos de su padrastro y su esposa, y de sus abuelos maternos, que llenaban todo el salón. De las vigas colgaban telarañas, y había excrementos de rata por todo el suelo. Aquel no era el mismo lugar mágico de cuando ella era pequeña. Los buenos recuerdos se habían visto desplazados por la tragedia, pero ella seguía yendo allí de todos modos. No podía ignorar la existencia de aquel estudio y seguir adelante como todos los demás. El pasado la arrastraba hacia allí.

Cuando entró, se detuvo a escuchar. Se había esperado el silencio, pero oía los ruidos del motor de su viejo Camaro, que estaba enfriándose fuera. Después, un crujido que provenía del piso de arriba. Cuando oyó otros crujidos, le pareció como si su madre estuviera caminando por allí arriba, tal y como solía hacer.

Era evidente que su imaginación estaba reaccionando al aislamiento. Ir allí a aquellas horas de la noche daba miedo.

O tal vez fuera su subconsciente, que quería que saliera de allí antes de que pudiera encontrarse con algo que terminara con la poca paz de espíritu que conservaba. Su madre había desaparecido hacía quince años, y no habían vuelto a hallar ni rastro de ella. Su hermana se había roto la columna vertebral en un accidente de trineo dos años después, y había quedado confinada a una silla de ruedas. Y David, su marido, había muerto hacía un año en un terrible accidente de caza. Ella no podría soportar otra pérdida.

Y, sin embargo, continuaba buscando la verdad.

¿Y si descubría que su padrastro había matado a su madre, tal y como pensaban muchos? ¿Y si su madre se había fugado con otro hombre y los había abandonado a todos en pos de una nueva vida, tal y como pensaba el sheriff anterior?

Claire quedaría destrozada una vez más. No podía aceptar ninguna de aquellas posibilidades. Su padrastro era un buen hombre; él nunca le habría hecho daño a Alana. Alana quería a sus hijas; ella nunca las habría abandonado. Eso significaba que alguien la había secuestrado y, tal vez, la había matado, y se libraría del castigo a menos que ella lo evitara. ¿Qué otra persona iba a luchar por la justicia?

Leanne no. La hermana de Claire ya había tenido que superar demasiadas cosas. Leanne ni siquiera quería pensar en el día en que había perdido a su madre, y mucho menos investigar sobre ello. Y su padrastro, Tug, como lo llamaban sus amigos, se había ido a vivir con la mujer que después iba a convertirse en madrastra de ellas dos tan solo seis meses después de que Alana desapareciera. Si Alana apareciera tantos años después, él ni siquiera sabría qué hacer.

Solo Claire continuaba esperando. Ella era lo único que le quedaba a su madre, y eso no le permitía abandonar, por mucho que la gente le dijera que debería hacerlo. Su madre se merecía más que eso.

Por lo menos, obsesionarse con el misterio que la había estado atormentando la mitad de su vida no le permitía pensar demasiado en David, cuya pérdida era demasiado reciente y todavía le resultaba muy dolorosa.

Otro crujido. Estuvo a punto de perder los nervios. Tal vez debería haber esperado hasta el día siguiente, pero su hermana vivía en la casa de al lado y pasaba a verla constantemente. Para Claire era difícil escabullirse sin revelar algo de lo que iba a hacer. Y, como Claire dirigía su empresa en su propia casa, una peluquería, si no era su hermana la que estaba prestando más atención que la que ella quería, era alguna de sus clientas.

Debido a la desaparición de su madre, a ella siempre la habían observado con demasiado interés. Todo el mundo estaba esperando a ver si iba a recuperarse o iba a desmoronarse. Por ese motivo quería marcharse a vivir a otro lugar donde pudiera ser una persona anónima y comenzar de nuevo, un deseo que se había hecho aún más grande después de morir David. Excepto los dos años durante los que su relación había decaído, mientras él estaba en la universidad, habían estado juntos desde los dieciséis años. El hecho de perderlo la había convertido en objeto de la lástima de todo el mundo una vez más.

«¿Qué tal te encuentras? ¿Estás más animada?».

Le hacían preguntas como aquellas constantemente. Y a ella no le habría importado tanto si la gente que se las hacía fuera tan sincera como quería aparentar; sin embargo, solo querían que ella les proporcionara algún detalle jugoso para poder chismorrear durante el siguiente evento social del pueblo, o después de la misa.

«Pobre Claire. Está sufriendo tanto... Hablé con ella la semana pasada y...».

Claire no quería que nadie hablara de sus intentos por resolver el misterio, ni que le dijeran a su familia que había estado en el estudio. Por eso ocultaba todo lo que podía. ¿Para qué iba a provocar más curiosidad? Solo conseguiría disgustar a aquellos que preferían olvidar...

Así pues, prefería contar con la oscuridad de la noche. Los ruidos que oía no le preocupaban, porque nadie tenía ningún motivo para estar en un estudio abandonado que no contaba con agua corriente ni electricidad.

Apartó algunas telarañas y alumbró su camino por entre el mobiliario con el haz de la linterna. Subió a la buhardilla, donde solía pintar su madre. A ella siempre le había encantado ver trabajar a Alana. Siempre había sentido paz allí, al ver a su madre envuelta en la luz del sol que entraba por los ventanales, completamente concentrada en su última obra.

Había varias pinturas inacabadas en los caballetes, cubiertas con sábanas blancas, y parecían fantasmas que flotaban a un metro del suelo. Al verlos, Claire tuvo un gran sentimiento de pérdida, tan agudo como el que le causaba la muerte de David. Quien se hubiera llevado a Alana le había robado mucho a ella, pero también al mundo.

¿Sería algún conocido? ¿Alguien a quien saludaba por la calle, o alguien por quien sentía afecto? ¿Sería una de aquellas personas que le preguntaban qué tal estaba?

Tenía que ser así. Alana había desaparecido de su casa del pueblo a mediados de invierno. Aunque aquella parte de Montana era un destino habitual de cazadores, pescadores y veraneantes durante el buen tiempo, apenas recibía visitas durante los meses fríos. Libby, que estaba a cuarenta y cinco kilómetros, era el pueblo más cercano, y se había hecho famoso por una mina de asbesto que había causado la muerte de doscientas personas. Por ese motivo había aparecido frecuentemente en las noticias durante los últimos años. Sin embargo, el día de la desaparición de Alana, Libby todavía era un pueblo desconocido, y un camión que transportaba vermiculita había volcado en la carretera y había bloqueado el tráfico en la autopista durante horas. Ni siquiera el sheriff había podido pasar hasta que no retiraron el vehículo y su carga.

