Me faltan horas y me sobran gilipollas. #39 ideas para quererte más y mejor. - Jessica Gómez - E-Book

Me faltan horas y me sobran gilipollas. #39 ideas para quererte más y mejor. E-Book

Jessica Gómez

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Beschreibung

Todas las semanas te prometes comer sano y todas las semanas acabas abusando de los macarrones; pueden pasar meses entre una depilación y la siguiente; te da un ataque de ansiedad cada vez que miras el WhatsApp; ya has tenido que cambiar dos veces la cita con la dentista; te las apañas para acabar siempre haciéndote cargo de todos los marrones; la silla donde amontonas la ropa está al borde del colapso y empiezas a estar harta de que, al parecer, tu propósito en la vida es poner lavadoras hasta el fin de los tiempos. ¿Te reconoces? En estas y muchas otras situaciones cotidianas te vas a ver reflejada sí o sí. Jessica Gómez vuelve a hacerte sonreír y te regala las mejores pistas para gritar a los cuatro vientos que, aunque te falten horas y te sobren gilipollas, vas a intentar por todos los medios dedicarte más tiempo para estar bien y a quitar de en medio todo lo que te resta energía y paz, y ponerte la número UNO en tu lista de prioridades. Porque en el mundo, amiga mía, solo existen dos tipos de personas: TÚ Y TODAS LAS DEMÁS. Y a partir de ahora es de ti de quien vas a cuidar. «Estamos ya como muy hechas a la idea de que tenemos que cuidar a nuestra niña interior. Pero hay otra parte de nuestro interior que nos empeñamos en hacer como que no existe, y eso no es justo, porque yo creo que todas nuestras facetas deben ser cuidadas y valoradas en alguna medida, ¿verdad que sí? Y es que todas sabemos que cuando estás de buenas todo es amor y buen rollito, pero se ve de qué pasta estás hecha cuando estás hasta el coño. Y, querida, todas estamos hechas de monstruos. Pues ese monstruo necesita respirar y hacer ejercicio de vez en cuando, porque si lo dejas encerrado y te empeñas en ignorarlo, se volverá loco y empezará a oler mal, y cuando se canse de dar vueltas dibujando ochos dentro de tu cabecita, decidirá salir por su cuenta reventando la puerta a zarpazos. Y lo hará, no te quepa duda, en el momento que menos te convenga y echando espumarajos por la boca. Lo mismo hasta se lleva a tu niña interior por delante. Y tú no quieres que pase eso, ¿a que no?».

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Índice

PORTADA

CRÉDITOS

SOY UNA CABRONA EGOÍSTA

#1. EL PELIGRO HAY QUE TENERLO LEJOS

#2. TEN CLAROS TUS TÉRMINOS Y CONDICIONES

#3. NOS CUIDAMOS TODOS LOS PUTOS DÍAS

#4. A VECES, CUIDARSE ES PREVENIR

#5. LO QUE TE HACE FELIZ ES EL VINO, NO LA COPA

#6. LOS FILTROS HAY QUE ADMINISTRARLOS

#7. SIEMPRE TENDRÁS ALGO QUE HACER

#8. «TE NECESITO» Y OTRAS FRASES DE AMOR DE MIERDA

#9. EN EL AMOR HAY QUE CUESTIONAR TODAS LAS IDEAS

#10. LA RECETA PARA UNA BUENA RELACIÓN

#11. GUARDA LA ENERGÍA DE LAS EMERGENCIAS

#12. SI NO TE APORTA ALGO BUENO, CIERRA LA BOCAZA

#13. TODO TIENE UN COSTE

#14. QUERERTE NO ES GUSTARTE 24/7

#15. LAS PRIORIDADES SE DEFIENDEN A MACHETE

#16. SI CALLAR TE JODE, ENTONCES NO TE CALLES

#17. A PIÑÓN CON LOS BOCACHANCLAS

#18. CUIDA A TU MONSTRUO INTERIOR

#19. ¡QUE DELEGUES, HOSTIA!

