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Andrés Neuman no cree que las palabras se lleve el viento. Más bien, afirma, viajan, vuelan alto y se comparten. Esa cualidad aérea les permite permanecer, propagarse, habitar en la memoria. Este libro es un cruce de caminos donde los vientos líricos que el autor ha trazado un largo de siete poemarios y quince años se entrelazan, se potencian y juegan a fugarse. Los paisajes de la infancia, propia y ajena. Las siluetas trazadas por el amor y otros enigmas. Las preguntas que nos alumbran con la categórica inexistencia de una respuesta. Los poemas que componen Vendaval de bolsillo han sido seleccionados y revisados por el autor para esta edición. Sin limitarse a la orden cronológica, el poeta ha reordenado los textos para que inventen -entre ellos y con el lector- un diálogo distinto; para dotarlos de otra vida; para que sean leídos De nuevo-y como suceden siempre con la poesía por primera vez.
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Seitenzahl: 31
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Andrés Neuman
DERECHOS RESERVADOS
© 2014, Andrés Neuman
© 2021, Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.
Avenida Patriotismo 165,
Colonia Escandón II Sección,
Alcaldía Miguel Hidalgo,
C.P. 11800,
México, D.F.
© De las ilustraciones y el diseño: Alejandro Magallanes
www.almadia.com.mx
www.facebook.com/editorialalmadia
@Almadia_Edit
Edición digital: 2021
ISBN: 978-607-8764-28-0
Colección de poesía de Almadía
Mención Honorífica
I Premio Latinoamericano al Diseño Editorial creado por la Fundación El Libro para celebrar los 40 años de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (2014).
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Andrés Neuman
Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:
a veces necesito saber que tienes miedo.
Cuando sepas hablar, dame mi nombre;
diciéndome papá habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
(no está el mundo como para negarse)
pero apréndete esto en cuanto puedas:
más frecuente es lo amargo, que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula
y llegada la hora quiero que escribas “mar”
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando cruces por fin la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que en el fondo no soy un optimista:
de lo contrario tú no estarías ahí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora.
Existe la alegría, pero duele;
tendrás que conseguirla.
Y cuando la consigas tendrás miedo.
Ponte en pie, Sebastián,
dame la mano
y estira bien las piernas.
Serás alto, sin duda,
como yo no lo soy.
Mira: esto es un roble
y sabe crecer fuerte si lo cuidan.
Mira: esos columpios
sirven para volar como los pájaros,
pronto vas a poder montar en ellos.
Mira, hijo, la hierba: ahí duermen a veces
unos hombres cansados que han perdido su casa.
¿Ves qué balón precioso de colores?
A esto lo llamamos paseo los adultos.
Detente, Sebastián, descansa un rato,
¡has trabajado tanto esta mañana!
Es difícil, ¿verdad?, permanecer de pie,
uno acaba cayendo de rodillas.
Lo mismo nos ocurre a los adultos.
Pero no seas tú quien llore,
Sebastián, ponte en pie, tenemos tiempo.
¿Hacia dónde cabalgan
los pequeños jinetes?
En su viaje descubren repetidas
las caras de sus padres
sonriendo borrosos.
Aunque sólo dan vueltas
quizá no volverán al mismo punto.
Rueda el sol por la tarde.
Galopan los caballos de madera.
Esperando el retorno
los padres gritan nombres
y señalan abrigos familiares.
Los niños mientras tanto van en círculos,
avanzan, ya se alejan.
Allá, entonces, todos nos pegábamos.
Llovían puños rojos
y el uniforme ondeaba hecho jirones.
La vida o la pelota. O ser cobarde.
Señalar con el dedo a los más débiles.
Burlarse de los tontos, perseguir a los listos.
Rencorosa amistad para quienes tuvieran
buenas notas, juguetes, una amiga.
Indiferencia para aquel que no
supiera matemáticas ni luciese
las zapatillas nuevas
de su padre más rico que otros padres.
Silencio o puñetazo. Puñetazo y callar.
Allá todos nosotros combatíamos
cada blanca mañana, hasta que el obvio
mordisco de los años me condujo
a abandonar el patio y esa gente.
Aquí, ahora, todos nos pegamos.
Ya comienzo a notar
una aceleración ajena de los años.
No digo que presienta la vejez