Claire suponía que, tal vez, algún delincuente o criminal podía haber llegado desde Marion o Kalispell, que estaban en dirección contraria, pero nadie había visto a ningún extraño en el pueblo aquel día. Además, la puerta de la casa no estaba forzada. Quien se hubiera llevado a su madre era, seguramente, alguien que contaba con su confianza. Ella había abierto la puerta con normalidad, sin esperarse que alguien fuera a hacerle daño.

La traición que se infería en aquella situación era, principalmente, lo que empujaba a Claire a descubrir aquel misterio.

Tomó una silla de un rincón y se subió para alcanzar el asa de la trampilla por la que se entraba al ático. Tiró de ella y la escalera se desplegó con facilidad hasta el suelo.

Allí arriba hacía más calor que en el estudio de su madre. Había mucho polvo, y Claire tosió al asomar la cabeza por la abertura. Con la linterna, alumbró las cajas que había allí almacenadas, de suelo a techo, y que dejaban poco espacio para moverse. Ella no se acordaba de que aquel trastero estuviera tan lleno, pero era lógico porque, cuando ya estaba claro que su madre no iba a volver, Claire se había empeñado en que todas las posesiones de Alana se almacenaran allí. El departamento del sheriff había confiscado todo lo que pudiera tener alguna utilidad en la investigación; el contenido del escritorio de Alana, su ordenador, las cartas que hubiera escrito o recibido recientemente, las fotografías que había hecho en los meses previos a su desaparición, su diario, las cosas que había dejado en el coche... cualquier cosa que pudiera ayudarles a encontrarla. Claire y Leanne se habían quedado con el resto de objetos personales que tenían valor sentimental, y el resto lo habían empaquetado y lo habían guardado allí hacía años, después de que Claire se graduara en el instituto y se mudara, y después de que su padrastro y su nueva esposa compraran la lujosa casa en la que vivían, y que habían adquirido con el dinero que había heredado Alana cuando sus padres habían muerto en un accidente de avión, solo un año antes de que ella desapareciera.

Claire se sintió culpable por pensar en que la desgracia de su madre hubiera proporcionado aquella vida tan espectacular a la mujer que la había reemplazado, e intentó no hacerlo. A ella le caía bien Roni, su madrastra. No tenía la culpa de que Alana ya no estuviera con ellos.

Sin embargo, a Claire le molestaba que Roni se comportara como si Alana no hubiera existido. Tug, su padrastro, y Leanne, preferían enfrentarse a la situación de la misma manera. Los dos le habían pedido a Claire que olvidara el pasado; decían que averiguar lo que había ocurrido no iba a devolverles a Alana, y era cierto. También era cierto que Leanne estaba mejor cuando no había nada que le recordara aquel día aciago. Aquel era el motivo por el que Claire, después de pedirle al nuevo sheriff que reabriera el caso, le había pedido que lo dejara. Su familia se había disgustado mucho con las preguntas que hacía. No soportaban las suposiciones y las sospechas que, por otra parte, eran inevitables en un pueblo tan pequeño.

Claire respetaba su posición, pero no podía dejar de investigar por completo. Necesitaba que aquello se aclarara. Lo necesitaba tanto como ellos necesitaban el olvido.

Sin embargo, no sabía qué esperaba conseguir al ir allí aquella noche. Había visto muchas veces todas aquellas cosas. Su padrastro, su esposa y su hermana también. Los tres habían empaquetado juntos las pertenencias de Alana. Aunque, en realidad, quería encontrar alguna prueba que se le hubiera escapado.

Se dirigió hacia una caja que contenía los recuerdos infantiles de su madre y, al agacharse para abrirla, se fijó en que había cajas que se habían empaquetado mucho más recientemente. Le llamaron la atención porque tenían etiquetas escritas por ella misma, y notó que se le formaba un nudo en la garganta. ¿Qué hacían allí las cosas de su marido? No sabía que iba a encontrárselas, y no estaba lista para enfrentarse a unos recuerdos tan poderosos.

Hacía unos meses, la madre de David había aparecido en su casa y se había empeñado en llevarse todas las cosas de David. Le había dicho que nunca iba a poder superar su muerte si vivía con su fantasma, si dormía con su camiseta puesta y lloraba por el hecho de que ya no tuviera su olor.

Claire suponía que las cosas de David, salvo algunas que había podido quedarse, habían ido a parar al garaje de sus suegros. Sin embargo, Rosemary, su suegra, debía de haberle pedido al padrastro de Claire que las guardaran allí. Rosemary y Tug hablaban a menudo, sobre todo de ella y de si estaba o no estaba superando la desgracia.

Nadie le había dicho que habían llevado las cosas de David a aquella buhardilla, pero era lógico. Rosemary tenía una familia muy grande, y la casa abarrotada. Seguramente no quería encontrarse con las posesiones de su hijo muerto cada vez que fuera a sacar los adornos de Navidad. En aquel estudio ya estaban las cosas de Alana, y nadie lo usaba. Aquello les habría parecido la solución perfecta.

Claire cerró los ojos e intentó sentir la presencia de su marido. No creía en los fantasmas, pero tenía fe en que el amor podía crear un nexo entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Había sentido momentos de consuelo desde que él había muerto. Era casi como si la visitara de vez en cuando para asegurarse de que estaba bien.

Ojalá pudiera sentirlo en aquel momento, pero el dolor había sido demasiado agudo y repentino. Le costó un gran esfuerzo luchar contra él.

−¿Por qué me has dejado? −preguntó en un susurro, entre lágrimas.

Respiró profundamente y, al cabo de unos segundos, se calmó lo suficiente como para mirar las cajas de nuevo. Entonces vio algo que le llamó la atención. La tercera de las cajas empezando desde el suelo tenía la escritura de David, y no la suya. Además, era blanca, no marrón, como las que había usado ella para empaquetar sus cosas. ¿Por qué no la había visto nunca? Estaba segura de que no provenía de su casa...

Cuando la abrió, supo el motivo. David debía de haber dejado aquella caja en el garaje de sus padres antes de irse a la universidad y, seguramente, Rosemary la había llevado allí para que todas sus pertenencias estuvieran juntas.

Al tocar los trofeos de fútbol y baloncesto de David, sintió una punzada de tristeza. También había insignias de sus equipos, que nunca había llegado a coser a las chaquetas, y un grueso lapicero de madera que había tallado él mismo. Además, encontró tarjetas que ella le había regalado cuando habían empezado a salir juntos. Habían ido juntos al instituto y habían salido durante dos años antes de que él se marchara a la universidad.

No era capaz de mirar más aquellos recuerdos. Tenía miedo de echar por tierra todos los progresos que había hecho durante los últimos meses, así que empezó a cerrar la caja. Sin embargo, en el último momento decidió mirar el interior de una gruesa carpeta que había entre algunos jerséis viejos. Parecía una carpeta demasiado seria para un chico de diecisiete años, los que tenía David cuando había guardado aquellas cosas.

Cuando la abrió de nuevo, entendió el motivo. Aquella carpeta no era de la misma época que los trofeos y las tarjetas. Era de después de que se hubieran casado, y lo que contenía le causó tanta impresión que tuvo que poner la cabeza entre las rodillas para no desmayarse.

Jeremy Salter siguió escondido entre los árboles, esperando. Estaba muy oscuro, pero no importaba. Las gafas de visión nocturna que le había regalado su padre por Navidad funcionaban perfectamente. También le había regalado una navaja suiza, porque a él le encantaba coleccionar instrumentos que pudieran garantizarle la supervivencia en el mundo salvaje. Se imaginaba que era el siguiente Rambo.

Sin embargo, Claire no conocía las técnicas de supervivencia. Si no tenía cuidado, podrían atacarla los lobos, o algún oso. O incluso un hombre. Los hombres eran mucho más peligrosos que los animales.

Su padre solía decir eso. Además, se lo había demostrado.

A ella debía de gustarle aquella cabaña, porque siempre había ido a menudo. Aunque no iba tanto desde la muerte de David. Desde que David había muerto, no hacía muchas cosas, salvo cortar el pelo todo el día. Después se sentaba acurrucada en el sofá, con los ojos puestos en la televisión. Sin embargo, él tenía la impresión, frecuentemente, de que no estaba viendo ningún programa. Miraba la pantalla sin pestañear y, muy pronto, empezaban a caérsele las lágrimas.

Echaba de menos a David, y no sabía cómo seguir adelante sin él.

Jeremy entendía lo que sentía.

Así pues, ¿qué estaba haciendo en el viejo estudio de su madre? ¿Acaso quería encontrarse el mismo problema que David? ¿Acaso no sabía que lo mejor era dejar algunos secretos enterrados?

Lo mejor que podía hacer era olvidar el pasado. Ella estaría mejor, y él también.

Algunas veces lamentaba no poder decírselo y prometerle que todo iría mejor si seguía adelante. Era tan guapa, tan lista y tan buena... todo lo que debería ser una mujer. A cualquier hombre le gustaría estar con ella.

Incluido él. Sobre todo él. Aunque nunca había tenido la menor oportunidad. Era demasiado... distinto. Siempre había sido distinto.

La linterna de Claire le permitía seguir sus movimientos por el estudio, pero la luz desapareció de repente. ¿La habría apagado? ¿Se había sentado en el suelo a llorar? ¿Echaba de menos a su madre igual que echaba de menos a David?

¿O acaso tenía otro motivo para estar allí? Se había escabullido tan sigilosamente del parque que casi parecía que tenía un propósito.

Tenía que entrar en la cabaña para averiguarlo, pero no quería acercarse tanto a ella. ¿Y si lo veía?

Aunque, si se mantenía en silencio, ella no tenía por qué darse cuenta. Llevaba años vigilándola, ¿no? Y todavía no lo había sorprendido.

Capítulo 2

David tenía una copia del expediente de su madre. Todo estaba allí, desde la denuncia y el informe de la desaparición hasta la última entrevista. Claire había visto antes algunos de aquellos documentos, pero ni siquiera ella lo había visto todo. ¿Cómo era posible que él hubiera podido recopilar tanta información?

Debía de haberla conseguido del sheriff King. O tal vez le hubiera pedido el favor a su antiguo compañero de caza, Rusty Clegg. Rusty era ayudante del sheriff desde hacía seis o siete años, y tener un amigo en la policía ayudaba.

¿Por qué no le había contado lo que estaba haciendo? Las fechas que estaban anotadas en el diario que él llevaba correspondían al primer año de su matrimonio, y había varias anotaciones de los meses previos a su muerte. La última vez que había escrito algo era dos días antes del accidente. Encontró información detallada sobre su padrastro y sobre Leanne, y también sobre la única hermana de su madre, que vivía en Pórtland, Oregón. Además, encontró una cronología completa de los últimos movimientos de Alana.

Claire no quería leer algunas de aquellas cosas, porque la trasladaban de nuevo a aquella noche, la que había sido la más larga de su vida. Todos los adultos que ella conocía, incluido su padrastro, habían salido a buscar. A Leanne y a ella no les habían permitido moverse de casa. Ellas se habían quedado esperando la vuelta de su madre, o alguna noticia suya, sin resultado. Cuando salió el sol, fueron volviendo todos los voluntarios, primero su padre, y después, amigo tras amigo, dando la mala noticia: que no habían encontrado ni rastro de ella.

De mala gana, aunque con decisión, Claire miró la anotación que había en el margen izquierdo de uno de los folios:

10 de mayo: He hablado con Jason Freeman. Dice que vio a Alana en la panadería entre las ocho y las nueve de la mañana. La vio entrar y salir con una bolsa de donuts, mientras él tomaba un café en la cabina del camión de Pete Newton. Jason dice que entró al coche con Tug, y que ambos se marcharon. Tug confirmó esto en su entrevista. Aparte de Tug, Jason es la última persona que vio a Alana.

12 de mayo: He intentado hablar con Joe Kenyon.

Aquel era el nombre más mencionado por todos aquellos que tenían la teoría de que Alana había sido infeliz en su matrimonio y había buscado consuelo en brazos de otro hombre. Y, si ella había tenido una aventura, era posible que hubiera tenido más, e incluso que hubiera huido con alguno de sus amantes, ¿no? Para algunas personas, esa era la explicación del misterio. Sin embargo, a Claire no le explicaba nada, porque no podía creer que su madre le hubiera sido infiel a su padrastro.

No quiso abrir la puerta cuando llamé, pero Carly Ortega, que vive enfrente, me dijo que Alana pasaba a menudo por casa de Joe. Incluso vio su coche aparcado en la puerta de su casa tarde, por la noche.

¿Tarde? ¿Cómo era posible? Tug siempre estaba en casa por las noches. Alana habría tenido que escabullirse de la casa para salir sin que él se enterara. ¿Y por qué iba a hacer eso? Claire no recordaba haber visto a su madre hablar con Joe...

13 de mayo: He intentado de nuevo hablar con Joe. No ha querido. Cretino.

El diario de David continuaba durante varias páginas. Claire decidió que iba a leer el resto en casa y pasó al otro lado de la carpeta, donde había varias entrevistas realizadas por el sheriff Meade.

Carly no era la única que creía que había algo entre Joe Kenyon y Alana. El hermano mellizo de Joe, Peter, pensaba que tenían una relación. En su declaración explicaba que había oído a su hermano responder a una llamada de Alana un día, mientras estaban en el trabajo. Dijo que no oyó lo que decía Joe, pero por el tono de voz de Joe, dedujo que no se trababa solo de que lo fueran a contratar para hacer las podas del jardín.

