Una chica mala - Stephanie Bond - E-Book

Una chica mala E-Book

Stephanie Bond

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Beschreibung

eLit 376 Por una vez, a Jane Kurtz le gustaría tener el valor suficiente para tratar de conseguir lo que deseaba. Y lo que más deseaba en aquel momento era a su vecino Perry Brewer, pero él estaba completamente fuera de su alcance... Hasta que le tocó la lotería y decidió cambiar su vida de una vez por todas. Así fue como se puso rumbo a Las Vegas dispuesta a ser una chica mala. El pobre y atractivo Perry no tenía nada que hacer… ¡Aquella mujer estaba volviéndole loco! Perry llevaba días intentando atraer su atención sin conseguirlo y ahora estaba sola en Las Vegas… Alguien tenía que cuidar de ella y él era un caballero. Pero en cuanto vio a Jane en su nuevo papel de chica mala, se dio cuenta de que no iba a poder conformarse con cuidarla…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2007 Stephanie Bond

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una chica mala, n.º 376- abril 2023

Título original: She Did a Bad, Bad Thing

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas porHarlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411418065

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

—Oye, perdona. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

Jane Kurtz apagó el aerógrafo que depositaba una capa perfecta de maquillaje sobre las espinillas de la famosa heredera Casey Campella, la invitada de ese día en Entre nosotras.

—Jane.

—Oh… sí —Casey arrugó la nariz—. Oye, no quiero salir naranja en la cámara. Tengo muchos amigos y familiares aquí en Atlanta y estarán viendo el programa.

Seguramente en busca de pistas sobre cómo hacer sus propias películas porno caseras al estilo de la que se podía ver en ese momento en internet de Casey y su novio actual. Jane se mordió la lengua para no decir que, si tanto le preocupaba salir naranja en cámara, ya era demasiado tarde.

—Le prometo que no saldrá naranja, señorita Campella. Pero me temo que tendrá que quedarse quieta para que pueda hacer el mejor trabajo posible.

Casey hizo una mueca y apartó la vista.

Jane volvió a encender el aerógrafo y siguió maquillando el rostro de la joven; admitió para así que lo que a Casey le faltaba de textura de piel lo compensaba en estructura ósea. Lo único más alto que sus pómulos eran sus tetas, que supuestamente tenían un club de fans propio y una página web.

Cuando terminó con la base de maquillaje, Jane apagó el aerógrafo y procedió a realzar los ojos azules de Casey con pestañas falsas, sombra de ojos y lápiz.

Después le tocó el turno a las mejillas, que sólo necesitaban un poco de brillo, y pasó por fin al mayor reto de todos… crear la ilusión de una boca bien definida y en forma de puchero partiendo de unos labios finos como lápices y aplicándoles un tono rojo que consiguiera hacer que los dientes manchados de nicotina resultaran lo más blancos posible.

Y todo eso mientras Casey hablaba por teléfono con su novio, quien, a juzgar por lo subido de tono de la conversación, parecía tan inmaduro como su chica, y probablemente se masturbaba al otro extremo de la línea.

—Anoche soñé contigo, cariño… no, yo primero… no, yo primero… vale, empieza tú… oh, tesoro, eso me pone tanto que no puedo soportarlo… ja… te deseo muchísimo en este momento…

Jane reprimió una punzada de envidia. ¿Cómo sería tener a un hombre tan loco por ti que te llamaba para decirte picardías?

—Cinco minutos —les dijo un productor asociado desde la puerta.

Casey dio a entender con un señal de la cabeza que lo había oído.

—Tengo que dejarte, cariño. No olvides grabar el programa… lo veremos juntos.

Su sonrisa ronca dejaba claro lo que pensaban hacer mientras los dos veían cómo ella hablaba de su vida sexual en el programa más caliente de la televisión.

Jane asumió que pronto habría otra película porno casera en internet.

Casey cerró el teléfono y se inclinó hacia el espejo para examinar su maquillaje desde todos los ángulos. Frunció la frente.

—¿Hay algún problema? —preguntó Jane.

—No. De hecho, estoy… fantástica.

Jane sonrió y asintió con la cabeza.

—Me alegro de que le guste.

—Gracias… ¿cómo has dicho que te llamabas?

—Jane.

—Es verdad.

Casey se levantó y se quitó la capa de papel que protegía el minivestido rojo que le había elegido Jane del vestuario y que mostraba un equilibrio perfecto entre estiloso e insinuante. La chica hizo un par de giros delante del espejo, se guiñó un ojo a sí misma y miró a Jane de arriba abajo.

—Me pregunto por qué, si puedes hacer que otras personas estén tan bien, no haces algo por ti misma.

Jane dejó de sonreír en cuanto la otra se alejó con las botas negras de tacón de aguja Donald Pliner que ella había pasado dos días buscando. Unos segundos después, sonaba la música y el público estallaba en aplausos y vítores.

Eve Best, la presentadora, les contó que el programa de ese día iba dedicado a mujeres que quisieran añadir algo de picante a su matrimonio. Cualquiera que la oyera pensaría que enseñar a hacer una cinta porno casera era prácticamente un servicio público para las amas de casa.

Jane movió la cabeza y soltó una risita con los ojos fijos en la pantalla que tenía encima. Con la presentadora del programa y la invitada ya maquilladas, su trabajo prácticamente había terminado, aunque oficialmente se quedaba hasta que acababa el programa por si surgía alguna urgencia.

Limpió con cuidado todos sus accesorios y los recipientes que usaba para lavar, exfoliar, hidratar o depilar, así como los artilugios de colocar maquillaje y pestañas falsas. Mientras movía automáticamente las manos en un trabajo que había hecho todos los días en los tres últimos años, pensó en el último comentario de Casey Campbell.

Se miró al espejo y reconoció de mala gana que la invitada de ese día no había hecho más que pronunciar en voz alta lo que probablemente pensaban todos los demás.

¿Cómo era posible que una maquilladora con tanto talento resultara tan poco atractiva?

En su mayor parte, Jane evitaba los espejos. Cuando se lavaba los dientes, por ejemplo, no se paraba a analizar sus rasgos… los ojos azul pálido, las cejas del montón, la nariz común, la boca poco llamativa, el tono de piel anodino, todo ello enmarcado por una melena castaña clara muy normalita.

En conjunto, un rostro fácil de olvidar.

No había sido bendecida con la belleza natural de sus dos amigas de la infancia, Eve Best y Liza Skinner. A lo largo de los años, Jane se había ido acostumbrando a eso y no hacía nada por cambiarlo. Prefería los vaqueros a los vestidos y podría decirse que pasaba desapercibida.

Pero de niña había disfrutado jugando con sus amigas a disfrazarse y a pintarlas para hacerlas todavía más guapas. Cuando llegaron al instituto y empezó a maquillarlas todas las mañanas en el baño de chicas, descubrió que tenía habilidad para camuflar defectos y realzar virtudes… en las caras de los demás. Las pocas veces que había experimentado en su propio rostro había sido un fracaso… el resultado era como si se esforzara demasiado por estar guapa… como si intentara competir con sus amigas.

Poner guapas a otras personas se había convertido en una especie de segunda naturaleza para ella… y en algunos casos, su falta de atractivo ayudaba a relajarse a la gente en la que trabajaba. Muchas famosas se sentían tan inseguras con sus defectos, que lo último que querían era estar a merced de una maquilladora más guapa que ellas.

Se recordó que precisamente ser corriente era lo que la definía. Había tomado las cartas mediocres que le habían tocado en el juego de la vida y conseguido con ellas un trabajo envidiable… un trabajo que algunos podían incluso considerar glamuroso, aunque cuando Eve le había ofrecido aquel puesto, había sido un riesgo. Al principio, Liza y ella habían hecho todo lo posible por ayudar a que se emitiera el programa, aunque fueran cosas que no entraban en su trabajo. Pero con los años los empleados habían crecido de tal modo que ahora había más de cuarenta entré técnicos, personal administrativo y de producción y ejecutivos de la cadena. Ahora Jane podía concentrarse en ser la estilista y maquilladora del programa. Era un reto que le permitía codearse con los ricos y famosos. La compensaba por la vida social que no tenía.

Cuando la sonrisa de ánimo que se dedicó a sí misma en el espejo no le resultó convincente, se limitó a apartar la vista.

Mientras esterilizaba los cepillos y aplicadores, miraba la pantalla del televisor, complacida por que tanto Eve como su invitada estuvieran guapas desde todos los ángulos y se vieran radiantes a pesar del brillo de los focos.

—Bueno, Casey —dijo Eve, con la misma solemnidad que si estuviera entrevistando a un candidato político—. ¿Qué deben saber nuestras espectadoras sobre cómo hacer un vídeo íntimo en casa?

Era el tipo de tema que en los tres últimos años había incrementado sin cesar la audiencia del programa. Entre nosotras era ya un programa consolidado. Un artículo en una revista nacional lo había puesto en el radar de las cadenas importantes. El nivel de energía en el plató había aumentado, y con él la presión por cumplir. Todo el mundo parecía nervioso últimamente.

A Jane se le cayó una bandeja de muestras de maquillaje.

Ella también.

Se acuclilló para limpiar el desastre y se riñó interiormente por su torpeza. Se dijo que la incertidumbre del futuro del programa era lo que la tenía tan… nerviosa. No tenía nada que ver con el hecho de que pareciera destinada a permanecer por debajo del radar de la vida. La gente ni siquiera recordaba su nombre.

Observó a Eve poner en práctica su magia con la invitada y el público y se preguntó si h seguiría pendiente del programa dondequiera que estuviese. La exuberante y voluble Liza Skinner había sido la primera productora del programa y era responsable de algunos de sus segmentos más exitosos. Pero un año atrás, Liza se había enfadado por un desacuerdo sobre un segmento del programa que había salido mal y se había marchado. Desde entonces, no tenían noticias de ella. Jane la echaba de menos y sabía que Eve también. Y en el fondo las dos esperaban que volviera a aparecer una mañana en su despacho y siguiera donde lo había dejado como si no hubiera pasado nada.

Jane pensaba en ella siempre que ponían dinero para la lotería, pues se trataba de una tradición que habían creado Liza, Eve y ella y cada una elegía dos de los seis números. Desde la marcha de Liza, tres empleados más se habían unido al grupo y contribuían con lo que esperaban resultara ser una combinación ganadora, pero Eve y ella habían seguido manteniendo uno de los números de Liza en señal de amistad. Solían bromear con que era como dejar una luz encendida en la ventana. Y entretanto, Jane confiaba en que su amiga estuviera sana y salva.

Cuando terminó de guardar sus herramientas en los lugares adecuados, el programa había acabado y la directora felicitaba a todos en el plató.

Jane bajó el volumen de la pantalla e hizo inventario de las sombras de ojos, maquillaje y pintalabios. Anotó los artículos que parecían escasear y llamó para hacer los pedidos. Después, revisó rápidamente las hileras de ropa y tomó algunas notas sobre los accesorios de primavera que quería añadir. En su bandeja del correo abrió y examinó docenas de catálogos y muestras de productos que le habían enviado. Los más prometedores los guardaba en su bolso grande de tela para estudiarlos mejor en casa.

Cuando salió al pasillo, sonrió a Eve, que se dirigía hacia ella.

—Buen programa.

Su amiga sonrió.

—Gracias. Estaba un poco nerviosa por lo que pudiera hacer Casey, pero ha estado bien. Y su maquillaje y su traje estaban perfectos, gracias a ti. Parecía muy creíble.

—Me alegro.

—Pero mañana te espera una buena. Bette Valentine y su ceja única vendrán a hablar de cómo liberar a nuestra niña salvaje interior.

Jane hizo una mueca.

—Va a ser difícil mejorarla mucho.

—Se te ocurrirá algo —Eve le guiñó un ojo—. ¿Tienes una cita caliente esta noche?

—Sí, con mi mando a distancia.

Esa noche se emitía el último capítulo de su serie favorita, Secretos sucios de Daylily Drive. Y estaba impaciente por saber quién había asesinado a la chica alocada del barrio.

Eve la miró con el ceño fruncido.

—¿Cuándo vas a empezar a salir de nuevo? Hace meses que acabaste con James.

Janes se encogió de hombros. James la había dejado a ella y, aunque reconocía que no era precisamente el amor de su vida, su comentario de despedida todavía le dolía.

—¡Caray, Jane, es que eres tan aburrida! —le había dicho. Y ella todavía se sonrojaba al recordarlo.

—No tengo tiempo para citas —repuso—. Quizá debería hablar con mi jefa sobre recortar mi horario.

—De acuerdo. En cuanto salgamos en la televisión nacional —Eve la tomó del brazo y caminó con ella hacia la salida—. Así por fin tendremos una vida las dos —se puso seria—. No sabes nada de Liza, ¿verdad?

—No, ¿por qué?

—Por nada. Hoy he pensado en ella.

—Yo también —confesó Jane—. ¿Dónde estará?

Eve movió la cabeza.

—Conociéndola, puede estar en la luna. Bien, hasta mañana.

Jane observó alejarse a su amiga. Sabía que a Eve le quedaban todavía horas de trabajo antes de que pudiera marcharse de la cadena.

Eve Best se merecía tener éxito, pues trabajaba el doble que ninguna otra persona del programa. Desde que eran jóvenes, Jane había tenido la impresión de que sus dos amigas estaban destinadas a grandes cosas.

Se mordió el labio inferior. Quizá su desánimo era sencillamente una fase pasajera. Pero con Liza lejos, no podía evitar la sensación de que la gran oportunidad que todos esperaban sólo serviría para separarlas más todavía.

2

 

 

 

 

 

Jane salió de la cadena esforzándose por apartar de su mente la triste premonición y subió a su viejo pero fiable Civic. Caía el atardecer en aquel día fresco de primavera y el cansancio le pesaba en los hombros mientras se dirigía a su piso. En días normales, el recorrido era soportable, un milagro teniendo en cuenta el tráfico de Atlanta. Pero ese día tuvo que soportar un pequeño accidente delante de ella y un atasco por obras en la calle Peachtree. En el último minuto decidió desviarse para comprar comida china en lugar de cocinar y, cuando llegó al aparcamiento de su edificio, era ya de noche.

Al doblar la esquina donde estaba su plaza, reprimió una maldición, pues un pequeño deportivo rojo ocupaba su puesto, al lado del enorme SUV negro que pertenecía a su nuevo vecino. Todavía no lo conocía, pero le había oído moverse el día anterior y confiaba en que esa noche hiciera menos ruido. En realidad, parecía que ya tenía invitados y violaba las normas del edificio. Aparcó con rabia en el pequeño espacio destinado a los invitados y entró en el edificio.

Cuanto antes instruyera al vecino en las reglas de la casa, mejor para todos.

Paró en la puerta al lado de la suya y tuvo que hacer malabares con el bolso grande, el montón de catálogos que llevaba en el brazo y la bolsa de comida china para poder llamar al timbre. Detrás de la puerta oyó música. Volvió a llamar al timbre y, después de unos minutos, se abrió la puerta.

Las palabras airadas que tenía en la punta de la lengua desaparecieron.

El hombre que tenía delante medía bastante más de un metro ochenta. Su pelo y sus ojos eran oscuros y la mandíbula lucía barba de un par de días. Su piel tenía un tono dorado y, como sólo llevaba unos vaqueros desteñidos, la lucía bastante. Tenía los hombros anchos y musculosos y el pecho cubierto por un vello negro que desaparecía en la cinturilla del pantalón. Por el magnetismo que irradiaba su cuerpo como si fuera una colonia natural, parecía un hombre hecho para el sexo.

En una palabra, era devastador.

Le pareció que él también la estudiaba ella, pero por el modo en que se llevó la botella de cerveza a la boca, dio la impresión de encontrarla menos digna de atención.

—¿Qué desea? —preguntó.

—Soy la vecina de al lado. Jane.

Él asintió y le lanzó una sonrisa potente.

—Soy Perry. Encantado de conocerla

—Igualmente —ella miró la carga que llevaba en los brazos y optó por no tenderle la mano—. ¿El SUV negro es suyo?

—Sí.

—A su lado hay un coche rojo en mi aparcamiento. Supongo que usted sabrá de quién es.

—Kayla —gritó él por encima del hombro, antes de dar un trago la cerveza.

Apareció una morena increíblemente delgada y con curvas al estilo de una muñeca Barbie, ataviada con un suéter que dejaba el ombligo al descubierto. Por alguna razón ridícula, Jane se llevó una decepción por el mal gusto de su vecino. ¿Pero qué podía esperarse de los hombres?

—¿Qué, cariño? —preguntó la chica.

—¿Has aparcado en la zona de invitados como te dije?

Ella hizo un puchero.

—Las rayas están muy juntas y no quería que le dieran a mi coche, así que he aparcado al lado del tuyo.

Él miró a Jane y se encogió de hombros con aire de disculpa.

—Lo siento,… ¿cómo ha dicho que se llamaba?

—Jane —contestó ella entre dientes.

Él la apuntó con el dedo a modo de pistola e hizo un chasquido con la boca.

—No volverá a ocurrir.

Jane abrió la boca para preguntar si su invitada podía mover el coche, pero la puerta se cerró en su cara. Jane se apartó con irritación. En el edificio había cuarenta pisos y unos pocos imbéciles podrían bastar para causarles problemas a todos. Y puesto que compartía con Perry un tabique y una terraza dividida, a ella le tocaría la peor parte.

Abrió la puerta de su piso con un suspiro. Una vez dentro, dejó su carga en el escritorio y llevó la bolsa de comida china a la sala de estar, encendiendo luces por el camino.

Ver su piso siempre conseguía calmarla; lo había decorado adrede en un estilo minimalista, en tonos tranquilizadores marrón y azul cielo para convertir el espacio en su refugio personal. Las paredes eran blancas y los muebles de líneas rectas. No había abarrotamientos que la distrajeran, ningún desorden que creara más trabajo cuando ella tenía que relajarse.

Suspiró y sintió que el estrés del día empezaba a desaparecer. Se puso un chándal cómodo y se recogió el pelo atrás en una colecta. Un vistazo al reloj la empujó a correr a la cocina a por una botella de agua y una bandeja. La serie iba a empezar. Un placer culpable invadió su pecho. ¿Acabarían juntos Victoria y el policía Nate? ¿O detendría él a Victoria por asesinar a su vecina?

Se instaló en el sofá, se quitó los zapatos y clavó los dedos en la gruesa alfombra. Encendió la televisión y tomó la bolsa de comida china. Y de pronto, una música fuerte invadió su espacio.

Frunció el ceño en dirección al tabique de separación. El dueño anterior había sido silencioso y viajaba a menudo. Confiaba en que su nuevo vecino se diera cuenta pronto de que los tabiques de ese edificio eran bastante delgados.

Intentó controlar su irritación y subió el volumen de la televisión para contrarrestar el sonido de la música. Sacó un recipiente de pollo con gambas y otro de arroz de la bolsa de la comida.

Desenvolvió los palillos y tenía un trozo de pollo a mitad de camino de la boca cuando el sonido de una voz de mujer atravesó el tabique.

—Ahhh, ahhh…, sí, cariño, eso es… sí.

Jane volvió la cabeza hacia el tabique. No era posible que…

Incrédula, bajó el volumen de la televisión y pudo oír otra serie de exclamaciones.

—Oh, oh, oh… sí. Hazlo. Más fuerte. Más deprisa. ¡Ieeeee! ¡Oh, qué bien! ¡Oh, qué bien! ¡Oh, qué bien! Dime algo guarro. Oh, sí… eso es malvado. Eres un chico malo.

Jane abrió mucho los ojos. ¿Un chico malo?

Un ruido rítmico golpeaba la pared y al principio ella pensó que uno de los dos daba en el tabique con la pierna… hasta que se dio cuenta, por los crujidos que acompañaban al ruido, de que era el cabecero de la cama que se apoyaba en el tabique común.

—¡Oh, por el amor de Dios! —murmuró.

Se sentía un poco sucia, como un voyeur, pero curiosamente incapaz de dejar de escuchar. Los gritos de la mujer escalaban y una voz baja de hombre se unía ahora al golpeteo del cabecero.

—¡Ahora! —gritó ella—. Ya llego. Ya llego. ¡Yaaaaaaa!

A juzgar por su clamor sincronizado, parecía que habían llegado juntos. Jane estaba sentada inmóvil, incapaz de creer lo que acaba de ocurrir, pero muy consciente de una pesadez en los pechos y un cosquilleo de deseo en el vientre.

La vergüenza inundó su pecho y aumentó el volumen de la televisión sobre la música que seguía llegando a través de la pared. Intentó concentrarse en el capítulo de la serie, pero su mente seguía volviendo al hecho de que acababa de oír a su nuevo vecino haciendo el amor.

Y aquello era más información de la que necesitaba de su vecino. Sobre todo porque podía visualizar su cuerpo largo y musculoso desnudo y sudoroso, entre sábanas revueltas… y se preguntó qué cosas malvadas había dicho a la mujer para que ella gritara como si se debatiera entre la vida y la muerte.