#20. LA ASERTIVIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

#21. VETE SOLA A ALGUNA PARTE

#22. LAS MALAS PERSONAS EXISTEN

#23. NO CONSIENTAS JAMÁS QUE TE TRATEN COMO LA MIERDA

#24. MEJOR RECHAZAR PRONTO QUE HUMILLAR TARDE

#25. NADIE LLEGA A TODO

#26. PERDONAR ESTÁ SOBREVALORADO

#27. LAS SOLUCIONES RÁPIDAS NO EXISTEN

#28. SI EL PROBLEMA ES DE OTRO, QUE LO RESUELVA OTRO

#29. NO PERDEMOS EL TIEMPO HABLANDO CON GORILAS

#30. NO INTENTES CAMBIAR A LA GENTE

#31. SI TE DUELE, NO ES AHÍ

#32. UN POCO ES MEJOR QUE CERO

#33. EL NOBLE ARTE DE NO HACER NADA

#34. MIDE EL DRAMA

#35. NO ALIMENTES LAS DECEPCIONES

#36. VALORA TUS MIERDAS

#37. NO ES CULPA TUYA

#38. CONFORMARSE, PUEDE. RESIGNARSE, JAMÁS

#39. SI VAMOS A PERDER EL TIEMPO, QUE CADA UNO PIERDA EL SUYO

NO SOY UNA MALA PERSONA

GLOSARIO

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

Me faltan horas y me sobran gilipollas. #39 ideas para quererte más y mejor © 2023, Jessica Gómez

© 2023, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Diseño de cubierta: María Pitironte

Ilustración de cubierta: Shutterstock

Foto de la autora: Ariel González

Maquetación: TXT Servicios editoriales

ISBN: 978-84-9139-982-7

Depósito legal: M-19621-2023

Impreso en España por: Black Print

Conversión a formato digital: www.acatia.es

Sé feliz.

Es lo que nos llevamos por delante.

MI MADRE

A todos los gilipollas de mi vida.

A los que ya no estáis, que me habéis enseñado tanto.

A los que estáis ahora, que estáis porque os elijo.

A los que vendréis en el futuro,

aquí os espero, necesito material.

Antes de meternos en faena, te voy a contar un par de cosas sobre el libro que tienes en las manos. Ya sabes,

esas cosas que se suelen contar en las presentaciones y las firmas, así tú ya lo sabes y te podrás ahorrar venir a la presentación, que sé que tienes mucho lío.

Verás, un día tuve una revelación de estas que te iluminan un camino inesperado: me di cuenta de que la gente anda como enfadada. O sea: sonríe, habla,

hace recados… Lo normal, pero así como con un poso de estar un poco cabreada, con algo o con alguien, de manera permanente. Vamos, lo que viene siendo que la gente en general está hasta el coño. Del cambio climático, de los horarios imposibles, del precio de la fruta, yo qué sé. Hasta el coño de la vida. Y pensé:

«Aquí tengo nicho de mercado. A ver si de esta me compro el chalé».

Así que yo lo que quería era escribir un libro titula do «Cómo dejar de estar hasta el coño». Lo veía claro en mi cabeza, con rótulos grandes y luces de neón. Pero en cuanto le di dos vueltas se me hizo evidente un proble ma importante: no tengo ni idea de cómo dejar de estar hasta el coño. Me veía capaz de fingir que sí durante un par de páginas, pero un libro entero ni de coña. Lección número uno: no te metas en follones que no sabes si podrás terminar.

Pero ya estaba enfocada en mi objetivo de comprarme el chalé, así que le di una vuelta a la idea y comprendí que, si estamos tan hasta el coño, es por ese vacío vital nuestro que arrastramos, ese que nos viene causado por dar, y dar, y dar y no recibir justa compensación a cambio, que nos deja con ese de-sasosiego, con esa sensación de espíritu solitario y bolsillo emocional vacío. Y me dije: «Oye, eso sí sé arreglarlo, porque yo soy una cabrona egoísta». De eso sí que podía escribir un libro: cómo ser una cabrona egoísta que se pone una y otra vez por delante de los demás, que se trata a sí misma como lo más importante de su vida.

Ya lo tenía. Chalé, espérame que voy.

Se lo conté a mi editora y le encantó mi idea. Le dije que quería titular el libro «Cabrona egoísta» y me respondió:

Bueno, vamos a darle una vuelta. Que es lo que me dice mi editora cuando no quiere decirme que mi ocurrencia es una mierda, porque es lo que tienen las editoras: saben que quienes nos dedicamos a escribir tenemos el eguito un poco frágil. Así que no se pudo llamar como yo quería y se le quedó el título que tiene, y yo contenta, porque ponerse por delante también es delegar y dejar que los demás hagan lo suyo. O en otras palabras, no me parto la cabeza por hacer el trabajo de otros, así que el título que lo pongan los de Marketing, que yo tengo que poner la lavadora.

Pero quiero que te quedes con la idea, durante esta lectura, de que esa es la clave para ponerte por delante: ser una cabrona egoísta. Y cuando creas que te estás pasando, probablemente, todavía te estés quedando corta.

¿Y cómo me convierto en una cabrona egoísta?, te estarás preguntando. Yo he conseguido resumir el proceso en dos líneas fundamentales: por un lado, no tenemos tiempo para dedicárselo a todo aquello que nos gusta y enriquece; por otro, tenemos demasiado alrededor que nos resta el tiempo y la energía que necesitamos dedicarnos a nosotras mismas. O, dicho de otra manera, nos faltan horas y nos sobran gilipollas.

Y tengo que decirte que es probable que, varias veces antes de que termines el libro, pienses algo como «joder, pero es que si hago esto me voy a quedar solísima». Mmm… Pues no sé, chata… No seré yo quien te diga que lo mismo tienes alrededor más gilipollas de los que creías. Sí te diré que yo he escrito el libro y me he quedado como estaba, ¿sabes por qué? Porque a los gilipollas ya los tenía filtrados y eliminados.

Por último, antes de empezar y a modo de disclaimer, recordarte que la gente que sale en los ejemplos solo es eso: ejemplos. Clichés, muchas veces. Guíate con los ejemplos, pero quédate con las ideas. Y, sobre todo, decirte que este libro está pensado para reírnos de nosotras mismas, Mari, que la risa es lo que nos sana y nos hace libres.

¿Que digo verdades como puños? Sí. ¿Que alguna te va a dar una hostia? También. ¿Que uso una cantidad innecesaria de palabrotas? No te quepa duda. ¿Que a lo mejor sí que sacas alguna cosa que te va bien para tu vida? Eso espero, que no sé si puedo cambiar tu vida, pero, oye, si puedo ayudarte a aligerar la carga, estaremos mejor las dos, porque tú vivirás más feliz y yo viviré en un chalé. Win-win.

#1

EL PELIGRO HAY QUE TENERLO LEJOS

Quien dice peligro, dice gilipollas

Me parece importante empezar por lo básico, y es que, ya que a lo largo de este libro vamos a aprender a identificar a unos cuantos gilipollas, lo ideal será que tengas presente este pequeño tip introductorio, para que, en caso de duda, sepas reaccionar. Considéralo tu anilla de emergencia.

Mira, yo no soy de dar consejos. Creo que es algo que dejo caer en todos mis libros. No doy consejos. La gente, por alguna razón, quiere creer que digo esto porque soy una persona humilde, pero nada más alejado de la realidad. Así, entre tú y yo: lo hago puramente por una cuestión de cubrirme las espaldas. Es que, joder, ¡qué responsabilidad! O sea, imagínate que das un consejo y te hacen caso ¡y luego la cosa sale mal! Quita, quita. Bastante tenemos ya con decidir si tenemos o no edad para poner morritos en los selfis como para andar metiéndonos en jardines ajenos.

