Voluntad - Benito Pérez Galdos - E-Book

Voluntad E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

Voluntad es una obra de teatro de Benito Pérez Galdós. Trata de una joven de fuerte carácter que se pone al frente del negocio familiar para llevar la enfermedad de su padre. Las responsabilidades masculinas caen sobre ella como una losa, pero todo cambiará con la aparición del galán Alejandro, de quien se enamorará.-

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Benito Pérez Galdós

Voluntad

Comedia en tres actos y en prosa

Saga

Voluntad

Copyright © 1870, 2020 Benito Pérez Galdós and SAGA Egmont

All rights reserved

ISBN: 9788726495324

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

ACTORES

ISIDORA.

SRTA. GUERRERO.

DOÑA TRINIDAD.

SRA. DOMÍNGUEZ.

TRINITA.

SRTA. BLANCO.

ALEJANDRO.

SR. DÍAZ DE MENDOZA.

DON ISIDRO BERDEJO.

SR. JIMÉNEZ.

DON SANTOS BERDEJO.

SR. CARSÍ.

SERAFINITO.

SRTA. VALDIVIA.

LUENGO, corredor.

SR. CIRERA.

DON NICOMEDES, prestamista.

SR. DÍAZ.

BONIFACIO, dependiente.

SR. MENDIGUCHÍA.

LUCAS, ídem, íd.

SR. LÓPEZ ALONSO.

UN COBRADOR.

SR. TORNER.

Director de escena: RAFAEL M. LIERN

 

La escena en Madrid, calle Mayor.-Época contemporánea.

 —5→

Acto I

Trastienda de un establecimiento comercial.

Puerta que comunica con la tienda y el almacén. Puerta que conduce a las habitaciones de los dueños del establecimiento. Puerta por donde se sale al portal de la casa. ( y e) Mesas grandes, sobre las cuales hay multitud de cajas, piezas de tela, vasos japoneses y otros objetos de comercio. Mesa con los libros, papeles y utensilios de escribir de una casa de comercio. Velador. (*) Sillas.

Derecha e izquierda se entiende del espectador.

Escena I

DONISIDRO, en la mesa, examinando un libro de cuentas, DOÑATRINIDAD, en el centro, sentada; junto a ella, DONNICOMEDES, sentado como en visita, LUENGO, en pie.

 

ISIDRO.- (Dando un gran suspiro, cierra el libro de cuentas.) Si Dios no hace un milagro, no hay salvación para mi casa.

TRINIDAD.- (Afligida.) ¡Jesús nos valga!

 —6→

LUENGO.- Querido don Isidro, ánimo. Una retirada honrosa, como dijo el otro, vale tanto como ganar la batalla.

NICOMEDES.- Justo. El valor es plata, la prudencia oro. ¿Que no puede usted vencer? Pues se retira en buen orden, y...

LUENGO.- Y acepta el traspaso que le propuse.

TRINIDAD.- ¡Traspasar, rendirse cobardemente! ¡Ay, si viene la miseria no es decoroso que nos entreguemos a ella sin lucha!

ISIDRO.- (Con gran abatimiento.) ¡Luchar! ¡Qué bonito para dicho! Pero, en fin, luchemos, alma, luchemos. (Reanimándose.) Cierto que aún podríamos... Luengo querido, don Nicomedes, yo veo un medio de salir a flote, con paciencia, y tiempo por delante... pero necesito del concurso de los buenos amigos...

LUENGO.- Don Isidro de mi alma, doña Trinidad, bien saben que les quiero como un hijo... ¡Ah, si yo tuviera capital, ya estaba usted salvado! Pero es público y notorio que mis corretajes no me dan más que lo comido por lo servido. El amigo don Nicomedes, a quien hablé esta mañana de parte de usted, ha tenido la bondad de venir conmigo para manifestarles...

ISIDRO.- ¿Qué?

NICOMEDES.- Que lo siento mucho, amigo Berdejo, que lo siento en el alma... Pero me coge sin fondos, absolutamente sin fondos.

ISIDRO.- ¡Todo sea por Dios! (Con amargura.)

NICOMEDES.- (Con afectación de cariño.) Bien sabe que le quiero como un hermano...

TRINIDAD.- Sí, sí; todos nos quieren como hermanos, como hijos, pero nos hundimos, y no hay quien nos alargue una mano, un dedo, para que nos agarremos y podamos salir...

NICOMEDES.- ¡Qué más quisiera yo, mis amigos del alma!... (Dudando.) En último caso...

—7→

LUENGO.- (Aparte a DON NICOMEDES, pasando a la izquierda.) Cuidado; no ablandarse.

NICOMEDES.- Imposible, imposible... Busque por otro lado... ¿Por qué no intenta usted algo con su vecino del entresuelo, el amigo Morales?

TRINIDAD.- ¡Oh! Morales no hace préstamos.

ISIDRO.- Es triste cosa que un establecimiento como este, tan acreditado, tan antiguo, haya existido más de un siglo con vida próspera y robusta, para venir a deshacerse en las manos del último de los Berdejos, tan honrado como el que más.

