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eBook Interactivo. Tantos movimientos culturales y sociales determinan un siglo XIX muy denso y desconcertante. La cultura se difunde en el pueblo y produce una serie de conmociones políticas y económicas que nadie habría podido prever con anterioridad. Por todas estas causas el silgo XIX es al mismo tiempo progresista y desconcertante, como podemos ver en esta breve colección de imágenes con el que queremos recordarlo.
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ÍNDICE
LA POLÍTICA Y LA RELIGIÓN
COLONIALISMO
CULTURA DEL SIGLO XIX
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
OTRAS PUBLICACIONES
Napoleón abdicó definitivamente en 1815, después de haber perdido la batalla de Waterloo el día 18 de junio de ese mismo año. El último intento de coalición imperial europea había sido abortado, y los europeos habían demostrado que un Imperio, lo mismo que una nación, no es algo que pueda hacerse por medio de la violencia, pese a lo que nos quieran decir algunos historiadores. Europa quedaba para el futuro a merced de las naciones que componían su territorio.
Europa se levantó contra Napoleón porque no estaba preparada para la unidad. Los pueblos de Europa no estaban dispuestos para convertirse en uno solo. Es decir, no tenían los mismos usos religiosos y políticos. En cuanto Napoleón fue desterrado a Santa Elena (FIG. 1), ingleses y austriacos prepararon la fórmula política que debía dominar Europa en el futuro: el equilibrio de poderes. Esta fórmula quiere decir que Europa iba a estar bajo el mando de unas cuantas naciones poderosas, y que las demás, las más débiles, se iban a beneficiar de este equilibrio entre los poderosos. Los fuertes eran Inglaterra, Francia, Imperio Austrohúngaro, Rusia y Prusia. Los débiles, todos los demás, incluyendo a España, que había perdido su imperio y su prestigio en el siglo anterior. Inmediatamente se formó la Santa Alianza entre las potencias vencedoras. La Santa Alianza es un compromiso de respeto y defensa mutua que hacen los fuertes entre sí. ¿Defensa de quién? De ellos mismos, de cualquiera de ellos que pretendieran establecer su hegemonía sobre los demás. En 1815 se reunió el Congreso de Viena para sentar las bases de la nueva Europa.
En virtud de este Congreso, Francia quedó reducida a las fronteras que tenía antes de la Revolución. Los vencedores se repartieron los despojos, no sólo del vencido, sino de los pequeños países que habían intervenido, a su pesar, en las contiendas del XVIII. Las grandes potencias europeas aprovecharon la derrota de Napoleón para apropiarse de territorios colindantes y apetecidos. Por ejemplo, Rusia adquirió Besarabia, Finlandia y parte de Polonia. Austria adquirió el norte de Italia. Prusia, Posnania y muchos territorios del valle del Rin. Inglaterra fue la más gananciosa, porque renunció a toda reclamación continental y se apropió de vastos territorios coloniales en América, Asia y Oceanía, a costa de las colonias holandesas, francesas y españolas.
No debemos perder de vista a los restantes pueblos europeos. ¿Cómo quedaron? Los nórdicos quedaron libres salvo Finlandia , con un gobierno dividido y un monarca único. Los estadillos alemanes quedaron independientes, pero sometidos a una Dieta Federal dirigida por el Imperio Austríaco. Prusia nunca aceptó este predominio, lo que dio lugar a violentas tensiones en el siglo XIX. Italia quedó dividida en estadículos sin importancia, entre los que sobresalían los Estados Pontificios bajo el Papa, y la monarquía de Piamonte Saboya en el norte de Italia. España quedó reducida a sus posesiones peninsulares y las colonias sudamericanas. Pero éstas quedaron sin guarnición y se independizaron inmediatamente, como veremos en su lugar. Portugal quedó independiente, con sus explotaciones coloniales y aliada estrechamente con Inglaterra, que se convirtió en reina de los mares. Holanda y Bélgica se unieron impositivamente bajo el príncipe de Orange. Los estados balcánicos quedaron divididos y en poder del Imperio Turco, lo que daría lugar a continuas guerras a finales del XIX.
