Un hombre sin igual - Lyn Ellis - E-Book

Un hombre sin igual E-Book

Lyn Ellis

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Beschreibung

Aquél era el adversario más difícil al que había tenido que enfrentarse en su vida… el deseo A Matt Travis le encantaba el riesgo de encontrarse con algo inesperado… hasta que se encontró acorralado por un grupo de mujeres desesperadas. Sin duda, aquello no formaba parte de sus responsabilidades laborales… Fue entonces cuando apareció la sexy reportera Dee Cates y se acercó a pedirle una exclusiva. Y Matt sintió la tentación de ser fiel a su reputación…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1998 Gin Ellis. Todos los derechos reservados.

UN HOMBRE SIN IGUAL, Nº 1547 - febrero 2012

Título original: Tall, Dark and Reckless

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-531-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

El anuncio decía:

El Amante de la Estrella Solitaria. Magnate del petróleo texano, prefiere vivir en su rancho del sur de Texas. Practica la caza mayor, tiene animales exóticos y caballos de pura sangre. Está buscando una muchacha sencilla de Texas que pueda ir más allá de todo su dinero y quererlo por su sensibilidad.

El hombre del anuncio estaba junto a un Porsche rojo, y era lo suficientemente guapo como para protagonizar una telenovela: Alto, moreno y temerario. Atraída por la chispa atrevida de sus ojos, que le brillaban bajo el ala del sombrero Stetson, Dee Cates leyó el anuncio de nuevo y sacudió la cabeza. Era una pena. Aquel tipo era una fantasía, y teniendo en cuenta el anuncio, su ego debía de ser del tamaño de Texas.

Sin embargo, cuanto más altos eran, más dura era la caída.

Ella podía ser la única reportera de la cadena de televisión KAUS que seguía soltera, pero ni siquiera así respondería a un anuncio de la revistas Texas Men Magazine para conseguir una cita. Aunque tuviera tiempo para citas.

Siguió hojeando la revista y viendo las sonrisas persuasivas de los hombres que se anunciaban en ella.

«Estos tipos son demasiado», pensó, y se rió. ¿De verdad pensaban que iban a encontrar a la mujer perfecta poniendo su anuncio en una revista? ¿O lo considerarían un deporte, como pescar?

Bien, por muy engañados que estuvieran aquellos hombres, ella necesitaba entrevistar a uno o dos de ellos para la última entrega de su reportaje sobre las citas en los años noventa.

El teléfono sonó. Sin levantar la vista de las páginas, Dee descolgó el auricular.

–¿Diga?

–¿Has elegido ya a tu próxima víctima? –le preguntó Jim, el director de informativos de la cadena, su jefe.

–¿A mi próxima víctima? ¿Te das cuenta de que, por tu culpa, aún recibo correos electrónicos de CYBERSTUD, de Lubbock? Por no mencionar que el director del Dating Corral sigue llamándome. Si no te conociera mejor, pensaría que estás intentando emparejarme.

–Sabes que no te haría algo semejante –dijo él con una total falta de sinceridad–. Me pareció que tú serías la persona perfecta para enfocar las cosas desde el punto de vista de una mujer soltera.

–¿Y por eso me arrojas a los lobos?

–Vamos, Dee…

–¿Qué pasa por el hecho de que sea la única reportera soltera? No estoy interesada en el matrimonio. Tengo un trabajo estupendo y un jefe magnífico, ¿para qué necesito un hombre?

–Bueno, necesitas al menos uno más para terminar el trabajo. Así que, volviendo a mi pregunta original, ¿has elegido alguno?

–Mmm… quizá. Serás el primero en saberlo. Colgó el teléfono y volvió al principio de la revista. Entonces, miró de nuevo la fotografía del Amante de la Estrella Solitaria. La sonrisa de Dee vaciló, y sintió un estremecimiento. No era el coche ni la sonrisa atractiva del hombre, que tenía cierto parecido con un Clint Eastwood joven, lo que la afectaba. Era la localización donde estaba hecha aquella fotografía… El lago y las colinas del fondo. Y aquel árbol torcido.

