A escondidas - Jc Harroway - E-Book
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A escondidas E-Book

JC Harroway

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Beschreibung

Nada le causa más satisfacción al multimillonario Jack Demont que impedir que Harley Jacob, miembro de la alta sociedad neoyorkina, consiga lo que quiere. Después de todo, sus familias se odian y hay historias pendientes entre ellos… además de mucha química sexual. Cuando se ven consumidos por un travieso juego de lujuria, ambos deciden que se darán mucho placer mutuamente… y nada más. Nadie puede saberlo, y mantener en secreto algo tan sexy hace que todo resulte mucho más apasionado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 JC Harroway

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A escondidas, n.º 14 - marzo 2019

Título original: Her Dirty Little Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Intense y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-783-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

 

 

 

 

 

Para G.

Por empujarme, apoyarme y animarme.

Besos

Capítulo 1

 

 

 

 

 

El tacón de quince centímetros de su zapato teñido a mano se enredó en uno de los cientos de cables que serpenteaban por el suelo de cemento. Harley Jacob tropezó y lanzó una maldición cuando se torció el tobillo. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Respiró hondo, esperando que remitiera el dolor y frunció el ceño al ver el arañazo en el zapato, a juego con su vestido de cachemir, el distintivo de la colección de otoño de su línea de moda.

Suspiró y se esforzó por cambiar la frustración por determinación. Su misión era más importante que cien pares de zapatos teñidos. Avanzó con cautela, esquivando el peligroso laberinto de herramientas y montones de materiales de construcción polvorientos.

¡Estúpido promotor inmobiliario!

La persona que estaba al timón de Desarrollo Residencial y Diseños Arquitectónicos Demont no solo tenía una agenda muy ocupada, sino que, además, de pronto había postergado el trato que habían hecho para que ella comprara el Edificio Morris, un trato que tendría que haberse cerrado hacía ya unos días. Y lo había postergado sin dar explicaciones.

Harley avanzó hacia un grupo de hombres situados en un extremo del local, tragándose la humillación del casco y el chaleco fluorescente, que, para alguien como ella, representaban un insulto. Enderezó los hombros y sorteó un nido de tubos que colgaban del techo como si fueran intestinos derramándose del edificio.

Su determinación de cerrar aquel trato aumentaba con cada paso que daba. No por la reputación de su apellido, que era uno de los de la élite de Nueva York y sinónimo de realeza en el sector inmobiliario, sino porque le había costado, literalmente, sangre, sudor y lágrimas, levantar Give, su marca de moda y empresa.

Y aquel trato tenía para ella un interés personal. No podía volver a fracasar.

Cuando se acercó al grupo de hombres, que llevaban, como ella, chalecos de seguridad y cascos, el gemido de las máquinas y el martilleo constante se redujeron ligeramente. Harley suspiró. Al menos podría oír las excusas del señor Demont. Y con suerte, su confirmación de que todo seguiría adelante y sus disculpas. Le debía un par de zapatos teñidos a mano, pero estaba dispuesta a conformarse con su firma en el contrato.

El grupo, que quizá oyó el repiqueteo de sus tacones, se volvió hacia ella.

La conversación cesó.

Una calma oportuna en el ruido de la construcción de fondo produjo un momento de silencio escalofriante. Diez pares de ojos se posaron en ella, unos curiosos, otros sorprendidos, algunos muy abiertos, captando sin duda sus zapatos y su vestido de punto, tan poco apropiados para aquel lugar.

Harley levantó la barbilla. No había ido allí a enyesar una pared o instalar tuberías en un cuarto de baño. Esa vez no permitiría que la echaran y tenía mucha experiencia en defenderse en entornos dominados por hombres.

Al igual que sus hermanos, había crecido trabajando durante las vacaciones en la empresa familiar. Pero mientras su hermano y su hermana se dedicaban a rellenar documentos y contestar al teléfono, la dislexia de Harley la había relegado a llevar cafés a los ejecutivos de su padre y vaciar las papeleras de los despachos.

—Busco al señor Demont.

El grupo se apartó. Los que estaban más próximos a ella retrocedieron y miraron divertidos al hombre que ocupaba el centro del grupo. Este, que estaba encorvado sobre un ordenador portátil, se enderezó y la miró con curiosidad y con más intensidad que los demás.

