Un amor imperfecto - Andrea Laurence - E-Book

Un amor imperfecto E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Su antiguo novio volvió justo cuando acababa de descubrir que su vida era una mentira. Hacía diez años que Morgan Steele se había fugado en secreto con River Atkinson y había acabado traicionada. Ahora River había vuelto como presidente de una compañía constructora rival del imperio de su familia. Obligados a trabajar juntos, cedieron a una pasión largamente contenida. Pero después de que Morgan descubriera que había sido cambiada nada más nacer y que no era heredera de los Steele, ¿podrían esos secretos afectar a aquella segunda oportunidad?

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Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Andrea Laurence

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un amor imperfecto, n.º 193 - octubre 2021

Título original: From Riches to Redemption

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-116-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Morgan, hay alguien que quiero que conozcas.

Morgan Steele se volvió al oír la voz de su hermano Sawyer y se quedó petrificada. Sus ojos se abrieron como platos y sus labios temblaron al ver al hombre que estaba al lado de Sawyer.

No se esperaba aquello. Imaginaba otra charla cortés y aburrida con algún amigo o conocido de sus padres. Las fiestas benéficas de Steele Tools solían consistir en mucho champán y charlas insustanciales con gente cuyo nombre olvidaba en cuestión de minutos. Su familia organizaba encuentros así en casa con cierta frecuencia. Pero de aquel hombre en particular sabía muy bien su nombre. Era imposible haberlo olvidado.

Aquel joven de aspecto aniñado se había convertido en un hombre fornido que se ganaba la vida con el trabajo de sus manos. Su barba recortada le daba un aspecto maduro y sofisticado, pero sus ojos eran inconfundibles. Aquella mirada azul parecía poder ver a través de ella.

–Morgan, te presento a River Atkinson. Es el propietario y presidente de la empresa constructora Southern Charm. Trabajará contigo este verano en nuestro proyecto anual de construcción de viviendas sociales.

Sawyer siguió hablando, ajeno a la reacción de las dos personas que tenía a su lado. Al menos, no parecía haber advertido la sorpresa de Morgan. Por parte de River, lo cierto era que tenía una actitud un tanto… arrogante. Sonreía de una manera que parecía estar de broma. Sus ojos brillaron burlones al tenderle la mano para saludarla.

–Es un placer conocerla, señorita Steele.

Sabía que debía estrecharle la mano, seguirle la corriente y no montar una escena. Aun así, era incapaz de moverse y tocarlo. Era la misma mano con la que le había acariciado cada centímetro de su cuerpo. La misma mano que le había puesto en su dedo un anillo de diamantes en una ceremonia íntima en Smoky Mountains. La misma mano que había aceptado cien mil dólares de su padre y se había marchado sin volver la vista atrás.

–¿Morgan?

El tono preocupado de su hermano la sacó de sus pensamientos y extendió el brazo para estrechar la mano de River. Tenía que tratarlo como a cualquier otro conocido del trabajo. Sawyer no sabía nada sobre su pasado con River. Casi nadie lo sabía, ni siquiera sus tres hermanos.

–Encantada de conocerlo también, señor Atkinson. Estoy segura de que nuestras empresas harán cosas maravillosas este verano.

Le apretó la mano con fuerza y se la sostuvo. Fue ella la que tuvo que afanarse por soltarse. Cada vez que se rozaban, surgía una conexión familiar, como si sus cuerpos se acordaran el uno del otro a pesar de que sus cabezas se resistían.

Por fin la soltó. Morgan cambió de mano la copa para que el frío cristal aplacara el efecto de su roce en la piel. Luego, dio un largo sorbo de champán para despejarse la mente.

¿Quién demonios había autorizado aquello? Desde luego que su padre no. Nada más verlo, le habría pegado a River un tiro allí mismo por lo que había pasado en tiempos de universidad. Pero en su familia, a todos se les daba muy bien guardar secretos. Acababa de enterarse de que la constructora Southern Charm era de River Atkinson. Había oído hablar de la empresa, pero nunca se había preguntado quién sería el propietario.

