Un extraño en mi cama - Lindsay Armstrong - E-Book

Un extraño en mi cama E-Book

LINDSAY ARMSTRONG

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Beschreibung

El atractivo extraño había llegado a la casa de Louise y Neil con un aspecto desaseado y con la ropa remendada. Su apariencia dejaba mucho que desear. Le dijo entonces que su hermano, Neil, lo había invitado a quedarse allí. A pesar de aquella apariencia, no tenía problema alguno en atraer a las mujeres, incluida ella. Richard Moore, miembro de una adinerada familia, no pudo resistir fingir el papel que Louise le había adjudicado al equivocarse en juzgarlo a partir de aquella primera impresión. Apenas unas horas después de conocerse habían hecho el amor espontáneamente, ¡pero ninguno de los dos sabía realmente cómo manejar la situación después de aquel pasional encuentro!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Lindsay Armstrong

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un extraño en mi cama, n.º 994 - abril 2021

Título original: In Bed With a Stranger

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-591-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LOUISE Brown acababa de salir de la ducha cuando sonó el timbre. Se secó y se puso torpemente un albornoz.

Volvió a sonar cuando estaba bajando deprisa por la escalera. Finalmente llegó sin aliento a la puerta y la abrió diciendo:

–¡Sí!

–¡Ah! –dijo el extraño, mirándola–. ¿Quién es usted? –le preguntó.

Era un hombre alto, de hombros anchos, y medía al menos un metro ochenta y cinco. Llevaba vaqueros, una camisa color caqui y botas polvorientas.

Ella movió la cabeza como quien quiere aclararse las ideas y dijo:

–Si no lo sabe, ¿qué hace usted llamando a mi puerta? ¿Puede decirme quién es usted?

Él tenía ojos muy azules, notó ella, y la miraba con interés.

–Soy Richard Moore, señora. Encantado de conocerla. He venido para quedarme. ¿Puedo…?

–¡Oh, no, no ha venido a quedarse! –dijo ella, notando que la camisa del hombre se había pegado a su cuerpo húmedo.

–Puedo asegurarle… –él hizo una pausa para mirar el número de la puerta y comprobarlo con un trozo de papel que tenía en la mano–. Es la casa de la familia Brown, ¿no es verdad?

–Sí, pero…

–Entonces estoy en el sitio correcto. Así que… –la miró con impaciencia–. Si no le importa dejarme entrar, podemos hablar sobre el asunto más cómodamente.

–No hay nada de qué hablar. ¡Ésta es mi casa! ¿Puede irse, por favor? –ella empezó a cerrar la puerta.

Pero Richard Moore puso un pie en ella y dijo irritado:

–Mire, señorita, por lo visto Neil se ha olvidado de hablarle de mí. Y evidentemente se ha olvidado de decirme que tenía una amante en su casa, pero…

–¡Neil! –gritó ella–. ¿Por qué sigue haciéndome esto? Supongo que usted es uno de sus protegidos. Pero para su información, señor Moore, le diré que yo soy su hermana, y no su amante.

Richard Moore pestañeó e intentó no reírse, pero no lo logró. Finalmente se puso serio y dijo:

–Mi más sincero perdón, señorita Brown. Es usted la señorita Brown, ¿no es así?

–Sí, ¿y? –contestó Louise, desafiante.

–Nada. Me preguntaba si me estaría dirigiendo a su hermana casada, nada más –dijo Richard Moore–. Mmm… Pero la cuestión es, señorita Brown, que Neil me ha invitado a pasar quince días aquí .

–¡Eso es imposible! –protestó Louise–. No tengo intenciones de compartir mi casa con un extraño durante quince días.

–Si pudiera hablar con él…

–Eso es imposible también. Está en Gippsland Este, y no sólo se ha olvidado de decirme que venía usted, señor Moore, se ha olvidado su teléfono móvil. Típico de Neil –dijo ella amargamente.

Richard Moore se cruzó de brazos y la miró fijamente:

–Entonces, ¿qué sugiere que haga, señorita Brown?

–¿Qué quiere decir?

–¿Vagar por las calles?

–Bueno… –Louise dudó–. Hay muchos hoteles y pensiones en la costa. ¡Oh! Entre –ella abrió más la puerta–. Llamaré para buscarle algún sitio. Espere adentro, por favor, mientras me visto –ella lo invitó a entrar al salón.

