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Virginia Woolf ha sido durante mucho tiempo objeto de críticas y ataques por su defensa de una "feminidad natural", pero en la actualidad las ideas plasmadas en sus novelas y ensayos inspiran a una nueva generación de lectores feministas que aspiran a sumergirse en la problemática cuestión del género y de la compatibilidad entre hombres y mujeres. Woolf luchó, en buena parte sin éxito, por explicar la naturaleza de sus necesidades como mujer, por desgranar los miedos, la frustración, la imposibilidad de realizarse, de poder ser ella misma. Sus creaciones literarias destacaron entre las de los grandes modernistas de lengua inglesa de comienzos del siglo XX alcanzando el lugar privilegiado que merece en la historia de la literatura. En Virginia Woolf en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Woolf, y explica su influencia sobre la literatura y la lucha del hombre para entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.
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Siglo XXI
Paul Strathern
Virginia Woolf
en 90 minutos
Traducción: Sandra Chaparro Martínez
Virginia Woolf ha sido durante mucho tiempo objeto de críticas y ataques por su defensa de una «feminidad natural», pero en la actualidad las ideas plasmadas en sus novelas y ensayos inspiran a una nueva generación de lectores feministas que aspiran a sumergirse en la problemática cuestión del género y de la compatibilidad entre hombres y mujeres. Woolf luchó, en buena parte sin éxito, por explicar la naturaleza de sus necesidades como mujer, por desgranar los miedos, la frustración, la imposibilidad de realizarse, de poder ser ella misma. Sus creaciones literarias destacaron entre las de los grandes modernistas de lengua inglesa de comienzos del siglo XX alcanzando el lugar privilegiado que merece en la historia de la literatura.
En Virginia Woolf en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Woolf, y explica su influencia sobre la literatura y la lucha del hombre para entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.
«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.
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RAG
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Título original
Virginia Woolf in 90 minutes
© Paul Strathern, 2005
© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2016
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.sigloxxieditores.com
ISBN: 978-84-323-1842-9
Introducción
El mar atrajo a Virginia Woolf toda su vida. Su infancia estaba llena de imágenes costeras, pues Saint Ives, en la costa de Cornualles, fue su segundo hogar. En sus novelas abundan las imágenes relacionadas con el agua y el mar, sobre todo en Fin de viaje, Al faro y Las olas. Esta imaginería la perseguiría hasta el fin de sus días. En las últimas páginas de su novela postrera, Entre actos, publicada póstumamente, vemos a un personaje que contempla un estanque lleno de lirios:
Algo se movía en el agua; su pez cola de abanico favorito. Le seguía un orfe dorado. Luego percibió un destello de plata, la gran carpa en persona…
«Nosotros mismos», murmuró. Y recuperando un destello de fe en las aguas grises, siguió al pez esperanzada, sin gran ayuda por parte de la razón.
Más tarde, en un momento de crisis:
Verdes aguas parecieron erguirse sobre ella desde la tierra. Se alejó de la orilla por el camino, y, alzando la mano, buscó torpemente el pestillo de la verja de hierro de la entrada.
A principios de 1941, Virginia Woolf terminó Entre actos cuando vivía en Rodmell, su casa de campo situada a pocos kilómetros de la costa de Sussex. El supremo esfuerzo creativo la había dejado exhausta. Su equilibrio mental, nunca bueno ni en los mejores tiempos, era muy precario.
Tenía poco más de 50 años y ya había sufrido una serie de colapsos nerviosos que la habían llevado al intento de suicidio al menos en tres ocasiones. La Segunda Guerra Mundial había estallado dos años antes; los nazis ya habían ocupado Francia y la mayor parte del continente. Solo resistía Gran Bretaña, que estaba reuniendo sus ejércitos a unos 35 kilómetros mar adentro. Los alemanes, que se preparaban para la invasión, ya habían lanzado el Blitz, con sus bombardeos concentrados sobre Londres. Habían destruido la casa de Virginia Woolf, de manera que vivía permanentemente en Rodmell, donde la costa entera estaba en estado de alerta.
No se hacía ilusiones sobre la suerte que correría si los nazis invadían el país. Su esposo Leonard, que la había apoyado lealmente durante todas sus crisis, era judío, y por lo tanto podían mandarlo a un campo de concentración. Sus opciones como enferma mental no serían mucho mejores.
Virginia Woolf y sus amigos del Círculo de Bloomsbury se enorgullecían de la franqueza y honestidad que reinaba entre ellos. Era parte de su credo: la vida abierta. Su hermana, Vanessa Bell, le escribió una bienintencionada carta en la que dejaba claro que sabía que Virginia estaba al borde de otro colapso nervioso: «No debes enfermar justo ahora […]. No sabes lo mucho que dependo de ti. Por favor, tenlo en cuenta si no encuentras otra razón». Por entonces Virginia contactó con su editor John Lehmann, que dirigía la editorial Hogarth Press junto a su esposo Leonard. Le entregó el manuscrito de Entre actos, pero le confesó que lo consideraba un fracaso: «Es demasiado ligero y esquemático». Lehmann mostró su desacuerdo con este veredicto y empezó a programar su publicación ocultándoselo a ella. Puso un anuncio para el lanzamiento de la novela en una revista.
En los días subsiguientes la salud mental de Virginia Woolf empezó a deteriorarse. Como en ataques anteriores, empezó a oír voces; estaba segura de que se volvía loca. Escribió una carta a su hermana, que no llegó a enviar, en la que afirmaba: «He luchado contra esto, pero ya no puedo más». A primera hora de la mañana del 28 de marzo escribió una carta a su marido que empezaba: «Querido, quiero decirte que me has dado la felicidad más absoluta. Nadie podría haber hecho más de lo que has hecho, Créelo, por favor […]».