–Sawyer, ¿puedes venir un momento?

Era su madre la que lo llamaba.

Morgan se puso tensa. No quería quedarse a solas con River. Etar en la misma habitación charlando era lo más íntimo que había experimentado desde que su familia los había separado.

–Si me disculpáis…

Sawyer sonrió y le dio una palmada a River en la espalda antes de marcharse.

Allí solos, en medio de la multitud, Morgan no sabía qué hacer. Le resultaba una situación tan incómoda como si de un baile de instituto se tratara. ¿Qué se suponía que debía decirle al chico, o más bien hombre, que le había dado la espalda unos años atrás?

–Tienes buen aspecto, Morgan –dijo River mirándola de arriba abajo mientras sostenía un vaso de whisky en la mano–. Ese vestido esmeralda te sienta muy bien. Resalta el verde de tus ojos.

Parecía que iba a ser una conversación cortés sin dejar de ser íntima.

–Gracias. Me gusta tu barba. Te da un aire distinguido.

Era una tontería, pero no sabía qué otra cosa decirle. River rio al oír sus palabras.

–Distinguido. Si con eso te refieres a poderoso e importante, entonces sí, esa era exactamente mi intención –dijo bajando la vista a su mano–. ¿Todavía no te has casado?

Morgan no pudo evitar arquear una ceja, entre sorprendida y confusa por su pregunta.

–¿Todavía? Querrás decir que no me he casado otra vez, ¿no?

Él se encogió de hombros, evasivo, y puso los ojos en blanco.

–En lo que respecta al estado de Tennessee y a tu familia, nunca has estado casada, Morgan, y yo tampoco. Eso es lo que significa conseguir la nulidad. Aquello nunca pasó. Por eso me devolviste el anillo, ¿recuerdas?

–¡Calla! –exclamó Morgan, y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera escuchándolos.

Por suerte, todos parecían estar enfrascados en las conversaciones de sus corrillos. Tomó a River por el codo y tiró de él hacia un rincón del salón donde nadie pudiera oírlos.

–¿De qué va todo esto, River? –le preguntó entre dientes.

Él se cruzó de brazos y sus hombros se marcaron bajo el esmoquin de marca que llevaba.

–No sé de qué estás hablando.

–Sí, claro. A ver, dime: ¿por qué has venido?

–Me han invitado –contestó con sonrisa burlona.

Morgan suspiró molesta.

–¿Cómo es que nuestras empresas van a trabajar juntas, River? Si lo hubiera sabido antes, no lo habría aprobado. ¿Ha sido idea tuya? ¿Quieres volver a la familia por medio de los negocios?

–¿Para qué iba a querer ser parte de tu familia, Morgan? Solo formé parte de los Steele unas horas y me trataron como si fuera basura. Siempre has sido muy arrogante, como si todo girara alrededor de tu importante familia y de lo que la gente espera de ti. Lo único que quería de ti era tu amor, Morgan, y tu padre ni siquiera me dejó tenerlo.

Había veneno en su voz.

Morgan advirtió dolor en sus ojos. Sí, se había sentido dolido, pero a él nadie le había abandonado como había hecho ella.

–Cierto, pero tampoco le hiciste ascos al cheque que te ofreció.

Su padre, Trevor Steele, había tratado de razonar con ella cuando aquella mañana volvieron a Charleston. River no era lo suficientemente bueno para ella. Solo iba tras su dinero. ¿Fugarse sin un acuerdo prematrimonial, sin comprobar sus antecedentes? Había insistido en que aquella hazaña podía haber acabado en un desastre. El chico se había llevado su premio. Su cariño valía cien de los grandes. Una vez su padre accedió a pagarle el precio que había pedido, River había tirado la toalla y había dejado a Morgan.

River se puso rígido al oír sus palabras. Tal vez no estuviera muy orgulloso de aquello. La miró entornando sus ojos azul zafiro y dejó caer los brazos a los lados.

–Si eso es lo que piensas de mí, es preferible que nuestro matrimonio pasara a la historia. Lo nuestro no habría funcionado nunca. Pero eso también lo sabes tú. No pareció importarte mucho que tu padre pagara los platos rotos.

