Una aventura complicada - Fiona Brand - E-Book
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Una aventura complicada E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Nadie dijo que amar fuera fácil Lucas Atraeus y Carla Ambrosi habían tenido una tórrida aventura secreta, hasta que sus familias se habían visto unidas por un matrimonio y por los negocios. De repente, la situación se había complicado. Consumido por el pasado, Lucas no había permitido nunca que su corazón dominase a su cabeza; esa aventura debía terminar. No era fácil despedirse de una pasión tan intensa, sobre todo, después de convertirse en el jefe de Carla. Así que decidió escoger a la esposa adecuada, una con la que no bajase la guardia. Pero en ocasiones, había que dejarse caer en la tentación.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Fiona Gillibrand. Todos los derechos reservados.

UNA AVENTURA COMPLICADA, N.º 1925 - julio 2013

Título original: A Tangled Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3429-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

La vibración del teléfono móvil de Lucas Atraeus interrumpió el calculado movimiento de sus músculos.

Llevaba unos pantalones de deporte grises que se sujetaban en sus estrechas caderas y sus hombros anchos se veían bronceados con la luz de primera hora de la mañana, que entraba en su gimnasio privado. Se levantó del banco de pesas y miró la pantalla del teléfono. Eran pocas las personas que tenían su número personal. De ellas, solo dos se atrevían a molestarlo durante su entrenamiento matutino.

–Sí –dijo bruscamente, respondiendo a la llamada.

La conversación con su hermano mayor, Constantine, director ejecutivo de The Atraeus Group, una red de empresas familiar y multimillonaria, fue breve. Cuando colgó, Lucas se dio cuenta de que, en unos segundos, habían cambiado muchas cosas.

Constantine pretendía casarse en menos de quince días y, al hacerlo, le había complicado irreparablemente la vida.

Su futura esposa, Sienna Ambrosi, era la presidenta de una empresa con base en Sídney, Ambrosi Pearls. Y también era la hermana de la mujer con la que él estaba saliendo en esos momentos. Aunque decir que salía con ella no era suficiente para describir la apasionada y adictiva atracción de la que era esclavo desde hacía dos años.

El teléfono volvió a vibrar. Lucas no necesitó mirar la pantalla para saber de quién era la segunda llamada. Su reacción fue instintiva. Carla Ambrosi. De melena larga y morena, piel de color caramelo, ojos azules y un cuerpo curvilíneo capaz de parar el tráfico… y a él también.

Notó el deseo, salvaje y poderoso, que casi vencía la férrea disciplina que se había impuesto desde la muerte de su novia Sophie en un accidente de tráfico, cinco años antes. Entonces se había prometido no volver a dejarse llevar por la pasión ni caer en una relación tan destructiva.

Llevaba dos años rompiendo aquella promesa con regularidad.

Pero iba a dejar de hacerlo.

Hizo un enorme esfuerzo para no responder al teléfono. Unos segundos después, y para su alivio, este dejó de vibrar.

Se apartó el pelo moreno y húmedo de la cara y avanzó por el suelo de mármol hasta la ducha. Era de constitución atlética. Unos siglos antes, habría sido un formidable guerrero. No obstante, en esa época la batalla se luchaba en las salas de juntas, con extensas carteras de acciones y con el oro que se extraía de la árida espina dorsal de la isla principal.

En el ámbito empresarial, Lucas era invencible, pero las relaciones personales eran otro cantar.

Los beneficios del ejercicio físico se perdieron en la tensión y en la indeseada punzada de deseo. Lucas se quitó la ropa, abrió la ducha y se metió bajo el chorro de agua helada.

Si no hacía nada y continuaba con una relación que cada vez era más peligrosa, terminaría prometiéndose con una mujer que era todo lo contrario de lo que él necesitaba como esposa.

Una segunda atracción fatal. Una segunda Sophie.

Necesitaba una estrategia para terminar con una relación que siempre había estado destinada al fracaso, por ambas partes.

