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¿Alguna vez has oído que un hombre sea «damo de honor» de una novia? Sí, bueno, la futura ogra (bueno, suegra) de mi mejor amiga tampoco lo ha escuchado nunca. Y tampoco ha oído nunca hablar de la expresión «la novia es la que manda». En plena planificación de su boda y con muy poca antelación, mi mejor amiga, Lia, me ha pedido que la ayude a lidiar con esa bestia gruñona que es la señora Beaver. Como a mí no me da ningún miedo, he aceptado el reto. El único problema es que, cuanto más se acerca la boda, más veo a mi mejor amiga de una manera distinta. Siempre la he considerado guapa, pero ahora… Sin pensarlo, me he quedado mirándola demasiado tiempo. Cuando la toco, dejo la mano más rato de lo necesario. ¿Y cuando se pone triste? Pues entonces la dejo dormir en mi cama. Y de un día para otro me doy cuenta de que estoy enamorado de mi mejor amiga. Y no solo enamorado, sino perdidamente enamorado. Nadie puede compararse con ella, y nada parece quitarme esa idea de la cabeza, ni siquiera la inminente fecha de su boda. Lo que quiere decir que no me queda otra elección que demostrarle a Lia que soy yo con quien ella debería estar. Sin embargo, con la presión de su compromiso, el estrés que le provoca su futura suegra y los nervios asfixiantes que siento ahora mismo, no va a ser nada fácil conseguirlo. Cruzad los dedos por mí…
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Título original: A Long Time Coming
Primera edición: septiembre de 2024
Copyright © 2023 Meghan Quinn
© de la traducción: Lorena Escudero Ruiz, 2024
© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]
ISBN: 978-84-10070-18-9BIC: FRD
Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías de cubierta: Mauromod/Depositophotos.com
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
Índice
Prólogo
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Epílogo
Contenido especial
Lia
—Disculpa —digo al chocarme contra un chaval larguirucho en el pasillo atestado de una residencia estudiantil—. Lo siento, no te había visto. Es que estoy completamente perdida.
—No pasa nada —contesta una voz profunda que me hace levantar la mirada hacia una figura alta con pelo castaño revuelto, gafas de montura oscura y un bigote tan espeso que casi parece falso. Y, quién sabe, a lo mejor lo es—. ¿Qué estás buscando? —pregunta, antes de llevarse un vaso gigante de granizado de casi dos litros a la boca.
—Ah. —Miro a mi alrededor—. La habitación doscientos nueve —susurro—. Pero sigo dando vueltas, porque no parece que haya una habitación doscientos nueve.
Una sonrisa se asoma a sus labios.
—¿Eres una friki del Scrabble?
—¿Qué? —pregunto.
Él se echa hacia delante.
—No pasa nada —murmura—. Soy miembro de la SSS. La habitación doscientos nueve está oculta por un motivo.
SSS=Sociedad Secreta del Scrabble.
Sin embargo, la primera norma de la SSS es que no se habla de ella. O al menos eso es lo que ponía en la invitación que recibí anoche. Es una carta que me mandaron a mi habitación, un sobre grueso sellado con cera roja, con las siglas «SSS» en relieve sobre dicha cera. Cuando vi el símbolo, cerré la puerta a toda prisa, apagué las luces y encendí la lámpara de mi escritorio. Con la respiración agitada, abrí el sobre con cuidado y desdoblé las hojas para dejar al descubierto lo que había escrito dentro.
La SSS me había elegido para unirme a ellos esta noche. Durante el agotador proceso de selección de tres semanas, había librado despiadadas batallas online contra varios de sus miembros. Tras perder unas cuantas veces, ganar otras tantas y empatar dos, pasé la fase de prueba, y lo único que me quedaba era esperar. Pues bien, ha llegado el momento. Tengo la invitación en la mano, y lo único que dice es que tengo que acudir a la habitación 209 de la Residencia Pine a las diez y veintitrés en punto, y que no debo preguntar ni decir nada. Además, tengo que llamar a la puerta siguiendo un patrón concreto y pronunciar la contraseña secreta para poder entrar.
Pero ahora que estoy aquí, perdida y confusa, siento como si ya estuviera rompiendo las reglas.
Por desgracia, el reloj sigue en marcha, y no tengo ni idea de qué puedo hacer. No quiero aparecer tarde, sobre todo al tratarse de la primera noche. Pero es que no encuentro la habitación, y… este tipo del bigote y el granizado parece saber de lo que está hablando.
Uf… ¿Y si es una prueba? ¿Y si lo ha infiltrado la SSS y ya he fallado la prueba porque he mencionado la habitación 209 y el Scrabble y…? Madre mía, qué gran fracaso.
Sin saber muy bien qué hacer, me balanceo en el sitio y retuerzo las manos mientras observo al enjambre de personas. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Es el pasillo de una residencia de estudiantes, no una cafetería. ¿Adónde va toda esta gente? Creo que tengo que dejar tirado al tío del granizado. Ya sabe demasiado. Y no pienso poner en peligro mi posición en la SSS. Me he esforzado demasiado para recibir la invitación.
—¿Sabes? Ha sido un placer hablar contigo, pero creo que iré a buscar la habitación yo sola. Gracias.
Me doy la vuelta y me dirijo hacia un pasillo oscuro, pero entonces me llama.
—Por ahí no vas a encontrar la habitación doscientos nueve.
Miro por encima del hombro y le veo sorber el granizado con una sonrisa, observando mi expresión de fastidio con diversión.
—No iba a ir por ahí —respondo, indignada.
—A mí me parece que sí.
—Te estaba engañando.
—¿De verdad? —pregunta, y su sonrisa se hace más amplia—. ¿Por qué querías engañarme?
Me giro para enfrentarme a él y levanto la barbilla.
—Porque entre ese bigote espeso y escandaloso y el pelo revuelto pareces un depredador. ¿Cómo puedo estar segura de que no estás intentando secuestrarme?
Arquea las cejas y se mesa el bigote.
—¿Sabes? Eres la tercera persona que ha dicho que este bigote me sienta mal. Yo pensaba que me quedaba muy bien.
Este tipo necesita un espejo que funcione mejor.
—Tu bigote es ofensivo. Estoy segura de que dejaría secas a las mujeres más cachondas. —Las palabras me salen de la boca antes de que pueda detenerlas. La ausencia de filtro será mi destrucción.
Hago una mueca cuando los ojos casi se le salen de las órbitas. Sí, yo también me he sorprendido, tío.
—Eeeh… No sé…
Antes de terminar de decirle que no sé de qué esquina recóndita de mi mente ha salido ese insulto, se agarra el estómago, se echa hacia delante y suelta una larga carcajada mientras el granizado le tiembla en la mano.
Bueno, al menos no lo he ofendido. Eso que me llevo.
Sea como sea, no tengo tiempo para esto.
Paso a su lado y comienzo a caminar por la derecha del pasillo, donde encuentro una puerta sin señalar. Al principio, cuando empecé a buscar, pensé que era un armario de limpieza, pero al mirar la puerta con más detenimiento, me parece que hay una ligera marca de un número en la pared. A lo mejor… es posible que… sea lo que estoy buscando.
Esperanzada, respiro hondo, llamo tres veces y luego doy una patada en la parte baja de la puerta como me han dicho, y entonces noto que una figura alta se me acerca por detrás.
—¿Sabes? Ninguna chica me ha dicho antes que poseo la asombrosa habilidad de deshidratar las partes bajas de la raza femenina solo con mi vello facial.
Contengo una sonrisa.
—Pues alégrate de que haya sido sincera.
La puerta se abre un poco y un solo ojo se asoma.
—Contraseña.
—Walla-walla-bing-bang —contesto, y el chico que tengo detrás se asoma por encima de mi hombro.
—Te ha faltado lo de «ching-chang» —dice.
—¿Qué? No, no es verdad.
—Tiene razón —añade el ojo—. Lo siento, no tienes permiso para entrar.