Morgan se quedó con la boca abierta, incapaz de articular una respuesta. ¿Qué podía decir ante aquello? ¿Que su padre había limpiado los platos rotos? ¿De veras? ¿Qué sabía él de platos rotos? No había estado allí. No tenía ni idea del infierno por el que había pasado después de que lo perdiera a él, de que lo perdiera todo. Le había sacado a su padre un montón de dinero y después había seguido con su vida, sin preocuparse de las consecuencias.

–Morgan, dice papá que ha llegado el momento de subir al escenario y pedir que hagan donativos.

Le dio la espalda a River y sintió alivio. Morgan necesitaba aquella interrupción. Los ánimos se habían ido caldeando por años de palabras reprimidas, pero aquel no era el momento. Si no se alejaba de él de inmediato, podía acabar diciendo algo de lo que se arrepentiría.

–¿Tienes el discurso preparado?

Esta vez era el gemelo de Sawyer, Finn, el que había ido a buscarla. Los gemelos eran año y medio mayores que ella. Ambos habían heredado de su padre el pelo rubio oscuro y los ojos avellana. Sabía que era Finn porque tenía un hoyuelo en la mejilla derecha. Sawyer lo tenía en la izquierda. Además, Finn se había puesto una pajarita naranja con el esmoquin con el único propósito de fastidiar a su padre. Finn disfrutaba sacando de quicio a Trevor Steele.

–Enseguida voy.

Se volvió hacia donde estaba River, que la observaba con gesto expectante. La había llamado arrogante y, por la forma en que la estaba mirando, deseó darle una bofetada. Quería que se comiera sus palabras.

–Ya seguiremos esta conversación más tarde, señor Atkinson.

–Lo estoy deseando. Estaré por aquí.

Se volvió y mientras subía al escenario para unirse a su familia y dar la bienvenida a los asistentes a la fiesta benéfica anual, le preocupó que River hubiera dicho en serio cada palabra que había pronunciado.

Ya fuera una promesa o una amenaza, River Atkinson había aparecido de nuevo en su vida y no parecía dispuesto a marcharse a ninguna parte.

 

 

Con una sonrisa en los labios, River se quedó mirando cómo se alejaba Morgan. Estaba contento. En primer lugar porque la había sacado de quicio. Era exactamente lo que había pretendido cuando se había presentado allí esa noche. Y, en segundo lugar, porque la vista de su trasero contoneándose bajo aquel vestido de raso y encaje le traía recuerdos muy excitantes. Sus curvas femeninas se habían acentuado desde la última vez que la había visto. Solo eso haría sonreír a cualquier hombre, incluso al que llevaba años conspirando para hacerla arrepentirse por haberse aprovechado de sus sentimientos.

Esos sentimientos por Morgan habían desaparecido hacía tiempo junto con la ingenuidad de su juventud. Debería haberse imaginado que su romance con aquella rica princesita nunca terminaría bien. Por entonces, estaba desplegando sus alas, rebelándose contra las ataduras de la infancia. Al fin y al cabo, para eso era la universidad. El problema era que habían ido demasiado lejos y se habían enamorado.

Aunque eso no había sido lo peor. El amor no era algo eterno, pero el matrimonio era otra cuestión. Era legalmente vinculante. O al menos, eso era lo que pensaba hasta que los abogados de la familia Steele se las habían arreglado para hacer como si aquel pequeño desliz nunca hubiera ocurrido.

Y Morgan lo había permitido. Eso era lo que más le dolía. Después de que su padre la llamara al orden, había entrado en vereda y se había olvidado de todo lo que habían planeado juntos. Se había quedado solo en una cama vacía y con un premio de consolación, si así se le podía llamar. Algunos lo considerarían un chantaje o incluso un soborno para que se fuera sin montar un escándalo. Si había algo que había aprendido de la familia Steele era que odiaban los escándalos. Probablemente habría podido sacarle más dinero a su padre si se lo hubiera pedido; lo que fuera con tal de que River se fuera.

Pero, por supuesto, no se le había ocurrido hacerlo. No era el dinero lo que buscaba. Eso era algo rastrero. Lo que había querido era recuperar a su esposa y ese futuro que habían planeado juntos.

River supo que tenía una oportunidad cuando se dio cuenta de que eso no iba a pasar. Podía darse media vuelta y volver a casa con el orgullo herido o tomar el dinero y hacer que algo positivo saliera de todo aquello. El señor Steele seguramente había pensado que se gastaría hasta el último céntimo en cerveza y en una camioneta mejor, o en cualquier otra cosa que pensara que los pobres hacían con el dinero.

Pero no había sido así. Tal vez River fuera pobre y no tuviera todos aquellos títulos colgados de la pared, pero no era estúpido. Había tomado el dinero y había creado una empresa de construcción. Se había criado en ese mundo, siguiendo a su padre por las obras en las que había trabajado. Con la experiencia de su padre, el empuje de River y el auge inmobiliario en Charleston, había convertido aquellos cien mil dólares en cien millones entre dinero metálico y propiedades.

Para seguir vinculado a sus raíces, cuando River había conseguido su primer millón, se había comprado un paquete de cervezas y una camioneta Ford F-250 para celebrarlo. No podía fallarle al viejo Trevor, ¿no?

El sonido de los aplausos sacó a River de sus pensamientos. La familia había acabado de dar la bienvenida a los asistentes a la fiesta benéfica. Eso significaba que podía ir en busca de Morgan. Por desgracia, aquella morena menuda pasaba fácilmente desapercibida entre la multitud. Suponía que no tendría muchas ganas de seguir con su conversación, pero le gustara o no, hablarían. El asunto llevaba enquistado diez años y ya era hora de resolverlo.

Pero no tenía ninguna prisa por seguir discutiendo, así que se dirigió a la barra, pidió un refresco y aprovechó para probar los canapés que los camareros iban ofreciendo. No eran especialmente saciantes, pero era lo que a la gente rica parecía gustarle.

–¿Señor Atkinson?

River se volvió y se encontró a un hombre maduro con una joven rubia del brazo.

–¿Sí?

–Soy Kent Bradford –dijo y le tendió la mano–. Me han dicho que construye unas casas increíbles.

River sonrió.

–Me alegro de que corra la voz, aunque me gusta pensar que a nuestros clientes les gustan las casas bien hechas. ¿Está interesado en hacerse una casa, señor Bradford?

–Llámame Kent. Y lo cierto es que sí. ¿Haces trabajos fuera de Charleston? He comprado un terreno cerca de Asheville, en Carolina del Norte, y estaba pensando en construirme una cabaña.

–¿Una cabaña? –preguntó River arqueando las cejas.

No merecía la pena contratar a una constructora de tan lejos. Sería preferible que una empresa local hiciera un trabajo así.

Kent sonrió.

–Bueno, no nos equivoquemos, una casa de tres plantas y quinientos metros cuadrados no es que sea precisamente una cabaña. Pero quiero que tenga ese ambiente de cabaña de montaña, con todas las comodidades y lujos actuales.

Eso sonaba mejor.

–No he construido nada por allí, pero podemos estudiarlo –dijo River y se echó mano al bolsillo de su chaqueta para sacar una tarjeta–. ¿Por qué no me llama la semana que viene y lo hablamos? Puedo pedirle a mi arquitecto que prepare unos bocetos.

–Estupendo –replicó el hombre guardándose la tarjeta–. Le llamaré.

El hombre se volvió con una sonrisa en los labios y se fue con la joven rubia a la pista de baile.

A pesar de lo que Morgan pensara, no todo iba a ser discutir con ella esa noche. También había sitio para los negocios. La colaboración con Steele Tools en su proyecto benéfico anual suponía para él una magnífica publicidad. Su presencia en aquel salón le permitía codearse con muchos millonarios del estado de Carolina del Sur. Mientras esperaba a hablar con Morgan, podía aprovechar para hacer contactos. Aquella gente siempre estaba deseando hacerse una nueva casa de verano o una mansión para presumir de nivel de vida, y eso suponía trabajo para él.

Antes o después tendría ocasión de hablar con Morgan otra vez. El espacio era limitado y la noche acababa de empezar. Pero de repente, uno de los gemelos volvió al escenario. River sabía que tenía tres hermanos mayores, dos de ellos gemelos idénticos, imposibles de distinguir.

–Damas y caballeros, siento decir esto, pero vamos a tener que poner fin a esta velada. Ha surgido una emergencia familiar de la que tenemos que ocuparnos. Les agradecemos que vayan saliendo. Morgan se pondrá en contacto con ustedes en las próximas semanas para gestionar su aportación al proyecto de este año. Muchas gracias por venir.

Y con esas, el gemelo desapareció del escenario.

Aquello era extraño. La familia se tomaba muchas molestias para organizar aquel acontecimiento. Las entradas no eran precisamente baratas. Algo serio tenía que estar pasando para que hubieran decidido dar por terminada la fiesta y echar a todo el mundo de la casa antes de recoger sus cheques.

Al mirar a su alrededor, River vio a Morgan marchándose por el pasillo acompañada de su madre y de un hombre corpulento. Tenía el físico de un militar a pesar de que vestía un esmoquin. Los hermanos los seguían y los vio desaparecer por la habitación más alejada.

Se quedó un rato dando vueltas por allí mientras los otros asistentes iban saliendo al aparcamiento. Confiaba en que alguien de la familia saliera. Enseguida se quedó solo en el salón, a excepción del personal del catering, que estaba acabando de recoger. Por fin se dio por vencido y decidió marcharse. Al salir, vio cuatro coches de policía fuera de la mansión y tuvo la sensación de que la emergencia familiar les iba a llevar toda la noche. Conociendo a los Steele, cualquier cosa que sucediera requeriría de su control para evitar que la situación se les fuera de las manos y salvaguardar así la imagen de la familia.

Una vez fuera, le entregó el resguardo al aparcacoches. Unos minutos más tarde, el chico apareció con su camioneta azul y River le dio una propina antes de subirse.

No era así cómo esperaba que terminara la noche. Todo había quedado en el aire. Acababan de empezar a conversar cuando habían tenido que dejarlo bruscamente. Claro que tampoco sabía cómo quería que terminase. Tal vez esperaba que Morgan se desmayara al verlo o que se lanzara en sus brazos y le dijera que se había equivocado y que seguía amándolo.

Pero eso no ocurriría ni en un millón de años. Se alejó de la mansión Steele con una sonrisa en los labios. Su ego no era grande como para creer que había pensado en él durante la última década. Para ella, era el chico pobre e inútil que nunca llegaría a nada. Nadie se paraba a recordar a alguien así.

Lo más probable era que se hubiera olvidado enseguida de él y de su relación, como si nunca hubiera pasado nada entre ellos, tal y como su familia quería. Y seguramente estaría deseando quitárselo de la cabeza en aquel momento también, pero esta vez no le sería tan fácil. River se había asegurado de eso al firmar el contrato con un representante de Steele Tools que no sabía quién era. Pocas personas aparte de sus padres conocían lo que había habido entre ellos, y su silencio había jugado a su favor. Tenía garantizado pasar gran parte del verano colaborando con Morgan, la directora de relaciones públicas de la compañía.

En el mejor de los casos, había confiado en que se pasara las siguientes semanas arrepintiéndose de lo que le había hecho. Pero después de verla esa noche, el verano podía resultar más placentero de lo que había imaginado. Al menos para él. No se había parado a pensar qué aspecto tendría después de tantos años. Cuando se había vuelto hacia él en aquel impresionante vestido verde, casi se había caído de espaldas. Sus exóticos ojos verdes dorados, sus pómulos altos, su piel de porcelana… Era como si no hubiera pasado ni un día, pero de alguna manera, todo era diferente, sobre todo cuando lo miraba con aquella mezcla de estupor y sorpresa.

