Una noche nada más - Jc Harroway - E-Book
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Una noche nada más E-Book

JC Harroway

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Beschreibung

Ash, abogado neoyorkino, se había mudado a Londres huyendo de sus demonios y una noche con la ardiente Essie había sido la distracción perfecta. Estaba decidido a olvidarla hasta que apareció en su despacho al día siguiente dispuesta a trabajar. Era una mujer romántica buscando hacer realidad un cuento de hadas y, él, un sinvergüenza desconfiado alérgico a los compromisos. ¿Podría ser aquella aventura el mejor error que hubieran cometido en sus vidas?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 JC Harroway

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche nada más, n.º 8 - diciembre 2018

Título original: One Night Only

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios

(comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina

Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-512-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

Si aquel entorno tan diferente al caos que había dejado en Nueva York no le proporcionaba paz, nada podría. Ash Jacob cerró los ojos, respiró hondo y se dejó llevar por la calidez del sol en su espalda, el canto de los pájaros y el murmullo distante del tráfico de Londres.

—¡Mierda!

Aquella exclamación llamó su atención. Al parecer, no era el único que tenía un mal día. El intenso sol del mes de julio lo cegó al tratar de mirar a su alrededor. Estiró un brazo sobre el respaldo del banco del parque y sintió el cansancio de sus músculos, recuerdo de las doce horas que había pasado el día anterior en un avión, a pesar de haber volado en primera clase.

—Maldito cabrón.

Sus labios se curvaron y se sintió de mejor humor. Aquella mujer se encontraba a escasa distancia del rincón aislado del parque de St. James en el que estaba. Llevaba un vestido corto de flores que dejaba ver unas piernas torneadas. Los reflejos rojizos de su pelo dorado hacían que la coleta pareciera una llama de fuego bajo aquella luz intensa. Una pequeña mochila vaquera colgada de un hombro la hacía parecer más joven de los veintitantos años que le calculaba.

¿Estudiante, turista, un alma errante lejos de su casa?

Con delicadeza, la joven tocó con un dedo la pantalla de su móvil como si le estuviera dando vida.

La intriga y un arrebato de lujuria hicieron que Ash se irguiera en el asiento. Su acento inglés y aquellos improperios le recordaron que estaba lejos de Nueva York. Y sí, las mujeres de su exclusivo y acomodado círculo tenían la elegancia y desenvoltura de las que aquella atractiva desconocida parecía carecer, aunque el efecto de sus generosos y altivos pechos igualaba o incluso superaba su habitual interés por el sexo opuesto. Un interés que las circunstancias habían hecho que se rigiera por dos reglas muy simples. Tenía que ser a su manera y solo por una noche.

Se revolvió en su asiento. Los vaqueros se le habían estrechado, especialmente en la zona de la entrepierna. Aquella belleza dejó caer el brazo con el dispositivo en la mano y sus grandes ojos se pasearon por aquel rincón del parque.

Ash cerró los ojos, fingiendo estar disfrutando de aquel momento de tranquilidad. Había ido a Londres para iniciar un proyecto empresarial con un viejo amigo, además de para poner orden en su vida, no para rescatar a una damisela de largas piernas y trasero escultural.

—Eh, disculpe.

Se había acercado. Había poca gente alrededor, así que debía de estar hablándole a él. Ash trató de relajar los párpados y ralentizó su respiración. Tal vez si pensaba que estaba dormido, no insistiría y recurriría a otra persona para solucionar sus problemas con la tecnología.

Oyó sus pasos acercarse en la grava del camino y sintió una risa nerviosa justo delante de él. Estaba lo suficientemente cerca como para percibir aquel perfume de flores y el inconfundible olor del protector solar.

Su libido rugió de nuevo. Cuánto le gustaría ver aquellas curvas bajo un biquini, en una tumbona de su casa de verano en los Hamptons.

La atractiva desconocida se aclaró la garganta. Aquel sonido despertó sus sentidos. Físicamente era su tipo. En otras circunstancias, desplegaría sus encantos con el fin de llevársela a la cama y pasar una agradable tarde entre sus muslos.