Richard Moore recogió sus dos bolsas y entró. Luego la siguió con la vista mientras ella subía las escaleras. Se preguntó por qué Neil se había olvidado de decirle que tenía una hermana tan atractiva. ¿Se habría dado cuenta de lo poco que le tapaba la bata su hermosa figura? Se sonrió levemente al recordarla: lasciva, y rellena en los sitios justos, la cintura muy pequeña, piernas largas. Y ese pelo húmedo que seguramente sería rubio ceniza al secarse, piel suave, ojos verdes con reflejos dorados, ¡y qué labios! ¡Daban ganas de probarlos!

Evidentemente Neil Brown era tan inteligente como despistado. A veces aquello era muy frustrante. Como en aquel momento, por ejemplo. ¡Qué diablos estaba haciendo en Gippsland Este cuando debía estar allí!

¿Y qué haría él esos quince días?

De pronto, recordó el término que había usado ella: «protegido», y se rió.

 

 

Mientras tanto, Louise se miraba al espejo algo molesta. La había encontrado saliendo de la ducha porque acababa de darse un baño en el mar. Se había dirigido hacia la puerta sin vestirse, algo que no se le habría escapado a Richard Moore. ¿Por qué no se había tomado el tiempo suficiente para vestirse? El extraño podría haberse marchado, pensó, enfadada.

Suspiró y comenzó a vestirse.

¿Qué diablos iba a hacer con aquel hombre? ¿De dónde lo había sacado Neil y qué pensaba hacer con él esos quince días?

Pensó en su hermano. Un zoólogo y conservacionista. Neil la solía irritar como nadie con sus despistes. Pero también lo quería mucho, no sólo como hermano sino como persona. Era muy cálido y humanitario.

Ambos eran dueños de aquella casa en MacRae Place. Y en general era un arreglo cómodo, sin mayores problemas.

Neil no pasaba mucho tiempo en casa así que cuando lo hacía, generalmente con alguien tan apasionado como él por la conservación de las especies y la zoología, Louise preparaba lo necesario para su estancia y la de su acompañante. Siempre tenía hecha la cama de la habitación de invitados y el congelador provisto de comida, porque muchos de sus invitados aparecían por sorpresa. Pero aquello era diferente. O aquel hombre era diferente.

–Así que sigue aquí –dijo ella bajando las escaleras unos veinte minutos más tarde.

Se había puesto pantalones cortos grises, una blusa de manga corta y zapatos planos. Llevaba el pelo recogido y algo de maquillaje.

–Sí. Es un sitio muy bonito –dijo él poniéndose en pie caballerosamente.

–Gracias –Louise miró el salón con orgullo.

Era un salón espacioso, con las paredes pintadas de color albaricoque y ventanas de madera, tres sofás alrededor de una mesa baja, cuadros en las paredes, y un piano en un rincón.

–Hábleme sobre usted, señor Moore –le dijo ella, y se sentó–. ¿Cómo ha conocido a Neil?

Después de un momento, él se sentó frente a ella.

–Fotografiando rinocerontes en el zoológico de Western Plains, en Dubbo.

Louise hizo una mueca.

Richard levantó una ceja y dijo:

–¿Le parece mal?

–No del todo. Lo que pasa es que desde que han comenzado con el programa de cría en Dubbo, Neil está casi paranoico.

–Son especies muy amenazadas –comentó Richard.

–Lo sé. ¿Así que usted es fotógrafo? ¿Sólo se dedica a eso?

–Mmm… Bueno, sí.

Ella lo miró. Richard tenía el pelo rubio y liso. Le caía un mechón en los ojos. Evidentemente, no se había afeitado y la camisa color caqui que llevaba estaba remendada en varios sitios. Unas botas muy gastadas completaban su atuendo.

Pero nada de ello, ni el cansancio que se adivinaba en sus ojos, mermaba su atractivo y seguridad.

–Supongo que será por ello por lo que Neil lo ha tomado bajo su protección.

–Es difícil abrirse paso en este campo.

Ella se dio cuenta de que él la miraba con curiosidad y frunció el ceño.

–¿Cuántos años tiene? –no sabía por qué le había preguntado eso.

Probablemente porque aquel hombre le parecía distinto a los demás acompañantes de Neil. En general aquellos protegidos eran gente de la universidad, becarios modestos, enfrascados en sus trabajos, que no solían fijarse en ella. La mayoría tenían dificultades en las relaciones sociales, sobre todo con las mujeres.

Richard Moore podía ser un fotógrafo empobrecido, pero ella tenía la sensación de que no entraba en la categoría de los otros. Incluso tenía una mirada arrogante.

–Treinta y dos años –dijo él alzando una ceja.

–¿No es…? ¿No es un poco tarde para estar empezando en su profesión? –preguntó ella.

–Mm… Bueno, con ayuda de Neil, ¿quién sabe qué puede pasar?

Louise abrió la boca para contestarle. Luego tuvo otra idea.

–¿Le importaría esperar un momento? –le preguntó ella, levantándose suavemente.

–No, por supuesto.

Ella empezó a moverse. La tela de sus pantalones cortos moldeaba sus muslos y la blusa se movió sobre sus pechos al caminar. Pasó al lado de él. Se miraron un segundo. Era evidente que él apreciaba su figura. Se le veía en los ojos. Pero ella levantó la barbilla y siguió.

Fue directamente al estudio de su hermano. Cerró los ojos. Encontrar algo allí sería como buscar una aguja en un pajar.

–Eres un brillante zoólogo, hermano, ¡pero eres la persona más desordenada que he conocido! –murmuró en voz alta.

Buscó en unas carpetas. Se le cayó el contenido de una de ellas al suelo. Y apareció lo que buscaba.

Era la agenda de Neil.

Hojeó las páginas. Allí estaba el nombre de Richard en la fecha de aquel día:

Llega Richard. No debo olvidarme de decírselo a Lou.

Eso era todo.

Ella suspiró y cerró el libro. Pensó que era inútil tener una agenda, si no la podía encontrar y si no la usaba adecuadamente. Pero al menos le daba credibilidad a aquel hombre de ojos azules. Neil lo conocía y lo había invitado a quedarse en su casa. Se quedó pensativa. Y tomó una decisión.

–Mire –ella entró en el salón–, lo voy a dejar quedarse unos días, señor Moore. Mi hermano es muy olvidadizo a veces, pero usted está en su agenda. Así que le pido perdón de su parte. Pero si él no aparece, intuyo que su estancia aquí va a ser una pérdida de tiempo.

Richard Moore se quedó pensando. Seguramente ella estaba cumpliendo su papel de anfitriona contra su voluntad. Le hacía gracia.

Pero dijo con una sonrisa encantadora:

–Se lo agradezco mucho, señorita Brown.

–Sí, bueno… Acompáñeme, le mostraré la habitación de invitados, y prepararé algo para almorzar mientras se refresca un poco.

–Por favor, no se moleste por mí, señorita.

–Iba a preparar el almuerzo para mí de todos modos.

 

 

Louise estaba preparando una ensalada cuando él entró en la cocina. Ella alzó la vista.

Se había afeitado y cambiado. Llevaba unos pantalones cortos azules y una camiseta blanca. Tenía el pelo húmedo y peinado.

Ella le hizo un gesto con la mirada, refiriéndose a la ropa sucia que él llevaba en la mano.

–Ponga eso en el lavadero. Yo lo lavaré.

–Puedo hacerlo yo…

–Si se parece a Neil, dejarlo que se ocupe de la lavadora puede ser un desastre. Prefiero hacerlo yo. El lavadero está ahí –le señaló una puerta–. Déjela ahí, encima de la lavadora. El almuerzo está listo.

–¡Sí, señora! –dijo Richard, y desapareció en el lavadero.

Louise se quedó mirando la ensalada. Luego se encogió de hombros.

–¿Quiere una cerveza o prefiere un vaso de vino –le preguntó cuando él volvió a aparecer.

–Me encanta la cerveza.

Louise se sirvió una copa de vino y le dio una cerveza a él.

Había un comedor adjunto a la cocina. A través de la puerta de cristal se veía un jardín con flores, hiedra y algunos árboles.

–¡Salud! Sírvase –le dijo ella.

–Después de usted –le dijo él; y le alcanzó un plato de carne fría–. ¿Cuál es su nombre?

–Louise.

–¿Y a qué se dedica, Louise?

–Soy profesora.

Él esbozó una sonrisa.

–¿Le divierte? –le preguntó ella.

–Es que… No tiene aspecto de profesora. ¿Qué enseña?

–Historia. Y soy la que dirige el coro.

–¿Con qué edades trabaja?

–Tenemos dividido el coro en tres grupos por edades. Y soy profesora de Historia de escuela secundaria –dijo ella, sonriendo levemente.

–Parece muy joven.

–¿Para ser profesora de escuela secundaria, quiere decir? Tengo veinticinco años.

–¿Es una escuela mixta?

–No, una escuela privada de niñas. Dígame una cosa señor Moore, ¿qué planeaban hacer usted y Neil en estos quince días?

Richard la miró, luego se concentró en la comida y dijo:

–Hay un pájaro aquí que le interesa mucho a Neil. Parece que cada vez hay menos. Queríamos hacer algunas fotos de manera que pudiéramos idear algún programa de supervivencia.

–¿Qué pájaro?

–El jabirú.

–¡No me diga que Neil ha agregado el jabirú a su lista de protegidos!

Richard Moore se rió espontáneamente. Después de un momento ella también se rió.

–Lo siento, pero le diré que en estos cuatro o cinco años he visto muchos jabirús muertos en los canales.

–Es triste.

–Sí. De todos modos, cuando Neil se ocupa de una causa puede ocurrir cualquier cosa. Cuando se acuerda, claro –dijo ella. Se puso de pie. Había terminado de comer. En cambio su huésped seguía comiendo. Como si no hubiera comido desde hacía días. ¿No podía ni permitirse comer?, se preguntó ella.

–¿Tiene planes para esta tarde? –preguntó Louise, y puso una cesta de fruta encima de la mesa. Luego empezó a hacer café.

–Gracias. No, bueno. Me preguntaba si le importaría que durmiese un rato. Estoy un poco cansado.

–¡No, por supuesto! –dijo ella contenta. No tendría que haber demostrado ese entusiasmo. Pero él no pareció notarlo–. Tengo que hacer algunas visitas esta tarde, así que, no, no me importa que descanse. Por favor, siéntase cómodo.

Ella puso una taza de café frente a él. Había algo en su mirada que no parecía coincidir con la cortesía con que él le daba las gracias. Probablemente habría notado que ella se había puesto contenta al saber que él se iría a dormir.

Louise se puso colorada. ¡Maldita sea!

Empezó a recoger la mesa.

–¿Puedo ayudarla con los platos? Estoy bastante entrenado en los quehaceres de la casa.

–No, gracias.

–Entonces, ¿qué le parecería que preparase la cena esta noche? Preparo unos macarrones al queso que están muy buenos –dijo él; eligió una naranja y empezó a pelarla con los dedos.

Louise dejó de cargar el lavaplatos y lo estudió con el ceño fruncido.

–¿Habla en serio?

–Sí, señora.

–¿Y no quema los guisos y deja un desastre en la cocina?

–En absoluto.

–Bueno… –ella dudó. Luego sonrió sinceramente–. Si realmente quiere hacerlo, de acuerdo. Ningún amigo de Neil fue capaz de hervir agua siquiera, y menos de cocer un huevo. Creo que tengo todo lo que le hace falta –dijo ella. Y abrió un armario donde encontró un paquete de macarrones–. Hay queso suficiente, hay leche, jamón, tomates, mostaza. ¿Por qué no?

–¿A qué hora le gustaría cenar?

–¿A las siete? Voy a ir a visitar a una amiga que está en el hospital, pero seguramente estaré de vuelta a esa hora.

–Nada serio, ¿verdad?

–Depende de cómo se mire –dijo Louise–. Acaba de tener su primer bebé.

–¡Ah!

–¿Entiende de bebés? –le preguntó ella.

–Lo suficiente como para saber que son la alegría de la casa, pero que te dejan exhaustos, que son personitas que consumen mucho tiempo y que no saben hablar y decirte lo que estás haciendo mal.

Louise se rió.

–¡Qué razón tiene! Tengo amigas que se vuelven locas con sus pequeños, lo que me recuerda que debo comprar un regalo.

Richard Moore se puso en pie, se estiró y bostezó.

–No estamos lejos de la playa, ¿verdad?

–Está a un par de manzanas.

–He pensado que podría darme un baño luego.

–¿Por qué no?

–Gracias nuevamente por permitirme quedarme y por la comida.

–De nada –dijo Louise.

Aquella figura grande parecía haber achicado el comedor. Se sintió un poco intimidada por el tamaño y el atractivo de aquel fotógrafo. Se dio la vuelta y se marchó.

