Un hombre rebelde - Susan Stephens - E-Book

Un hombre rebelde E-Book

Susan Stephens

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Su madre le advirtió que no jugara con fuego… La reportera Romy Winner vivía su vida a través de la lente de su cámara, encantada de permanecer en un segundo plano mientras capturaba la felicidad de otros. ¡Hasta que Cruz Acosta, campeón de polo argentino y antiguo combatiente en las Fuerzas Especiales, la retó para que abandonara las sombras y aceptara el papel protagonista en su cama! Su osadía tuvo una consecuencia sorprendente que la iba a atar de por vida a un hombre de mala reputación. Si Romy quería asegurarle el futuro a su hijo, no iba a tener más remedio que averiguar qué había bajo la máscara que ocultaba las cicatrices de Cruz y aprender a domar al salvaje Acosta…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 222

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Susan Stephens. Todos los derechos reservados.

UN HOMBRE REBELDE, N.º 81 - junio 2013

Título original: Taming the Last Acosta

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3101-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Había dos personas alejadas de la celebración. Una era Romy Winner, una reportera que tenía razones de sobra para mantenerse apartada, pues así era como hacía su trabajo. La otra persona era Cruz Acosta, hermano del novio, y él no tenía ninguna excusa.

Romy descubrió a un hombre de atractivo salvaje que no pintaba mucho en aquel ambiente tan formal, pero que parecía el típico habitante de la dura e implacable pampa argentina, lugar en el que se estaba celebrando la boda.

Hizo unas cuantas fotografías más de él intentando pasar desapercibida en la oscuridad. Normalmente, no sentía nada cuando trabajaba, pero en esa ocasión estaba sintiendo que la emoción se apoderaba de ella y no solo porque cualquier editor le pagaría una fortuna por aquellas fotos de Cruz Acosta, el más misterioso de los hermanos Acosta, sino porque Cruz despertaba en ella un violento deseo atávico que se materializaba en ciertas sensaciones entre las piernas.

Podía ser que fuera su aire misterioso y agresivo o, quizás, fuera su apariencia de guerrero. Romy no sabía lo que era, pero lo estaba disfrutando.

Los cuatro hermanos Acosta eran altos y fuertes y sobre el menor de ellos, que era Cruz, corrían todo tipo de rumores. Se sabía que había estado en las Fuerzas Especiales y que se había formado en Europa y en Estados Unidos y se creía que trabajaba para dos gobiernos, aunque eso realmente no lo sabía nadie. Lo único que era de dominio público era que se le daban muy bien los negocios y el polo.

Estaban en la boda de su hermano mayor, Nacho, con su bella novia ciega, Grace, y Romy estaba teniendo la oportunidad de mirarlo muy de cerca a través de la lente de su cámara. Lo que había descubierto hasta el momento era que a Cruz no le faltaba de nada.

Al ver que el objeto de su interés paseaba la mirada a su alrededor, tal vez en busca de intrusos, Romy se apartó todavía un poco más para que no la viera.

Se dijo que ya era hora de olvidarse de Cruz Acosta y de concentrarse en el trabajo aunque, teniendo en cuenta que se ganaba la vida tomando fotografías buscadas por los demás, se podría decir que tomar algunas más de aquel hombre también era trabajo, así que se dispuso a disparar unas cuantas veces más. Sabía que Ronald, el editor de ¡Rock!, la revista para la que trabajaba, iba a estar encantado.

En aquel momento, se dio cuenta de que Cruz la estaba mirando.

Aquel trabajo habría sido un placer si hubiera tenido un pase de prensa oficial, pero muchos consideraban a la revista para la que trabajaba un tabloide escandaloso, así que no habían invitado a la boda a ningún reportero de ella. Romy había ido de incógnito y en secreto por parte de la novia con la condición de que utilizaría algunas fotos para otros propósitos.

Holly Acosta le había dicho a Grace que tenía una amiga que era muy buena fotógrafa, una de sus compañeras de trabajo en ¡Rock!, y la novia había querido conocerla, así que las tres se habían visto en secreto durante los últimos meses y, al final, Grace había decidido que quería que Romy fuera la fotógrafa que se encargara de las fotografías de su boda para que su marido y sus futuros hijos tuvieran un recuerdo de aquel día y Romy había aceptado el encargo.