Claire no sabía si quería seguir leyendo. Aquello estaba consiguiendo que se pusiera enferma y se preguntara si de veras había conocido a su madre. ¿Acaso Alana había llevado una doble vida?

No. Claire confiaba en su madre tanto como para no aceptar que era una adúltera basándose solo en pruebas circunstanciales.

Siguió hojeando los papeles y encontró una lista de incoherencias. No parecía que la hubiera escrito David, pero Claire estaba segura de que sí era él quien había subrayado varios fragmentos. Según la fecha del documento, la lista era un resumen que había redactado el sheriff King después de tomarle el relevo al sheriff Meade.

Tug dijo que había estado en el trabajo hasta que recibió la llamada de Claire y que, al ver que el coche de Alana estaba aparcado en casa y que ella no aparecía por ninguna parte, se preocupó mucho y se marchó inmediatamente.

La siguiente parte estaba subrayada.

¿Por qué se preocupó tanto de repente? Nunca había habido un secuestro ni un asesinato en Pineview y, a menos que lo estuviera manteniendo en secreto, Alana nunca había recibido amenazas ni había tenido problemas con nadie. Tug pudo pensar que había salido a charlar con una vecina, por ejemplo, y que volvería en cualquier momento.

¿Realmente su reacción había sido demasiado rápida? Siempre existía la amenaza de los osos, que se acercaban a las casas si la gente se dejaba comida fuera. Sin embargo, nadie del pueblo, aparte de Isaac Morgan, que seguía y grababa a los animales salvajes para hacer reportajes, había sido atacado por uno de ellos.

Con aprensión, intentó recordar la conversación que habían tenido cuando ella lo había llamado aquel día.

«¿Cómo que no la encuentras?», preguntó él, en cuanto ella se lo dijo.

«He buscado por toda la casa».

«¿Incluso en los baños?».

«Por supuesto».

«¿Y no ha dejado una nota?».

«Yo no he encontrado ninguna. ¿No sabes nada de ella?».

«No. No te muevas de ahí. Voy para casa».

En aquel momento, a Claire no se le había ocurrido pensar que su madre pudiera correr peligro. Esperaba que él dijera algo como: «No te preocupes, seguro que volverá pronto a casa». Sin embargo, Tug no había dicho nada de eso. Al llegar se había comportado con tanta tensión que le había transmitido el miedo a Claire, y ella había tenido el primer pálpito de que se enfrentaban a una tragedia.

¿Sabía él que ocurría algo malo? ¿Habían discutido Alana y él antes, cuando él había ido a casa a comer, tal vez sobre Joe Kenyon, y esa discusión se les había ido de las manos?

Por mucho que no quisiera creerlo, sabía que pasaban cosas como esa...

Siguió leyendo las anotaciones del sheriff King y encontró el resto igual de inquietante.

El día de la desaparición de Alana, ella recogió a Leanne del colegio a las once y cuarto por enfermedad, pero alguien volvió a llevarla a clase poco después de las dos. Eso está reflejado en el registro de la escuela, pero Leanne nunca ha mencionado que estuviera en casa aquel día durante aquellas horas. Y nunca ha dicho si su madre estuvo con ella durante ese tiempo.

−Imposible −murmuró Claire.

Después de todos aquellos años de preguntas, ¿cómo era posible que Leanne nunca le hubiera hablado de que había faltado aquellas horas en el colegio? ¿Por qué lo había mantenido en secreto?

Tenía que haber un motivo y, con la esperanza de encontrarlo, siguió leyendo.

Si estaba enferma, ¿cómo se recuperó tan rápido? A las dos de la tarde llevó una nota a la secretaría para justificar su ausencia y entró de nuevo en su clase. La recepcionista no guardó la nota y no recuerda si la escribió el padre o la madre, pero se atiene a su registro. Cuando se le preguntó si podía haberse equivocado al apuntar la fecha. «Si esa fecha está equivocada, todas las fechas anteriores lo están también, así como las siguientes».

Otra parte subrayada.

Todos los días están reflejados, y van de lunes a viernes, como debe ser.

Claire miró aquellas páginas a la luz de la linterna mientras se formulaba muchas preguntas. ¿Por qué habían considerado necesario el sheriff o sus ayudantes ir a investigar al colegio de Leanne? Ella misma, a los dieciséis años, podía ser considerada sospechosa, pero ¿su hermana? Leanne todavía no había sufrido el accidente con el trineo, pero solo tenía trece años cuando había desaparecido su madre. ¿Qué podía haberle hecho a Alana?

La incomodidad de aquel suelo y los ruidos de algún roedor empezaron a fastidiar a Claire. Decidió llevarse aquella carpeta a casa para poder leer todos aquellos documentos con tranquilidad. Estaba claro que David había intentado encontrar a su madre. Seguramente no se lo había dicho por si acaso no conseguía llegar más lejos que los demás. No habría querido darle falsas esperanzas y, seguramente, eso había sido muy inteligente por su parte. Claramente, parecía que había dado con más preguntas que respuestas. De todos modos, ella lo quería mucho por haberlo intentado.

Metió los papeles en la carpeta y, justo cuando estaba cerrándola, oyó un ruido abajo. ¿Había sido un movimiento? En ese caso, era de algo más grande que una rata.

Al llegar a la cabaña había creído oír pasos, pero allí no había nadie.

Irritada consigo misma por seguir asustándose sin motivo, bajó las escaleras. Acababa de poner un pie en el escalón del tramo que descendía hacia el piso bajo cuando sintió una corriente de aire frío que olía al humo de los fuegos artificiales.

Aire fresco. Del exterior...

−¿Hola?

No hubo respuesta. Tampoco hubo ningún ruido.

Movió la linterna en todas las direcciones para iluminar todos los rincones oscuros del piso inferior, pero el haz de luz no llegaba muy lejos.

−¿Hay alguien ahí?

Silencio.

Vio las mismas imágenes que poblaban sus pesadillas, a su madre siendo torturada por un psicópata. La mayor parte de las víctimas de un crimen eran asesinadas por alguien que pertenecía a su familia o a su círculo de amigos, pero no todas. Los asesinatos cometidos por extraños eran los más difíciles de resolver.

¿Era ese el motivo por el que nadie podía averiguar lo ocurrido? ¿Estaba el asesino de su madre acechándola entre las sombras, esperando a que ella se le acercara?

Casi esperaba que la verdad que había estado buscando durante tantos años se le revelara de una manera espantosa. Se quedó inmóvil, como clavada al suelo. La posibilidad de un final violento no se le escapaba.

Sin embargo, no hubo pasos, no hubo más movimiento.