Pero lo último que necesitaba en aquel momento era un encuentro con una mujer tan guapa, especialmente una que había despertado su interés hasta el punto de sentirse atrapado por aquellos vaqueros apretados en un banco del parque.

Ya se habían burlado de él en el pasado. Aquella vieja herida había vuelto a abrirse en público de la manera más humillante, y esa era la razón para haber abandonado Nueva York tan precipitadamente.

De momento, no quería saber nada de mujeres.

Además, ¿quién hablaba con desconocidos en mitad de un parque? Iba vestido de manera informal, a diferencia de los trajes a medida que solía vestir. Había buscado escapar del ambiente empalagoso y cargado del hotel en el que iba a pasar las dos primeras noches en Londres hasta que estuviera listo el apartamento de Jacob Holdings. Quería respirar aire fresco, lo que fuera con tal de reprogramar su cerebro y olvidarse de aquel sentimiento de culpabilidad y odio hacia sí mismo.

Así que se había puesto una camiseta y unos vaqueros completamente arrugados después de pasar cuarenta y ocho horas en una maleta, y sin ni siquiera afeitarse después de tres días, había salido a la calle. Su aspecto era la mejor prueba de que su marcha a Londres representaba un cambio importante en lo que había sido su vida en los últimos diez años, así como en su papel en el negocio familiar bajo las órdenes de un padre despiadado, manipulador y, como había podido comprobar de la manera más amarga, mentiroso.

—Disculpe, ¿se encuentra bien?

Ash se rindió ante aquella voz cálida con un suspiro que lo sacó del borde del abismo. Aquella mujer no iba a darse por vencida. Tal vez estuviera perdida. No conocía bien Londres, pero lo suficiente como para saber orientarse. Lo mejor sería ver qué quería e indicarle el camino para que se marchara.

Abrió los ojos y se obligó a sonreír para disimular la inquietud que le provocaba la encarnación de la tentación femenina que se había cruzado en su camino.

—Por supuesto. Estaba disfrutando del sol.

Su radiante sonrisa le provocó dos efectos opuestos en su cuerpo sobreexcitado. Sus labios carnosos despertaron una cálida sensación en la entrepierna y su mirada franca y abierta le hizo encoger los hombros hasta que sintió la tensión de los músculos. ¿Serían todas las inglesas tan ingenuas y confiadas? Para un hombre que desconfiaba de todo el mundo, aquella mujer le resultaba tremendamente misteriosa.

—Ah, bien. ¿Podría pedirle un favor? —dijo agitando su móvil delante de él—. Mi teléfono se ha quedado sin batería.

—¿Se ha perdido?

«Dale las indicaciones y limítate a observar cómo esas piernas se alejan».

Otra cálida sonrisa le calentó y le hizo recordar los viajes que había hecho a Coney Island de niño.

—No. ¿Podría hacerme una foto? —preguntó señalando al London Eye a lo lejos—. Con su teléfono, y quizá luego podría mandármela.

Su voz tembló y se enroscó un mechón de pelo en el dedo índice.

Su expresión debió de ser cómica. ¿Se habría despertado en un mundo paralelo o sería aquella cordialidad algún antiguo ritual británico? ¿Le agradaba que eso supusiera contemplar aquel cuerpo glorioso unos segundos más y fantasear con la idea de tenerla desnuda debajo de él?

Ash se movió y discretamente se ajustó el pantalón mientras observaba cada centímetro de aquella belleza de porcelana. De cerca, era impresionante. Tenía una piel impecable, unos enormes ojos azules y unas cuantas pecas en la nariz. Y, a primera vista, parecía tener un carácter alegre.

Si quería una foto, debía de ser porque era turista. Quizá fuera su último día en Londres. Otra razón para que aumentara su libido.

Como si correspondiera a su interés, lo miró de arriba abajo, provocando que el calor inundara su cuerpo, rivalizando con el sol estival. ¿Estaba flirteando?

—Claro —dijo él.

¿Por qué no? Podía hacerle la foto y cualquier otra cosa que quisiera. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, Ash arqueó una ceja haciendo que se ruborizara. Sí, quizá fuera ella lo que necesitaba, lo que podía ayudarlo a salir de la difícil situación en la que estaba. Parecía compartir su interés. Tal vez así podría superar el desasosiego y volver a centrarse.

La tensión se rompió con sus alegres risas. Ash sonrió. Al menos, sentía la misma curiosidad sexual que él. Volvió a calcularle la edad. Tal vez no era tan joven como le había parecido.

Sacudió la coleta, sin borrar su radiante sonrisa de los labios.

Ash se retorció en el banco y se sacó el móvil del bolsillo trasero. Desde donde estaba, el contraluz le permitía ver a través de su vestido. ¿Debería decírselo o disfrutar de la vista de su silueta? Se imaginaba aquellas largas piernas rodeándolo por la cintura y…

No.

Una vieja historia saltó a su mente, atormentándolo de nuevo. El reciente descubrimiento de hasta dónde había llegado su ex para engañarlo con sus mentiras reafirmaba su posición respecto al sexo contrario. No quería saber nada de mujeres, a menos que quisieran solo una cosa y siguieran sus mismas reglas.

Las tablas de madera del banco se hundieron cuando ella se sentó a su lado.

—Es americano, ¿verdad?

Ash asintió y apartó la vista de su rostro. Al menos aquella mujer no estaría interesada en el poder y el prestigio de su apellido ni en su fortuna. No podía saber que su familia poseía medio Manhattan y una buena parte de Londres. Tampoco podía saber que había ido a Londres para distanciarse de su reputación de magnate inmobiliario, así como de la decepción que había sufrido por parte de un miembro de su familia. No, a menos que leyera las páginas de sociedad del New York Times.

¿Cómo podía haberle hecho eso su padre? ¿Acaso se estaba burlando de la lealtad que le profesaba a su familia?

Aquella extraña tan sexy no parecía darse cuenta de su perturbación.

—Londres es una ciudad increíble, ¿verdad? ¿Ha visto el palacio de Buckingham? Está justo ahí —dijo señalando por encima de su hombro—. ¿Y qué me dice de las siete narices del Soho? —añadió mirando hacia el pequeño lago del parque—. Por cierto, ¿sabía que los pelícanos fueron un regalo de un embajador ruso al rey Carlos II en 1664?

La excitación la hacía hablar atropelladamente. ¿Narices, pelícanos? Quizá la impotencia que sentía estaba destruyendo sus neuronas. Tal vez fuera el cambio horario o la testosterona lo que estaba afectando a su mente.

—¿Así que quería una foto, no?

Desbloqueó el teléfono y se echó hacia delante dispuesto a levantarse. Cuanto antes acabara con aquella belleza inglesa antes podría seguir dándole vueltas a sus problemas. No podía continuar fingiendo que el único motivo por el que había ido a Londres era una nueva oportunidad de negocio. Había otros factores por los que había cruzado el Atlántico: la culpabilidad por haber obligado a su madre a afrontar aquella farsa de matrimonio y la publicidad negativa que había seguido al enfrentamiento con su padre. Pertenecer a una familia conocida tenía sus inconvenientes.

Pero también había dejado todo eso atrás.

«Concéntrate en el aquí y ahora».

Londres, con su riqueza cultural y su vitalidad, ofrecía abundantes distracciones, aunque ninguna tan sugerente como la que despertaba la escasa distancia entre sus cuerpos, haciéndole olvidar todos sus problemas.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —preguntó la mujer.

De nuevo ladeó la cabeza y se pasó la lengua por el labio inferior.

—Un par de días.

¿Cómo ignorar aquella deliciosa tentación que tenía delante? Seguramente no se estaba equivocando al interpretar sus señales. Tenía delante la distracción perfecta. ¿Qué podía ser más temporal que dos viajeros disfrutando de una noche cualquiera en Londres?

