¿Un hombre romántico? - Dianne Drake - E-Book

¿Un hombre romántico? E-Book

Dianne Drake

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Beschreibung

¿Cuántas veces le pide un hombre a una mujer que lo ayude a ser romántico? Charlie Whitaker acababa de hacer la apuesta de su vida: si conseguía escribir una buena novela romántica, su hermana le cedería la apreciada reliquia familiar. Desgraciadamente, Charlie no tenía ni un ápice de romanticismo en el cuerpo, pero Liz Fuller sabía qué debía hacer al respecto. Estaba dispuesta a ayudarlo con su libro si él la ayudaba a conseguir que su jefe se fijara en ella.

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2003 JJ Despain

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

¿Un hombre romántico?, n.º 1456- septiembre 2022

Título original: Isn’t It Romantic?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-097-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

CUALQUIERA puede hacerlo —Charlie Whitaker le dedicó a su hermana una sonrisa, levantó su martini con aceitunas y le dio un sorbo.

—Eso es lo que dicen todos —Charlene sonrió diabólicamente mientras hacía tintinear frente a él las llaves del coche—. Y todos están equivocados, Charlie, como tú —volvió a hacer sonar las llaves y las metió en su pequeño bolso de ganchillo negro.

—Podría hacerlo incluso dormido —respondió él—, y te garantizo que sería mejor que lo que has visto hasta el momento.

—Promesas, promesas. Si yo fuera tú, lo olvidaría. Evita la vergüenza… otra vez.

Charlie parpadeó, sacudió la cabeza y miró a su hermana gemela.

—¿Vergüenza? Debes de estar bromeando. Lo escribiré con una mano atada a la espalda —tomó otro sorbo de martini e hizo señas al camarero para que les llevara otra ronda—. Y que sea la derecha, porque soy diestro. No quiero ninguna ventaja.

—Sí, claro, la misma canción de siempre —Charlene se reclinó en su asiento y se cruzó de brazos—. ¿Y qué me ofreces esta vez? Porque supongo que me ofrecerás algo, ¿no? Y será mejor que sea bueno, porque ya me estoy cansando de todo esto.

—Lo que tú quieras, hermanita. Lo que sea.

—Eso suena muy arrogante. Especialmente teniendo en cuenta tus antecedentes —le dio unas palmaditas al bolso para recalcar sus palabras.

Charlie sacó el pincho de plástico lleno de aceitunas del martini y se lo pasó a Charlene. Los dos habían estado compitiendo con las apuestas durante años, pero la verdad era que adoraba a su hermana. La quería más que a nadie.

—Puedes llamarlo arrogancia si quieres, pero yo lo llamaría confianza en uno mismo, porque esta vez puedo ganar.

Charlene se rió.

—¿Quién va a ganar? ¿Sabes, Charlie?, te voy a aceptar la apuesta, pero sólo para demostrarte que estás equivocado, igual que la última vez. Y ya sabes lo que quiero… lo que los dos queremos.

Charlie tomó aliento y lo dejó escapar lentamente antes de responder.

—¿Estás bromeando? ¿La espada? —casi se ahogó al decir las palabras, porque quería el objeto desesperadamente—. La espada —repitió para asegurarse. Charlene asintió con la cabeza—. Bueno, no te emociones, hermanita. Quedará estupenda en mi vitrina de los trofeos.

—No debería decirte esto, especialmente cuando, bueno… no quisiera humillarte recordándote cuántas veces he ganado últimamente. ¿Estás seguro de que quieres ir tan lejos? Podríamos apostarnos algo más sencillo, como un crucero.

Él asintió con la cabeza sin darse tiempo a pensarlo.

—Completamente seguro. ¿Y tú?

Ella también asintió.

—Y no te ataré una mano a la espalda, porque no quiero que después te quejes de que estabas en desventaja —Charlene se rió y alargó una mano para estrechar la de su hermano—. Ahora o nunca. ¿Hay trato?

—¿Con todas las de la ley? ¿No cambiarás de opinión?

—No.

—Sólo uno será el propietario —Charlie se inclinó hacia delante para darle la mano a su hermana—. Trato hecho. Ahora discutamos los detalles.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JONQUILentró en la habitación y se quedó mirándolo con nostalgia mientras leía. Era magnífico… impresionante… maravilloso… fantástico… magnífico. Era… estaba magnífico con los calzoncillos… slips… con el batín de brocado rojo. Sus pezones se endurecieron bajo el delgado tejido del negligé negro, sexy, escotado, ajustado y medio transparente mientras pensaba en las maneras en las que podría complacerlo… satisfacerlo… darle placer.

