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Umbra Vitae (segunda edición, ilustrada por Ernst Ludwig Kirchner, 1924) contiene los poemas póstumos de Georg Heym. En ellos, plasma una síntesis poética entre la necesidad de expresión artística, la inconformidad con su entorno y la adaptación como base del orden social. Construye un universo poético confinado a paisajes de "distancia inabarcable" y ciudades "desesperantemente estrechas", donde la distinción entre naturaleza y espacio social desaparece para convertirse en un "estancamiento vacío y desierto" (Starre der leeren Öde). "Estancamiento" y "desierto", leitmotivs de la última fase creativa de Heym, reciben su significado de una conciencia crítica que, en lugar de proponer otras realidades estéticas, enfatiza el aquí y ahora en su forma más grotesca: la destrucción de toda utopía vitalista.
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Umbra Vitae
Umbra Vitae Poemas póstumos
Georg Heym
Con 47 grabados originales deErnst Ludwig Kirchner
Heym, Georg Umbra vitae. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Buchwald Editorial, 2020.
Archivo Digital: descargaTraducción de: Enrique Salas y Sol Correa.ISBN 978-987-47103-9-0
1. Poesía. 2. Poesía alemana. I. Salas, Enrique, trad. II. Título.
CDD 831
Título original: Umbra Vitae, Kurt Wolff Verlag, 1924.
©Buchwald Editorial, 2020
Buchwald Editorial
Buenos Aires / Argentina
www.buchwaldeditorial.com
Digitalización: Proyecto451
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Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-47103-9-0
UMBRA VITAE
Estáticas en las calles las personas levantan
su mirada hacia las grandes constelaciones,
donde cometas de ígneas cabezas amenazantes
se deslizan por torres dentadas.
Y astrólogos pululan en los techos,
apuntan grandes tubos hacia el cielo,
y hechiceros salen de sus huecos,
postrados en la oscuridad, conjurando una estrella.
Hordas de suicidas atraviesan las noches,
buscan en el horizonte la existencia que perdieron,
por el sur y el este, el oeste y el norte, por los suelos
arrastran el polvo con sus brazos-escobas.
Son como el polvo, que perdura.
Y a su paso, el cabello yace.
Se arrojan a la muerte, precipitados,
y reposan en la tierra con sus cabezas muertas.
A veces, todavía se agitan en espasmos. Y las bestias del campo,
ciegas a su alrededor, clavan los cuernos
en su vientre. Cuerpos extendidos,
enterrados bajo salvia y espiga.
En cambio, los mares se detienen; de las olas,
enmohecidas y tristes, penden las embarcaciones,
dispersas, y ninguna corriente se agita,
y todos los claros del cielo se cierran.
Las estaciones no cambian, los árboles permanecen
eternamente en el ocaso de la muerte,
y sobre los ruinosos caminos se extienden
los largos dedos de sus manos de madera.
Quien muere se prepara para levantarse,
y apenas pronuncia una palabra
ya no está más. ¿Dónde está su vida?
Y sus ojos se rajan como vidrio.
Muchos son sombras. Oscuras y furtivas.
Y sueños, que se arrastran junto a las puertas mudas,
y quien despierta, abatido por la luz de la mañana,
debe quitar el sueño pesado de los párpados grises.
LA GUERRA
Se levantó ella, que estuvo dormida mucho tiempo,
se levantó del fondo de profundas cavernas
envuelta en oscuridad, enorme y desconocida,
y aplastó la luna en su negro puño.
Se expande con el ruido de las ciudades al atardecer,
frío y sombra de una oscuridad desconocida.
Y congela la vorágine circular de los mercados.
Todo queda en silencio. Miran a su alrededor. Y nadie sabe nada.
En las calles, roza su hombro.
Una pregunta. Ninguna respuesta. Un rostro palidece.
A la distancia suena un débil repique de campanas,
y en los mentones afilados, tiemblan las barbas.
En las montañas ya invita al baile,
y grita: ¡guerreros, vamos, adelante!
Y estalla un estruendo cuando su negra cabeza se agita,
miles de calaveras forman un collar que cuelga de ella.
Como una torre, se aleja de las últimas luces;
cuando el día escapa, los ríos ya están llenos de sangre.
Incontables son los cuerpos en los cañaverales,
blancos bajo el vuelo de las robustas aves de la muerte.
En la noche, acecha incansablemente al fuego,
un perro rojo, con altar de fauces salvajes.
De la oscuridad emerge el negro mundo de las noches.
Volcanes atroces iluminan sus fronteras.
Y de miles gorros rojos, puntiagudos,
se enciende el lúgubre horizonte,
y todo aquello que busca refugio por las calles,
choca contra el bosque de fuego, donde la llama rugiente se
/arrastra.
Y en su fragor, las llamas devoran uno a uno, los bosques,
murciélagos amarillos colgados del ramaje,
con su pala, ella, como un carbonero azuza
los árboles, para hacer más fuego.
Una gran ciudad se anegó en humo amarillo,
se lanzó sin hacer ruido en el vientre del abismo.
Pero ella permanece sobre escombros encendidos,
enarbola su antorcha tres veces en los cielos salvajes.
Sobre el reflejo de las nubes mutiladas por la tormenta,
en los desiertos helados de la muerta oscuridad,
que con el incendio la noche consumió,
vierte desgracia y fuego sobre Gomorra.
LA MORGUE
Los custodios merodean con paso sigiloso,
mientras a través de la sábana, el blanco del cráneo brilla.
Nosotros, los muertos, nos reunimos para el último viaje
por vastos desiertos, mares y vientos invernales.
Ocupamos un trono en lo alto de áridos catafalcos.
Feamente cubiertos con trapos negros.