Zurbarán - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

Zurbarán E-Book

Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. Nació en Fuente de Cantos, provincia de Badajoz, allá por el año 1598, a muy corto espacio de tiempo de otros "intocables", como Ribera o Velázquez, que nacen también al filo del 1600. Esta fecha es una de las más notables forjadoras de artistas, no sólo en España, sino también en el extranjero. Nombres como Rembrandt, Vermeer, Poussin, etc, aparecen en el mundo por las mismas fechas, es decir, son hombres de la misma generación. La generación de 1600 es una de las primeras generaciones de la Europa moderna, que es casi como decir de la Europa barroca.

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ÍNDICE

1. Visión de San Pedro Nolasco. Museo del Prado

2. La muerte de San Buenaventura. Palacio Blanco. Génova

3. Funerales de San Buenaventura. Museo del Louvre

4. Virgen de las Cuevas, con el manto protector extendido. Museo de Bellas Artes. Sevilla

5. El refectorio de los Cartujos. Museo de Bellas Artes. Sevilla

6. Visita de San Bruno al Pontífice. Museo de Bellas Artes. Sevilla

7. Apoteosis de Santo Tomás de Aquino. Museo de Bellas Artes. Sevilla

8. Visión de San Alonso Rodríguez. Academia de San Fernando. Madrid

9. Socorro de Cádiz (detalle). Museo del Prado. Madrid

10. Trabajos de Hércules. Museo del Prado. Madrid

11. San Jerónimo azotado por los ángeles. Monasterio de Guadalupe

12. Fray Gonzalo de Illescas. Monasterio de Guadalupe

13. La misa del Padre Cabañuelas. Monasterio de Guadalupe

14. Aparición al Padre Salmerón. Monasterio de Guadalupe

15. La visión de Fray Pedro de Salamanca. Monasterio de Guadalupe

16. La despedida del Padre Carrión. Monasterio de Guadalupe

17. El Cardenal Nicolaus Alberghati. Museo de Cádiz

18. Fray Jerónimo Pérez. Academia de San Fernando. Madrid

19. San Antelmo. Museo de Bellas Artes. Cádiz

20. La Anunciación del retablo de Jerez. Museo de Bellas Artes de Grenoble

21. Adoración de los Magos (del mismo retablo). Museo de Bellas Artes de Grenoble

22. San Jerónimo con Santa Paula y Santa Eustaquia. National Gallery. Washington

23. San Luis Beltrán. Museo de Bellas Artes. Sevilla

24. Santa Casilda. Museo del Prado

25. Santa Margarita. National Gallery. Londres

26. Virgen niña. Metropolitan Museum. Nueva York

27. Inmaculada Concepción. Museo de Budapest

28. La Crucifixión con San Lucas. Museo del Prado.

29. Cristo después de la flagelación. Museo de Breslau

30. Sagrada Familia. Museo de Budapest

31. Bodegón. Museo del Prado

32. San Francisco. Museo de Lyon

OTRAS PUBLICACIONES

Está considerado como uno de nuestros grandes clásicos. Nació en Fuente de Cantos, provincia de Badajoz, allá por el año 1598, a muy corto espacio de tiempo de otros «intocables», como Ribera o Velázquez, que nacen también al filo del 1600. Esta fecha es una de las más notables forjadoras de artistas, no sólo en España, sino también en el extranjero. Nombres como Rembrandt, Vermeer, Poussin, etc, aparecen en el mundo por las mismas fechas, es decir, son hombres de la misma generación. La generación de 1600 es una de las primeras generaciones de la Europa moderna, que es casi como decir de la Europa barroca, y está toda ella salpicada de grandes pintores.

Es una época en la que el artista está relativamente bien considerado, no tanto como en Italia, que desde el Renacimiento divinizaba la obra artística, pero nuestros pintores del XVII gozaron ya de unos privilegios y facilidades que les habían sido negados por completo a los artistas medievales.

A los dieciséis años (1614) entro de aprendiz con un pintor sevillano llamado Pedro Díaz de Villanueva, al que la Historia ha reservado un modesto emplazamiento entre los pintores de tercer orden. En el taller de Pedro Díaz de Villanueva comienza su fecunda carrera con una Concepción que firma en 1616, es decir, sólo dos años después de los primeros contactos con el pincel. La cantidad que tuvo que pagar a cambio de comida, cama y «aprender los secretos del arte» era de 16 ducados, pagaderos en dos plazos. El tutor que le protegía en estos primeros años sevillanos era un amigo de la familia llamado Pedro Delgueta, que firmo con Villanueva los contratos que ponían a Zurbarán a su servicio. Los contratos eran la forma más usual de relación profesional en los siglos XVI y XVII no sólo para estipular las condiciones de ejecución de una obra, sino incluso en estos manejos de aprendices. Es un hecho curioso que nos alarma un poco porque evidencia la falta de confianza que reinaba entonces en España. Indudablemente el «modus vivendi» del Buscón o de Rinconete y Cortadillo, debía de ser más usual de lo que cabe imaginar. El «pícaro» español de la Edad Moderna no fue, evidentemente, una entelequia de los poetas, sino una realidad inquietante.

Pero Zurbarán parece aprender muy deprisa y en 1620 le encontramos de nuevo en Llerena (Badajoz), casado y con taller propio, aunque al principio de muy modestas pretensiones. Es una etapa poco conocida de la vida del pintor, que va a durar hasta 1629, en que de nuevo abandona Llerena, acompañado ahora de su mujer, doña Beatriz de Morales, reclamado por el Cabildo de Sevilla para realizar una serie de cuadros, para el Convento de la Merced, sobre la vida de San Pedro Nolasco. Esta llegada de un pintor extremeño a Sevilla encuentra la oposición y denuncia de algunos maestros como Alonso Cano, que, sin duda, estaban acostumbrados a controlar una clientela provincial casi en plan de monopolio. Fue preciso que el Ayuntamiento dictaminara una provisión permitiendo a Zurbarán vivir y ejercer su arte en la ciudad de Sevilla, entonces la más poblada y rica de España y aun del imperio.

Otros pintores aceptaron de mejor grado la intromisión del extremeño y algunos, como Herrera el Viejo, colaboraron con él en obras como la «Vida de San Buenaventura», para el convento de los Franciscanos. Pinta en estos años gran cantidad de obras, sueltas y en conjunto, hasta que en 1631, o quizá un poco después, fue llamado a Madrid para decorar el Salón de Reinos del Buen Retiro junto a otros maestros le primera magnitud de la pintura española. Recordemos que en estas series colaboran Mayno, Velázquez, etc.

En Madrid hace una serie de cuadros titulada «Los trabajos de Hércules» que llega a cobrar en 1634 (concretamente recibe la cantidad de 1.100 ducados). Además de estas pinturas mitológicas de Hércules hace dos grandes lienzos acerca de un tema bélico: el socorro de Cádiz. Hay que tener en cuenta que estas salas del palacio se decoraron con mitologías y batallas, casi sin excepción. Batallas que, como la «Rendición de Breda», de Velázquez, intentaban justificar y dar esplendor a la política bélica de los Austrias menores, sobre todo en lo que se refiere a las campañas de los Treinta Años. Sólo se representaban actos heroicos o victoriosos, como es natural, que elevaban -teóricamente- el talento y el prestigio del rey y de sus válidos (Lerma, Olivares). Por eso fueron estos validos, sobre todo el Conde Duque de Olivares, los más interesados en proteger a los pintores y artistas de todo tipo que quisieran colaborar y ensalzar su obra política. Este mecenazgo político es usual en muchos momentos históricos similares, desde los gloriosos años de Pericles en Atenas a las películas rusas posteriores a 1917, pasando por los brillantes principados italianos del Renacimiento.

Parece que Zurbarán permaneció en la Corte entre 1631 y 1636 y que desde entonces le gustaba firmar sus obras con el titulo de Pintor regio, aunque no fuera nombrado jamás expresamente para este cargo, que, por otra parte, todavía no existía en la administración de los Austrias (recordemos que Velázquez no tenía el cargo de pintor real, sino el de aposentador mayor).

Quizá sean estas obras madrileñas las peores del artista, pero son interesantes porque nos dejan ver las virtudes y los defectos, las posibilidades y las limitaciones de su arte. Es un mal dibujante y no domina, en absoluto, la perspectiva; tampoco sabe realizar grandes composiciones, sobre todo si se trata de figuras en movimiento. Zurbarán nunca supo representar bien el movimiento. Cuando trata de representar un cuerpo en tensión dinámica fracasa rotundamente y esto lo debía de saber el pintor que evita constantemente realizar este tipo de obras. Este defecto se ha querido explicar por el carácter sereno, reposado y estático de su temperamento, pero no nos parece argumento suficiente.