Todas estas divisiones se trazaron en el Congreso de Viena, dirigido por el Príncipe de Metternich (FIG. 2), el gran enemigo de Napoleón. Pero estas divisiones eran tan ficticias como el imperio que había querido establecer Napoleón, y saltaron violentamente poco más tarde.En Europa, a comienzos del XIX sólo había un uso común, un núcleo de unidad: la religión. Todos los europeos eran cristianos, aunque divididos en varias sectas, Los alemanes eran protestantes; los ingleses, anglicanos y, en parte católicos. Los franceses, católicos y calvinistas. Los españoles, católicos. Los italianos católicos. Los rusos ortodoxos. El único vínculo de unidad era Cristo, el cristianismo, y a ello apelaron los monarcas de la Santa Alianza, que por eso denominaron Santa a esta agrupación.Tras varios siglos de lucha sangrienta por motivos religiosos (recordemos los siglos XVI y XVII), los europeos deciden aguantar las diferencias dogmáticas de unos y otros. ¿Por qué? La respuesta es sencilla, pero doble: A) Porque estaban hartos de contiendas religiosas y habían aprendido a convivir con hombres de distintos dogmas. B) Porque veían en peligro el principio de autoridad. Esta segunda causa es preciso aclararla un poco. El principio de autoridad es fundamental en una sociedad. ¿Quién tiene derecho a mandar? La tradición había colocado este derecho en los reyes, en la institución monárquica, pero esto, en última instancia, sólo se apoya en una creencia religiosa del pueblo. Recordemos el lema «Rey por la gracia de Dios». ¿Por qué tiene derecho a gobernar el monarca? Porque Dios le ha concedido tal derecho. Pero eso sólo lo pueden sostener los ministros de la religión, ya que Dios se ha revelado a los hombres por medio del Antiguo y Nuevo Testamento y de la tradición Patrística, y los únicos depositarios e intérpretes de esa Revelación son los clérigos, los ministros de Dios.
Pero tenemos varios hechos anteriores que ponen en peligro tal sistema de creencias. La Ilustración y la Revolución francesa son los primordiales. Los hombres del XVIII, dejándose llevar por criterios excesivamente racionalistas, habían decretado que sólo el pueblo tiene derecho a gobernarse y que delega su autoridad en el rey. Es decir, que el rey no lo es por «gracia de Dios». Por «gracia de Dios» sólo es gobernante el pueblo, y el rey recibe este derecho de ese mismo pueblo. Esa fue la idea fulminante de la Revolución. Y esa misma idea fue la que facultó a Napoleón para apoderarse del gobierno. Napoleón recibió, teóricamente, su poder del pueblo, aboliendo la antigua monarquía, en un intento de crear otra nueva bajo su apellido. El ejemplo podía cundir por Europa. De hecho, Inglaterra ya era una monarquía constitucional; los españoles habían exigido otro tanto a Fernando VII; los franceses exigían lo propio al que les imponía el Congreso de Viena, etc... Ante tales conmociones de la gran creencia política que había gobernado Europa durante muchos siglos, los monarcas europeos quisieron fundar en principios religiosos (Santa Alianza) su derecho a gobernar.
Pero fue inútil. La Revolución francesa había sido abortada pero las ideas que la habían hecho posible se habían extendido por Europa como un reguero de pólvora. Los europeos ya no admitían la condición sagrada e inalienable del monarca. El siglo XX es el siglo de la Monarquía Constitucional. ¿Qué significa esto? El rey ya no tiene poder absoluto, sino que debe respetar unas leyes que el pueblo dicta. Estas leyes fundamentales, que el rey se dispone a cumplir, son la Constitución. Los europeos se pasaron todo el siglo XIX haciendo Constituciones, deshaciéndolas, transformándolas, decretándolas y aboliéndolas. Es natural. Una novedad nunca es perfecta, necesita siglos de reposo y sedimentación, de perfeccionamiento progresivo. El siglo XIX fue un siglo de grandes tensiones, porque el pueblo no se ponía de acuerdo en lo que podía y debía exigir a sus reyes. Otros pueblos decidieron abolir por completo la monarquía e instaurar un gobierno conforme por entero a la nueva creencia de autoridad: la democracia, patrocinada por los mejores pensadores ilustrados del siglo XVIII. Por eso, en algunos países se instauró la República directamente. República y Monarquía constitucional son las dos formas de gobierno típicas del siglo XIX. Pero como hemos dicho, no se instalaron definitivamente, sino que sufrieron trastornos y sobresaltos continuos.