Después Virginia Woolf salió de la casa y caminó por los campos hasta la orilla del río Ouse. El nivel del agua había subido debido a las lluvias de primavera. Cogió una piedra grande de la orilla y se la metió en el bolsillo del abrigo. Entonces saltó a las heladas aguas del río que fluía rápidamente. Tres semanas después descubrieron su cadáver río abajo, cerca del mar.
Virginia Woolf acababa de cumplir 53 años cuando murió. Era un milagro que hubiera aguantado tanto. Las últimas décadas de su vida habían sido una lucha constante contra la enfermedad mental; pasaba los periodos lúcidos temiendo la vuelta de los ataques. Sin embargo, durante esos periodos lúcidos logró crear algunas de las mejores obras literarias de principios del siglo XX, gracias a una enorme fuerza de voluntad y a costa de su salud mental.
Vida y obra de Virginia Woolf
Virginia Woolf, de soltera Virginia Stephen, nació en Londres el 25 de enero de 1882. Era una niña sensible, que creció en una mansión de clase alta de Kensington, rodeada de sirvientes y de una familia numerosa pero diversa. Su padre, Leslie Stephen, había sido el editor de la prestigiosa revista Cornhill Magazine, donde había publicado por entregas novelas de Henry James y de Thomas Hardy. Pasó la infancia de Virginia inmerso en la increíble tarea de compilar el Dictionary of National Biography, una obra de referencia clásica. No tuvo más remedio que emplear a más de 650 colaboradores para que escribieran entradillas que llegaron a ocupar 26 volúmenes (con más de 350 entradillas redactadas por él mismo). Su inherente tendencia a la inestabilidad neurótica exacerbaba este exceso de trabajo. De manera que la casa estaba repleta de cierta tensión emocional, que desembocaba ocasionalmente en escenas entre Leslie Stephen y su sufrida esposa Julia, una mujer muy bella y de gran sensibilidad artística.
La familia constaba asimismo de dos hermanastros, Gerald y George, y de una hermanastra; todos ellos fruto de un anterior matrimonio de Julia, a los que había que sumar a Laura, la hija de un matrimonio anterior de Leslie. Cuando Laura creció fue evidente que era deficiente mental. En cambio los chicos, Gerald y George Duckworth, eran inteligentes, tenían mucha confianza en sí mismos y parecían algo incultos al modo convencional británico. Hermanastros aparte, Virginia creció junto a dos hermanas y dos hermanos propios, tres mayores que ella. Tres de ellos mostrarían síntomas de una leve afección maníaco-depresiva. Con una familia así, la madre tenía poco tiempo para verter emoción sobre un individuo concreto.
Virginia nunca fue al colegio, pues su padre la enseñaba en casa cuando tenía tiempo. Tenía una visión del mundo explícitamente racional y experimentaba aversión hacia la religión: algo poco frecuente en una era victoriana basada en la respetabilidad burguesa. Virginia exploró a fondo la biblioteca de su padre y él solía preguntarle sobre los libros que había leído. Según Virginia la aconsejaba «que escribiera en el menor número de palabras posible, y con toda la claridad a su alcance, exactamente lo que quería decir –fue la única lección que me dio sobre el arte de la escritura–». Las «lecciones» de su padre consistían en preguntas muy bien elegidas en torno a los libros que había leído y en animarla a expresar la verdad sobre lo que habían significado para ella. Más tarde Virginia afirmaría que su padre le había «dislocado la cabeza» al añadir que «no debería ser tan lista, porque hubiera sido más estable sin serlo». Y era lista. Sola en su habitación, se dedicaba al estudio, y pronto pudo leer a Shakespeare y traducciones del griego antiguo. Leía mucha historia, literatura y filosofía. A los 15 años estaba leyendo a Carlyle e intentando aprender a leer alemán.
Pero su infancia también tuvo aspectos más normales. Todos los días paseaban por los cercanos jardines de Kensington y por Hyde Park. En verano, la familia se trasladaba a la casa que tenía en la playa de Saint Ives, en la remota Cornualles, donde los niños aprendían a nadar y jugaban durante horas entre las rocas de la playa. Todos los niños aprendieron a entretenerse desde muy temprana edad; por las noches se contaban cuentos unos a otros. Pronto fue evidente que los de Virginia eran los más emocionantes y divertidos, y no pasó mucho tiempo antes de que contara una nueva historia cada noche. Virginia empezó a poner por escrito estos cuentos a los siete años en un «periódico» familiar, el Hyde Park Garden News, en el que recogía todo lo que le ocurría a la familia, cotilleos incluidos. Más tarde, Virginia recordaría cómo ya sentía «la vocación de escribir» a tan tierna edad, pues la había «absorbido desde que era una criatura garabateando un cuento». Era muy consciente de que su padre leía detenidamente el periódico familiar con ojo de profesional. La hermana mayor de Virginia, Vanessa, afirmaría después: «No recuerdo época alguna en la que Virginia no quisiera ser escritora».
A pesar de crecer en una familia tan cercana y numerosa, Virginia se convirtió en una niña compleja e hipersensible. En parte se debió a una serie de experiencias traumáticas. Cuando contaba unos 7 años, su hermanastro de 18 años, Gerald, la sentó sobre el anaquel donde se colocaban los platos a la entrada del comedor: