Una pasión en el olvido - Una noche, un secreto… - Amante por dinero - Jennie Lucas - E-Book

Una pasión en el olvido - Una noche, un secreto… - Amante por dinero E-Book

Jennie Lucas

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Beschreibung

Ómnibus Bianca 444 Una pasión en el olvido Jennie Lucas El magnate griego no estaba dispuesto a renunciar a su hijo... La bella Eve Craig cayó bajo el influjo del poderoso Talos Xenakis en un tórrido encuentro en Atenas. Tres meses después de que perdiera con él su inocencia, perdió también la memoria... Eve consiguió despertar el deseo y la ira de Talos a partes iguales. Eve lo había traicionado. ¿Qué mejor modo de castigar a la mujer que estuvo a punto de arruinarlo que casarse con ella para destruirla? Entonces, Talos descubrió que Eve estaba esperando un hijo suyo... Una noche, un secreto… Miranda Lee Ella tenía un secreto que le iba a cambiar la vida. Nicolas Dupre creía haber dejado el pasado atrás. Desde que se fue de Australia, había ganado millones como productor teatral en Nueva York y Londres. De repente, le pidieron que volviera a Rocky Creek, y todo lo que había intentado olvidar volvió a su vida… Incluida Serina, a la que no había vuelto a ver desde la última noche que habían pasado juntos, una noche de pasión salvaje. Nicolas nunca se había olvidado de ella ni de su engaño. Ahora tenía la oportunidad de acostarse por última vez con ella y cerrar el asunto… Amante por dinero Trish Morey Por un millón de dólares… ¡una amante a su merced! Sin casa y sin dinero, Cleo Taylor buscaba un puesto de trabajo digno. Estaba dispuesta a aceptar cualquier tipo de empleo… El magnate de los negocios Andreas Xenides buscaba a una mujer hermosa para un trabajo muy especial en la isla de Santorini. Términos del contrato: amante durante un mes. Salario: un millón de dólares. No se precisaba experiencia…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 444 - febrero 2023

© 2009 Jennie Lucas Una pasión en el olvido Título original: Bought: The Greek’s Baby

© 2010 Miranda Lee Una noche, un secreto… Título original: A Night, A Secret... A Child

© 2009 Trish Morey Amante por dinero Título original: His Mistress for a Million Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1141-416-6

Índice

Créditos

Índice

Una pasión en el olvido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Una noche, un secreto...

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Epílogo

Nota de la autora

Amante por dinero

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Promoción

Capítulo 1

ALOS Xenakis había escuchado muchas mentiras a lo largo de su vida, en particular sobre su hermosa y cruel ex amante, pero aquélla se llevaba la palma.

–No puede ser verdad –dijo escandalizado mientras observaba al médico–. Está mintiendo.

–Señor Xenakis, le aseguro que es cierto –replicó con voz grave el doctor Bartlett–. Ella tiene amnesia. No se acuerda de usted, ni de mí ni siquiera del accidente que tuvo ayer. Sin embargo, no tiene ninguna lesión física.

–¡Porque está mintiendo!

–Llevaba puesto el cinturón de seguridad cuando se golpeó la cabeza con el airbag –prosiguió el doctor Bartlett–. No hay conmoción cerebral.

Talos observaba al doctor Bartlett con el ceño fruncido. El médico tenía una gran reputación en su profesión, en la que se le consideraba un hombre muy cualificado y con una integridad sin tacha. Era rico, dado que llevaba toda la vida atendiendo a pacientes aristocráticos y de grandes fortunas, lo que significaba que no podía comprársele. Hombre de familia, llevaba casado cincuenta años con su esposa, tenía tres hijos y ocho nietos, lo que significaba que no podía ser víctima de la seducción. Por lo tanto, debía de estar plenamente convencido de que Eve Craig tenía amnesia.

Talos frunció los labios. Dada su astucia, habría esperado más de ella. Once semanas atrás, después de apuñalarlo por la espalda, Eve Craig había desaparecido de Atenas como por arte de magia. Sus hombres habían estado buscando por todo el mundo sin éxito alguno hasta hacía dos días, cuando, de repente, Eve había reaparecido en Londres para el entierro de su padrastro.

Talos había abandonado las negociaciones de un contrato millonario en Sidney para ordenarles a sus hombres que no le perdieran el rastro hasta que él llegara a Londres en su avión privado. Kefalas y Leonidas le habían ido pisándole los talones el día anterior por la tarde, cuando ella había abandonado una clínica privada en Harley Street. Habían visto cómo se cubría el sedoso y largo cabello oscuro bajo un fular de seda, cómo se ponía unas enormes gafas de sol y unos guantes blancos para conducir y se marchaba en un Aston Martin descapotable de color plateado... para terminar chocándose contra un buzón de correos que había en la acera.

–Fue tan raro, jefe –le había explicado Kefalas cuando Talos llegó aquella misma mañana procedente de Sidney–. En el entierro parecía bien, pero al marcharse de la consulta del médico comenzó a conducir como si fuera bebida. Ni siquiera nos reconoció cuando la ayudamos a entrar de nuevo en la clínica después del accidente.

El doctor Bartlett parecía igualmente desconcertado.

–La he tenido en observación, pero no he podido descubrir ningún daño físico en ella.

–Porque no tiene amnesia, doctor –le dijo Talos, apretando los dientes–. ¡Le está tomando el pelo!

El doctor se puso tenso.

–No creo que la señorita Craig esté mintiendo, señor Xenakis. La conozco desde que tenía catorce años, cuando vino aquí por primera vez de los Estados Unidos con su madre. Todas las pruebas han dado negativas. El único síntoma parece ser la amnesia. Esto me lleva a pensar que el accidente ha sido simplemente un catalizador y que el trauma ha sido simplemente emocional.

–¿Quiere decir que se lo causó ella misma?

–Yo no diría eso exactamente, pero este tema queda fuera de mi campo. Por eso, le he recomendado a un colega, el doctor Green.

–Un psiquiatra.

–Sí.

–En ese caso, si no le ocurre nada físicamente, se puede marchar del hospital.

El médico dudó.

–Físicamente se encuentra bien, pero como no tiene memoria, tal vez sería mejor que un familiar...

–No tiene familia –le interrumpió Talos–. Su padrastro era su único pariente y murió hace tres días.

–Sí, me enteré del fallecimiento del señor Craig y sentí mucho su muerte, pero esperaba que Eve pudiera tener tíos o incluso algún primo en Boston...

–No es así –dijo Talos, aunque en realidad no tenía ni idea. Sólo sabía que nada le iba a impedir llevarse a Eve con él–. Yo soy su...

¿Qué? ¿Un antiguo amante decidido a vengarse de ella?

–…novio –terminó–. Me ocuparé de ella.

–Eso fue lo que me dijeron sus hombres ayer cuando me explicaron que venía usted de camino –comentó el doctor Bartlett mirándolo como si no le gustara del todo lo que veía–, pero, por cómo habla usted, no parece que crea siquiera que ella necesita cuidados especiales.

–Si usted dice que ella tiene amnesia, no me queda más remedio que creerlo.

–La ha llamado mentirosa.

Talos sonrió.

–Las verdades a medias son parte de su encanto.

–Entonces, ¿tienen ustedes una relación estrecha? ¿Piensa casarse con ella?

Talos sabía cuál era la respuesta que el médico estaba buscando, la única que podía dejar a Eve en su poder. Por lo tanto, dijo la verdad.

–Ella lo es todo para mí. Todo.

El doctor Bartlett examinó cuidadosamente la expresión del rostro de Talos y asintió.

–Muy bien, señor Xenakis. Le daré el alta y la dejaré a su cuidado. Cuídela bien. Llévela a casa.

¿A Mithridos? Talos moriría antes de que ella pudiera contaminar su hogar de aquella manera, pero a Atenas... Sí. Podría encerrarla allí y le haría lamentar profundamente el hecho de haberlo traicionado.