—Soy Jack Demont.

Harley soltó el aire con un silbido y su cuerpo se llenó de calor. Sintió un cosquilleo en la espina dorsal.

No.

No era posible.

Juntó las rodillas y apretó con fuerza la carpeta que llevaba en la mano.

¿Jack?

¿Jacques?

¿Jacques Lane?

Sus ojos incrédulos observaron al hombre al que había ido a ver y captaron la presencia poderosa, sexy y cosmopolita que lo cubría como si fuera un traje caro. Era un hombre crecido de la versión más joven que ella había conocido y deseado. Del joven del que se había creído enamorada.

—¿Qué desea?

No daba señales de reconocerla, pero, definitivamente, era él. Tenía un leve acento francés, que hacía que a ella se le curvaran los dedos de los pies dentro de los zapatos caros. Los mismos ojos azules, que la atravesaban como si se hubiera quitado el vestido de cachemir y estuviera ante él desnuda. Harley sintió la misma oleada de hormonas de otro tiempo recorriéndole las venas y nublando sus razones para ir en su busca.

La mirada de él no vaciló, pero se oscureció. ¿Enojado por el titubeo asombrado de ella o, al igual que ella, tambaleándose por el mismo escalofrío de alerta sexual que serpenteaba como los cables por el suelo?

Harley juntó los muslos, atónita por la velocidad con la que su irritación y su frustración se habían metamorfoseado en excitación física. En deseo por un hombre al que ya no conocía. Un hombre del pasado. Un hombre que había pospuesto un contrato sin razón alguna.

Él tenía los ojos clavados en los de ella, quien, a la defensiva, adelantó la barbilla y empleó un tono altanero.

—¿Puede dedicarme un momento de su tiempo?

¡Maldición! Hasta sus cuerdas vocales convulsionaban ante aquel Jack adulto y su voz estrangulada salía casi susurrante. Carraspeó. Tenía que llevar la delantera.

Si él quería fingir que no la reconocía y no sabía por qué había ido a verlo, le seguiría la corriente. ¿Y qué si sus zonas erógenas se iluminaban como las chispas de un soplete bajo la mirada de él? Se negaba a retroceder o a escabullirse. Y el hecho de que se hubieran conocido íntimamente nueve años atrás, carecía de relevancia.

Había olvidado dónde estaban, pero, como si percibieran la tensión que espesaba el aire, los otros hombres bajaron la vista a sus zapatos con punta de metal. Harley se adelantó y dejó la carpeta y el bolso encima de los planos que había sobre la mesa.

Si Jack Demont creía que se iba a dejar intimidar por aquella atmósfera cargada de testosterona, o porque sus familias hubieran acabado mal nueve años atrás, sin duda había olvidado la reputación de duro y despiadado que tenía el padre de ella, un hombre que la había educado con su marca personal de menosprecios sutiles, recordándole constantemente sus fallos y sin molestarse en ocultar sus miradas de decepción.

Jack frunció los labios, apartó la vista y cerró el ordenador portátil.

—Señores, disculpen. Cualquier pregunta, hablen con el capataz —su tono mordaz y la mirada astuta que lanzó a Harley lograron que esta recordara su misión entre la niebla de la lujuria.

Misión. Contrato. Firma.

Los hombres del grupo se fueron dispersando uno por uno, hasta que lo único que la separaba del hombre que utilizaba un nombre distinto al de antes era algo de historia antigua y el crepitar de la tensión sexual que rasgaba el aire como el zumbido de herramientas eléctricas.

La confianza de ella vaciló, desdibujando las líneas entre el pasado y el presente. Sí, durante unos meses embriagadores, se había creído enamorada del adolescente Jack, en la época en que la idea del amor y los ideales románticos ingenuos regían su mente.

Pero quizá aquella violenta atracción renovada solo le ocurría a ella. Quizá él no la reconocía. Tal vez el final de su relación no había significado nada para él y la había olvidado en cuanto volvió a Francia con su familia. Y quizá el dolor y la culpa que ella había sentido por finalizar aquello sin explicaciones habían sido innecesarios.

Aprovechó aquel momento de observación mutua para volver a familiarizarse con el objeto de todas sus fantasías de adolescente.