No doy consejos. Pero te voy a dar un consejo: estoy convencida de que una vida plena y feliz empieza, de manera necesaria, por tener una existencia tranquila. Entiéndeme: no una existencia sin sobresaltos, aventuras o improvisaciones, del tipo «yo el jueves me iba a echar la siesta y me ha brotado en la agenda un cumpleaños infantil». No ese tipo de tranquilidad. Una existencia que reduzca al mínimo las cosas que sean capaces de perturbar tu paz mental o emocional. Esa es la existencia tranquila que te mereces. Y tengo un truco para que se te disparen los niveles de tranquilidad. Atiende.

Tú imagínate que le tienes alergia a los cacahuetes. Y estás un día ahí, tan tranquila, ocupada en tus cosillas y, de repente, se te pone delante un pastelazo que tiene una pinta estupenda. Es de esos pasteles que la gente suele considerar irresistibles. Pero a ti, que has desarrollado una especie de olfato —por una cuestión de supervivencia— para detectar cacahuetes, te da en la nariz que ese pastel tiene trazas de cacahuete.

¿Qué haces? ¿Te lo comes? Pues claro que no. ¿Y por qué? Pues porque es potencialmente mortal y, con absoluta seguridad, dañino para tu persona. NO-TECO-MES-ELPASTEL.

Que a lo mejor aquí tú piensas: «A ver, es que lo mismo realmente no tiene cacahuetes y me estoy perdiendo algo estupendo». Bueno, vale. ¿Tiene algún tipo de etiquetado que te permita comprobar ipso facto que no contiene cacahuete? ¿No? Entonces, dime, ¿vas a arriesgarte? Desde luego que no. Lógica de cajón. Pasamos del pastel.

Y si, por una fuerza cósmica desconocida, el pastel intenta por su cuenta metérsete en la boca, ¿tú que haces? Pues no te lo tragas, de ninguna de las maneras. Lo apartas y le dices:

—Mira, pastelito, no es por ti, es por mí. Es que le tengo intolerancia a los cacahuetes. Te veo, te aprecio, pero no eres para mí y te dejo ir.

Pues mi consejo para ti, para aportar tranquilidad a tu existencia, es que vayas por la vida imaginando muy fuerte que tienes alergia a los gilipollas.

Entonces estás ahí, tan tranquila, ocupada en tus cosillas y, de repente, se te pone delante alguien que tiene una pinta estupenda. Es de esas personas que la gente suele considerar irresistibles. Pero a ti, que has desarrollado una especie de olfato —por una cuestión de supervivencia— para detectar gilipollas, te da en la nariz que esa persona tiene trazas de gilipollas.

¿Y qué haces? ¡Pues pasas! Está claro, ¡pasas! ¿Y por qué? Pues porque no sé si será potencialmente mortal, pero es con absoluta seguridad dañino para tu persona. PA-SAS.

Que a lo mejor aquí tú piensas: «A ver, es que lo mismo realmente no es gilipollas y me estoy perdiendo algo estupendo». Bueno, vale. ¿Tiene algún tipo de etiquetado que te permita comprobar ipso facto que no es gilipollas? ¿No? Entonces, dime, ¿vas a arriesgarte? Desde luego que no. Lógica de cajón. Pasamos del gilipollas. Y si, por una fuerza cósmica desconocida, esa persona intenta por su cuenta meterse en tu vida, ¿tú que haces? Pues no se lo permites. Lo apartas y le dices: —Mira, pastelito mío, no es por ti, es por mí. Es que le tengo intolerancia a los gilipollas. Te veo, te aprecio, pero no eres para mí y te dejo ir.

Que yo sé que hay un amplio margen de que estés pensando que, a ver, ¿cómo vas a hacer eso con las personas? Tranquila, que ya verás como todo es cogerle el truco. Luego no hay quien te pare. Y no te preocupes si te equivocas con una persona, que tampoco pasa nada: ocho mil millones más hay. Si no te gusta alguien, despejando camino y dejando sitio al siguiente.

De verdad que es así de fácil, que te complicas tú sola. Que te crees que son los hidratos y no son los hidratos: a ti la úlcera no te sale de cenar hidratos, te sale de aguantar gilipollas. Luego «ay, es que me duele la barriguita». Claro. Si es que te vas comiendo todos los gilipollas que te encuentras por el camino, ¿qué esperas?

Alergias, chati. Peligrosísimas. No hay que jugar con las alergias.

#2

TEN CLAROS TUS TÉRMINOS

Y CONDICIONES

Y quien no los acepte, que circule

Acompáñame, bello ser de luz, que te voy a contar una triste historia.

Hace poco que llevé a mi hijo pequeño a la capital. A la de Asturias, a Oviedo. Que eso es una cosa que hacemos mucho los de aquí, a Oviedo lo llamamos «la capital», como si Oviedo fuera Madrid y el resto de asturianos fuéramos Paco Martínez Soria —quiero pensar que esto pasa en todas partes—. Pero, bueno, a lo que iba: llevé al pequeño a la capital, a la dentista.

Tiene cuatro años y reparar su avería nos ha salido por cuatro cifras. A cifra por año, muy redondo todo.

Y en este pensamiento de «me cago en la madre que parió a Paneque» estaba yo, con el niño sentado en su asiento de atrás, comiéndose un paraguas de chocolate como estrategia para restaurar su bienestar vital tras la tortura de la reconstrucción de un diente, cuando pasé por delante de unos grandes edificios de oficinas que hay a la salida de Oviedo y recordé una entrevista de trabajo que tuve allí en una importante entidad bancaria, hace un montón de años, para lo que creía que sería «el curro de mi vida» porque incluía un sueldazo, un cochazo, un teléfono última generación, unas comisiones de escándalo y, ¡oh, sí!, seguro médico y dental para toda la familia. Sí, sentada en mi coche, pensaba lo bien que me habría venido, en ese momento, tener seguro dental para toda la familia.

Y me quedé dándole vueltas a lo que sucedió en aquella entrevista, porque entoces era una joven comercial que bien podría, ya no solo comerse el mundo, sino metérselo en la boca, masticarlo como un chicle y, cuando dejara de gustarme, escupirlo y a otra cosa mariposa.

Cada vez que, por la circunstancia que fuera, cambiaba de trabajo, iba a todas las entrevistas poniendo sobre la mesa cuáles eran mis condiciones para trabajar en la empresa: cuánto quería ganar, la disponibilidad del coche, los gastos extras, las comisiones… «Esto es lo que quiero. Si no me lo das, no trabajo para ti». Y fin del comunicado.

No te lo vas a creer, pero me llamaban de TODOS Y CADA UNO de los sitios donde me entrevistaban. Era infalible. En casi todos me decían algo como:

—Qué bien te vendes, ¿no?

Y yo respondía, con la espalda recta, la barbilla alta y sonriendo:

—Claro que sí, porque el producto es bueno. —Y luego miraba directamente a los ojos del entrevistador y añadía—: ¿Y tu producto qué tal es?

Risas, jo, jo, jo, si te elegimos te llamamos esta semana. Y me llamaban antes de veinticuatro horas.

Infalible. ¿Y sabes por qué? Porque estaba convencida de que lo valía. Que lo mismo no, pero iba con la actitud de que sí y tenía claro qué era lo que quería, o lo que necesitaba, y no aceptaba menos. Y eso es algo que deberíamos ser capaces de llevarnos a toda nuestra vida, a todas nuestras relaciones.

A ver, que no estoy hablando de ser una intransigente. Hay cosas en las que podemos flexibilizar, e incluso cosas en las que podemos ceder, pero tenemos que conocer nuestros mínimos vitales, y plantarnos ahí. Lo que no podemos hacer es ceder, y ceder y ceder siempre ante todo y ceder en las cosas que para nosotras son esenciales. Luego cada quien tendrá que saber qué es esencial para sí. Lo mismo para uno es esencial tener una relación abierta, para otra es esencial tratar bien a los animales, para alguien es esencial la cebolla en la tortilla. Lo que sea, pero lo importante es saber qué es eso que quieres y no aceptar menos porque, créeme, te lo prometo, no vales menos.

Mira qué fácil: esto es como cuando te descargas una app. Te la instalas y te empiezan a saltar notificaciones de todo lo que te pide la aplicación:

«Solicita acceso a tu cámara».

«Solicita acceso a la galería».

«Solicita acceso al micrófono».

«Solicita acceso a tu ubicación».

«Solicita acceso a tus contactos».

«Solicita permiso para publicar en tu nombre».

«¿Aceptas los términos y condiciones?».

Y tú flipas con todo lo que te pide y dices que no. ¿Y qué hace la app? «Pues te jodes que no me instalo».

¿Y qué haces tú entonces? Pues le dices que sí a todo porque quieres jugar al Candy Crush.

Pues con la gente igual. Tenemos que ser capaces de plantarnos delante de alguien, de quien sea, y decir:

—Mira, yo quiero seguro dental, una relación abierta, tratar bien a los animales y la tortilla con cebolla. Estos son mis términos y condiciones. ¿Aceptas?

Y si no lo hace, pues ya está. No quieres estar ahí. De verdad que no.

Voy a confesarte una cosa: te he mentido. No era infalible. La superentidad bancaria del curro de mi vida no me dio el trabajo. Esa fue la única vez que me rechazaron, y fue en lo que yo creía que sería «el curro de mi vida». Cuando el entrevistador me llamó por teléfono me dijo textualmente:

—Tú eras mi favorita... Pero estábamos entre tú y otro chico y el jefe prefiere contratar un hombre.

Como te lo cuento. No me dieron el trabajo por ser mujer.

Y ahora, visto con perspectiva, ¿no es mejor así? Es decir, ¿de verdad habría sido bueno trabajar para alguien que considera positivo para el trabajo un alto nivel de testosterona? Imagínate que hubiera acabado trabajando para alguien que menosprecia las tetas. ¡Las tetas! ¡Que yo tengo dos!

Pero esto es así con todo. ¿Tú quieres estar con alguien que cree que no vales lo que pides? ¿De verdad quieres echar las tardes con alguien que no acepta tus términos y condiciones? ¿Seguro que quieres que esa persona que no te acepta tenga igualmente derecho a toquetearte los botones?

#3NOS CUIDAMOS TODOS

LOS PUTOS DÍAS

Nada de cuidarse «de vez en cuando»

Hay personas por ahí —puede que incluso tú seas una de ellas; no pasa nada, yo también lo soy— que a veces dicen soberanas gilipolleces que, mátame camión, acaban convertidas en una especie de mantra viral, de filosofía de bar*, y algunas son hasta peligrosas. Hete aquí: «De vez en cuando hay que cuidarse».

¿Habrá frase más tóxica que esa, por el amor del suelo? ¿Cómo que «de vez en cuando»? Eso es una señora gilipollez que tenemos que desterrar de nuestra vida porque acaba por traernos, indirectamente, muchísima infelicidad.

Mira, voy a contarte una tragedia que tiene lugar en millones de hogares todos los días. Estáis todos en casa. Todos. Tú, tu pareja, las criaturas, el gato, las arañas. Todos. Y te quieres dar una ducha. ¿Qué haces? Pues arrancas con una retahíla de preavisos que ya solo te falta mandar un puto burofax. Que en tu casa si alguien se quiere duchar se va a la ducha y punto, pero si tú te quieres duchar tienes que dar media jornada de advertencia ordinaria, y luego mandar un segundo aviso certificado cuando ya empiezas a plantearte el momento de despelotarte, en plan:

—¿Alguien me necesita? ¿Se me olvida hacer algo? ¿Alguien tiene que entrar al baño antes que yo?...

¿Ves lo que haces ahí? Antepones lo que quieren o necesitan los demás a tu puñetero momento ducha. Y ya justo de la que te vas al baño llega el aviso con acuse de recibo, el momento burofax de la ducha, a grito pelao desde la puerta del baño:

—¡ME VOY A DUCHAR!

Que esto es el equivalente a gritar:

—¡LA CUIDADORA PRINCIPAL DE ESTE LUGAR VA A AUSENTARSE DE MANERA TEMPORAL, SOLICITAMOS FORMALMENTE AL SIGUIENTE ADULTO FUNCIONAL QUE SE ENCARGUE DE QUE NADIE SUFRA LESIONES GRAVES DURANTE LOS PRÓXIMOS CINCO MINUTOS!

La avería que tenemos con esto no la sabe nadie.

¿Sabes por qué hacemos eso? Porque no tenemos ni idea de lo que es cuidarnos, así te lo digo. Y la culpa es de consejitos como que «de vez en cuando hay que cuidarse mimimí».

Cuidar hay que cuidarse todos los días, que no somos cactus. No seremos un ramillete de orquídeas, no te digo que no, pero, coño, qué sé yo: un geranio, una suculenta, un espatifilo, aunque sea. Tengo uno desde hace como quince años —que mi marido estaba mejor sembrando melones cuando me lo regaló, también te lo digo— que si sigue vivo es porque cuando le falta agua se le ponen las hojas así como tristes, apuntando al suelo; que se nota que o pones agüita ahí o se empiezan a caer hojas. Pues tú igual: cuando estés regulinchi, carita mirando al suelo, que te rieguen. En el buen sentido. Y si no te van a regar, pues al menos exige —subrayo: exige— que no se te incordie cuando vayas a buscar agüita. Solo faltaba. ¿A qué van a esperar, a que se te caigan los brazos? Eso somos, nena, espatifilos.

Y como te decía antes, hay gente —incluidas tú y yo— que va por ahí diciendo ese tipo de tonterías sin pensar en lo que dice, y te llega con un consejo salvavidas del tipo:

—Mujer, vete un día de spa, que te tienes que cuidar.

Y eso déjame que te diga, cariñín, que es un consejo de mierda. Porque ¿sabes lo que decimos cuando decimos eso? Decimos que cuidarte consiste en invertir en ti dos horas cada seis meses, y con eso tira hasta la próxima vez que estés rozando la implosión y no te quejes, que mira qué bien te cuidas, que hasta te vas de spa.

Pues no, eso no es cuidarte. ¿Sabes qué es cuidarte?

Cuidarte es leer un libro que a ti te apetece. Porque tú ves a tus peques leyendo y se te llena el pecho de gloria y orgullo maternal porque ellos están leyendo, pero tú no te sientas a disfrutar de un libro desde que Jordi Hurtado hizo la primera comunión. Que hace ya mil años que hay un vacío cultural en tu vida que si no es por Twitter no sabes ni si Pérez Reverte sigue vivo.

Cuidarte es decirles a tus hijos que no, que no les pones otra vez los Teen Titans en Netflix porque TÚ quieres ver dos capítulos de «Te amaré entre las guayabas», o de «El mundo se va al carajo» o de la tontería de turno que esté de moda en el streaming.

Cuidarte es comerte un dónut sin remordimiento.

Cuidarte es pasear por un lugar tranquilo. Ir andando a alguna parte aunque llegues cinco minutos tarde y no agobiarte por ello.

Cuidarte es permitirte tirarte en el sofá sin estar desarrollando una actividad adulta secundaria: no tirarte en el sofá a sentirte culpable por no estar fregando el baño o emparejando calcetines.

Cuidarte es tomarte un colacao calentito, en delicioso silencio, mientras miras a través de la ventana cómo la lluvia lo va tocando y empapando todo: la acera, los cristales, la tierra del parque, el vecino que te cae mal… Míralo cómo corre, el muy gilipollas. ¡Menos protestar por la música y más comprar paraguas, pringao!

Cuidarte es sentarte a comer y concentrarte en el plato que tienes delante en lugar de estar pensando en la agenda de la tarde. Disfrutar de los guisantes, coño, aunque sean guisantes.

Cuidarte es darte una ducha sin tener que mandarle al resto de la familia EL PUTO BUROFAX.

Te voy a contar lo que me pasó a mí una vez y no te lo vas a creer, pero te juro que es cierto: me enfadé. Con todos. Ya no me acuerdo por qué, imagino que sería uno de esos momentos de «el día que yo falte os come la mierda». La cuestión es que me cabreé un montón y me fui a la ducha. Sin avisar ni nada. A lo loco. Me metí en el baño y cerré con pestillo. Y me di un baño como de quince o veinte minutos en silencio. Y cuando salí, no podía creer lo que veían mis ojos… Todo estaba igual.

