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Sor Simona, considerada por los militares que la están buscando como «la fierecilla de Dios», es una monja que ha escapado de su convento para dedicarse a predicar. Esta obra de teatro del maestro del realismo español, Benito Pérez Galdós, tiene como escenario el contexto de las guerras carlistas. En este ambiente turbulento, sor Simona, una moja que tomó los hábitos por un despecho amoroso, conoce a un joven preso que le recuerda a su antiguo amor y decide renunciar a sus votos religiosos para salvarle la vida. -
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Seitenzahl: 74
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Benito Perez Galdos
Saga
Sor Simona
Copyright © 1916, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726749359
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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PERSONAJES ACTORES
Soldados carlistas y paisanos.
La acción en diferentes pueblos de Navarra, año de 1875.
(Esta obra se estrenó en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, la noche del 1 de diciembre de 1915)
Sala baja en una posada de Lodosa, villa de Navarra. Al fondo, gran puerta, por donde se ven los patios y la escalera que conduce a las habitaciones superiores. A la izquierda, puerta que conduce a una estancia llamada el cuartón, que ha servido de dormitorio a los arrieros y luego se ha destinado a diferentes usos, por exigencias de la guerra encendida en el país navarro. A la derecha, otra puerta que da paso a la calle y comedores de la posada. En el centro de la escena, varias mesas donde se sirve café o copas a los parroquianos que vienen de la calle. En las paredes, prospectos de vinos y licores, y alacena de botellas.
Izquierda y derecha, se entiende del espectador.
Clavijo, médico militar disfrazado de trajinante rico que recorre el país a caballo, y Mendavia, oficial carlista, vestido de zamarra, botas de montar y boina blanca.
Clavijo. —(Viendo entrar a Mendavia por la derecha.) ¿Y qué? ¿No ha parecido?
Mendavia. —No.
Clavijo. —Como has tardado tanto, creí que...
Mendavia. —(Sentándose frente a su amigo.) Verás... Empecé mis indagaciones por la iglesia parroquial. He interrogado a todos los curas, sacristanes y hasta al organista de la santa iglesia, y unos me han dicho que la han visto, sin asegurar dónde ni cuando; otros que no saben nada; luego me fui al santuario de San Gregorio Ostiense, junto al castillo; de allí al hospital; hablé con los pocos enfermos que allí hay y con los hermanos recoletos que los cuidan, y tampoco saben una palabra. En resolución, mi querido Clavijo, que la desdichada Sor Simona que buscamos, o no ha estado nunca en Lodosa, o se la tragó la tierra.
Clavijo. —Antes que la tierra o las aguas del Ebro se la traguen, hemos de encontrar a la pobre hermanita que vaga por estos pueblos, según nos han dicho en el camino de Viana. Hemos prometido a las hermanitas no descansar hasta que logremos apoderarnos de la infeliz demente fugitiva, para devolverla a la comunidad, que llora el desvarío de su santa compañera.
Mendavia. —Seguiremos el ojeo y la batida por todo el Condado de Lerín en persecución de esa fierecilla de Dios. Pero yo estoy desfallecido.
Clavijo. —Yo también. Llamemos a Tirón, el posadero diligente y charlatán...
Mendavia. —(Saliendo al foro, llama.) ¡Tirón, Tirón!
Los mismos.—Tirón, que entra por la puerta izquierda, en mangas de camisa, y trae una damajuana en los brazos. Tras él vieneBlas, con un serillo de esparto lleno de botellas.
Tirón. —Chiquio, lleva esto arriba (Le da la damajuana.) y trae a estos señores café, salchichón y aguardiente.
Mendavia.— Aguardiente del de Lodosa.
Tirón. —De Lodosa no, ridiós, que es aguachirle arrematao. Tráelo del de Cuscurrita, mi tierra, que es la gracia divina. (Vase el criado.) Dos palabricas, mi comendante: vusted me llamó casi arriba y yo respondí casi abajo. Estaba sacando de este cuartón toa la bebía pa meter los hiridos de esta maldita guerra.
Clavijo. —Ya sé que el alcalde te ha mandado que prepares tu posada para recibir heridos. (Entra Blas con el servicio de café y copas.) Pero dejemos eso; siéntate aquí y toma una copita.
