Amadis de Gaula - Anónimo - E-Book

Amadis de Gaula E-Book

Anónimo

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Beschreibung

Amadís de Gaula inicia gloriosamente el género de la literatura caballeresca. Inserto en la tradición artúrica, nos presenta una escala de valores humanos: la bondad de armas es la condición suprema del hombre; la belleza es la virtud suprema de la mujer; el hombre lucha por el señorío y por la fama. A la bondad de las armas y la belleza se une el amor leal, que anima a todos los pensamientos y todos los actos. Una obra, pues, que alienta por la justicia, el amor y todo lo bueno del mundo, en un ambiente quimérico de castillos e ínsulas, florestas y fuentes, gigantes y enanos, dueñas y doncellas; un mundo de hadas, encantamientos y hazañas sobrehumanas que exalta la imaginación y está presidido por un ideal superior. el caballero, que no es otra cosa que el brazo armado de Dios. Una lectura ágil, divertida, amena e indispensable como fuente de nuestra historia y nuestra literatura. Y ahora, con esta edición vertida en español actual por Ángel Rosenblat, al alcance de todos. Sólo queda disfrutarla… La primera novela de caballerías es un texto fundamental de la literatura española. "Él vierta añejo vino en odres nuevos", M. Menéndez Pelayo

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Diseño gráfico: RQ

Ilustración de cubierta: Caballero ecuestre medieval. Ilustración

vectorial, en estilo deminiatura de libro. Dreamstime

Primera edición impresa: abril de 2023

Primera edición en e-book: julio de 2023

© de la edición: herederos de Ángel Roseblat

© de la presente edición: Edhasa, 2023

Diputación, 262, 2º 1ª

08007 Barcelona

Tel. 93 494 97 20

España

E-mail: [email protected]

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita descargarse o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 1970 / 93 272 0447).

ISBN: 978-84-9740-924-7

INTRODUCCIÓN

–Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir,este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste; y así me parece que, como dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna, condenar al fuego.

–No, señor –dijo el barbero–, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar.

–Así es verdad –dijo el Cura–, y por esta razón se le otorga la vida por ahora.

Don Quijote,I, cap. VI.

–Quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo.

Don Quijote,I, cap. XXV.

La literatura caballeresca, que en España se inicia gloriosamente con el Amadís de Gaula y se cierra de manera definitiva e implacable con el Quijote, llena un ciclo fundamental de la cultura europea. Expresión fantástica de la mentalidad medieval, animó la imaginación de los lectores españoles en los siglos XIV, XV y XVI. Y aun cuando el espíritu del Renacimiento, con las armas nuevas de la razón y de la ciencia experimental, con un mejor conocimiento de la geografía y de la fauna del mundo, con otros ejércitos y otras instituciones, dio con ella por los suelos, persistió como fondo vivo en la sátira del Ariosto y de Cervantes. Nunca murió del todo, y hoy la curiosidad cervantina, la reconstrucción filológica del pasado y el cariño nuevo por los siglos medios de la vida europea han reavivado el interés por aquel mundo y la simpatía por sus héroes.

El Amadís se salvó siempre de la condena racionalista y moralizadora contra el género. Juan de Valdés, quizá el espíritu más fino de la época de Carlos V, que veía en la afición por los libros de caballerías una prueba de gusto estragado, consideraba el Amadís muy digno de ser leído. Ya se sabe que Cervantes –nada conciliador– lo libró del cruel auto de fe que el cura y el barbero hicieron de los cien libros de caballerías de la biblioteca de Don Quijote.

Condenados por todos, los libros de caballerías no dejaron de leerse. Los leían Carlos V y los caballeros y damas de la corte. Francisco I, prisionero en Madrid, se entretenía con el Amadís y lo hizo traducir al francés, con tanto éxito que durante el reinado de Enrique IV llegó a llamarse la Biblia del rey. «Diez años –vuelve a decir Juan de Valdés–, los mejores de mi vida que gasté en palacios y cortes, no me empleé en ejercicio más virtuoso que en leer estas mentiras, en las cuales tomaba tanto sabor, que me comía las manos tras ellas». Gustaba tanto de leerlos Santa Teresa en su infancia que con su hermano Rodrigo, en pocos meses, compuso uno «con sus aventuras y ficciones». Los leía con deleite en sus mocedades caballerescas Ignacio de Loyola. A pesar de los anatemas de autoridades seglares y eclesiásticas, la Inquisición no los prohibió nunca. Cuando más, una real cédula de 1531, reiterada después, prohibió que se trajesen a América, adonde llegaron, sin embargo, profusamente como mercancía clandestina.

Se leían con fruición en España y en toda Europa. Su influencia se extendió al romancero, a la lírica, al teatro, y se manifestó en las costumbres. El Amadís llegó a ser el código caballeresco de la vida española y francesa en gran parte del siglo XVI. Sin duda por su influencia, pero ya con su ribete de ironía moderna, Carlos V, en un discurso pronunciado ante el Papa en 1536, desafió a Francisco I a un combate singular, para evitar víctimas inocentes, «armado o desarmado o en camisa, en una isla o ante sus ejércitos».

Un espíritu nuevo mató el género, transformado poco a poco en una especie de literatura folletinesca, de aventuras cada vez más hiperbólicas y estrafalarias. A las hazañas de Amadís siguieron las de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, «la infinita caterva de su linaje»: Esplandián, Florisando, Lisuarte de Grecia, Amadís de Grecia, Florisel de Niquea, Rogel de Grecia, Silves de la Selva, etc. Un total de doce libros de la serie del Amadís. Uno de los autores, en el libro octavo, se atrevió a hacer morir al héroe, con gran consternación del público, pero los continuadores, más generosos, lo dejaron con vida y llegaron a presentarlo dos veces centenario, rodeado de toda su estirpe. Materia abundante para la sátira despiadada de Cervantes.

El primero de la serie, el Amadís de Gaula, representa el momento culminante del género. No es mera obra de pasatiempo –como las otras–, y su éxito no está unido sólo a un instante: «Obra capital en los anales de la ficción humana –dice Menéndez Pelayo–..., es una de las grandes novelas del mundo, una de las que más influyeron en la literatura y en la vida. Y aun puede añadirse que en el orden cronológico es la primera novela moderna».

Desde mediados del siglo XIV hay alusiones al Amadís (hacia 1345 aparece mencionado en la traducción española del De regimine principum de Egidio Romano). Es posible que la versión original fuese de alrededor de 1300, cerrado ya el ciclo de la épica juglaresca y cantados los héroes peninsulares del mester de clerecía (Santo Domingo de Silos, San Millán de la Cogolla, Fernán González). La mirada literaria de España se dirige entonces hacia los grandes temas europeos: Carlomagno y sus pares Alejandro, el rey Apolonio, los héroes de la guerra de Troya, el rey Arturo (Artús) y los caballeros de la Tabla Redonda. Hay un anhelo de fantasía nueva, que anima o reanima aun los temas tradicionales. El Amadís surge así como una prolongación del amplio movimiento novelesco del ciclo bretón, que llevaba ya más de un siglo de brillante floración en Francia y que estaba dando rica y hermosa materia fantástica a toda la literatura europea: Lanzarote del Lago y la reina Ginebra, Tristán y sus trágicos amores con Iseo (o Isolda), Percival, Galaz, el sabio Merlín, el hada Morgana.

