Un negocio para dos - Carol Marinelli - E-Book

Un negocio para dos E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

Comprada por un millón de dólares... reclamada por conveniencia... Cuando Zarios D'Amilo vuelve a ver a Emma Hayes, ésta ya no es la adolescente torpe que había intentado besarlo, sino una mujer hermosa y segura. ¡Y la desea! Con el fin de cobrar su herencia, el playboy italiano debe contener su carácter impetuoso y ardiente. Necesita una prometida apropiada y Emma necesita un millón de dólares. De modo que Zarios aprovecha la oportunidad. Pero la pasión no tarda en conducir al embarazo y el trato se les escapa de las manos...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Carol Marinelli

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un negocio para dos, n.º 1970 - noviembre 2021

Título original: Bedded for Pleasure, Purchased for Pregnancy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-194-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ADIVINA quién viene esta noche?

Emma sonrió ante el entusiasmo que había en la voz de su madre cuando Lydia Hayes colgó el auricular del teléfono.

–¡Viene medio Melbourne!

La fiesta del sexagésimo cumpleaños de su padre era de lo único de lo que había hablado su madre en las últimas semanas, y la cena íntima que habían planeado en un principio había adquirido dimensiones descomunales.

La carpa montada para la ocasión estaba abierta con el objetivo de revelar la bahía Port Phillip en toda su gloria, algo a lo que ayudaba el cielo despejado. Se había colocado la pista de baile, la orquesta se preparaba, los encargados del catering iban de un lado a otro y Lydia era una masa de nervios a medida que se acercaba la hora.

–¡Tenemos un invitado inesperado! –juntó las manos encantada–. Vamos, Emma, adivina quién es.

–Mmm… –musitó, envuelta en una toalla mientras se pintaba las uñas de los pies. Después de haber dedicado el día a ayudar a su madre, corría contrarreloj para estar lista–. Simplemente, dímelo.

–¡Zarios!

Una pincelada de laca roja marcó el dedo pequeño de su pie. Se limpió la zona con una bola de algodón, negándose a dejar que le importara la presencia de Zarios esa noche.

Pero le importaba.

Zarios… esa sola palabra bastaba para provocar un hormigueo por la espalda de cualquier mujer. Un hombre que no necesitaba el uso de su apellido famoso para resultar reconocible al instante.

Su rostro serio y atractivo aparecía a menudo en las columnas de sociedad. Su fama con las mujeres era horrible… tanto, que después de innumerables artículos demoledores contra él, era un milagro que alguna mujer pudiera siquiera considerar la idea de tener una relación con él.

Pero así era, una y otra vez. Y sin excepción, siempre terminaba en lágrimas… para la mujer.

–¿Por qué? –la curiosidad pudo con ella mientras tapaba el frasco de laca.

Sus respectivos padres podían ser muy buenos amigos, pero, ¿por qué a Zarios D’Amilo se le iba a pasar por la cabeza asistir a la celebración de su padre? ¿Un sábado por la noche no debería estar en la cama con una supermodelo?

Rocco D’Amilo había llegado a Australia hacía casi medio siglo, a la edad de once años. Hijo de inmigrantes italianos, había sufrido burlas y escarnios en los primeros y duros tiempos en la escuela. Incapaz de hablar en inglés y con la tartera siempre llena con comida de olor fuerte, había sido un blanco fácil, hasta que Eric Hayes, quien también había sufrido su cuota de burlas, le había puesto el ojo morado al cabecilla. Desde entonces, se habían hecho amigos del alma.

Rocco había iniciado la vida laboral como constructor, Eric como agente inmobiliario, y habían mantenido el contacto incluso cuando aquél se había llevado a su joven esposa y a su hijo recién nacido de vuelta a Italia. Habían sido padrinos en la boda del otro, en los bautizos de los respectivos hijos y la amistad había sido el sustento que Rocco había necesitado cuando su joven esposa lo abandonó a él y al niño de cuatro años que habían tenido juntos.

A Eric le había ido bien con el paso de los años y las inversiones inteligentes en propiedades habían significado que su familia vivía de forma desahogada. Había comprado una casa destartalada en un barrio exclusivo de la costa; la rehabilitó con mimo hasta que relució con la misma majestuosidad que la vista de la que gozaba.

También Rocco había alcanzado el éxito, tanto en Australia como en Roma, pero era su hijo Zarios quien había convertido el negocio familiar en el imperio que era en la actualidad. La arraigada ética de trabajo de su padre, combinada con una educación cara y un cerebro brillante, habían resultado ser una garantizada receta para el éxito.

Zarios había salido de la universidad con grandes planes que con rapidez había llevado a la práctica, convirtiendo la modesta pero exitosa firma constructora en una empresa global de propiedades y finanzas. D’Amilo Financiers poseía múltiples sucursales por Europa y comenzaba a extender su influencia por el resto del globo. Próxima la jubilación de Rocco, se esperaba que Zarios tomara de forma oficial el timón del barco.

–¡Le han dado un ultimátum! –aunque estaban sólo ellas dos en la habitación, Lydia habló en un susurro–. Tu padre me ha contado que al parecer el consejo de administración está harto de la mala conducta de Zarios. Les incomoda la idea de que sea el accionista mayoritario…

–Eso depende de Rocco… –frunció el ceño.

–Rocco también está harto de él. Le ha dado todo a ese muchacho, y mira cómo se lo paga Zarios. Sólo hace falta que el resto del consejo se una… –bajó aún más la voz– y ahora da la impresión de que podrían hacerlo. Si los rumores de que Zarios ha roto con Miranda son ciertos… ella era lo único que lo redimía.

–¡Pero si sólo llevaban unos meses saliendo! –señaló Emma.

–¡Lo que es mucho tiempo en términos perrunos!

Se rieron largo rato.

Sus padres a veces la enfurecían… de hecho, casi todo el tiempo. No soportaba la abierta predilección que sentían por su hermano, Jake, ni el modo en que constantemente menospreciaban su elección profesional de carrera, como si por ser artista no tuviera un trabajo de verdad… y sin embargo, ella los adoraba. Su madre era, y para ella siempre lo había sido, la mujer más divertida que había conocido.

Y envuelta en una toalla, partida de risa mientras el sol crepuscular se derramaba sobre la bahía, inundando el salón de oro, supo que, de algún modo, ese momento era especial.

–¡Vamos! –secándose los ojos, Lydia le dio prisas a su hija–. ¿Dónde diablos puedo ponerlo?

–¿Se va a quedar a pasar la noche? –los ojos de Emma se abrieron mucho ante la idea de que Zarios D’Amilo durmiera en esa casa.

–¡Sííí! –siseó Lydia, olvidado el momento de broma y recuperada la tensión–. Sabía que Rocco lo haría… ¡pero Zarios! ¡Habrá que darle tu habitación!

–¡Por supuesto que no!

–No podemos ponerlo en la cama plegable del estudio… Jake se ha trasladado a su antiguo dormitorio y Rocco ocupará el cuarto de invitados… Zarios deberá quedarse con el tuyo. Vamos, es hora de vestirse –indicó, negándose a debatir la cuestión–. Mis amigas van a morirse de celos… ¿puedes imaginarte la cara de Cindy cuando se entere? Te compraste algo bonito para esta noche, ¿verdad?

–¿Como un vestido de novia? –bromeó Emma.

–¡Pues él ha roto con Miranda!

Comprendió que su sarcasmo había pasado desapercibido para su madre.

Lydia Hayes había pasado su vida de casada intentando subir en la escala social y estaba decidida a que sus hijos se elevaran a las alturas que ella jamás había alcanzado.

–El soltero más codiciado de Australia se une a nosotros para celebrar el sexagésimo cumpleaños de tu padre, Emma. ¿Es que no estás un poco entusiasmada?

–Desde luego que sí –Emma sonrió–. Acerca del cumpleaños de papá…

–Entonces, prepárate –la reprendió, luego se masajeó las sienes–. Llegarán pronto…

–Mamá, cálmate.

–¿Y si esperan algo espectacular?

–¡Pues les presentamos a Zarios! –Emma volvió a sonreír, pero su madre no estaba para chistes–. Esperan una fiesta de cumpleaños, y ésta lo es –fue a tomar las manos de su madre–. Vienen a veros a papá y a ti. Es lo único que importa.

–¡Jake ni siquiera está en casa! –exclamó–. Mi propio hijo no es capaz de llegar a tiempo. ¿Crees que habrá recordado encargar las pastas para el desayuno?

El pánico volvía a hacer acto de presencia en la voz de su madre y con presteza intentó desterrarlo.

–Claro que lo habrá recordado. Ve a preparar sábanas limpias para mi cama y yo me vestiré.

 

 

Su dormitorio estaba exactamente igual que hacía siete años, cuando se fue de casa para ir a estudiar Bellas Artes a la universidad. Le encantaba volver y quedarse en el viejo cuarto, entre sus cosas familiares, pero esa tarde lo observó con ojo crítico, preguntándose qué pensaría Zarios de los cuadros que adornaban las paredes, las cortinas que ella misma había teñido cuando tenía doce años, la librería a rebosar y la cómoda atestada de fotos de la infancia.

Siempre había tenido intención de ponerse algo bonito para la noche especial de su padre. Su diminuta galería se encontraba en Chapel Street, en Melbourne, donde proliferaban las boutiques de ropa de marca. Mientras se ponía el vestido azul oscuro, se preguntó qué diablos había pasado por su cabeza. Había llamado su atención en el escaparate, y aunque el precio la había disuadido al instante, la vendedora le había sugerido que se lo probara. Al observar su reflejo, se mordisqueó el labio inferior mientras se preguntaba si no era demasiado.

¡O demasiado poco!

Unos centímetros más corto de lo que habría preferido, se ceñía de forma provocativa en todos los puntos erróneos. Su trasero parecía enorme y sus pechos como si hubieran crecido mágicamente una talla. La suave y fina lana se movía cada vez que andaba.

Era, sencillamente, divino.

Sacó de una caja unas sandalias horriblemente caras con las que había pensado acompañar el vestido. Dignas de las horas de cuidados que había soportado su cuerpo y de la primera sesión de rayos uva a la que jamás se había sometido.

Se cepilló el cabello rubio una última vez y dejó de mordisquearse el labio para aplicarse brillo.

Alzó una de las fotos de su cómoda y contempló el grupo nupcial. Aunque era ridículo y sólo se trataba de una foto, seguía ruborizándose al mirar los ojos serios y oscuros de Zarios.

Ella tenía diecinueve años…

Una joven extremadamente ingenua que se había vestido de rosa para ser dama de honor en la boda de Jake.

Zarios había estado invitado. Por aquel entonces, apenas llevaba unas semanas de vuelta en Australia y había tenido un acento tan marcado que a ella le había costado entenderlo… aunque podría haber estado escuchándolo una eternidad. Era el hombre más asombroso que había conocido nunca. Toda la ceremonia había pasado como en una nube hasta que al final, cumpliendo el ritual, había bailado con ella. Y después de estar en sus brazos y beber demasiado champán, no tardó en verse abrumada por el deseo.

Metió la foto bocabajo en el cajón, cubriéndola con lo que había dentro antes de cerrarlo. Lo último que quería era que Zarios la viera… que recordara su bochornoso error. Pero aun así, le costaba contener el rubor y desterrar la imagen de ambos bailando aquella noche. Zarios había bajado la cabeza para decirle algo y, estúpidamente, ella había malinterpretado la acción, cerrado los ojos y, con los labios preparados, había esperado expectante que la besara.

Incluso seis años después, la vergüenza le encendía la cara.

Aún podía oír su risa profunda y ronca al comprender lo que ella había creído que pensaba hacer.

–Vuelve cuando hayas crecido… –le había sonreído y palmeado el trasero en el momento en que la música había terminado–. Además, mi padre jamás me lo perdonaría.

Se consoló pensando que lo más seguro era que lo hubiera olvidado.

Con todas las mujeres con las que había salido, no iba a recordar el torpe intento de una adolescente de conseguir un beso. Además, ya era seis años mayor y mucho más lista… podía ver a un hombre como Zarios exactamente por lo que era. Un seductor.

Desde luego, no repetiría el mismo error; se mostraría esquiva y distante. Practicó la expresión en el espejo. O quizá podría hacer una broma sobre aquel incidente, considerarlo simplemente algo gracioso…

¡Quizá debería ordenar su habitación!

Su madre la ayudó y la colcha bordada fue reemplazada por unas sábanas nuevas y un edredón impecable mientras Lydia iba recogiendo sujetadores, maquillaje y cajas de tampones. Al pie de la cama, depositaron unas toallas dobladas junto con una pastilla del jabón caro que usaba Lydia; al lado de la cama dejaron una jarra para el agua y una copa, cubiertos por una delicada pieza de algodón.

Al mirar por la ventana hacia la bahía, Emma sintió un nudo en la garganta al oír el ruido de un helicóptero y supo que era él. A pesar de que todos los amigos de sus padres vivían holgadamente, sólo los D’Amilo llegarían a una fiesta en uno. Observó el aparato unos momentos y pudo ver la carpa aletear y la hierba aplastada por el movimiento de las hélices, y entonces…

Contuvo el aliento mientras Zarios salía del aparato.

Luego ayudó a su padre a bajar y, agachándose bajo las hélices, cruzaron el jardín mientras el helicóptero volvía a elevarse en el crepúsculo.

Llevaba unos pantalones negros y una ceñida camisa blanca, y como un purasangre exhibido antes de la carrera, estaba lleno de energía y tenía un aspecto impresionante. El estómago de Emma se llenó de mariposas al verlo echar la cabeza atrás y reír por algo que había dicho su padre. Durante un momento, tuvo la certeza de que la había visto. Esos ojos negros se habían alzado como si supiera que era observado, haciendo que Emma retrocediera con celeridad, como si la hubieran quemado.

–¡Emma! –exclamó su madre–. ¡Han llegado! ¡Con una hora de antelación!

 

 

–Questi sono i miei buoni amici.

Mientras cruzaban el jardín, una vez más su padre le recordó lo importantes que eran esas personas para él.

–¡Crees demasiado en lo que lees! –Zarios rió–. De vez en cuando soy capaz de portarme bien. ¡En cualquier caso, me temo que no habrá nada interesante en un sesenta cumpleaños, papá!

–Zarios… –Rocco estaba serio. Le había parecido una buena idea ir con su hijo, pero ahora no estaba seguro de que lo fuera. Recién salido de una relación, los ojos de Zarios proyectaban peligro, y si podía evitar el escándalo antes de que se produjera, lo haría. Durante el corto trayecto, había recordado la boda, la atracción instantánea que había ardido entre Emma Hayes y su hijo. Aquella noche le había hecho una advertencia a Zarios… y por suerte éste la había aceptado. Pero ya era seis años mayor y no solía seguir los consejos de su padre–. ¿Recuerdas a su hija, Emma?

–¿La rubia atractiva? –sonrió al recordarla al instante. Parecía que las cosas mejoraban–. Sí.

–Se ha convertido en una mujer muy hermosa…

–¡Espléndido!

–Attesa! –le pidió a su hijo que aminorara el paso, sacó el pañuelo y se secó al frente.

–¿Te encuentras bien, papá?

–Un leve dolor en el pecho… –extrajo una píldora de un pequeño pastillero de plata y se la colocó debajo de la lengua–. Nada a lo que no esté acostumbrado –el pecho le dolía, aunque quizá no tanto como para tomar una píldora, pero si recurrir al ardid de la simpatía le ayudaba, estaba más que dispuesto a hacerlo–. Sabes el aprecio que siento por Lydia, pero también sabes cuánto le gusta gastar… y, bueno, parece que Emma tiene la misma tendencia…

–Menos mal que somos ricos, ¿no? –bromeó Zarios, aunque su padre no sonreía.

–Eric anda preocupado… –Rocco se consoló diciéndose que era una mentirijilla. De hecho, se dijo que no había mentido, sólo dado a entender… era mejor alejar a Zarios de Emma en ese momento que encararse con Eric después de que aquél le hubiera partido el corazón a su hija.

Y sabía que lo haría. Volvió a secarse la frente antes de guardar el pañuelo. Zarios le partiría el corazón.

–No tengas una relación con ella, hijo –reanudó la marcha–. Sería demasiado complicado.

 

 

–¡Llegáis temprano! –Eric, al contrario que su esposa, no se preocupaba por cosas como habitaciones de invitados y se mostró encantado cuando Rocco cruzó la puerta. Abrazó a su amigo de toda la vida con efusividad.

Zarios se quedó atrás.

–Queríamos pasar un rato contigo antes de que vinieran los otros invitados –con sonrisa radiante, le ofreció a Eric un regalo lujosamente envuelto–. Escóndelo y ábrelo mañana.

–¡La invitación no ponía nada de regalos! –le reprendió Lydia, aunque estaba claramente encantada de que lo hubiera llevado–. Zarios… nos entusiasma que hayas venido.

–Me alegro de haberlo hecho.

Aún tenía acento y la voz era profunda y rica. Al bajar la escalera con aire distante, Emma pudo sentir que se le erizaba el fino vello de la nuca mientras veía cómo le daba un beso a su madre en ambas mejillas y luego hacía lo mismo con su padre. Los ojos negros se encontraron con los suyos.

–Emma. Ha pasado mucho tiempo.

Sonrió con expresión reservada y en unos segundos sus ojos asimilaron los cambios.

El cabello, que había llevado corto en el pasado, en ese momento caía sobre sus hombros. Su cuerpo antes flaco también se había suavizado y llenado, y sus curvas femeninas se veían resaltadas por ese vestido delicado que oscilaba en torno a sus piernas a medida que caminaba.

Siempre había sido bonita, ¡pero en ese momento estaba deslumbrante!

–Ha pasado mucho tiempo –bajó los dos últimos escalones y permaneció en el último, aunque aun así él tuvo que inclinar la cabeza para besarla en ambas mejillas.

Al hacerlo, Zarios la olió… otra vez. Su cuerpo experimentó un reconocimiento sorprendido cuando le rozó las mejillas con los labios. Desbocado, pensó en lo agradable que sería darle el beso que le había negado tantos años atrás.

Que se había negado a sí mismo.

Los demás avanzaron y los dejaron solos por un momento.

–Estás muy guapa –Zarios frunció levemente el ceño–. ¿Hace cuánto que no nos vemos?

–¿Unos años? –se encogió de hombros, negándose a reconocer el hecho de que conocía hasta los meses que habían pasado–. ¿Cuatro… quizá cinco?

–No hace tanto… –Zarios movió la cabeza mientras cruzaban el recibidor–. Fue en la boda de tu hermano.

–Eso fue hace cinco años… –Emma sonrió–. ¡De hecho, seis!

–Vamos –reprendió Lydia–. Emma, tráeles una copa a nuestros invitados.

En ese instante, uno de los camareros contratados apareció con una bandeja con copas de champán. Emma tomó una para ella antes de que Lydia la apartara.

–¡Una copa de verdad! –murmuró a su hija.

–¿Whisky? –era lo que siempre bebía Rocco cuando los visitaba–. ¿Con un poco de agua?

–Tienes buena memoria –Rocco sonrió encantado.

–¿Zarios? –se obligó a mirarlo–. ¿Qué te apetece? –habría jurado que él hacía una insinuación en la pausa que se prolongó imperceptiblemente.

–Whisky –añadió, sin agregar «por favor» o «gracias»–. Sin agua.

Mientras servía el líquido ambarino, Emma vio que le temblaba la mano. No había exagerado el recuerdo que guardaba de él. Era tan letal y poderosamente sexy como lo había sido todos esos años atrás… «e igual de arrogante y grosero», se recordó. Al entregarle la copa, le fue imposible no notar el roce de los dedos contra los suyos. Cruzó el salón para sentarse lo más lejos posible de él.

Pero el gato no tardó en encontrar al ratón.

Se sentó junto a ella en el sofá, demasiado cerca para su gusto. No había contacto alguno, pero podía sentir el calor de ese cuerpo y el peso de él, que hacía que el sofá se ladeara.

Invadía su espacio… aunque quizá ese fuera el truco que empleara. Nadie que lo observara podría afirmar que hubiera intrusión; había que estar al lado de él o mirarlo para sentirlo. Bebió un sorbo de champán y deseó haber elegido un whisky también, algo lo bastante fuerte como para apagar los nervios que sentía.

–Tengo entendido que Jake y su esposa vendrán esta noche.

–Sólo Jake –esbozó una sonrisa forzada.

–Tienen gemelos, ¿no? –Zarios la miró detenidamente, viendo cómo se relajaba al hablar de sus sobrinos.

–Harriet y Connor… cumplirán tres años en unas semanas –como si esa fuera la señal que esperara, su hermano eligió llegar en ese momento.

–¡Querido! –Lydia olvidó en el acto su retraso–. Me alegro tanto de verte.

–Lo siento, lo siento… –Jake sonrió–. El tráfico era una absoluta pesadilla.

–¿Un sábado? –Emma no pudo contenerse.

–¡Hay fútbol! –Lydia sonrió–. La ciudad es un hervidero en esos momentos… es maravilloso que lo consiguieras, cariño. ¿Has recordado las pastas para mañana…?

Hubo una pausa ínfima. La sonrisa de Jake vaciló un momento y, con los ojos, buscó a su hermana. La boca de Lydia se quedó abierta en horror en mitad de la frase. Emma sintió la tentación de no intervenir, de negarse a volver a salvar otra vez a su hermano y que todos vieran que la única contribución que le habían pedido había resultado excesiva para él. Pero como Jake bien sabía, no podía hacerle eso a sus padres.