NICOMEDES.- Como el primero, eso sí. Digno sucesor de los honradísimos, de los intachables Berdejos.

ISIDRO.- Siempre cumplí fielmente mis compromisos. He favorecido a cuantos amigos se acercaron a mí en demanda de apoyo...

LUENGO.- (Interrumpiendo.) Ahí, ahí duele... En el comercio, queridísimo don Isidro, no hay enfermedad más peligrosa que el reblandecimiento... del corazón.

NICOMEDES.- Sí, sí. Yo digo que la bondad, la excesiva bondad y confianza pesan mucho. Son como el oro. Nada; que forrado en esas virtudes, se va uno al fondo.

LUENGO.- (Riendo.) Está bien.

ISIDRO.- Como quiera que sea, queridísimo don Nicomedes, venga usted en mi ayuda.

NICOMEDES.- ¡Oh! Si pudiera... ¡Qué mayor satisfacción para mí!... Pero crea usted que...

LUENGO.- A decidirse pronto. Traspase el establecimiento en los términos que le indiqué...

TRINIDAD.- No, no. Lucharemos aún. ¿Verdad, Isidro?

ISIDRO.- (Muy abatido.) Sí... luchar... (Irresoluto.) No sé... Dejadme... Estoy loco.

TRINIDAD.- (Viendo entrar por el foro izquierda a TRINITA y SERAFINITO.) ¡Oh!, aquí están ya mis niños. (Va a su encuentro.)

—8→

Escena II

Dichos; TRINITA, SERAFINITO, por el foro, vestidos con relativa elegancia.

 

LUENGO. - (Por TRINITA.) ¡Qué elegantita, la niña de la casa!

TRINITA.- (Saludando.) Don Nicomedes...

NICOMEDES.- ¡Qué, monada de chiquilla!

LUENGO.- (Por SERAFINITO.) ¿Y dónde me deja usted a este sabio en leche?

SERAFINITO.- Quita allá, ¡bruto! (Con desprecio.)

NICOMEDES.- (Saludándolo.) Serafín, casi casi estás hecho un hombre. (SERAFINITO le saluda con frialdad.)

TRINITA.- Papá, el tío Santos ha venido del pueblo esta mañana. ¿Cómo no está aquí?1

ISIDRO.- (Distraído.) No sé...

LUENGO.- Sí; yo le vi entrar en su jaco por la calle de Toledo...

TRINIDAD.- Es raro que no esté ya en casa.

ISIDRO.- Ya parecerá.

TRINIDAD.- (A TRINITA cariñosamente.) ¿Y qué tal? ¿Venís de casa de las de Cabrales? ¿Cómo va ese ensayo?

TRINITA.- Divinamente.

TRINIDAD.- ¿Acordado ya el programa del conciertito?

LUENGO.- ¡Dichoso programa! Mis sobrinas me traen loco. Purita rompe plaza con la Marcha fúnebre.

TRINITA.- Rosario Cuadrado canta el Non posso vivere que le acompaño yo.

LUENGO.- Y tú tocas el Nocturno de Chapa.

TRINITA.- De Chopín... Luego la Danza Macabra a cuatro manos... Esta noche, no hay remedio... tengo que volver a ensayar. Pero el señorito este dice que no puede llevarme.

ISIDRO.- ¿Cómo no?

SERAFINITO.- (Gravemente.) Papá, no puedo. —9→

LUENGO.- ¡Ah!, es verdad. El chiquitín habla esta noche en el Círculo histórico literario.

NICOMEDES.- Sí; ya lo decía anoche el periódico: «tiene pedida la palabra el joven orador don Serafín Berdejo».

ISIDRO.- Ah, sí... la discusión de la Memoria de tu amigo Porras.

SERAFINITO.- Sobre la Solidaridad de las funciones sociales. Anteanoche, Pepe Canseco, que se metió en la Antropología Criminal, me aludió de un modo tan transparente... Me llamó «el ilustre degenerado...». Porque yo soy un lombrosista furibundo.

TRINIDAD.- ¡Qué rico! Eres lombricista... ¡Qué criatura, qué prodigio!

ISIDRO.- Me dan miedo estos chicos del día. Nacen sabiendo lo que antes ignoraban los viejos más estudiosos.

TRINIDAD.- Pues niña, esta noche, tu hermano no puede acompañarte... Ya ves...

TRINITA.- (Displicente.) ¿Y me fastidio yo por estas simplezas de los discursos de sonsonete, y de las Memorias pegadas con saliva?

SERAFINITO.- Simplezas tus conciertos, y tus soireés de niñas cursis. Unas aporrean teclas, otras imitan el canto de los grillos, y todas han declarado la guerra a la musa Euterpe, y a los tímpanos de la pobrecita humanidad.

TRINITA.- Cállate, sabihondo huero, mico de la Filosofía, y de la Antropo... potro... no lo digo.