No tenía por qué revelar su verdadera identidad ni que era uno de los mejores abogados mercantilistas de Nueva York, magnate del mercado inmobiliario y heredero de la fortuna de los Jacob. Tampoco quería que se le vinculara al canalla de su padre en aquel momento. Hacía tiempo que sufría la vena despiadada de Hal Jacob, pero no había visto venir el choque de trenes y sus consecuencias.

Se pasó la mano por la cara en un intento por apartar aquellos oscuros pensamientos y concentrarse en la mujer tan sexy que tenía delante.

Era más natural que la mayoría de las mujeres que se cruzaban en su vida, pero igual de atractiva. Era prácticamente el polo opuesto de las sofisticadas mujeres a las que solía invitar a su cama, y su alegre personalidad era una brisa de aire fresco. El bulto de su entrepierna creció, robándole energía a sus piernas.

Ash le miró la mano, sin anillos. Por experiencia sabía que las mujeres como ella querían más de lo que estaba dispuesto a ofrecer. Querían una relación, algo que él nunca buscaba por tentador que fuera el aliciente.

No desde que su exprometida…

Ash se puso de pie en un intento por calmar el hormigueo de sus piernas. Le haría la maldita foto y escaparía de aquella situación tan tentadora.

Se colocó en mitad de la senda y enfocó su teléfono hacia una de las atracciones turísticas más famosas de Londres. Con un clic había cumplido con lo que le había pedido, pero seguía dudando entre despedirse cortésmente o descubrir sus cartas por si acaso compartía su filosofía sobre el sexo esporádico.

—¿Se ha montado alguna vez? —preguntó apareciendo a su lado, con la vista puesta en aquella noria.

—Todavía no —respondió Ash.

Le mostró el teléfono, con la mente puesta en otras maneras de montar, mientras ella se acercaba a la pantalla y unos mechones de pelo acariciaban su muñeca.

Por mucho que le diera el aire fresco no iba a conseguir que desapareciera aquel impulso. Además, al igual que en las negociaciones, nunca perdía el control en la cama.

Sí, un amor de verano le ayudaría a calmar su inquietud y a despejarle la cabeza. Con un poco de suerte, el control del que hacía gala en el dormitorio se extendería a otras facetas de su vida y volvería a recuperar el equilibrio a tiempo para el primer día de su nueva aventura empresarial.

La cautivadora extraña sonrió y los latidos de su corazón se aceleraron de nuevo.

—Muchas gracias. Ha sido mi salvador.

A continuación, Ash marcó el número que le dictó y le mandó la foto.

—Por cierto, me llamo Essie.

Le tendió la mano, delicada, suave y con las uñas pintadas de morado.

—Yo soy Ash —dijo estrechándosela.

Ella sonrió como si le hubiera confesado que era un príncipe y que la invitaba a tomar té en su palacio aquella misma tarde.

—Así que Ash, el turista americano…

Ya tenía su foto, pero no se marchaba. De hecho, estaba jugueteando con su pelo otra vez. Sus ojos mostraban un brillo de inequívoco interés.

—Bueno, Essie, experta en situaciones divertidas…

De nuevo, aquella risa que tanto afectaba a su libido.

—¿Quieres comer algo? No conozco muy bien esta parte de Londres, pero hay un pequeño restaurante no muy lejos de aquí y me sé un montón de historias de la ciudad…

Sus bonitos ojos azules centellearon.

Una cálida sensación se extendió por su pecho. Se le estaba insinuando de una manera mucho más sugerente que los avances descarados de las mujeres con las que solía salir. No tenía inconveniente en disfrutar de una noche de sexo sin ataduras con aquella guapa desconocida. Y, como turista, no necesitaba poner excusas para evitar volver a verla.

Ella se marcharía de Londres para volver al rincón del Reino Unido del que provenía y él, hasta donde ella sabía, volvería a Estados Unidos.

Le indicó con el brazo que tomara la senda que se abría ante ellos antes de meterse las manos en los bolsillos de los vaqueros. Ella sonrió, se echó hacia atrás el pelo y se colocó a su lado. Durante unos segundos, caminaron en silencio, el cálido ambiente veraniego cargado de posibilidades y de química sexual.