Ya había intentado romper con Carla una vez y había fracasado. En esa ocasión, lo conseguiría.

Se había terminado.

Por fin Lucas iba a pedirle que se casara con ella.

La luna llena bañaba la isla mediterránea de Medinos cuando Carla Ambrosi detuvo el deportivo rojo que había alquilado delante de las impresionantes puertas del Castello Atraeus.

Estaba aturdida de emoción y nerviosa al ver a los paparazzi, que estaban en Medinos debido a la boda de su hermana con Constantine Atraeus, que tendría lugar al día siguiente. No le había servido de nada llegar tarde, ya de noche.

Un guardia de seguridad golpeó la ventanilla. Ella bajó el cristal un par de centímetros y le tendió la invitación color crema a la cena de esa noche.

El hombre asintió, le devolvió la tarjeta y le hizo un gesto para que avanzase.

Un flash la cegó momentáneamente al pasar entre la multitud y se arrepintió de haber alquilado aquel coche en vez de uno más serio, pero había querido dar una imagen relajada y alegre, como si no le preocupase nada en la vida.

Oyó que golpeaban la ventanilla del copiloto y giró la cabeza.

–Señorita Ambrosi, ¿sabía que Lucas Atraeus ha llegado a Medinos esta mañana?

Sintió una embriagadora sacudida de ilusión. Había visto la llegada de Lucas en las noticias de la mañana. Unos minutos después, le había parecido ver su coche al salir a comprar café y unos bollitos para el desayuno.

Había sido imposible no fijarse en la limusina, rodeada de medidas de seguridad, pero los cristales tintados de las ventanas habían impedido que viese a sus ocupantes. Carla se había olvidado del desayuno y había llamado y enviado un mensaje a Lucas. Habían quedado en verse, pero entonces la habían llamado para dar una entrevista para un popular programa de televisión estadounidense. La última colección Ambrosi saldría en menos de una semana y la oportunidad de utilizar la publicidad que les estaba dando la boda de Sienna era inigualable. A Carla le había sentado fatal tener que cancelar su cita con Lucas, pero había sabido que este la comprendería. Además, iban a verse esa noche.

El flash de otra cámara hizo que el dolor de cabeza con el que había estado luchando toda la tarde volviese a repuntar. Era un aviso de que tenía que relajarse y tomarse las cosas con más tranquilidad. Eso era complicado, teniendo en cuenta que la médico le había dicho dos años antes que poseía una personalidad de tipo A, además de una úlcera de estómago.

Esta, que además era su amiga, le había aconsejado que dejase de ser tan perfeccionista y que no intentase controlar cada mínimo detalle de su vida, incluida su esclavizadora necesidad de coordinar su ropa por colores y planear lo que iba a ponerse con una semana de antelación. Su manera de ver las relaciones era un ejemplo muy ilustrativo. El sistema de hojas de cálculo que utilizaba para evaluarlas era excesivo. ¿Cómo iba a encontrar al hombre perfecto si nadie cumplía los requisitos para llegar a la segunda cita? El estrés iba a matarla. Tenía que relajarse, divertirse, incluso considerar la idea de acostarse con alguien antes de que le surgiesen más problemas de salud.

Carla había hecho caso a Jennifer. Una semana después, había conocido a Lucas Atraeus.

–Señorita Ambrosi, ¿ahora que su hermana va a casarse con Constantine, existe alguna posibilidad de que usted retome su relación con Lucas?

Ella siguió conduciendo con la mandíbula apretada, pero el corazón se le aceleró.

Llevaba dos semanas muy nerviosa, desde que Sienna le había dado la noticia de que iba a casarse con Constantine.

No obstante, esa noche estaba decidida a no molestarse por ninguna pregunta. Siempre había evitado que se la relacionase sentimentalmente con Lucas, pero esa noche por fin iba a poder hablar.