—¿Le gustaría que lo acompañara esta noche, Irwin… Ralph… Igor… Ralph? —ella se separó de la puerta, saliendo de las sombras y, dando un salto, atravesó la habitación hacia el escritorio… diván… balcón… hacia el escritorio. Sus senos se alzaban con excitación a cada paso—. Me gustaría que me tomara, señor —jadeó. Dejó al descubierto sus abundantes senos apartándose el negligé y le ofreció los rosados pezones, listos para recibir sus caricias seguras… dominantes… expertas… sus caricias eficientes—. Ahora, señor —gimió—. Tómeme ahora, se lo ruego. Enséñeme su virilidad férrea e impaciente. La restricción y la virginidad son unos estados sombríos, y le suplico que usted… tú… le ruego que me tome antes de que muera debido a mi necesidad carnal, exigente y libertina de sus placeres.

 

Bip.

Charlie Whitaker sacó un pañuelo de papel de uno de sus cajones y se secó el sudor del rostro antes de contestar al teléfono.

—¿Qué ocurre, Dolores?

—Tu cita de las once, Charlie, con Liz Fuller, la ayudante de Jackie.

—Dame dos minutos y después hazla entrar —observó la pantalla del ordenador y sonrió. Era un buen comienzo, y eso que Charlene pensaba que no podría hacerlo. Iba a ganar esa apuesta, su hermana estaría mordiendo el polvo dentro de unas dos semanas. No era tan difícil.

—¿Querías verme, Charlie?

Charlie dirigió la mirada hacia la puerta. Conocía a Liz de pasada. Era agradable y muy trabajadora, sobre todo trabajadora. Pero era bonita. En realidad, podía ser preciosa, si suavizara algo esa manera de ser, demasiado formal. Tenía una bonita sonrisa, amplia y a veces sexy, aunque nunca llevara barra de labios. Charlie se imaginó sus labios pintados de rojo, de un rojo oscuro húmedo, brillante y suculento… Después su atención se desvió a los pechos. No eran tan grandes como los de Jonquil, pero no estaban mal. No estaban nada mal. De repente le empezaron a sudar las palmas de las manos y se las secó en los vaqueros.

—Liz, ¿por qué no das un salto hasta aquí y te sientas? —sugirió—. Despacio. Tengo que ver todos los detalles.

—¿Cómo dices? ¿Me has pedido que dé un salto?

—¿Eso he hecho?

—Sí. ¿Por qué?

Charlie sonrió inquieto y empezó a tamborilear con los dedos en la mesa.

—Estoy intentando tener una imagen visual para esta cosa… para este proyecto en el que estoy trabajando. Y dar un salto es lo único que se me ocurre para lo que estoy describiendo. Eso es todo —se encogió de hombros.

—¿Para una campaña publicitaria? —Liz dio un paso adelante y cerró la puerta detrás de ella—. Si quieres tener el punto de vista de una mujer, y supongo que sí, ya que me has preguntado, la expresión dar un salto hace pensar en un desfile de caballos.

—Es cierto —se colocó bien las gafas de cerca, miró la pantalla del ordenador, tecleó algo y preguntó—: Entonces, si entrar de un salto en la habitación no es muy acertado, ¿qué puede serlo? —se aclaró la garganta—. Suponiendo que es lo que haría una mujer que está… eh… ansiosa por caer en los brazos de su amante. ¿Tal vez se abalanzaría?

—¿Qué tal si pruebas con algo más directo, como correr o precipitarse? A veces las palabras más simples crean la mejor imagen. El objetivo es que el público conozca un producto, y si hay una mujer dando saltos, abalanzándose o saliendo despedida, conseguirás que los lectores piensen en lo que no quieres que piensen.

—Tienes razón otra vez —dijo Charlie guardando el documento—. Por favor, siéntate —señaló la silla que estaba al otro lado de la mesa.

—Pensaba que querías que corriera, o que me precipitara —respondió aún desde la puerta.

—Ésas fueron tus palabras, ¿recuerdas? —Charlie se recostó en la silla y se dispuso a observarla—. ¿Hay algún verbo mejor? ¿Desbocarse? ¿Lanzarse? ¿Salir disparado?

—Y si me desboco, me lanzo, salgo disparada, corro o me precipito, ¿qué gano yo con eso? —preguntó pasándose una mano impaciente por el cabello—. ¿Se me reconocerá como ayudante de la campaña, ya que parece que es eso lo que estoy haciendo?

—Tengo entendido que has hecho un buen trabajo como la ayudante de Jackie —de ninguna manera iba a contarle lo que estaba haciendo. Los cotilleos estaban a la orden del día en Whitaker y Asociados y él los evitaba a toda costa. Liz era más guapa de lo que recordaba. Mucho más que Jonquil, menos maquillada, ojos azules. Los de Jonquil eran… bueno, aún no lo había decidido—. ¿Y cuánto tiempo llevas trabajando aquí? —también tenía un pelo bonito, claro, casi rubio. El de Jonquil era rojo y rizado, pero el de Liz, liso, caía desde los prendedores y le enmarcaba el rostro, creando una imagen femenina, delicada, casi angelical—. ¿Un año?

—Dos años, Charlie. Como ayudante.

—¿Todavía no te has hecho cargo de ninguna campaña?

—Nada de lo que merezca la pena hablar. Un par de anuncios cortos para una tienda de alimentación, la imagen de una residencia de ancianos… Nada importante. Pero Jackie es estupenda y me cede gran cantidad de responsabilidad.

—Eso he oído. Y también he oído que manejas muy bien toda esa responsabilidad, por eso te voy a hacer una oferta. ¿Estás preparada para ocuparte del puesto de Jackie Pollard mientras está fuera con permiso de maternidad?

—Por supuesto —dijo ella sin dudar—. Conozco las campañas, sé lo que quieren los clientes y estoy dispuesta a tratar con ellos desde ahora mismo, si es eso lo que decides.

Charlie sonrió. Liz era una persona segura de sí misma, y eso le gustaba. Tal vez le daría a Jonquil algo de eso.

—Entonces, ¿estás preparada para entrar? Eso está bien, porque Jackie tendrá que irse al hospital en cualquier momento.

—Pero, ¿Marc Wells no está también metido en esto? —preguntó Liz. Según los rumores, Marc Wells, que era el siguiente en la lista de promoción, se había estado preparando para hacerse cargo del puesto de Jackie, y todos pensaban que sería así.

—Marc todavía está fuera de la ciudad, y mi padre dejó un memorándum diciendo que tú eras la siguiente si Wells no regresaba antes de que se fuera Jackie. Y no ha vuelto, lo que significa que el puesto es tuyo, si lo quieres. ¿Qué dices?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SI lo quiero? —Liz sonrió, pero lo hizo con calma, con una sonrisa controlada—. ¡Por supuesto! —tenía un montón de ideas. Había empezado a tenerlas meses atrás, cuando Jackie mencionó lo del permiso de maternidad. Se había preparado por si acaso—. Entonces, ¿tendré posibilidades para ascender en la siguiente promoción? —tenía treinta años y necesitaba un ascenso. Ya era hora de empezar a subir y forjarse una carrera.

Charlie se encogió de hombros.

—Eso es asunto de mi padre, yo no me encargo de esas cosas —sonrió—. Pero si haces un buen trabajo, puede que se fije en ti.

—¿Que se fije en mí? Ni siquiera recuerda mi nombre. Cuando se cruza conmigo en el pasillo me saluda con la cabeza, así no tiene que decir nada. ¿Y ése es el hombre que se tiene que fijar en mí para que ascienda? —se preguntó Liz.

—Tú haz un buen trabajo con las campañas de Jackie y veremos lo que pasa —agarró una carpeta y la abrió—. Aquí dice que la presentación de Sporty Feet se hará la próxima semana. ¿Estás preparada? —le preguntó Charlie.

—Sí —tragó saliva. Sabía usar el PowerPoint para la presentación, sabía cómo le gustaba el café a Barry Gorman, el vicepresidente de la empresa, sabía cómo colocar las sillas en la sala para que se viera mejor. Pero sobre la campaña actual… conocía sólo de pasada lo que Jackie había estado haciendo. Sin embargo, conocía los datos, las cifras, la competencia, las tendencias, ese tipo de cosas que nadie más quería hacer y de las que ella estaba encantada de ocuparse para que se fijaran en sus esfuerzos—. Estoy preparada —dijo Liz, sabiendo que su voz no sonaba muy convincente—. Y estoy deseando empezar.

—Entonces, bienvenida a tu primera campaña —Charlie se quitó las gafas, las dejó a un lado y la miró—. Es un trabajo duro, Liz, pero es tu oportunidad. Y tal vez sea la última que tengas, ¿quién sabe?

—Mi oportunidad —murmuró Liz. Había pasado varios años sin llegar a ninguna parte, ni siquiera en su matrimonio. Después de cinco años de casada se había despedido de un marido que no acababa de entender que su mujer quisiera realizarse personalmente. Así que Liz había llegado un poco tarde a la vida real—. Estoy preparada —dijo con algo más de convicción—. No voy a decepcionarte, Charlie, ni a ti ni a Whitaker y Asociados.

Charlie asintió distraídamente, fijándose de nuevo en la pantalla del ordenador.

—Bien. Le diré a mi padre que estás lista cuando hable con él esta noche. Puede que quiera llamarte o verte cuando vuelva. Así que, ¿te importaría atravesar corriendo la habitación y sentarte? —volvió a señalar la silla y sonrió.

Liz no se movió.

—Sólo si se me reconoce. Otra campaña no le puede hacer mal a mi currículum. —dijo.

—Reconocimiento… no, sí… quiero decir… —Charlie sacudió la cabeza—. Supongo que tengo que ser sincero, ¿no?

—Sí, si quieres que colabore.

—Bueno, no es realmente una colaboración. Necesito… bueno… tengo que observar los movimientos femeninos… eh… y senos.

—¿Una campaña de sujetadores?

—No exactamente —contestó él negando con la cabeza.

—¿Ropa? ¿Algo deportivo? Correr… No estás intentando meterte en Sporty Feet, ¿no?

—No quiero a Sporty Feet, esto es algo diferente. En realidad, ni siquiera es una campaña. Sólo son observaciones para hacer una descripción, y no tiene nada que ver con Whitaker y Asociados. Es algo personal, nada sobre la publicidad.

Liz se miró el pecho y después volvió a mirar a Charlie.

—Y para eso «personal» tienes que observar mis…

—Senos. Ya sabes, toda… —él se acercó las manos al pecho e hizo un movimiento circular—. Toda la… zona. En general. Nada personal —se aclaró la garganta con nerviosismo—. Es una simple investigación pero, pensándolo mejor, tal vez debamos olvidarlo.

Las campañas de publicidad a veces requerían unas condiciones de trabajo poco convencionales, y Liz estaba acostumbrada a ello. Un mes atrás había tenido que pasar casi una semana comiendo mostaza para conocer el producto, un paso necesario en el proceso de publicidad para convencer al público de que la mostaza de su cliente era la mejor del mercado. Antes había tenido que empaparse de loción para después del afeitado, paseándose por la oficina para poder describir con detalle cuáles eran las reacciones de sus compañeras ante el olor. Y también tuvo que trabajar con un producto para las hemorroides… conocer ese producto no fue tan divertido, pero mereció la pena cuando se reconoció su mérito como ayudante en otra campaña. Por eso la petición de Charlie no la sorprendió.

—Mi abuela tenía senos, Charlie. Yo tengo pechos. Una palabra directa que no admite confusiones. No hace pensar en los senos de una abuela ni en los de un ama de cría, a menos que sea eso lo que quieres conseguir —cruzó los brazos sobre el pecho, aunque Charlie la estaba mirando a la cara.

—Y si te pido que corras por la oficina para que pueda observar tus pechos me demandarás por acoso sexual.

—Podrías ir al parque, donde hay un montón de mujeres corriendo. Allí podrás estudiar esos senos con sujetadores deportivos.

—Buena idea — dijo él sonriendo y asintiendo con la cabeza.

—Es una idea magnífica, y estoy dispuesta a ayudarte con ese proyecto. Tengo que forjarme una carrera. Así que dime en lo que estás trabajando y en qué te puedo ayudar, además de correr por la oficina.

—Jackie dijo que eras ambiciosa.

No, no iba a hablar de la novela romántica que estaba escribiendo, ni siquiera a Liz, porque no entendería ese juego de apuestas entre hermanos en el que él estaba perdiendo más de lo que quería admitir. La última vez había retado a Charlene a que escribiera un anuncio de galletas para combatir el mal aliento de los perros, sabiendo que no había manera de vender el producto de una forma elegante. Pero ella lo hizo, y su anuncio llenaba los laterales de los autobuses, aparecía en televisión y en las vallas publicitarias. Su castigo por haber perdido la apuesta había sido quedarse sin su Mercedes SL500, y a él le encantaba ese coche.