Los niños y las mascotas habían sobrevivido a la experiencia. No hubo bajas por inanición, ninguna herida de gravedad… Ni siquiera lesiones leves. Ni un rasguñito. Ni se despeinaron. Recuerdo haber visto un trozo del tejido de mi realidad hacerse pedacitos pequeños.

¿Sabes lo que hago desde entonces? Pues aviso igual cuando me voy a duchar porque me parece innecesario tentar a la suerte, pero los Teen Titans no se los pongo.

#4

A VECES, CUIDARSE ES PREVENIR

Qué coño, prevenir es cuidarse siempre

Cuando pensamos en cuidarnos pensamos en hacerlo de manera activa. Claro que sí. Somos gente de acción.

Tú dices: «Me voy a cuidar». Y se te viene a la mente una ensalada, una hora de gimnasio, un finde de spa —que ya hemos quedado en que eso no cuenta—, unos churros con chocolate… Yo qué sé, pensamos en cuidarnos y, normalmente, cuidarnos es hacer algo. Pero, nena, a veces cuidarse es prevenir. A veces, de hecho, prevenir lo es todo.

Por ejemplo: tú pasas un fantástico día de exaltación del amor maternofilial —lo que en mi casa se llama un día «madre e hija»—. Y hay comida china, y gofres de postre, y cine, y merienda, y sala de juegos y hasta un globo de helio. Y, claro, con todo ese amor convertido en puro capitalismo bulléndote por las venas se te nubla el juicio y ¿qué haces? Pues no se te ocurre otra cosa que acceder a los deseos de la niña cuando te pide que le compres un muelle de esos de colorinchis. Sabes qué muelle te digo, ¿verdad? Uno de esos que siempre hay en las ferias, que en teoría tú lo pones en lo alto de la escalera y lo tiras y baja despacio y con gracia hasta abajo, pero que luego, en la vida real, el niño le tiene que ir dando toquecitos porque el muelle se para en cada escalón, y date con un canto si no es el niño el que acaba bajando del tirón y con la cabeza. Bueno, total: ese muelle.

No se te ocurre otra cosa que comprarle a la niña el dichoso muelle. ¿Y qué sucede después? Pues después lo que sucede es que antes de que termine el día ya has tenido que desenredar el muelle veintisiete veces porque el maldito cacharro no deja de moverse por su cuenta como si estuviera poseído por un bailarín de capoeira. Que la primera vez que se enreda piensas: «La clave de esto es tener paciencia para no doblarlo», y al final ya solo quieres tirarlo a tomar por culo porque estás intentando hacer la cena a las diez de la noche y esa mierda no deja de enredarse sola.

Y lo peor de todo, lo que te exaspera por encima de todas las cosas, es que sabes que el cacharro se ha enredado, ello solito, en un solo movimiento, así que, por una ley básica de la física, tiene que haber un solo movimiento inverso que lo desenrede, pero ¿cuál? Ay, amiga, si lo supiéramos no estaríamos aquí.

Toda una tarde estupenda —y cara, déjame puntualizar— con la criatura para mandar a la mierda el buen recuerdo de ambas por culpa del muelle de las narices; tú por acabar doblando y rompiendo el muelle, tu hija por ver a su madre decir palabrotas en catorce idiomas diferentes. Todo ese cuidado que era, no solo para vosotras dos, sino para la relación entre ambas, al carajo por culpa del muelle de colorinchis. Y esto era tan fácilmente prevenible como decir:

—No, ni de coña, bajo ningún concepto te compro el muelle de los cojones, florecita mía.

Y ya está. Se pierde el momento, pero se salva la tarde. Compensa.

Otro ejemplo:

Te llama tu madre, que te ha hecho cocido y te ha guardado un táper. Ya para empezar deberías llevarte tú tus tápers de tu casa para que sea llegar y rellenarlos, porque luego la responsabilidad de cuidar de esos tápers