 

 

–¡Es encantador! –le dijo Louise a su amiga, devolviéndole al bebé–. Creo que Bradley es un nombre que le irá muy bien.

–Seguro que acabaran llamándolo Brad –respondió Jane–. Pero no me importa –miró a su bebé con satisfacción y luego miró a Louise–. ¿Qué tal te va a ti? ¿Hay alguna novedad en tu vida?

–Bueno, ha venido un protegido de Neil, así, por sorpresa.

Le explicó las circunstancias, y Jane, que conocía a Neil, se rió.

–¿Cómo es? ¿Está tan absorto en su trabajo como los otros?

–No. Y por alguna razón, no me siento cómoda con él.

–¿Por qué?

Louise se quedó pensando.

–Tengo la sensación de que se ríe de mí, entre otras cosas –dijo Louise. Y pensó que incluso estaba jugando con ella.

–Descríbelo.

–Treinta y dos años, alto, atractivo en un sentido un poco salvaje, como un tigre bien alimentado. Sabe cocinar, me ha…

–¡Lou! Puede ser lo que te hace falta.

Louise miró la habitación llena de flores, y a su amiga vestida con un bonito camisón.

–No te vas a quedar contenta hasta que no me veas casada y teniendo niños también, ¿no es verdad? –dijo Louise.

–Tienes veinticinco años –le señaló Jane.

–¿A punto de empezar el declive, quieres decir?

–Por supuesto que no. Pero sí, me gustaría verte… enamorada al menos.

–¿Por si acaso?

–¿No… te ha pasado nunca, quiero decir, no te has enamorado nunca?

Louise dijo después de reflexionar:

–Creí que me había enamorado una vez, pero no duró demasiado.

–No te des por vencida, y sigue intentándolo.

–¿Intentar enamorarme?

–No he querido decir eso. Lo que he querido decir es que no deberías cerrarte a la posibilidad –la corrigió Jane.

Louise se rió.

–Por supuesto que no. Pero no creo que este hombre sea la respuesta a mis ruegos. Y en realidad, soy feliz como estoy, Jane.

–Eso es lo que me da miedo –contestó Jane.

Pero antes de que Louise pudiera defenderse, el pequeño Bradley se despertó.

Se quedó otra hora con su amiga y luego volvió al caer la tarde.

Al meter la llave en la cerradura se detuvo. Había un extraño ruido proveniente de la casa. Luego cesó por completo. Abrió la puerta y su inesperado invitado apareció en la entrada.

–Hola –dijo ella–. ¿Ha dormido y se ha dado un baño?

–Hola –respondió él. Se apoyó en la pared–. Me he bañado primero. Pero no he sido capaz de dormirme.

–¿No? ¡Qué pena! –ella dejó su bolso en la mesa de la entrada–. ¿Sabe? Hubiera jurado que oí ladrar a un perro. Debo de estar imaginando cosas –dijo, y siguió hacia la cocina.

Entonces él dijo:

–No es uno. Son tres.

Ella se detuvo de pronto:

–¿Qué diablos quiere decir?

–Son cachorros en realidad. Estaban en la puerta cuando he vuelto de la playa. Junto a sus dueños.

–¿Cachorros? –preguntó ella.

–Cachorros. Tres. La pareja que estaba con ellos me dijo que seguramente usted se alegraría de recogerlos. Así que los dejaron conmigo.

Louise lo miró sin poder creerlo.

Él sacó un trozo de papel de su bolsillo y se lo dio:

–Le han escrito esta nota.

La nota ponía:

 

Querida Lou:

Nos estamos volviendo locos. Los vecinos se quejan, el dueño nos ha amenazado con echarnos esta mañana. Nadie está interesado en comprárnoslos. ¡No te olvides que ha tenido ocho perritos! Y como sabemos que tú trabajas incansablemente para la Sociedad Protectora de Animales, estamos seguros de que podrás encontrarles un hogar. Un abrazo, Marge y Fred.

 

–No puedo creerlo –dijo Louise, y se empezó a reír sin remedio.

–Lo creerá cuando vea a los cachorros. ¿Es normal esto en la casa de los Brown?

–¡No! Bueno, mmm… ¿Qué ha hecho con ellos?