El tiempo le había cambiado, pero para mejor. Su pelo rubio oscuro era más corto; su rostro, atractivo, había perdido su encanto infantil. Su mandíbula cuadrada era más pronunciada y el hoyuelo de la barbilla, en el que entraba bien la yema del dedo índice, seguía siendo prominente. ¡Cuánto le había gustado probar si su amago de barba le arañaba la piel! Y besar la mueca de desdén en su boca sexy.

Pero una cosa era evidente. El chico de sus recuerdos infantiles ya no existía. El hombre que tenía delante, ataviado con una camisa remangada para mostrar sus brazos musculosos, y pantalones de traje, rezumaba testosterona por todos los poros. Solo el ardor de su mirada bastaba para indicar que estaba al cargo. La amplitud orgullosa de su pecho, su estatura dominante y el ademán decidido de su arrogante barbilla exudaban poder.

Harley contuvo el aliento.

—Yo…

—¿Qué puedo hacer por usted?

Sus palabras chocaron.

Sus ojos se encontraron.

Harley tragó saliva con resolución, a pesar de la llamarada de lujuria que la llevaba hacia atrás en el tiempo. Ya sabía quién era el hombre detrás del contrato y no se iría sin hacerse oír. Se enderezó todo lo que pudo. Saldría de allí con la firma de él y sus caminos no volverían a cruzarse nunca más.

La enemistad entre los Lane y los Jacob le daba una ventaja, la de conocer al enemigo. Y aquel era su territorio. Era su sueño lo que estaba en juego. Y aunque no encajara del todo en el molde, ella era una Jacob.

Que Jack Lane, o Jack Demont, tuviera ese sueño en las palmas de sus manos sensuales y adultas, manos que a ella le gustaría volver a sentir en su cuerpo traidor, suponía un obstáculo más.

Pero había aprendido algunas lecciones durante los años de desaprobación de su padre. A endurecerse ante las expectativas de otros y combatir a diario las limitaciones personales de la dislexia. Haría falta algo más que sensualidad para derribarla.

Jack seguía observándola con mirada voluptuosa, como si hubiera arrancado la capa de lana del cuerpo de ella. Pero seguía sin dar muestras de reconocerla.

Harley vaciló. Su compostura desapareció, reemplazada por inseguridades arraigadas que no andaban lejos de su superficie serena. Pero que no la reconociera podía ser una ventaja. Tenía que hacerle perder el equilibrio. ¿Por qué iba a ser ella la única que vacilara?

—¿No te acuerdas de mí? —preguntó.

—Sí te recuerdo, Harley —él puso una sonrisa superficial y la miró de arriba abajo.

Su mirada la iluminó hasta que la mente de ella registró lo que había oído y un frío repentino reemplazó al calor de un momento atrás.

Jack conocía la identidad de la compradora y había pospuesto deliberadamente la venta. ¿Qué otra explicación podía haber? ¿Aquel retraso táctico era algún tipo de venganza mezquina por la mala sangre que había entre sus familias o solo una venganza contra ella?

Harley adelantó una cadera y cerró el puño encima de ella. Si hacía aquello por una enemistad familiar histórica, tal vez se pudiera arreglar fácilmente.

—¿En serio? —cambió el peso de pie, con la sensación de que la mirada ardiente de él le derretía las piernas.

Esperaba que la echara o se enfureciera. Después de todo, lo había dejado plantado sin ceremonias años atrás. Pero no esperaba aquella atracción ni el impulso de arrancarle el traje y ver qué habían hecho la edad y la madurez con el cuerpo sublime y larguirucho de antes.

—Por supuesto.

Harley sintió entonces otro tipo de calor bajo la piel. Aquel verano había aprendido algo más que a romperle el corazón a alguien. Había aprendido cosas sobre las mentiras de los adultos, los engaños que escondían y el verdadero valor de aquello que se llamaba amor.

Apartó los recuerdos de aquella época y su enamoramiento estúpido con el chico que había sido Jack y se sobresaltó cuando él se acercó más, encerrándola en su espacio personal, de modo que se vio obligada a alzar la vista si quería seguir mirándolo a los ojos. El calor de él la quemaba de tal modo que se arrepintió más que nunca del vestido de cachemir.

—Te recuerdo muy bien —la mirada de él se posó en su boca y Harley se lamió los labios en un gesto inconsciente.

¿Por qué, a pesar de la dureza de su expresión, sus palabras se deslizaban sobre ella como una caricia de la seda más fina? Jack no había dicho gran cosa, pero el hablar ronco de su voz reverberaba viciosamente entre las piernas de ella.

Su cuerpo reaccionaba ante él igual que a los diecisiete años. Pero esa vez, ella también era adulta y parecía que su libido se multiplicaba en presencia de él.

Vaciló, atrapada entre la empresaria triunfadora que había ido allí a sellar el trato prometido y la colegiala enamorada del pasado, insegura, solitaria hasta con su familia y conquistada por la seguridad en sí mismo de Jack, su acento exótico y su sonrisa chulesca.

No.

Se mordió el labio inferior, intentando frenar la excitación de su vientre.

Ni ella.

Ni él.

Los sucesos de aquellas fatídicas vacaciones familiares con la familia de Jack habían abrumado totalmente a la Harley de diecisiete años y desgarrado todo lo que ella conocía como verdad. En su confusión, miedo y desilusión, había roto bruscamente con Jack a pesar de que estaba loca por él.

A su libido le gustaba aquel hombre, pero el tiempo no había alterado sus opiniones sobre las relaciones. Y si llegara a cambiar de idea, Jack sería el último hombre con el que querría una.

Como a cámara lenta, él agarró la parte delantera de su chaleco de seguridad, sin dejar de mirarla a los ojos, y tiró para abrir el velcro y mostrar una camisa azul abierta en el cuello, por donde asomaba un poco de vello rubio.

«Mmm. Sigue…».

¿De dónde había salido aquello? Había ido allí por el trato, por su edificio. Volvió a mirarlo a los ojos y en los de él vio una chispa de algo que resultaba casi triunfal. La había pillado con la mano en la lata de las galletas y saliva en la barbilla.

—¿Has venido aquí solo a mirarme? —él enarcó una ceja y se acercó más—. O quizá te guste ensuciarte —bajó la vista.

Harley siguió la mirada de él hasta la punta de sus zapatos, cubiertos ya con una capa de polvo gris.

«Gilipollas engreído».

Pero el modo en que había dicho «ensuciar», con un claro énfasis sexual, conseguía que ella quisiera dejarse llevar por aquel sonido, empaparse de él y emerger mugrienta.

Volvió a la realidad cuando él dejó el chaleco en la mesa y empezó a desenrollar las mangas de la camisa sin dejar de mirarla divertido.

—He venido para que firmes estos contratos —dijo ella.

No para regodearse en fantasías sobre la potencia sexual que habría desarrollado él a lo largo de los años. Potencia que le había sido negada a ella.

—Tengo oficinas —él deslizó las manos en los bolsillos de los pantalones y tensó la tela en torno a su virilidad—. Deberías pedir una cita para verme allí. Creo que el ambiente será más… indulgente con tu atavío.

«Gilipollas arrogante y vanidoso. ¿Y yo estoy mirando su polla?».

—He intentado en múltiples ocasiones verte en tus oficinas, como seguro que ya sabes —Harley sentía calor en las venas.

Jack se encogió de hombros y ladeó la cabeza.

A ella le cosquillearon los dedos. Anhelaba bajar más aquella cabeza para besarla. Sacarlo de quicio y desmontar el control que él llevaba como una segunda piel. Redirigir aquel juego de poder.

Bajó el tono de voz. No quería mostrarle que había afectado su compostura profesional ni que había suscitado su interés personal.

—He venido para averiguar por qué has parado el trato a pocos días de que se cerrara.

Aunque ella no sabía que la propiedad comercial destartalada que quería adquirir tuviera nada que ver con el hijo de Joe Lane. ¿Se habría apartado de haberlo sabido? ¿Y sabía él que la hija de Hal Jacob era la que quería comprar el Edificio Morris? Todavía no había confirmado su teoría.

—Confío en que no irás a decirme que has pisado el freno por antiguas rencillas familiares —una mirada a sus ojos azules helados le dio la respuesta.

—Mis abogados me aconsejaron que lo revisara bien todo. Hay que ser muy cauteloso en los negocios —la miró con un fruncimiento sensual de los labios—. Y descubrieron un error en los papeles.

—¿Un error?

«No».

Harley sentía el vestido de cachemir pegado al cuerpo y la piel sudorosa. Había revisado dos y tres veces los formularios antes de pasárselos a sus abogados. Y les había pagado muy bien para compensar por sus limitaciones. Limitaciones que la habían perseguido toda su vida.

—¿O sea que no tiene nada que ver con que sea yo la compradora? Después de todo, yo no me he cambiado el nombre.

Se acercó más, hasta que el olor sutil y varonil de él calentó el aire entre ellos e hizo entrar sus pensamientos en barrena.

Él volvió a sonreír con dureza.

—Admito que, cuando contacté con la Fundación Give para comentar los errores en los documentos, tu nombre me resultó… familiar. Pero te aseguro que no tengo motivos ulteriores. Soy un hombre de negocios —se encogió de hombros—. Lo que ves es lo que hay, sellado con un apretón de manos.

Harley se inclinó hacia adelante, con los pies clavados en el sitio. Si él esperaba que se sintiera intimidada o se pusiera conciliadora, había elegido mal a su contrincante. Estaba acostumbrada a ir un paso por detrás y a las críticas. Normalmente salía de eso rugiendo, para compensar. Otra lección de Hal Jacob.

—Como compradora, te aseguro que cualquier error será un descuido y se rectificará fácilmente —dijo.

«Por favor, que se pueda rectificar fácilmente», pensó.

Si aquel trato se hundía, Hal se enteraría. Ya era bastante malo que se opusiera ferozmente a aquella compra. De hecho, se oponía a todas las decisiones de su hija pequeña.

—No hay razón para retrasarlo. No habrá problemas por mi parte —alzó la barbilla. «Si hay que fingir seguridad, se finge».

Pero por dentro sentía los sudores fríos familiares. La dislexia había entorpecido sus ambiciones toda su vida, pero aquel error podía tener un impacto diez veces superior a todo lo demás. Quería el Edificio Morris, era perfecto para sus necesidades y muy bien situado.

Había metido la pata. Casi podía oír la voz decepcionada de su padre. El «te lo dije» no pronunciado que no había dejado de oír desde segundo curso. Lo último que necesitaba era demostrar que Hal tenía razón o, peor todavía, fallarse a sí misma una vez más.

Se esforzó por respirar despacio para retroceder desde el borde del precipicio, como había hecho muchas veces a lo largo de los años cuando la invadía el pánico. En Nueva York había muchos edificios, ella lo sabía mejor que nadie. Aunque Hal no había aprobado su última iniciativa, le había ofrecido un trato de ganga en un edificio alternativo, manteniéndolo en la familia.

Si no estuviera tan decidida a hacerlo sola, podía capitular. Pero entonces tendría que confesarle a su padre que había saboteado ella misma el proyecto que Hal consideraba una pérdida de tiempo, por un simple error administrativo que una niña de cinco años seguramente vería.

«No. No pienses en eso».

—¿No habrá problemas? —Jack hizo un gesto de duda—. Jacob Holdings actúa a veces con una crueldad que me resulta… repelente.

¿La estaba juzgando? Harley hundió un poco los hombros. Estaba acostumbrada a la condescendencia y también a que la ignoraran. Toda su vida se había sentido estúpida, avergonzada e indigna. Aunque eso él no lo sabía. Pero sus palabras la escocieron como si hubiera atacado la parte más vulnerable de ella con precisión certera.

—Prefiero tratar con… clientes más agradables —él recogió sus pertenencias de la mesa y guardó su teléfono móvil en un bolsillo del pantalón—. Y hasta que se corrija la documentación… —volvió a encogerse de hombros.

A Harley se le aceleró el pulso. Su instinto había sido certero. Él acarreaba la enemistad Lane/Jacob, la misma que había estropeado no solo tratos de negocios entre sus padres, también la amistad de sus familias.

—Yo no soy Jacob Holdings —ella obligó a sus dedos a relajarse—. Este trato no tiene nada que ver con mi familia —si no hubiera estado tan alterada, habría sonado más convincente.

Jack la miró como si no hubiera hablado o como si sus palabras no le dijeran nada. Había dado su opinión y parecía que nada podría cambiarla.

—Veremos —dijo. Imperturbable, le sonrió y echó a andar por el espacio cavernoso en dirección a los ascensores.

Harley se permitió un segundo para admirar su trasero musculoso cubierto con los pantalones del traje y corrió tras las zancadas largas de él, que sorteaban fácilmente los obstáculos del suelo, mientras que los pasos de ella se veían entorpecidos por su vestido ajustado.

¡Maldita dislexia! ¿Nunca dejaría de estropear todo lo que intentaba lograr? Le había entregado personalmente la bala con la que pegarle un tiro a sus sueños para el Edificio Morris. Otro de sus sueños destinados al montón de los de Harley se esfuerza mucho, pero…

A una parte de ella no le sorprendía. A la niña interior que siempre había anhelado el mismo orgullo que producían los logros de sus hermanos. Logros que podían medirse académicamente, las notas apropiadas en la escuela apropiada.

¿Pero cómo se atrevía Jack a insinuar que la empresa que tan concienzudamente había creado sola, a pesar de su padre y de la dislexia, era aliada de Jacob Holdings, el negocio familiar cuyo timón llevaba Hal? Había luchado mucho para forjarse un camino propio, libre de la carga de su apellido.

Lo turbulento de su educación, su forzado desvío del camino que iba de Harvard a Jacob Holdings y era el que habían seguido sus hermanos, la había perseguido, y su determinación de triunfar sola implicaba renunciar al apellido familiar, a pesar de que tenía el poder de abrir muchas puertas en Manhattan.

Había llamado a su empresa Give porque buscaba anonimato. Por supuesto, le era imposible disociarse por completo de su reputación de heredera de Nueva York. Y tenía que combatir, no solo a su familia, que quería verla de vuelta en el redil, sino también a algunos hombres de su pasado, quienes no conseguían entender por qué había renunciado a una vida de privilegios para triunfar sola.

¡Maldición! ¿Por qué tenía que ser tan alto y tener unas piernas tan largas?

—Espera.

Se abrió la puerta del ascensor. Jack desapareció en su interior y Harley trotó los últimos pasos para alcanzarlo. Si creía que se iba a marchar con el rabo entre las piernas y el trato anulado, la subestimaba mucho.

Si había cometido un error, lo admitiría y lo corregiría. Su sueño era construir una escuela para disléxicos con tecnología punta y que todo el mundo pudiera permitirse. Nada se interpondría entre ella y ese sueño. Ni Hal, ni su recién despertada atracción por el hombre que podía anular aquel trato por venganza, y, desde luego, no el gilipollas arrogante en quien se había convertido Jacques Lane. De hecho, tal como acababa de ver, lo único que podía descarrilar sus planes era ella misma.

Casi había conseguido llegar al ascensor cuando su tacón se enredó en un guardapolvo de plástico y su cuerpo se inclinó hacia delante, destinado al suelo de cemento. Agitó los brazos, pero solo agarró aire polvoriento. La carpeta de documentos y el bolso cayeron al suelo y ella chocó con un pecho firme. El aire salió de golpe de sus pulmones y Jack cargó con su cuerpo hasta que cada centímetro de ella, desde los hombros hasta los muslos, estuvo pegado a una masa firme de músculos duros y flexibles.

En menos de un segundo, había pasado de seguirlo con rabia a la sublime excitación de un contacto de todo el cuerpo.

Sus músculos se quedaron paralizados.

Su cerebro olvidó las funciones más básicas.

Su argumento, sereno y persuasivo, murió en sus labios.

La envolvió el olor de Jack, vagamente familiar y seductoramente extranjero, un olor limpio, especiado y varonil que desencadenó una cascada de recuerdos emotivos y una inundación de deseo. Su cuerpo la quemaba a través del luminoso chaleco de seguridad amarillo y de la asfixiante capa de cachemir. Cada porción del cuerpo musculoso apretado contra ella le decía algo al cuerpo de voluntad débil de la joven.

Alzó la vista.

Jack bajó la vista.

Sus rostros estaban a centímetros de distancia.

Sus bocas estaban a centímetros de distancia.

Los últimos nueve años desaparecieron de pronto. Harley volvía a tener diecisiete. Tan enamorada del atractivo chico francés de dieciocho años, que le había suplicado que fuera más allá de los besos en aquellas últimas vacaciones de sus familias juntas en Aspen. Aunque él no le había hecho caso, porque el joven Jack tenía escrúpulos, integridad y fuerza de voluntad suficiente para los dos.

Pero la había besado como si ella se estuviera muriendo y le había dado su primer orgasmo, aunque esquivando los persistentes intentos de ella por verlo desnudo y llevar aquello con un ritmo más rápido del que él iba a permitir.

¿Pero aquel otro Jack?

Estaba duro contra el vientre de ella. Tenía las fosas nasales dilatadas, como si él también intentara reaprender los matices del olor único de ella. Sus ojos eran tormentosos, como si recordara los minutos de éxtasis robados al vuelo en aquellas vacaciones familiares compartidas dos veces al año.

Mientras sus padres hablaban de negocios y sus madres tomaban el sol, ella imaginaba que se había enamorado de él.

Hasta el momento en el que había despertado bruscamente con una lección sobre relaciones que había alterado para siempre su punto de vista sobre el mundo. Otra lección de Hal Jacob, la más dura y devastadora de todas.

Jack frunció los labios y ella sintió el aliento de él en su boca entreabierta. Pero él, en lugar de recordarles a ambos la pasión y el calor de aquellos besos que ella tanto había ansiado, la dejó en el suelo.

—Cuidado, princesa. Te puedes romper una uña.

«Bastardo».

Harley combatió la lujuria que la envolvía y se alisó el vestido, que se le había subido hasta la mitad del muslo con el tropezón. Se quitó el odioso chaleco de seguridad y, al ver que Jack se había quitado también el casco, hizo lo mismo.

La tomaba por una chica mimada, que vivía de los fondos de su familia y hacía algún pinito en el sector inmobiliario. La conocía tan poco como ella a él.

¿Y qué si su cuerpo estaba atrapado en el pasado y el torrente tórrido de hormonas que él le provocaba en otro tiempo era más potente que nunca? Eso no significaba nada. Ella tenía una misión y pensaba cumplirla.

—Escúchame. No permitiré que me dejes de lado. Quiero que me asegures que no retrasarás innecesariamente mi compra del Edificio Morris. Tengo constructores esperando y un plazo fijado para la inauguración.

Tomó sus cosas del suelo, sin hacer caso del bulto de los pantalones de él ni de la mirada dura que le lanzó cuando se cerró la puerta. Una mirada que contenía un calor delicioso, que ella intentó ignorar también.

Jack pulsó un botón del panel, pero el ascensor no se movió, sino que permaneció estático. Igual que su trato.

Él la miró fijamente durante un momento, imperturbable, con las manos en los bolsillos delanteros, como si quisiera realzar su considerable virilidad ante los ojos ansiosos de ella.

«Mira lo que te perdiste».

Harley apartó la vista. Le ardía la garganta, como el resto del cuerpo. De cerca, el cuerpo viril de él mostraba ventajas obvias y considerables sobre el del joven que recordaba. Nunca lo había visto desnudo entonces, pero allí, en el ascensor, quería quitarle algo más que aquella arrogante mueca de la cara.

Sin embargo, ella ya no era una virgen que desconocía los juegos que jugaba la gente y las mentiras que contaba. ¿Y qué si todavía lo encontraba atractivo? Eso no le impediría conseguir lo que quería. Y si había aprendido algo en aquellos nueve años era que el sexo estaba muy sobrevalorado y que confiar en otros para el placer, los negocios o cualquier otra cosa, solo conducía a más decepciones.

Jack se apoyó en la pared del ascensor, observándola y provocándole calor en todos los lugares.

—Estás acostumbrada a conseguir lo que quieres, ¿verdad?

—No —más bien lo contrario. Harley levantó la barbilla—. El Edificio Morris es importante para mí. ¿Podemos arreglar lo del trato? —se apoyó en la pared contraria, con lo que aumentó un poco la corta distancia que los separaba. Aunque eso no le procuró ningún alivio del infierno que sentía entre las piernas ni del golpeteo imparable de su corazón.

Jack entornó los ojos, sin apartarlos de los de ella.

—¿Quieres que nos saltemos normas? —se acercó más, acechante, robando parte del aire del ascensor, al tiempo que la miraba de arriba debajo de aquel modo delicioso que la dejaba sin aliento.

Harley se apoyó en el pasamanos, ganándole un par de milímetros más al potente dominio del espacio de él. Puso los ojos en blanco, luchando por controlar sus hormonas y concentrarse en el negocio.

