Velázquez - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

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Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. Nace Diego de Silva y Velázquez en la ciudad de Sevilla el año de 1599. Su padre, Juan Rodríguez de Silva, es de ascendencia portuguesa y de familia noble. Su madre, Jerónima Velázquez, cuyo apellido va a perpetuarse en la historia de los pinceles, es de antigua familia sevillana. Desde muy joven siente Diego de Silva la llamada de la pintura, y acude a los talleres de los maestros sevillanos más competentes, como Herrera el Viejo, con quien se cree que estudió, aunque no hay pruebas documentales al efecto. Sabemos, sin embargo, con toda seguridad, que a los doce años estaba trabajando como aprendiz en el taller de Francisco Pacheco

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ÍNDICE

1. Los músicos. Museo de Berlín

2. Vieja friendo huevos. National Gallery. Glasgow

3. San Juan en Patmos. National Gallery. Londres

4. Inmaculada Concepción. National Gallery. Londres

5. El aguador. Museo Wellington. Londres

6. Cena de Emaús. Metropolitan Museum. Nueva York

7. Adoración de los Reyes. Museo del Prado

8. Cristo en casa de Marta. National Gallery. Londres

9. Busto de un caballero. Instituto de Arte de Detroit

10. Felipe IV. Museo del Prado

11. Los borrachos. Museo del Prado

12. La fragua de Vulcano. Museo del Prado

13. Tentaciones de Santo Tomás de Aquino. Museo de la Catedral de Orihuela

14. Pablillos de Valladolid. Museo del Prado

15. La rendición de Breda. Museo del Prado

16. El Cardenal Infante, cazador. Museo del Prado

17. El Conde-Duque de Olivares, a caballo. Museo del Prado

18. Baltasar Carlos, a caballo. Museo del Prado

19. El niño de Vallecas. Museo del Prado

20. El bufón Calabacillas. Museo del Prado

21. Menipo. Museo del Prado

22. Marte. Museo del Prado.

23. La dama del abanico. Colección Wallace, de Londres

24. Paisaje de la Villa Medicis. Museo del Prado

25. Venus del espejo. National Gallery. Londres

26. Inocencio X. Palacio Doria Pamphili. Roma

27. Las Meninas. Museo del Prado

28. La fábula de Aracne o Las hilanderas. Museo del Prado

29. Detalle del cuadro anterior. Museo del Prado

30. Felipe IV, anciano. Museo del Prado

31. La Infanta Margarita (detalle). Museo de Viena

32. El Infante Felipe Próspero. Museo de Viena

OTRAS PUBLICACIONES

Nace Diego de Silva y Velázquez en la ciudad de Sevilla el año de 1599. Su padre, Juan Rodríguez de Silva, es de ascendencia portuguesa y de familia noble. Su madre, Jerónima Velázquez, cuyo apellido va a perpetuarse en la historia de los pinceles, es de antigua familia sevillana. Desde muy joven siente Diego de Silva la llamada de la pintura, y acude a los talleres de los maestros sevillanos más competentes, como Herrera el Viejo, con quien se cree que estudió, aunque no hay pruebas documentales al efecto. Sabemos, sin embargo, con toda seguridad, que a los doce años estaba trabajando como aprendiz en el taller de Francisco Pacheco, donde permaneció seis o siete años, hasta conseguir el título de maestro, que parece alcanzó hacia 1617, es decir, cuando sólo contaba dieciocho años de edad. No es muy corriente tanta precocidad en el complicado y sutil arte de los pinceles, y ya desde los primeros tiempos se reconoció a Velázquez un talento pictórico excepcional. Todos sus maestros coinciden en elogiar la portentosa facilidad de Velázquez para la pintura. En términos modernos, podríamos decir que Velázquez fue un «niño prodigio».

Pacheco vivía en un ambiente intelectual y culto que favoreció mucho el desarrollo del muchacho. Su talento innato y su buen carácter ganaron desde el primer momento a Pacheco y a su hija Juana, con la que contrajo matrimonio, pasando a ser yerno de su maestro. El círculo de pintores, escritores y nobles que frecuentaban el taller y las tertulias de su suegro ayudó a Velázquez a entrar en contacto con la aristocracia y con la Corte. Sabido es que la carrera de un pintor del XVII sólo podía culminar si ganaba el mercado cortesano.

De la etapa sevillana conservamos muchos cuadros de Velázquez, aunque no los mejores, como es de suponer. A pesar de su condición de «niño prodigio», es Velázquez una personalidad madura y sensata que comprende el valor del aprendizaje y del oficio. Nadie se entrega como él al trabajo de los pinceles en su fase de aprendiz. En poco tiempo debemos suponer que sobrepasa a Pacheco, quien poco tiene que enseñarle. Velázquez ensaya incansablemente con los modelos sevillanos, comenzando con un estilo decididamente naturalista, casi tenebrista, como todos los pintores del XVII que reciben el eco del Caravaggio. De esta época son la «Vieja friendo huevos», «Cristo en casa de Marta», «El aguador», «La adoración de los Reyes» y otras muchas obras que tendremos ocasión de conocer con detalle en el comentario.

Tras un primer intento en 1622, consigue el encargo de un retrato del monarca el año siguiente, gracias a su amistad con el Conde-Duque de Olivares y otros nobles andaluces. El éxito que obtiene en su retrato de Felipe IV es de todos conocido y le abre rápida y definitivamente las puertas del triunfo cortesano. Aquí comienza un nuevo paréntesis en la vida de Velázquez. Introducido en palacio y elevado a un cargo cortesano, Velázquez siente resucitar en su interior el orgullo de agotadas noblezas familiares. Este triunfo cortesano cambia, pues, de una manera radical la vida del pintor. Es ahora -dice Ortega-cuando descubre su auténtica vocación nobiliar. Porque Velázquez nunca se consideró un pintor nato, sino un innato noble al que las circunstancias habían apeado de su aristocrática posición. Las mismas circunstancias pusiéronle otra vez en la ocasión de recuperar su dignidad nobiliar y desde entonces Velázquez sirvió como un noble «aficionado» a los pinceles. Para comprender esta situación, no podemos situarnos en nuestro siglo, donde un pintor de la categoría de Velázquez goza de mucho más prestigio que un noble de segunda categoría como era él. En la España del siglo XVII, con sus heroicos sueños de imperio, el ideal más elevado era el de nobleza. Y no sólo por las ventajas económicas que ello representaba, porque Vicens Vives ha demostrado que la nobleza arruinada del XVII aceptaba pagar impuestos, siempre y cuando no mancillase con ello su prestigio heráldico. No es una cuestión económica, sino algo mucho más profundo, que el propio Vives -economista intachable- no tiene reparo en calificar de «mentalidad del hidalgo español».

Velázquez fue rápidamente nombrado ujier de cámara y aposentador mayor de palacio, cargos que le brindaban la posibilidad de un título de nobleza y la no menos apetecible de una existencia material sin problemas. De esta época cortesana anterior a su primer viaje a Italia son los retratos del infante Baltasar Carlos, del bufón Calabacillas, etc..., donde su arte va sufriendo incesantes modificaciones, pues Velázquez ensaya sin cesar nuevas soluciones. Precisamente por su condición de noble, porque nadie le exige calidad, temática o rapidez especiales, se consagra Velázquez a pintar todo aquello que prefiere y del modo más perfecto que imagina. Para ello tiene que retocar, superponer y cambiar mil veces los dibujos y las pinceladas. Es un pintor lento, pese a su prodigiosa facilidad de pincelada. De esta paradójica condición tenemos buena prueba en el análisis moderno de sus obras. Por un lado, se advierten pinceladas decisivas y rapidísimas que sólo pudieron salir de la mente de un genio; por otro, se descubren continuamente cambio de los detalles de un cuadro cuando se le mira con rayos X. La explicación la hemos dado anteriormente. Velázquez podía pintar rápido, pero la mayoría de las veces, cuando daba fin a la obra, se sentía insatisfecho en tal o cual detalle. Como no tenia tras él un consumidor exigente y premioso, se permitía el lujo de repintar una vez más aquellos aspectos que no le agradaban. De ahí que su obra dé la impresión de trabajada y espontánea al mismo tiempo.

También son estos años del tercer decenio del siglo los que abren su carrera de pintor histórico con la perdida «Expulsión de los moriscos», y de pintor mitológico con «Los borrachos» o «El triunfo de Baco». No podemos detenernos demasiado en el análisis de estas pinturas, pero forzoso es decir que marcan un hito en la carrera del pintor, sobre todo la segunda, que pone de manifiesto toda una mentalidad moderna y racionalista. Remitimos al estudio que hace Camón Aznar o Eugenio d’Ors de este cuadro o al sutil apunte de Ortega y Gasset sobre el particular.