¿Se habría imaginado el cambio de temperatura? ¿Y el ruido? En una construcción tan vieja, incluso el viento más ligero podía provocar crujidos y gemidos.

No estaba convencida de que hubiera sido el viento, pero no podía quedarse en el rellano de la escalera, conteniendo la respiración, durante el resto de su vida. Tenía que salir de allí.

Agarró con fuerza la carpeta y bajó las escaleras iluminándose el camino con la linterna. Llegó al salón, apuntó con la linterna hacia delante y corrió hacia la puerta. Desde allí, se giró para mirar hacia atrás.

Entonces fue cuando lo vio.

Era la bota de un hombre.

Había alguien agachado junto al piano de su madre.

El grito le heló la sangre en las venas a Isaac Morgan. Había visto las luces de un coche pasar junto a su casa, y sabía que probablemente era Claire. Tenía la sensación de que su proximidad era un disuasorio para ella, sobre todo desde la muerte de David. Sin embargo, ni siquiera el hecho de poder toparse con él la asustaba por completo.

Normalmente, fingía que no se daba cuenta de sus visitas. Entendía bien que ella había pasado por muchas cosas, y sabía por qué no podía olvidar lo ocurrido. Por eso, sentía que ella se merecía tener privacidad para enfrentarse con sus demonios.

Él mismo prefería tener privacidad para enfrentarse con los suyos.

Lo que le hizo salir de casa fue el segundo par de luces, que pasó unos minutos después. Dudaba que Claire hubiera llevado a alguien allí arriba. Intentaba comportarse como si estuviera perfectamente, como si el pasado no la obsesionara, pero la obsesionaba. Era alarmante lo mucho que había adelgazado.

Así pues, había decidido investigar y se había acercado a la cabaña. Solo había encontrado el Camaro de Claire; estaba recorriendo la parcela, buscando el segundo coche entre los árboles con su linterna, cuando el grito hizo que se detuviera.

¡Claire!

Corrió hacia la cabaña a toda velocidad, moviéndose con mucha más rapidez de la que hubiera debido por aquel terreno pedregoso lleno de troncos, agujeros, agujas de pino y árboles. Cada vez que uno de sus pies se posaba en el suelo del bosque, la linterna botaba y él quedaba a oscuras momentáneamente. Sin embargo, no aminoró la marcha, y por eso no vio la rama del árbol. Chocó contra ella y cayó violentamente al suelo, boca arriba. Se quedó sin respiración y, pestañeando, intentó llenarse los pulmones.

Cuando se recuperó un poco y recogió la linterna, oyó que un motor arrancaba al otro lado de la parcela.

El otro coche estaba al otro lado de la cabaña, en una parte que él todavía no había investigado.

Isaac estuvo a punto de cambiar de dirección, porque no quería dejar escapar a alguien que podía haberle hecho daño a Claire. Por lo menos, quería ver su coche. Sin embargo, no podía perder un segundo, porque era posible que Claire estuviera herida y necesitara ayuda.

El conductor estaba saliendo del bosque tan rápido como podía, pese a que un terreno tan agreste podía estropearle el coche. Isaac vio las luces traseras entre los árboles y lamentó no poder ver más. No podía seguirlo; tenía la camisa empapada en sangre y la tela se le pegaba al cuerpo. La rama le había hecho un agujero en el pecho.

Aunque podía estar en muy buenas condiciones comparado con Claire. Temeroso de que la hubieran matado, como seguramente habían matado a su madre cuando ellos todavía estaban en el instituto, ignoró el dolor y se puso en pie. Subió hasta la cabaña y, lentamente, empujó la puerta.

Había sangre en la entrada. Y la puerta solo se abría a medias...

Alguien, o algo, estaba detrás.

Cuando Claire recuperó el conocimiento, estaba muy oscuro y se dio cuenta de que la estaban transportando. No sabía hacia dónde. Su cabeza descansaba sobre el pecho de un hombre. Su espalda descansaba en un brazo, y las rodillas en el otro. No sabía dónde estaba, ni con quién, pero no estaba asustada, porque tanto el entorno como aquella persona le resultaban familiares, por algún motivo.

David fue el primer nombre en el que pensó, pero descartó aquella posibilidad al instante. Su marido estaba muerto. Además, el olor de aquel hombre no era como el de la colonia de David; aquel hombre olía a... jabón, a abeto y a humo de leña.

Con un gruñido de dolor, alzó la cabeza para ver su rostro, pero estaba demasiado oscuro. Estaban en el bosque, y las ramas gruesas de los árboles tapaban la luz de la luna.

¿Dónde había percibido ella aquel olor? ¿Por qué estaba en el bosque? ¿Con quién estaba? ¿Qué había ocurrido?

Entonces lo recordó todo: la habían agredido en el estudio de su madre.

El hombre que la llevaba en brazos no había reaccionado de ningún modo cuando ella se había movido. Estaba demasiado concentrado en continuar su camino. Sin embargo, cuando ella gritó e intentó bajar, él bajó la linterna.

−Shh −murmuró−. Estás conmigo.

−¿Quién eres tú?

−Qué rápido se olvidan algunas cosas.

Aquel tono irónico desveló su identidad. Era Isaac Morgan. Por supuesto. Él vivía cerca, y no era de extrañar que ella hubiera reconocido su olor. Durante los dos años que David había pasado estudiando fuera, su relación se había interrumpido, y ninguno de los dos sabía qué iba a pasar en el futuro. Tanto David como ella habían salido con otras personas; ella se había acostado con Isaac por lo menos cien veces. Tal vez más. Las veces suficientes como para hacerse adicta a sus caricias. No le había resultado fácil liberarse de aquella adicción. Incluso después de tanto tiempo, ella seguía evitándole si era posible. Con solo verlo, sentía una descarga física muy fuerte. Los recuerdos eran muy buenos.

Claire se tocó la cabeza dolorida con una mano.

−¿Por qué me has pegado?

Él se agachó con dificultad y consiguió recoger la linterna.

−Yo no te he pegado.

−¿Quién ha sido?

Él tomó aire al incorporarse, con cierta brusquedad, y Claire se preguntó si le costaba soportar su peso. Sin embargo, no entendía por qué; en aquella temporada, ella pesaba menos que nunca, y antes él la sujetaba sin esfuerzo alguno contra una pared durante tanto tiempo como quería mientras...

«¡Basta!».

No quería recordar. Se había esforzado mucho para conseguir no recordar.

−Eso es lo que me gustaría saber a mí −respondió él, cuando empezaron a moverse de nuevo.

Se le apareció en la mente la imagen de la bota de un hombre. La había visto justo antes de que alguien la golpeara y la linterna se le cayera de las manos.

Seguramente, Isaac tenía unas botas como aquellas. La mayoría de los hombres de la zona las tenía. Pero ella sabía que la persona que la había agredido no era Isaac. Con él, los enfrentamientos eran cara a cara. Las pocas personas de Pineview que habían experimentado lo peor de su mal genio no habían vuelto a discutir con él. Era cínico y distante, y siempre había sentido indiferencia hacia ella, por mucho que Claire hubiera querido creer lo contrario. Si necesitaba pruebas, solo tenía que acordarse de su último encuentro. Cuando ella se enteró de que David iba a volver de la facultad, había hablado con Isaac para decirle que sentía algo por él. David y ella no se habían prometido nada, pero tenían una larga historia y él no estaba saliendo con nadie. Ella quería saber cómo debía responder si David la llamaba, quería saber si tenía algún compromiso con Isaac, e Isaac le había dejado bien claro que se equivocaba si pensaba que el sexo era lo mismo que el amor.

Aquella noche, cuando ella se marchó de su casa humillada y herida, juró que no volvería jamás. Y, pese al deseo que había seguido sintiendo por él durante los años siguientes, había cumplido aquella promesa para poder tener una relación más importante con David.

Y había merecido la pena. Tal vez, las relaciones sexuales con David no habían sido tan abrasadoras como con Isaac, pero David había compensado eso dándole muchas otras cosas. Era muy fácil morder el anzuelo de los hombres taciturnos e impredecibles, pero las mujeres que lo mordían eran unas bobas.

No podía creer que alguna vez hubiera esperado algún tipo de compromiso por parte de Isaac. Él no era de los que sentaban la cabeza, y ella lo sabía desde el principio. Aunque nunca habían sido amigos íntimos, David y ella iban al mismo curso que él en el instituto, así que Claire había visto de primera mano lo distante que podía llegar a ser. Desde que lo conocía, siempre lo había visto cámara en mano, siempre al otro lado de la lente, filmando la vida pero apartado de ella. Y, por si se le había olvidado lo difícil que era conectar con él, casi todo el mundo de Pineview podía recordárselo, incluyendo las mujeres que habían intentado conquistar su corazón y habían fracasado.

−¿Adónde... adónde me llevas?

−No te muevas tanto −respondió él con tirantez, y la agarró con más fuerza.

−¿Es que estás intentando decirme que he engordado?

−No. Estoy intentando decirte que me haces mucho daño cada vez que te mueves.

De repente, Claire pensó que tal vez él también se había topado con su atacante.

−El hombre que me golpeó... no te habrá disparado, ni nada por el estilo, ¿verdad?

Él no respondió. Estaba completamente concentrado en seguir adelante.

−¿Eh? −dijo ella, para llamar su atención.

−Vamos, calma −respondió Isaac.

Fue una orden, y eso no sorprendió a Claire. Él siempre quería estar al mando. Aunque tal vez estuviera tan tenso porque el terreno era muy accidentado. O llevaba demasiado tiempo transportándola en brazos.

−Vamos, déjame en el suelo −le dijo.

Él se cambió la linterna de mano.

−Ya casi hemos llegado.

−Puedo andar −replicó ella. No estaba completamente segura, pero le empujó el pecho para convencerlo de que la soltara, y se arrepintió al momento. Ambos jadearon cuando ella tocó algo húmedo y pegajoso.

Isaac estaba sangrando. Estaba herido.

Él la agarró con más fuerza y soltó una maldición.

−Demonios, Claire, ¿quieres estarte quieta?

−¿Claire?

−¿Es que no te llamas así?

Después de tanto tiempo, ella creía que ya la había olvidado.

−Teniendo en cuenta todas las mujeres con las que has estado, creía que te resultaría difícil acordarte del nombre de todas −dijo.

Estaba intentando disimular lo mucho que la había asustado tener toda aquella sangre en la mano, porque no sabía lo grave que era la herida de Isaac. Él siempre se estaba haciendo heridas, y decía que tenía siete vidas, pero ella sospechaba que ya las había usado.

−¿Es grave? −le preguntó con preocupación.

−Te pondrás bien.

−Estaba hablando de ti.

−Ya veremos.

Entonces, a Claire se le llenaron los ojos de lágrimas. No sabía por qué; solo sabía que se sentía impotente ante todas las cosas que habían salido mal. ¿Cuándo terminaría todo aquello? Primero, la desaparición de su madre, después el accidente de su hermana, después la muerte de David y, finalmente, ella misma había sufrido una agresión. Para rematarlo, quien la estaba llevando a través del bosque era la persona a la que más quería esconderle su dolor, y no podía hacerlo porque él estaba allí mismo, a su lado.

No quería que Isaac la viera a punto de desmoronarse.

Apretó los dientes y pestañeó, pero las lágrimas le cayeron por las mejillas de todos modos. Así que empezó a rezar para que él no se diera cuenta. Sin embargo, supo que no lo había conseguido cuando él le habló en el mismo tono suave que ella le había oído utilizar una vez con un caballo:

−Shhh, tranquila. No llores.

Capítulo 3

Aunque Isaac había llamado al mismo tiempo a John Hunt, el único médico de la zona, y al sheriff King, fue Hunt quien llegó primero, porque vivía muy cerca. John trabajaba en Urgencias en Libby, pero siempre tenía el maletín médico a mano y ayudaba en lo que podía. Cabía la posibilidad de pedir un helicóptero para trasladar a heridos graves al hospital, pero cuando Isaac pudo examinar a Claire y se dio cuenta de que solo tenía una herida que no parecía grave, no había querido llamar al helicóptero.

−¿Cómo está? −le preguntó Hunt.

Isaac inclinó la cabeza hacia su habitación donde había dejado a Claire al llegar a la cabaña.

−Creo que está bien, que solo tiene un golpe leve en la cabeza, pero... lo mejor será que la veas tú mismo.

En vez de dirigirse hacia la habitación, el médico fijó la vista en el trapo ensangrentado que Isaac se sujetaba contra el pecho desnudo, y arqueó las cejas.

−No me has dicho que tú también estabas herido, pero era de esperar. Eres mi mejor cliente. ¿Qué te ha pasado esta vez?

Cuando se había cerciorado de que Claire estaba bien, y la había dejado instalada en su habitación lo más cómodamente posible, se había quitado la camisa rota y había intentado limpiarse la herida, pero era demasiado profunda. No podía cortarse la hemorragia.

−Me he chocado con una rama cuando iba corriendo por el bosque. No es nada.

En cambio, era embarazoso. El resto de las lesiones que había sufrido tenían relación con su trabajo e iban acompañadas de una historia interesante. Por ejemplo, aquella ocasión en la que había interrumpido accidentalmente a una manada de lobos que se estaban comiendo un alce, o su enfrentamiento con una mamá oso. La gente del pueblo le pedía una y otra vez que les contara aquellas historias; parecía que nunca se cansaban de ellas. Así pues, no le entusiasmaba admitir que se había causado aquella herida él mismo, con una cosa que no debería haber sido una amenaza.