La disputa financiera que había separado a las familias Atraeus y Ambrosi, y el dolor de su hermana por la ruptura de su primer compromiso con Constantine, formaban ya parte del pasado. Sienna y Constantine iban a tener un final feliz. Y esa noche, por fin, Lucas y ella también tendrían el suyo.

Oyó un ruido sordo y unos focos la iluminaron desde atrás, donde vio un reluciente coche negro.

Lucas.

A Carla se le aceleró el corazón. Se estaba alojando en el castello, así que debía de volver de alguna reunión en la ciudad. O a lo mejor había ido a recogerla a la casa que Sienna, su madre y ella habían alquilado en la ciudad. La posibilidad de la segunda opción la ilusionó.

Un segundo después el camino estaba libre, ya que los periodistas la habían abandonado para rodear el Maserati de Lucas. Automáticamente, Carla pisó el acelerador y su coche subió la empinada cuesta. Pocos minutos más tarde tomaba una curva y aparecía ante ella el castello que, hasta entonces, solo había visto en revistas.

Los focos del Maserati la iluminaron mientras aparcaba en la extensión de gravilla que había delante de la entrada. De repente se sintió absurdamente vulnerable, tomó el bolso de fiesta rojo que iba a juego con su vestido y salió del coche.

Las luces del Maserati se apagaron, dejándola en la oscuridad mientras cerraba la puerta.

Se dirigió hacia el Maserati con los ojos todavía sensibles por los efectos de las potentes luces halógenas. La sensación fue la misma que dos meses antes, cuando había contraído un virus estando de vacaciones con Lucas en Tailandia.

En vez de la escapada romántica que tan cuidadosamente había planeado y de la que podría haber surgido la propuesta de matrimonio, Lucas había tenido que hacer de enfermero con ella.

La puerta del conductor se abrió y a ella se le aceleró el pulso. Por fin, después de pasarse todo el día esperando, iban a verse.

La boca se le quedó seca al recordar los explosivos encuentros que, durante el último año, se habían hecho todavía más intensos.

No estaba segura de haber tenido con él algo tan equilibrado como una relación. Su intento de crear una atmósfera relajada y divertida, sin estresantes compromisos, no había funcionado. Lucas había parecido contentarse con sus apasionados encuentros, pero para ella no era suficiente. Por mucho que había intentado controlarse y fingir que era una amante glamurosa y despreocupada, había fracasado. La pasión era algo maravilloso, pero a ella le gustaba controlar la situación. Dejar las cosas «abiertas» le había causado todavía más nerviosismo.

Fue hacia el coche con el corazón acelerado. El vestido que se había comprado pensando en Lucas era espectacular y le sentaba muy bien. Era largo, pero tenía una abertura que dejaba al descubierto sus largas y bronceadas piernas. Y el escote drapeado le daba un sensual toque griego y disimulaba la pérdida de peso de las últimas semanas.

Se le encogió el pecho al ver salir del coche a Lucas.

Era un hombre de cuerpo atlético, pestañas oscuras, pómulos marcados, la nariz ligeramente aplastada por haber jugado dos temporadas al rugby, la mandíbula fuerte y los labios bien delineados. A pesar del traje de diseño y del sello de ébano que llevaba en una de las manos, el aspecto de Lucas era de todo menos civilizado. Se lo imaginó desnudo en su cama y se le encogió el estómago.

La miró a los ojos y la idea de mantener la química que sentían en secreto hasta después de la boda pasó a mejor vida. Lo deseaba. Había esperado dos años, contenida por el dolor de Sienna al perder a Constantine. Quería a su hermana y le era completamente leal. Y salir con el hermano de Constantine, más joven y mucho más guapo que este, después de que hubiese dejado Sienna, habría sido toda una traición.

Esa noche, Lucas y ella podrían reconocer públicamente su deseo de estar juntos.

Como relaciones públicas de Ambrosi, sabía muy bien cómo debían hacer las cosas. No habría declaraciones ni celebraciones, al menos, hasta después de la boda de su hermana.