Algo se removió en su interior, una deliciosa sensación de excitación ante la perspectiva de un encuentro fugaz con una desconocida en un país extranjero. En aquel momento, podía ser cualquiera. Eran infinitas las posibilidades de reinventarse y de desprenderse de los grilletes que limitaban.

Quería dejar de ser Ash, el inocente, al que no solo habían engañado sino al que habían mentido las dos personas que deberían haberlo respaldado. Sí, al infierno con aquel tipo. Él era Ash, el turista americano, matando el tiempo con aquella belleza llamada Essie.

—Bueno —dijo sonriendo al ver el rubor de sus mejillas—, háblame de esas narices.

 

 

Essie Newbold se echó a reír y golpeó con su hombro el de aquel americano tan sexy con el que había pasado la tarde. Bueno, si no hubiera sido tan alto, habría chocado con su hombro en vez de con su brazo. Pero el efecto era el mismo: habían tenido contacto.

Aquellas ligeras descargas de electricidad estática se extendieron a sus zonas erógenas como llevaba pasándole todo el día, cada vez que se habían rozado durante el paseo para ver las siete narices del Soho o de pie, apretados el uno contra el otro en el vagón de metro abarrotado. Nunca había disfrutado tanto de la aglomeración del metro de Londres.

Ash había aprovechado aquel choque de hombros para tomarla de la cintura y sonreírla.

La cabeza le daba vueltas. ¿De veras estaba dispuesta a acostarse con aquel hombre tan atractivo al que había conocido esa misma mañana en el parque? Iba a ser la primera vez que tenía una aventura de una noche.

Essie le metió la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros y le apretó el trasero. ¿De dónde le venía aquel atrevimiento, del deseo de algo más que las escasas muestras de afecto de su ex?

La idea que tenía su ex de los juegos preliminares era sobarle los pechos. Y, para su vergüenza, ella siempre había aceptado sin exigir más.

Razón de más para disfrutar de una aventura de una noche con aquel americano tan seguro de sí mismo. Ganaría experiencia en aventuras esporádicas y, con un poco de suerte, disfrutaría del tipo de orgasmo que solo existía en sus fantasías. Después, solo les quedaría un buen recuerdo. A menos que Ash fuera un asesino en serie, sería placentero para ambos. Se dejó llevar por la agradable sensación de tener a su lado aquel cuerpo cálido e imponente. Sus escalofríos no eran porque tuviera frío, sino por el nerviosismo ante la expectación. Esos eran los mejores escalofríos.

Tomó aire. Nunca antes se había sentido tan audaz. Siendo sincera, también se sentía algo avergonzada. No había ninguna ley que dijera que antes de cumplir los veinticinco años debería haber experimentado al menos una noche de sexo sin ataduras, pero, teniéndose por una experta en relaciones, ¿no debía saber de qué iba eso para transmitírselo a los lectores de su blog?

Ash le pasó el brazo por el hombro y ella entrelazó los dedos con los suyos. Se sonrieron y Essie sintió que se le aceleraba el pulso, a la vez que el estómago le daba un vuelco.

Ningún científico de prestigio confiaría únicamente en la teoría. Por fin iba a verificar tantos años de investigación con datos fríos y objetivos.

Porque siendo realista, ¿qué sabía de relaciones?

Su rostro se ensombreció por unos instantes. El único novio que había tenido en la universidad la había dejado echando pestes del sexo contrario, incapaz de encontrar un candidato decente.

Quizá fuera un rasgo heredado de su madre… Después de todo, la mujer había tenido una hija con un embustero que había resultado ser un padre desertor después de años engañando a su verdadera esposa y a su familia verdadera.

Aunque por entonces Essie no había sabido nada de eso. Había pasado la infancia echando de menos a su querido padre, pensando que pasaba largas temporadas trabajando en el extranjero. Era evidente que compartía con su madre un concepto desesperado del amor que hacía que los hombres huyeran.

Pero Ash no había salido corriendo.