Ella conocía aquel lugar. Lo había visto en una vieja fotografía de sí misma con su hermana, Jeanie, y sus padres. Aquélla era una de las últimas fotografías en las que aparecía su padre antes de haber desaparecido, dieciocho años antes. La última vez que su familia había estado completa. El último momento de su infancia. Al ser la mayor, había tenido que crecer de la noche a la mañana para ayudar a su madre. Y desde entonces, había estado a cargo de las cosas.

Buscó el nombre de la persona de la fotografía, pero no encontró nada. El anuncio sólo decía Sur de Texas.

Pensando en su jefe, Dee dijo:

–Bien, Jim, quizá después de todo me hayas hecho un favor.

Con un bolígrafo, tomó nota de la dirección y del apartado de correos. Aquello era personal.

Era una posibilidad remota, pero Dee no podía dejar pasar la oportunidad de resolver el misterio. En cierto modo, la desaparición de su padre y la posterior búsqueda de información de Dee la habían guiado por el camino del periodismo. Unos años atrás había dejado de intentar averiguar lo que le había ocurrido a su padre, pero su madre no. Ellen Cates se había negado a que declararan muerto a su marido, y nunca había vuelto a casarse. Si Dee podía averiguar algo que ayudara a su madre a continuar con su vida, tenía que intentarlo.

Dee observó al hombre sonriente de la fotografía. En su opinión profesional, ser tan atractivo debería estar prohibido por ley. Al menos, aquel tipo no parecía tan adulador como algunos de los hombres a los que había entrevistado para aquel reportaje. Y ella no pretendía casarse con él. Respondería al anuncio, lo entrevistaría y después averiguaría dónde se había tomado aquella fotografía. Pan comido.

Marcó el número de la extensión de su jefe, y sin más preámbulo, dijo:

–Está bien, voy a entrevistar al Amante de la Estrella solitaria.

Capítulo Uno

Matt Travis tuvo que dar dos golpes a la puerta de la camioneta de Bill para conseguir que se cerrara.

–¿Por qué no la arreglas? –le preguntó.

Bill refunfuñó.

–Demonios, yo lo considero un recuerdo de batalla. Este camión debería haber recibido el Corazón Púrpura después de que lo embistieran aquel par de pájaros que se habían escapado de la cárcel –dijo, y le lanzó una mirada maliciosa a Matt–. No a todos nosotros nos conceden premios y nos hacemos famosos por recibir un disparo en el cumplimiento del deber, como tú. El resto de los empleados del Departamento de Seguridad soportamos en silencio nuestras heridas y nos dedicamos a hacer bien nuestro trabajo.

Matt se caló un poco más el sombrero Stetson sobre los ojos. Bill y él ya habían tenido aquella conversación. El hombre tenía la mente de una tortuga; una vez que se había hecho una idea, no había manera de que se le quitara de la cabeza. Si Bill y él no hubieran sido amigos desde siempre, las cosas se habrían puesto feas. Sin Embargo, Matt estaba acostumbrado a que su amigo le diera alguna tunda de vez en cuando.

–Te he dicho cuarenta veces que no tuve nada que ver con que me concedieran aquel premio. El capitán estaba buscando un buen relaciones públicas, y me eligió a mí. Ya sabes que detesto verme expuesto en público, pero no podía negarme. Y si hubiera sabido que mis amigos iban a torturarme por ello, habría devuelto el premio –dijo. Después, buscando algún modo de cambiar de tema, miró a su alrededor por el aparcamiento del bar–. ¿Qué se supone que sirve hoy Hurly? No recuerdo haber visto nunca tantos coches aquí.

Bill continuó caminando.

–Probablemente es el cumpleaños de alguien.

Matt lo alcanzó de dos zancadas.

–Quizá haya cedido y haya contratado a una banda, tal y como le hemos dicho mil veces.

–Quizá –respondió Bill.

Cuando abrió la puerta, le cedió el paso a Matt para que entrara primero. Matt dio dos pasos y… se quedó inmóvil.