A pesar de que los altos tacones, del mismo color que el vestido, hacían que anduviese con cierta inestabilidad por la gravilla, siguió avanzando por ella y se lanzó a los brazos de Lucas.

Su característico olor a limpio, mezclado con una nota masculina, algo exótica, de sándalo, la invadió e hizo que le diese vueltas la cabeza. O tal vez fuese solo el placer de volver a tocarlo después de dos largos meses.

La fresca brisa del mar le colocó el pelo en la cara al ponerse de puntillas. Lo abrazó por el cuello, apretó el cuerpo contra el suyo, respondiendo instantáneamente a su calor, a sus anchos hombros y a su fuerte cuerpo. Lo vio tomar aire bruscamente, notó cómo se excitaba contra su vientre, y se sintió aliviada.

Unas ridículas lágrimas le empañaron la vista. Llevaba dos meses sin tocarlo, sin besarlo, sin hacerle el amor. Habían sido unos días interminables, mientras había esperado que su molesta úlcera se curase. Largas semanas durante las que había luchado contra la ansiedad que le había causado la enfermedad que había contraído en Tailandia.

Se dio cuenta de que el motivo por el que no le había contado a Lucas las complicaciones derivadas del virus era que le había dado miedo el posible desenlace. A lo largo de los años, Lucas había salido con muchas mujeres impresionantes, así que ella solo había querido que la viese cuando estaba bien.

Lucas la abrazó y su mandíbula le rozó la mejilla, haciendo que Carla se estremeciese automáticamente. Se apoyó en él y llevó los labios a los suyos, pero en vez de besarla, Lucas le quitó los brazos de su cuello. El frío aire llenó el espacio que se hizo entre ambos.

Carla intentó volver a acercarse, pero él la agarró de los brazos.

–Carla –le dijo con voz tensa–. He intentado llamarte. ¿Por qué no has contestado?

Aquella pregunta tan mundana, el tono seco, hicieron que Carla volviese a la Tierra de golpe.

–He apagado el móvil durante la entrevista y luego lo he puesto a cargar.

Lucas apartó las manos de ella, que buscó su teléfono y vio que, con las prisas, se había olvidado de encenderlo.

Lo hizo y vio las llamadas perdidas reflejadas en la pantalla.

–Lo siento –le dijo–. Se me había olvidado encenderlo.

Carla frunció el ceño al ver que Lucas no le respondía. Hizo un esfuerzo por controlar las emociones que habían tenido la temeridad de explotar en su interior y volvió a guardar el teléfono. Tenía que mantenerse tranquila.

Eso podía hacerlo, lo que no podía hacer era dejarse pisotear.

–Siento no haber podido verte antes, pero has estado aquí casi todo el día. Si hubieses querido, habríamos podido quedar a comer.

Un ligero golpe hizo que Carla girase la cabeza. Entonces vio que la puerta del copiloto del Maserati se abría.

Y de ella salía una mujer.

De repente, su corazón se volvió loco. Era una mujer morena, peinada con un moño perfecto, de cuerpo delgado y elegante, enfundado en un precioso vestido de seda color perla.

Carla sintió frío y después calor. De repente, tuvo la sensación de que aquello era una pesadilla.

Lucas y ella habían acordado quedar con otras personas para distraer a la prensa, pero aquel no era el momento ni el lugar.

Nerviosa, Carla completó el movimiento que sabía que Lucas esperaba de ella: retrocedió.

Lo miró fijamente y por primera vez se dio cuenta de que su mirada oscura parecía perdida. Tenía la misma expresión que cuando lo había visto hablar de negocios por teléfono.

Su dolor de cabeza aumentó y se intensificó. Agarró el bolso con fuerza e intentó controlar el infantil impulso de salir corriendo.

Respiró hondo. ¿Otra mujer? Eso no se lo había esperado.

No, no era posible.

Si no hubiese notado cómo reaccionaba Lucas al tocar su cuerpo casi habría podido pensar…

–Creo que ya conoces a Lilah –le dijo este.

