Un trozo de cielo - Parte de mí - Espectáculo de estrellas - Lauren Canan - E-Book

Un trozo de cielo - Parte de mí - Espectáculo de estrellas E-Book

Lauren Canan

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Beschreibung

Un trozo de cielo Lauren Canan A Kelly Michaels la sedujo un atractivo desconocido y, cuando este se marchó de su pueblo en Texas, descubrió que se trataba de Jace Compton, una estrella de Hollywood, y que estaba embarazada de él. Jace regresó más de un año después y decidió hacer suya a Kelly, por mucho que los demonios del pasado se interpusieran en su camino. Parte de mí Cat Schield El millonario Blake Ford disponía de solo un verano para lograr lo que se proponía. Había elegido a Bella McAndrews, una hermosa mujer criada en el campo, como madre de alquiler para su hijo, y unos meses después la convenció para que trabajase para él como niñera. Así solo era cuestión de tiempo alcanzar su verdadero deseo: hacerla su mujer. Espectáculo de estrellas Kate Hardy Kerry Francis no se parecía en nada a las despampanantes rubias de piernas largas con las que salía Adam McRae, su atractivo vecino. Aunque Adam le resultaba irresistible, solo eran amigos… hasta que él le pidió que se hiciera pasar por su novia. Los besos y las caricias de Adam, de mentira, claro, la volvieron loca. Kerry se había enamorado; ¿qué pasaría después?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 477 - Octubre 2021

© 2015 Sarah Cannon

Un trozo de cielo

Título original: Lone Star Baby Bombshell

© 2013 Catherine Schield

Parte de mí

Título original: The Nanny Trap

© 2006 Kate Hardy

Espectáculo de estrellas

Título original: Seeing Stars

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-962-3

Índice

Créditos

Índice

Un trozo de cielo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Parte de mí

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Espectáculo de estrellas

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Uno

Kelly Michaels disminuyó la velocidad del coche al aproximarse a la verja de hierro forjado flanqueada por muros de piedra. Una placa de bronce en el de la izquierda le dio la bienvenida al rancho C Bar. Sacó el brazo para marcar el código que Don Honeycutt, el agente inmobiliario, le había dado. Las puertas se abrieron y Kelly recorrió un largo y sinuoso sendero bordeado de robles centenarios y verdes praderas. Se detuvo en la entrada de servicio.

El edificio era enorme, más una mansión que la casa de un rancho. Sacó los utensilios de limpieza del portaequipajes y entró.

Había recibido instrucciones de limpiar los dos dormitorios, con sus respectivos cuartos de baños, de la planta superior, además del cuarto de estar, el despacho, el vestíbulo y la cocina de la planta inferior. Acabaría a tiempo de prepararse para el festival anual de música y danza que tendría lugar esa noche.

El generoso sueldo que ganaba ocasionalmente limpiando viviendas nuevas para la agencia inmobiliaria compensaba el esfuerzo. Hubo un tiempo en que era su único trabajo. Pero, a pesar de haber encontrado otro acorde a lo que había estudiado, había mantenido el primero por los ingresos que le reportaba.

Comenzó por el dormitorio grande. Le encantaba cómo olían las casas nuevas. Pasar unas vacaciones en aquella sería estupendo. Envidió a la familia que fuera a vivir allí. Al menos, esperaba que fuera una familia. En el pueblo se rumoreaba que una empresa de otro estado la había comprado para organizar actividades para sus empleados. Sería una lástima que nadie viviera en aquella hermosa casa.

Dos horas después, cuando quitaba los últimos restos de jabón del fregadero, oyó que se abría la puerta de la cocina. Debía de ser Don, que iría a comprobar cómo iba. Ella sonrió, ya que había acabado el trabajo en el tiempo establecido.

–¿Kelly?

Se quedó inmóvil, casi sin respirar. Aquella voz no era la de Don. No podía ser verdad. Se volvió y miró con expresión de incredulidad al hombre que se hallaba frente a ella.

–Jace –susurró, casi en estado de shock. Parpadeó varias veces para convencerse de que no era una ilusión.

En el año que hacía que no se habían visto, había cambiado muy poco. Seguía siendo igual de guapo, incluso más que antes, aunque fuera imposible. Se había afeitado la barba; llevaba el pelo más corto; la pequeña cicatriz seguía siendo visible, la única imperfección de sus labios carnosos, que podían esbozar una sonrisa diabólica y mostrar una dentadura blanca y perfecta; una sonrisa irresistible para cualquiera, hombre o mujer, joven o anciano.

Tragó saliva. Conocía el contacto de esos labios.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó él con su voz profunda, que a ella le puso la carne de gallina.

Pensó que con una bayeta húmeda en una mano y un bote de limpiador en la otra, la respuesta era evidente.

–Podría hacerte la misma pregunta.

Pero ya sabía la respuesta. La C de la entrada era de Compton. De pronto, la inmensa mansión adquirió las dimensiones de una caja de zapatos.

–¿Has comprado el rancho?

–En efecto.

A Kelly se le cayó el alma a los pies.

–Ya he terminado de limpiar. Ahora mismo me marcho.

Agarró los utensilios de limpieza y, sin volverse a mirarlo, se dirigió a la puerta.

–Espera, no tienes que…

Ella no le prestó atención. ¿Por qué Jace Compton, un hombre con el mundo a sus pies, se había mudado a aquel pequeño pueblo de Texas?

La lámpara del porche lateral proporcionaba escasa luz para la creciente oscuridad. Kelly metió los utensilios de limpieza en el coche de cualquier manera. Le temblaban las manos de tal modo que solo al tercer intento consiguió introducir la llave en el contacto de su viejo Buick. El vehículo se negó a arrancar.

Aquello no le podía estar pasando, pensó.

Tenía el móvil en el asiento de al lado, pero a nadie a quien llamar, suponiendo que hubiera cobertura. Sus amigos ya estarían yendo al festival de música, al igual que el resto del condado. Era la fiesta más importante del año para la pequeña comunidad, y Kelly no pensaba estropearle la noche a nadie, a pesar de que le esperaba un largo camino a pie. ¡Ojalá la anciana señora Jenkins, su niñera, hubiera seguido conduciendo!

Apoyó la frente en el volante, cerró los ojos y se dejó llevar por los recuerdos y por el dolor que al mismo tiempo le producían. Y ambos llevaban escrito el nombre de Jace Compton.

Cuando había intentado por primera vez localizarlo en el número de móvil que le había dado, un mensaje grabado le contestó que Jace Compton, no Jack Campbell, como le había dicho él que se llamaba, estaba en el extranjero.

¿Quién era Jace Compton? Una llamada al rancho donde le había dicho que trabajaba le proporcionó la respuesta. El hombre al que ella se había entregado en cuerpo y alma, el que le había dicho que era tan especial que nunca la dejaría marchar, no era Jack Campbell, un trabajador del rancho, sino Jace Compton, un premiado y multimillonario actor que vivía en California y que se había estado divirtiendo con ella.

Al recordar aquel día volvió a sentir la misma vergüenza que estuvo sintiendo durante meses después de haberse enterado. Había sido una estúpida. Él se había propuesto seducirla y ella había caído en la trampa. Quería creer en él, confiar en él, por lo que no hizo caso alguno de las sospechas que tenía de que no fuera quien decía.

Semanas después de que él se hubiera marchado, cuando ella ya conocía su verdadera identidad, veía su foto por todas partes. Los titulares y las fotos de los periódicos describían fiestas salvajes en la playa, aventuras con mujeres casadas y el estilo de vida de un playboy.