Los héroes del Amadís son extranjeros. De los trescientos personajes que desfilan por la obra, sólo uno, Brián de Monjaste, buen caballero y valiente, sobrino del rey Perión, es hijo del rey Ladasán de España, y acude a la batalla con mil caballeros, «buena gente de guerra», muy bien «encabalgados», que le envía su padre (su nombre, tan poco español, es el mismo que el de Brián de Monjaspe, un caballero que aparece en la antigua versión portuguesa de la Demanda do Santo Graal); con ellos llega un caballero, pariente suyo, llamado Fileno. Las dueñas y doncellas, que pueblan las selvas o viven en los palacios, son también muy poco españolas. Y los fantásticos reinos e ínsulas en que se desarrolla la acción están más bien lejos de España: la pequeña y la Gran Bretaña, Gales1, Irlanda, Escocia, Alemania, Bohemia, las islas de Romania, Constantinopla. El mundo caballeresco parece un vasto archipiélago de islas misteriosas y fantásticas, señoreadas por gigantes y seres míticos. En ellas tiene también sus castillos Urganda la Desconocida, hada protectora de Amadís.

Con todo, en España y en castellano dio la literatura caballeresca sus obras maestras. La novela de caballerías se convirtió, gracias a Amadís y su estirpe, en expresión del genio nacional. Aunque el género era importado, llegó a desarrollarse con tanto vigor que fue uno de los instrumentos fundamentales de la gran expansión literaria de España por Europa. Las obras españolas se tradujeron al francés, italiano, inglés, alemán, holandés, y hasta al hebreo, y en muchos países se las adaptó al gusto del público y se las continuó en series interminables. Ellas han fijado en el mundo la imagen de una España caballeresca. A lo cual también ha contribuido en gran parte Don Quijote de la Mancha.

No se conoce el autor del Amadís, y se ha sostenido empeñosamente el origen portugués: una versión de la canción de Leonoreta («Leonoreta, fin roseta...) se encuentra en un viejo cancionero gallego-portugués atribuida al trovador João Pires de Lobeira, de la Corte de don Denis, en la segunda mitad del siglo XII; una Crónica portuguesa de 1450 lo atribuye a Vasco de Lobeira (hacia 1370); el mismo texto castellano habla de un episodio (los amores de Briolanja) modificado en una de las versiones para complacer al infante don Alfonso de Portugal (es posible que este don Alfonso no fuese el hijo de don Denis, que reinó de 1321 a 1357, sino el hermano de don Denis, cuñado del infante don Juan Manuel, que residió en Castilla desde 1263 o 1265 hasta 1312, y que este caso habría que pensar en una versión castellana); el sentimentalismo profundo de Amadís, que contrasta con la frivolidad amorosa de casi todos los demás caballeros, ha parecido a muchos, más de estirpe portuguesa que castellana. Es curioso, sin embargo, que no haya llegado hasta nosotros ningún texto portugués, y que en una época en que se multiplicaron las ediciones castellanas (por lo menos veinte en el siglo XVI), las traducciones a las lenguas más diversas y las continuaciones y adaptaciones (desde L’Amadigi de Bernardo Tasso hasta el Amadís teatral de Quinault con música de Juan Cristián Bach), no haya aparecido de un supuesto original portugués ni un solo manuscrito. Por el contrario, llama la atención que sea en Portugal donde Amadís haya tenido menos fecundidad.

El Amadís ha llegado hasta nosotros sólo en versión castellana. En 1956 ha dado a conocer Antonio Rodríguez Moñino cuatro hojas muy maltratadas, único resto de un manuscrito desconocido que se remonta hacia 1420. Seguramente el Amadís circuló por España en versiones diversas o en reelaboraciones diversas. Tenía entonces sólo tres libros. Poco después de 1492, Garci-Rodríguez de Montalvo (ediciones antiguas incurren en el lapsus de llamarle Garci-Ordóñez), regidor de Medina del Campo, «deseando –dice– que de mí alguna sombra de memoria quedase», corrigió esos tres libros, de los antiguos originales, «que estaban corruptos y mal compuestos en antiguo estilo, por falta de los diferentes y malos escritores, quitando muchas palabras superfluas y poniendo otras de más pulido y elegante estilo». Además, compuso el libro cuarto (también el quinto, o Sergas de Esplandián). Éste es el Amadís de Gaula que ha llegado hasta nosotros en ediciones repetidas desde la de Zaragoza, 1508 (hay alusiones a una de 1496, pero no se ha podido encontrar). Es el que, con otros de su género, enloqueció a Don Quijote.

El estilo responde al imperativo de la acción, que llega a ser vertiginosa. La descripción no existe: el paisaje es un llano, una montaña o una floresta, en la que hay muchos árboles y, cuando más, «rosas y flores»; los castillos son altos, de espesos muros y fuertes torres, y están asentados sobre una alta peña; en los palacios hay toda la riqueza del mundo. La expresión más frecuente es la superlativa, sin matices: Oriana es «la sin par», y el que la ve queda espantado de su hermosura o la considera maravilla. No hay en la obra, a pesar de la presunción de Rodríguez de Montalvo, el menor deleite verbal. Pareciera que el propósito hubiese sido dar al lenguaje una transparencia tal que la imaginación no se detuviera en él y se desplazase rápidamente con el curso de la acción. Las mayores finuras se encuentran en los discursos y en el diálogo, que tiene con frecuencia una vivacidad dramática. Lo genial de la obra está en la acción. Todo está supeditado a ella, y en ella se dibujan los sentimientos y los caracteres.

El Amadís nos presenta una escala de valores humanos. La bondad de armas –que llama simplemente la bondad– es la condición suprema del hombre: los caballeros recorren a veces tierras lejanas, en actitud casi deportiva, sólo para probarse con otros caballeros y conquistar su fama al vencerlos. La belleza es la virtud suprema de la mujer. El hombre lucha por el señorío y por la fama. La mujer aspira también a la fama de su belleza y quiere imponerla en países extraños, a veces por las armas de su caballero (es el juicio de Dios). Pero todo es en última instancia una lucha entre buenos y malos. Buenos y malos, sin complejidades perturbadoras. Los buenos tienen belleza física, nobleza de origen y de sentimientos, lealtad al señor y a la palabra dada, espíritu de justicia, buenas maneras, generosidad. Los malos son soberbios, brutales, injustos y desmesurados física y moralmente. A la bondad de armas y belleza se une un amor leal, que anima todos los pensamientos y todos los actos: Amadís se retira a la Peña Pobre, a hacer vida de ermitaño, cuando le falta el aliento de su dama.

La bondad de armas, la belleza y la lealtad amorosa tienen validez absoluta y son mensurables. Ahí están, para ello, los recursos del sabio Apolidón: el arco de los leales amadores, la espada ardiente, el tocado de las flores y la cámara defendida de la Ínsula Firme. Las tres condiciones las reúne Amadís en grado sumo. A eso se agrega un destino romántico: al nacer lo han arrojado en un arca al mar, y va a llegar, no por ser hijo de reyes, sino por sus obras, como simple caballero andante, a vencer, con los amigos y aliados que él ha sabido ganarse, a la mayor fuerza temporal de su tiempo –el Imperio de Roma aliado con el reino de la Gran Bretaña–, para transformarse en el árbitro del orbe cristiano. Es, además, magnánimo, justo, defensor de los débiles, tierno hasta derramar lágrimas, sufrido, discreto en el hablar, y hasta cantor y poeta en la intimidad; en suma, el ideal de caballero de todos los tiempos.

El triunfo de Amadís, su apoteosis, es inherente a su perfección, y tiene un valor edificante. También la obra triunfa porque alienta en ella un ideal de justicia. Su mundo quimérico de castillos e ínsulas, florestas y fuentes, gigantes y enanos, dueñas y doncellas; un mundo de hadas, encantamientos y hazañas sobrehumanas que exaltaba la imaginación de todos, desde el emperador hasta el ventero, estaba presidido por un ideal superior. El caballero era el brazo armado de Dios; era defensor del débil y campeón de un orden moral.

El Amadís no fue nunca una obra arcaica. Las refundiciones lo pusieron siempre al día y mantuvieron su popularidad. Cuando cesa esa labor se transforma en libro erudito. (Después de 1586 no se edita en castellano hasta 1837). Su extensión y su lenguaje le hacen perder el favor del público. ¿No es continuar legítimamente la tradición original el refundirlo hoy dándole las dimensiones y la expresión propias de la novela moderna? Con la máxima devoción por la obra, sólo hemos suprimido episodios secundarios en que no intervienen los personajes centrales y quitado frases o palabras que nos parecían superfluas y el tráfago muchas veces embarazoso de detalles menudos y de personajes insignificantes. Hemos resumido, además, lo que nos parecía profuso y procurado dar a cada capítulo una unidad de tipo moderno. Creemos no haberle quitado nada de valor y, desde luego, nos hubiera parecido una profanación agregarle nada de propia cosecha ni modificar el desarrollo de la acción. Hemos querido quitarle así al Amadís algo de su aire vetusto, arrancarlo del ámbito erudito y restituirlo con todo su valor al gran público, al que siempre perteneció.

ÁNGEL ROSENBLAT

ADICIONES A LA INTRODUCCIÓN DE ÁNGEL ROSENBLAT AL AMADÍS DE GAULA

Los veinte largos años que han transcurrido desde que A. Rosenblat terminó su introducción al Amadís de Gaula no han aportado descubrimientos críticos espectaculares, como nuevos hallazgos de versiones medievales, pero sí se ha avanzado en los caminos tan bien sintetizados por Rosenblat y se han abierto algunas nuevas sendas.

Prácticamente han desaparecido las críticas nacionalistas centradas en la discusión de la lengua y patria del Amadís medieval y se ha aceptado el texto como castellano al ser el único conservado. Los fragmentos publicados por A. Rodríguez Moñino, de comienzos del XV, no ofrecían lusismos en su lengua, si bien a Lapesa le sugerían un «ligero sabor occidental»2. Se ha seguido reflexionando sobre todo lo referente al desaparecido Amadís medieval, y se ha avanzado también en el estudio de las fuentes.

En los últimos años se percibe un claro deslizamiento hacia críticas centradas en el interior de la obra que estudian sus elementos, así como sus técnicas de composición. También aumentan los trabajos que tienen en cuenta contextos más amplios, no sólo hispánicos, sino también europeos, con los que relacionar nuestro texto. Finalmente, se han iniciado estudios a la luz de planteamientos teóricos nuevos, como el psicoanalítico y otros, de los que se pueden esperar aportaciones importantes y en los que queda mucho por hacer, pues todavía no se han aplicado al Amadís modelos fundamentales como, por ejemplo, los de Y. Lotman o M. Bakthine.

El primer trabajo crítico que hay que señalar cronológicamente es la culminación en cuatro volúmenes de la edición de E. B. Place sobre la primera edición3, que, si bien significó un aporte decisivo en su momento, debe ser revisada especialmente en sus volúmenes III y IV, para los cuales Place no contó con la colaboración de S. Gili Gaya, y en cuyo texto se han detectado múltiples errores4.

Una segunda ayuda imprescindible para el investigador es la aparición de la guía bibliográfica de D. Eisenberg, que abarca todo el género de los libros de caballerías hispánicos5.

Los estudiosos de las fuentes del Amadís destacan las deudas de la obra con la materia artúrica o de Bretaña que, aunque transformada, constituye su magma literario fundamental; pero también se han ido rastreando parciales fuentes clásicas y de la materia de Troya6, procedimientos narrativos tomados de la historiografía alfonsí7, y últimamente se ha insistido sobre la presencia en la obra de numerosos materiales folklóricos probablemente filtrados a través de la materia artúrica8.

Todo esto pone en evidencia los múltiples hilos literarios con los que está tejido nuestro relato9. Si en toda obra es difícil precisar lo que hay de tradición y lo que aporta de original (relación que constituye el eje de toda creación literaria), en el Amadís el problema se complica considerablemente. Las fuentes de las que hemos hablado hasta aquí son, fundamentalmente, las del Amadís medieval, y a veces olvidamos que, tal como la conocemos, la obra es una pura reelaboración de materiales literarios realizada a lo largo de más de doscientos años; que tuvo, por lo menos, tres versiones10, y que lo único que conservamos de ellas (si exceptuamos los fragmentos publicados por A. Rodríguez Moñino) es la versión «aderezada» por Garci Rodríguez de Montalvo a finales del siglo XV, doscientos años posterior a las primeras alusiones a la obra.

Así pues, de las fuentes medievales hay que separar la tarea refundidora de Montalvo, labor dificilísima de precisar y que ha dado origen a opiniones contrarias que oscilan entre la alabanza y el menosprecio a la obra del refundidor. Quizás el esfuerzo reciente más meritorio en este sentido sea el de J. M. Cacho Blecua, que minusvalora la tarea del refundidor en cuanto a invención de materiales narrativos y la reduce a la redistribución de la obra en libros y capítulos, así como a la reelaboración del estilo. Juicio algo duro que quizás corresponde a la óptica de un medievalista11.

La obra, pues, es una mezcla de elementos de procedencia muy diversa, lo cual genera tensiones entre los materiales medievales y los de origen renacentista que dan lugar, en algunos casos, a contradicciones. Éstas se originan en parte porque Montalvo no borra del todo los elementos y datos que transforma, sino que los moraliza o los comenta como soluciones desechadas. Un caso extremo de esto es el motivo de la muerte o no de los protagonistas del relato, Amadís y Oriana, desenlace que define ideológicamente toda la concepción de la obra. Según varios críticos12, el relato medieval acababa con la muerte de Amadís a manos de Esplandián y el suicidio de Oriana; el propio Montalvo lo comenta en Las sergas de Esplandián (1510), su segundo libro de caballerías y continuación crítica del Amadís13; pues bien, el refundidor transforma estas trágicas muertes medievales en una sucesión renacentista de temporalidades según la cual a Amadís le sustituye su hijo Esplandián y a éste el suyo, y ninguno muere nunca, con lo cual la carga moralizante que portaban estas muertes desaparece y es sustituida por una nueva visión didáctica, que distribuye Montalvo en comentarios y acotaciones a lo largo de la obra.

La abundancia de rasgos humanistas como el citado hace hablar a algunos críticos especialistas del Siglo de Oro de obra plenamente renacentista, lo que sin duda es excesivo14. Que hay elementos renacentistas es indudable y que el substrato mítico y el modelo histórico están fuertemente presentes también lo es, pero eso no nos debe hacer olvidar su filiación como obra fundamentalmente artúrica, si bien sus valores han evolucionado15.

Lo que le queda a la crítica, si es que eso es posible, es precisar la calidad y cantidad de estas presencias en la obra, pero sin eliminar ninguna y, sobre todo, valorando la labor de los escritores antiguos y modernos que con múltiples fuentes supieron hacer una obra original y de indudable calidad literaria que no siempre ha sido bien entendida16.

El juicio de valor sobre la obra se centra muchas veces en la consideración de su estructura. Los lectores y críticos del siglo XX, acostumbrados a estructuras novelescas muy trabadas, no sabemos, a veces, valorar la de algunas obras medievales –y el Amadís en su sistema de composición lo es–, que se organizan de una manera que hoy definiríamos como estructura abierta. Este modelo narrativo considera los capítulos como unidades autónomas que se enlazan, aparentemente, por el simple hecho de ir unos a continuación de otros, lo que permite añadidos y supresiones, reelaboraciones en suma, que sin duda estaban presentes en el proyecto del primer autor. Sin embargo, sí que existe un sistema de entrelazamiento de los capítulos que consiste en la permanencia de ciertos hilos temáticos y formales, a veces no muy visibles, que dan continuidad y coherencia global al relato.

Han sido precisamente los escritores los que han llamado la atención sobre la modernidad de este tipo de estructura calificada por M. Vargas Llosa como modelo de novela total17. También para Frida Weber la estructura es el mayor mérito del Amadís, y a esta crítica se debe el primer trabajo sobre su organización narrativa18, que puso de manifiesto la presencia en el libro de las técnicas estructurantes que usaban las obras historiográficas medievales. Éstas consistían en enlazar las diferentes unidades temáticas con nexos muy evidentes y reiterativos: «dexa» (de contar), «torna» (a contar), «sabéis», «habéis oído», «os diré», «¿Quién podría...?», «¿Qué vos diré...?». Estos nexos desvelan la presencia del oyente en el texto, resto de épocas orales, para el que se construye todo un sistema de líneas discursivas tendidas hacia el pasado o el futuro del relato. Este sistema constituye una ayuda infalible que permite recordar nombres y episodios y relacionar personajes o lugares. Estos nexos estructurantes primitivos aumentan, curiosamente, en los libros III y IV del Amadís (los que se consideran más retocados por Montalvo), donde conviven con otro recurso innovador como las transiciones sin nexo entre tema y tema que constituyen la fórmula más frecuente en los libros I y II.

Un trabajo sobre la narrativa medieval europea19 destacó el uso del «entrelazamiento» de diferentes historias como uno de los sistemas más utilizados para organizar el relato en la novelística medieval. Este modelo a veces era usado de forma muy compleja, como en el Amadís20, lo que invalida un extendido juicio de valor que considera a la estructura entrelazada como una mera yuxtaposición de elementos.

Este tipo de trabajos ha dado nuevo impulso a los estudios sobre la estructura del Amadís centrados hasta hace poco en la búsqueda de líneas estructurantes de tipo temático y que ahora intentan aunar lo temático y lo formal, como hace F. F. Curto Herrero21. Éste considera que el Amadís está organizado en cuatro planos, que corresponden a los cuatro libros de que consta la obra. Cada libro, a su vez, está dividido en tres grandes secuencias semánticas que recuerdan a las definidas por Propp como: situación inicial negativa o de carencia, lucha por transformarla y solución positiva de la carencia o conflicto.

Los cuatro libros se organizan de dos en dos. Los dos primeros muestran la cualificación individual del héroe en dos aspectos: como perfecto caballero (libro I), y como el más leal enamorado (libro II); ambos libros desarrollan estos temas siguiendo el esquema: carencia-lucha-solución de la carencia. Los libros III y IV, a su vez, muestran la cualificación social del héroe siguiendo el mismo esquema. El eje organizador de ambos bloques narrativos son las dos profecías generales (en los libros I y II) que funcionan como núcleos temáticos generadores a los que el desarrollo de la acción da cumplimiento.

Toda la narración se organiza de forma abierta y episódica, como gradual ascenso hacia la fama, y progresa mediante dos ejes temáticos, que son el viaje y la Corte.

Los episodios se construyen, en cambio, a base de simetrías y, sobre todo, de contrastes como: bueno-malo, alegría-tristeza, etc., pues el modelo lógico que organiza el relato es el enfrentamiento de dualidades antitéticas.

En resumen: es una estructura basada en antítesis que se desarrolla en cada libro en tres etapas y que reúne un total de cuatro libros. Éstos se organizan en dos grandes bloques narrativos, cada uno de los cuales desarrolla una unidad temática. Este modelo de estructura es el que siguieron los libros de caballerías posteriores que solían cerrar el primer bloque temático, la cualificación individual del héroe, con el matrimonio secreto, como hace el propio Amadís, y el segundo bloque, la cualificación social del héroe con el matrimonio público y oficial que era a su vez, el cierre de la obra.

Otros críticos han buscado también las relaciones entre algunos motivos significativos y el funcionamiento de la obra: Eloy R. González insiste en el valor de las profecías y J. D. Fogelquist en el modelo del género histórico como sistema organizador del relato22.

De esta manera, parece que va retrocediendo una visión impresionista que lleva a valorar incorrectamente algunas obras literarias porque las juzgamos desde hoy y no en su momento histórico. Una parte de la narrativa medieval y aun del Siglo de Oro ha tenido que superar el peso negativo de utilizar unas estructuras diferentes a las de la novela moderna. Quizás por ello ha sido tan codiciado el puesto de «primera novela moderna» otorgado por M. Menéndez Pelayo al Amadís, por Dámaso Alonso al Tirant, y por la mayoría de los críticos al Lazarillo o al Quijote. Estas clasificaciones son imposibles de coordinar, pues se basan en conceptos de «novela moderna» diferentes en cada caso. De todas formas, lo importante es que esta valoración deje de ser el patrón para calificar a las obras medievales y renacentistas.

Sobre un aspecto tan importante del Amadís como es su estilo, apenas se ha dicho nada nuevo desde las breves pero lúcidas frases de A. Rosenblat; se le han dedicado pocos estudios, y los existentes no aportan datos de interés23. Sin embargo, es un elemento capital dentro de la obra, pues, como señaló S. Gili Gaya, su lengua ha sido la base fundamental para la creación de la prosa castellana del Siglo de Oro y casi todo su léxico es aún hoy de uso común, pues quedó fijada su utilización al ser considerado uso modélico24.

Los valores fundamentales del Amadís son, como se ha dicho, los de la narrativa artúrica. Para ésta el soporte principal es el amor cortés, que ha sido descrito por Jean Frappier como una moral y un arte aristocrático que comprende mesura, sabiduría de vida, control de sí, moderación de los deseos y tendencia a la generosidad; todo un principio de ennoblecimiento y escuela de perfección que proviene de la dama25. A esta concepción básica femenina hay que añadir los valores caballerescos masculinos centrados en el valor y la habilidad guerrera. Ambos códigos aparecen resumidos por A. Rosenblat en la bondad de armas, la belleza y la lealtad amorosa, y se han puesto en relación con un tipo de sociedad aristocrática medieval centrada en un modelo caballeresco que defiende los intereses de la baja nobleza26. Pero como siempre en el Amadís hay que hacer la salvedad de las sucesivas reelaboraciones que van transformando estos valores y aportando nuevos.

Los códigos caballeresco y amoroso que funcionan en el Amadís son bastante diferentes a los de los primitivos relatos artúricos. Con respecto al amoroso, H. Hatzfeld lo ha encontrado tan diferente que habla de «sentimentalismo satírico»27; en lo que concierne al código caballeresco, convive el modelo medieval con el renacentista, sobre todo al final, en donde la obra se decanta hacia una defensa de la monarquía absoluta. Ésta cristaliza definitivamente en Las sergas de Esplandián, obra en la que Montalvo hace una crítica clara de la caballería bretona (véase nota 11).

Otro aspecto de este complejo mundo de valores, a veces en oposición unos con otros, es el substrato mítico que subyace en todo lo artúrico y que ha sido analizado en el Amadís desde perspectivas psicoanalíticas por Y. Russinovitch28; esta autora define la obra como una nueva encarnación del mito del eterno retorno y ve en ella un modelo para el desarrollo individual de los jóvenes, especie de novela de aprendizaje, en la que se muestra una forma de maduración de la personalidad desde la infancia hasta la plena madurez a través de la vida arquetípica de un héroe. Según esto, la lucha que el héroe mantiene contra sus enemigos no es otra cosa que enfrentamientos con personajes-símbolo que encarnan una parte de su ser negativo que debe vencer, único camino para conseguir una personalidad perfecta que aúne en equilibrio las fuerzas contradictorias inherentes a todo ser humano.

En el Amadís conservado este modelo de aprendizaje es francamente optimista, pues el caballero consigue vencer todas las dificultades, llega a ser rey, felizmente casado, y vive eternamente. Pero si pensamos en el Amadís medieval, en el que parece que todos los héroes morían violentamente, encontramos un modelo de vida que nos acerca mucho más al mundo mítico primitivo y al de la Edad Media, marcado siempre por la omnipresencia de la muerte, que al modelo de temporalidad gestado por los humanistas en el Renacimiento.

En este mundo de valores modélicos, fuertemente moralizante29, el comportamiento de algunos héroes de nuestro relato puede ser parcialmente criticado (Oriana, Lisuarte, Galaor), pero Amadís encarna todos los atributos del héroe perfecto, pues por primera vez se dan en su máximo grado y en el mismo caballero la bondad de armas de un Lanzarote y la fidelidad amorosa de un Tristán. Esta doble característica del héroe y de su mundo de valores genera los dos grandes temas que en su desarrollo y entrecruzamiento organizan la narración: el de las hazañas guerreras, cuantitativamente el más importante, pero al servicio del segundo, el tema amoroso, que con sus alternativas y variaciones hace progresar el relato.

Esta importancia capital de lo amoroso, en un héroe que usa el simbólico nombre de Amadís (el amante, el enamorado), es una de las características de la obra que la diferencia de los relatos medievales españoles caballerescos; este amor fiel era también el argumento que exhibían los defensores de una patria gallega o portuguesa.

Lo cierto es que Amadís es el típico héroe amante y luchador al que el triunfo acompaña siempre; y estas características lo alejan del lector adulto de nuestros días, acostumbrado al héroe duro y fracasado de la novela y para el que ese espacio de los héroes triunfantes y todopoderosos, más propio de los jóvenes, se circunscribe a ciertos géneros llamados para-literarios y sobre todo al ámbito de la televisión. Por otro lado, tampoco parece que los jóvenes lean hoy obras como el Amadís, reducido al círculo culto de unos pocos especialistas; por ello siguen estando de actualidad las palabras que Goethe dedicara al Amadís hace doscientos años: «Es una vergüenza encontrarse uno tan viejo sin haber conocido una obra tan excelente más que a través de las parodias que de ella se han hecho.»30

Esta necesidad de difusión, la misma que defendía A. Rosenblat hace veinte años, es la mejor justificación de una antología como la presente, que elimina tres cuartas partes del texto, pero a cambio es muy posible que consiga adeptos para el mundo mágico y lejano que el Amadís representa. Mundo en el que lo mágico positivo está encarnado por mujeres (Urganda la desconocida), y lo negativo, por hombres (Arcaláus), nueva muestra de la originalidad de sus valores dentro de la narrativa castellana31.

ALICIA REDONDO GOICOECHEA

Universidad Complutense de Madrid

LIBRO PRIMERO

I

EL REY PERIÓN

Hubo en Bretaña, a principios de nuestra era, un rey cristiano llamado Garínter, de gran devoción y buenas maneras. Este rey tuvo dos hijas. La mayor casó con Languines, rey de Escocia, y la llamaron la Dueña de la Guirnalda porque su marido quiso que siempre cubriese sus hermosos cabellos con una rica guirnalda. La menor, llamada Elisena, mucho más hermosa que su hermana, nunca quiso casarse, aunque grandes príncipes se lo pidieron. Su retraimiento y vida santa hicieron que la llamasen Beata perdida. Todos consideraban que persona de su calidad, dotada de tanta hermosura y pedida en matrimonio por tantos grandes señores, no debía tomar ese estilo de vida.

El rey Garínter, de edad asaz avanzada, iba a veces a cazar al monte por dar descanso a su ánimo. Un día salía de una villa suya que se llamaba Alima y se desviaba de los cazadores para rezar sus horas en la floresta, cuando vio que un caballero libraba un duro combate contra otros dos. Conocía a los dos caballeros, que eran vasallos suyos, de gran soberbia y malas maneras, pero no al que combatía con ellos. Apartándose algo, miró el combate, en el cual los dos caballeros quedaron vencidos y muertos. El caballero vencedor se dirigió entonces al rey y le dijo:

–Buen hombre, ¿qué tierra es ésta en la que así asaltan a los caballeros andantes?

–No os maravilléis de eso –dijo el rey–. Como en otras tierras, hay aquí buenos y malos caballeros. Y esos que decís han hecho enormes agravios al mismo rey, que no ha podido hacer justicia porque estaban muy bien emparentados.

–Pues a ese rey vengo a buscar desde lejanas tierras –contestó el caballero–, y le traigo nuevas de un gran amigo. Decidme dónde puedo encontrarle.

–Sabed que yo soy el rey que buscáis.

El caballero se quitó el escudo y el yelmo, y fue a abrazarlo. Era el rey Perión de Gaula.

Ambos se alegraron del encuentro. Iban a reunirse con los demás cazadores para acogerse a la villa, cuando se encontraron con un ciervo que huía. Lo persiguieron a todo el correr de sus caballos, pero en eso salió un león de unas espesas matas, alcanzó al ciervo y lo mató, abriéndolo con sus fuertes uñas.

Con el escudo como defensa y la espada en la mano, fue hacia el león, sin detenerse ante las voces del rey Garínter. El león dejó su presa, se le enfrentó, lo derribó y estuvo a punto de matarle. Pero el rey, sin perder sus fuerzas, le dio con la espada en el vientre y lo hizo caer muerto. El rey Garínter, espantado, decía:

–Con razón tiene fama de ser el mejor caballero del mundo.

Hicieron cargar en dos palafrenes el león y el ciervo, y los llevaron a la villa. Cuando llegaron al palacio, ya sabía la reina el huésped que tenía. Las mesas estaban puestas, y en la más alta se sentaron los reyes, y en otra, Elisena, la hija del rey Garínter. Como la infanta era muy hermosa, y el rey Perión también, y además se había divulgado por todas partes del mundo la fama de sus grandes hazañas, en cuanto se miraron se sintieron dominados por un gran amor. Ambos estuvieron todo el tiempo de la comida como sin sentido.

Levantaron las mesas, y la reina se quiso acoger a su cámara. Elisena se puso en pie y se le cayó de la falda un hermoso anillo que se había quitado del dedo. Se inclinó para recogerlo, pero el rey Perión, que estaba junto a ella, quiso alcanzárselo. En el suelo se encontraron sus manos, y el rey tomó la de Elisena y se la apretó. Elisena se puso encarnada, y mirando al rey con ojos amorosos, le dio las gracias.

Elisena se fue detrás de su madre, tan turbada que casi no veía. Con lágrimas en los ojos descubrió su secreto a Darioleta, su doncella, y le preguntó cómo podría saber si el rey Perión amaba a otra mujer. La doncella, temerosa de tan repentina mudanza y sintiendo piedad por sus lágrimas, le dijo:

–Señora, bien veo que el tirano amor no ha dejado en vuestro juicio lugar para la razón. Haré lo que mandéis.

Darioleta se dirigió hacia la cámara del rey Perión y vio que su escudero le aprontaba las ropas para vestir.

–Amigo –le dijo–, yo serviré a vuestro señor.

El escudero, creyendo que eso se hacía para más honra del rey, le dio los paños y se marchó. Darioleta entró en la cámara. El rey estaba en la cama, y en cuanto la vio reconoció a la doncella de Elisena. Estremeciéndose el corazón, le dijo:

–Buena doncella, ¿qué queréis?

–Daros de vestir, señor.

–Eso al corazón había de ser, que de placer y alegría está muy despojado.

–¿De qué manera podría hacerlo?

–He venido a esta tierra –dijo el rey– en entera libertad, temiendo sólo las aventuras de las armas. Y al entrar en casa de vuestros señores estoy herido de herida mortal. Si tenéis para mí, buena doncella, alguna medicina, recibiréis mi galardón.

–Si supiese qué mal es, señor, me tendría por muy contenta de poder servir a tan alto hombre y tan buen caballero.

–Yo os lo diré si me prometéis no descubrirlo.

–Decidlo sin recelo.

–Pues os digo que, apenas vi la gran hermosura de Elisena, quedé atormentado de cuitas y congojas. Si no hallo algún remedio, no me podré salvar de la muerte.

La doncella se alegró al oírlo y le dijo:

–Señor, si me prometéis como rey mantener la verdad y como caballero tomar a Elisena por mujer, yo haré que vuestro corazón quede satisfecho, y también el de ella, que tanto o más que el vuestro está herido de la misma cuita y dolor.

El rey tomó la espada, y poniendo la mano derecha en la cruz, dijo:

–Juro por esta cruz y espada con que recibí la orden de caballería hacer lo que vos me pedís, siempre que vuestra señora Elisena me lo demande.

La doncella volvió a su señora y le contó lo que había hablado con el rey. Elisena, con gran alegría y abrazándola, le dijo:

–¿Cuándo veré la hora de tener en mis brazos a aquel que me habéis dado por señor?

–Yo os lo diré. Dejádmelo a mí.

Cuando fue de noche, Darioleta llamó aparte al escudero del rey Perión y le dijo:

–Amigo, decidme si sois hidalgo.

–Sí soy, y aun hijo de caballero. ¿Por qué lo preguntáis?

–Porque quiero saber, por la fe que debéis a Dios y a vuestro señor, una cosa. ¿Cuál es la doncella que vuestro señor ama con extremado amor?

–Mi señor ama a todas, pero no conozco ninguna a la que quiera de la manera que decís.

En esto llegó el rey Garínter, y al ver que Darioleta hablaba con el escudero la llamó y le dijo:

–Tú ¿qué tienes que hablar con el escudero del rey?

–Por Dios, señor, yo os lo diré; él me llamó y me dijo que su señor acostumbra dormir solo y que se siente embarazado con vuestra compañía.

El rey se dirigió hacia donde estaba su huésped y le dijo:

–Señor, yo tengo muchas cosas que hacer en mi hacienda y me levanto a la hora de los maitines. Por no daros enojo, tengo por bien que quedéis solo en la cámara.

–Haced, señor, lo que más gustéis –dijo el rey Perión.

Cuando Darioleta vio que los reposteros sacaban la cama del rey, fue a contárselo a la infanta.

–Amiga –le dijo Elisena–, creo que esto, que al presente parece yerro, será algún día servicio de Dios. Y decidme lo que debo hacer, que la gran alegría que tengo me quita el juicio.

Cuando la gente de palacio dormía, Elisena y Darioleta salieron a la huerta. A Elisena le temblaba el cuerpo. Cuando llegaron a la puerta de la cámara, el rey Perión, vencido por el sueño, se había dormido. Y soñaba que alguien entraba por una puerta falsa, le metía las manos por los costados, y sacándole el corazón lo arrojaba al río. Y él decía: «¿Por qué cometéis esa crueldad?». Y le contestaban: «Eso no es nada. Os queda otro corazón que os arrancaré también, aunque no por mi voluntad». El rey despertó despavorido y se comenzó a santiguar. Al sentir pasos en la cámara, temió una traición, y, saltando del lecho, tomó la espada y el escudo. Darioleta le dijo:

–¿Qué es eso, señor? Dejad vuestras armas, que poca defensa son contra nosotras.

El rey, al ver a Elisena, echó la espada y el escudo al suelo, se cubrió con su manto y tomó a su señora en sus brazos.

Darioleta cogió la espada del rey en señal de la promesa que le había hecho, y salió a la huerta. El rey contempló a su amiga, y, a la luz de tres hachas que en la cámara ardían, le pareció que reunía toda la hermosura del mundo.

Estuvo el rey Perión diez días en el palacio, al cabo de los cuales acordó, forzando su voluntad y las lágrimas de su señora, partir para su tierra. Despedido del rey Garínter y de la reina, quiso ceñir su espada y no la halló. Y aunque le dolía mucho, porque era buena y hermosa, no osó preguntar por ella y mandó a su escudero que le buscase otra. Antes de marcharse, Darioleta habló con él y le recordó la gran cuita y soledad en que dejaba a su amiga. El rey le dijo:

–Yo os la encomiendo como a mi propio corazón.

Y sacando de su dedo un hermoso anillo, de dos iguales que traía, se lo dio para que Elisena lo llevase por su amor.

II

AMADÍS SIN TIEMPO

Elisena quedó en gran soledad. Dejó de comer y de dormir, y fue perdiendo su hermoso color. Aunque se sentía sin culpa ante Dios, sabía que era culpable ante el mundo. Fue pasando el tiempo y comprendió que iba a ser madre. No podía comunicárselo a su amigo, que por ganar honra y fama iba de unas partes a otras como caballero andante, y nunca se detenía en ninguna. Darioleta puso para remediarlo su esfuerzo y su discreción.

Había en el palacio del rey Garínter una cámara apartada, que daba al río. Elisena se la pidió a sus padres para poder entregarse a la vida solitaria y para rezar sin que nadie la molestase. Se la otorgaron, creyendo que su intención era reparar el cuerpo con más salud y el alma con vida más estrecha.

Llegó el tiempo de dar a luz. Su corazón estaba en gran amargura y su angustia se doblaba al no poder gemir ni quejarse. Al cabo tuvo un hijo. La doncella lo tomó en sus brazos y le pareció que hubiera podido llegar a ser hermoso. Lo envolvió en ricos paños y acercó un arca que había preparado.

–¿Qué queréis hacer? –preguntó Elisena.

–Ponerlo aquí y echarlo al río.

La madre lo tenía en sus brazos y repetía:

–¡Mi hijo pequeño! ¡Mi hijo pequeño!

La ley establecía que cualquier mujer, por grande que fuese su estado o señorío, perdía en esas circunstancias la vida. La doncella tomó tinta y pergamino y escribió: «Éste es Amadís sin Tiempo, hijo de rey». Y decía sin Tiempo porque creía que moriría, y Amadís, porque era el nombre de un santo a quien ella lo encomendó. Cubrió la carta con cera y la ató al cuello del niño junto con el anillo del rey Perión. Colocó entonces al niño dentro del arca y puso a su lado la espada que había quitado al rey. Cerró el arca y la calafateó para que no pudiese entrar agua. Y tomándola en sus brazos y abriendo la puerta, la colocó en el río y dejó que la llevasen las aguas.

Del río pasó al mar, que estaba a media legua de allí. A esta sazón amanecía. Y acaeció uno de esos hermosos milagros que suele hacer el Señor. En una barca iba un caballero escocés, llamado Gandales, con su mujer, que había dado a luz un hijo. Iban de Bretaña a Escocia. Cuando aclaró, vieron el arca, y el caballero ordenó que se la trajesen. Al abrirla, vio al niño. Por los paños, por el anillo y por la espada, le pareció de buen lugar y maldijo a la madre que lo había desamparado tan cruelmente. Lo tomó en sus brazos y rogó a su mujer que lo hiciera criar.

III

EL SUEÑO DEL REY PERIÓN

El rey Perión estaba atormentado por la soledad y por el sueño que había tenido. Cuando llegó a su reino, llamó a todos los señores y mandó que los obispos acudiesen con los clérigos más sabios de sus tierras. El rey habló con ellos de las cosas del reino, pero siempre con semblante triste, lo que daba a todos gran pesar. Cuando despachó los negocios, se quedó con tres clérigos. Los llevó a la capilla y les hizo jurar que le dirían la verdad, sin ocultarle nada, por grave que fuese. Entonces les contó el sueño.

Uno de ellos, llamado Ungán el Picardo, que era el que más sabía, dijo:

–Señor, los sueños son cosa vana y por tal deben tenerse. Pero si os place que expliquemos el vuestro, dadnos un plazo.

–Así sea. Tomad doce días.

Se apartaron, sin poderse ver ni hablar, y volvieron el día señalado. Cuando estuvieron de nuevo reunidos, habló Alberto de Campania:

–Señor, yo te diré lo que entiendo. La cámara cerrada era tu reino, y por alguna parte de él entrará alguien, y así como te sacara el corazón y lo echaba al río, así te tomará villa o castillo y lo pondrá en poder de quien no lo podrás recobrar.

–¿Y el otro corazón que también perdería?

–Parece que otro entrará también en tu reino, obligado por alguien que se lo mande, y te tomará también una parte. Y eso es todo lo que sé, señor.

El rey mandó que hablase el segundo, que se llamaba Antales. Estuvo de acuerdo en todo, sólo que sus suertes indicaban que el mal estaba hecho, y por la persona más querida, lo cual le sorprendía, porque no se había perdido hasta entonces nada en el reino. El rey sonrió y ordenó que hablase el tercero. Ungán el Picardo bajó la cabeza y sonrió. Era de natural esquivo y triste, y sonreía pocas veces. El rey lo notó y le dijo:

–Maestro, decid lo que sepáis.

–Señor, he visto cosas que no debo manifestar sino a ti solo.

Cuando quedaron solos, el maestro dijo:

–Sabe, señor, que sonreí porque tuviste en poco las palabras de Antales. Ahora te quiero decir lo que tienes encubierto. Tú amas, y la que amas es maravillosamente hermosa. En la cámara en que estabais encerrado, ella quiso quitar de vuestro corazón y del suyo las cuitas y congojas. Y el corazón que sacaba significa hijo o hija que habrá de vos.

–¿Y qué significa que lo echaba al río?

–Así será echado el hijo que de vos tendrá.

–¿Y el otro corazón que me queda?

–Debéis entender lo uno por lo otro. Tendréis otro hijo y lo perderéis, contra la voluntad de aquella que os hará perder el primero.

Cuando el rey salió de palacio, se encontró con una doncella muy bien ataviada, que le dijo:

–Sabe, rey Perión, que cuando recobres lo que has perdido, el señorío de Irlanda perderá su flor.

El rey no la pudo detener, y quedó pensativo.

IV

EL DONCEL DEL MAR

Gandales y su mujer criaban con mucho cuidado al niño que habían recogido, al que llamaron el Doncel del Mar. Era cada día más hermoso y todos se maravillaban al verlo.

Un día cabalgaba Gandales por el campo, cuando se encontró con una doncella extraña que le dijo:

–¡Ay, Gandales, si muchos altos hombres supieran lo que sé yo, te cortarían la cabeza!

–¿Por qué? –preguntó él.

–Porque guardas la muerte de ellos.

–¡Doncella, por Dios, decidme qué es eso!

La doncella desapareció sin contestar. Gandales quedó muy pensativo, y al continuar su camino vio que ella volvía en su palafrén gritando:

–¡Ay, Gandales, socorredme!

Detrás de ella corría un caballero con la espada en la mano. Gandales espoleó a su caballo, se interpuso entre ambos y dijo:

–Caballero, ¿qué queréis de la doncella?

–¡Cómo! –contestó él–. ¿Queréis ampararla cuando por engaño me trae perdido el cuerpo y el alma?

–De eso no sé nada –contestó Gandales–. Pero la he de amparar porque las mujeres no deben castigarse de esa manera aunque lo merezcan.

–Ahora lo veremos –contestó el caballero.

Se dirigió a una arboleda donde estaba una hermosa doncella que le dio un escudo y una lanza, y fue contra Gandales. Del encuentro, los escudos de los dos caballeros volaron en pedazos. Los caballos juntaron sus cuerpos con tanta bravura que cayeron al suelo, y los caballeros con ellos. Cada uno se levantó lo más pronto que pudo, y la batalla prosiguió. Pero la doncella que había huido se interpuso entre ambos. El caballero que la perseguía se apartó, y ella le dijo:

–Volved a mi obediencia.

–Lo haré con gusto, como a la cosa que más amo en el mundo –contestó el caballero, arrojando las armas e hincándose de rodillas ante ella.

–Decid entonces a la doncella que está en la arboleda –ordenó ella– que se marche; que, si no, le abriréis la cabeza.

El caballero obedeció y dijo:

–Vete, mala mujer, que me maravillo de que no te abra la cabeza.

La doncella de la arboleda comprendió que habían encantado a su amigo, y, llorando, subió a su palafrén y se marchó. Gandales estaba maravillado. Se dirigió a la doncella que él había protegido y le preguntó por qué había dicho que él guardaba la muerte de muchos hombres. Se apartó con él, y con la promesa de guardar el secreto, le dijo:

–Aquel que hallaste en el mar será flor de los caballeros de su tiempo, hará temblar a los fuertes y acabará con honra hazañas en que otros fracasaron. Hará tales cosas que nadie creerá que pudiesen haber sido hechas por mano de hombre. Hará de los soberbios buenos y será cruel con los malos. Será el caballero más leal en el amor. Y sabe que viene de reyes por ambas partes, y que yo soy Urganda la Desconocida.

Gandales la miró. Antes le había parecido muy joven y ahora la vio tan vieja que se maravilló de que se pudiese sostener en el palafrén. Se comenzó a santiguar y dijo:

–Os ruego, por Dios, que os acordéis del doncel, que está desamparado y sólo me tiene a mí.

–Ese desamparado –dijo Urganda– será amparo de muchos.

Urganda tomó el yelmo y el escudo de su amigo para llevárselos. Gandales la volvió a mirar y le pareció el caballero más hermoso que jamás había visto.

Cuando Gandales volvía para su castillo, se encontró con la otra doncella, que lloraba junto a una fuente. Ella le reconoció y le dijo:

–¿Qué es eso, caballero? ¿No os hizo matar aquella alevosa?

–Alevosa no es, y si fueseis caballero os haría pagar la locura que dijisteis.

–¡Ay, cómo sabe engañar a todos!

–¿Y qué engaño os hizo?

–Que me tomó aquel hermoso caballero que, por su gusto, más haría vida conmigo que con ella. Pero ya me vengaré.

–Desvarío es –dijo Gandales– querer enojar a quien sabe hasta lo que pensáis.

–Muchas veces los que más saben caen en los lazos más peligrosos.

Cuando Gandales llegó al castillo, tomó al doncel en sus brazos y lo comenzó a besar, derramando lágrimas.

–Mi hermoso hijo, ¿querrá Dios que yo alcance vuestro buen tiempo?

El doncel tenía tres años y su hermosura se consideraba maravilla. Al ver llorar a Gandales quiso limpiarle los ojos con las manos. Desde entonces, Gandales le cuidó con más voluntad.

Cuando tuvo cinco años, Gandales le hizo un arco, y otro a su hijo Gandalín. Así lo fue criando hasta la edad de siete años.

A esta sazón el rey Languines, que recorría el reino con toda su corte, llegó al castillo de Gandales, donde lo agasajaron mucho. Gandales encerró al Doncel del Mar, a Gandalín y a otros donceles en un patio, para que el rey no los viese. La reina, aposentada en lo alto de la casa, miraba por la ventana, cuando vio a los donceles que tiraban con los arcos, y entre ellos al Doncel del Mar, tan apuesto y hermoso que quedó maravillada. Y llamando a sus dueñas y doncellas, les dijo:

–Venid y veréis a la criatura más hermosa que nunca se ha visto.

Mientras lo miraba, el Doncel del Mar tuvo sed. Dejó su arco y sus saetas en tierra y fue a beber a una fuente. Un doncel mayor que él cogió el arco y quiso tirar, mas Gandalín no se lo permitió. El doncel le empujó reciamente y Gandalín gritó:

–¡Socorro, Doncel del Mar!

El Doncel del Mar dejó de beber y se dirigió hacia el doncel mayor. Cogió el arco que éste había dejado en el suelo, le increpó por haber pegado a su hermano y, dándole un golpe, le hizo huir. El ayo, que acudió en ese momento con la correa en la mano, le dijo:

–¡Cómo, Doncel del Mar! ¿Osáis pegar a los mozos? ¡Ahora veréis cómo os castigaré!

El Doncel del Mar se hincó ante él y le dijo:

–Señor, más quiero que me peguéis a mí y no que nadie delante de mí se atreva a pegar a mi hermano.

Y le vinieron las lágrimas a los ojos. La reina vio todo esto y se maravilló. En ese momento entraron el rey y Gandales. La reina preguntó:

–Decid, Gandales, ¿es vuestro hijo ese hermoso doncel?

–Sí, señora.

–Pues ¿por qué lo llamáis el Doncel del Mar?

–Porque nació en el mar, cuando yo venía de Bretaña.

El rey miró al doncel y le pareció hermoso. Se lo pidió a Gandales para hacerlo criar.

–Doncel del Mar, ¿queréis ir con el rey? –preguntó Gandales.

–Iré donde me mandéis, y que vaya mi hermano conmigo.

–Tampoco yo quedaré sin él –dijo Gandalín.

El rey se alegró, llamó a su hijo Agrajes, y le dijo:

–Hijo, ama mucho a estos donceles, que yo amo mucho al padre.

A Gandales le vinieron las lágrimas a los ojos. El rey se rió, y entonces Gandales, apartando al rey y a la reina, les dijo:

–Señores, sabed la verdad de este doncel.

Y les contó toda la historia. El rey se alegró mucho y dijo:

–Si Dios puso tanto cuidado en conservarlo, razón es que lo pongamos nosotros en criarlo.

–Yo quiero que sea mío –dijo la reina–. Cuando sea mayor, será vuestro.

El rey se lo otorgó. La reina hizo criar al Doncel del Mar como si fuese hijo propio. Su ingenio era tal y su condición tan noble que aprendía todas las cosas mejor que nadie. Amaba la caza, y por su gusto habría cazado siempre, tirando con su arco y cebando los canes. Pero la reina estaba tan contenta con él que no dejaba que se alejase de su presencia.

V

GALAOR

El rey Perión estaba en su reino cuando llegó una doncella que le entregó una carta de Elisena. Le decía que el rey Garínter había muerto, y que su hermana, casada con Languines, rey de Escocia, quería quitarle las tierras.

–Ir y decir a vuestra señora –dijo el rey– que voy allá sin detenerme un solo día.

El rey preparó la gente necesaria y se dirigió a Bretaña. Supo que Languines tenía todo el señorío de la tierra, salvo las villas que el rey había dejado a Elisena. Ella estaba en Arcarte, y el rey se dirigió allá. Se amaban como antes y fue grande la alegría de encontrarse. El rey le dijo que llamase a amigos y parientes porque la quería tomar por mujer.

El rey Languines acudió con todos los grandes hombres de su reino. Celebradas las bodas y fiestas, los reyes emprendieron el regreso. El rey Perión y Elisena llegaron a la ribera de un río, donde pensaban descansar. El rey se apartó siguiendo el curso del río y anduvo tanto que llegó a una ermita. Ató el caballo a un árbol y entró a orar. En el interior vio a un hombre viejo, vestido con el hábito de una orden, el cual le preguntó:

–Caballero, ¿es verdad que el rey Perión se ha casado con la hija del rey nuestro señor?

–Verdad es.

–Mucho me place –dijo el hombre–. Porque sé que ella le ama con todo su corazón.

–¿Cómo lo sabéis?

–Por su boca –dijo el buen hombre.

El rey, pensando saber lo que deseaba, se dio a conocer, y le pidió que le dijese todo lo que sabía de ella. Pero el hombre le contestó:

–Gran yerro sería si yo manifestase lo que he sabido en confesión. Sólo puedo decir que os ama con amor verdadero y leal. Pero quiero contaros lo que me dijo, cuando llegasteis a estos reinos, una doncella que parecía muy sabia: que de Gran Bretaña saldrían dos dragones que tendrían su señorío en Gaula y sus corazones en la Gran Bretaña, y de allí irían a devorar las bestias de las otras tierras, y contra unas serían bravos y feroces y contra otras mansos y humildes.

El rey Perión quedó maravillado. Se despidió del ermitaño y volvió a las tiendas donde había dejado a la reina. Contó a Elisena las declaraciones de los clérigos sobre su sueño, y le preguntó si había tenido un hijo. La reina tuvo vergüenza y lo negó.