–Por supuesto –dijo ella cuando la mujer avanzó y la luz de la entrada la iluminó.

Por supuesto que conocía a Lilah, que era una diseñadora de gran talento. Y Lilah también la conocía a ella y, a juzgar por su comprensiva mirada, sabía cuál era su situación con Lucas.

Carla se sintió confundida. ¿Cómo se había atrevido Lucas a confiar su secreto a alguien sin su permiso? Además, Lilah Cole no era cualquiera. Los Cole habían trabajado para los Ambrosi desde que ella tenía memoria. Y la propia Lilah llevaba cinco años trabajando para ellos, los dos últimos como su principal diseñadora, creando algunas de sus joyas más exclusivas.

Lilah sonrió y la saludó con cautela mientras cerraba la puerta del coche y se acercaba a ellos.

El incómodo silencio se vio interrumpido cuando alguien abrió la puerta del castillo. La luz inundó el exterior y la suave melodía de la música clásica se filtró a través de la bruma de sorpresa que mantenía inmóvil a Carla.

Tomas, el secretario personal de Constantine, habló brevemente en medinio y les hizo un gesto para que entrasen.

Lucas indicó a ambas mujeres con la cabeza que entrasen delante de él. Carla se dirigió hacia las escaleras cual robot, sin importarle que la gravilla le estropease los zapatos. Los había elegido pensando en Lucas, lo mismo que las joyas, el vestido e incluso la ropa interior.

Con cada escalón fue sintiendo la distancia que había entre ellos. Cuando lo vio apoyar la mano en la espalda de Lilah, se le encogió el corazón.

Y Carla se dio cuenta de que acababan de dejarla sin compasión.

Capítulo Dos

Carla se metió un mechón de pelo moreno detrás de la oreja, sintiendo de repente que no iba lo suficientemente peinada para la ocasión, y entró en el centro de lo que a ella le parecía una multitud.

En realidad solo había un puñado de personas en el elegante salón: Tomas; los miembros de la familia Atraeus, incluido Constantine; su hermano pequeño, Zane; y la madre de Lucas, Maria Therese. A un lado, Sienna estaba charlando con la madre de ambas, Margaret Ambrosi.

Sienna, que llevaba un vestido color marfil y que ya parecía una novia, fue la primera en saludarla. El abrazo, el gesto de cariño, a pesar de que habían pasado la mañana juntas, hizo que a Carla se le hiciese un nudo en la garganta.

Sienna le agarró las manos y frunció el ceño.

–¿Estás bien? Te veo un poco pálida.

–Estoy bien, solo un poco acelerada, no esperaba la emboscada de la prensa a la entrada –respondió ella, obligándose a sonreír–. Ya me conoces. Me encanta la publicidad, pero los periodistas han estado como una manada de lobos hambrientos.

Constantine, alto e imponente, la saludo con un rápido abrazo antes de decirle:

–La seguridad tenía que haberlos mantenido a raya.

Su expresión era distante, sus ojos grises, fríos. Al fin y al cabo, había utilizado la coacción económica e incluso había llegado a secuestrar a Sienna para conseguir que volviese con él.

–La seguridad es buena –respondió Carla mientras abrazaba a su madre y luchaba contra el infantil impulso de aferrarse con fuerza a ella.

Si lo hacía, lloraría, y se negaba a llorar en presencia de Lucas.

Un camarero les ofreció champán. Tomó una copa de la bandeja y su mirada se cruzó con la de Lucas. El mensaje que había en los ojos oscuros de este era claro: «No hables. No causes problemas».

Ella le dio un buen trago a la copa.

–Las preguntas que me ha hecho la prensa me han resultado desconcertantes. Aunque estoy segura de que en cuanto han visto llegar a Lucas con Lilah se han aclarado todos los equívocos.

–¿No me digas que intentan resucitar esa vieja historia entre Lucas y tú? –le preguntó su hermana.