Kelly consiguió localizar a su mánager, que le dijo de manera clara y amenazadora que ella no significaba nada para el señor Compton. Habían tenido una aventura, ¿y qué? Jace tenía muchas. A no ser que estuviera dispuesta a presentar batalla legal por el derecho de custodia, debiera seguir el consejo del mánager y resolver la situación ella sola. Kelly había colgado el teléfono totalmente aturdida. No durmió esa noche ni la siguiente. En su mente se alternaban la incredulidad y la desesperación.

Nueve meses después, mientras estaba en la cama del hospital rogando que el bebé hubiera sobrevivido a las complicaciones del parto, una enfermera le trajo una revista. En la portada aparecía Jace Compton. Lo habían vuelto a elegir el soltero del año. Su hermoso rostro parecía burlarse de ella y de sus lágrimas.

¿Por qué había vuelto?

Había transcurrido un año, por lo que ella creía que estaba todo olvidado: las lágrimas, las innumerables noche sin dormir y la humillación que sentía al recordar cómo la había engañado. Pero, al mismo tiempo, el deseo de sus caricias se resistía a desaparecer, como también los recuerdos de su increíble sonrisa, el brillo cómplice de sus ojos antes de apoderarse de su boca, sus fuertes brazos abrazándola, su cuerpo contra el de ella, su voz susurrándole cosas pecaminosas al oído y tentándola de forma que ella jamás hubiera imaginado. Siempre la había dejado satisfecha, pero deseosa de más.

Parecía que él no había sentido lo mismo. Ella sería para Jace un recuerdo lejano: el de unas vacaciones en el norte de Texas con ciertas ventajas adicionales.

Dos golpecitos en la ventanilla la devolvieron a la realidad. Abrió la puerta y Jace retrocedió. Llevaba unos vaqueros gastados que ocultaban sus largas y musculosas piernas. Tenía el brazo izquierdo apoyado en el marco de la puerta y el derecho en el techo del coche, por lo que estaba atrapada. Para bajarse del vehículo tuvo que acercarse mucho a su pecho, cuyos músculos resaltaban bajo la camiseta gris.

Kelly no deseaba estar tan cerca de él ni mirarlo a los ojos, pero su gran estatura le bloqueaba el paso. Sus miradas se cruzaron y, durante unos segundos, el tiempo se detuvo. En los ojos verdes de él seguía habiendo el brillo de la pasión que los había unido.

La envolvió un olor a perfume caro. A pesar de los meses de sufrimiento, algo en su interior seguía anhelando sus caricias, lo que era una locura, ya que lo que ella necesitaba de verdad era que despareciera. De nuevo.

–Apártate, por favor, y déjame pasar –le pidió con determinación. Él la obedeció y bajó los brazos–. Me llevaré el coche de tu propiedad en cuanto pueda.

Sin volver a mirarlo, Kelly tomó el sendero.

–¿No tienes teléfono ni alguien a quien llamar?

Ella aceleró el paso sin prestarle atención.

–¿Quieres usar el mío?

Lo único que deseaba era alejarse de él lo antes posible. Jace había comprado un terreno y edificado una casa, lo que era un signo de permanencia. Ella debería haber estado preparada para algo así. Pero, ¿cómo iba a haberlo sabido? Él tenía amigos en la zona con los que estaba alojado cuando se conocieron. Había comentado muchas veces que le encantaba esa región. ¿Por qué no se le había ocurrido a ella la posibilidad de que volviese? Era una idiota, e iba a pagar por ello.

No oyó la camioneta llegar por el sendero hasta que Jace se detuvo a su lado.

–Kelly, no puedes ir andando a la ciudad. Debe de haber unos diez kilómetros, y está oscureciendo.

Al volver a tenerlo tan cerca, el cuerpo de ella revivió y la invadió un deseo feroz. Apretó los dientes y tomó aire mientras los ojos se le llenaban de lágrimas de resentimiento. Se negó a llorar. Era cierto que estaba oscureciendo y que la ciudad estaba a esa distancia, pero siguió andando. No iba ser tan estúpida como para montarse en la camioneta.

A pesar de su negativa a detenerse, Jace la siguió.

–Sube, Kelly, y te llevo a casa.

–No, gracias.

La verja se abrió. La atravesó y giró a la izquierda. Había otro rancho a unos tres kilómetros. Shea, su marido Alec o uno de los trabajadores la llevarían a casa. No todo el mundo habría ido al festival. Y si así fuera, se sentaría en el porche a esperar.

¿Por qué había vuelto Jace a Calico Springs? Era un sitio pequeño donde todos se conocían. Alguien acabaría por hablarle de Kelly Michaels y de su bebé, que había estado a punto de morir al nacer, cuatro meses antes. Y Jace lo sabría. Haría cálculos y sabría que el bebé era suyo. Kelly sintió pánico. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podía hacer?

Se dio cuenta de que él había dejado de seguirla. Cuanto más lejos estuviera, mejor. Respiró hondo y disminuyó la velocidad de la marcha.

No quería imaginarse las consecuencias de que Jace supiera de la existencia de Henry. Tuvo que contenerse para no echar a correr y llegar a su casa, con su bebé, lo antes posible. Por mucho dinero que Jace tuviera, y por bien que se le diera mentir, no iba a obtener la custodia de su hijo. Ella haría lo que fuera necesario para impedírselo.

El sol se había puesto. Kelly deseó llevar consigo una linterna. Un mal paso podía suponerle un enorme problema, ya que nadie la oiría si gritaba. Si le sucedía algo, ¿quién cuidaría de Henry?

En aquel momento la estupenda mujer que lo cuidaba mientras ella trabajaba lo estaría bañando antes de acostarlo. Cuando llegara al siguiente rancho, enseguida estaría en casa.

Para contradecir semejante optimismo, un relámpago atravesó el cielo, seguido del ruido de un trueno. Ella gimió, sin atreverse a pensar que la noche pudiera empeorar.

Jace Compton tomó aire, lleno de frustración. Le resultaba increíble que Kelly hubiera estado en su casa, limpiándola ni más ni menos. Tenía la esperanza de encontrarla si se mudaba a Calico Springs, pero no se imaginó que estaría en su casa ni estaba preparado para el estallido de ira y la mirada fulminante que le lanzó con sus ojos azules.

Parecía que se había enterado de que le había mentido sobre su identidad, pero esperaba que le diera la oportunidad de explicarse. Había tenido veinticinco días en un rancho vecino para relajarse y ser él mismo, un tipo que se había criado en el sur de Chicago. No quería que nadie descubriera su identidad. Con los años había aprendido a pasar desapercibido. Cuando Kelly y él se conocieron, no sabía que su relación crecería.

Kelly se había creído que trabajaba en un rancho, y a él no le había dado tiempo a decirle que no era así. En realidad, no quiso que nada se interpusiera entre ellos. Fue un viaje en el que estaban solos los dos en el mundo. Cuando ella le devolvía los besos, él sabía que lo besaba a él, no al tipo famoso y rico. Y era una sensación maravillosa.

Cuando llegó el momento de marcharse, debatió consigo mismo si le contaba a Kelly la verdad, pero decidió esperar a su vuelta a Calico Springs. No sabía que, aunque esperaba hacerlo al cabo de cuatro meses, en realidad tardaría más de un año en volver.

La Kelly que recordaba había cambiado de aspecto, y esos cambios despertaron inmediatamente su libido. Las curvas de su cuerpo eran decididamente más femeninas, más maduras y atractivas que las de la delgada joven que recordaba. La melena rubia, que solía llevar suelta, se la había recogido en una cola de caballo, que le confería a su rostro un mayor atractivo y resaltaba la forma almendrada de sus ojos. Jace no había visto ojos de ese color. Eran del color turquesa del agua del Mediterráneo. Pero aquella noche, en vez de darle la bienvenida, habían reflejado disgusto al verlo.

Aunque esperaba que estuviera molesta por haberle mentido sobre su identidad, no esperaba tanta animosidad. ¿Estaba enfadada por la mentira o porque había perdido la oportunidad de hacerse rica? Pensar eso de Kelly no le gustó.

La gente siempre quería algo de él, ya fuera dinero o un minuto de fama. Hacer películas de acción era su trabajo, no su identidad. Detestaba la falsa fachada que debía mantener y las historias ridículas que debía validar para que su nombre apareciera en los medios. Era raro conocer a alguien a quien cayera bien por ser él mismo. Esperaba que ella lo entendiera.

Al volver a California no había dejado de hablar de la chica que había conocido en Texas e incluso había mencionado la posibilidad de comprar una casa para estar cerca de ella hasta que terminara los estudios. Dos días después, Bret, su mánager, le había entregado un informe policial en el que se decía que Kelly era una timadora que había estado varias veces en la cárcel. A Jace le costó creérselo, y le seguía costando.

De todos modos, lo más probable era que no volviera a verla. Había conseguido arrinconar el tiempo que habían pasado juntos en el fondo de su mente, cuando Garret Walker, el amigo que lo había invitado a Texas, lo llamó para preguntarle si seguía interesado en comprar un terreno en la zona. De pronto, lo único que se imaginó fue a Kelly. La alegría de estar con ella y el recuerdo de tenerla en sus brazos pesaron más que cualquier delito que ella hubiera cometido. Pero Kelly Michael no encajaba en el papel de sinvergüenza. ¿Habría tenido una vida dura? No habían hablado en detalle de su pasado, por lo que solo podía especular. Pero, después de su huida ese día, ya poco importaba, pues parecía que ella había decidido dar por concluida la relación.

Sin saber por qué, Jace tuvo una gran sensación de pérdida.

Al volver a verla, el cuerpo se le había puesto en estado de alerta, igual que le había sucedido la primera vez que la vio en la tienda de ultramarinos local, a la que había ido con Garret a comprar. La atracción inmediata que había experimentado por ella lo había abrumado, como le acababa de suceder. Era como si un imán gigantesco los atrajera mutuamente con independencia de las circunstancias.

Pero lo de Kelly iba más allá de la belleza física y el atractivo, aunque ambos le sobraban. Era su mirada, que lo impulsaba a creer que era capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera. Al abrazarla creía que podía volar. ¿Todo había sido fingido?

Comenzaron a caer gotas. Jace vio que ella se había dejado el bolso colgando del respaldo de una silla de la cocina. Al agarrarlo, sonó el primer trueno. Con el bolso en la mano, salió y se dirigió a la camioneta. Tanto si Kelly estaba enfadada con él como si no, no iba a dejarla en la oscuridad y en medio de una tormenta. La llevaría a casa.

Tanto si le gustaba como si no.

Capítulo Dos

Kelly apresuró el paso. Un rayo cayó en el árbol que se divisaba más adelante y, segundos después, el cielo se abrió y comenzó a diluviar.

Se abrazó a sí misma, apretó los dientes y siguió andando. La lluvia la impedía ver con claridad y las fuertes ráfagas de viento obstaculizaban su avance.

De pronto, las luces delanteras de un vehículo iluminaron el camino desde atrás. Ella se echó a la derecha para dejarlo pasar.

–Kelly –gritó Jace al tiempo que se detenía a su lado–. Sube.

Ella siguió andando.

–Te estás comportando como una verdadera idiota.

–Piensa lo que quieras –gritó ella a su vez.

–Te doy diez segundos para que te montes.

–¿Y si no?

–Te subiré yo mismo.

Ella se volvió y lo fulminó con la mirada.

–Sube ahora mismo –le ordenó él, enfadado.

A Kelly no le cupo duda alguna de que cumpliría su amenaza. Se mordió la lengua y abrió la puerta de la camioneta.

–Estoy mojada –afirmó al tiempo que observaba el bonito interior del vehículo.

–Me da igual. Sube de una vez.

Ella lo obedeció. Comenzó a tiritar. Jace ajustó la calefacción. Ella se recostó en el asiento y se puso el cinturón de seguridad. Sin decir nada más, él arrancó.

Kelly no quería que supiera dónde vivía. De todos modos, en Calico Springs no era difícil localizar a alguien.

–Déjame en el siguiente rancho. Conozco a los dueños. Ellos me llevarán a casa.

Él no respondió, y siguió conduciendo cuando pasaron por delante de la verja del rancho.

–Te lo has pasado. Da la vuelta.

–No hay motivo alguno para obligar a salir a nadie más con este tiempo.

–¿Es que te he obligado a ti a salir?

–No me refería a eso. Claro que no me has obligado –vio que volvía a recostarse en el asiento y se cruzaba de brazos–. Tampoco te has dejado a propósito el bolso en la cocina ni sabías que era mi casa la que estabas limpiando ni que yo llegaría sobre las seis. Si quieres volver a verme, dilo.

–Para ahora mismo.

–¿Es eso una negativa? –le preguntó él sin disminuir la velocidad al tiempo que sonreía.

–Sí.

–¿Sí?

–Sí. Quiero decir, no.

–Te recordaba con más sentido del humor.

No añadió nada más. Kelly lo fulminó con la mirada varios segundos y volvió a recostarse en el asiento al tiempo que lanzaba un bufido ante su destino. Era surrealista. Después de no haberlo visto durante tanto tiempo, se hallaba encerrada con él en una camioneta. Lo miró de reojo y experimentó un deseo que llevaba más de un año sin sentir.

Lo recordó todo: cada caricia, cada susurro erótico, las discusiones sobre naderías que siempre concluían con un beso. Tragó saliva y trató de pensar con claridad. Carraspeó y, sin dejar de mirar hacia delante, dijo:

–No me imagino qué puede interesarte de este lugar del mapa. Eres una celebridad y esto es un pueblo pequeño. ¿Por qué has venido?

–Necesitaba unas vacaciones. Como sabes, tengo un amigo que vive en la zona, y me pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.

–¿Has comprado una rancho para pasar unas vacaciones?

Él se encogió de hombros.

–Y luego me llamas idiota –masculló ella.

Era evidente que no le iba a contar sus verdaderas intenciones, pero ya estaba acostumbrada a sus mentiras.

–¿Y tú? ¿Sigues estudiando?

–No.

Su vida había dado un giro tan radical que le resultó extraña la pregunta. El infarto que se había llevado a su abuelo la dejó destrozada. Después, el banco se había quedado con su rancho, por lo que su hermano menor y ella habían tenido que buscarse otro sitio para vivir. Y cuando pensaban que las cosas ya no podían ir peor, resultó que estaba embarazada de un hombre que le había ocultado su identidad y había desaparecido.

–¿Por qué me mentiste? –le preguntó en un susurro –y ¿por qué le había prometido que la llamaría y que volvería si sabía que no era cierto?

–¿Qué importa ahora?

–La verdad siempre importa.

–Si te hubiera revelado mi verdadera identidad, nuestra relación habría sido distinta.

–¿No te resulta difícil ir por el mundo con semejante arrogancia? –le preguntó ella mirándolo asombrada.

–No se trata de arrogancia. Si hubieras sabido quién era, habrías… –respiró hondo y dejó la frase sin terminar.

–¿Qué? ¿Qué habría hecho? ¿Pensar que eras el doctor Jekyll y Mr. Hyde? ¿Darme cuenta de que te estabas burlando de mí?

–Me hubieras tratado de forma distinta. Todos lo hacen. Y nunca me he burlado de ti. Jamás.

–¿Quiénes son todos?

Kelly vio que apretaba con fuerza el volante.

–Lo que hago para ganarme la vida no tiene nada que ver con nosotros. La gente oye mi nombre y, de pronto, dejan de verme. Debería haberte dicho la verdad, pero quería que conocieras mi verdadero yo. Soy un hombre, Kelly, y me gusta que me vean como a tal, no como a una celebridad. Iba a explicártelo cuando volviera; iba a contarte la verdad.

–¿En serio? ¿Por qué? Si, como dices, el nombre es lo de menos, ¿para qué te ibas a molestar?

–Estás tergiversando lo que digo.

–¿Ah, sí?

Él lanzó un bufido.

–Nos conocimos y disfrutamos estando juntos. Al menos, yo lo hice. ¿Para qué complicarse la vida? ¿O es que me he perdido algo?

–¿Te das cuenta de que tratas de justificar tu engaño? Es increíble. Al menos, fui motivo de diversión para ti y tus amigos.

Se sonrojó al pensar en sus ricos amigos burlándose de la aventura que había tenido con una paleta de pueblo.

–No es así –dijo él, sorprendido de que pensara eso–. Nuestra relación no fue una broma. Al menos, para mí. Y mi intención era volver para hablar contigo, con la esperanza de que me entendieras.

–Seguro que pensabas volver –afirmó ella furiosa–. Pero pasaron cosas, ¿no?

–Sí. ¿Por qué no me dijiste que habías estado en un reformatorio? No soy el único al que se le puede acusar de ocultar cosas.

Ella volvió la cabeza bruscamente hacia él. ¿Qué había dicho?

–¿Cómo?

–Digo que…

–¿Te escribe alguien los guiones o te los inventas tú? –¿esperaba que se creyera que no había vuelto porque ella había estado en la cárcel? Estaba atónita–. Necesitas ayuda. Gira a la izquierda en el semáforo.

–¿A la izquierda?

–Ahora vivimos en el pueblo.

Jace estaba recordando la granja de su abuelo.

–¿Quieres decir que no tienes antecedentes criminales?

–¿Quieres decir que crees que sí?

–Pero…

–Mira, Jack… Jace, como te llames hoy, no digas nada más. Eres incapaz de ser sincero. Y me da igual. Me da igual que me mintieras, que no volvieras y quién seas. Y no quiero seguir oyendo tus excusas. Lamento haber sacado el tema.

Jace no dijo nada. La carretera los condujo al sur, hacia la zona de casas baratas de la ciudad en las que vivía gente como ella, que trabajaba mucho por poco dinero. Pero se negaba a avergonzarse. Su casa era vieja y pequeña, pero estaba limpia. Tenía el tejado nuevo, y el alquiler era muy bajo.

–Es la tercera calle a la derecha. Ahora otra vez a la derecha. Es ese edificio blanco con las contraventanas verdes.

Cuando llegaron, Jace se bajó para abrirle la puerta sin importarle la lluvia.

El hermano menor de Kelly se hallaba en el porche, apoyado en una de las columnas.

Jace le hizo un gesto con la cabeza.

–¿Qué tal?

Kelly se dio cuenta de que Matt lo había reconocido y no se creía que fuera él.

–Usted es… ¿No es usted Jace Compton? –le preguntó con los ojos como platos y la boca abierta de puro asombro.

–Entra en casa, Matt –le ordenó ella.

–¿Quiere entrar? –le preguntó Matt sin hacer caso a su hermana.

Kelly, asustada, aceleró el paso hacia la casa. ¿Y si Matt había recogido a Henry de casa de la niñera?

–No –dijo con firmeza volviéndose hacia Jace–. No creo que sea buena idea. Gracias por traerme. La conversación ha sido muy… esclarecedora.

Jace no contestó y se limitó a mirarla.

–Entra en casa –repitió dirigiéndose a su hermano–. Ahora mismo.

–Pero, Kelly, ¿sabes quién es?

Ella estuvo a punto de echarse a reír.

–Buenas noches –dijo Jace desde la acera.

Kelly agarró a Matt del brazo y lo metió en la casa. Con quince años, ya era algo más alto que ella, pero gracias a que tenía disparada la adrenalina, consiguió empujarlo.

–No me lo creo –dijo Matt fulminándola con la mirada–. Jace Compton está en nuestra casa y no lo dejas entrar. ¿Te has vuelto loca? Aparte de las películas que ha hecho, es una leyenda del rugby.

Matt vivía para el rugby, por lo que su hermana comprendió lo que decía. Pero no conocía a Jace Compton. Por desgracia, ella sí.

–Y ahora que lo pienso, ¿qué hacías en su camioneta?

–Ha comprado el terreno del viejo Miller y se ha construido una casa. Don me pidió que la limpiara. Cuando terminé, el coche no me arrancó.

–¿Jace Compton vive aquí, en Calico Springs? ¿De forma permanente? –a cada pregunta, Matt iba elevando el tono de la voz, lleno de júbilo. Ni siquiera se había percatado de que se habían quedado sin coche.

–No lo sé –no quería hablar de Jace con su hermano–. Voy a casa de la señora Jenkins a recoger a Henry.

–Está aquí –le respondió Matt, claramente molesto–. La señora Jenkins le ha dado de cenar y lo ha preparado para acostarlo. El partido de rugby se ha suspendido a causa de la lluvia, por lo que lo he traído a casa.

–Gracias, Matt –Kelly sonrió y se encaminó al pequeño dormitorio que compartía con su hijo. Bendita fuera la anciana que cuidaba de Henry sin cobrarle un céntimo mientras ella trabajaba.

El bebé dormía en su postura preferida: boca abajo. Kelly se quitó la ropa mojada y sacó una vieja bata del armario. Después, incapaz de resistirse, se acercó a la cuna y le acarició la cabeza a Henry. Este se removió. Ella sonrió y lo tomó en brazos, apretándolo contra sí.

Tenía las largas pestañas de Jace, e incluso sus hoyuelos. Ella seguía sin creerse que este se hubiera mudado al pueblo. Debería haberse imaginado que volvería para hacerla revivir los dolorosos recuerdos que había tardado meses en superar. No era distinto del padre de ella, cuyo lema era quererlas y dejarlas, sin importarle el sufrimiento que causara. Pasar a la siguiente conquista sin mirar atrás. Solo que, en aquel caso, Jace había mirado atrás.

Debido a las mentiras y los engaños del padre, la madre de Kelly se había quitado la vida. Entonces, el padre había desaparecido para siempre. Kelly se había jurado que no intimaría con ningún hombre, y había mantenido su promesa hasta que apareció Jace. Y ahí tenía el resultado.

Trató de dejar de pensar en cosas negativas y le besó la cabeza a Henry. Después fue a la cocina a buscar una aspirina. Aunque, después de lo sucedido durante la última hora, pensó que se tomaría una par. La idea de que Jace creyera que había estado en la cárcel era risible. Era evidente que vivía en un mundo de fantasía.