SERAFINITO.- Cállate tú, lumbrera de la ignorancia, oráculo de la insustancialidad...

TRINIDAD.- (Apaciguándoles.) Vaya, no reñir. Vete a estudiar el Nocturno, y tú a prepararte...

TRINITA.- ¡Qué fastidio! Este lo que quiere... (Siguen disputando.)

SERAFINITO.- Es ella la que...

TRINIDAD.- ¡Silencio! (Llevándoles hacia la izquierda.)

TRINITA.- No se le puede aguantar.

TRINIDAD.- Juicio, niños... Mirad que no estamos hoy para. —10→ bromas. (Van los dos hermanos hacia la puerta de la izquierda riñendo. DOÑA TRINIDAD trata de calmarles amorosamente. Sale BONIFACIO, que se dirige a DON ISIDRO. LUENGO y DON NICOMEDES bajan al proscenio.)

Escena III

Dichos, menos los dos chicos; BONIFACIO.

 

ISIDRO.- ¿Qué buscas?

BONIFACIO.- Muselinas negras.

ISIDRO.- Me Parece que aquí... (Busca en la anaquelería del pasillo del fondo.)

LUENGO.- (Con NICOMEDES en el proscenio.) Francamente, temía que usted se ablandara...

NICOMEDES.- ¿Yo...? Me llamo Guijarro.

LUENGO.- Porque esta pobre gente se hunde.

NICOMEDES.- Y no hay más que dejarles bajar, dejarles caer. Y cuando estén en tierra, ya entrarán en razón.

LUENGO.- Y traspasarán, no lo dude usted, en condiciones ventajosísimas...

NICOMEDES.- Para nosotros... y para ellos también... pues ¿a qué más podrían aspirar?... (Contemplando el local.) ¡Hermoso establecimiento!, y abarrotado de artículos de Europa y Asia.

ISIDRO.- (Cansado de buscar.) Veamos aquí. (Pasa con BONIFACIO a la mesa de la derecha.)

NICOMEDES.- ¿Y no podría suceder que recibieran auxilio de la otra hija, Isidora?

LUENGO.- Imposible. No se tratan con ella.

NICOMEDES.- (Dudando.) Hum. ¿Estás seguro? Lo averiguaremos.

ISIDRO.- (Con displicencia.) Pues se acabaron. Di que no hay. (Vase BONIFACIO. Vuelve DON ISIDRO al proscenio, y DOÑA TRINIDAD, después de despedir a los chicos por la izquierda.)

TRINIDAD.- ¡Ay, qué criaturas!

LUENGO.- Están ustedes babosos con los tales críos.2

ISIDRO.- La niña es una monada, tan finita y tan...

 —11→

TRINIDAD.- El niño sí que es mono, con tanto talento, y ese pico de oro... Otro más oradorcito no le hay a su edad.

NICOMEDES.- Sí, monísimos los dos. Pero yo le diré a usted, amigo don Isidro, si no se enfada, que este par de mocosos, el uno con su ciencia de huevito pasado, la otra con sus tocatas y sus perifollos, no valen para descalzar el zapato a la hija mayor de usted... ¡ah!, aquella Isidorita tan reguapa, tan simpática y hacendosa...

ISIDRO.- (Afligido.) ¡Ay, amigo mío!

TRINIDAD.- ¡Hija de mi alma!

NICOMEDES.- Sí; ya sé cuánto han sufrido ustedes...

ISIDRO.- Es como si la hubiéramos perdido, perdido para siempre.

TRINIDAD.- (Deseando cortar la conversación.) No nos hable usted... por Dios...

ISIDRO.- Renueva usted la tremenda herida.

TRINIDAD.- ¡La queríamos tanto!...

ISIDRO.- La adorábamos.

NICOMEDES.- Y que lo merecía.

ISIDRO.- Porque usted no puede figurarse, señor don Nicomedes, mujer de cualidades más extraordinarias.

LUENGO.- Un talento de primer orden.

TRINIDAD.- Y a más del talento, una energía colosal.

LUENGO.- ¡Y una gracia! ¡Ay, qué gracia, y qué ángel, y qué...!

ISIDRO.- ¡Y una disposición para todo!... Hace dos años, cuando caí malo, tomó a su cargo el establecimiento, y llevaba los negocios de un modo admirable. Mejor, mejor que yo.

NICOMEDES.- Lo creo.

TRINIDAD.- Y para mí era un descanso... porque gobernaba la casa... vamos, mejor que yo misma.

NICOMEDES.- También lo creo. Y de la noche a la mañana, el amor, el gran disolvente, vino a trastornar todas esas perfecciones y a reducirlas a cero.

 —12→

ISIDRO.- Como por brujería o encantamento, sí. Aquella hijita tan buena, aquella que parecía la razón misma hecha mujer, ve a un hombre en casa de nuestros amigos los Vallejos, le habla, le trata dos o tres semanas, se enamora de él perdidamente, se ciega, enloquece...