—Espera, no —digo, evitando que el ojo cierre la puerta. Me saco la invitación del bolsillo antes de volver a hablar—. Tengo la invitación… Eeeh… A ver… —Joder, qué tonta, Lia. Se supone que no tenías que enseñar la invitación. Doy marcha atrás—. La verdad es que… —Me vuelvo a meter la invitación en el bolsillo y junto las manos—. No hay invitación, y no tengo ni idea de qué hay detrás de esta puerta. Solo sé que tengo que estar aquí a las diez y veintitrés, y lo estoy, así que creo que me merezco entrar.
—Pero se te ha olvidado el «ching-chang» —insiste el tipo del granizado, sorbiendo por la pajita.
—No había «ching-chang» —replico, exasperada—. Ponía claramente que tenía que llamar tres veces, dar una patada y luego decir «Walla-walla-bing-bang». Lo sé porque he leído la… eso veintisiete veces, para ser exactos. Así que o bien me he equivocado de puerta, o vosotros dos no habéis leído las instrucciones, en cuyo caso exijo hablar con un humano con autoridad.
—¿Un humano con autoridad? —pregunta el tipo del granizado—. ¿Es ese un término profesional?
—Lo he simplificado para ti —contesto, con sarcasmo—. Ya sabes, por tu aspecto.
—¿Qué aspecto? —inquiere.
—De faltarte inteligencia. —Llámalo nervios o irritación, o simplemente es que soy incapaz de aguantarme nada, pero los insultos me salen solos.
Por suerte, esa sonrisa vuelve a asomarle por las comisuras de los labios, y entonces mira al ojo.
—Está bien, tío. Déjala pasar.
—¿Qué? —pregunto, tan confundida que empiezo a cuestionarme si todo esto merece la pena para entrar en la SSS.
Pero entonces se abre la puerta para revelar una sala enorme, más grande que el resto de los dormitorios de la residencia, y es el paraíso de todas las cosas que me gustan. A la derecha hay una cama en alto con un escritorio debajo sobre el que hay tres pantallas de ordenador, altavoces, un teclado enorme junto a un ratón gigante y una almohadilla debajo que ocupa toda la superficie del escritorio… con decoración de El señor de los anillos. De las paredes de color beis cuelgan pósteres, banderas y cuadros con temática de La guerra de las galaxias y de juegos de mesa, y del techo cuelga un avión teledirigido de color amarillo y azul. A la izquierda hay un sofá tipo futón con una mesita de centro y palés con cojines por todas las esquinas. En el centro está el tablero de Scrabble colocado sobre una mesa giratoria muy chula.
Podría pasarme una hora estudiando las frikadas de esta habitación.
Hay una colección completa de los libros de Harry Potter en la estantería, y parecen los originales. Empiezo a salivar.
Encima del sofá cuelga un poster de Adam West como Batman, con él de pie delante de la palabra «Kerpow» dibujada en letras de cómic.
Y bajo una televisión pequeña, en un mueble de aspecto un poco endeble, parece haber una consola Atari original. Si el dueño de este sitio tiene el Pitfall, seré su mejor amiga para siempre.
—Guau, qué habitación más chula —digo. Esta decoración tan fantástica me ha llegado a mi corazoncito friki. Y la distribución de todas las cosas, desde las carpetas etiquetadas que hay en la estantería, al lado del escritorio, hasta los zapatos apilados en el zapatero es otro nivel.
—Gracias —contesta el tipo del granizado—. Es mía. También soy la persona con autoridad, como tú lo llamas. —Extiende la mano—. Breaker Cane. Encantado de conocerte. A lo mejor, si pasas más tiempo con nosotros, podrás adaptarte a mi falta de inteligencia de una forma más personal.
Se me seca la boca.
Se me calientan las puntas de las orejas.
Y siento que el sudor me baña la parte superior del labio.
La has liado, Lia. La has liado parda.
—Eeeh… Bueno, no me refería a…
—No, no. No lo retires. —Levanta la mano—. Me gusta tu sinceridad brutal y descarada. Me hace sentirme vivo. —Me guiña un ojo.
—Ah, vale. Pues bueno. —Me aclaro la garganta—. Aunque tu habitación me parece todo un sueño que explorar, podrías haber remetido mejor las esquinas de las sábanas de tu cama: no está hecha en plan enfermera; tu foto enmarcada de Rory Gilmore está torcida, y tienes que librarte del bigote. Es atroz.
Se ríe por lo bajo y asiente sin dejar de mover los dedos sobre el arbusto que tiene debajo de la nariz.
—Sigo intentando perfeccionar el dobladillo de enfermera. Si tienes experiencia en la tarea, entonces, anímate a pasarme un tutorial. La habitación pegada a la mía pone la música tan alta que obliga a Rory a bailar y termina quedando torcida. Me he rendido. Y el bigote, bueno, pensé que me quedaba bien. Sospecho entonces que todo el mundo me ha estado mintiendo.
—Sí, te han estado mintiendo.
—Pero tú no pareces tener la habilidad… de mentirle a nadie para no herir sus sentimientos.
—Depende del momento y de la persona. —Lo miro de arriba abajo—. Me parecías lo suficientemente fuerte como para gestionar la verdad y, también, situaciones estresantes, como lo de no saber dónde estaba la habitación, que acaban con todo el decoro social que yo hubiera podido tener hasta ahora.
—Bueno, eso solo puede significar una cosa.
—¿El qué? —pregunto, confundida.
—Que no queda más elección que convertirnos en el mejor amigo que hayamos tenido nunca el uno del otro.
Sonrío de medio lado.
—Solo si te afeitas.
—Eeeh… tendremos que trabajar en eso. —Se mece sobre los talones antes de continuar—. Dado que eres la única nueva recluta de la Sociedad Secreta del Scrabble, debes de ser Ophelia Fairweather-Fern.
—Esa soy yo. Pero llámame Lia, sin más. Mi apellido tiene demasiadas sílabas como para ir pronunciándolas todas cada vez, al igual que mi nombre.
Suelta una risita.
—En la fase de prueba tu nombre te hizo ganar puntos. Pero tu brutal elección de palabras que ni siquiera habíamos escuchado antes fue la verdadera razón por la que te elegimos, sobre todo porque trabajamos con cronómetro.
—Fue un reto adicional que me gustó bastante. Aunque al principio el cronómetro me asustó, y tardé un segundo en acostumbrarme. Y también el no poder ver tus letras nuevas en el tablero hasta que te llegó el turno. Me lo pasé muy bien. Me alegro de que me eligierais.
—Fue una elección fácil. —Deja su vaso de granizado—. Atención, todos: esta es Lia. Lia, estos son Harley, Jarome, Christine e Imani. —Desde donde están sentados en torno a la mesita, levantan la mano para saludar brevemente y después se giran hacia el tablero de nuevo—. Bueno, no son muy sociables.
—Ya, menos mal que no he venido a socializar. —Me froto las manos—. He venido a jugar.
Breaker suelta una risita y luego vuelve a coger su granizado.
—Entonces, ¿a qué estamos esperando? Que empiece el juego.
Me quedo mirando a Breaker y después observo las dos últimas fichas que tengo en mi atril.
A él le queda solo una.
La habitación se ha vaciado.
El resto de los integrantes de la SSS se ha marchado porque tenía clases por la mañana, temprano.
—Te toca —dice, acariciándose el bigote a propósito con el dedo. He dominado toda la partida hasta hace unas tres jugadas, cuando él se ha sacado una palabra de ochenta puntos de la nada y me ha aplastado la puntuación.
—Sé que me toca.
—¿De verdad? Porque llevas ahí sentada, en estado catatónico, durante al menos cinco minutos.
—Me estoy asegurando de que haré el movimiento correcto.
—O cualquiera, ya puestos. —Se reclina en el sofá con expresión engreída.
—Sé cuál va a ser mi movimiento.
—Ese que no te hará ganar la partida, ¿verdad? —me presiona. Sabe que es él quien tiene todas las de ganar. Es evidente, por su postura arrogante.
—¿Sabes? No es de educación alardear.
—Lo dice la chica que bailaba hace solo unos minutos porque me llevaba una ventaja enorme.
Levanto la mirada lentamente hacia él.
—Debes saber que soy de las que critican, pero no me gusta que lo hagan conmigo —contesto, en tono socarrón.
Suelta una risita grave y yo coloco, de mala gana, una A después de una Y para conseguir unos míseros cinco puntos.
—Buena jugada. —Se queda mirando su única ficha, la levanta con dramatismo y coloca una S después de «Hurra» que le hace ganar treinta y un puntos—. Pero no lo suficientemente buena. —Vuelve a reclinarse y coloca una pierna encima de la otra a la altura de la rodilla—. Yo gano.
Suelto un gemido y me echo hacia atrás, sobre el suelo.
—Te tenía —digo, mirando el avión que cuelga del techo.
—No digas «¡Viva!» demasiado pronto. Nunca se sabe lo que puede ocurrir al final de una partida de Scrabble.
—Por cierto, es un truco muy bajo guardarse la S hasta el final.
—¿Cómo sabías que me la estaba guardando?
—Porque te he visto levantar la ficha hace un rato y dejarla a un lado.
—No me digas que eres de esos jugadores. De los que cuentan las fichas e intentan adivinar lo que tienen los demás.
—No hasta tal punto, pero te he visto mimar esa ficha y no tocarla hasta ahora. Te la has guardado a propósito.
—Cuando te sacan ochenta puntos tienes que usar una estrategia, y eso es lo que he hecho. No me avergüenzo de nada.
—Odio admitirlo porque has ganado, pero ha sido una buena partida. He disfrutado del reto.
—Ha sido una buena partida. Vas a encajar muy bien aquí. —Empieza a recoger el tablero, y yo me levanto para ayudarlo—. En tu solicitud decías que te vas a especializar en investigación y estadística. ¿Qué planes tienes para después de la universidad?
—Hacer un máster, y después convertirme en especialista de investigación de encuestas.
Se queda parado un momento.
—Eso es muy específico —opina Breaker—. Y no es un trabajo de los que aparecen en las listas de lo que quieres ser cuando seas mayor.
—La verdad es que no, pero siempre me han gustado las encuestas. Me encantaba rellenarlas cuando era pequeña. Me pasaba un montón de tiempo rellenando todas las encuestas con las que se topaban mis padres. Me encantaba la idea de que alguien me escuchara y recabara información para crear un cambio. Y, claro, yo también hacía mis propias encuestas, de las escritas a mano sobre cartulinas, y las entregaba en las reuniones familiares para ver lo bien que se lo pasaban todos. Después escribía un informe y enviaba una carta a finales de año para enseñarle a todo el mundo en qué sobresalíamos y en qué necesitábamos mejorar.
Breaker sonríe.
—¿Y sacaste algo de provecho de esas encuestas familiares?
—Sí. —Asiento, mientras le paso las últimas fichas que he recogido—. Siempre que mi tío Steve quería quitarse los pantalones después de cenar, terminaba bailando con un hula-hoop invisible encima de la mesa cuando ya estaba recogida, cosa que no entusiasmaba a nadie. Me aseguré de transmitírselo a la familia y al tío Steve, pero, por desgracia, no tenía ningún control sobre su comportamiento. Yo solo encuesto lo que debe cambiar. Los cambios se realizan desde dentro.
—El tío Steve parece muy divertido.
—Tenía bigote… y es el pervertido de la familia. Así que sí, vosotros dos os llevaríais bien.
—Yo no soy un pervertido —contesta Breaker mientras recoge el resto del juego.
—Eso está por decidir.
—Hagamos una evaluación rápida, porque te aseguro que no soy un pervertido. —Deja el juego a un lado y se echa hacia delante en su futón al tiempo que yo me pongo las manos detrás y me apoyo sobre ellas. Debería marcharme. Los demás lo han hecho ya, pero, por algún motivo, me siento cómoda aquí, y todavía no tengo ganas de irme.
—Como quieras.
Se toca la nariz y luego me señala.
—Creo que la frase que estabas intentando usar es «Como desees».
—Eres fan de La princesa prometida, ¿eh?
—¿Cómo se puede no ser fan? Venganza, espadas, historias magistrales de épocas pasadas… Lo tiene todo. Por no mencionar a… Fred Savage.
—La verdad es que estoy de acuerdo contigo, y eso te suma puntos positivos en la columna de «no pervertido». —Él choca sus propios puños y me hace reír—. Pero solo es una casilla. Hay más preguntas todavía.
—Adelante. Observa cómo apruebo con honores.
—Ya lo veremos. Desde que te has dejado crecer el bigote… ¿alguna vez has mirado por la ventana de alguien, preferiblemente del sexo por el que te sientes atraído?
—Sería el femenino, y la respuesta es que no.
—Buena respuesta. Siguiente pregunta: ¿alguna vez has sentido la necesidad de entrar en el baño de señoras porque querías echar un vistazo?
—He oído que hay muchos más inodoros, cosa que me da envidia porque a veces me gusta sentarme sin más a mear. Pero no, no lo he hecho.
Frunzo el ceño.
—¿Sentarte a mear?
Él se encoge de hombros.
—Soy muy vago.
—Vale, a mí me parece que cuesta más sentarse a mear, pero cada uno con lo suyo. Una pregunta más: ¿alguna vez has creado un club para hombres con bigote o has comprado peines diminutos y cremas para barbas para hacer fiestas del mostacho?
—Guau, ahora me parece una idea genial, pero no, no lo he hecho. —Apoya los brazos en el respaldo del futón—. Bueno… ¿Has llegado a la conclusión de que no soy un pervertido?
—Solo temporalmente. Estás en período de prueba.
—Me parece justo. —Cruza una pierna por encima de la otra.
—Pero tengo que lanzarte unas cuantas preguntas rápidas, solo para asegurarme.
—Adelante.
—¿Cantante o banda favorita?
—Blondie.
—¿En serio? —pregunto, sorprendida.
—Sí. —Parece tan relajado que me hace sentirme cómoda también—. Es una obsesión.
—Vale, buena respuesta. ¿Cuál es tu golosina favorita?
—Los Smarties, porque, como bien dice su nombre en inglés, yo también soy muy listo, y cuando me los como siento que lo soy todavía más.
Suelto una risita.
—Supongo que es un buen motivo. ¿Programa de televisión favorito?
—Aquellos maravillosos años. De ahí mi comentario de antes sobre Fred Savage. Me encanta. Lo sigue Yo y el mundo, porque, joder, menudo cuelgue tenía con Topanga. Y, evidentemente, Cory era mi chico preferido.
—¿Eres fan de los hermanos Savage?
—A muerte con ellos.
—Te hace parecer muy cercano.
Se acaricia el bigote con el dedo antes de responder.
—Quédate por aquí, Lia. Verás lo cercano que es un estudiante de Económicas con inclinación a estampar su avión teledirigido cada vez que lo hace volar.
—Siempre he creído que Shawn era un quejica.
—Únete al club —añade Breaker, poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué opinas del corte de pelo del señor Turner?
—Me encanta —contesto.
—Entonces, dijéramos que si yo… me dejara crecer el pelo igual, ¿qué opinarías tú?
—Patético. Busca tu propio look.
Suelta una risita.
—Joder, tú sí que sabes poner a un tío a tus pies.
—Al parecer, es lo que se me da mejor.
—Al parecer, me gusta eso de ti. —Se muerde el labio inferior antes de continuar—. Bueno, Lia, ¿qué te ha parecido esta noche? ¿Te has divertido?
—Me lo he pasado genial. —Como no quiero parecer demasiado pringada, sigo explicándome—. Es difícil conocer a gente aquí, ya sabes, de la que está en la misma onda que tú. Acabo de trasladarme hace poco, así que llegar en un curso posterior y hacer amigos ha sido bastante complicado. Aunque… —recorro la habitación con la mirada— creo que me siento cómoda aquí, a pesar de que esta casa le pertenece a un bigotudo.