Hunt le apartó la camisa para echar un vistazo.

−Que no es nada, ¿eh? Es lo suficiente como para tener que darte unos cuantos puntos. Túmbate en el sofá. Vendré a verte dentro de un minuto.

−Estoy perfectamente −insistió Isaac, y lo siguió al dormitorio.

Claire se había quedado dormida. Estaba en su cama, cosa nada inusual, al menos en el pasado. Tenía el pelo revuelto y la máscara de pestañas corrida, y no estaba en su mejor momento. Sin embargo, no importaba. Era muy guapa. Isaac no quería pensar eso, pero lo pensaba de todos modos.

−Eh... −dijo Hunt, y le agitó suavemente el brazo−. Claire, despierta.

Ella se llevó la mano a la cabeza, como si le doliera; seguramente era así, porque él no le había ofrecido analgésico alguno. Quería esperar hasta que Hunt diera su visto bueno.

Ella frunció el ceño con desconcierto al tocar la venda que le había puesto.

−¿Qué es? −preguntó.

¿No recordaba que le hubiera vendado la cabeza? En aquel momento parecía que estaba lúcida.

−Es un vendaje −respondió Hunt−. Vamos a dejarlo ahí un momento, ¿de acuerdo? −le dijo, y le apartó la mano−. ¿Sabes quién soy?

−Claro. Eres... −ella se quedó callada, intentando recordar el nombre, pero tuvo que conformarse con «el marido de Lila».

−Exacto. Lila va a tu grupo de lectura, ¿verdad?

Ella sonrió débilmente.

−Todos los jueves por la noche.

−Isaac dice que tienes un chichón encima de la oreja. ¿Te importaría que lo viera?

Ella titubeó, y el médico le dijo:

−Tu otra opción sería que llamáramos al helicóptero para que te lleven al hospital.

−No, eso no es necesario.

Entonces, Claire intentó incorporarse con un gesto de dolor, pero el médico hizo que se tumbara.

−Relájate −le dijo y, con suavidad, le quitó la venda de la cabeza y comenzó a examinar la herida que tenía detrás de la sien izquierda. Brotó sangre fresca del pequeño corte−. El cuero cabelludo sangra mucho −murmuró−. Te vendrían bien un par de puntos, pero no es preocupante. Me preocupa más que hayas podido sufrir una conmoción cerebral. ¿Puedes contarme qué ha pasado?

−Estaba intentando llevarme... algunos cuadros de mi madre.

¿Cuadros? A menos que quien la había tirado al suelo se los hubiera robado, ella no llevaba ningún cuadro. A su alrededor solo había algunos papeles. Eso era lo único que tenía, pero cuando él abrió la boca para decirlo, Claire le clavó una mirada que lo enmudeció.

−Me enteré de que no estaba sola cuando me marchaba −dijo ella.

−¿Fuiste a recoger los cuadros por la noche? −le preguntó el doctor Hunt. No estaba cuestionándola, sino que, obviamente, pensaba que había mejores momentos para hacer recados como aquel.

−No me importaba que estuviera oscuro. Tenía una linterna.

Entonces, le lanzó a Isaac otra mirada de advertencia, pero él ya había entendido lo que quería decirle. No quería que el médico supiera lo que estaba haciendo en la cabaña. Isaac no se imaginaba cuál era el motivo, pero era asunto de Claire y de nadie más. Así pues, no dijo nada.

Hunt le pasó una venda limpia y ella se la sujetó contra la herida.

−¿Había alguien esperándote, o algo así?

−No lo sé. Lo único que sé es que un hombre se abalanzó hacia mí, me tiró la linterna al suelo y me empujó con tanta fuerza que me caí.

−¿Y sabes contra qué te golpeaste?

−Supongo que con el pico de la mesa que hay a la entrada. El piso bajo está lleno de muebles −dijo ella, y carraspeó−. Parece que a todo el mundo le parece el lugar perfecto para almacenar lo que no quiere.

No era aquel almacenamiento lo que disgustaba a Claire. Era la facilidad con la que los demás podían depositar allí lo que desechaban, olvidar el pasado y seguir adelante. Isaac lo entendía. Conocía a Claire desde que eran pequeños, y comprendía lo que había tenido que pasar. Él también había perdido a su madre. Ella lo había abandonado a propósito, sí, pero igualmente, él había tenido que enfrentarse a la vida sin ella. Y él había estado buscándola, como Claire. La diferencia era que él no había tenido un padrastro en quien apoyarse. Por suerte, durante aquellos últimos años había ganado dinero como para contratar detectives privados, pero la única pista de la que podían partir era un certificado de nacimiento, así que había resultado difícil averiguar de dónde provenía.

Hunt buscó más heridas en la cabeza de Claire.

−Sabes dónde estás ahora, ¿verdad?

A ella se le reflejó la melancolía en el semblante.

−Esta era la habitación de mis padres −dijo−. Mi habitación está al final del pasillo, al lado de la de Leanne. Cuando nos fuimos a vivir al pueblo, mis padres vendieron la cabaña a una familia que, más tarde, se fue a vivir a Spokane. ¿Te acuerdas de Rod Reynolds?

−Sí.

El doctor Hunt tenía casi veinte años más que ellos, y se había marchado a la universidad más o menos al mismo tiempo que Isaac había sido abandonado en Happy’s Inn, justo antes del primer curso. Sin embargo, Hunt no había estado fuera más que el tiempo necesario para licenciarse. Conocía a la mayoría de la gente de Pineview y su pasado.

Sobre todo, el de Isaac. Claro que... todo el mundo conocía la historia de aquel niño pequeño a quien habían dejado abandonado con un dólar en un café de carretera.

Hunt señaló un recipiente con agua que había sobre la mesilla de noche.

−¿Es tuyo? −le preguntó a Isaac.

El agua tenía un color rosado y, sin duda, eso era lo que había promovido la pregunta.

−No, me temo que no. Tú mismo has dicho que las heridas de la cabeza sangran mucho.

Isaac podría haberle limpiado la herida mucho mejor a Claire si le hubiera afeitado esa parte del pelo, pero estaba seguro de que, si lo hacía, solo conseguiría que ella lo odiara más.

Hunt frunció el ceño al mirar el trapo que Isaac sujetaba contra su herida.

El médico ya no estaba tan preocupado por Claire, y quería ocuparse de Isaac. Él se dio cuenta, y Claire también. Insistió en que Hunt atendiera a Isaac, pero él hizo un gesto con la mano para descartar su preocupación.

−Termina primero con ella.