Grace y ella se estaban haciendo muy amigas y, además, era una oportunidad de oro para poder ver a los Acosta en su salsa aunque, ahora que lo pensaba, no creía que Cruz fuera a mostrarse tan tolerante y agradable con ella como su cuñada si la sorprendía.

Así que no debía permitir que la sorprendiera.

Romy se estremeció de deseo cuando su objetivo volvió a posarse en el hombre del que su cámara se había enamorado. Tenía un magnetismo especial que se abría paso a través de los invitados para llegar hasta ella a pesar de que irradiaba un halo de peligro a su alrededor.

Cuantas más fotografías le hacía, más difícil le resultaba imaginarse que hubiera algo que pudiera interponerse en el camino de aquel hombre. Se lo imaginaba perfectamente siendo un joven rebelde que se había alistado en el ejército para ganar medallas. Por mucho que fuera vestido de gala, era fácil ver que Cruz Acosta era un arma en sí mismo. En la actualidad, tenía una empresa de seguridad que iba a las mil maravillas y por eso se estaba encargando de la seguridad en la boda.

Romy se alarmó al sentir la mirada de Cruz sobre ella. Era evidente que la había visto. La pregunta era: ¿haría algo al respecto? No se había cruzado medio mundo para volver a Londres con las manos vacías.

Ni estaba dispuesta a defraudar a la novia, así que se movió entre la gente para esconderse. El encargo de Grace constituía para ella una misión sagrada y no solo un trabajo y no tenía intención de dejar que nadie la distrajera, aunque fuera uno de los hombres más guapos que había tenido el placer de fotografiar.

Mientras seguía tomando fotografías, pensó que Cruz hacía un gran contraste con la novia. La serena belleza de Grace resaltaba en aquellos momentos, pues estaba bajo un baldaquín blanco cubierto de flores, entre su marido y Cruz.

Romy tomó aire cuando el hombre en cuestión miró en su dirección y, bajando la cámara, buscó un lugar mejor en el que ocultarse, pero no había mucha sombra porque la carpa estaba muy iluminada. Así lo había querido Grace, que se había quedado ciega a causa de un virus, y que lo único que todavía distinguía eran las luces.

Romy se mezcló entre los invitados y bajó la mirada hacia el suelo. Los invitados estaban haciendo cola para ir a felicitar a los Acosta. En la cola, todo el mundo murmuraba lo guapísimos que estaban todos. Nacho, el hermano mayor, estaba encantado con su recién estrenada mujer y era evidente que la chispa que había entre Diego y Maxie, su esposa y organizadora de eventos, podría haber incendiado la carpa. También estaba allí Rodrigo Acosta, que, a juzgar por cómo miraba a Holly, su mujer y compañera de trabajo de Romy, estaba como loco por llevársela a la cama mientras que Lucía Acosta, la única mujer de aquella saga, flirteaba con Luke Forster, su marido y fotogénico jugador de polo.

Eso quería decir que Cruz era el único hermano que quedaba por casarse. ¿Y qué? Aunque su cámara se hubiera enamorado de él, eso no quería decir que a ella le tuviera que gustar... claro que, ahora que estaba distraído atendiendo a los invitados, podía aprovechar para estudiarlo bien, para fijarse en sus cicatrices y en su expresión sombría.

Romy se dio cuenta de que todo aquello debería alejarla de él, pero, en lugar de ser así, se sintió hechizada. Manteniendo las distancias, sintió que el deseo se apoderaba de ella y, entonces, cuando Cruz se giró hacia la novia para decirle algo y su expresión se suavizó momentáneamente, Romy supo que era el momento perfecto para captar ese tipo de fotografías que la habían hecho tan famosa.

Se puso tan contenta por tener aquella oportunidad que apenas se dio cuenta de que Cruz se giraba hacia ella y la miraba fijamente. Cuando se percató, se sintió como un conejo atrapado ante los potentes faros de un coche. Cuando Cruz se movió, ella también se movió, agarró su bolsa y guardó la cámara. Le temblaban las manos y sentía pánico, así que corrió hacia la salida a pesar de que aquello no era propio de ella. Era una profesional experta y no una reportera en prácticas, así que no comprendía por qué se estaba comportando así.

Por otro lado, había cierta excitación en que Cruz la persiguiera. Efectivamente, Cruz podía ser el protagonista de sus sueños eróticos, así que el hecho de que la persiguiera le estaba gustando.

Antes de irse, quería hacer unas cuantas fotografías más para la novia, así que se apoyó en una columna y fotografió flores y objetos de decoración. Delicadas peonías rosas colgaban del techo porque a Maxie, la organizadora de la boda, le había parecido que, aunque Grace no pudiera verlas, podría olerlas. De la misma manera, Romy quería tomar buenas fotografías de todos los detalles para hacer de aquel día un día especial para la novia.

–Hola, Romy.

Romy dio un respingo, pero solo era un famoso que quería que le hiciera una fotografía. Al editor de ¡Rock! le encantaban aquellas imágenes, así que Romy sabía que tenía que hacerlo. Necesitaba desesperadamente el dinero, así que no tenía más remedio que hacer aquel tipo de fotografías aunque ella lo que en realidad quería hacer era fotografiar a gente normal y corriente, con vidas ordinarias, en situaciones extraordinarias.

Mientras se colocaba para hacer la fotografía, quedando peligrosamente expuesta, se prometió a sí misma que algún día conseguiría hacer el trabajo que de verdad quería hacer.

Cada vez eran menos los invitados que quedaban por felicitar a los Acosta, la gente se estaba encaminando a sus mesas para comenzar a cenar y Romy sintió un frío helado por la columna vertebral. Se estaba despidiendo del famoso cuando tuvo la certeza de que la estaban observando.

Normalmente, se le daba bien mezclarse con la gente, así que pronto encontró otro lugar en el que ocultarse, detrás de unas mesas con muchos adornos. Desde aquel lugar, podía observar a Cruz tranquilamente, así que se instaló para disfrutar de la vista. Era evidente que debajo del traje hecho a medida había un cuerpo bien musculado y Romy no pudo evitar imaginárselo desnudo.

Umm...

Grace le había comentado que, aunque a Cruz le encantaba vivir en la pampa, iba a abrir una oficina en Londres. «Justo a la vuelta de la esquina de ¡Rock!», le había dicho como si fuera una bendición.

Ahora que lo había visto con sus propios ojos, Romy estaba segura de que Cruz Acosta podía resultar, más bien, una maldición.

Pero atractivo, eso sí. Incluso increíblemente espectacular.

Romy se dijo que ya tenía lo que había ido a buscar y que había llegado el momento de irse. Al mirar hacia atrás, comprobó que Cruz ya no estaba en el lugar en el que lo había visto por última vez y se preguntó dónde demonios estaría. Lo buscó por la carpa, pero no lo vio por ninguna parte.

Romy se dijo que lo que tenía que hacer era dirigirse a la sala de prensa para mandar las fotografías cuanto antes. Menos mal que Holly le había dado una llave y que la sala no estaba demasiado lejos. De hecho, veía las luces desde allí, así que apresuró el paso. Tenía la sensación de que la estaban siguiendo, pero se dijo que no tenía por qué preocuparse, que sabía cuidarse. Efectivamente, hacía kick-boxing, así que, si alguien creía que le iba a poder robar la cámara, se iba a llevar una desagradable sorpresa.

Había reconocido a la chica que se dirigía a la salida y no estaba dispuesto a dejar que se fuera. Había firmado personalmente los pases de prensa y sabía que Romy Winner no estaba autorizada para estar allí.

Según le habían dicho, aquella reportera no tenía escrúpulos a la hora de conseguir una historia, pero él tampoco los tenía. El trabajo de Romy tenía fama de ser innovador y profundo, incluso había oído decir que no tenía igual, pero, aun así, no debería estar allí.

Mientras se acercaba a ella, Cruz se dio cuenta de que lo había decepcionado, pues tenía fama de esconderse de manera ingeniosa y había esperado encontrarla colgando de una viga del techo o disfrazada de camarera, pero no intentando ocultarse en las sombras y ataviada toda de negro con el pelo rojo, una forma imposible de pasar desapercibida.

¿O lo habría hecho adrede para que todo el mundo se fijara en ella y poder tomar fotografías diferentes?

A lo mejor no era tan tonta como parecía. Seguro que había hecho grandes fotografías. Cruz se encontró de repente impresionado por su ingenio, pero le seguía pareciendo que la señorita Winner habría hecho mejor en no aparecer por allí.

Se las iba a pagar por intentar estropear la boda de su hermano.

Romy se dirigió a toda velocidad hacia la oscuridad. Estaba segura de que la estaban siguiendo, aunque no creía que fuera Cruz, pues seguro que tenía cosas más importantes que hacer.

Mientras avanzaba por el camino que llevaba a la casa principal, pensó que Cruz tenía pinta de ser muy rudo y reflexionó que, probablemente, sería porque no había disfrutado de la influencia femenina de una madre, pues sus padres habían muerto en una inundación hacía mucho tiempo y Nacho se había tenido que ocupar de sus hermanos.

No era más que eso, así que su imaginación podía descansar. Romy levantó la mirada, volvió a fijarse en las luces de la sala de prensa y se encaminó hacia allí. No se podía permitir el lujo de perder la calma. Lo más importante en aquellos momentos era mandar copias de las fotografías cuanto antes. El dinero que ganaba con su trabajo le permitía mantener a su madre en una buena residencia en la que la cuidaban muy bien y donde había tenido que ingresarla después de que su padre hubiera estado a punto de matarla de una paliza.

Romy se había dado cuenta enseguida de que las fotografías bonitas daban dinero y de que las fotografías sensacionalistas se vendían casi tan bien como el sexo. El día en el que le habían dicho que su madre iba a necesitar ayuda las veinticuatro horas del día para el resto de su vida, había decidido que fotografiaría lo que fuera necesario para que a su madre no le faltara de nada.

El viento de los Andes la hizo estremecerse de los pies a la cabeza y Romy se preguntó si se había sentido alguna vez en su vida más fuera de lugar que en aquellos momentos. Vivía en Londres, rodeada siempre de ruido y de gente y allí, bajo la sombra de una gigantesca montaña, todo se le antojaba siniestro y oscuro.

Romy sintió una angustia en el pecho y caminó más aprisa. La carpa en la que se estaba celebrando la boda había quedado muy atrás y ante ella se extendía solamente un vacío oscuro. Al fondo, se veían las luces de la hacienda, pero no había señales para llegar y tampoco nadie cerca.

Romy comenzó a trotar, pero se paró de repente y se quedó a la escucha. ¿Qué había sido eso? ¿Había chasqueado una ramita detrás de ella? No lo sabía, pero sintió que el corazón comenzaba a latirle aceleradamente. Se concentró en la sala de prensa, con las antenas parabólicas en el tejado, buscó la llave para tenerla preparada y gritó cuando sintió una mano masculina en la muñeca.

Con la otra mano, el hombre que la había asaltado se apoderó de su cámara. Romy no dudó en lanzarle una patada, pero el hombre le agarró el tobillo con fuerza.

–Buen golpe, pero no ha sido suficiente –bramó Cruz Acosta.

Con la espalda apoyada sobre un vehículo y el rostro de Cruz pegado al suyo, Romy no tuvo más remedio que estar de acuerdo.

Tal y como le había parecido a través de la lente de la cámara, el cuerpo de aquel hombre era duro como una roca. Lo tenía tan cerca que veía el brillo de sus ojos. De hecho, no pudo dejar de mirarse en ellos. Mientras tanto, su agresor le fue quitando la cámara del hombro y la dejó en el suelo.

–No –le dijo cuando Romy miró de reojo su herramienta de trabajo.

Romy intentó zafarse de él, pero Cruz no se lo permitió. La tiró al suelo y se apartó. Romy se giró y se puso en pie rápidamente, apretó los puños, adoptó una postura de defensa y le gritó que se rindiera.

Cruz Acosta enarcó una ceja.

–He dicho que...

–Te he oído perfectamente –contestó él.

Era todavía más guapo en las distancias cortas y más peligroso, también. Romy se encontró gritando de nuevo cuando Cruz volvió a agarrarla con fuerza. Aquel hombre no estaba dispuesto a hacer concesiones por ser el doble de fuerte que ella.

–¿No sabes hacer nada más? –se rio cuando Romy intentó volver a presentarle batalla.

Cuando la volvió a tirar al suelo, Romy se sintió humillada y más furiosa todavía. Era evidente que Cruz Acosta no se sentía impresionado en absoluto.

–¿Se puede saber cómo se ha colado una paparazzi en la boda de mi hermano? –le preguntó.

–No soy una paparazzi, trabajo para ¡Rock! –se defendió Romy.

–Oh, usted perdone –se burló Cruz–. Así que no eres una paparazzi, sino una periodista respetada con despacho propio y todo, supongo.

–Efectivamente, tengo un despacho muy bonito –mintió Romy.

Aquel hombre estaba haciéndola sentirse excitada y avergonzada a la vez y no le estaba gustando, porque no estaba acostumbrada a que se burlaran de ella. Hubiera sido demasiado decir que los demás reporteros la respetaban, pero, desde luego, no estaba acostumbrada a que los hombres le hablaran así.

–Así que, además de ser una infame paparazi y de estar en nómina para la infame revista ¡Rock!, ahora descubro que Romy Winner es una experta en kick-boxing.

Romy sintió que se sonrojaba como la grana.

–Supongo que te vendrá bien saber kick-boxing para colarte en sitios a los que no te han invitado.

–Me gusta practicar kick-boxing –contestó Romy–. Y me viene bien para cuando hay hombres como tú cerca.

–¿Hombres como yo? –repitió Cruz mirándola enfadado–. Deberíamos quedar en el gimnasio de vez en cuando.

–Cuando quieras –contestó Romy.

Por cómo la estaba mirando, era evidente que Cruz esperaba que se asustara o que bajara la cabeza, pero Romy no hizo nada de eso, sino que se encontró mirando fijamente la boca de aquel hombre. Cruz tenía unos labios espectaculares, carnosos y sensuales, y Romy no pudo evitar preguntarse qué sentiría si la besara.

¡Aquello era ridículo!

Sí, era cierto que Cruz Acosta era un hombre increíblemente guapo, de esos hombres que a Romy le encantaba fotografiar, pero no tenía ninguna intención de tocarlo. Había llegado el momento de dejar las cosas claras.

–El kick-boxing me viene muy bien para quitarme de encima a los pesados –declaró.

–No seas creída, Romy –contestó Cruz mirándola con frialdad.

Romy se estremeció. Sabía que no iba a recuperar su cámara, pues aquel hombre era más rápido que ella.

¿Cómo sería en la cama?

Afortunadamente, jamás lo sabría.

Lo único importante en aquellos momentos era recuperar la cámara, así que Romy intentó hacerle un quiebro para agarrarla, pero Cruz volvió a impedírselo. Romy no estaba preparada para la manera en la que lo hizo, agarrándola de la chaqueta y bajándosela por los hombros. Solo llevaba una camiseta blanca, sin sujetador. No se lo solía poner porque tenía poco pecho. Romy se sonrojó al comprobar que Cruz estaba haciendo un inventario pormenorizado de su pectoral.

Se imaginó los pechos que le debían de gustar a aquel hombre y deseó tener unos pechos grandes y voluminosos, pero no era así. Lo más abultado que había en aquel momento delante de ella eran sus pezones endurecidos.

–¿Sigues queriendo vértelas conmigo? –le preguntó Cruz de manera provocadora.

–Estoy segura de que tu ego quedaría mal parado –contestó Romy cruzándose de brazos y describiendo círculos a su alrededor–. Lo único que quiero es que me devuelvas lo que es mío –añadió mirando la cámara.

–¿Qué fotografías has hecho que no quieres que yo vea? –le preguntó Cruz agarrando la cámara–. Cuando las haya visto, te devolveré la cámara. Mañana por la mañana.

–Lo que hay ahí dentro es mío y necesito enviarlo...

–Te recuerdo que no tienes autorización para hacer las fotografías que has hecho –la interrumpió Cruz.

Romy sabía que no le iba a servir de nada intentar razonar con aquel hombre y decidió pasar a la acción, pero, en cuanto intentó golpearlo, Cruz volvió a tirarla al suelo.

–¿Qué voy a hacer contigo? –se preguntó en voz alta.

Lo tenía tan cerca que percibía su aliento mentolado. Se había sentado sobre ella a horcajadas y Romy apenas se podía mover. Sentía la hierba bajo su espalda, olía a plantas y tenía a un hombre excitado y fuerte encima de ella.

Podía intentar escapar.

Debería intentar escapar.

Lo que tenía que hacer era recordar lo que le habían enseñado en las clases de artes marciales: buscar el punto débil de Cruz.

Pero no hizo nada.

Cuando intentó ponerse en pie, Cruz se apoderó de su boca, algo que se le daba muy bien. Romy se quedó tan sorprendida que no pudo hacer nada. La sensación de que el hombre con el que había estado teniendo fantasías eróticas durante las últimas horas estuviera tomando posesión de ella, aunque solo fuera de su boca, se le antojó increíblemente potente.

Le estaba gustando tanto que incluso protestó cuando Cruz se incorporó alejándose de ella. Menos mal que fue solo para quitarse la chaqueta.

