Wakefield - Nathaniel Hawthorne - E-Book

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Nathaniel Hawthorne

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Beschreibung

«Recuerdo haber leído en algún viejo periódico o bien en alguna gaceta vieja una crónica que, contada tal y como si fuera real, contaba la historia de un hombre, de nombre Wakefield, que decidió irse a vivir lejos de su mujer una temporada larga?». De esta forma empieza este relato, que Borges apuntó como el más grande y perfecto artefacto narrativo de la historia, predececesor directo de los relatos de Melville y Franz Kafka. Wakefield es un hombre tranquilo, vanidoso, ególatra, propenso a crear misterios infantiles.

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«Recuerdo haber leído en algún viejo periódico o en alguna revista antigua una crónica que, relatada como si fuera real, contaba la historia de un hombre, de nombre Wakefield, que decidió marcharse a vivir lejos de su mujer una temporada larga…». Así comienza este relato, que Borges señaló como el más grande y perfecto artilugio narrativo de la historia, antecesor directo de los relatos de Melville y Franz Kafka. Wakefield es un hombre sosegado, vanidoso, egoísta, propenso a crear misterios pueriles. Un día dice a su mujer que va a emprender un viaje de negocios y que regresará en dos días…

Nathaniel Hawthorne

Wakefield

Recuerdo haber leído en algún viejo periódico o en alguna revista antigua una crónica que, relatada como si fuera real, contaba la historia de un hombre, de nombre Wakefield, que decidió marcharse a vivir lejos de su mujer una temporada larga. Contado de manera tan abstracta, este acontecimiento no resulta muy raro; y tampoco debe ser tildado de pícaro o disparatado, sin la adecuada aclaración de las circunstancias. Sin embargo, aunque lejos de ser el más grave, quizá represente el ejemplo de fechoría marital más insólito que se conozca. Y, por otra parte, nos hallamos ante una monstruosidad tan digna de mención como cualquiera de las que aparecen en el catálogo de rarezas humanas. Este matrimonio residía en Londres. Fingiendo marcharse de viaje, el marido se fue a vivir justo a la calle contigua a su propio domicilio y permaneció allí más de veinte años, sin que ni su mujer ni sus amigos supiesen nada de él, y sin que pueda hallarse asomo de razón a su decisión de autodesterrarse. Durante todo aquel tiempo pudo contemplar su casa un día tras otro y vio con frecuencia a la afligida Sra. Wakefield. Finalmente, tras este paréntesis tan largo en su felicidad conyugal —cuando su muerte se daba ya por segura, con su herencia repartida, su nombre totalmente olvidado, y cuando su esposa se había resignado hacía mucho, mucho tiempo a su madura viudedad—, entró una noche por la puerta tan tranquilo, como si solo se hubiera ausentado el día anterior, recuperando de nuevo su papel de amante esposo hasta la muerte.

A grandes rasgos, esto es todo lo que recuerdo. Y, aunque se trate de algo de la más pura originalidad, de un episodio sin precedentes y probablemente irrepetible, creo que es uno de esos incidentes que apela a la compasión generalizada de los hombres. Y a pesar de que la creencia colectiva sea que cualquiera podría hacer algo similar, cada uno en su fuero interno sabe que no sería capaz de perpetrar una locura de tal calibre. Este episodio ha sido objeto de mis reflexiones con bastante frecuencia, produciéndome siempre admiración; pero tengo la sensación de que la historia debe de ser cierta y he llegado a hacerme una idea del carácter de su protagonista. Cuando un asunto inquieta la mente de una manera tan contundente, el tiempo que se invierte en pensar en él está bien empleado. Pero dejemos al lector que lo medite, si es eso por lo que opta; o si lo que prefiere es pasear a mi lado a lo largo de los veinte años que duró el capricho de Wakefield, sea bienvenido; y estoy seguro de que en la última frase, a modo de compendio y de cuidada conclusión, encontraremos una moraleja y un significado más profundo, aunque en nuestro periplo no consigamos hallarlos. La reflexión siempre termina siendo eficaz y cualquier acontecimiento sorprendente encierra invariablemente una moraleja.