La siguiente apuesta era la novela. Charlie se había reído unas cuantas veces del trabajo de su hermana, que era editora de novelas románticas. Pero al parecer su actitud la había molestado, porque lo había retado a escribir un libro que fuera publicable. En realidad tenía que escribir tres capítulos en tres semanas, y si eran buenos él reclamaría la espada de la guerra civil de su tatarabuelo. Si su hermana ganaba, ella se quedaría con la espada para siempre. Hasta el momento tenían la custodia compartida y, aunque su valor económico no era mucho, sí que tenía un gran valor sentimental. Para que la apuesta fuera justa, Charlene no sería el juez; una de sus compañeras de trabajo tomaría la decisión final. Charlie sonrió, pensando que la espada pronto sería suya.

—Jackie tenía razón, soy ambiciosa. ¿Qué tal si me hablas de esa campaña de senos en la que estás metido? —le preguntó Liz.

—Como ya te he dicho, no es una campaña —le contestó sintiéndose culpable por engañarla, que lo miraba impaciente. Le gustaban el juego y las apuestas, pero no jugaba con la gente, y algo en la expresión de Liz lo obligó a ser sincero—. Es un proyecto personal, no tiene nada que ver con la agencia.

—Sea lo que sea, lo quiero —contestó ella inmediatamente—. Me has pedido mi opinión dos veces en diez minutos, y eso debería ser suficiente para demostrarte que soy la persona adecuada para trabajar contigo en ese proyecto «personal» —atravesó la sala, se sentó frente a él y puso las manos sobre el tablero de caoba—. Soy la persona adecuada, Charlie. Y tú lo sabes, o no me habrías pedido que empezara a dar saltos.

—Me has dado muy buenas ideas, Liz, y agradezco tu ayuda, pero no es nada en lo que pueda involucrarte. Créeme, si pudiera meter en esto a alguien, serías tú —mientras hablaba observó los movimientos de Liz. No recordaba haber visto nunca a nadie que se moviera con tanta gracia. Y sus senos… pechos no se elevaban cuando caminaba, sólo se balanceaban ligeramente. Era un balanceo agradable. Bonito. Hipnotizador. Liz sabía quién era y lo que hacía. Haría lo que fuera por conseguir lo que quería, y eso le gustaba a Charlie. Le gustaba mucho—. Es un asunto familiar, pero te agradezco tu ayuda.

Liz le dedicó una sonrisa atrevida y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Creo que estás intentando hacerme salir de algo para lo que sabes que sería perfecta. Sea lo que sea, puedo hacerlo.

—¿Esto? —impulsivamente, Charliegiró la pantalla del ordenador para que ella pudiera verla.

 

Jonquil se quedó frente a él jadeando y abanicándose la cara sudorosa y ruborizada, esperando a que la poseyera. Sus labios carnosos y húmedos, unos labios del color de los tomates maduros, temblaron de emoción al pensar en lo que él estaba a punto de hacer. Sus senos se alzaron otra vez, incontrolablemente, con una confusión rapsódica, provocándolo. Los latidos de deseo que él sentía en la ingle se multiplicaron al ver que ella lo deseaba y necesitaba.

 

—¿Qué es esto? —dijo Liz echándose a reír—. «Sus senos se alzaron otra vez, incontrolablemente, con una confusión rapsódica…».

—Estoy escribiendo una novela romántica —se defendió a regañadientes—. Los hombres también las escriben, ya sabes.

—Claro que sí, y algunas son muy buenas, pero no creo que ésta… —no pudo evitar reírse de nuevo, y se le empezaron a saltar las lágrimas—. Lo siento —dijo Liz secándose los ojos e intentando recuperar la calma—. Y… ¿has pensado en escribir una comedia?

—La comedia no es una opción.

—¿Opción?

Charlie se aclaró la garganta, giró la pantalla de nuevo hacia él y apagó el ordenador.

—Buena suerte con Sporty Feet.

—¿Qué tiene que ver la confusión rapsódica con los pechos, Charlie?

—Y te agradecería que no fueras hablando por ahí de mi libro —le pidió él.

Ella empezó a asentir con la cabeza, pero se echó a reír otra vez.

—Lo siento —dijo secándose las lágrimas—. Es que no puedo quitarme de la cabeza algunas de tus vívidas imágenes.

—Muy bien, ríete, no me molesta —pero le ofendía que no hubiera podido ocultar su risa, especialmente cuando había estado dos horas escribiendo los primeros párrafos. Sin embargo, le gustaba cómo se reía Liz. No era como la risita nerviosa de Jonquil, sino un sonido fuerte y lleno de vida—. De hecho, puedes ponerte cómoda y seguir riéndote —se levantó y se marchó del despacho, dando un portazo al salir.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

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