Tampoco ella estaba buscando una relación, tan solo sexo. Por la actitud de Ash, también él estaba interesado en una aventura de una noche. Apartó aquellos pensamientos de la cabeza y se concentró en aquel ejemplar de perfección masculina que tenía al lado. Era todo un caballero: divertido, inteligente e interesado por todo lo que decía.

Era muy diferente a su ex, con el que había perdido dos años manteniendo una relación insulsa.

Se le hizo un nudo en la garganta.

Quizá estuviera preparada para un cambio. Después de todo, era la víspera de un nuevo capítulo en su vida. Al día siguiente iba a empezar a trabajar para su recién descubierto medio hermano. O tal vez fuera el encantador, sofisticado y sexy Ash, con su irresistible sonrisa, su ingenio y sus historias sobre Nueva York, el que se había ganado el primer puesto de su lista de deseos.

No tenía nada que ver con el físico musculoso y la expresión dura que tantas miradas había atraído allí por donde habían pasado. El instinto le decía que Ash debía de ser muy bueno en la cama. Su patético repertorio también carecía de orgasmos de alto calibre.

Pero todavía podía recular. Podía darle las gracias por su compañía y despedirse de aquel americano tan sexy. Seguía dudando, y aquella indecisión le provocaba una catarsis verbal.

—Nunca he hecho esto antes.

Se mordió el labio y miró a Ash a los ojos.

Después de aquellas palabras, la tomaría por una ingenua, cuando lo cierto era que se había conformado con la mediocridad durante demasiado tiempo.

Se volvió para mirarla y la atrajo hacia él por la cintura mientras sus ojos azules estudiaban sus rasgos.

—Muy bien…

No la estaba juzgando. En sus ojos solo estaba aquel brillo cálido que llevaba viendo en ellos toda la tarde.

La chispa que había surgido durante la comida había pasado a ser un coqueteo mientras paseaban por Picadilly y Trafalgar Square y Essie le explicaba cómo moverse en el metro. Después, se habían desinhibido en un típico pub victoriano en el que Ash había insistido en probar varias pintas de diferentes cervezas, lo que había aumentado el atrevimiento de Essie. Probablemente por eso estaban así en aquel momento, delante del hotel de Ash, con sus brazos rodeándola y sus labios deseando besarlo.

Todavía vacilaba, atrapada entre la lujuria y la prudencia.

Si pudiera, se abofetearía. Sus dudas, su desesperación por hacer las cosas bien allí donde sus padres se habían equivocado, no le habían evitado disgustos. Tan solo había tenido una mala experiencia…

Ash no tenía por qué ser el hombre de su vida. Podía ser el adecuado para esa noche y después, no volvería a verlo.

Ash sonrió. Sus ojos azules brillaban llenos de promesas y sus labios tentadores esbozaron una sexy sonrisa.

Essie superó sus últimas reservas, se puso de puntillas y lo besó allí mismo, en mitad de la calle, rodeados de los viandantes. Por un segundo, Ash se quedó inmóvil, rozándole la barbilla con su barba incipiente y separando ligeramente los labios mientras ella depositaba un delicado beso en su boca. Después, deslizó la mano hasta la parte final de su espalda y la atrajo hacia él, ladeando la cabeza para hacerse con el control y orquestar un baile de labios y lenguas que la dejó aturdida y con las piernas a punto de fallarle.

Vaya. Aquel caballero amable y considerado con el que había pasado el día tenía un lado exigente. Essie deseaba más. La sensación era tan agradable que su estómago se encogió y el pulso se le aceleró.

Ash gimió y rompió el beso. Su potente erección descansaba contra su vientre. Bajó la vista a sus ojos como si pretendiera descubrir en ellos sus secretos más íntimos.

—No es que me importe —dijo apartándole un mechón de pelo de la cara—, pero siento intriga. ¿Por qué no?

Essie se mordió el labio. ¿Qué quería contarle a aquel turista tan sexy de su anodina experiencia con el sexo opuesto? A pesar de su licenciatura en Psicología y de estar terminando un doctorado en relaciones personales, su vida amorosa, así como el resto de sus relaciones, seguían las teorías aprendidas en sus clases y en su blog, aquel que había empezado siendo aún estudiante para superar los sentimientos de abandono y rechazo de su padre.