–¿Podré llevármela hoy mismo, doctor?

–Sí. Haga que se sienta amada –le advirtió–. Que se sienta segura y querida.

–Segura y querida –repitió él, casi sin poder evitar que se le reflejara un gesto de burla en el rostro.

El doctor Bartlett frunció el ceño.

–Estoy seguro de que podrá comprender, señor Xenakis, lo que las últimas veinticuatro horas han significado para Eve. No tiene nada a lo que aferrarse. Carece de recuerdos de familiares o amigos para apoyarse. No tiene sentimiento alguno de pertenencia ni recuerdos de su hogar. Ni siquiera sabía su nombre hasta que yo se lo dije.

–No se preocupe. Cuidaré bien de ella.

Entonces, cuando Talos había comenzado a darse la vuelta, el doctor le hizo detenerse.

–Hay algo más que debería saber.

–¿El qué?

–En circunstancias normales, jamás revelaría esta clase de información, pero éste es un caso único. Creo que la necesidad de que la paciente reciba cuidados adecuados excede su derecho a la intimidad.

–¿De qué se trata? –preguntó Talos con impaciencia.

–Eve está embarazada.

Al escuchar esa palabra, Talos se puso tenso. Sintió que el corazón se le paraba literalmente en el pecho.

–¿Embarazada? ¿De cuánto? –preguntó a duras penas.

–Cuando realicé la ecografía ayer, estimé la fecha de concepción a mediados de junio.

Junio. Talos se había pasado casi todo ese mes al lado de Eve. Había estado pendiente de su trabajo lo mínimo posible dado que sólo quería estar en la cama con ella. Había pensado que podía confiar en ella. El deseo se había apoderado por completo de su mente y de su pensamiento.

–Me siento culpable –continuó el médico con voz entristecida–. Si hubiera sabido lo disgustada que se iba a poner con la noticia de su embarazo, jamás la habría dejado marcharse en coche del hospital, pero no se preocupe –añadió rápidamente–, el bebé se encuentra bien.

Su bebé.

Talos miró al doctor casi sin poder respirar. El médico, de repente, soltó una sonora y alegre carcajada y le dio una palmada en la espalda.

–Enhorabuena, señor Xenakis. Va usted a ser padre.

A su alrededor, Eve comenzó a oír un suave murmullo de voces. Sintió que alguien, tal vez la enfermera, le pasaba un trapo fresco por la frente. Olía el suave aroma de la lluvia y del algodón de las sábanas que la cubrían, pero mantuvo los ojos cerrados.

No quería despertarse. No quería abandonar la oscura paz del sueño, la calidez que le proporcionaban sueños que apenas recordaba y que aún la acunaban entre sus brazos. No quería regresar al vacío de una existencia de la que no tenía recuerdo alguno. No había identidad. Nada a lo que aferrarse. Aquel vacío era mucho peor que cualquier dolor.

Tres horas atrás, el médico le había dicho que estaba embarazada. No podía recordar el hecho de haber concebido aquel hijo. Ni siquiera recordaba el rostro del padre de su hijo, aunque lo conocería aquel mismo día. Él llegaría en cualquier instante.

Se cubrió la cabeza con la almohada y apretó los ojos con fuerza. Se sentía atenazada por los nervios y el temor de encontrarse con él por primera vez, con el padre de su hijo.

¿Qué clase de hombre sería?

Oyó que la puerta se cerraba y se abría. Contuvo el aliento. Entonces, alguien se sentó sobre la cama a su lado, haciendo que se inclinara hacia él sobre el colchón. Unos fuertes brazos la rodearon de repente. Sintió la calidez del cuerpo de un hombre y aspiró el masculino aroma de su colonia.

–Eve, estoy aquí –susurró una voz profunda y baja, con un exótico acento que no era capaz de identificar–. He venido a buscarte...

Una profunda excitación la recorrió de la cabeza a los pies. Respiró profundamente y apartó la almohada. Él estaba tan cerca de ella, que lo primero que vio fueron sus pómulos marcados. La oscura barba que había empezado a nacerle en la fuerte mandíbula. El color aceitunado de su piel. Entonces, cuando él se apartó de su lado, vio su rostro entero.

Era, sencillamente, arrebatador.

¿Cómo era posible que un hombre fuera a la vez tan masculino y tan hermoso? Su cabello negro le rozaba suavemente la piel. Tenía el rostro de un ángel. De un guerrero. La recta nariz se le había roto, al menos, en una ocasión, a juzgar por la pequeña imperfección de su perfil. Tenía una boca de labios carnosos y sensuales, con un gesto que revelaba una cierta arrogancia y, tal vez... crueldad.

Los ojos que la contemplaban eran tan oscuros como la noche. Bajo aquellas oscuras profundidades, le pareció ver durante un instante el fuego del odio, como si deseara que ella estuviera muerta.

Entonces, Eve parpadeó y, de repente, vio que él le sonreía con un tierno gesto de preocupación. Debía de haberse imaginado ese sentimiento tan desagradable. No era de extrañar, teniendo en cuenta lo desconcertada que se encontraba desde el accidente, un accidente que ni siquiera era capaz de recordar.

–Eve –susurró él mientras le acariciaba suavemente la mejilla–, pensé que no te iba a encontrar nunca.

El roce de sus dedos le prendía fuego a la piel. Se sentía ardiendo desde el rostro hasta los senos. Los pezones se le irguieron al tiempo que el vientre se le tensaba de un modo extraño. Respiró profundamente y examinó su rostro. Casi no podía creer lo que veían sus ojos.

¿Aquel... aquel hombre era su amante? No se parecía nada a lo que ella hubiera esperado.

Cuando el doctor Bartlett le dijo que su novio estaba de camino de Australia, se había imaginado un hombre de aspecto amable, cariñoso y con sentido del humor. Un hombre sencillo, con el que pudiera compartir sus problemas mientras fregaban los platos juntos al final de un largo día. Se había imaginado una pareja. Un igual.

Nunca se habría imaginado un dios griego como el que tenía ante sus ojos, de hermosura cruel, masculino y tan poderoso que, sin duda, podría partirle el corazón en dos con tan sólo una mirada.

–¿Es que no te alegras de verme?–le preguntó él en voz baja.

Ella le miró el rostro y contuvo el aliento. No tenía ningún recuerdo de aquel hombre, ni de la dureza de sus rasgos ni de aquellos labios tan sensuales. No tenía recuerdo alguno de las intimidades propias de los amantes. ¡Nada!

Él la ayudó a levantarse. Eve se lamió los labios nerviosamente.

–Tú eres... Tú debes de ser... Talos Xenakis... –susurró, esperando que él lo negara. Esperando que su novio de verdad, el del aspecto tierno y amable, entrara en aquel momento por la puerta.

–Veo que me reconoces...

–No. Dos de tus empleados... y el médico... me dijeron tu nombre. Me dijeron que venías de camino.

Él la miró, escrutándole el rostro.

–El doctor Bartlett me dijo que tenías amnesia. No me lo creí, pero es cierto, ¿verdad? No te acuerdas de mí.

–Lo siento –dijo ella, frotándose la frente–. No hago más que intentarlo, pero lo primero que recuerdo es a tu empleado, Kefalas, sacándome de mi coche. ¡Menos mal que iban en su coche detrás de mí!

–Sí, fue una suerte –dijo él–. Te van a dar el alta hoy mismo.

–¿Hoy?

–Ahora mismo.

–Pero... ¡pero si sigo sin recordar nada! Esperaba que cuando te viera...

–¿Esperabas que el hecho de verme te devolviera la memoria?

Eve asintió. No había razón para sentirse desilusionada o hacer que él se sintiera peor aún de lo que ya debía sentirse. Sin embargo, no pudo evitar el nudo que se le hizo en la garganta. Efectivamente, había contado con el hecho de que, cuando viera el rostro del hombre al que amaba, el hombre que la amaba a ella, su amnesia terminaría.

A menos que no se amaran. A menos que se hubiera quedado embarazada de un hombre que era poco más que una aventura de una noche.

–Estoy segura de que debes de sentirte tan herido… –dijo ella, tratando de apartar el repentino temor que se apoderó de ella–. Me imagino cómo te debes de sentir al amar a alguien que ni siquiera se acuerda de ti.

«¿Me amas?», pensó desesperadamente, tratando de leer su rostro. «¿Te amo yo a ti?».

–Shh, no importa –susurró él. Bajó la cabeza y la besó tiernamente en la frente. La calidez de su cercanía resultaba tan agradable como el sol de verano en un día de otoño–. No te preocupes, Eve. Con el tiempo, lo recordarás todo...

Al mirarlo de nuevo al rostro, Eve se dio cuenta de que la primera impresión que había tenido de él había sido completamente errónea. No era un hombre cruel. Era amable. ¿Cómo si no se podía explicar el hecho de que se mostrara tan paciente y tan cariñoso con ella a pesar del dolor que debía de estar experimentando?

Respiró profundamente. Sería tan valiente como él lo era. Apartó las sábanas.

–Me vestiré para que podamos marcharnos.

–Espera un momento. Hay algo de lo que debemos hablar.

Eve supo inmediatamente a qué se refería. Se sentía tan vulnerable tan sólo con el camisón del hospital que volvió a cubrirse con las sábanas.

–Te lo ha dicho, ¿verdad?

–Sí.

–¿Estás contento con la noticia? –preguntó, con voz temblorosa.

Eve contuvo el aliento al ver cómo él la miraba. Cuando por fin habló, tenía la voz cargada con una emoción que ella no supo reconocer.

–Me sorprendió.

–Entonces, ¿el bebé no fue algo que planeáramos?

Él se retorció las manos y la miró.

–Nunca antes te había visto así –musitó, acariciándole el rostro con una ardiente mirada–. Sin maquillaje, sin arreglar...

–Estoy segura de que tengo un aspecto terrible...

Sin embargo, él la estrechó entre sus brazos y la miró, haciéndola temblar de nuevo.

–¿Estás contento por lo del bebé?

–Voy a cuidarte muy bien.

¿Por qué no respondía?

–No tienes por qué preocuparte. No soy una inválida. Espero que la amnesia desaparezca dentro de un par de días. El doctor Bartlett me ha hablado de un especialista...

–No necesitas otro médico –afirmó él–. Sólo tienes que venir a casa conmigo.

La estrechó con fuerza contra su pecho. Eve se sintió tan segura, tan amada, que, por primera vez desde el accidente, creyó que había encontrado su lugar en el mundo. Al lado de él.

Talos le besó suavemente el cabello. Ella sintió la caricia de su aliento y se echó a temblar.

¿La amaba?

Le acarició suavemente la mandíbula. Notó la barba que había visto anteriormente. Su ropa estaba impecablemente planchada, lo que sugería que se había cambiado de ropa sin molestarse en afeitarse. Había acudido corriendo desde Australia. Se había pasado toda la noche en un avión.

¿Significaba eso amor?

–¿Por qué no viniste para asistir al funeral de mi padrastro?

–Estaba ocupado en Sidney adquiriendo una nueva empresa. Créeme. Nunca habría querido estar lejos de ti tanto tiempo.

Eve sentía que había algo que él no le había dicho. ¿O acaso era consecuencia de su propia confusión? No podía estar segura.

–Pero, ¿por qué...?

–Eres tan hermosa, Eve. Temí que jamás volvería a verte...

–¿Te refieres a lo del accidente? ¿Estabas preocupado por mí? ¿Porque nos amamos?

Él apretó la mandíbula.

–Eras virgen cuando te seduje, Eve. Nunca antes habías estado con un hombre antes de que yo te llevara a mi cama hace tres meses.

Eve se sintió aliviada. Descubrir que estaba embarazada había sido un shock. Se había preguntado por qué no estaba casada. Pero si Talos había sido su único amante, si era virgen a la edad de veinticinco años, eso decía algo sobre su personalidad.

A pesar de todo, seguía sin estar segura de si había amor entre ellos. Sentía que había algo que él no le decía. Algo oculto bajo sus palabras. Sin embargo, antes de que pudiera comprender lo que su intuición le estaba diciendo, Talos le agarró las manos y tiró de ella.

–Prepárate para marcharte –dijo él. Volvió a besarla en la sien y le acarició los brazos desnudos–. Quiero llevarte a casa.

Al sentir aquella caricia, la respiración se le aceleró. Una oleada de sensaciones le recorrió todo el cuerpo, despertando de nuevo su sensualidad. Trató de recordar qué era lo que le preocupaba, pero le resultó imposible.

–Está bien –susurró ella.

Con un gesto muy galante, él la ayudó a levantarse de la cama. Entonces, Eve pudo comprobar que era mucho más alto que ella, mucho más poderoso. Además de alto, era musculoso. Al mirarlo, a Eve se le olvidó todo a excepción de su propio anhelo, el deseo y la fascinación que sentía por el misterioso ángel que estaba a su lado.

–Siento haber tardado tanto en llegar a tu lado, Eve, pero ya estoy aquí –dijo. Le besó la cabeza suavemente, estrechándola de nuevo con fuerza entre sus brazos–. Te aseguro que nunca te voy a dejar escapar.

Capítulo 2

ALOS observó con ojos entornados a Eve mientras la acompañaba al Rolls-Royce negro que los estaba esperando frente a la puerta del hospital. No estaba fingiendo la amnesia. A pesar de su incredulidad inicial, Talos ya no tenía dudas. Eve no tenía ni idea de quién era él o de lo que ella había hecho. Y estaba embarazada de él. Eso lo cambiaba todo.

La ayudó a entrar en el coche con delicadeza. Ella no tenía equipaje. Uno de sus hombres había llevado el destrozado Aston Martin al taller mientras el otro se había ocupado del asunto del buzón. Eve llevaba puesto el vestido de seda negra y el bolso negro que había llevado al entierro de su padrastro el día anterior.

El vestido negro se le ceñía a los pechos y a las caderas cuando caminaba. La seda relucía con cada uno de sus movimientos al igual que el oscuro y lustroso cabello, que en aquella ocasión llevaba recogido en una coleta.

No llevaba maquillaje. Eso le daba un aspecto diferente. Talos jamás la había visto sin lápiz de labios, aunque con su delicada piel, gruesos labios y brillantes ojos azules, no lo necesitaba para conseguir que todos los hombres, cualquiera que fuera su edad, se volvieran para mirarla en la calle. Cuando ella se giró y lo miró, sonriendo dulcemente, Talos tuvo que reconocer que distaba mucho de ser inmune a sus encantos.

–¿Adónde vamos? –le preguntó ella–. No me lo has dicho.

–A casa –replicó él mientras la hacía entrar en el coche y cerraba la puerta.

A él, el modo en el que reaccionaba su cuerpo le resultaba irritante... y turbador a la vez. No le gustaba. La odiaba. Cuando la vio por primera vez en el hospital, Eve tenía un aspecto pálido y enfermo que distaba mucho de la vivaz y voluptuosa mujer que él recordaba. Dormida tenía un aspecto inocente, mucho más joven de los veinticinco años que tenía. Parecía muy menuda. Frágil.

Talos había ido a Londres para destrozar su vida. Llevaba tres meses soñándolo. Sin embargo, ¿cómo podía vengarse de ella si Eve no sólo no recordaba lo que le había hecho sino que, además, estaba embarazada de él?

Apretó los puños y se dirigió hacia el otro lado del coche. Aunque sólo estaban en septiembre, el verano parecía haber abandonado repentinamente la ciudad. En el cielo, había unas nubes bajas y grises y caía una pertinaz lluvia. Se montó a su lado y Eve, inmediatamente, se volvió para seguir preguntándole:

–¿Dónde está nuestra casa?

–Mi casa está en... Atenas –dijo mientras cerraba la puerta.

–¿En Atenas? –preguntó ella, boquiabierta.

–Allí es donde yo vivo y tengo que cuidarte. Me lo ha ordenado el médico –añadió, con una tensa sonrisa.

–¿Y yo vivo allí contigo?

–No.

–¿No vivimos juntos?

–A ti te gusta viajar –respondió él con ironía.

–Entonces, ¿dónde está mi ropa? ¿Y mi pasaporte?

–Seguramente en la finca de tu padrastro. Mis empleados recogerán tus cosas y se reunirán con nosotros en el aeropuerto.

–Pero... Yo quiero ver mi casa. El hogar de mi infancia. ¿Dónde está?

–La finca de tu padrastro está en Buckinghamshire, según creo. Sin embargo, no creo que ir allí de visita te vaya a ayudar. Pasaste allí una noche antes del entierro. Pero hace mucho tiempo que ese lugar no es tu hogar.

–Por favor, Talos. Quiero ver mi casa...

Él frunció el ceño y contempló el suplicante rostro de Eve. Parecía haber cambiado mucho. Su amante de antaño jamás le habría suplicado nada. De hecho, ni siquiera la recordaba pronunciando la palabra «por favor». Excepto...

Excepto la primera noche que se la llevó a su cama, cuando, tras derribar todas sus defensas, Talos descubrió que la mujer más deseada del mundo era, en contra de todo lo esperado, virgen. Mientras la penetraba, ella lo miró con una callada súplica en los ojos y él pensó... casi pensó...

Apartó aquel recuerdo violentamente.

No pensaría cómo había sido el pasado con ella. No pensaría en cómo ella había estado a punto de hacerle perder todo, incluso la cabeza.

–Muy bien. Te llevaré a tu casa, pero sólo para recoger tus cosas. No podemos quedarnos.

El encantador rostro de Eve se iluminó. Parecía tener muchos menos años sin maquillaje, muchos menos que los treinta y ocho años que él tenía.

–Gracias.

Otra palabra que jamás le había escuchado antes.

Se reclinó en los suaves asientos de cuero beige del coche mientras el chófer atravesaba la ciudad para dirigirse al norte del país. Observó la lluvia durante un rato y luego cerró los ojos. Se sentía tenso y cansado por el ajetreo de los últimos dos días.

Eve embarazada.

Aún no se lo podía creer. No era de extrañar que ella se hubiera estrellado con el coche. Sólo pensar que iba a perder su figura y que no iba a poder ponerse todos los modelos de diseño que poseía debía de haberla desquiciado. Meses enteros sin poder beber champán, sin trasnochar con todos sus ricos, guapos y superficiales amigos. Eve seguramente debió de sentirse furiosa.

Talos no le confiaría el cuidado de una planta, y mucho menos el de un niño. Ni siquiera parecía tener instinto maternal. No podría querer a un niño. Era la persona menos cariñosa que Talos había conocido nunca.

Lentamente, abrió los ojos. Hacía poco más o menos una hora que sabía lo del niño, pero estaba completamente seguro de una cosa. Tenía que protegerlo.

–Entonces, no vivo en Inglaterra –dijo ella, de repente. Al mirarla, Talos vio que ella tenía un aspecto triste y abatido–. ¿No tengo casa?

–Vives en hoteles –respondió, fríamente–. Ya te lo he dicho. Viajas constantemente.

–Entonces, ¿cómo consigo tener trabajo?

–No tienes trabajo. Te pasas los días comprando y asistiendo a fiestas por todo el mundo. Eres una heredera. Una mujer bella y famosa.

–Estás bromeando...

–No –dijo él, sin entrar en detalles. No podía explicarle cómo sus disolutos amigos y ella se pasaban el tiempo viajando, bebiéndose todas las bebidas de cada hotel de lujo en el que se alojaban antes de pasar al siguiente. Si lo hubiera hecho, Eve podría haber notado el desprecio en su voz y cuestionar así la naturaleza de sus verdaderos sentimientos.

¿Cómo era posible que lo hubiera atrapado en sus redes una mujer como ella? ¿Qué locura se había apoderado de él para terminar convirtiéndose en su esclavo? ¿Cómo podía asegurarse de que su hijo jamás se viera descuidado, herido o abandonado por ella después de que recuperara su memoria?

De repente, se le ocurrió un nuevo pensamiento.

Si ella no podía recordarlo a él, si no podía recordar quién era ella ni lo que había hecho, eso significaba que no tenía ni idea de lo que estaba a punto de venírsele encima. No tendría defensa alguna.

Una lenta sonrisa le frunció los labios. Preparó un nuevo plan. Se lo quitaría todo, incluso el hijo que llevaba en las entrañas. Y ella ni siquiera lo vería venir.

–Entonces, vine aquí para el entierro de mi padrastro –dijo ella suavemente–, pero no soy británica.

–Tu madre lo era, según creo. Las dos regresasteis a Inglaterra hace algunos años.

–¡Mi madre! –exclamó ella más contenta.

–Murió –le informó él secamente. Entonces, recordó que se suponía que él estaba enamorado de ella. Tenía que hacérselo creer si quería que su plan tuviera éxito–. Lo siento mucho, Eve, pero, por lo que yo sé, no tienes familia.

–Oh...

La tomó entre sus brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho. Le dio un beso en la parte superior de la cabeza. A pesar de su estancia en el hospital, el cabello le olía a vainilla y azúcar, los aromas que siempre asociaría con ella. El olor hizo que el cuerpo se le tensara inmediatamente de deseo.

No entendía por qué no podía dejar de desearla después de todo lo que ella le había hecho. Había estado a punto de arruinarlo, ¿cómo era posible que su cuerpo aún siguiera anhelando su contacto? ¿Acaso era un hombre sin honor ni orgullo?

Claro que los tenía, pero el modo como ella tenía de actuar, incluso comportándose de un modo tan inocente, lo atraía como si fuera una llama. Recordó la fiera pasión que ardía dentro de ella y que él era el único hombre que la había saboreado...

«¡No!». No pensaría en ella en la cama. No la desearía. Demostraría que tenía control sobre su cuerpo.

Eve agarró con fuerza la manga de Talos y apretó el rostro contra la impoluta camisa.

–No tengo a nadie –susurró–. Ni padres. Ni hermanos. A nadie.

Talos la miró y le hizo levantar la barbilla para poder ver cómo las lágrimas llenaban aquellos maravillosos ojos azul violeta.

–Me tienes a mí.

Eve tragó saliva y examinó el rostro de Talos como si estuviera tratando de encontrar sentimientos detrás de la expresión de su rostro. Él trató de reflejar preocupación y admiración, amor por ella, sin sentir realmente nada de ello.

Eve suspiró. Entonces, una suave sonrisa se le dibujó en los labios.

–Y a nuestro hijo –dijo.

Talos asintió. Efectivamente, su hijo era la razón por la que tenía que asegurarse que el control que ejercía sobre Eve fuera absoluto. La razón por la que tenía que conseguir que creyera que sentía algo hacia ella.

No era diferente de lo que, en una ocasión, ella le había hecho a él. Conseguiría que creyera que podía confiar en él. Haría que aceptara casarse con él. Y entonces...

En el momento en el que estuvieran casados, la finalidad de su vida sería conseguir que ella recordara la verdad. Estaría a su lado cuando Eve por fin rememorara todo. Contemplaría cómo la sorpresa se apoderaba de su rostro. Entonces, la aplastaría. La venganza consiguió alegrar su corazón.

«No se trata de venganza, sino de justicia», se dijo.

Se inclinó hacia delante y la estrechó con fuerza en el asiento trasero del Rolls–Royce.

–Eve –dijo, enmarcándole el rostro entre las manos–. Quiero que te cases conmigo.

¿Casarse con él?

«Sí», pensó Eve mientras observaba extasiada el hermoso rostro de Talos. Al sentir cómo las fuertes manos de él acariciaban la suavidad de su piel, experimentó una calidez que le llegó hasta los senos y más allá.

¿Cómo podía ser un hombre tan masculino, tan guapo y tan poderoso al mismo tiempo? Talos representaba todo lo que su vacía y asustada alma podía desear. Él la protegería. La amaría. Haría que su vida fuera completa.

«Sí, sí, sí».

Sin embargo, cuando estaba a punto de pronunciar las palabras, algo se lo impidió. Algo que no podía comprender le hizo apartar el rostro de las caricias de Talos.

–¿Casarme contigo? –preguntó mirándolo a los ojos. Sintió que los latidos del corazón se le aceleraban–. Si ni siquiera te conozco.

Talos parpadeó. Eve comprobó que él estaba sorprendido. Entonces, frunció el ceño.

–Me conociste lo suficientemente bien como para concebir a mi hijo.

Eve tragó saliva.

–Pero no me acuerdo de ti. No sería justo casarme contigo. No estaría bien.

–Yo me crié sin padre. No tengo intención de que mi hijo tenga que soportar eso. Daré un apellido a nuestro hijo. No puedes negármelo.

¿Negárselo? ¿Cómo podía una mujer negarle algo a Talos Xenakis?

«Sin embargo, no me parece bien».

Respiró profundamente y apartó la mirada. Miró por la ventanilla y comprobó que habían dejado atrás las afueras de Londres para adentrarse en la dulce y verde campiña.

–Eve...

Miró a Talos. Era tan guapo y tan poderoso… Su gesto indicaba que estaba claramente decidido a salirse con la suya, pero algo en su interior la obligaba a resistirse.

–Gracias por pedirme que me case contigo –dijo ella–. Es muy amable por tu parte, pero aún faltan meses para que nazca mi niño...

–Nuestro niño.

–Y yo no puedo convertirme en tu esposa cuando ni siquiera me acuerdo de ti.

–Ya veremos.

El silencio se apoderó de ellos durante lo que restaba de viaje. Por fin, el coche se apartó de la carretera y tomó un sendero. Eve vio por fin una mansión situada en la base de las colinas, cuya silueta se reflejaba en un amplio lago.

–¿Es ésa la casa de mi padrastro?

–Sí.

El coche fue avanzando por los jardines de la casa hasta que, por fin, se detuvo en la entrada. Eve contuvo el aliento y estiró el cuello para poder verla bien. No se creía lo que veía.

–¿Y yo he vivido aquí?

–Sí. Y ahora es tuya, junto con una gran fortuna.

–¿Y cómo lo sabes tú?

–Tú te enteraste ayer, cuando asististe a la lectura del testamento.

–¿Pero cómo lo sabes tú? –insistió ella.

–Me aseguraré de que recibes una copia del testamento. Vamos –dijo, invitándola a entrar en la casa. En el interior, cinco sirvientes esperaban en el vestíbulo, acompañados por la que debía de ser el ama de llaves.

–Oh, señorita Craig... –susurró la mujer sollozando sobre el delantal–. Su padrastro la quería mucho. ¡Se alegraría tanto de ver que por fin regresa usted a casa!

¿Casa? Pero si no era su casa. Aparentemente, llevaba años sin poner el pie en aquella casa.

–Era un buen hombre, ¿verdad? –preguntó. Decidió cambiar de tema al ver el rostro entristecido del ama de llaves.

–Sí que lo era, señorita. El mejor. Y la quería a usted como si fuera hija suya de verdad, aunque en realidad no lo fuera. Y, además, estadounidense. Se alegraría tanto de ver que por fin ha regresado después de tanto tiempo...

–¿Tanto ha sido?

–Seis o siete años. El señor Craig siempre la invitaba a que viniera por Navidad, pero usted...

El ama de llaves interrumpió de nuevo sus palabras y volvió a secarse una vez más las lágrimas con el delantal.

–Pero nunca lo hice, ¿verdad?

La anciana negó tristemente con la cabeza.

Eve tragó saliva. Aparentemente, había aceptado el dinero de su padrastro y había dejado que él pagara sus facturas mientras ella se divertía por todo el mundo, pero ni siquiera había tenido la amabilidad suficiente como para volver a visitarlo.

Y había muerto.

–Lo siento –susurró.

–Deje que la acompañe a su habitación. La encontrará exactamente igual que la dejó la última vez que estuvo aquí.

Poco después, en la oscuridad de su dormitorio, seguida siempre por Talos, Eve apartó las cortinas y, al volverse a ver su dormitorio, ahogó un grito de desolación. Todo era rojo y negro. Moderno. Sexy. De mal gusto.

Siempre observada por Talos, examinó el dormitorio, tratando desesperadamente de encontrar algo que le dijera lo que necesitaba saber. Abrió las puertas del armario y deslizó las manos por las prendas que colgaban de las perchas. La ropa era como la habitación. Ropa apropiada para una mujer que deseaba la atención de los demás y sabía cómo mantenerla.

Se echó a temblar.

Abrió más puertas y tocó cada artículo ligeramente con las manos. Zapatos de tacón de aguja. Un bolso de Gucci. Una maleta de Louis Vuitton. Encontró su pasaporte y lo hojeó, buscando respuestas que no encontró. Zanzíbar, Bombay, Ciudad del Cabo...

–Veo que no bromeabas –dijo. Viajo constantemente. En especial durante los últimos tres meses.

–Sí, lo sé...

Eve echó el pasaporte en la maleta junto a algunas de aquellas seductoras prendas y zapatos que le resultaban completamente ajenos, como si pertenecieran a otra persona. Se apoyó contra la cama y miró a su alrededor.

–Aquí no hay nada.

–Te lo dije.

Con desolación, recorrió la librería con la mirada. Tenía revistas de moda, de hacía muchos años, y unos cuantos volúmenes sobre etiqueta y encanto personal. Encima de éstos, había otro libro cuyo título la hundió por completo Cómo atrapar a un hombre.

–Nunca has tenido problema con eso –comentó él.

Eve sintió que el corazón estaba a punto de rompérsele al ver que Talos era capaz de hacer bromas. Agarró el libro y se lo lanzó a él. Talos lo atrapó sin dudar.

–Mira, Eve. No importa...

–Claro que importa. ¡Todas estas cosas me dicen quién soy! –exclamó, señalando el armario–. Acabo de descubrir que era la clase de chica a la que sólo le preocupaban las apariencias, que no le hacía ni caso a un padrastro que la adoraba y que jamás se preocupaba por regresar a casa en Navidad –añadió, con los ojos llenos de lágrimas–. Además, dejé que muriera solo. ¿Cómo puedo haber sido tan cruel?

Llena de desolación, tomó una polvorienta fotografía. En ella, se veía a un hombre guiñando el ojo con descaro, una hermosa mujer de cabello oscuro que reía de alegría y, entre ambos, una niña regordeta que sonreía a la cámara.

Eve miró a los adultos que aparecían en la fotografía durante un largo tiempo, pero no pudo recordar nada. Tenían que ser sus padres, pero no se acordaba de ellos. ¿Sería cierto que no tenía alma?

–¿Qué has encontrado?

–Nada. No me ayuda –respondió ella, arrojando la fotografía sobre la cama. Entonces, se cubrió el rostro con las manos–. No me acuerdo de ellos. ¡No puedo!

Talos cruzó la habitación y la agarró por los hombros.

–Yo apenas conocí a mis padres, pero eso no me ha hecho daño.

–No es sólo el pasado –susurró ella–. ¿Por qué ibas tú a querer estar con una persona como yo, sin personalidad alguna y sin corazón?

Talos no respondió.

–Ahora, es demasiado tarde –añadió–. He perdido a mi único familiar. No tengo hogar.

–Tu hogar es el mío.

Eve lo miró, sin saber si podía creerlo.

–Deja que te lo demuestre –añadió, acariciándole lentamente los brazos.

Ella se enfrentó al impulso de acercarse a él, de apretarse contra su pecho. Sacudió la cabeza y respiró profundamente.

–No puedo.

–¿Por qué?

–¡No quiero que te cases conmigo por pena!

Talos la envolvió lentamente con los brazos, deslizando las manos sobre la seda del vestido y dejando que ésta le acariciara deliciosamente el cuerpo.

–Te aseguro que lo último que siento por ti es pena.

Eve cerró los ojos y, muy a su pesar, se inclinó hacia delante. Ansiaba sentir más caricias. Quería notar su calor, su tacto... Talos la abrazó más estrechamente. Ella aspiró el aroma que emanaba del cuerpo de él y la calidez que se desprendía de sus ropas.

–Vente conmigo –susurró–. Vente conmigo a Atenas y conviértete en mi esposa.

Eve sintió la dureza del cuerpo de Talos contra el suyo. Era mucho más alto que ella, más poderoso. Le acarició suavemente las caderas, recorriéndole la espalda mientras los senos de Eve se aplastaban contra su pecho.

Ella tragó saliva y se echó a temblar.

–No puedo marcharme así. Necesito recuperar la memoria, Talos. No puedo dejarme llevar sin saber quién soy. No me puedo casar con un desconocido, aunque tú seas el padre de mi hijo...

–En ese caso, te llevaré al lugar en el que nos conocimos. Al lugar en el que empezó todo –susurró él sin dejar de mirarle los labios–. Te mostraré el lugar en el que te besé por primera vez.

–¿Y cuál es?

–Venecia...

–Venecia –repitió ella. Sabía que debía negarse. Sabía que debía quedarse en Londres y consultar al especialista que el doctor Bartlett le había recomendado, pero no pudo pronunciar ni una palabra. Permaneció atrapada en sus sueños románticos. Atrapada en él.

Talos levantó una mano para acariciarle suavemente el labio inferior con el pulgar.

–Ven a Venecia –dijo–. Te lo enseñaré todo –añadió mientras le enmarcaba el rostro con las manos–. Y luego, te casarás conmigo.

Capítulo 3

L sol se reflejaba en las aguas del canal. Tomaron un motoscafo, un taxi acuático privado, desde el aeropuerto Marco Polo. Aquel día de septiembre era cálido y soleado. Cruzaron la laguna y pasaron por delante de la piazza San Marcos y el puente de los Suspiros mientras iban de camino a su hotel.

Venecia. Talos jamás habría esperado regresar allí. Sin embargo, decidió que debía adaptarse al juego. Haría lo que fuera, sería todo lo romántico que tuviera que ser para conseguir que Eve se casara con él antes de que recuperara la memoria.

La observó mientras cruzaban las aguas del canal. Los ojos le brillaban con sorpresa. Observaba la ciudad con un profundo asombro, del mismo modo en el que todos los hombres que la veían la miraban a ella.

El conductor del taxi no podía evitar mirarla constantemente por el retrovisor. Kefalas, el guardaespaldas de Talos, estaba sentado detrás de ellos y, de vez en cuando, miraba a Eve algo más de lo que era estrictamente necesario.

Eve se había cambiado de ropa y se había duchado durante el vuelo que los condujo allí en su avión privado. El cabello oscuro le caía por encima de los hombros desnudos, rozando unos pezones que Talos se podía imaginar fácilmente bajo el vestido de punto de color rojo. El escote del vestido mostraba claramente la parte superior de los pechos. Además, la prenda apenas le cubría los muslos. Se había pintado los labios de un rojo oscuro que iba a juego con el del vestido. Tenía las piernas esbeltas y perfectas, que terminaban el afilado tacón de aguja de las sandalias que llevaba puestas.

Talos no podía culpar a nadie por mirarla, aunque le habría gustado matarlos por hacerlo. Resultaba extraño que antes no hubiera sentido celos de que otros hombres miraran a Eve. Había dado por sentado que el resto de los hombres siempre quería lo que él, Talos, poseía. ¿Por qué había cambiado eso? ¿Porque Eve llevaba a su hijo en las entrañas? ¿Porque tenía intención de hacerla su esposa?

Por supuesto, Eve sería su esposa tan sólo en apariencia. Para proteger a su hijo, no porque sintiera algo por ella. Sólo sentía odio hacia ella y, tenía que admitir, que deseo.

Miró al conductor con tanta dureza, que el joven se sonrojó y apartó la mirada. Entonces, estrechó a Eve contra su cuerpo. Ella sonrió.

–Esto es muy bonito. Gracias por traerme aquí, aunque estoy segura de que te ha resultado muy inconveniente...

–Nada me resulta inconveniente si te da placer a ti –dijo él. Entonces, le tomó la mano y se la llevó a los labios.

–Eres muy bueno conmigo –susurró Eve. Estaba visiblemente afectada por el modo como él la había besado.

El hecho de que ella se mostrara como una jovencita inocente turbó a Talos aún más. La femme fatale que él había conocido parecía haber desaparecido con sus recuerdos. Ataviada de aquella manera parecía aún la misma arrogante, cruel y fascinante criatura que había sido hacía unos meses, pero había cambiado completamente. Una vez más, se mostraba de nuevo como una virgen.

Ya no lo era. Talos recordó el modo en el que habían concebido a aquel bebé y sintió que todo el cuerpo le ardía de deseo. Le miró el hermoso rostro y vio que las pupilas de ella se dilataban. Él recordó sin poder evitarlo todas aquellas semanas en Atenas cuando habían estado desnudos el uno junto al otro, cuando había creído que, bajo aquella hermosa y superficial apariencia, existía algo que merecería la pena poseer.

Había seguido siendo de la misma opinión hasta el día en el que la vio desayunando con su rival, dándole fríamente pruebas que le ayudarían a destruir su empresa.

«Recuerda ese momento. Recuerda cómo te traicionó y por qué». Le agarró con fuerza los hombros y recordó

los días y las noches que pasaron juntos en junio. Acostarse con ella se había convertido en una adicción para él. Se había entregado a ella como jamás lo había hecho hasta entonces y como, sin duda, jamás volvería a hacerlo.

Se había considerado un hombre cruel. Fuerte. Sin embargo, Eve lo había superado de tal modo que no se había dado cuenta de lo que ella le estaba preparando. Por eso, la odiaba con todo su corazón.

A pesar de todo, seguía deseándola. La deseaba con una pasión que lo consumía de tal modo que podría terminar destruyéndolo. Decidió que no cedería a la tentación. Aunque las semanas que había pasado con ella habían supuesto la experiencia más erótica de su vida, jamás volvería a poseerla. Si la besaba, podría estar encendiendo una llama que no podría controlar.

Observó a Eve. Ella parecía estar completamente asombrada por la relación que había entre ambos.

No lo comprendía. Al contrario de la Eve que había conocido, la que ocultaba tan bien sus sentimientos, la que tenía frente a él no escondía lo que sentía. Sus sentimientos se reflejaban claramente en su rostro angelical.

«Bien», se dijo. Era el arma perfecta para poder utilizarla contra ella. La convencería para que se casara con él. La cortejaría. La tomaría como esposa aquel mismo día. Haría todo lo que fuera necesario para que así fuera.

Excepto una cosa.

No volvería a llevársela a la cama. Nunca.

Eve levantó el rostro hacia el brillante sol que entraba por las ventanas del barco y se reclinó contra el poderoso cuerpo de Talos. Entonces, él le sonrió. Aquel gesto le producía toda clase de extrañas sensaciones y le aceleraba los latidos del corazón. Sus días de oscuridad y soledad en el lluvioso Londres parecían no ser más que un distante sueño. Estaba en Italia con Talos. Embarazada de él. Se colocó la mano sobre el vientre.

El barco se detuvo en el muelle de un palazzo del siglo xv y ella levantó el rostro para observar la increíble belleza gótica de la fachada.

–¿Es aquí adónde íbamos?

–Sí. Es nuestro hotel.

Eve tragó saliva mientras descendía del taxi. No dejaba de imaginarse lo que sería compartir la cama con aquel hombre. Sólo por pensarlo, se tropezó en el muelle.

–Ten cuidado –dijo Talos mientras la agarraba del brazo.

Permanecieron en el muelle hasta que Kefalas pagó al taxista y comenzó a ocuparse del equipaje. Durante ese tiempo, Eve no pudo dejar de admirar a Talos. Era tan alto, tan fuerte, tan guapo... Cuando él la estrechó de nuevo entre sus brazos, se preguntó si iba a volver a besarla. El pensamiento la asustó de tal manera, que se apartó de él con un gesto nervioso.

–Tendremos habitaciones separadas, ¿verdad? –susurró ella. Talos soltó una sonora carcajada y sacudió la cabeza–. Pero...

–No tengo intención alguna de perderte de vista –le dijo mientras le apartaba un mechón de cabello del rostro y le daba un beso en la sien–. Ni de dejar de abrazarte...

Entonces, le agarró la mano y la llevó al interior del palaciego hotel. En su interior, Eve comenzó a darse cuenta de que las cabezas de todos los hombres se volvían para mirarla. ¿Por qué lo hacían? A su paso, no dejaban de murmurar entre ellos e incluso uno, que formaba parte de un grupo de jóvenes italianos, hizo ademán de acercarse a ella. Uno de sus amigos se lo impidió y le indicó discretamente la presencia de Talos.

Eve se sintió muy vulnerable y se sonrojó. Respiró aliviada cuando por fin Talos la condujo al ascensor. De repente, comprendió por qué la estaban mirando.

Era su vestido. El minúsculo vestido rojo que había sacado del armario de su casa de Buckinghamshire. Le había parecido lo más sencillo comparado con el resto de su guardarropa. Había esperado que terminaría por acostumbrarse a la que era su ropa, pero se había equivocado. Efectivamente, el ceñido y escotado vestido y los zapatos de tacón de aguja eran como un imán para las miradas de los hombres. Decidió que no sólo resultaba llamativa, sino que más bien parecía una prostituta a la que se le pagaba por sus servicios.

Cuando por fin llegaron a la suite del ático y la puerta se cerró, Eve lanzó un enorme suspiro de alivio. Gracias a Dios, por fin estaba a solas con Talos.

Entonces, se dio cuenta...

Estaba a solas con Talos.

Miró a su alrededor con cierto nerviosismo. La suite era muy lujosa. El techo abovedado estaba cubierto de frescos. Una araña de cristal colgaba del techo. La chimenea de mármol… las hermosas vistas del canal desde la terraza... Todo era maravilloso, pero sólo había una cama.

–¿Salimos a cenar? –ronroneó Talos a sus espaldas.

Eve se sonrojó y se dio la vuelta para mirarlo, esperando que él no fuera capaz de leer el pensamiento.

–¿Cenar? ¿Fuera? En realidad no me apetece salir esta noche –dijo, pensando en las miradas lascivas de los hombres que tendría que soportar.

–Perfecto –dijo él con sensualidad–. Nos quedamos.

Dio un paso hacia ella. Eve reaccionó dándose la vuelta y dirigiéndose a la ventana para contemplar la laguna. Se veían hoteles, barcos, góndolas y hermosos edificios por todas partes. Entonces, sintió que él le tocaba suavemente el hombro.

–¿Es éste el mismo hotel en el que nos alojamos antes? –le preguntó–. ¿Cuando nos conocimos?

–Yo me alojé aquí solo. Te negaste a subir a mi suite.

–¿Sí? –preguntó ella dándose la vuelta.

–Traté de hacerte cambiar de opinión... Pero tú te resististe –susurró, acariciándole suavemente la mejilla.

–¿Sí? ¿Cómo?

Talos sonrió. Deslizó los dedos desde la mejilla suavemente hacia los labios. La tocó allí tan suavemente, que Eve tuvo que acercarse un poco más a él para incrementar la sensación. Entonces, él le acarició una vez más el labio inferior y se inclinó para susurrarle al oído:

–Me hiciste perseguirte, mucho más de lo que he perseguido nunca a ninguna mujer. Ninguna mujer ha sido, ni será nunca, comparable a ti.

Cuando se apartó de ella, Eve sintió que los latidos del corazón y la respiración se le habían acelerado. Talos la miró como si supiera la confusión que había creado en ella.

–Bueno, ¿quieres que salgamos? ¿O prefieres que nos quedemos? –preguntó él, mirando la cama.

–He cambiado de opinión –dijo ella–. ¡Salgamos! –exclamó, tratando de ocultar su nerviosismo.

–Entonces, veo que, después de todo, tienes hambre.

Eve vio cómo sacaba la gabardina de ella del armario y se la daba. Entonces, volvió a agarrarla por la cintura para conducirla a la salida. La piel de ella volvió a vibrar.

Eve estuvo a punto de suspirar de alivio al ver que se marchaban de la fastuosa suite, con su enorme cama. Lo que Eve no sabía era que iba a ser el típico caso de escapar de un peligro exponiéndose a otro mayor.

Capítulo 4

L sol estaba empezando a ponerse, tiñendo el cielo de tonalidades rosadas y naranjas. Rápidamente, el aire se tornó frío, anunciando así el otoño que no tardaría en llegar. Una ligera bruma surgió de la laguna. Entonces, Talos agarró la mano de Eve. Al sentir el tacto de su piel, ella se echó a temblar de un modo que no tenía nada que ver con la fresca noche.

Él se detuvo sobre un puente que había entre la piazzeta y el canal.

–¿Tienes frío?

Ella asintió. ¿Cómo podía decirle la verdad? ¿Cómo podía decirle que había sido el tacto de su piel lo que le había provocado aquel escalofrío?

–Toma entonces –le dijo.

A sus espaldas, Eve vio las hermosas cúpulas bizantinas de la basílica de San Marcos. La puesta de sol le acariciaba el hermoso rostro y se lo teñía de un ligero color rojizo.

La envolvió con la gabardina que había llevado hasta entonces colgado del brazo. Talos era tan guapo... Mientras se abrochaba el cinturón, no pudo evitar mirarlo, casi con la boca abierta.

Entonces, un grupo de hombres pasó a su lado. Eve oyó un ligero silbido. Se miró y se sonrojó. La gabardina le tapaba justamente el vestido, por lo que daba la impresión de que no llevaba nada debajo.

–Tal vez deberíamos tomar un taxi.

–El restaurante está muy cerca. Al otro lado de la plaza. Vamos –le dijo.

Resultaba increíblemente romántico ver cómo el sol se ponía sobre el Gran Canal, aunque seguían incomodándole las miradas de los hombres que la perseguían desde todas partes. Talos era consciente de ello. La sujetaba con fuerza, mirando con desafío a los demás hombres. Era como un león dispuesto a luchar, a matar, para proteger a su hembra.

Eve se sintió una vez más muy vulnerable, como una gacela a la que un león estaba a punto de devorar. ¿Qué importaba de qué león se tratara? Miró a Talos. Había algo en él que la asustaba de un modo que no podía comprender. Se decía una y otra vez que era porque no lo recordaba. Si lo hiciera, no le tendría miedo... ¿O sí?

A sus espaldas, vio que una figura los seguía a una discreta distancia.

–Nos está siguiendo alguien –dijo, algo nerviosa.

–Es Kefalas –replicó Talos tras comprobar de quién se trataba–. Sólo se acercará a nosotros si es necesario...

–Pero...

–Lo necesitamos. Aunque sólo sea para protegerte de todos tus admiradores italianos.

–Te aseguro que no me gusta su atención. No quiero que me miren.

Sabía que Talos no la creía por completo. En ese momento, decidió que tendría que cambiar su guardarropa.

Entraron por fin en un pequeño hotel, cuyo restaurante daba al Gran Canal. Estaba a rebosar, pero les acompañaron inmediatamente a la mejor mesa. Allí, compartieron una deliciosa cena de risotto de marisco y tagliolini con scampi. La cena en sí resultó una experiencia muy sensual. Mientras terminaba el risotto, sintió que él la estaba observando. Sin poder evitarlo, se echó de nuevo a temblar. Entonces, incapaz de soportar la intensidad de su mirada, apartó los ojos. A través de la laguna, vio una hermosa iglesia cuyas blancas cúpulas estaban bellamente iluminadas.

–Es Santa María della Salute –dijo él–. La última vez te gustó mucho.

–¿La última vez?

–¿No te acuerdas de este restaurante?

–No.

–Estuvimos aquí en nuestra primera cita.

El camarero les llevó el postre, un delicioso tiramisú, pero Eve no pudo probarlo. Respiró profundamente y lo miró a los ojos.

Entonces, él le cubrió la mano con la suya por encima de la mesa.

–Me alegro mucho de haberte encontrado –murmuró, haciéndola temblar–. Me alegro de que estés aquí ahora.

Talos se mostraba tan amable con ella… Eve no lo entendía. Se cubrió el rostro con una mano.

–Debes de odiarme –dijo en voz baja.

Talos se puso tenso de repente.

–¿Por qué dices eso?

Los ojos de Eve se llenaron de lágrimas.

–¡Porque no me acuerdo de ti! Eres mi amante, el padre de mi hijo y te estás portando muy bien conmigo. Estás esforzándote mucho por ayudarme a recordar, pero no sirve de nada porque mi cerebro se niega a funcionar.

Las lágrimas comenzaron a caérsele por las mejillas. Consciente de que estaba llamando la atención de todos los presentes, en aquella ocasión también de las mujeres, se levantó de la silla y salió corriendo al exterior.

Talos la alcanzó unos minutos después. Llevaba la gabardina de Eve en las manos.

–Tranquila –susurró. Entonces, volvió a besarla en la sien–. No pasa nada...

–Claro que pasa –replicó ella–. ¿Cómo puedo estar contigo y no acordarme de nada?

–Tienes que calmarte. Esto no puede ser bueno para el bebé... Creo que te estoy presionando demasiado.

–Eso no es cierto. Te has mostrado cariñoso y maravilloso conmigo –dijo ella mientras se secaba las lágrimas–. Es todo culpa mía. Sólo mía. El doctor Bartlett dijo que no había daño físico alguno que me impida recordar. Entonces, ¿a qué se debe esto? ¿Qué es lo que me ocurre?

–No lo sé.

–Tal vez debería regresar a Londres. Ver a ese especialista...

–No. No necesitas médicos. Sólo necesitas tiempo. Tiempo y cuidados. Y a mí. Yo recuerdo lo suficiente por los dos. Cásate conmigo, Eve. Hazme feliz.

Al escuchar esas palabras, Eve sintió como si todo su cuerpo ardiera consumido por un abrasador fuego. Era muy tarde y la noche era mágica. Los turistas caminaban por la calle envueltos en bruma, provocando el efecto de que estaban completamente solos...

Talos iba a besarla... Eve quería que él la besara. Ansiaba que lo hiciera.

Él lentamente bajó la cabeza. Eve sintió que todo su cuerpo vibraba de anhelo, de deseo...

Sin embargo, cuando cerró los ojos y esperó sentir el beso sobre los labios, se encontró de repente a más de un metro de distancia de él.

–¿Qué es lo que pasa, Eve? –le preguntó él en voz baja–. ¿Por qué te has alejado de mí?

–No lo sé, quería besarte, pero, por alguna razón... tengo miedo.

–Y tienes motivos para tenerlo –replicó él, sonriendo.

–¿Qué es lo que quieres decir?

–El fuego que hay entre nosotros podría consumirnos –dijo. Lentamente, le besó todos los nudillos de las manos–. Cuando yo empezara a besarte, no podría parar... Vamos. Es tarde. Vamos a la cama.

¿A la cama?

Las rodillas de Eve comenzaron a temblarle. Comenzaron a caminar hacia el hotel. La cama estaba esperándoles. Se mordió el labio inferior y lo miró de reojo. Era tan guapo y tan fuerte... Sin embargo, más allá de aquella increíble sensualidad, era un hombre paciente. No se había mostrado enojado ni herido por el hecho de que ella no pudiera recordarlo. No. Lo único que le había importado era que ella se sintiera cómoda.

Eso no era del todo cierto. Había querido otra cosa.

Quería casarse con ella. El padre de su hijo, un guapo y poderoso magnate griego, quería casarse con ella. ¿Por qué no podía aceptar? ¿Por qué no podía dejarle al menos que la besara?

«Y tienes motivos para tenerlo».

De repente, sintió mucho frío.

–¿Me das mi gabardina, por favor? Tengo mucho frío.

–Por supuesto, khriso mu –respondió él. La envolvió tiernamente con la prenda. Durante un momento, ella se sintió presa de su mirada–. Te llevaré al hotel.

Así fue. A los pocos minutos, se encontraban en el interior de la suite. Talos inmediatamente le soltó la mano. Cuando ella salió del cuarto de baño después de lavarse los dientes, él ni siquiera levantó la mirada del escritorio en el que se encontraba trabajando.

–Gracias por prestarme la parte de arriba de tu pijama –dijo ella, incómoda–. He debido de perder el mío. No había ninguno en mi maleta.

–Siempre duermes desnuda.

–Bueno, yo...

–Quédate tú con la cama –dijo Talos. Se puso de pie y cerró el ordenador. Su oscura mirada era fría y distante–. Trabajaré en el despacho para no molestarte. Cuando esté cansado, dormiré en el sofá.

Eve jamás habría esperado que Talos la tratara como si fuera una invitada.

–¡No vas a caber en ese sofá!

–Ya me las arreglaré. El bebé y tú necesitáis descansar –apostilló. Entonces, se dispuso a abandonar el dormitorio–. Buenas noches.

Talos apagó la luz. Como a Eve no le quedaba más elección, se metió en la cama y se tapó hasta el cuello. Se sentía a la deriva. Triste. Sola.

Suspiró y trató de acomodarse para poder dormir un poco.

¿Por qué no había dejado que él la besara?

Había ansiado saber lo que se sentía al notar la boca de Talos contra la suya. Suspiraba sólo pensándolo y, sin embargo, se había alejado de él.

«Y tienes motivos para tenerlo».

¿De qué? ¿De qué debía tener miedo? Talos era un buen hombre. Su amante. El padre de su hijo. Se había mostrado tan cariñoso, tan romántico, tan paciente con ella... Además, quería casarse con ella.

Tenía que recuperar la memoria por el bien de Talos. Por el bien de su hijo. Por su propio bien.

Se prometió que, al día siguiente, sería valiente. Al día siguiente. Al día siguiente permitiría que él la besara.

Cuando Talos se despertó a la mañana siguiente, Eve no estaba. Se sentó en el sofá. Debía de ser muy tarde. Efectivamente, el reloj que había sobre la chimenea marcaba las once. ¿Dónde estaba Eve?

La cama estaba vacía. Vacía y hecha.

¿Había hecho la cama?

Con un gruñido, se levantó y se acercó la cama. Entonces, vio que sobre la almohada había una nota manuscrita. Me he ido de compras. Vol