Cruz tenía claro lo que quería y fue directamente a por ello. Romy sentía que su cuerpo se erotizaba cada vez más.

Había crecido tapándose la cabeza con la almohada todas las noches para no oír los gritos de sus padres, así que no sabía lo que era la ternura ni el romance. Prefería ver la vida a través de la lente de su cámara, pero, cuando la vida le presentaba una oportunidad de placer como aquella, también sabía aprovecharla y disfrutarla.

Tenía muy claro que aquello iba a ser sexo por sexo, placer por placer, y decidió aceptarlo y tomarlo y, luego, pasar a otra cosa.

Todo en aquel hombre se le antojaba sensual... su cuerpo, sus manos, sus hombros, su rostro... su certeza de que ella iba a aceptar sin rechistar lo que le estaba proponiendo era tan sensual que Romy estuvo a punto de perder el control.

Vivir la vida a través del objetivo de su cámara de fotos era, a veces, poco satisfactorio, pero aquel encuentro inesperado estaba resultando de lo más estimulante.

Cruz la miró fijamente a los ojos y Romy sintió que el deseo se apoderaba de ella con fuerza. La mirada que estaban intercambiando hablaba de necesidad de manera explícita.

Romy tomó la iniciativa haciendo saltar por los aires los botones de la camisa de Cruz. Cuando el torso tatuado quedó al descubierto, gritó de placer. Cuando él encontró el botón de sus vaqueros y lo desabrochó, se dio cuenta de que apenas podía respirar.

Se los quitó en un abrir y cerrar de ojos. Romy alargó los brazos hacia su bragueta, pero las manos no le reaccionaron cuando intentó desabrocharle la hebilla del cinturón.

–Ya te ayudo yo...

Cruz no dejó de mirarla a los ojos mientras lo hacía, lo que resultó un potente afrodisíaco. Cuando le bajó las braguitas, Romy gritó de placer.

Sentía un reguero de lava ardiente allí por donde pasaban sus manos. Cuando Cruz paró un momento para colocarse un preservativo, la espera se le antojó insufrible. Su cuerpo sabía lo que quería y lo quería ya.

Romy sentía los pezones erectos como rocas y el pulso carnal entre las piernas, demandando satisfacción. Cruz había despertado un apetito tan fuerte en ella que no era posible no querer descubrir el sexo con un hombre que parecía saber perfectamente lo que quería y cómo conseguirlo.

Cuando se tumbó sobre ella, Romy sintió su enorme erección y se miró en sus ojos, en los que se encontró con su ardiente y confiada mirada, que le dejó claro lo que iba a hacer con ella y le transmitió el mensaje de que le iba a encantar.

Por si no había captado el mensaje, se lo dijo en palabras al oído. Romy jadeó de placer. No había tenido muchas citas y no tenía experiencia en prolegómenos, así que estaba encantada de que todo fuera a ser como siempre.

Capítulo 2

Romy exclamó sorprendida cuando Cruz se introdujo en su cuerpo. Estaba preparada, así que ese no era el problema. El problema era Cruz, que era enorme.

«Construido a escala», pensó.

Debería haberlo sabido.

Romy sintió que se le entrecortaba la respiración y que el dolor y el placer se mezclaban. Menos mal que él parecía no tener prisa. Aquello hizo que Romy se pudiera relajar.

Aquello le estaba gustando... sí, le estaba gustando mucho...

Romy respiró con más normalidad y agradeció en silencio a Cruz que le diera la oportunidad de explorar aquella sensación tan increíble a su gusto.

¿A su gusto? La pausa fue breve, apenas unos segundos. Romy trepó sobre él dejándose llevar por una fuerza que los envolvió y los condujo a un mundo en el que moverse más profundamente, con más fuerza, con más rapidez y más pasión era un imperativo, era esencial.

–¿Estás bien? –le preguntó Cruz algo preocupado cuando la oyó gritar de manera salvaje.

A Romy le pareció que pasaba una eternidad antes de poder contestar y, cuando lo hizo, no estuvo segura de estar diciendo nada coherente.

–¿Un poco mejor, por lo menos? –sugirió Cruz en tono divertido.

–No te creas –contestó Romy pidiendo más descaradamente.

Cruz se apoyó en las manos para elevar su peso y no aplastarla y la miró. Romy pensó que era imposible mejorar lo que había hecho hasta el momento. Cuando Cruz comenzó a moverse de nuevo, se dijo que era imposible que hubiera nada mejor en el mundo.