—Me lo tomaré como un cumplido. Y conocer a gente nueva siempre es difícil. Yo tardé un pelín en darme cuenta también. Siempre se dice que la universidad es donde te reinventas a ti mismo y encuentras a gente parecida a ti, pero lo que no te cuentan es que eso no ocurre de inmediato. Yo estoy en tercero ahora, y creo que acabo de coger carrerilla.
—Lo mismo digo. A nadie parece gustarle pasarse horas y horas estudiando una partida de Scrabble o tejiendo gorros para gatos.
—¿Gorros para gatos?
—Son una monada. Se los vendo a señoras mayores que creen que vestir a sus gatos es divertido. —Me encojo de hombros—. Empecé para ganar algo de dinero extra, pero ahora estoy totalmente dedicada. Aunque, sí, esta noche me ha hecho recordar que hay gente que piensa como yo ahí fuera, y me ha hecho sentirme yo misma por primera vez desde hace mucho tiempo.
Su expresión se suaviza.
—Me alegro, Lia. —Se acaricia el mostacho—. Apuesto a que un factor muy importante que te ha hecho sentir cómoda es mi bigote.
—No ha sido el bigote —respondo, con fingida irritación.
Él se ríe por lo bajo.
—¿Tienes novio? —Cuando lo miro con escepticismo, levanta las manos—. No es que me esté poniendo en plan pervertido contigo, solo tengo sincera curiosidad.
—Lo tenía, hasta que rompió conmigo y me dijo que era patética por haber empezado un fan fiction sobre Supernatural. Me gustaban cosas distintas a las que le gustaban a él, así que fue difícil conectar. Me parece que soy incapaz de encontrar a mucha gente que entienda que no quiero que Sam y Dean sean hermanos, sino más bien… amantes secretos.
Se le ponen los ojos como platos y baja las piernas al suelo antes de contestar.
—A ver, un momento, joder… ¿Eres tú la autora de Amantes, no hermanos?
—Espera. —Me pongo recta—. ¿Has oído hablar de ese fan fiction?
—¿Que si he oído hablar? —casi grita, y después se baja al suelo para que nuestras miradas estén a la altura—. Lia, esa mierda es adictiva. Yo ni siquiera soy gay, pero, por Dios Santo, su primer beso fue lo mejor que he leído nunca. Hasta me sudó la nuca y todo cuando Dean frotó la nariz con suavidad sobre la mandíbula de Sam, esperando la señal de que estaba listo. Y luego… cuando sus bocas se unieron, solté un aullido de la hostia. La tensión sexual era muy intensa.
—¿Y no crees que fuera raro que los conociéramos como hermanos en realidad?
—¿Pero el fan fiction no va de eso? ¿De crear un mundo distinto al original?
Sonrío.
—Lo has captado.
—Pues claro que lo capto. No soy imbécil. —Se mesa el pelo desgreñado—. Joder, tienes que escribir algo más. Esa mierda era muy buena. Nunca olvidaré la escena en la que Dean está desnudo, agarrándose el pene y cantándole Eye of the Tiger a Sam mientras él se acerca. —Se besa la punta de los dedos—. Buenísimo.
—¿Me estás haciendo de fan? —pregunto, en broma.
—¿Tienes algún problema con eso?
Yo niego con la cabeza.
—No me puedo creer que lo hayas leído —susurro.
—Y yo no me puedo creer que tú lo hayas escrito.
Y entonces nos quedamos mirándonos durante unos instantes. La habitación se queda en silencio, y una verdad tácita flota entre los dos: es el principio de algo nuevo.
—¿Breaker?
—¿Sí?
—¿Quieres ser mi amigo? —pregunto con timidez.
Esa sonrisa que ya empieza a resultarme familiar se amplía todavía más.
—¿Me estás pidiendo que iniciemos… una amistad?
—Creo que sí. ¿Te parece raro? A ver, casi no nos conocemos. Creo que tu bigote es totalmente repulsivo, pero, llegados a este punto, hemos encontrado muchísimas cosas en común. Que estemos de acuerdo en que nos resulte erótico que los hermanos Winchester sean amantes es algo inaudito. Creo que significa que tenemos que ser amigos.
Él asiente despacio.
—Creo que es obligatorio.
Yo levanto la mano.
—Y solo amigos, porque ese bigote ha acabado con cualquier atracción sexual que pudiera haber sentido por ti.
—Lo entiendo. Conocía los riesgos de lo que podría ocurrir si me adornaba con vello facial solo la parte superior del labio. —Extiende la mano—. ¿Amigos?
Yo se la estrecho.
—Amigos.
En la actualidad…
Breaker
—¿Tienes que ir a algún lugar importante? —me pregunta J. P. desde el otro lado del pasillo del avión con la mirada fija en mi muslo, que no para de rebotar.
—Es que estoy deseando alejarme de ti —contesto, como solemos hacer entre hermanos.
—Qué bonito. —Suelta un suspiro profundo—. Odio estar lejos de Kelsey, pero el viaje a Nueva York ha estado bien, ¿verdad? Es una pasada haber creado nuestro segundo edificio de viviendas sociales.
Hace unos meses J. P. se reunió con nuestro hermano Huxley y conmigo para pedir que usáramos nuestra fortuna para un buen fin y ofrecer edificios con viviendas sociales en ciudades importantes. Los edificios brindarían un lugar seguro, limpio y nuevo para vivir, además de asistencia a quienes lo necesitaran, como, por ejemplo, servicio de guardería para padres solteros, clases de economía y acceso a un mercado de comida a precio de mayorista. El objetivo del proyecto es ayudar a quienes más lo necesitan. Ha sido todo un éxito, y una actividad muy gratificante.
—Sí que es una pasada —contesto, sacándome el móvil del bolsillo mientras el avión empieza a aterrizar. Abro el hilo de mensajes con Lia y le envío uno rápido.
Breaker: Aterrizado. Recojo las cosas. ¿Tienes todo preparado y listo para marchar?
Enseguida el teléfono vibra con su respuesta.
Lia: Llevo rato lista, solo te estoy esperando.
Breaker: Lo siento; el mal tiempo nos ha retrasado. Llegaré pronto.
—¿A quién estás enviando mensajes? —pregunta J. P., intentando mirar mi móvil.
—A Lia —contesto.
—Ah… —anuncia, en tono cargado de intención—. Por eso tienes tantas ganas de bajar del avión. Quieres ir a pasar tiempo con tu chica.
—En primer lugar, no es mi chica, es mi mejor amiga, y si tengo que seguir repitiéndotelo, creo que voy a explotar. Y en segundo lugar, ha conseguido un juego completamente nuevo de vasos de cristal para Yahtzee con los que estamos deseando jugar.
—¿Vasos de cristal para Yahtzee? —pregunta J. P.—. Me parece una idea malísima. ¿No consiste el Yahtzee en agitar los dados?
—Sí, pero estos presentan un reto mayor: hay que agitar los dados sin que se rompa el vaso.
J. P. se queda mirándome con una expresión en blanco.
—Te vas a rajar las manos. ¿No llevan ninguna advertencia los vasos esos de Yahtzee?
—Pues claro que sí. Se trata de jugar bajo tu propia cuenta y riesgo. Pero no te preocupes. Lia ha preparado una superficie dura con una manta. Somos listos.
—Jugar a Yahtzee con un vaso de cristal no es de ser listo —murmura, meneando la cabeza—. No me llames cuando necesites puntos.
—Tampoco es que fueses a responder si te llamara.
J. P. pone los ojos en blanco con mucho dramatismo.
—Estoy recién casado, por Dios. Perdón si quiero pasar cada minuto con mi mujer.
—Yo creo que no lo sientes en absoluto —digo, justo cuando el avión se detiene y la auxiliar de vuelo abre la puerta para colocar las escaleras.
