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Era la señora perfecta para su mansión… Cuando Joanna Logan conoce al atractivo jardinero March Aubrey, éste hace que su corazón se altere. Pero luego se sorprende al descubrir que March no sólo se encarga de los jardines de Arnborough Hall, sino que posee toda la finca. Aquello lo cambia todo. Jamás podrá considerar convertirse en lady Arnborough, con toda la presión que implica el título. Debe apagar las llamas de la pasión. Pero aquel lord desea que sea mucho más que la señora de su mansión…
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Seitenzahl: 210
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Catherine George
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una novia perfecta, n.º 2012 - julio 2022
Título original: The Mistress of His Manor
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-118-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
EL SOL de la tarde resultaba tan cegador tras la penumbra de la caseta de injertos que tuvo que ponerse las gafas de sol mientras pasaba frente a los cobertizos y a los invernaderos para bordear un atasco virtual de carritos cargados de artículos. Excelente. El negocio iba bien. Incluso mejor, pues uno de los carros era manejado por una mujer muy atractiva. Suspiró al ver que dos hombres se acercaban a ella, uno de ellos de la mano de una niña pequeña. Maldita sea. De modo que no estaba soltera. Y era años más joven que su marido. Qué afortunado. Cuando se acercó, la chica le dirigió una sonrisa que le hizo frenar en seco.
–¿Podría darme indicaciones, por favor? Necesitamos pensamientos que florezcan en invierno.
–Por supuesto. La llevaré allí –contestó él. Allí, o a cualquier lugar que ella deseara.
–Gracias –la mujer se agachó y le dio un beso en la mejilla a la niña–. Vete con papá y el abuelo, cariño.
–Quiero ir contigo –contestó la niña.
–Cielo, hace mucho calor y hará más calor aún donde viven los pensamientos, así que pídele a papá que te compre un helado.
Aquellas palabras mágicas hicieron que la niña saliera corriendo hacia su padre con una sonrisa.
–Me reuniré con vosotros en la entrada principal –dijo la madre, y se volvió hacia su guía–. Bien. Perdón por hacerle esperar.
–No hay problema –le aseguró él, e inició un rodeo descarado. Su marido podría prescindir de ella durante un minuto o dos, le dijo a su conciencia. Cuando finalmente llegaron a la muestra de pensamientos, agarró un carro vacío y le hizo una visita guiada a su clienta.
–Qué bonitos. Tiene aquí las plantas más bonitas.
–¿Viene a menudo? –maldición. ¿No podía habérsele ocurrido algo mejor que eso?
–No. Es mi primera visita. Mi madre me confió la elección de los pensamientos. Quiere todas las tonalidades de rosa que haya, además de amarillos y blancos.
–¿Violetas no? –preguntó él, sorprendido.
–Al parecer no. Gracias por su ayuda –añadió ella–, pero debe de estar ocupado. Puedo arreglármelas sola.
–Puedo permitirme unos minutos –u horas–. Usted elige; yo las cargo en el carro.
La observó disimuladamente mientras ella hacía su elección, seguro de que la había visto en alguna otra parte antes. Pero no lograba recordar dónde ni cuándo.
–Ya está –dijo ella con satisfacción mientras él colocaba la última bandeja en el carro–. Hora de parar, antes de que me arruine.
–Nuestros precios son muy razonables –le aseguró él–. Competitivos al menos.
–Estoy segura. Pero ya nos hemos vuelto locos hoy antes de empezar con los pensamientos. Y ahora debo regresar con la tribu. Muchas gracias por su ayuda.
–Un placer –dijo él, y llamó a un empleado que pasaba cerca de ellos–. Muéstrale a la señorita dónde pagar y llévala de vuelta a la entrada principal, por favor.
–Has tardado mucho –le dijo su padre, Jack Logan, cuando Jo se reunió con ellos–. La señorita estaba empezando a impacientarse.
–Lo siento. Los pensamientos estaban lejos –contestó ella con una sonrisa–. Aunque es curioso, porque el camino de vuelta ha sido realmente corto.
–¿Has ido por el camino del jardín? –preguntó Jack.
–Literalmente –contestó ella–. Lo cual es halagador. Mi guía parecía muy apetitoso bajo toda esa tierra.
–Estoy cansada –se quejó una vocecita.
Su padre le acarició el pelo a la niña, que tenía la cabeza apoyada en su hombro.
–De acuerdo, Kitty, bonita, vámonos a casa con mamá. Ya hemos cargado el resto de plantas en el coche, Jo. ¿Vas a quedarte a echarle un vistazo a la casa?
–Tras haber insistido tanto en venir a hacerlo, creo que debo. Dejaré mi coche aquí e iré andando a ver cómo vive la otra mitad.
–Yo podría quedarme contigo –se ofreció su abuelo, pero ella negó con la cabeza y le dio un beso en la mejilla.
–Pareces cansado. Vete a casa con Jack y con Kitty, y dile a Kate que he hecho todo lo que he podido con la selección de pensamientos. La llamaré más tarde para ver cómo está.
–Sólo espero que haya pasado la tarde en la cama, como prometió –dijo Jack con el ceño fruncido.
–Si te hubieras quedado allí con ella, puede que lo hubiera hecho –dijo Jo–. El abuelo y yo podríamos haber traído a Kitty a comprar las plantas.
–La idea era que Kate descansara.
–Entonces acuesta a Kitty y luego prepara una cena para dos.
–Ése era mi plan, señorita mandona. ¿Vas a cenar con nosotros?
–No. Tras la visita me iré directa a casa y me acostaré temprano –Jo se estiró para darle un beso a la niña, luego se despidió de sus hombres y comenzó a andar por un camino que serpenteaba entre los parques hasta llegar a la entrada de Arnborough Hall.
–Me temo que llega tarde para la última visita del día –dijo una empleada cuando Jo entró en el hall–. Pero, si quiere echar un vistazo usted sola, hágalo, por favor. En la guía aparece el camino.
–Gracias. Haré lo posible por no entrar donde no debo –Jo contempló con placer el techo alto y las armaduras situadas en las paredes de piedra–. Es un lugar impresionante, y aun así los muebles hacen que parezca una agradable sala de recepciones.
–Eso es exactamente lo que es –contestó la mujer con una sonrisa–. En ocasiones especiales, la familia la utiliza para eso. Por favor, tómese su tiempo. Aún quedan cuarenta minutos antes de cerrar, y hay empleados por todas partes para responder a sus preguntas.
–Gracias –Jo estaba encantada de poder explorar sola. Guía en mano, comenzó en la biblioteca admirando la riqueza de libros y un par de globos terráqueos y celestes. Jo se detuvo y frunció el ceño. Estaba segura de haber visto una habitación así antes. Tuvo la misma sensación en uno de los pequeños salones. Para cuando llegó al salón de baile, estaba convencida de haber visitado Arnborough Hall en otra vida, y disfrutó con aquella pequeña fantasía, imaginándose a sí misma bailando el vals bajo la luz de las lámparas de araña.
Dado que no tenía tiempo de seguir la ruta normal de los visitantes, tomó un atajo hacia una larga galería repleta de valiosos cuadros, que incluían, según la guía, un retrato de Constable. Los retratos familiares databan del periodo Tudor, y Jo estudió cada uno con detenimiento. Se detuvo frente a los retratos victorianos. El parecido entre los hombres de la familia en el siglo XIX no sólo era marcado, sino que había algo familiar en ellos. Había visto los rasgos distintivos del lord Arnborough victoriano y de sus hijos en alguna parte. ¿Tal vez en esa otra vida? Daba miedo. Suspiró y miró el reloj. Se había acabado el tiempo.
–Espero no haberla hecho esperar –se disculpó ante la empleada que esperaba para cerrar el hall–. Debería haber empezado antes. He tenido que dejarme una parte sin ver.
–Entonces vuelva de nuevo –le dijo la mujer–. Tenemos muchas cosas que ofrecer hasta Navidad, tanto aquí como en nuestro centro de jardinería.
–Gracias. Lo haré. Adiós.
Mientras Jo abandonaba la casa, el corazón le dio un vuelco al divisar en la distancia una figura alta. Su atractivo jardinero parecía diferente ahora, con vaqueros y una camiseta blanca que se ajustaba a sus hombros anchos y a su cintura estrecha.
–Hola de nuevo –dijo él–. ¿Ha estado visitando la casa?
Jo asintió con una sonrisa.
–Los demás se han ido directos a casa desde el centro de jardinería. Yo he venido por mis propios medios para poder visitar la casa después.
–¿Y su marido ya habrá acostado a la niña para cuando llegue a casa?
–De hecho ése era mi padre, que parece demasiado joven para el papel, así que lo llamo Jack. Y Kitty es mi hermana pequeña. Si quiere la imagen completa, el atractivo caballero mayor de la familia era mi abuelo –para su deleite, observó cómo el jardinero se sonrojaba ligeramente.
–Le pido perdón –dijo él, y la desarmó con una sonrisa–. Por otra parte, enterarme de que no tiene marido es una buena noticia. ¿O acaso hay alguien esperando en alguna parte?
–No. Estoy soltera.
–Excelente. ¡Yo también! Celebremos nuestra bendita soltería con una copa antes de que se marche a casa.
–Desde luego, ustedes los jardineros no se andan por las ramas –dijo ella.
–La vida es demasiado corta para eso. ¿Entonces quiere venir? El Arnborough Arms está al final del camino. Soy March, por cierto –dijo él ofreciéndole la mano.
–Yo soy Joanna, y me muero de sed, así que la respuesta es sí.
–Muy bien, Joanna. Si atravesamos los jardines en este punto, podemos tomar un atajo.
–Obviamente tú conoces bien el lugar.
–Desde siempre. ¿Te espera tu familia para cenar?
–No. Les preparé la comida antes de venir, mientras Jack cuidaba a mi madre, conocida por mí como Kate, por cierto. Estaba volviéndola loca preguntándole cada cinco minutos cómo se encontraba.
–¿Está enferma?
–Embarazada –contestó Jo–. Dios sabe cómo se las arreglará mi padre esta vez. Ya lo pasó mal cuando nació Kitty… –de pronto se detuvo–. ¡Lo siento! Demasiada información.
–En absoluto. Tu padre y tú tenéis mi compasión.
–Gracias –contestó ella con una sonrisa–. Por cierto, espero que el pub tenga un aseo en condiciones. Me siento un poco sucia. Y obviamente tú has pasado por casa para darte un baño desde la última vez que te vi.
–Lo necesitaba –contestó él–. Había estado esclavizado durante horas en el cobertizo de los injertos –la agarró de la cintura para guiarla por los escalones situados al final del camino–. Aquí estamos, a un par de metros de la puerta trasera del pub. Espera un momento; hablaré con el dueño.
Jo observó mientras su nuevo amigo llamaba a la puerta, la abría y entraba dentro.
–¿Aún no está abierto? –preguntó ella cuando March salió de nuevo para recogerla.
–Está abierto todo el día. Sólo le he preguntado a Dan si podíamos ocupar la sala trasera para charlar tranquilamente. De lo contrario te pisotearía la gente que está jugando a los dardos y esas cosas.
El pub era bonito, con vigas negras y paredes blancas enyesadas. También estaba vacío. Jo arqueó las cejas mientras su acompañante la guiaba hasta una pequeña sala detrás de la barra.
–¿Pisotear?
–Más tarde estará lleno –contestó él firmemente–. ¿Qué te apetece, Joanna?
–Zumo de pomelo con limonada y mucho hielo, por favor.
Las bebidas los aguardaban sobre una mesa junto a la ventana cuando salió del aseo.
–He estado trabajando todo el día, y no voy a conducir, así que puedo permitirme una cerveza –dijo él mientras levantaba el vaso–. A tu salud, Joanna.
–¿Vives cerca?
–A poco tiempo andando, sí. ¿Y tú?
–A una hora de coche –dijo antes de dar un trago a su zumo–. Lo necesitaba. Gracias.
–¿Qué te ha parecido la mansión?
–Es un lugar maravilloso. El dueño no estará soltero, por casualidad –bromeó–. De ser así, me casaré con él y me mudaré mañana mismo.
–¿Tanto te ha gustado? –preguntó él riéndose.
–Es la atmósfera. Aunque es antigua, parecía un hogar.
–Probablemente porque la misma familia ha vivido ahí desde el siglo XV.
–¿De verdad? Es increíble.
–Gracias a que la sucesión fue cambiando de rama en rama en el árbol familiar, ya que el novio adoptó el apellido de la novia para que pudiera seguir siendo así. ¿Has visto los retratos de la galería?
–No todos. Me quedé sin tiempo a mitad de la época victoriana.
–Oh, qué mala suerte –dijo él–. Dime, Joanna, ¿a qué te dedicas?
–Seguro que te ríes.
–¿Por qué?
–Porque otros hombres se ríen.
March se incorporó en el asiento.
–Yo no soy como los otros hombres –le aseguró con seriedad–. ¿Te dedicas al entretenimiento de algún tipo?
–No es tan excitante. Poco después de acabar mis estudios, la ayudante de mi padre lo dejó para convertirse en madre a tiempo completo. Me sugirió que ocupara su puesto hasta que decidiera qué quería hacer con mi vida. Me gustó el trabajo desde el principio, y aún me gusta. Así que ahí estoy. Trabajando para mi padre.
–¿Y a qué se dedica?
–Es constructor –lo cual era cierto. Hasta un punto.
–Y obviamente os lleváis bien.
–Profesionalmente formamos un buen equipo –sonrió amargamente–. Pero a Jack le preocupa mi vida privada. A veces se pone patriarcal y muy pesado, e insiste en que viva en casa con ellos.
–¿Por qué? –preguntó March–. ¿Eres adicta a las fiestas salvajes?
–¡Ya me gustaría! –exclamó ella–. No, de hecho no me gustaría. Ya hice esas cosas siendo estudiante. Ahora llevo una vida muy normal en mi pequeña casita junto al parque del pueblo.
–Entonces tu padre debe de pagarte bien –acto seguido levantó una mano–. Lo siento. Qué grosero. Olvida que he dicho eso.
–De hecho, la casa fue un legado. ¿Dónde vives tú? –preguntó ella.
–En una especie de piso.
–¿Trabajas todos los domingos?
–Cuando me necesitan, sí. Pero a partir de ahora no mucho. Luego, en diciembre, vuelve el ajetreo –se levantó para recoger su vaso–. ¿Lo mismo?
–Sí, pero esta vez pago yo.
–Te traeré la cuenta –pero, cuando regresó con las copas, le entregó una carta–. ¿Te apetece cenar antes de irte a casa? ¿O tenías algo planeado para esta noche?
–No, nada –contestó ella–. Gracias. Me encantaría. ¿Qué hay?
–Sobre todo ensaladas los domingos por la noche. Te recomiendo la de jamón. Trish, la mujer del dueño, lo asa ella misma.
–Entonces ensalada de jamón, por favor. Pero sólo si pagamos a medias –añadió con firmeza.
Aguardó a que March se hubiera ido a hacer el pedido y entonces llamó a Kate.
–Dos Trish especiales marchando –le dijo March cuando ella guardó el teléfono.
–Acabo de hablar con mi madre, que ya se encuentra mejor, lo que significa que puedo disfrutar de la cena –dijo Joanna–. Estaba tan preocupada por ella durante la comida que, por una vez, apenas he probado bocado.
–¿Eres buena cocinera?
–Sí.
–Nada de falsa modestia, entonces.
–Ni una pizca –contestó ella con una sonrisa–. Me gusta cocinar. Se me da bien. ¿Y tú?
–No me muero de hambre, pero no es mi pasatiempo favorito.
–Obviamente eso es la jardinería.
–No. Simplemente sigo las órdenes del tirano que supervisa los jardines de la mansión.
–¿Es mayor y cascarrabias?
–No. Es joven y muy cualificado, así como el cerebro detrás del centro de jardinería.
–¿Así que, cuando él dice salta, tú saltas?
–Más o menos. He aprendido mucho de él. Sobre todo en cuestión de rosas.
–Me han dicho que las de aquí son únicas.
–Y no sólo las de los jardines de la mansión. Hoy hemos vendido muchos rosales en el centro, listos para florecer el año que viene. Tienes que volver en verano, cuando las rosas están en su mayor esplendor. Aunque Ed las intercala con todo tipo de cosas para darle colorido y forma a los jardines. Es un artista con los colores. ¿Has visto los diseños?
–No me ha dado tiempo.
–Vuelve mañana, y me tomaré una hora libre para hacerte un recorrido.
–¿Es un truco para enseñarme tus diseños?
–No. Aunque tengo un diseño o dos que podría enseñarte alguna vez. Pero sólo cuando te conozca mucho mejor.
Jo se rió y contempló con anticipación los platos que el dueño colocó sobre la mesa.
–¡Tiene muy buen aspecto!
–Disfrutad de la comida –dijo el hombre, e intercambió una mirada con March–. El lugar se está llenando, así que hazme un gesto si necesitas algo.
Las ensaladas iban acompañadas de una fuente de pan rústico que parecía tan apetitoso que Joanna sintió rugir a su estómago.
–¡Oh, perdón!
–No te preocupes. Ataca. Yo me muero de hambre.
–Esto está delicioso –dijo Jo tras saborear el jamón–. ¿Comes mucho aquí?
–No tanto como me gustaría. Pero a veces me permito una cena de domingo como ésta.
–Debe de ser agradable que te pongan la comida delante después de haber estado trabajando.
Él asintió.
–¿Cocinas para ti todas las noches? ¿O tienes una sucesión de pretendientes esperanzados dispuestos a invitarte a cenar?
–Me temo que no –dijo ella–. Tengo amigos con los que salir a comer de vez en cuando, pero la mayoría de las noches preparo algo rápido en mi casa, o cedo a la persuasión y ceno con Kate y con Jack. A veces también con mi abuelo.
–¿Él vive con tus padres?
–No. No quiere moverse de su casa. Y, a pesar de la insistencia constante de mi padre, yo no quiero moverme de la mía tampoco.
–¿Le gustaría que estuvieras en casa bajo su vigilancia?
–Por fortuna Kate se niega a apoyar a Jack en esto. Ella aprecia que yo necesite un lugar propio.
–¡Y mientras tu padre alberga pensamientos oscuros sobre lo que haces en tu pequeña casa!
–Nada digno de aparecer en los periódicos –le aseguró ella–. Me gusta invitar a mis amigos y amigas sin que nadie esté vigilando. ¿A ti te gustaría que te observaran todo el tiempo?
–No –contestó él, y miró su plato vacío–. ¿Te ha gustado?
–Desde luego. Estaba deliciosa. Me apetece un café, por favor, y luego me iré a casa. Mañana es lunes y Jack les exige puntualidad a sus empleados, sean parientes o no.
Para sorpresa de Jo, March recogió los platos él mismo y los llevó a la barra, donde pidió los cafés. Al volver a sentarse frente a ella, se recostó en la silla y la miró a la cara.
–He disfrutado tremendamente de la cena, Joanna. Volvamos a hacerlo en otro lugar. Pronto.
–¿Cuándo?
–Supongo que mañana es demasiado precipitado. ¿Qué te parece el martes por la noche?
–¿Tan pronto?
–Tras mi encuentro contigo y con los pensamientos envidié al hombre que di por hecho era tu marido –dijo él–. Así que, cuando nuestros caminos han vuelto a cruzarse, he aprovechado la oportunidad al descubrir que estabas soltera. Como haría cualquier hombre en su sano juicio. Entonces, Joanna, te veré el martes.
–Bueno… sí, de acuerdo –dijo ella.
–Excelente. Dame tu número de teléfono y dime cómo llegar a tu casa. Te recogeré a las siete –levantó la cabeza–. Dan me está haciendo gestos. Iré por el café. Como puedes oír, ahí fuera hay mucha gente.
–¿Nadie más utiliza esta sala? –preguntó cuando March regresó con los cafés.
–No mucho los domingos.
–De acuerdo –contestó ella antes de dar un trago a su café–. ¿Cuánto ha sido la cuenta?
–A ti te toca pagar el martes.
–¡En ese caso no esperes estrellas Michelín!
–La comida es irrelevante –contestó él–. Es la compañía lo que importa.
–Lo pensaré –dijo ella, suspiró y miró el reloj–. Realmente debo irme.
–Te acompañaré al coche.
–Me temo que está aparcado en el centro de jardinería.
–Mejor. Así daremos un paseo más largo.
–¡Aunque no más largo que la excursión que hicimos para ir a buscar los pensamientos!
–Juro que no tengo por costumbre secuestrar a mujeres casadas. Me convencí a mí mismo de que unos cuantos minutos en tu compañía no contaban como adulterio.
–El adulterio tiene que ser consensuado –contestó ella con una sonrisa.
–Ni idea. Ése es un pecado que nunca he cometido.
–¡Háblame de los otros pecados!
–El martes –prometió él.
Joanna envió sus felicitaciones a la cocinera cuando se despidió del dueño. Una vez fuera, se estremeció ligeramente y March la ayudó a ponerse el jersey. Luego le dio la mano mientras caminaban por el camino que llevaba al centro de jardinería.
–Por si acaso tropiezas –dijo él.
–Ahora que hemos dejado atrás el pub, esto está muy tranquilo –comentó ella.
–Demasiado tranquilo a veces. En ocasiones necesito las luces de la ciudad.
–¿Vives solo?
–Sí, Joanna. Como te he dicho, estoy soltero.
–Podrías vivir con tu madre –sugirió ella.
–Murió hace unos años; y mi padre hace poco.
–Lo siento –Joanna le apretó la mano, llena de compasión por alguien que perdía a sus padres–. Gracias por la cena, March. He disfrutado mucho de la velada.
–Yo también. Una pena que tengas que irte a casa tan pronto –se inclinó y la besó en la mejilla–. Te recogeré a las siete el martes.
Por el espejo del coche, Jo pudo ver a March de pie bajo la farola, observándola mientras se alejaba. Condujo hasta casa pensativa. Era inútil fingir que no había estado encantada con todo lo sucedido durante la velada, incluyendo la sugerencia de March de repetirlo pronto. Había sido tan fácil hablar con él que Jo se había mostrado más abierta que de costumbre. En cualquier caso, tenía la sensación de que tras esa fachada encantadora yacía una personalidad muy fuerte. Sentía que había más en él de lo que se veía a primera vista. Como un apellido, pensó de pronto. O tal vez March fuese su apellido. Se le había olvidado preguntárselo.
CUANDO entró con el coche en Park Crescent más tarde, Jo sintió el torrente de placer habitual mientras aparcaba frente a su casa. Era sencilla como el dibujo de un niño, con paredes blancas que brillaban bajo las farolas y una luz que se filtraba a través del cristal situado sobre la puerta azul, debido a la insistencia de su padre en tener luces de seguridad. Hasta que había sido lo suficientemente mayor para vivir sola allí, la casa había estado alquilada, pero nada más terminar el contrato, Tom Logan había comenzado a redecorar toda la casa para su adorada nieta.
Cuando sonó el teléfono nada más entrar, Jo se sintió sorprendida, y encantada, al descubrir que se trataba de March.
–Bien –dijo él–. Estás en casa.
–Acabo de llegar. Gracias de nuevo por la cena.
–Poca cosa a cambio de tu compañía, Joanna. Ahora que sé que estás sana y salva, te dejaré acostarte. Hasta el martes entonces. Buenas noches.
–Buenas noches… espera –pero ya había colgado. Así que seguía siendo simplemente March.
Jo pensó mucho en su atractivo jardinero mientras se preparaba para irse a la cama. Obviamente tenía educación, buena conversación y un aire de elegancia propios de los viejos estudiantes de Eton que había conocido en la universidad. Era evidente que March había sido educado, si no en Eton, en algún lugar similar. Pero era igual de evidente que no estaba atravesando su mejor momento. Jo frunció el ceño y deseó haber insistido en pagar a medias la cena. Quizá ella trabajara para su padre, pero, como todos sus empleados, cobraba un buen sueldo. Así que, para evitar herir su orgullo masculino, el martes invitaría a March a cenar a casa.
Dar de comer a visitas masculinas hambrientas no era algo extraño. Leo y Josh Carey, los gemelos que eran sus amigos más cercanos y antiguos, eran doctores en prácticas y trabajaban tantas horas en el hospital local que estaban encantados de derrumbarse frente a la mesa de la cocina de Jo durante sus horas libres y devorar, juntos o por separado, cualquier cosa que ella les pusiera delante.
–¿Tuviste una buena noche? –le preguntó su padre cuando Jo llegó a Logan Development a la mañana siguiente.
–Muy agradable. ¿Qué tal está Kate hoy?
–Cansada. El bebé no le deja descansar mucho por las noches.
–Tú tampoco descansas, a juzgar por tu aspecto –dijo ella con preocupación–. ¿Te apetece un café?
–¿Qué haría sin ti?
–¿Hacerte tú mismo el café?
Su padre se carcajeó.
–Bueno, háblame de ese jardinero.
–Es encantador. Me gusta.