Agarró las aspirinas y oyó que Matt hablaba con alguien en la habitación de al lado. Fue hacia allí y vio a Jace entrando en el salón. El pánico se apoderó de ella.

–Te has dejado el bolso en la camioneta. Ya veo que estás practicando –afirmó él con un brillo malévolo en la mirada.

Ella le arrebató el bolso y se dirigió de nuevo al dormitorio con la esperanza de que él se fuera por donde había venido.

–¿Kelly?

Ella se detuvo y Jace se le acercó mirando al bebé que llevaba en brazos.

–¿A quién tenemos aquí?

Capítulo Tres

Había llegado el momento que Kelly tanto temía desde el nacimiento del bebé.

–Es Henry –dijo tragando saliva.

–¿Es tuyo?

Parecía que el mánager de Jace no le había mentido cuando le dijo que no le contaría lo del embarazo. Ni siquiera debía de haberle dicho que lo había llamado.

–Sí –contestó ella.

Jace la miró y volvió a mirar al bebé.

–Es guapo –murmuró–. ¿Qué edad tiene?

–Cuatro meses.

Ella observó que Jace estaba haciendo cálculos y supo a la conclusión que había llegado: Henry podía ser su hijo. Él volvió a mirarla, como si buscara una respuesta distinta.

–Soy Matt, el hermano de Kelly –dijo el chico con una sonrisa de oreja a oreja. Kelly se alegró de la interrupción.

–Encantado de conocerte, Matt –le tendió la mano y Matt se la estrechó. El chico estaba tan emocionado que parecía levitar.

–Dice Kelly que ahora vives aquí.

–Sí, he comprado un rancho al norte del pueblo. Tengo un amigo que lleva veinte años dedicándose a las carreras de caballos. Siempre he querido tener tierras y caballos. Me ha convencido para que me dedique a criar purasangres. Y, si decido ampliar el negocio, criaré ganado.

–¡Qué guay! –exclamó Matt al tiempo que le indicaba una silla–. ¿Puedes quedarte unos minutos?

–Claro.

–¿Sigues jugando al rugby? –le preguntó el muchacho mientras se sentaban.

–Sí, siempre que se me presenta la ocasión. ¿Tú juegas?

–Sí, en el instituto.

–Ahí empecé yo. ¿En qué posición?

Mientras hablaban de rugby, Kelly salió de la habitación. Depositó al bebé en la cuna y se dejó caer en una silla. Jace Compton, el mentiroso multimillonario, estaba en el salón hablando con su hermano mientras probablemente se estaría preguntando si acababa de conocer a su hijo. Por la animada conversación que mantenían, era evidente que tenían intereses comunes. La situación iba a empeorar.

El Jace que había conocido un año antes era un tipo normal al que le gustaban las hamburguesas, los coches tuneados y las bromas. Hablaba de cosas cotidianas sin arrogancia ni sentimiento de superioridad. Pero le parecía increíble que la millonaria estrella que se dedicaba a recorrer el mundo estuviera sentada en una vieja casa hablando animadamente con un chaval de quince años. Era como si en Jace convivieran dos personas distintas.

Kelly no le había contado a nadie quién era el padre de Henry, ni siquiera a Matt. Tal vez pudiera salir del lío en el que estaba metida.

Agarró ropa seca y se dirigió a la ducha. Al salir, veinte minutos después, reinaba el silencio. Vio que había luz en la habitación de su hermano y oyó música. Respiró hondo para soltar los músculos del cuello y los hombros. Jace había vuelto a aparecer y a desaparecer, pero esa vez no había causado daños.

Pero estaba segura de que volvería.

Mientras Jace conducía hacia el rancho, no dejaba de pensar en Kelly y el bebé. Se le había caído el alma a los pies al verla con el niño los brazos, porque lo último que se esperaba era que hubiera tenido un hijo. Después se preguntó si él sería el padre. Siempre tenía cuidado, ya que no deseaba tener hijos. Sabía muy bien lo que significaba ser padre en su familia.

Aún recordaba el olor a grasa y a cebolla quemada que llenaba el piso, situado encima de un local de comida rápida, donde vivía con sus padres a la edad de diez u once años. Fue entonces cuando sucedió algo, nunca supo el qué, pues su madre se negó a hablar de ello. Su padre comenzó a beber, y las broncas entre sus progenitores aumentaron en volumen e intensidad. Después comenzaron los malos tratos: su padre daba un puñetazo al primero que encontraba al entrar en el piso. Para proteger a su madre, Jace se había llevado unos cuantos. Ella fue fuerte, pidió el divorcio y apartó a su hijo de aquella horrible situación. Después de tantos años transcurridos, Jace no había dejado de odiar a su padre ni de admirar a su madre por su fuerza de voluntad.

Un domingo por la mañana, dos policías llamaron a la puerta para comunicarles que a George Compton lo habían matado en un callejón. Lo único que pensó Jace fue que un desconocido lo había hecho antes que él. En aquel momento, con los dos policías en la puerta, tuvo una revelación: era hijo de George Compton.

Nunca antes lo había pensado, pues se había centrado en sobrevivir. Su padre y él tenían los mismos rasgos, la misma mandíbula, idénticos ojos verdes y color del cabello. Si se parecían tanto por fuera, también deberían serlo por dentro. Antes de cumplir los dieciséis, había entrado y salido del reformatorio varias veces por pelearse con chicos del barrio y de la escuela que habían averiguado quién era su padre y querían saber si su hijo era igual. Lo expulsaron temporalmente tantas veces que no entendía por qué lo dejaban volver.

Comenzó a jugar al rugby como un desafío. Sacó toda su agresividad en el campo. Y, además, resultó que se le daba bien. Al cabo de tres partidos se había ganado el respeto de sus compañeros de equipo. Comenzó a sacar mejores notas y, justo antes de terminar la educación secundaria, le ofrecieron una beca. Estuvo jugando cuatro años.

Después de que una lesión acabara con su carrera, comenzó a entrenar a jóvenes atletas. Le gustaba hacerlo. Pero la idea de tener hijos y una familia se la había quitado su padre de la cabeza con los puños.

Sin embargo, que Kelly hubiera tenido un hijo suyo le resultaba muy gratificante. Inmediatamente sintió un instinto protector hacia él.

Respiró hondo. Si el bebé era suyo, ¿por qué no lo había llamado Kelly? No era propio de ella ocultarle algo de tamaña importancia. Y habría necesitado ayuda con el bebé, apoyo económico, algo… La mayoría de las mujeres se hubieran puesto en contacto con un abogado al conocer su estado.

Pero Kelly no era así. Lo había cautivado no solo con su belleza, sino con su independencia, inteligencia y obstinación. Tenía fuertes convicciones y un claro sentido de la diferencia entre el bien y el mal.

No recordaba el número de teléfono que le había dado. ¿El de su móvil privado? Si había tratado de llamarlo, al darse cuenta de que estaba embarazada, sin conseguir saltar las barreras de seguridad que lo protegían, estaría furiosa. De pronto, todas las piezas comenzaron a encajar.

Frenó bruscamente y dio la vuelta para dirigirse de nuevo a casa de Kelly. No era de extrañar que ella estuviera tan enfadada. No solo le había mentido, sino que la había dejado embarazada y se había ido del país. Bret podía estar contento de hallarse a muchos kilómetros de distancia. A Jace no le cabía duda alguna de que su mánager le había mentido para evitar que volviera con ella, que incluso se había inventado lo de su pasado criminal. Era probable que Bret la considerara una amenaza para sus ganancias, ya que, si Jace dejaba de hacer cine, el tren de vida que llevaba se le habría acabado.

Pero, en realidad, el único culpable era él mismo.

Volvió a pensar en Kelly y en el bebé. ¿Aquel niño era su hijo? Era más que probable, a pesar de haber tomado precauciones. El deseo de ella había sido insaciable. Las noches juntos se habían transformado en días enteros. Y cuando tuvo que marcharse, aquella intensa pasión se había convertido en la comunión de dos almas. Incluso se excitaba en aquel momento al pensar en sus ojos llenos de deseo, en el tacto de su piel de seda y en los suaves gritos que lanzaba al alcanzar el éxtasis. Kelly lo seguía volviendo loco.

Kelly sabía que Jace volvería porque lo conocía bien, y era de los que no dejaban las cosas a medias. A pesar del shock que le supuso enterarse de su verdadero nombre y profesión, no le sorprendió la facilidad con la que la había engañado, pues Jace hacía bien todo lo que se proponía. La palabra derrota no figuraba en su diccionario.

Pero encontraría una significativa resistencia si intentaba arrebatarle a Henry. Tendría suerte, en sentido figurado, si acababa solo con unos arañazos y una leve cojera.

Había apagado la luz de la cocina y se dirigía a su habitación cuando llamaron a la puerta. La intuición le dijo que era Jace. Le abrió la puerta.

–Tenemos que hablar.

Ella salió al porche y cerró la puerta.

–¿El niño es mío?

Kelly deseó estar en cualquier otro sitio. Se había imaginado con frecuencia ese momento diciéndose que, pese a todo, no tendría lugar. Respiró hondo. No se podía mentir a un hombre sobre su hijo. Tenía derecho a saber la verdad, pero le daba pánico lo que fuera a hacer con ella.

–Sí.

–¿Por qué no me lo dijiste?

Ella había intentado hablar con él muchas veces y de distintas formas, por lo que la pregunta le pareció ridícula. Una parte de ella quería volver a entrar y no dedicarle un segundo más de su tiempo; la otra deseaba compartir con él la maravilla que era su hermoso hijo.

¿Se merecía Jace que lo hiciera? ¿Le importaba acaso? Tras haberse pasado meses ensayando lo que le diría si lo volvía a ver, allí estaba, sin saber qué decirle.

–Intenté ponerme en contacto contigo, lo cual fue difícil, ya que ni siquiera sabía tu nombre. En el número de móvil que me diste saltaba el buzón de voz, que estaba lleno. Conseguí hablar con tu amigo Garret, que me dio otro número, pero parece ser que no era correcto o que estaba desconectado. Hablé con tu mánager, Brett… ¿Goldberg?, ¿Goldman? Tardé cinco semanas en conseguirlo. Me dijo que no era buena idea que hablara contigo.

No hizo caso de los improperios que lanzó Jace.

–Volví a intentar localizarte en el móvil, pero me di por vencida. Así que ahora ya lo sabes: tienes un hijo. Enhorabuena, con retraso.

–Kelly, sé que la he fastidiado.

–No, la fastidias cuando haces algo sin querer, no cuando lo haces adrede. Me mentiste desde el momento en que nos conocimos y, después, desapareciste.

¿Cuántas noches había pasado consumida por el deseo de abrazarlo, de acariciarlo, de volver a oír su voz? ¿Había pensado Jace en ella? ¿Recordaba siquiera el tiempo que habían estado juntos?

Y había vuelto a sentir el mismo deseo al verlo de nuevo. ¿Qué tenía Jace que la hacía desear olvidar todo lo sucedido y refugiarse en sus brazos? Pero no podía ser débil. Tenía que pensar en Henry.

–Entiendo que estés enfadada. Tienes todo el derecho.

–Por supuesto. Y antes de que me acuses de haberme quedado embarazada a propósito, te diré que no lo hice. Estaba estudiando y tenía en mente un futuro muy distinto. No tengo forma de demostrártelo ni voy a intentarlo. ¿Querías algo más? ¿Hemos terminado?

–No lo sé. Acabo de conocer a mi hijo.

–Estuvo a punto de morir al nacer –se le quebró la voz y se le llenaron los ojos de lágrimas–. Creyeron que lo perdería. Luchó durante seis días. Es un niño fuerte, a pesar de que no fuera deseado ni esperado Y es listo.

–Quiero ocuparme de los dos.

Ella se preguntó si era justo negarle a Henry la ayuda económica de Jace, a quien le sobraba el dinero. Pero se las apañaban bien, por lo que ella negó con la cabeza.

–No hace falta que te ocupes de nosotros. No quiero nada de ti ni Henry tampoco. No nos une nada a ti. Nunca he tratado de engañar a nadie y no voy a empezar ahora. Así que sigue con tu vida, con tus fiestas y tus películas. Es tarde para lamentarse, así que no vuelvas a pensar en nosotros. Nos irá bien.

Jace tardó un buen rato en tragarse el nudo que la emoción le había formado en la garganta. No podía dejar que las cosas terminaran así. Tenía un hijo. Sin embargo, inmediatamente pensó que la educación que había recibido lo había convertido en un monstruo, que estaba adormecido en su interior, pero que se despertaría. Debía alejarse de Kelly y del niño. Pero el corazón le latía con fuerza al pensar en que Kelly y él habían creado una nueva vida. Era padre.

–Quiero formar parte de su vida.

–Y después, ¿qué? ¿Llamar a tu abogado para que decida los días de visita en función de tu agenda? ¿Verlo cuando tengas tiempo o cuando estés en el país? ¿Presentarle a tus amigas, que competirán por ser su nueva mamá? ¿Dejar que se críe viendo a su padre en la pantalla del televisor o del cine? ¿Decirle a tu secretaria que le mande un regalo por su cumpleaños? Siempre es un detalle.

–¡Maldita sea, Kelly! No sé qué decirte. Aún no he tenido tiempo de pensarlo.

–Pues te lo voy a decir yo. La respuesta es que no, que no vas a verlo una o dos veces al año; que no vas a llamarlo por teléfono para pedirle perdón por haberte perdido su cumpleaños o su primer partido de rugby; que no se va a convertir en una celebridad mediática. Se merece algo mejor, y no voy a permitir que le hagas eso.

Jace no podía negar que buena parte de lo que ella había dicho era verdad. Sería lo que sucedería si su vida continuaba como lo había sido los doce años anteriores. Pero quería algo de normalidad en ella, un hogar, una familia. El problema era que no sabía cómo cambiar ni si deseaba realmente hacerlo.

Debía aceptar la salida que ella le proponía: asegurarse de que siempre hubiera dinero en su cuenta y dejarlos en paz antes de que los medios supieran de su existencia, antes de que él se volviera un maltratador como su padre.

A pesar de todo, deseaba abrazar a Kelly, estrecharla y prometerle que se encargaría de que todo saliera bien. Sabía que debía hacer algo, pero no el qué.

–Es mi hijo.

–Sí.

–¿Y quieres que, sencillamente, desaparezca de vuestra vida?

–Lo que te he dicho es que puedes elegir. Su vida no va a girar en torno a la tuya. No voy a quedarme cruzada de brazos mientras le partes el corazón para después tratar de recoger los pedazos cuando vuelvas a desaparecer.

–Kelly…

Ella alzó la mano para que se callara.

–Dicho esto… –Kelly vaciló como si estuviera tomando una difícil decisión–. Tengo planes para mañana, pero si quieres verlo mientras estés aquí, ven el lunes por la tarde. Llego a casa sobre la cinco y media. Henry es todavía muy joven para establecer vínculos contigo o ponerse triste cuando te vayas. No hago esto por maldad, Jace. Tienes derecho a ver a tu hijo. Es precioso. Estarás muy orgulloso. Me encantaría que pudieras formar parte de su vida, pero ambos sabemos que no es realista. Y tengo que protegerlo, aunque sea de su propio padre.

–Seguro que podemos hallar una solución, Kelly.

–Tal vez –susurró ella.

Eso era mejor que una negativa tajante. Jace se conformó de momento.

–Mañana tengo que madrugar. Es tarde.

–Muy bien. Entonces hasta el lunes a las cinco y media.

Jace volvió a la camioneta totalmente emocionado. ¿Qué hubiera sucedido si no hubiera regresado? ¿Habría esperado Kelly a que el niño creciera para presentárselo? ¿Le hubiera dicho que no tenía padre? Ambas posibilidades eran inaceptables. Pero no dudaba que ella había tratado de hablar con él para contárselo.

Se montó en la camioneta. ¿Qué iba a hacer? Deseó que Henry no fuera su hijo, pero estaba seguro de que lo era. Kelly no le mentiría sobre algo así.

Aunque ella pretendiera que su vida continuara igual, él sabía que no sucedería. Iba a cambiar, y no a mejor. Antes o después, los medios se enterarían de que él había comprado un rancho, y acabarían por enterarse de la existencia de Kelly y de su hijo. Y la vida de ambos se convertiría en un circo mediático, algo a lo que ella no sabría enfrentarse. Jace no podía permitir que eso sucediera.

Pero ¿cómo iba a seguir adelante sin incluirlos a ambos en su vida? El deseo abrumador de cuidarlos competía con la certeza de que no sucedería, porque algún día podría hacerles daño.

Si le preocupaban Kelly y su hijo, tendría que alejarse de ellos. Pero ¿de dónde iba a sacar las fuerzas para hacerlo?

Capítulo Cuatro

–Gracias por llevarme, Gerri –le dijo Kelly a su amiga mientras salían de la compañía de seguros.

–De nada. Para eso estamos.

Kelly no había encontrado a nadie que fuera a echar un vistazo a su coche, ya que todos los chicos a los que conocía estaban ocupados con los rodeos, pues era la temporada. El taller local se había ofrecido a enviar a alguien, pero a cambio de ciento cincuenta dólares, solo por el viaje.

Pero cuando entraron en su calle, el viejo coche estaba frente a su casa. La camioneta de Jace estaba aparcada junto a la acera.

¡Vaya! –exclamó Gerri–. Parece que alguien ha decidido ayudarte.

Cuando Gerri se detuvo detrás de la camioneta, Kelly vio que Matt y Jace se lanzaban un balón de rugby en el jardín.

–Puede ser. Hasta mañana. Y gracias otra vez.

Kelly se dirigió a casa de la señora Jenkins. La familia de la anciana se había marchado a otro estado, y esta echaba de menos a sus hijos y nietos, por lo que había asegurado a Kelly que cuidar de Henry llenaría un vacío en su vida.

Volvió a casa con el bebé y, con él todavía en brazos, vio que Jace se acercaba a la puerta. El corazón se le aceleró de inmediato. Daría lo que fuera porque Jace fuera una persona normal con un trabajo normal. Tal vez entonces las cosas hubieran sido distintas.

Pero no debía perder el tiempo deseando cosas imposibles. No quería evitar que Jace se relacionara con su hijo, pero, al mismo tiempo, el mundo de su padre no era el lugar adecuado para el bebé.

En cuanto él la vio detrás de la puerta mosquitera, esbozó una hermosa sonrisa. Ella abrió la puerta y le hizo una señal para que entrara. Jace tocó la mano de Henry con precaución. El niño rio y le agarró el dedo al tiempo que pataleaba.

–Hola, amigo –la aceptación fue inmediata y mutua–. Es increíble.

–¿Quieres tenerlo en brazos?

Él asintió mientras la miraba. Ella comenzó a excitarse. Jace era tan masculino que su cuerpo le pedía que se acercara más a él. Tragó saliva.

–Siéntate.

Cuando Jace lo hubo hecho, le puso al bebé en los brazos. El niño parecía diminuto a su lado, y Jace parecía incómodo, pero su mirada denotaba orgullo. Mientras veía al padre y al hijo relacionarse por primera vez, se preguntó cómo era posible que Jace le pareciera aún más sexy con Henry en brazos. Irradiaba oleadas de sexualidad. Era tan hombre, tan fuerte, tan cautivador…

–Está empezando a responder a las voces y las sonrisas. Cuando está tumbado boca arriba, ya sabe darse la vuelta. Un día de estos me lo encontraré tratando de ponerse de pie. El pediatra dice que su desarrollo, tanto físico como mental, es excepcional.

Jace asintió, sin dejar de mirarlo. Parecía en estado de trance.

Kelly fue a la cocina y sacó el móvil del bolso. Volvió al salón para hacerles fotos. Era un momento memorable para los tres.

–Dame tu dirección electrónica y te las mandaré.

–Gracias.

Ella volvió a sentarse.

–Háblame más de él.

–Es un niño feliz. Le encanta bañarse. Tiene un pato de plástico que siempre intenta agarrar, por lo que salpica agua en todas direcciones, lo que le hace reír.

–¿Por qué le has puesto Henry?

–Era el nombre de mi abuelo. Su segundo nombre es Jason.

–¿Le has puesto mi nombre? –le preguntó él mirándola a los ojos.

–Me pareció que era lo correcto. He empezado a leerle. No entiende nada, desde luego, pero parece que le gusta.

–Responde al sonido de tu voz. Hace lo mismo que su padre.

Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Kelly tragó saliva. ¿Cuánto tiempo seguiría Jace hechizándola? Su voz siempre le había producido escalofríos, y seguía haciéndolo. Recordó lo bien que se sentía por el simple hecho de estar a su lado.

Apartó los recuerdos de su mente y siguió contándole a Jace cosas de su hijo. Mantuvo la vista clavada en el niño. No quería seguir recordando. Los recuerdos que había conseguido enterrar debían permanecer así. Jace no volvería a abrazarla.

El niño acabó por dormirse. Kelly lo agarró y lo acostó en la cuna. Cuando volvió, Jace estaba en la puerta principal.

–¿Debo agradecerte que me hayas traído el coche?

–No tiene importancia.

–He llamado a todos mis conocidos, pero ninguno tenía tiempo de echarle un vistazo. ¿Cuánto te debo?

–Me he limitado a encender el motor. Supongo que aceleraste antes de arrancar y lo ahogaste. Esas cosas pasan cuando uno está desesperado por irse.

–Pues gracias –dijo ella sin hacer caso de la burla.

–De nada. Me gustaría invitar a Matt al rancho para lanzarnos unas pelotas. Tal vez pueda darle algunos consejos.

–Le encantaría. Le obsesiona el rugby y, por si aún no te has dado cuenta, eres su héroe. Pero no lo hagas porque te sientas obligado. Al final, lo descubriría y…

–No te preocupes. Parece un buen chaval. Mi madre va a venir al rancho dentro de unos días. Hasta entonces, jugar con Matt será estupendo. Me recordará viejos tiempos. Anochece sobre las nueve. Lo traeré de vuelta antes.

Las visitas por la tarde y practicar con la pelota con Matt se convirtieron en una costumbre. Durante las dos semanas siguientes, el resentimiento de Kelly comenzó a ceder hasta alcanzar un nivel controlable. Le resultaba muy extraño que Jace hubiera vuelto a su vida. Al principio pasó algunas noches de insomnio preguntándose qué sucedería, qué haría Jace y si entre sus planes se hallaba el de intentar quedarse con Henry.

Jace formaba parte de su pasado, no de su futuro, salvo por el hecho de ser el padre de Henry. Nunca volvería a estar entre sus brazos. Jamás.

Kelly empujó la puerta de la compañía de seguros donde trabajaba, en el departamento de atención al cliente, y se dirigió al aparcamiento. Había sido un día largo, pero eso la había ayudado a no pensar tanto en Jace.

Al acercarse a su coche vio al objeto de sus pensamientos apoyado en él. El corazón se le detuvo durante un instante. Su resolución de dejar el pasado donde estaba era una batalla diaria que se volvía más difícil cada vez que veía a Jace.

–¿Tienes un minuto? –le preguntó él cuando llegó hasta el coche.

Ella se encogió de hombros.

–Hace una hora que he recibido una llamada –dijo él al cabo de unos segundos de vacilación–. Un amigo de los medios de comunicación que me debe un par de favores me ha dicho que alguien ha averiguado que soy el accionista principal de una empresa que acaba de comprar un rancho en Calico Springs. Los medios probablemente lo localizarán al final del día. Algunos periodistas no tienen escrúpulos y sacarán a la luz hechos que creías haber enterrado para siempre.

Kelly se preguntó por qué le contaba todo aquello. Si los medios descubrían que Henry era hijo de Jace, ella no podría hacer nada para impedirlo.

–¿Por qué me lo cuentas? No es asunto mío.

–Me temo que es cuestión de tiempo que descubran la existencia de Henry.

–¿Me estás pidiendo que niegue que es tu hijo si alguien me lo pregunta? Siento que el niño sea un problema para ti. Perdona, pero tengo que irme a casa.

Jace no se movió.

–No te estoy pidiendo nada parecido, Kelly. ¿Pusiste mi apellido en el certificado de nacimiento por ser su padre?

Ella asintió.

–Si alguien averigua lo de Henry, habrá un gran revuelo. No estarás a salvo o, como mínimo, estarás rodeada por la prensa día y noche, dondequiera que vayas. Te seguirán al trabajo. Averiguarán quién cuida del niño y harán lo imposible por conseguir una foto. Puede que incluso vayan a la escuela de Matt.

–Pues les diré que se vayan de mi propiedad –afirmó ella con expresión escéptica–. Y en la escuela, ya se encargarán de que nadie se acerque a Matt. Me refiero a que esa gente no puede…

–Puede y lo hará.

–¡Maldita sea, Jace! Quédate tú con los medios y déjame en paz. Eso es exactamente lo que te dije que no quería que le sucediera a Henry.

–Lo sé y lo siento. Si fuera posible, lo cambiaría.

–Entonces, ¿cuál es la respuesta? ¿Por qué me cuentas todo esto si no hay forma de pararlo?

–Henry, Matt y tú tenéis que mudaros a mi rancho lo antes posible.

Ella lo miró incrédula.

–Kelly, no puedes enfrentarte a esto sola. Yo tengo un equipo de seguridad las veinticuatro horas del día –Jace dirigió la vista hacia un sedán negro que estaba aparcado al otro lado de la calle e hizo un gesto al conductor. Este le contestó asintiendo.

–¿Me tomas el pelo? Estás exagerando. Estamos en Calico Springs, no en Los Ángeles. Es una pequeña y tranquila comunidad. Las cosas que me has contado no suceden aquí. Ahora, por favor, apártate. Tengo que ir a recoger a Henry.

Jace maldijo en voz baja, pero se apartó y le abrió la puerta. Kelly se puso al volante.

–Toma –dijo él entregándole un móvil–. Pulsa «llamar». Solo hay tres personas que te responderán: dos miembros de mi equipo de seguridad y yo. Si tienes problemas, cambias de opinión o necesitas hablar conmigo, úsalo.

Aquello se estaba convirtiendo en una película de James Bond.

–¿Estás de broma?

Jace negó con la cabeza y no sonrió. Ella sintió una punzada de miedo. Agarró el teléfono y lo guardó en el bolso. Le pareció que era más sencillo que ponerse a discutir.

–No volveré a tu casa por las tardes. Corro el riesgo de que alguien me vea. Kelly, me gustaría que…

–No nos va a pasar nada –encendió el motor y metió la marcha atrás–. Le diré a Matt que estarás un tiempo sin venir.

Jace no dijo nada más. Se quedó inmóvil mientras ella salía del aparcamiento y giraba para ir a casa.

Kelly pensó que tenía que ser duro vivir cuidando siempre tus espaldas. Le parecía triste. Pero era la vida que él había elegido, por lo que debía enfrentarse a las consecuencias. Y eso no implicaba que ella tuviera que hacer lo mismo.

Capítulo Cinco

Un sonido desconocido despertó a Kelly. Con el ceño fruncido, se frotó los ojos y escuchó con atención. Parecía que procedía de gente que hablaba fuera de la casa. Se levantó de la cama. Estaba amaneciendo. Comprobó que Henry estaba dormido y le colocó bien la manta.

Sin encender la luz, se dirigió al salón y estuvo a punto de chocar con Matt en el vestíbulo.

–¿Has oído?

–Sí –contestó su hermana.

–¿Qué es?

–No lo sé –separó la persiana de lamas un poco y los dos miraron por la ventana. Había una docena de personas fuera, además de coches y camionetas aparcadas a ambos lados de la calle.

–¿Qué pasa, Kelly? Voy a salir a ver.

–No, Matt, no salgas.

Kelly vio las cámaras y las camionetas blancas con antenas de satélite. En el suelo había gruesos cables. Tragó saliva. Jace le había dicho la verdad. Sintió furia hacia él porque aquello le estuviera sucediendo, pero fue mayor su preocupación por Henry y Matt.

–Matt, ve a vestirte y a prepararte para ir a la escuela. No puedes llegar tarde el segundo día del curso. Busca algo para desayunar.

–Es increíble –afirmó su hermano con los ojos como platos–. Son periodistas, ¿verdad? ¿Están aquí porque Jace viene a visitarnos?

–No exactamente –Kelly no sabía cómo se lo iba a tomar, pero era hora de que lo supiera, antes de que lo oyera por televisión–. Están aquí porque Henry es hijo de Jace.

A Matt se le desencajó la mandíbula.

–¿Qué? ¿Me tomas el pelo? ¿Has tenido algo con Jace y no me lo habías dicho? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Lo dices en serio?

–Sí, pero es complicado. Y no tengo tiempo de explicártelo ahora.

–¿Lo sabe Jace?

–Sí –afirmó ella frotándose las sienes.

–Entonces, por eso me ha invitado a su casa a jugar al rugby –dijo Matt, claramente decepcionado.

–No. A los dos os encanta el rugby y parece que habéis hecho clic. Tiene muy buena opinión de ti, Matt. No te mentiría sobre algo así. Me lo ha dicho más de una vez.

Matt se quedó callado durante unos segundos.

–Vale. Es guay –afirmó con una media sonrisa–. Creo que no soy el único en la familia con el que ha hecho clic.

Kelly se puso colorada y fulminó a su hermano con la mirada.

–No sigas por ahí, Matt. Ve a vestirte.

El chico se fue a su habitación sonriendo. Estaba relacionado con una superestrella.