Un verano en Bornos - Cecilia Böhl de Faber - E-Book

Un verano en Bornos E-Book

Cecilia Böhl de Faber

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Beschreibung

Existen pocas cosas tan emocionantes como un amor de verano.«Un verano en Bornos» es una novela de costumbres de Cecilia Böhl de Faber. A través del intercambio de cartas, los amigos Serafina, Luisa, Félix, Carlos y Primitiva relatan un amor de verano, el que nace entre Serafina y Carlos, a pesar de que la joven esté prometida desde niña a un general del Ejército y de que Carlos, descendiente de una noble familia de Bornos, esté arruinado. Los juegos románticos entre los jóvenes, junto con las intrigas bienintencionadas de los amigos, son los ingredientes de esta novela romántica ambientada en el verano de 1850.-

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Cecilia Böhl de Faber

Un verano en Bornos

 

Saga

Un verano en Bornos

 

Copyright © 1864, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726875218

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

UN VERANO EN BORNOS

Lo que debemos pedir á los eventos de cada día no son sensaciones sino enseñanza.

Anónimo. (En el Magasin Pittoresque.)

CARTA PRIMERA

SERAFINA VILLALPRADO Á LUISA TAPIA

Bornos, 15 de Junio de 1850.

 

Hemos llegado con felicidad. Tú, que eres fina y distinguida en palabras, pensamientos y obras; tú, que encumbrarías gustosa la elegancia á una semivirtud, como lo hacen los ingleses tocante al aseo, hallarás este vulgar y trillado encabezamiento muy poco digno de una carta dirigida á ti; pero es lo cierto que mudarías de parecer y lo encontrarías tan importante como un artículo de fondo, si nos hubieses acompañado en nuestro viaje. Desde Jerez hemos recorrido siete leguas por un suelo pedregoso, cortado por profundos barrancos, y atravesando campos despoblados, sin hallar ni aun una venta en que pedir un vaso de agua, y teniendo que pasar por entre toradas bravas y amenazadoras. Y aun mejor lo comprenderías si, unido á todos estos motivos de angustias, tuvieses, como yo, la debilidad de tener miedo en coche, y la desgracia de sentir una dolorosa, profunda y vehemente lástima á los pobres animales que nos sirven, y á los que tan inicuamente paga el hombre sus servicios, ya por el bárbaro trato que les da, ya por el cruel abuso que hace de sus fuerzas.

No quiero ni aun recordar lo que sufrieron los pobres caballos que arrastraban la pesada berlina. Destroza mi corazón é indigna mi razón el cinismo de crueldad que sin freno alguno se enseñorea en España, sin que se le ponga más cortapisa que algunas gacetillas en los periódicos, en las que nadie para la atención, porque lo bueno tiene la desgracia de pasar siempre desapercibido. Yo, Luisa, que tanto medito sobre este escándalo, y veo que tantos gobiernos como se suceden, nada han hecho ni hacen en este ramo de verdadera y bien entendida civilización, no he podido hallar más medio de imbuir sentimientos de humanidad al vulgo, y de atajar poco á poco este arraigado barbarismo, que el que se inculcase desde el pulpito la caridad, extensiva á todo sér á quien Dios dió la vida y con ella la facultad de padecer. Sólo bajando de esa santa cátedra tiene la palabra del hombre esa fuerza moral, ese poder de convicción contra el que en vano lucharán todas las demás cátedras que no cubre con sus alas el Espíritu Santo, Puede ser que lo que digo sea un despropósito, y hasta una irreverencia; pero Dios sabe que si yerro es por exceso de lástima, y así se me debe perdonar. La lástima es el amor más puro. Pero dejemos la cuestión de la suerte de los animales, que tanto preocupa mi corazón, y que es tan trascendental, que la aparto de mi inteligencia, porque á veces la confunde. ¡Sufrimiento inmerecido y sin compensación! ¡La antítesis de lo que la justicia y la misericordia divina han establecido! Es un absurdo en la esfera de las ideas, una monstruosidad en la de los sentimientos, y no puede ser cosa permitida ni religiosa ni moralmente.

Vengamos á Bornos, esto es, al oasis después del desierto, puesto que tanto tú como nuestra querida aya Carolina Meridal han deseado que lo describa detalladamente. No vayas á creer que estamos metidas entre breñales, alcornoques y lobos, no. Bornos es un serrano oculto y ataviado, que posando aún sus pies entre las doradas mieses del llano, corona su cabeza con las hojas de la verde encina y con la rosada adelfa de las montañas. No se ostenta anticipadamente como curioso ó deseoso de ser visto: el viajero, al acercarse, tiene que bajar la vista para mirarle. Vense allí montes de todos tamaños, á todas distancias y en todas direcciones. Uno de estos montes, romo, escueto y de poca altura, se alza y prolonga á la derecha del pueblo, y lo separa de Arcos y su término como un muro colosal, viejo, pero indestructible. Al frente y á la izquierda del pueblo vuelve á bajar el terreno hasta que forma un cómodo cauce al Guadalete, volviendo después á empinarse, como si tirase de él el San Cristóbal, picacho que se encasqueta la sierra como un gorro griego. Engalánase el encumbrado gigante de tintes, ya morados, ya obscuros, blancos ó fosados, según place al sol, ó bien se envuelve en nubes, como Júpiter, para ocultarse á la vista de los mortales; y es tal su altura, que puede decír sele con Monroy:

Pirámide inmortal del horizonte,

Tan alto, que sus huellas

Dejan en él impresas las estrellas:

Tan alto, que la nube más volante

De corona le sirve ó de turbante.

Este pueblo es muy lindo, y tiene un indisputable aire señorito (así traduzco el comme il faut francés). Se deja ver que la esplendidez con que Cádiz en otros tiempos esparcía y aun tiraba el dinero, lo hizo llegar hasta este apartado lugar, al que vendrían aquellos millonarios que sabían serlo, á buscar el bienestar y la salud que procuran sus aires puros, sus hermosas aguas y los baños de su río, suaves y tónicos á un tiempo, por afluir á él en estas cercanías algunas fuentes minerales. Vense aquí muy buenas casas, conventos é iglesias. Á mí me ha sentado muy bien; mis insomnios son menos, y mi desgana igualmente; los baños, sobre todo, han calmado mis nervios y desterrado mi dolor convulsivo de estómago; he embarnecido, he perdido la palidez romántica y el aire lánguido que han inspirado tantas composiciones en el mismo género á nuestro poeta Efigenio. Dile, pues, que quite el bemol á su canto y el pedal á su arpa para cantar los favores con que me han obsequiado las náyades y los céfiros de Bornos. ¡Ay, Luisa!..... Si no fuese por la inquietud en que estoy por los riesgos á que están expuestos los que forman parte de la expedición de Roma, ¡qué temporada tan grata y tan simpática á todo mi sér pasaría aquí!

Hoy por fin, después de mucho tiempo, he tenido carta suya; nada habla en ella de volver: ¡hace cuatro años que está ausente; pero le ocupa la gloria mucho más que su amor á su prometida! Luisa, dime, ¿qué es gloria? ¿Es la faja de general? ¿Es una cruz? ¿Es la fama? ¿Es que de nosotros se hable después de muertos? Nada de eso me parece de gran valor, ni que merezca tan retumbante dictado. ¿Será que el sentido de esa palabra sea tan masculino que no lo puedan apreciar nuestros alcances femeninos? ¿Ó será más bien que hay asuntos morales, como hay objetos materiales, que no pueden considerarse microscópicamente sin perder su prestigio y parecer otros? Prefiero la estimación á la gloria, Luisa. Esta no puede sostenerse sin la primera; pero la estimación no necesita de la gloria para realzar al que la merece; al contrario, suele deslustrar su frescura, como lo hace el sol con las flores que alumbra. No le acuses al poeta ni le repitas esta mi opinión, que tú llamarás, como sueles hacerlo, una de mis ideas violetas, sin altura, sin garbo y sin brillo. Ten presente que la gloria es mi rival afortunada, que me roba hace ya cuatro años al que ha sido el amigo de mi infancia, al que es amado de mi juventud y al que será el compañero de toda mi vida, y disculparás que mire á esa competidora con muy poca simpatía.

 

Serafina.

CARTA II

LUISA TAPIA Á SERAFINA VILLALPRADO

Cádiz, 20 de Junio.

 

¿Conque ese lindo Bornos, rodeado de montes como de una guardia de honor, ha borrado á tal punto tus nociones sobre las cosas que privan en la palestra del mundo, que me preguntas qué es gloria? ¡Vive Dios! Tal pregunta en la boca de una futura nuera de Marte no la disculpa ni aun el hacerla en la montaña. He querido satisfacer tu pregunta á renglón seguido; pero como muchas cosas que nos entusiasman y extasían, al quererlas definir, se escapan á la torpeza de nuestro análisis como agua entre las manos, me hallé que como no conozco á esa gran señora sino de oídas, no podía describírtela exactamente. Por lo cual he dicho al poeta que te la defina; y él, con tal motivo está en conciliábulo con las nueve hermanas, para darte una respuesta que esté á la altura y sea digna de la pregunta. Por mí no puedo decirte otra cosa sino que cifro la gloria mía en tu amistad, mi Serafina.

Dices que tienes una rival en la gloria, y yo á mi vez me devanó los sesos para descubrir cuál será el rival que tiene Alejandro, porque estoy persuadida que le tiene. ¿Á qué novia, lejos de su prometido y sabiéndolo en peligro, que es otro ítem más, se le abre el apetito—lo que es una vergüenza,—engorda — lo que es una ignominia,—trueca los jazmines de su rostro en rosas—lo que es un contraamor,—duerme—lo que es un prosaísmo de ochenta navidades,—y está tan contenta—lo que es un sarcasmo? (Esta palabra está de moda: me muero por ella; Síñigo hace unos caramelos á lo sarcástico que despacha á millares.)

Repito que estoy persuadida de que Alejandro tiene un rival: no sé si será ese San Cristóbal que se va á conversación con las nubes; ese Júpiter, como tú le llamas, que continuamente estrena vestidos de diferentes colores para agradarte. Si no es él, es de cierto la nieve que lo cubre, que se refleja en tu corazón como en un espejo; porque ello es que tu amor es un manso río con poca corriente, como el Guadalete de tu valle; es un cielo muy despejado sin la más mínima tormenta, como el que cobija ese cielo; una flor sin colores ni matices, como la azucena. Te pronostico que no brillarás entre las Eloísas, Safos, Medeas y Armidas.

Tengo un repertorio de chismes y de noticías de modas, con las que poder dar un gran interés á mi carta; pero como me temo que con tu prematura formalidad no las leas, no quiero escribir chismes ni describir modas para el obispo. Una sola cosa te diré, porque es la que más ocupa á Cádiz hoy: no es el camino de hierro, ni la franquicia de puerto; es la llegada de mi primo Félix de Vea, que después de haber viajado mucho tiempo, viene á recoger la pingüe herencia que le dejó su padre. Es ciertamente un joven completo, y lo que más agrada en él es que, al adquirir en sus viajes buen trato, mundo, ilustración y saber, nada ha perdido de su gracia y naturalidad españolas. Y puedes creer que no dicta estas palabras el cariño que le tengo, sino la justicia: se le lleva en palmas; no se habla en todas partes sino de Félix de Vea: le he pronosticado que veremos su traslado en los abanicos de calaña, que es el apogeo del aura popular.

Mi hermana Teresa, que tiene, como sabes, una desgraciada propensión á picarse, lo está mucho con Primitiva porque no le ha escrito; díselo para que enmiende su yerro, y que sea una carta suya un tafetán inglés sobre esta herida.

Adiós: háblame de la casa en que vivís, de lo que hacéis; y dime si tenéis ahí con quién tratar, y tu madre con quién jugar al tresillo: deseo que no, para que os volváis cuanto antes.

 

Luisa.

CARTA III

PRIMITIVA VILLALPRADO Á TERESA TAPIA

Bornos, 25 de Julio.

 

Me ha leído Serafina lo que le escribe Luisa sobre estar tú muy picada conmigo porque no te he escrito: es éste un pique inmotivado é intempestivo. Antes de venirnos te advertí en un aparte que tuvimos en el balcón, metidas entre las macetas de pinos, como los ladrones entre los pinos de los pinares, que el mayor encanto que tenía para mí el viaje que íbamos á emprender, era proporcionarme un completo divorcio con las lecciones, plumas, mapas y libros, tiranos de que he sido víctima desde mi más tierna infancia, gracias á nuestra aya Carolina Meridal, á quien, á pesar de eso, quiero de todo mi corazón; esto se llama anomalía (no olvides esta palabra, que es muy distinguida). Te dije — y si no me crees, pregúntaselo á los pinos, que no lo habrán olvidado—que me prometía gozar ampliamente de la recientemente canonizada libertad y de las delicias campestres. Veinte días he disfrutado de ambas excelencias; las plumas han dormido como marmotas sin sus feísimas caretas negras; el papel ha rivalizado en tersa blancura con las azucenas; yo he hecho lo que he querido, como los pájaros, cuando ha venido tu pique á interrumpir y dar en tierra con nuestro dulce farniente. Ahora te advertiré, como mayor que soy (pues no ignoras que tengo diez y siete años, siendo así que tú apenas has cumplido los diez y seis), que. Carolina Meridal dice que el picarse no es solamente señal de tontería, sino también de amor propio; y yo añadiré con franqueza—que es una virtud primitiva, y por consiguiente me está identificada—que el picarte te sienta muy mal á la cara. Cuando estás picada, tus ojos parecen dos faroles de los que había antes que se hubiese introducido el gas; tu boca un acento circunflejo, y todo tu talante el de una muñeca de goznes: pierdes ciento por ciento. He dicho.

Voy, pues, á escribirte; pero ten entendido que no me mueve á hacerlo tu pique, el que no me ha hecho gracia ninguna, pero sí el obedecer á Carolina Meridal, que me lo encargó para adiestrarme á expresar mis ideas sobre el papel; aunque á la verdad, me parece que mis ideas no merecen semejante trabajo. Lo haré porque considero que tiene razón Carolina cuando dice que tendré precisamente que escribir cartas en el trascurso de mi vida; y como una carta no se puede escribir como el poeta Efigenio confecciona sus versos, esto es, sin ideas, sean éstas buenas ó malas, salgan de adentró ó préstenlas los objetos que nos rodean, ello es que es preciso aprender á expresarlas por escrito, claritas, con lógica y sin faltas de ortografía.

Después de esta previa introducción, empezaré mi carta por lo primero, y no por lo último, como me gusta empezar los libros.

Bornos me agrada mucho: es alegre como un cascabel, florido como un jardín, y lo riega la sierra con sus aguas con el mismo esmero que tú tus macetas de adelfa. Nos ha sentado muy bien á todos, y en adelante no podrá Efi (omito el genio por abreviar) llamar á mi hermana Serafina Cerafina, porque ha adquirido un color como una rosa, y no parece ya poderse quebrar de un soplo. Mi madre está contenta porque tiene su partida de tresillo. Juegan con ella tres individuos que la suerte ha reunido en Bornos para mi solaz y mi alegría. Si fuese reina, los hacía mis pajes para tenerlos siempre á mi lado, y preservarme así de toda melancolía, spleen, tristeza, hipocondría, diablos azules, saudades, humor negro y demás ictericias morales, indígenas ó exóticas.

El primero es un hijo de Esculapio, un viejecito que parece hecho de alambre, que lleva una peluquita de pelo rubio, lacio y corto, el que se llama D. Pío Maté. Aunque este apellido no tiene acento sobre la e, yo se lo he colocado por tener el gusto de repetirle todos los días que su apellido, puesto en el epitafio que ha de eternizar su memoria, no le recomendará como médico á las generaciones futuras. No querrás creerme cuando te diga que su peso es tan leve, que un día que soplaba recio se lo llevó él viento; pero te convencerá de este hecho el saber que desde entonces nadie le nombra en el pueblo sino D. Pío Viento. Como es todo espíritu, se exalta con facilidad, y esto sucede cada vez que se habla de Broussais, de la hidropatía, y sobre todo, de la homeopatía. En nombrando al doctor Hahnemann, se pone fuera de sí. Para él no hay sino tres medicamentos: quina en polvo, quina en infusión y quina en píldora.

El segundo es un administrador, no sé de que renta, ramo, contribución, caudal ó cosa que necesita administrarse. Tampoco sé decirte, porque no me ha interesado averiguarlo, si está en ejercicio, si vacante, si separado, si en disponibilidad, si cesante ó si jubilado; lo que está de cierto es de sobra. Este señor es de muy pocas palabras, no porque le falte amabilidad, sino porque le faltan ellas: resulta de esto que suele acabar las frases que ha empezado con una porción de inofensivos y prudentes, etcéteras, que empiezan rápidamente y recio, y van bajando al piano, pianino, pianísimo. Tiene un vientre y una nariz muy respetables, si es que se respetan las cosas por su tamaño; trae siempre puesto un frac negro, que es, con alguna que otra estatua romana mutilada, las antigüedades deque se envanece Bornos. Mientras no juega, no sabe qué hacer con sus manos, y las cruza sobre el vientre, haciendo dar vueltas á sus dedos pulgares alrededor el uno del otro. Se llama D. Bonoso Rincón.

El tercer tresillista es el comandante de armas, ex-alabardero de la reina María Luisa, que, según dice, le quería mucho, y le llamaba el buen mozo: por ahí podrás apreciar el grado de jactancia, la manera de mentir y de ponderar del comandante D. Cristóbal Tamaño. Te diré cómo define el tío Miguel, jardinero y casero de esta casa, que es un viejecito muy chusco, á estas tres notabilidades.

—«Señorita—dice,—el comandante, cuando resuella, parece que no cabe en el mundo; pero no es de paño fino, y á lo mejor descubre la trama. Los pináculos dicen siempre á la corta ó á la larga, que han comido con cuchara de palo.» De D. Pío dice «que tiene más sencia que cuerpo, pero que es como el P. Peña, que leía siempre en el mismo misal». Y de don Bonoso, «que es bueno para colación, porque no es ni carne ni pescado, ni es zorra ni lobo, y no arrima ni bochea».

También te pintará sus caracteres la manera que tiene cada cual de nombrarme: D. Pío, á lo viejo, me llama niña; D. Bonoso, respetuosamente, señorita; y el Comandante, á uso del mundo, me llama Primitivita.

Ya estás, pues, al corriente de cuanto nos rodea; sabes lo que es Bornos y nuestros tertulianos. He escrito tanto, que mi pluma me pide alafia, y el papel misericordia; mas espero haberte despicado; con lo que volverán á brillar tus gracias, tu hermosura y tu buena educación, que eclipsan lastimosamente tus piques.

En mi amistad hacia ti no hay eclipses; es inalterable como un brillante. ¿Qué oigo?..... ¡Las campanas que despiden el día tocando la oración! La tarde se me ha ido en pluma de hierro. ¡ El ángel del Señor anunció á María!.....

Primitiva.

CARTA IV

CARLOS PEÑARREAL Á FÉLIX DE VEA

Bornos, 24 de Junio.

 

He recibido tu carta, y te diré como Balzac: «Hállome feliz en saber que echas una mirada amiga sobre mi existencia, á la vez florida y desierta.» No podrás creer tú, que vives en la más fastuosa disipación, que cuando leía tu amistosa carta, en la que te condueles de mi suerte, me hallaba contento en este silencioso albergue, que cobija el cielo más brillante, que alegra el canto de los pájaros, y al que dan las flores que cultivo la más genuina elegancia y el ambiente más embalsamado. En el gran naufragio de mi existencia he salvado dos tesoros, Félix: la pureza de mi conciencia, y la paz de mi alma; y con estos tesoros no se puede ser infeliz. Dios es tan benéfico, que nunca prueba á sus hijos en el infortunio, sin que le acompañe una compensación como alivio; y á fin de que no hubiese dolor sin consuelo, creó el perdón, para que enjugase las amargas lágrimas del arrepentimiento.

Es cierto, querido amigo, que el Señor ha asentado su mano sobre nuestra estirpe. He visto morir á mis dos hermanos en la gran lucha de principios que volvió á teñir de sangre el suelo aún húmedo por la vertida, al expulsar las poderosas huestes del gran usurpador; he visto bajar en la flor de su vida á la tumba á esos dos héroes, sin que la señale un epitafio que recuerde su nombre ilustre, ni una cruz que atestigüe que eran cristianos! Mi madre y dos hermanas pequeñas murieron en el cólera, sin que cerrasen sus ojos las manos de un padre, de un hermano ó de un marido. Vi extinguirse á mi padre en el destierro, repitiendo hasta su último aliento, con la firmeza de la fe, pero sin la soberbia de la jactancia: «¡No transige la conciencia!» Y cuando yo, pobre peregrino, volví á la abandonada heredad que nos legaron nuestros antecesores, ¡no hallé sino ruinas! Sólo y aislado entre éstas, como quedaría la, última columna de un palacio devorado por las llamas, ¿qué puedo hacer sino esperar tranquilo á que el tiempo me acueste al lado de las otras, y que, cual la yedra á ellas, el olvido nos haga desaparecer para siempre?

No consideres estas palabras inspiradas por la melancolía, que es una debilidad del corazón; míralas como dictadas por la conformidad, que es una fuerte hija del alma. Así sucede que vivo tranquilo, porque, en mi sentir, hay más satisfacción para el hombre en haber empleado sus fuerzas según su conciencia, que en el goce de las ventajas materiales que hayan podido proporcionarle. Bernardino de Saint-Pierre ha dicho: «La continencia y la temperancia del hombre aseguran su salud; el desprecio de la vanagloria y de las riquezas, su reposo; y la confianza en Dios, su valor.» En vista de que mis recuerdos no despiertan en mi corazón como reflejo de lo pasado sino amarguras; puesto que mi agitada existencia ha pasado sin goces, como un rosal con hojarascas y espinas que se seca sin florecer, nada deseo ni riada echo de menos, y dice el sabio pueblo que todo lo tiene el que nada desea.

No esperes, pues, convencerme, con las razones que te dicte tu amistad y la parcialidad que tienes por mí, á que me ofrezca al Gobierno para que me coloque en el puesto que crees debo ocupar en nuestra patria, entrando así en la gran palestra de la vida activa. No hallo placer, necesidad ni ventajas en lo que en vuestro lenguaje del día se llama figurar, y hallo más dulce y encumbrada satisfacción en la independencia, que es la más noble aristocracia personal. Dice Confucio: «Subí á la montaña de Tam-Sam, y el reino de Sú me pareció pequeño; subí al monte de Tai-Sam, que es más elevado aún, vi el Imperio, y ¡me pareció pequeño! Así sucede al cuerdo, que mientras más se eleva, más pequeños le parecen los bienes de la tierra.»

Colígese por cuanto me dices, que crees á la superioridad incompatible con una pobre y modesta posición, á la cual hace odiosa é insoportable; al contrario, la superioridad, traída á un pequeño y obscuro círculo de acción, no lo desprestigia, sino que es una joya que lo ameniza y enriquece. Y no pienses que digo esto con intención de remedar á un Cincinato filósofo; soy sencillamente el último Peñarreal, que viene á morir en la cuna de su raza, como muere la última hoja de un árbol al pie del tronco de que nació.

Además, no me creas pobre; paso aquí por un hombre bien acomodado; todo es respectivo! Aunque te escribí que á causa del abandono de mis antecesores y por la dilapidación de un infiel administrador, lo sólo que de mi caudal hallé existente fué la arruinada casa solariega, un olivar que estaba perdido, y una huerta tan bella como improductiva, he arrendado las tierras que fueron olivar, y que me dan mi renta más lucida, consistente en dos mil reales; y con el producto que rindieron el resto de los perdidos olivos, reparé cómodamente la casa de la huerta en que vivo. Ramón y yo la cultivamos, y éste me vende á un precio fabuloso sus productos; él quisiera — aunque no me lo dice, porque es de pocas palabras—que cada naranja se volviese una onza, y cada damasco un doblón.