—Por supuesto que no.

—¿Crees que puedes precipitar un negocio con fallos porque eres una Jacob? ¿Engrasar a alguien? —Jack volvió a invadir el espacio personal de ella.

—Ya te lo he dicho —contestó ella, jadeante, al tiempo que combatía la atracción de su proximidad—. Esto no tiene nada que ver con mi familia. La Fundación Give es mía y solo mía.

El aire, teñido con el olor de él, con su calor, se hizo más espeso. Era casi como intentar respirar sirope.

Jack bajó la mirada a la boca de ella y luego volvió a subirla. Se pasó un instante la lengua por el labio inferior y bajó la voz a un susurro ronco.

—¿Crees que me influenciará nuestro pasado?

A ella le temblaron las piernas y se agarró al pasamanos. ¿Cuánta intimidad física más querría compartir con aquella versión de Jack? Se mordió el labio inferior para no contestar. O peor aún, para no sucumbir al impulso de hacerle callar con un beso.

—¿Crees que puedes presentarte aquí vestida como para una pasarela, deslumbrarme y conseguir lo que quieres?

Ella se sonrojó profusamente. No sabía qué era más fuerte, si el zumbido de excitación entre sus piernas por la proximidad de él, la mirada abrasadora de Jack y el modo en que le recordaba su primer despertar sexual, o la rabia en ebullición que nublaba su visión por las burlas de él.

Tragó saliva para vencer la excitación y se obligó a pronunciar una afirmación que estaba lejos de creer.

—Soy una mujer de negocios experimentada y profesional —dijo. «Cuando no cometo errores sencillos que sabotean mis propios tratos»—. Teníamos un contrato, una promesa, un compromiso de compra venta. Nada más y nada menos.

Se inclinó hacia delante, dispuesta a quemarse con tal de transmitir lo que quería decir.

—¿Esto es algún tipo de venganza? —entornó los ojos y combatió el impulso de lujuria que le provocaba él. Tendría que sentirse ultrajada, escandalizada y furiosa. Pero solo conseguía sentir enojo, eclipsado por el feroz deseo de tener la boca de él en la suya.

Los ojos duros de él brillaron. La tuvo en vilo durante unos segundos torturantes, en los que ella no pudo respirar y el pulso le latía con fuerza en la garganta.

Los dedos de los pies se le curvaron, lo que la acercó unos milímetros más a los labios de él.

Sus alientos se mezclaron.

El aire crepitó entre ellos, caliente y poderoso.

Los ojos de él parpadearon y en las profundidades del iris aparecieron unas chispas familiares. Respiró hondo, como si estuviera a punto de tomar una decisión. A punto de actuar.

—Pide una cita —dijo.

Retrocedió, aparentemente nada afectado por los últimos segundos de atmósfera sexual intensa, y pulsó el botón de bajada.

Harley, en contraste, se debatía al borde de la combustión espontánea. Seguramente había interpretado mal la lujuria que había creído ver en los ojos de él. Quizá porque ella ardía de deseo, había imaginado que él sentía lo mismo.

Aferró el pasamanos, demasiado insegura de la integridad de sus piernas para mantenerse erguida, y se mordió el interior de la mejilla. La despedida de él hacía que quisiera esconderse. Arrastrarse lejos a lamerse las heridas autoinfligidas.

—He intentado muchas veces pedir una cita. De hecho, tu ayudante Trent y yo ya nos tuteamos. Si tienes demasiados compromisos, quizá deberías pensar en contratar más personal, en dirigir tus asuntos de un modo más profesional.

Él sacó su teléfono del bolsillo y marcó un número, con una mueca de burla en su rostro atractivo.

—Quizá deberías probar mis oficinas de Londres o París. Paro mucho por allí. Tal vez tengas más suerte. Discúlpame, tengo que hacer una llamada.

Se acercó el teléfono al oído y habló en francés. El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas en el vestíbulo.

Jack salió sin mirar atrás y se aceró al mostrador de recepción hablando por teléfono. Una mujer le tendió una chaqueta y se colgó la prenda del hombro.

Harley permaneció en la entrada de baldosas mientras él salía del edificio y subía a la parte de atrás de un elegante Mercedes-Benz que esperaba en la acera.