Cojo mi mochila y dejo atrás a J. P. para salir, pero me detengo de repente. Huxley, nuestro hermano mayor, sale de su coche, cierra la puerta y se inclina sobre ella con los brazos cruzados. Tiene los ojos cubiertos por unas gafas de sol, pero no consiguen ocultar su ceño fruncido ni la tensión que siente bajo el traje hecho a medida.
—Mmm… ¿J. P.? ¿Qué hace Huxley aquí, con pinta de tener ganas de asesinar a alguien?
—¿Qué? —pregunta el aludido, acercándose también hacia la salida—. No lo sé. ¿Nos ha enviado algún mensaje?
En vez de salir del avión para ver cuál es el problema, ambos buscamos los móviles para comprobar si hemos recibido algún mensaje o correo electrónico, pero nos quedamos desconcertados.
—Nada —anuncio yo.
—Joder —dice J. P.—. Eso solo puede significar una cosa. Sea lo que sea lo que nos tiene que decir, no quiere dejar rastro.
—¿Qué? —pregunto—. Tío, has estado viendo demasiadas series de agentes secretos. Esa no es la razón de que haya venido aquí en persona. A lo mejor… A lo mejor son buenas noticias. Puede que tenga algo especial que contarnos y quiera ver nuestras reacciones en persona.
—¿Qué se siente al vivir en un mundo donde la mierda de unicornio sabe a helado de fresa? —J. P. señala hacia Huxley—. Míralo, mira su mueca. No ha venido a darnos palmaditas en la espalda ni a decirnos lo bien que nos hemos portado. Es evidente que la hemos cagado, de la manera que sea. Solo nos queda saber cómo.
—¡¿Pensáis bajar aquí los dos ahora mismo y dejar de cotorrear de una puñetera vez?! —grita Huxley.
—Tío, se me acaban de encoger las pelotas —dice J. P., agarrándome del hombro.
—Mi pene se ha convertido en el cuello de una tortuga. —Me aparto a un lado y empujo a J. P. hacia delante—. Tú primero, que eres el mayor. Has vivido mucho más la vida que yo.
—A duras penas —contesta, intentando empujarme a mí primero hacia la salida. Sin embargo, yo planto los pies en el suelo y no me muevo. Desde que J. P. está casado, yo he pasado más tiempo en el gimnasio mientras que él lo ha pasado con Kelsey (sin intención de faltarle al respeto), así que en estos momentos le saco unos cuantos músculos.
—Tú sal de aquí antes de que se cabree todavía más. —Empujo a J. P.—. Sabes cómo odia que hagamos el mono, como él lo llama.
—Dejad de hacer el mono —grita Huxley.
—¿Ves? —medio susurro, medio grito.
—No me empujes —contesta J. P., apoyando su peso en mí y apretando la espalda contra mi pecho—. Vas a hacer que me caiga rodando por las escaleras.
—Ah, qué buena idea. Si te caes rodando, con suerte saldrás herido, y entonces olvidará durante un momento la razón por la que ha venido mientras evalúa tus heridas. Eso nos dará algo de tiempo para pensar. Y a lo mejor, si estás dispuesto a romperte un hueso, conseguiremos al menos unos cuantos días.
—Ah, claro, deja que me tire escaleras abajo.
—Así me gusta —digo, dándole palmaditas en la espalda—. Cierra los ojos. Todo habrá pasado en solo un segundo.
—Madre del amor hermoso —murmura J. P. antes de bajar las escaleras.
Yo lo sigo de cerca.
—Ah, entiendo, te vas a caer cuando estés más cerca del suelo. Qué listo.
—No me voy a caer, idiota.
Cuando llegamos al suelo, Huxley abre la puerta trasera de su Tesla S.
—Subid —ordena.
Casi puedo escuchar a J. P. tragar saliva.
—¿Seguro que no quieres fingir una herida, aunque sea? —susurro.
—Creo que ya es demasiado tarde, tío —responde, antes de subir al coche. Yo lo sigo detrás.
Cuando estamos sentados, Huxley cierra de un portazo, haciendo que J. P. y yo demos un saltito. Huxley ocupa el asiento delantero y ni siquiera se molesta en mirarnos. En su lugar, agarra con fuerza el volante y suelta un suspiro largo y contenido.
Una señal de disgusto. Genial.
Tras unos segundos, se gira para mirarnos antes de hablar.
—¿Se ha puesto Taylor en contacto con vosotros?
—¿Te refieres a Taylor, nuestro abogado? —pregunta J. P.
—Sí, nuestro abogado.
Negamos con la cabeza.
—No, no sabemos nada de ella —respondo yo.
—¿Qué está pasando? —pregunta J. P., en tono más serio.
—Nos van a demandar por conducta inapropiada en el trabajo.
—¿Qué? —chillo—. ¿Quién?
Huxley se levanta las gafas de sol y me mira con los ojos entrecerrados.
—Tu antigua empleada.
—Eeeh… ¿perdona? —Parpadeo varias veces—. ¿Y por qué coño?
—Veamos: por un entorno de trabajo hostil y por despido improcedente.
—Espera. —Meneo la cabeza, intentando entender lo que está diciendo—. ¿Quién demonios ha sido?
—Gemma Shoemacher.
—¿Shoemacher? —pregunto, poniendo los ojos como platos y con completa incredulidad—. O sea, ¿la chica que se colaba en secreto en mi despacho, me reorganizaba las cosas, colgaba fotos de su familia, la decoraba en vacaciones y luego se marchó sin más? ¿La loca de los cojones que me arrinconaba en la sala de descanso y me preguntaba cuándo tenía próxima cita con mi dentista para poder ver cómo me hacían una limpieza? ¿La chica que me hizo un calendario de adviento para Navidad y dentro de cada cajita había un dibujo mío en miniatura? ¿Esa chica?
—¿Eran buenos los dibujos? —pregunta J. P.
—¿Y qué coño importa eso? —ataco yo a mi vez, perdiendo los nervios.
Él se encoge de hombros.
—Era pura curiosidad.
—A ver…, es bastante difícil pintar una superficie pequeña con acuarelas, así que igual…
—Basta ya de dibujos —interrumpe Huxley—. Esto es muy serio. No solo nos ha demandado, sino que además está echando abajo nuestra reputación en las redes sociales. Está divulgando mentiras sobre nuestra manera de hacer negocios y sobre cómo Breaker la obligó a trabajar en un entorno hostil y la reprendió delante de sus compañeros.
—Eso es una puñetera mentira —digo—. Yo nunca he sido hostil, ni siquiera cuando ella me hizo tropezar «por accidente» cuando sostenía mi café de la mañana. No he tenido más que amabilidad hacia esa mujer, y el motivo de que la dejara marchar es que nos enteramos de que era ella quien entraba en el despacho de todo el mundo y robaba sus listas de cosas pendientes por hacer. Tenía toda una colección de ellas archivadas en su escritorio.
—Bueno, pues le está dando la vuelta a la historia y atacando a nuestra empresa, y, por desgracia, está consiguiendo que le presten atención.
—¿Qué significa eso? —pregunto.
—Significa que, como está utilizando las plataformas adecuadas, está consiguiendo un montón de visualizaciones, y ahora incluso la atención de los medios. Todo esto ha pasado en las veinticuatro últimas horas.
—¿Cómo demonios ha ocurrido? —pregunta J. P.
Huxley menea la cabeza.
—No tengo ni puñetera idea, pero nos están inundando a llamadas al respecto. Lottie ha dicho que escuchó a unos empleados hablar de ello en la sala de descanso y que se callaron en cuanto ella entró. Estamos perdiendo credibilidad a cada segundo que pasa.
—Porque alguien está mintiendo —añado, con la voz teñida de ira.
—Sí, pero el público parece estar tragándose su historia. Por tanto, necesitamos tomar medidas mientras Taylor y su equipo recaban pruebas para una contrademanda. Tiene todas las de perder, no tiene pruebas, solo su palabra y la de su amiga, que ya no trabaja para nosotros. Pero nosotros tenemos las grabaciones de las cámaras de seguridad, tenemos las pruebas que tú mismo has reunido con el tiempo, Breaker, y tenemos todas sus publicaciones en redes sociales en captura de pantalla. Acabaremos con ella por difamación.
—Vale, bueno… ¿Entonces qué hacemos? —pregunto.
—Para empezar, debes dar un paso atrás.
—¿Qué? —rujo—. Ni de coña. No pienso renunciar solo porque alguien vaya divulgando mentiras sobre mí. Eso me haría parecer culpable, y no lo soy. No he tenido más que respeto y profesionalidad con esa mujer.
—No estoy hablando de renunciar —dice Huxley, apretando cada vez más la mandíbula—. Solo necesitamos que te tomes… unas vacaciones obligatorias. Para que parezca que estamos haciendo lo correcto mientras investigamos sus acusaciones, y eso significa que no puedes estar en la oficina.
—Pero eso es una estupidez…
—Tiene razón —interviene J. P.—. Si fuese con cualquier otro empleado, le pediríamos que se tomara un año sabático mientras investigamos las acusaciones. No deberíamos tratarte de manera distinta.
—Pero es que yo no he hecho una puta mierda —insisto.
—Lo sabemos —explica Huxley—. Pero solo porque sepamos que eres inocente no significa que todo el mundo se lo vaya a creer. Nos estamos enfrentando a un tema muy delicado, y tenemos que asegurarnos de que la investigación se realiza con las debidas diligencias. Si lo hacemos bien, si la realizamos correctamente, entonces sentaremos un precedente para aquellos futuros empleados que quieran hacer lo mismo.
—Me da pena decirlo —añade J. P.—, pero tiene razón, tío.
Miro a mis hermanos de uno en uno y dejo que su sentido común haga mella en mí.
—Joder —murmuro, apoyándome en el respaldo del asiento y pasándome la mano por el pelo.
—Es lo mejor, Breaker —afirma Huxley—. Y mientras no estés, nos repartiremos tus responsabilidades entre J. P. y yo.
—Eh, para ahí, yo no he accedido a eso —dice J. P., pero se calla enseguida cuando Huxley le lanza una mirada feroz.
—No será durante mucho tiempo. Puede que una semana o dos —contesta Huxley—. Entre tanto, si tenemos dudas, hablaremos en persona. No quiero dejar ningún rastro de papel.
—Entonces, ¿qué demonios se supone que voy a hacer durante las dos próximas semanas? —inquiero.
—Podrías ayudar a hacer punto a Lia —responde J. P.—. Sé que sabes hacer punto.
Miro a Huxley.
—Hacer punto te mantendrá ocupado —observa él.
—A la mierda… los dos —digo, antes de salir del coche e irme directo hacia el mío.
—He estado oliendo tu comida durante todo el trayecto del ascensor —dice la señora Gunderson mientras se queda lo más alejada de mí posible, con el paraguas metido bajo el brazo. Casi nunca llueve en Los Ángeles, pero ella lleva uno negro enorme todos los días, solo por si acaso…
—Gracias por avisar —contesto, en tanto que el aparato se detiene y suelta un pitido para avisar de que hemos llegado a nuestra planta.
—El sarcasmo es cosa del diablo —me ladra, antes de dirigirse hacia su puerta. Yo camino en dirección contraria y paso por delante de mi puerta hasta llegar a la del apartamento que hay a mi lado—. ¡El sexo antes del matrimonio también es cosa del diablo! —grita, antes de entrar en su casa.
—Odio a esa mujer —murmuro, antes de llamar tres veces a la puerta de Lia, darle unas patadas y después canturrear—: Walla-walla-bing-bang.
Lia abre deprisa y su cara familiar, llena de pecas, alivia la tensión que me recorre todo el cuerpo.
Recuerdo la primera vez que me tropecé con ella, en el pasillo de mi residencia de estudiantes. No se sentía segura de sí misma, pero sí hasta el punto de no poder evitar las cosas que soltaba por la boca. Su llamativa melena pelirroja y sus ojos de color verde musgo destacaban bajo la montura morada de sus gafas, pero fue su completa sinceridad lo que más me atrajo de ella, porque era algo distinto a todo lo que había conocido antes. Y ahora es imposible pasar un día entero sin hablar con ella.
—No has dicho «ching-chang» —dice con una sonrisita.
—«Ching-chang» no formaba parte de la frase.
Me señala con un dedo acusador.
—Lo sabía.
Riéndome, extiendo el brazo que no está sujetando la comida y la abrazo.
—Te he echado de menos.
—Yo también, Pepinillo —dice, utilizando el apodo que me puso una noche en que puse mal esa palabra en una partida de Scrabble—. ¿Por qué has tardado tanto? He empezado a destrozar el postre que he comprado.
—Mejor que no lo sepas. —Suelto un suspiro y entramos en su apartamento.
Recuerdo el momento en que encontró este sitio. Había estado buscando durante unos dos días, y después se tropezó con este edificio en Westwood. No tenía ni idea de si alquilaban algún apartamento, pero le gustaron las flores que había delante y la tienda de batidos que había enfrente de la calle. Y, mira tú por dónde, justo había dos apartamentos, uno al lado del otro. Me llamó de inmediato y me dijo que tenía que mudarme. Hemos vivido aquí durante los cinco últimos años.
Aunque mi apartamento tiene más ventanas y espacios abiertos, el de Lia tiene más carácter, con casi todas las paredes de ladrillo visto. Y por la manera en que están distribuidos los apartamentos, nuestros dormitorios están pegados el uno con el otro y nuestros balcones están enfrente, y dan al patio interior del vestíbulo.
—Sí quiero saber por qué has tardado tanto, ya que el Yahtzee con vasos de cristal no puede esperar demasiado y, si estás enfadado, acabaremos demasiado pronto la partida.
—¿Quién dice que esté enfadado? —pregunto, mientras dejo la comida sobre la encimera de su cocina blanca inmaculada. Yo tengo la misma, e intentamos competir para ver quién la mantiene más blanca. Es una estupidez, pero, joder, creo que me está ganando.
—Te conozco desde hace una década, Breaker. Estoy segura de que sé adivinar cuándo estás hirviendo de rabia. ¿Qué está pasando?
Tras ocupar uno de sus taburetes, apoyo los brazos sobre la encimera.
—No quiero echar a perder la noche. No te he visto desde hace más de una semana, y lo último que quiero hacer es hablar de trabajo. —O de la falta de él. Muchas gracias, Gemma Shoemacher.
—Sí, y como no te he visto en más de una semana, lo último que quiero es tomarme la cena y jugar una partida de Yahtzee frágil con un gruñón. Ahora, cuéntame qué ha pasado para que podamos pasar página y divertirnos. —Coloca dos platos sobre la encimera antes de continuar—. Llevo planeando esta noche unos cuantos días ya. No la eches a perder. —Me señala con un dedo amenazador, que yo aparto de un manotazo.
—Bueno, pero no nos regodeemos demasiado, ¿vale? —Me froto la nuca con la mano—. Ya he pensado bastante de camino hacia aquí, y ahora solo quiero olvidarlo.
—Vale, escúpelo ya. —Vacía el cartón de fideos y lo divide a partes iguales entre nuestros platos.
—¿Recuerdas esa chica que trabajaba para mí? ¿La que me hizo el calendario de adviento?
—¿Si la recuerdo? Todavía tengo todos los dibujos que hizo de ti en una caja, en mi habitación. El diecisiete de diciembre será siempre mi favorito. La manera en que acentuó tus fosas nasales es pura perfección.
Mis fosas nasales eran dos enormes botes salvavidas en mitad de mi cara, pero, claro, Lia pensó que era lo mejor que había visto nunca.
—Gemma es mi heroína. Una pena que se volviera tan loca y tuvieras que dejarla marchar —añade.
—Sí, bueno, pues ahora nos está demandando.
Lia se queda quieta, hace una mueca y luego menea la cara.
—Ay, Gemma, qué mal, muy mal. No te metas con los hermanos Cane y su empresa. —Me mira—. ¿Por qué quiere sacaros el dinero?
—Dice que por entorno laboral hostil, ataque verbal por mi parte…
Lia suelta un bufido sonoro.
—¿Ataque verbal… de tu parte? —Me señala con el tenedor que tiene en la mano—. Eso es de risa. No le harías daño a una mosca ni aunque quisieras, no digamos ya atacar a alguien verbalmente en el trabajo…
—Lo sé. Pero está en pie de guerra, alegando despido improcedente y qué sé yo más. Lo ha subido a las redes sociales y ahora ha conseguido captar la atención de la prensa, porque somos Cane Enterprises. Cualquier cosa vale con tal de acabar con nosotros.
—Sí, pero está portándose como una auténtica idiota, porque no puedes ir por ahí inventándote cosas en las redes sociales así como así; si te pillan, estás acabado. —Sirve un poco de salsa General Tso sobre nuestra comida—. ¿Entonces Huxley va a presentar una contrademanda?
—¿Cómo lo sabes?
—Por favor. —Lame la salsa dulce y picante de su tenedor—. Os conozco a tu familia y a ti el tiempo suficiente como para saber el esfuerzo, la dedicación y las horas que habéis dedicado a crear Cane Enterprises. Ni de coña va a dejar Huxley que una acosadora cualquiera, por muy cómica que sea, se salga con la suya difamando la marca y la empresa que los tres os habéis esforzado tanto en crear.
—Sí, están reuniendo todas las pruebas que necesitan para presentar sus alegatos. No creo que pidamos mucho dinero, porque no lo necesitamos, ni tampoco nos gusta ahogar en deudas a la gente, pero Huxley quiere sentar un precedente. Se quiere asegurar de que la gente sepa que no se puede jugar con nosotros.
—Eso es inteligente de su parte, porque esta chica ha abierto la puerta a futuros pleitos, y si lo finiquitáis bien, nadie querrá enfrentarse a vosotros.
—Sí, ese es el plan.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Vale, puede que tu ego haya salido ligeramente herido, pero ¿acaso te ha afectado eso antes? ¿Recuerdas aquella vez en la universidad, cuando te confundieron con el tercer mejor jugador del Scrabble en vez de con el segundo? Te lo tomaste como un campeón.
—Hoy estás muy graciosa, ¿eh?
—Solo estoy intentando alegrarte. —Saca dos Sprites de la nevera y los coloca delante de mí, para sentarse después a mi lado. Nuestros hombros se chocan mientras se pone cómoda. Coge el tenedor con la izquierda—. Te has sentado en el sitio equivocado —dice.
—Estaba despistado. Te aguantas.
—¿De verdad vas a estar así de gruñón toda la noche? Estaba esperando ansiosa una noche de «¿Nos vamos a rajar las manos o no?».
—Lo siento —resoplo, mareando el pollo en mi plato—. No he mencionado una cosa. Los chicos me han dicho que no puedo ir a trabajar. Tengo que cogerme tiempo libre hasta que lo solucionen todo.
—¿Entonces me estás diciendo que te han dado unas vacaciones, y todavía te quejas? ¿Por qué?
—Porque la gente va a pensar que me he metido en un problema o que he hecho algo mal, y no es así. He trabajado mucho para mantener una relación genuina con mis empleados, y si no estoy allí, ¿qué van a pensar de mí?
—Ya veo por qué te preocupa —dice—. Te sientes orgulloso de cómo tratas a las personas, y esto es un insulto a tu carácter.
—Exacto. Es una completa mierda —digo en tono cansado.
—Eh —me llama Lia, girándose hacia mí—, la gente que te conoce entenderá cuáles son las circunstancias. Saben que no eres un tirano que corre pasillo arriba y abajo como un lunático, gritando a la primera persona con la que te tropiezas. Y el resto de las personas, las que puedan creer a Gemma, bueno…, tampoco te gustaría tenerlas a tu lado.
—Sé que tienes razón —contesto en voz baja—. Es que soy incapaz de asumirlo.
Me da un abrazo, y yo apoyo mi cabeza contra la suya.
—Todo irá bien. Ante todo, Huxley es implacable, y no descansará hasta limpiar tu nombre de cualquier afrenta.
—Supongo que sí. —Me suelta, y yo suspiro con fuerza—. Siento todo esto. Estoy echando por tierra la noche.
—No pasa nada. ¿Y si ponemos el vaso de Yahtzee en pausa por el momento, por si acaso te dan episodios intermitentes de rabia? Hay que tener cuidado con las astillas. ¿Quieres jugar a las cartas en el balcón?
—A lo mejor podemos ver la tele. Quiero ver un documental nuevo que se llama The King of Kong.
—Ah, lo vi el otro día, cuando estaba buscando algo que ver con Brian —contesta Lia, hablándome de su novio—. Se lo sugerí, y me miró de reojo. Al final terminamos viendo un partido de algo.
—¿Un partido de algo? —Suelto una carcajada—. ¿Ni siquiera sabes de qué era?
—Había una pelota.
—Bueno, eso reduce las posibilidades.
Se ríe por lo bajo.
—Sea como sea, me encantaría verlo. ¿Lo ponemos ya? Trae la comida al sofá.
—Si no te importa.
Ella me levanta la barbilla.
—Cualquier cosa por mi Pepinillo —dice en tono empalagoso.
—Brian habría odiado este documental.
Eso es porque Brian es un imbécil.
Pero me guardo ese comentario para mí solo.
—Sí, no me ha parecido para nada algo que le hubiera gustado a Brian.
Lia se remueve y luego me da un golpecito en el estómago.
—¿Estarás bien? Sueles hablar bastante más cuando vemos documentales.
—Sí, solo estaba pensando. Pero todo irá bien.
—¿Sabes? Si necesitas hablar de ello, puedes contar conmigo.
—Lo sé. —Le cojo la mano—. Gracias, Lia.
Ella me la aprieta.
—De nada. Y ahora lárgate de aquí y vete a dormir. Tienes una pinta horrorosa.
Hago una mueca.
—Siempre estarás tú para decirme la verdad. —Le doy un abrazo y un beso en la coronilla—. Buenas noches, Lia.
—Buenas noches, Pepinillo.
La suelto y me voy a mi apartamento después de que ella cierre la puerta. Me quito la ropa, me echo agua en la cara y luego me lavo los dientes. Cuando estoy listo para acostarme, pongo a cargar el móvil, me meto bajo las sábanas —desnudo—, me coloco las manos detrás de la cabeza y me quedo mirando al techo.
Durante toda la noche, me sigo preguntando por qué me ha afectado tanto todo esto. Sé que Huxley se encargará de solucionarlo. Me ha estado enviando mensajes todo el rato sobre cómo nos vamos a encargar de que Gemma no vuelva a decir ni una palabra más sobre mí, pero aunque haya intentado tranquilizarme, sigo sintiéndome… raro.
Y creo que todo se reduce al ataque a mi carácter. Gemma ha atacado lo único de lo que me siento muy orgulloso: de ser un buen tipo. Mis hermanos y yo tenemos todos personalidades distintas.
Huxley es el gruñón, el dominante, el lanzado.
J. P. es el divertido, el tipo extrovertido, a veces instigador.
Y yo… Bueno, yo soy el sensato, el que siempre escucha, el buen tipo.
Así que, que calumnien mi buen nombre a base de puras mentiras me duele que te cagas. He trabajado mucho para ser una persona intachable.
Para que me respeten.
Para que confíen en mí.
Para ser alguien de fiar.
Y en gran medida lo he conseguido, pero esto… Esto me hace pensar que a lo mejor no es así.
Me froto la cara y escucho unos golpes suaves desde el otro lado de la pared.
Y así, sin más, sonrío.
Me acerco a la pared y golpeo dos veces con los nudillos.
Como un reloj, me responde con seis golpes.
Dos golpes para las dos letras de «te».
Seis, para las seis de «quiero».
Es algo que hemos estado haciendo desde que compartimos pared. Es un agradable recordatorio de que aunque esté enfadado, irritado o incluso triste, al menos siempre tendré a Lia, mi mejor amiga, la única persona capaz de hacerme sonreír con tanta facilidad. No sé qué haría sin ella.
Y ni siquiera quiero imaginármelo. Aunque las demás cosas de mi vida se tambaleen, siempre hay algo sólido y predecible: Lia.
Lia
—Buenos días —me saluda Brian por teléfono—. Solo quería recordarte que hoy vamos a comer con mi madre.
Levanto mi taza de café.
—Claro. No te preocupes: llegaré quince minutos antes para que no se queje de que solo he llegado cinco minutos antes.
—Pórtate bien —dice.
—Yo… Eeeh…
—Bueno, ¿le contaste a Breaker lo nuestro anoche?
Me quedo mirando el anillo de compromiso que hay sobre mi cómoda. No, no se lo conté. Brian no es muy fan de Breaker.
—Todavía no. Anoche no era un buen momento.
—Lia, ¿cómo es que no hay ningún buen momento para contarle a tu mejor amigo que te vas a casar?
—Ahora mismo tiene problemas serios en el trabajo. Son… circunstancias adversas. Se enteró anoche. No pensé que fuera adecuado soltarlo sin más.
—¿Qué está pasando?
—Cosas confidenciales —respondo, porque aunque Brian es mi prometido, Breaker es mi mejor amigo y se merece tener privacidad, sobre todo en lo que respecta a su empresa—. En fin, se lo diré pronto.
—Vale. —Se calla un momento antes de continuar—. No estarás evitando contárselo por algún motivo, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto, y me acerco a mi escritorio. Por suerte, puedo trabajar desde casa porque soy autónoma, lo que significa que yo elijo mi horario y mi espacio. No soy una persona muy sociable.
—A lo que me refiero es a que quiero estar seguro de que estás feliz por haberte comprometido. Ha pasado una semana, Lia, y todavía no le has dicho nada.
—Porque no ha estado en la ciudad. No se lo pienso contar por teléfono. Es algo que quiero hacer en persona.
—Vale… —contesta en voz baja, y me doy cuenta de que no está contento.
—Brian, se lo voy a contar. Lo que pasa es que quiero que sea una celebración, no algo que se dice de paso o cuando esté de mal humor o fuera de la ciudad. Quiero que se alegre por nosotros dos.
—¿Estás segura?
—¿Y por qué no iba a estarlo?
—No lo sé. Has estado muy rara desde que te pedí que te casaras conmigo.
—¿Rara en qué sentido? —pregunto, mientras tomo asiento y empiezo a dar vueltas en mi silla.
—Bueno, para empezar, solo nos hemos visto dos veces esta semana pasada, y, no sé, pensaba que, como estamos comprometidos, nos veríamos más. Y solo me has enviado mensajes esporádicos. Por eso te he llamado esta mañana, porque quería asegurarme de que aparecieras en la comida.
—Brian, claro que voy a aparecer.
—Es que no sé, Lia. Me parece que no quieres casarte conmigo.
—Para —contesto, cada vez más frustrada—. Esto es muy… nuevo, ¿vale? Lo estoy asumiendo día a día. —Hago una pausa para intentar encontrar las palabras que me han estado dando vueltas por la cabeza durante toda la semana—. Puede que ya no hable mucho de ellos, pero echo de menos a mis padres, Brian. Eran todo mi mundo. Deberían estar aquí conmigo para celebrarlo. Para planificarlo. Para estar contentos y felices con… por mí. Pero… ya no están aquí, y me resulta muy difícil. Así que si estoy rara, es porque me siento…, no sé…, triste.
—Ah. —Se queda en silencio otra vez—. Lo siento, Lia. No había pensado en eso. Solo creí que, como tienes tan buena relación con Breaker, a lo mejor estaba pasando algo entre los dos.
—Brian —gimoteo, apretándome los ojos con los dedos—. Te lo he repetido una y otra vez: no hay nada entre Breaker y yo. Por favor, por favor, no lo conviertas en un problema. No quiero estar repitiéndotelo una y otra vez. Deberías conocerme lo suficientemente bien como para saber que, cuando digo algo, lo digo en serio.
—Lo sé, lo siento. Joder, Lia… —Suelta un suspiro largo—. Es que ha sido una semana rara. Lo siento.
—No pasa nada. Pero escucha, debería encender mi ordenador y trabajar un poco antes de que llegue la hora de comer.
—Vale. Te quiero. Nos vemos después.
—Yo también te quiero —contesto, antes de colgar y dejar el móvil sobre el escritorio. Me quedo mirándolo un momento, con la cabeza dándome vueltas sin parar.
Brian tiene razón. He estado rara. Lo que pasa es que me pilló desprevenida.
No esperaba que me pidiera matrimonio. Ni siquiera habíamos hablado de ello. Fue bastante inesperado. Me llevó a un paseo en barco al atardecer, se puso de rodillas y me pidió que me casara con él. Yo contesté que sí. Fue una petición muy bonita.
El anillo es enorme.
Más grande de lo que nunca pudiera necesitar en la vida, y aunque es impresionante, no me siento cómoda llevándolo en el dedo. Nada de esto me parece correcto, y no sé si es porque lo estoy pasando mal por no tener a mis padres acompañándome en uno de los acontecimientos más importantes de mi vida, o si es que me cuesta, porque, aunque la petición fue mágica, no tenía mucho que ver conmigo, o porque me resulta difícil encontrar las palabras para decírselo a Breaker.
Desde el año pasado, Brian y él no se han llevado muy bien. Se han comportado con cordialidad y han intentado ser amables cuando estamos juntos, pero la amistad que solían tener ya no existe. Y es culpa de Brian, pero él no lo acepta, y me niego a meterme entre los dos. Lo intenté una vez y me explotó en la cara, porque a Brian le sentó mal que defendiera a Breaker.
Pero… es que Breaker no ha hecho nada malo.
Brian trabaja en inversiones. La verdad es que tiene algunos clientes bastante ricos. Una noche estábamos cenando todos juntos y Brian estaba buscando… información. Intentaba averiguar qué estaba pasando con algunas acciones que tenían Breaker y sus hermanos. Acciones valiosas en energías renovables. La forma en que Brian atajó el tema fue un poco… sucia, tratando de hacer uso del tráfico de influencias. Y cuando Breaker no cedió y no le dio la información que él quería, Brian se enfadó. A partir de ahí, todo estalló.
Le he dado muchas vueltas, pero Brian es un hombre orgulloso que proviene de una familia con dinero. Sus padres lo juzgan mucho. Si no asciende en el trabajo, sus padres lo menospreciarán. Creo que está intentando conseguir a sus clientes algunos buenos tratos para demostrarles a sus padres su valía.
No me puedo imaginar una vida en que tengas que estar demostrando todo el rato a tus padres cuánto vales, porque su amor sea, como mucho, condicional.
Sea como sea, no se llevan bien, y no sé qué va a decir Breaker cuando se lo cuente. No estoy segura de si se alegrará, se enfadará, si intentará disuadirme para que no lo haga… Ni idea. Y la razón es, principalmente, que no hemos hablado mucho de Brian. Simplemente… olvidamos que forma parte de mi vida cuando pasamos un rato juntos. Es mejor así.
Pero ahora… Ahora no sé qué demonios vamos a hacer.
Suena un mensaje en mi móvil, y agacho la mirada para leerlo.
Breaker: Te mando unos cronuts. Tengo una reunión con nuestro abogado esta mañana; si no, te acompañaría.
Sonrío antes de contestar.
Lia: ¿Cronuts por qué?
Breaker: Por haber echado a perder la noche de ayer. Intenté arreglarlo, pero me fue imposible. Lo siento, Lia.
Lia: No es necesario que te disculpes. ¿Para qué están los amigos? Sin embargo, ¿podemos dejarlo para otro momento?
Breaker: