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A trompicones es el libro más personal de Felicitas Rebaque. Un recorrido en el devenir de la autora en el que recoge poemas y textos poéticos desde su juventud hasta su madurez, sin tapujos ni recovecos. Dividido en tres partes, la última dedicada al amor, marca la evolución de la autora a lo largo de los años. Con un lenguaje limpio y directo, alejado de la pomposidad, va desgranando emociones, sentimientos y reflexiones frente a encuentros o desencuentros, sucesos y vivencias que la han conmovido y le han dejado huella. Y lo hace con esa voz intimista que la caracteriza y que encontramos en todas sus obras; voz que en A trompicones unas veces le sale del alma y, otras, desde las entrañas. Felicitas Rebaque se desnuda en esta obra, muestra su mundo interior y su pensamiento con honestidad y sin tapujos, con una musicalidad que va in crescendo hasta la última página.
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Seitenzahl: 98
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A trompicones
Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
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© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora
© Felicitas Rebaque 2024
© Entre Libros Editorial LxL 2024
www.entrelibroseditorial.es
04240, Almería (España)
Primera edición: abril 2024
Composición: Entre Libros Editorial
ISBN: 978-84-19660-78-7
A
TROMPICONES
FELICITAS REBAQUE
A José Ignacio; mi contrapunto y armonía.
A Mónica, Jesús y María; mis extensiones.
A mi familia: a la de sangre y a la escogida.
A todos los que han sido mi reflejo y me he visto en el suyo.
La experiencia es un sabio hecho a trompicones.
Ramón de Campoamor
Índice
I
Prólogo
Érase que se era
Sensibilidad en la piel
Contar historias
Cuando el personaje te sale al encuentro
No me amenaces, musa
Se durmieron las musas…,
Plegaria de una niña
Emerjo
Canción de la madre seca
Soledad fértil
¿Tú qué crees?
Una extraña pareja
El alma en barbecho
De lágrimas y mocos
Angustia: una rima asonante
El cielo se desploma
La magia de los días, liberada
Fue esa noche
Ensoñación poética
Se aleja el sueño...
Por san Juan
A golpe de abanico
Calor, calor
Escribiendo en el mar
Queimada acróstica
Melancólico septiembre
Navidad perdida
El regalo
Ciclo
Renacimiento
II
Me gusta...
No me gusta...
Plegaria a la música
Los viejos fantasmas siempre vuelven
En los días aciagos
Al otro lado del espejo
Escalofrío
Niebla
Puntadas en verso
Paisaje dormido
Cuando el viento perdió su aroma
Al final del día...
Desenredando
Al doblar cualquier esquina
Cuando seas tú
Tengo miedo
Donde los pasos...
Duermo
Agónico tiempo
Con la frente marchita
La mirada perdida de mi madre
Reencontrándome con la niña que fui
Claro de luna
Un paréntesis
Huérfanos de patria
Sombra de Jaimas
Muerte, cuando me vaya...
Cardos en el camino
Hombre bueno
Distorsión
En la distancia, aprendí
Sigo aprendiendo
III
Tu nombre entre otros
Hablando del amor
Tinta, cicuta y máscara
Silencio en gris
En las horas blancas
Regreso a ti
Sin palabras
Deseo y amo hasta el infinito
A la luz de un poema
Instantes
Lo que se canta en el aire
Tonada en ocre
Entre tu cuerpo y el mío
Quiera la noche
Llueve música y me gusta mojarme
Seda
Paradoja
Toda una vida... junto a ti
Mi voz en un susurro
Y nos quedamos solos...
Prisas de ti
Te conozco
No me despiertes
Te quiero
Baila, baílame
Princesa
Tú mi ancla, yo tu piedra
Y te busqué
La ternura
Nota de la autora
Agradecimientos
Gracias por leer este libro
La experiencia es un sabio hecho a trompicones.
Ramón de Campoamor
La vida...
... es como una carrera de obstáculos que hay que superar, y yo soy una corredora de fondo. Así me he sentido durante muchos años.