Ash la deseaba, no había ninguna duda de eso. ¿Por qué reventar la burbuja? Sí, no era normal intimar con un desconocido en un parque, pero después de aquella primera sonrisa, Ash había resultado ser un tipo divertido, inteligente y atento. No le había contado que vivía en la zona sureste de Londres ni que estaba a punto de acabar el doctorado. Había dejado que pensara que, al igual que él, era una turista más. Aquel atrevido envalentonamiento avivaba su libido.

Pero después de aquella noche, no volverían a verse. Quién mejor que un atractivo desconocido, un turista a punto de marcharse a otro continente, para experimentar.

Mientras Ash acariciaba el final de su coleta, a la espera, Essie se encogió de hombros.

—Mi padre resultó ser un tipo mentiroso y poco de fiar. En cierto modo, me alejó de los hombres.

Aunque dicho de un modo muy simple, era cierto. Había dedicado años a perfeccionar la relación insatisfactoria que tenía con su ex, desesperada por tener lo opuesto a la unión de sus padres y decidida a poner en práctica lo que predicaba. Cuando por fin había aceptado que aquella relación en la que había puesto todas sus esperanzas había acabado, había dejado de buscar el amor. En su lugar, había preferido concentrarse en ayudar a otros en sus relaciones por medio de su blog.

—Soy un hombre.

Era consciente de que Ash, a pesar de su apariencia, era algo más que un simpático mochilero. Para empezar, tenía algo más de treinta años, demasiado mayor para ese tipo de viajero. Aunque iba vestido de manera informal, se comportaba con una seguridad y un aplomo que le resultaba muy excitante. El hecho de que estuviera interesado en descubrir los motivos por los que dudaba en vez de apresurarse a llevársela a la cama era otro punto a su favor.

Pero cuanto menos supiera de él, más fácil le sería apartarse de su lado. Cuando por la mañana se fuera, se sentiría satisfecha de no haber traspasado los límites y de que no hubiera malentendidos ni tiempo para desarrollar sentimientos.

Haciendo acopio de todo su encanto femenino, se agarró a su brazo y se acercó a él.

—¿Estamos en la misma onda?

Las fuerzas le flaquearon mientras esperaba una respuesta. ¿Y si le había interpretado mal? ¿Y si pensaba de ella, al igual que su ex, que era una pesada? Seguramente, él también era consciente de que nunca más volverían a verse.

Ash inclinó la cabeza y unió su boca a la suya una vez más.

—Por supuesto.

Aquella respuesta resonó entre sus labios y a continuación sintió la punta de su lengua hundiéndose más. Entusiasmada, Essie lo rodeó con los brazos por el cuello.

Cuando se apartó, sin apenas respiración, miró a su alrededor. Estaban ante la entrada de un hotel de categoría en St. James. Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Ash.

—¿Es aquí donde te hospedas?

Suponía que había más de lo que aparentaba, pero ¿que fuera rico?

Él se encogió de hombros y esbozó una divertida mueca con los labios.

Sí, Ash había querido invitarla al sándwich que había pedido para comer, pero después de que ella insistiera en pagar lo suyo, habían compartido gastos el resto del día. No había ido presumiendo de dinero, algo que, por otra parte, hubiera repugnado a Essie.

La soltó de la cintura y, al instante, Essie echó de menos su contacto.

—Conozco al dueño. Solo voy a pasar aquí esta noche —dijo y la tomó de la barbilla para obligarla a mirarlo—. ¿Has cambiado de idea? Si es así, no pasa nada.

Qué considerado.

Seguía decidida a pasar la noche con aquel atractivo desconocido. ¡Qué importaba que tuviera amigos dueños de hoteles! Tampoco tendría tanto trato con él como para confesarle aquellas frustraciones que había sufrido a raíz de la ausencia de su padre, quien solía inundarla de regalos para compensar el poco tiempo que dedicaba a su única hija.

Un escalofrío le recorrió la espalda.