–Después de seguirlos por toda la casa, limpiar varios desastres, rescatar zapatos de ser masticados, etcétera, los metí en el lavadero, les di de comer pan mojado en leche ¡y rogué a Dios que se quedaran dormidos! ¿Puedo preguntarle una cosa? ¿Por qué Marge y Fred pensaron que podían… dejarlos aquí sin consultarlo?

–¡Oh, bueno, es así! Son una pareja de personas mayores muy querida que vive en una vieja casa cerca de aquí, que está dividida en cuatro pisos. Son pensionistas, medio sordos, y quieren mucho a su perra, Mitzie. Lamentablemente, se escapó una noche, ¡y un par de semanas más tarde se dieron cuenta de que aquella debió de ser una noche loca para ella!

–Comprendo. ¿Y usted qué tiene que ver?

–Bueno. A veces les hago la compra, y se me ocurrió decir, antes de que nacieran los cachorros, que tal vez pudiera colocarlos. No tuve noticias de Marge y Fred así que pensé que habían podido hacerlo. ¡Deben de haber estado desesperados, los pobres!

–¿Y usted trabaja para la Protectora de Animales?

–Sólo ayudo a recaudar fondos. ¡Será mejor que me lleve a verlos! –dijo ella con una sonrisa pícara.

Él se quedó mirándola. Luego fue hacia el lavadero.

–¡Oh! ¡Oh! ¡Es increíble! –exclamó ella.

–Estoy totalmente de acuerdo –murmuró Richard Moore.

–Pero, no, lo que quiero decir es… ¡Usted no conoce a Mitzie! Ella es muy pequeña, mientras que éstos… ¡Sólo Dios sabe quién será el padre!

–¿Un gran danés? –sugirió Richard.

–Por las patas, podría ser –dijo ella. Se arrodilló y se dejó lamer entusiásticamente por los cachorros–. A pesar de vuestra raza desconocida sois hermosos. Y me encantaría quedarme con vosotros, pero tengo la sospecha de que necesitaréis un jardín muy grande. ¡Por no decir una granja! –dijo ella, y mirando a Richard Moore, agregó–: Ya veo por qué no ha podido dormir.

–¿O sea que realmente no le importa esta imposición? ¿Por qué no han ido directamente a la Sociedad Protectora de Animales sus vecinos?

–Son viejos. No deben de haberse atrevido, pensando que tal vez no los recibieran. Y es sábado. Pero… voy a tener que hacer algo esta noche, si no, ¡mis vecinos se van a quejar! A ver, déjeme pensar.

Ella cerró la puerta de la cocina.

–Tal vez si convenzo a la encargada del albergue, me deje que los lleve.

Louise fue hacia el teléfono.

Una hora más tarde estaba todo solucionado. Los cachorros ya no estaban, había hablado con Marge y Fred, y volvía a reinar la paz.

–Lo que necesito es una copa –dijo Richard–. Fue fantástico. Realmente tiene un gran talento para ayudar, sobre todo desde el punto de vista de la organización –sirvió dos copas y le dio una a ella.

–Lamento que haya tenido una tarde tan ajetreada. Mire, no se preocupe por la cena, podemos…

–Ya está hecha. Sólo hay que calentarla. La he hecho mientras hacía de niñera de los cachorros –dijo él.

Louise miró el salón. Estaba impecable.

–¡Me parece que está haciendo algo muy diferente de su verdadera ocupación!

–Todavía no lo ha probado.

–¿Por qué tengo la impresión de que va a ser una obra maestra? –dijo Louise pícaramente.

Él se encogió de hombros.

Sonó el teléfono.

Louise lo atendió. Cuando terminó de hablar, colgó con un gesto de preocupación.

–¿Malas noticias? ¿Una nueva invasión doméstica de alguna especie interesante?

Ella se rió.

–No. Había planeado ir mañana a dar un paseo en bote con una pareja, pero se ha tenido que suspender. No podrá creerlo… Ella acaba de descubrir que está embarazada. Lo que explica por qué tiene náuseas; y la idea de navegar no la convence.

–¿Por qué no lo voy a creer? –preguntó él con una leve sonrisa.

–Lo que quiero decir es que no puedo creer la cantidad de amigas que están esperando familia.

–¿No tiene planes en ese sentido?

–No.

–¿Por alguna razón especial?

–Sí, no hay ningún hombre especial, señor Moore.

–Eso puede cambiar.