Dicen que Antonio Blay Fontcuberta afirmó: «Lo que no se aprende por discernimiento, se aprende por sufrimiento». Estoy absolutamente de acuerdo. No he sido ni me he sentido nunca una mujer sufridora; todo lo contrario. De las vicisitudes he buscado siempre la parte positiva. Soy de las personas que ven la botella medio llena, pero en aras de la sinceridad, debo confesar que he pasado periodos en los que la vida no me lo puso fácil.
Considero que la literatura es parte integrante de la vida, así como la vida lo es de la literatura. Y la escritura fue un factor muy importante en la mía desde que aprendí a juntar las letras. Escribir era como respirar, lo necesitaba.
Mayte Guerrero, editora y una buena amiga, presentando en Madrid mi última novela, Réquiem por mi manoausente, me preguntó: «¿Cómo escribe Felicitas Rebaque?». Respondí sin dudar: «A trompicones».
Conjugar trabajo, familia y escritura no es nada fácil, por lo que pasaron muchos años en los que no pude dedicarme a mi pasión de forma continuada. Textos, versos en los que reflejaba pensamientos, emociones y sentires se acumulaban en una carpeta y después en los archivos del ordenador. Hasta que llegó un día en el que me planteé hacerlo con asiduidad. Mis hijos se habían hecho mayores y me encontré con mucho más tiempo para escribir. La decisión la tomé cuando pasé unos días en Babia y Luna, comarcas de León a las que llegué por casualidad y las convertí en mi refugio espiritual. Poco más tarde llegaron los cursos de escritura en la Escuela de Escritores de Madrid y los artículos que enviaba a los periódicos.
Mi paso por AEN, la Asociación de Escritores Noveles, resultó decisivo. Conocer y compartir experiencias con escritores con un bagaje muy importante y con compañeros que comenzaban su trayectoria literaria igual que yo fue una inyección de ánimo.
No me había planteado nunca publicar. No pensé que lo que escribía pudiese interesarle a nadie, hasta que escuché: «¿Por qué tú no?». Y así, en el 2008 nació mi primer libro: La Libélula. Y desde entonces, hasta hoy, he seguido escribiendo, unas veces a trompicones; otras, con más continuidad. Porque a pesar de lo importante que es dedicarle tiempo a la escritura, no lo priorizo al que deseo destinar a mi extensa familia y amigos. Ellos son parte de mí y han alimentado siempre mis inquietudes, siendo una de mis fuentes de inspiración. Albert Camus dijo: «En el instante en el que ya no sea más que un escritor, habré dejado de ser escritor». Soy hija, esposa, madre, abuela, amiga y... escritora.
En este libro que tienen entre sus manos encontrarán versos y narrativa poética, pero no es un poemario.
El escritor Dylan Thomas se definió como «un caprichoso usador de palabras, no un poeta. Esa es la verdad». No, yo tampoco soy poeta. Es un calificativo que me merece tanto respeto que no oso denominarme como tal. Parafraseando a un buen amigo, que sí que lo es y grande, Juanmaría G. Campal, afirmo que solo soy una hacedora de renglones cortos en los que he dejado reflejados mis trompicones. Les pido que lean con benevolencia.
Felicitas Rebaque de Lázaro
Érase que se era,
lo que quise que fuera, lo que no fue, lo que soñé.
Érase que se eran sueños tejidos en papel.
Entrelazados de anhelos, de vivencias,
de silencios, de renuncias, de querer.
Érase que se era,
furtivos encuentros para seguir viviendo,
espejismo loco de los que fueran
deseos ahogados en hiel y miel.
Y mientras tanto, vida pasada, siempre a la espera.
¿Esperando qué?
Érase que se era,
jirones rotos de alma herida, honduras negras,
soledad caliente y auroras frías.
Lecho vacío en mares de sábanas,
demasiado limpias, no arrugadas.
Érase que se era,
angustiosa llamada.
¿Para qué se siente lo que clama el alma
si no puede reflejarse en nada?
Ácido que corroe, carcoma que arranca
del corazón dolorido lágrimas amargas.
Érase que se era...,
búsqueda agostada,
derrota la vida,
cadenas de plata.
Sensibilidad..., que no sensiblería.
Ser sensible no es sinónimo de pusilánime. Las personas sensibles, emocionalmente, tienen una mirada —podemos llamarla— mágica gracias a que tienen más desarrollada la ínsula, una estructura cerebral muy pequeña situada en la corteza insular relacionada con el sistema límbico. Ella es la responsable de nuestra visión objetiva y personal de la realidad. Hay científicos que postulan que la ínsula es el asiento de la conciencia, ya que se recoge todo lo que percibimos y experimentamos.
Me considero una persona sensible. Ignoro si en mi cerebro esa ínsula es más grande o pequeña, pero sí sé que es la sensibilidad la que:
Me provoca un escalofrío al contemplar la belleza de las estrellas en la noche. Siento que ponen alas de mariposa de luz en mi alma.
Me identifica y hace que reconozca al amor, a mi familia, a mi gente, a la vida, al universo.
Me produce el llanto, nostálgico, alegre, emocionado o doloroso, cuando algo o alguien me hace daño.
Desata mi compasión por los que sufren. Me abriga con la soledad de los desamparados.
Suscita mis caricias en las manos del enfermo o las sonrisas compartidas en los ojos de un niño.
Le da alegría a mi canto y pone música en mi corazón. Me permite sentir, empaparme de los que caminan junto a mí, día a día, apreciando la fuerza y la energía que me transmiten cuando estoy más débil. Gracias.
Mantiene cercanos a los que ya no están porque agotaron su tiempo. Siempre demasiado pronto. Llena el vacío que dejaron en el corazón.
Sensibilidad que aviva mi emoción y engendra estas palabras que lanzo al viento para que vuelen lejos, lejos, palomas mensajeras de afecto.
Sensibilidad por la que aprecio el amor de los que están a mi lado, la que no se lleva el recuerdo de los que ya me olvidaron.
Habitan en lo más íntimo de la esencia humana,
aguas profundas que pujan por salir,
para verter al mundo su preciada carga.
Rompe sus cadenas la emoción secuestrada,
se inquietan los dedos, se extienden las palmas,
y las manos veloces se mueven y hablan.
A través de ellas emerge pujante
el sentimiento que la boca calla.
Cascadas de letras formando palabras
esculpen y escriben historias narradas
de la propia vida, de las allegadas.
En prosa, en verso, en letanía larga,
susurran amores, miedos y nostalgias,
deseos, pasiones, cobran forma, cantan.
Ideas que gimen, rostros que te llaman
queriendo que todos contemplen su cara.
Escribiendo sueños, se apacigua el ansia
de parir al mundo lo que turba el alma.
Siempre me dejo llevar por esas causalidades que nos presenta la vida. Son como faros que nos emiten una señal. Son un silbido en el oído para captar nuestra atención en un momento determinado. No sé por qué se producen, pero siempre las sigo, ya que me han conducido a lugares interesantes o a encuentros decisivos e insospechados. Intuición y percepción, quizá por eso escribo. Y por la misma razón procuro no dejar pasar una oportunidad de vivir una nueva experiencia o de conocer una nueva historia.
Tenía planeado un fin de semana con M. Solemos regalarnos unos días juntas, de cuando en cuando, bien en Madrid, bien en Barcelona; en esa ocasión tocó Madrid. Habíamos quedado para comer en El Círculo de Bellas Artes. Me dirigía a su encuentro cuando me llamó por teléfono para decirme que un imprevisto hacía que le fuera imposible reunirse conmigo hasta al día siguiente. Estaba bastante apurada por el plantón. La tranquilicé prometiéndole que recuperaríamos el tiempo perdido. Pensé en llamar para anular la comida, sin embargo, me pareció una lástima desperdiciar la ocasión y decidí disfrutarla yo sola.
Había pedido un aperitivo mientras elegía qué comer cuando el peso de una mirada me hizo levantar los ojos de la carta. En una mesa cercana, un hombre me observaba con atención. Volví a centrarme en el menú, hasta que escuché que me llamaban por mi nombre.
—¿Eres...?
—¿Nos conocemos? —respondí yo.