Espantapajarón - Felicitas Rebaque - E-Book

Espantapajarón E-Book

Felicitas Rebaque

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Beschreibung

Espantapajar—n: Los espantap‡jaros son objetos que los humanos construimos y animamos -insuflamos ‡nima mediante adornos, prendas, posturas... - para que parezcan seres vivos y ocupen el lugar del labrador y el hortelano que quieren conservar los frutos de sus sudores, las cosechas. Pero... Ày si tuvieran vida propia? ÀQuŽ suceder'a si la tuvieran y, de cuando en vez, se echaran a andar por el mundo y se reunieran y hablaran de sus cosas? M‡s todav'a: Ày si guardaran dentro de s' una personalidad, una identidad configurada con retazos del esp'ritu de la mujer o el hombre, el ni–o o la ni–a que los crearon con sus manos? A estas preguntas da respuesta el relato de Felicitas RebaquŽ contado, entre la realidad y la fantas'a, con un lenguaje directo y comunicativo. Para lectores de 8/9 a–os en adelante.

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© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Felicitas Rebaqué© Ilustraciones de Andrea Suárez

ISBN: 9788416873425

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

1

Ha ocurrido. Ha ocurrido de verdad. No me lo estoy inventando. Ya sé que crees que sí, que es otra de mis fantasías. Porque piensas como todos que estoy en las nubes. O en la luna de Valencia, como dice mamá. O tejiendo musarañas, que dice la abuela Dulce. Esta mañana en clase de mates, Sonsoles, la maestra, me lo ha vuelto a repetir: «Clementina, baja de las nubes y dinos en qué estás pensando». Me ha pillado desprevenida, pero no estaba en las nubes. Pensaba en la oruga que ayer capturó Serafín. La había metido en un frasco de cristal. Si yo fuera oruga no me gustaría que me encerraran en un frasco aunque me dieran para comer hojas de lechuga y de morera.

Cuando me llamó Sonsoles se me puso cara de atraganto, que es la que se te queda cuando la comida se atasca en la garganta y no sabes si pasará o no pasará. Y te estás muy quieta aguantando la respiración pensando en si tragar o no tragar. Por si te ahogas.

No, no estaba en las nubes, pero tampoco en clase. Entonces Sonsoles me preguntó cuántas eran siete más ocho. Y claro, no se puede pasar de golpe de las orugas a sumar siete más ocho. Así que me quedé en blanco, mirando a la maestra sin pestañear. Menos mal que Sofía, mi mejor amiga, me sopló la respuesta: «quince, quiiiiiinceeee». Y sus palabras sonaban a viento, a viento sobre la vela de un barco. Qshhhhhhhhhhhh. Quiiiiiiince. Tragué. «Quince, quince», repetí muy seria. Sonsoles achicó los ojos y me miró como pensando: «te lo han soplado». Pero no dijo nada y me mandó sentar. No me avergonzó delante de la clase.

Por cosas como esa quiero mucho a Sonsoles. Y quiero mucho a Sofía, que me guiñó un ojo.

Sí, sí, ya sigo. ¡Ay, es que me lío!

Pues, como te iba contando, no me lo me estoy imaginando, esta vez sucedió de verdad. No fue como cuando veía en el suelo del cuarto de baño caras que me sonreían. O cuando decía que Rodolfo, mi loro agopurni, me hablaba y me contaba historias de piratas. Cuando Rodolfo se ponía a cantar: prrriprrriprrip, prrriprrriprrrip, los demás solo oían prrriprrriprrip, pero yo escuchaba:

«Cuando el pirata Barba Roja cruzaba los mares ondeando en el mástil de su galeón la bandera negra de la calavera...»

Luego cerraba los ojos y me veía con Rodolfo de piratas, cruzando los mares con diez cañones por banda viento en popa toda vela... como el de la poesía que se tuvo que aprender Serafín para su examen de Lengua.

Con las caras del baño ocurría lo mismo. Me sentaba en la taza a hacer pis y observaba fijamente a las losetas del suelo. Enseguida aparecían, sonrientes. Se quedaban allí mientras las miraba fijo, fijo, hasta que los ojos me escocían y tenía que cerrarlos. Así desaparecían. Pero yo las veía de verdad, no me lo inventaba.

No sé por qué a mí me pasan estas cosas; debe de ser por lo que dice la abuela Dulce: «Esta niña tiene mucha imaginación».

Pero esta historia fue muy distinta.

2

Todo comenzó la tarde en la que la abuela iba a preparar una de sus tartas, la de queso con arándanos que tanto le gusta a papá, y se le acabó la levadura y el azúcar glass, glass, glass, glass. ¿Que por qué repito tantas veces glass, glass?, porque me encanta esta palabra. Suena igual que una nube de algodón al deshacerse en la boca.

Estaba yo en la sala de estar, leyendo un libro de adivinanzas, cuando la abuela asomó la cabeza por la puerta y me dijo:

«Anda, Clementina, acércate a la tienda a por levadura y azúcar»

¡Anda Clementina!, como si no hubiera nadie más en la casa para hacer los recados... Busqué a Serafín que hasta hacía un momento estaba allí, conmigo, pero había desaparecido como por arte de magia, igual que el conejo en la chistera del mago. Se las pinta para evaporarse cuando hay algo que hacer. Así que al recado fui yo, claro.

Hice el encargo de la abuela y regresé a casa atravesando el parque porque es el camino más corto.

Allí sucedió algo muy extraño.

Caminaba mirando las huellas que mis zapatos dejaban en la tierra mojada por el chaparrón que había caído por la mañana. Las rayitas de la suelas parecían olas dentro de un pequeño mar. O dunas en un desierto con camellos. ¡Eso es, era una caravana de camellos! Iba concentrada en contar mis pisadas cuando chirrió uno de los columpios de la Glorieta del Ángel.

Me asusté.