No podía dar crédito a lo que veía. La impresión le cortó la respiración e hizo que le zumbaran los oídos. Estaba frente a un cartel enorme de sí mismo, suspendido del techo y rodeado de mujeres.

Cerró los ojos y volvió a abrirlos, pero la visión de aquella habitación llena de mujeres que lo contemplaban con los ojos bien abiertos continuó sólida y real. Y entonces, como si hubieran recibido una señal, todas comenzaron a hablar a la vez y a acercarse a él.

–¿Matt?

–¡Matthew!

–Señor Travis.

Matt se llevó automáticamente la mano al sombrero. Su abuela les había enseñado a sus hermanos y a él que siempre se lo quitaran al entrar a una habitación. Sin darse cuenta, se llevó la otra mano al lugar donde siempre llevaba su arma automática, en un cinturón, a la cadera. Sin embargo, recordó que lo había dejado en la guantera del coche. Buena cosa, porque algunas de aquellas mujeres lo estaban mirando con demasiada avidez.

¿Señor Travis? Nunca nadie lo llamaba así. Era oficial, o Ranger, o sargento… o Matt. Sólo su madre lo llamaba Matthew, y era para regañarlo. ¿Aquellas mujeres a las que no conocía lo estaban buscando a él? ¿Un bar entero?

Miró con incredulidad y desconcierto a Bill, pero su supuesto amigo estaba sonriendo. Aquello siempre era una mala señal. Bill sólo sonreía cuando atrapaba a los malos o cuando una de sus legendarias bromas salía bien. antes de que Matt pudiera preguntarle qué era lo que tenía tanta gracia, el grupo de mujeres lo rodeó.

Había mujeres bajas, altas, regordetas, delgadas, rubias, morenas y pelirrojas. La mezcla de perfumes lo mareó.

–¿Qué está pasando aquí? –preguntó.

En aquel mismo momento, las luces brillantes de una cámara de vídeo se encendieron al fondo de la habitación. Matt miró con los ojos entrecerrados en aquella dirección y frunció el ceño. Veía el logotipo de la cadena KAUS. ¿Qué demonios estaban haciendo allí?

–¡Hola! ¡Me llamo Shirley! –dijo una de las mujeres.

–Yo soy Lisa.

–Judy.

–Sam.

¿Sam? Matt miró las caras ansiosas que lo rodeaban y tragó saliva. Entonces, una mujer rubia, con aspecto de urbanita y con un micrófono en la mano, se abrió paso entre la multitud seguida de un cámara. En opinión de Matt, parecía que aquella mujer estaba disfrutando demasiado de todo aquello, como si su situación fuera un entretenimiento de primera clase.

La sonrisa de aquella mujer, por no mencionar sus piernas, le habrían producido palpitaciones a cualquier hombre. A él siempre le habían gustado las mujeres en falda, aunque aquella falda fuera parte de un traje de trabajo.

Por desgracia, cuando llegó ante Matt, la sonrisa se apagó y le acercó el micrófono a la cara.

–Bien, señor Travis, ¿cómo se siente ante la abrumadora respuesta que ha obtenido su anuncio?

Matt pensó que debía de estar soñando. Aquello era una pesadilla. La señorita había usado la palabra adecuada: abrumador.

–¿Qué anuncio?

–El anuncio que puso en la Texas Men Magazine –respondió la rubia.

Miró a su alrededor con expectación, y una de las mujeres le entregó una revista abierta. Matt la tomó y miró su propia cara sonriente. La misma cara que se había reproducido en el enorme cartel.

¿Magnate del petróleo de Dallas? ¿Caza mayor? ¿Que él estaba buscando una chica sencilla de Texas? Asombrado, Matt pensó que todo aquello debía de ser un error. ¿Para qué iba alguien a utilizar su foto e inventarse todas aquellas mentiras?

Después de una larga pausa, alzó la vista y conectó con tres hombres sonrientes que estaban sentados junto a la barra del bar. Eran sus compañeros del cuerpo, y también compañeros en aquel crimen concreto: Bill Hazard, de la División de Narcóticos, Tom Wilkes y Johnny Alvarado, de la Patrulla del Estado. Cuando él los miró, los tres levantaron sus botellas de refresco para hacer un brindis.