Tirón. —¡Otra!, míe que tengo quihaceres mil.
Clavijo. —Un momento. Cuando Mendavia me dejó sólo para recorrer la villa averiguando si está en ella la hermanita que buscamos, yo te interrogué sobre el particular.
Tirón. —Y yo contesté que no sabía nada de esa hermanita correntona.
Clavijo. —Pero que en Lodosa una viejecita...
Tirón. —Natika, una pobre que vende escapularios, aleluyas y otras chucherías, la cual me aseguró que la vio en Carcar.
Clavijo. —Y que habló con ella. Tú quedaste en llamarla, para que oyéramos el relato de su propia boca.
Tirón. —Que sí, que sí; hice el encargo, y la vieja Natika no tardará en llegar. Pero diga, mi comendante: la que andan ustés buscando ¿es, como quien dice, monja?
Mendavia. —Es una hermanita de las de San Vicente de Paúl.
Clavijo. —De las que estaban en el hospital de Viana, destruido hace poco, como tú sabes, por un gran incendio. No nos metamos a inquirir si esto fue casual o por mano de los facciosos que allí estuvieron.
Mendavia. —No, eso no: fue casual; me consta.
Clavijo. —Y tan rápido, que apenas dio lugar a las religiosas para ponerse en salvo. Entre ellas había una llamada Sor Simona, que padecía desde hace años enajenación mental. Sus compañeras la tenían recluida en una celda de la enfermería, cuidándola con tanto esmero como cariño.
Mendavia. —Toda la comunidad la tiene en gran estima, por su virtud y la dulzura de su carácter, que no se desmintió ni aun después de manifestarse en ella la dolencia cerebral.
Tirón. —Un caso igual pasó mesmamente en Calahorra con una monja de las que llaman capuchinas, la cual se trastornó de la noche a la mañana y dio en la tecla de querer tirarse por la ventana a la calle o de maltratar a las demás monjas.
Clavijo. —La nuestra, la de Viana, no ha sido nunca así: después de perdido el seso, sigue tan pacífica y piadosa como antes lo fue. Su locura consistía en suponerse que vivía en épocas muy anteriores a la actual; en querer infringir las reglas de la Orden, pretendiendo salir del convento para recobrar su libertad y lanzarse a través de los campos.
Mendavia. —Y dos años ha que logró escaparse y estuvo tres días por esas aldeas cogiendo flores, visitando los cementerios y curando a los enfermos que encontraba en su camino.
Clavijo. —Desde esa ocasión se vieron precisadas las hermanas a recluirla en la enfermería.
Tirón.— ¡Otra!, y la noche del fuego en Viana la señá Simona dijo: «Esta es la mía», y se escapó.
Clavijo.— Las hermanas me han contado que al huir del incendio salieron todas juntas en buen orden. A Sor Simona la llevaban bien vigilada, pero en la confusión de aquella horrible noche se les perdió. Buscáronla en la calle, y no pareció; total: que la comunidad tomó la dirección de Logroño, encargando a varias personas la busca y captura de la fugitiva, en Viana o sus contornos. Algunos aldeanos dijeron haberla visto camino de Lerín, y otros caminos de Los Arcos. Mi amigo Mendavia y yo hemos recorrido esta comarca, y don Salvador Ulibarri, que es tío carnal de Sor Simona, ha ido hacia Los Arcos.
Tirón.— ¡Ridiós! Ulibarri, don Salvador, el famoso médico y rico hacendao de La Guardia. ¡Ricontra!, es muy mi amigo: antier pasó por aquí y me dijo que llevaba un premiso de Dorregaray pa andar por estas tierras.
Mendavia. —Pues nosotros por un lado y Ulibarri por otro, hemos de atraparla; y con mucha precaución y todos los miramientos, la devolveremos a la comunidad.
Clavijo. —La encontraremos, aunque para ello sea preciso recorrer toda Navarra. Yo tengo salvoconducto de Moriones para investigar en todos los pueblos ocupados por el ejército alfonsino.
Mendavia.— Y yo lo tengo de mi primo Dorregaray, para hacer lo mismo en las localidades que domina el carlismo.
Los mismos.—