La joven que recordaba, su esposa, había sido la chica más guapa que había visto en su vida. Con su melena oscura y brillante, su mirada penetrante y su dulce sonrisa había caído rendido nada más poner los ojos en ella. Además de cumplir años, también había madurado a juzgar por la manera en que le había hablado. Pero aun así, se sentía tentado de volver a caer en su trampa. Por suerte, esta vez estaba más preparado. Su amor conllevaba ataduras. Con la misma facilidad con la que podía surgir, podía dejarlo pasar.

Si Morgan lo quería esta vez sería solo porque había logrado su objetivo y por fin era digno del beneplácito de su padre. En realidad, nada en él había cambiado como persona. Simplemente ahora tenía dinero y prestigio, las cosas que parecían tener más importancia para el señor Steele y, por supuesto, para Morgan.

River apretó el botón de la consola para abrir la verja y redujo la marcha para entrar en su propiedad de Kiawah Island. Luego avanzó por el camino de entrada de la casa que se había construido una vez había tenido el tiempo y el dinero para hacer exactamente lo que quería. Muchas cosas habían cambiado después de aquella horrible noche de hacía años.

River había aceptado el consejo del viejo, además de su cheque. Se había marchado y había hecho algo útil con aquel dinero. Pero no para demostrar nada a Morgan o a su padre, sino a sí mismo. Y lo había conseguido en muchos aspectos. Ya no era el muchacho ingenuo de aquel entonces. Había llegado el momento de que Morgan y Trevor supieran cómo había crecido la inversión de River. Tal vez en el futuro se lo pensaran dos veces antes de juzgar a alguien con tanta dureza.

Pero aunque no lo hicieran, ya no le preocupaba obtener el beneplácito de nadie y menos aún de un bastardo tan controlador como Trevor Steele.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–Ya tengo el informe de la recaudación de fondos. Contabilidad acaba de traérmelo.

Morgan desvió la vista del ordenador hacia Vanessa, su secretaria, que acababa de entrar en su despacho con una carpeta en la mano.

–Han tardado menos de lo que esperaba.

Vanessa le entregó la carpeta.

–La avisaré en cuanto llegué la visita –dijo antes de volver a su mesa.

Morgan abrió la carpeta y se sorprendió al leer la última línea. Teniendo en cuenta que la fiesta había sido más breve de lo planeado, no esperaba recaudar tanto dinero.

Al parecer, el hecho de haber tenido que cancelar la fiesta por un drama familiar digno de película había hecho sentir mal a sus invitados y donantes. Y cuando la gente rica se sentía mal, extendía cheques con más alegría.

Lo cierto era que habían recaudado suficiente dinero como para construir tres casas de vivienda social. Y eso solo al mes de la fiesta. Era probable que recibieran más aportaciones durante las siguientes semanas. El año anterior, habían recaudado para dos casas.

Aquello era lo único bueno que le había pasado últimamente. Había sido toda una sorpresa descubrir que la habían cambiado al nacer. La noticia acababa de salir a la luz, pero tenía la sensación de que habían pasado años desde que había sabido la verdad. Ese tipo de noticias hacía cambiar la perspectiva de la vida, sobre todo cuando uno descubría que todo había sido una farsa.

Por lo general, el tiempo volaba. Llevaba una vida muy ocupada, dedicada en cuerpo y alma a mantener el éxito de la empresa familiar. Cuando no estaba en la oficina, iba al gimnasio para controlar el estrés y los kilos de más. Siempre había deseado tener la figura esbelta de su madre y el peso era una de las cosas que más la inquietaba. Pero nada la había preparado para lo que había pasado en su vida desde aquella noche.

Desde entonces, cada vez que Morgan se miraba al espejo se encontraba con el reflejo de una impostora. ¿Cómo podía haber estado tan ciega durante tantos años para no darse cuenta de lo que era obvio a simple vista? Era imposible que fuera una Steele. Siempre había tenido un físico muy diferente al del resto de la familia. A pesar de que era la única morena en medio de tantos rubios, nunca había reparado en ello hasta que la verdad había salido a la luz.