Hunt maldijo en voz baja la terquedad de Isaac y, con una pequeña linterna, alumbró las pupilas de Claire.

−¿Qué has hecho hoy, Claire?

−Yo... he estado trabajando.

Isaac se preguntó si todavía lamentaba no haber podido ir a la universidad. Ella le había hablado de continuar los estudios cuando terminaron el instituto, cuando David estaba fuera y ellos dos estaban saliendo juntos. En aquella época, ella se ganaba la vida con un trabajo sin porvenir, llevando Stuart’s Stop’n’Shop. Pero a Leanne le estaban haciendo algunas operaciones, puesto que los médicos pensaban que podrían devolverle algo de movilidad, y Claire no estaba dispuesta a marcharse.

−¿Recuerdas con quién has estado?

−Sí... Le he cortado y teñido el pelo a Joyce Sallow, le he cortado el pelo a Larry Morrill y le he puesto mechas a Alexis Rodgers.

−Has estado muy ocupada. ¿Dónde está tu hermana esta noche?

−En los fuegos. ¿Lo ves? Estoy bien. Solo estoy un poco... nerviosa. Y me duele mucho la cabeza, pero supongo que eso es lógico. Ocúpate de Isaac.

−Ahora mismo. Y te voy a dar un analgésico.

Hunt anotó su presión sanguínea; mientras, alguien llamó a la puerta, e Isaac fue a abrir. Había llegado el sheriff King.

Cosa nada extraña, Myles se interesó primero por Claire, pero la herida de Isaac no se le escapó.

−¿Y qué te ha ocurrido a ti?

−Daños colaterales −respondió él−. Ella está en aquella habitación.

Myles siguió a Isaac hasta el dormitorio. Claire era la mejor amiga de su mujer; era evidente que el sheriff estaba más preocupado por ella que por Myles. Sin embargo, Isaac tenía el presentimiento de que volvería a preguntarle por su herida para ver si tenía alguna relación con la agresión que había sufrido Claire en la cabaña. King era muy minucioso.

−Se pondrá bien −dijo Hunt cuando entraron−. Voy a darle unos puntos de sutura para que deje de sangrar. Debería estar bajo observación, por si acaso tiene una ligera conmoción, pero no es nada grave.

−Bien. ¿Puedes esperar a darle los puntos hasta que haya hablado con ella? −preguntó Myles.

−¿Estás bien como para hablar con el sheriff durante unos minutos? −le preguntó el médico a Claire.

−Por supuesto. Quiero que atrapen a la persona que me ha hecho esto.

King pidió que los dejaran a solas, y el doctor e Isaac salieron del dormitorio. Hunt se empeñó en que Isaac se tumbara en el sofá para poder examinarle la herida.

−Vaya. Es irregular y fea.

−Muy bonito. ¿No se supone que tienes que decirme que me relaje y que todo va a ir bien?

Hunt sonrió.

−Tú puedes soportarlo. Eres lo más parecido que he hecho a crear mi propia muñeca de trapo. A estas alturas ya sabes cómo son las cosas.

Lo sabía gracias a varios encuentros con animales salvajes. Aunque había salido a solas a filmar la naturaleza desde que estaba en el instituto –lo único que él había pedido durante su vida era equipo de filmación, y Tippy, el hombre que lo había criado, se lo había proporcionado generosamente– nunca había resultado herido hasta que había llegado a la edad adulta. Había sido descuidado, y aquel encuentro de hacía cuatro años con la osa había estado a punto de costarle el brazo izquierdo.

En realidad, podía haber más incidentes como aquel en el futuro. Su trabajo era peligroso. Tenía que acercarse mucho a su objetivo para conseguir buenas secuencias; eso era lo que convertía su trabajo en algo mucho mejor que el del resto. Se había situado a medio metro de osos y lobos, de pumas, alces americanos y bisontes. Había ido a Florida a hacer un documental sobre caimanes, y al Amazonas a hacer otro sobre arañas, y había hecho otro sobre serpientes para Disney Channel. Durante aquella última década había recorrido el mundo; no estaba mal para un niño abandonado que había tenido que aprenderlo todo por sí mismo.

Mientras Hunt le daba los puntos de sutura en el pecho, el sheriff salió de la habitación.

−¿Tienes alguna idea de quién pudo agredir a Claire? −le preguntó a Isaac.

−No −respondió él. Hunt le había administrado anestesia local, y no sentía dolor.

−¿No viste nada?

−Las luces de un coche.

−¿Y cómo supiste que estaba herida?

−Porque la oí gritar.

−¿Desde aquí?

−Desde el borde del claro.

Isaac explicó todo lo que había pasado con todos los detalles que pudo, incluyendo su choque contra la rama del árbol.

Cuando terminó, el sheriff se guardó la libreta en el bolsillo e inspeccionó la herida de Isaac para asegurarse de que correspondía con lo que le había contado. Después, se rascó el cuello.

−Así que... podría ser cualquiera con un coche que tenga faros delanteros y traseros. Eso reduce mucho las posibilidades −ironizó.

Isaac estaba deseando que el médico terminara. Con dolor o sin él, no le gustaban las agujas.

−Es alguien que está familiarizado con la zona.

−¿Por qué lo dices?

−Conocía el camino de atrás. La siguió al interior de la casa, así que yo esperaba encontrarme su coche cerca del de ella. Sin embargo, justo después de pasar mi casa tomó el camino largo, subió y rodeó la parcela. Por eso no vi su coche hasta que iba huyendo.

−Eso tampoco reduce mucho las posibilidades. ¿Qué crees que quería?

−Ni idea.

No creía que el culpable quisiera hacerle daño, en realidad. Si Claire no se hubiera caído, no habría terminado herida. Sin embargo, daba miedo pensar que alguien la había seguido y se había metido en la cabaña cuando ella estaba allí sola, de noche.

−Gracias por ayudarla −dijo King, y se volvió hacia el médico−: ¿Está bien como para moverla? ¿Puedo llevarla a su casa?

Hunt vaciló en mitad de uno de los puntos, e Isaac intentó ignorar la mano enguantada y ensangrentada del médico, que sujetaba la aguja.

−Si tiene que quedarse sola, no.

−Su hermana vive en la casa de al lado −dijo Myles−. Leanne puede cuidarla.

−Me parece bien, siempre y cuando Leanne pueda hacerlo.

Isaac se habría ofrecido para cuidarla aquella noche y llevarla a casa por la mañana, pero sabía que ella no querría eso.

Cuando el sheriff se fue a buscarla, Isaac cerró los ojos. Aunque no sentía dolor, sí sentía un tirón cada vez que el doctor daba una puntada.

El sonido de un movimiento hizo que alzara la vista. Claire caminaba por sí misma, pero King la llevaba agarrada del brazo por si acaso se caía.