¿Amante de la Estrella Solitaria? Matt notó que le aumentaba la presión de la sangre.

–Desgraciados hijos de…

–¿Señor Travis? –le preguntó la reportera–. ¿Cómo se siente…?

–¿Quiere apagar esa cosa? –le dijo Matt, devolviéndole el favor de la interrupción. No quería que lo que estaba a punto de hacer fuera filmado.

–¿Qué cosa? –preguntó ella, casi distrayéndolo con su alegre sonrisa. Sí, era evidente que estaba disfrutando mucho de todo aquello.

Después de lanzarle una mirada fulminante en vez de responderla, él tomó la revista y caminó hacia la barra. Las mujeres le abrieron paso y después lo siguieron.

Metió la revista bajo la nariz de Bill y le preguntó:

–¿Quieres decirme qué demonios significa todo esto?

Bill se irguió en el taburete y dejó la botella en la barra. Después esperó a que el micrófono estuviera cerca y dijo:

–Bueno, hijo… aquí Johnny, Tom y yo decidimos que ya es hora de que sientes la cabeza y te cases –dijo Bill con una sonrisa–. Todos lo hemos probado ya, así que ahora te ha llegado el turno. Deberías pasar todas esas heroicas cualidades tuyas a la siguiente generación –añadió con solemnidad–. Todo el mundo sabe que los hombres de tu familia son hombres de familia.

Aquello provocó un murmullo de aprobación entre la multitud.

Como Matt no mordió el anzuelo, la reportera habló con socarronería.

–Gracias a Dios que lleva botas hoy, señor Travis. Parece que está en arenas movedizas.

Matt la miró, y ella lo miró a él. Definitivamente, era una mujer preciosa. Matt estudió su boca y, recordándose sus propias reglas, le miró la mano izquierda. No llevaba alianza.

Si sus amigos hubieran elegido a alguien como ella para molestarlo, no habría tenido queja, pensó. Sin embargo, ella volvió a ponerle el micrófono frente a la cara para captar su respuesta.

Estaba atrapado.

Se pasó la mano por la cara, suspiró y le entregó la revista arrugada a la mujer que se la había entregado. Después se giró hacia Bill de nuevo.

–¿Sabes lo que creo? Creo que deberías disculparte con todas estas señoritas por hacerles perder el tiempo.

Por la mirada maliciosa de Bill, supo que su amigo no iba a rendirse tan rápidamente.

–No están perdiendo el tiempo. Tú estás aquí, y eres soltero. Y será mejor que te des prisa en elegir a alguna, antes de que empiecen a pelearse. Señoras, les presento al Amante de la Estrella Solitaria.

El fragor de presentaciones comenzó de nuevo, y Matt, después de mirar a Bill con la promesa de un homicidio en los ojos, hizo todo lo que pudo por mantenerlas a raya sin dejar de ser un caballero.

La preciosa reportera no ayudó. Organizó una fila, estratégicamente colocada junto a su cartel, y comenzó a filmar las presentaciones. Él sólo pudo observar con asombro cómo, siguiendo sus instrucciones, las demás mujeres daban un paso al frente y, una por una, hablaban de sí mismas y sonreían a la cámara.

–Me llamo Sheila. Soy de Hawthorne, Texas. Tengo cinco hermanos mayores. Me imaginé que la Texas Men Magazine era el mejor modo que tenía de encontrar a un hombre que no se asustara de mi familia –dijo, moviendo las pestañas y observando a Matt de pies a cabeza–. Parece que tú serías capaz de enfrentarte a cualquier cosa.

Capítulo Dos

Dee Cates estuvo a punto de echarse a reír al ver la expresión del Amante de la Estrella Solitaria. Entrevistarlo iba a ser mucho más divertido de lo que ella había imaginado.

Dios, cómo disfrutaba con su trabajo.

Era evidente que el señor Travis no sabía cómo responder a aquellas muestras de adoración femenina. Él, o quien hubiera puesto el anuncio en su nombre, había mordido más de lo que podía tragar. El pobre tipo estaba totalmente perplejo. Sin saber qué responder a la cámara, miró a Dee.

Y ella sintió una punzada de atracción. Era distinto a como aparecía en la fotografía, más serio, más… algo. Dee Cates no sabía cómo etiquetarlo. Sin embargo, tenía la sensación de que quería algo de ella. Pero, ¿qué?

Miró al Amante de la Estrella Solitaria con atención. Él se había quitado el sombrero al entrar, dejando a la vista su pelo espeso y castaño. En persona era más alto y fuerte. Un hombre que cumplía con sus responsabilidades, en vez del vaquero despreocupado y sonriente que aparecía junto al coche deportivo rojo de la fotografía. Allí, en carne y hueso, mirándola fijamente, la estaba poniendo… nerviosa.

Ridículo. Estar nerviosa y ser reportera eran dos cosas incompatibles.

Dee decidió no dejarse dominar por los nervios. Al contrario que aquellas mujeres, ella tenía que mantener el control. No podía permitirse el lujo de tener un ataque hormonal. Tenía que hacer un trabajo: entretener a los espectadores. Apartó la vista de él y extendió el micrófono hacia la siguiente candidata.

Finalmente, después de diez presentaciones Matthew Travis le quitó el micrófono a Dee, se lo dio al cámara y la llevó aparte.

–Mire, señorita…

–Cates –le dijo ella, y le tendió la mano–. Soy Dee Cates, de la cadena KAUS.

Matt le miró la mano durante unos segundos antes de estrechársela firme y brevemente.

–Señorita Cates. ¿Puedo preguntarle qué tipo de reportaje quiere hacer usted con este… fiasco?

Dee tuvo que reprimir una sonrisa.

–Sí, puede. Estoy haciendo una historia sobre las citas en los años noventa. Éstas serán unas buenísimas imágenes para la parte de los anuncios personales. No me diga que después de haber puesto su fotografía en una revista regional le tiene miedo a un poco más de publicidad.

Matt sabía que tenía cara de pocos amigos, y aquella cara habría sido suficiente para hacer que un criminal se lo pensara dos veces antes de actuar. Sin embargo, Dee Cates no parecía estar intimidada en lo más mínimo.

–Ahí está el quid de la cuestión. Yo no puse ese anuncio –dijo, y miró a sus amigos, que continuaban en la barra–. Lo hicieron ellos.

–¿De veras? –preguntó ella sin dejar de sonreír, con poco convencimiento.

Matt se puso una mano en el corazón.

–Se lo juro. Yo no tengo nada que ver con todo esto.

Ella miró la mano que él había alzado, y su sonrisa se apagó un poco. Él casi pudo ver funcionar los engranajes de su cerebro.

–Bien, le diré lo que podemos hacer. Esta noche he conseguido imágenes muy buenas –le explicó–. Si me concede una entrevista para contarme su versión de la historia, podemos añadir su voz en off a las imágenes y usarlo como anécdota.

–¿Como anécdota?

–Sí, como una historia corta y divertida que complemente al tema principal.

A Matt no le gustaba nada aquella idea. Detestaba ser el centro de atención.

–Ya entiendo. De nuevo, la broma es sobre mí. Para que los espectadores lo pasen bien.

–No, en realidad. Le daría la oportunidad de contar la verdad sobre el anuncio. Y… –a ella le brillaron los ojos de buen humor, y por primera vez, Matt se dio cuenta de qué color eran: azules como el cielo de Texas. Eran unos ojos que podrían acabar con el sentido común de un hombre–, eso podría ser una buena manera de devolverles la broma a sus amigos.

Matt tuvo que concentrarse de nuevo en la conversación. Vengarse de Bill, Tom y Johnny era algo atractivo. Además, podría convencer a todo el mundo de que aquel anuncio no era real y salvar su reputación.

–Le propongo un trato: yo le concederé la entrevista si usted me lleva a mi coche. Lo dejé en la ciudad.

Ella titubeó, y él continuó:

–Sin el cámara. Solos usted y yo. Y nos marchamos ahora mismo.