Amor a ritmo de jazz - Maureen Child - E-Book
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Amor a ritmo de jazz E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Sabía que arriesgaba mucho al decir la verdad, pero tendría que hacerlo… Lo primero que vio el ejecutivo Parker James nada más entrar al bar del hotel después de una frustrante reunión de negocios fue a la bella mujer que había cantado en su boda diez años atrás. Holly Carlyle no había olvidado aquel trabajo. Pocas horas antes de que los novios pronunciaran sus votos, había descubierto a la novia haciendo el amor con alguien que no era Parker. Hacía ya tiempo que el matrimonio se había roto y Parker estaba preparado para pasar página… con Holly. El jazz que tanto les gustaba a ambos los unió, pero la ex esposa de Parker amenazó con chantajear a Holly para separarlos si ella no callaba. Sin embargo, Holly sabía que había guardado el secreto durante demasiado tiempo…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2006 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

AMOR A RITMO DE JAZZ, Nº 145 - Agosto 2013

Título original: Bourbon Street Blues

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

™ Harlequin Oro ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3505-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

1

Holly Carlyle le dirigió a su acompañante una sonrisa y se inclinó sobre la reluciente superficie del piano. Se retiró la melena de la cara y tamborileó la superficie del piano con sus uñas pintadas de rojo, evocando la canción que acababa de cantar.

—Tommy, ha sido fabuloso —le dijo—. Si conseguimos continuar así toda la noche, esto se va a caer.

Tommy Hayes suspiró y acarició suavemente el teclado con sus dedos oscuros como si estuviera acariciando el cuerpo de una amante. Las luces iluminaban su pelo oscuro, entretejido con algunas hebras grises. Llevaba dos anillos de plata en cada mano y un traje negro que se ajustaba a su cuerpo delgado. Tommy juraba que tocaba el piano en Nueva Orleans desde que Dios era niño. Y lo cierto era que nadie tocaba mejor que él.

Holly llevaba casi catorce años trabajando con él y jamás había sido tan feliz. Tommy había llegado a convertirse en un padre para ella, algo que Holly valoraba especialmente, puesto que había pasado sola la mayor parte de su vida. Shana, la esposa de Tommy, y sus hijas, eran la única familia que Holly conocía. Y les estaba más agradecida de lo que nunca podría expresar con palabras.

—Parece que tienes un club de admiradores —musitó Tommy quedamente, con la voz oculta tras el dulce coro al que continuaba dando vida con sus dedos.

—¿Qué?

Tommy señaló hacia el bar con un gesto de la cabeza.

En una de las mesas había un hombre solitario frente a una cerveza. Incluso bajo aquella luz tenue Holly era capaz de distinguir la frustración que reflejaban sus facciones.

—¿Quién es?

—No puedo verlo desde aquí —admitió Tommy—. Shana dice que necesito gafas.

Holly se echó a reír. La penumbra dominaba el bar, a pesar de que los rayos del sol de la tarde se filtraban por las ventanas que daban a la calle. Una barra de caoba reluciente corría a lo largo del bar; tras ella, se exhibían botellas de todas las formas y tamaños, duplicadas por el espejo que multiplicaba también los rayos del sol. A lo largo de una cristalera se extendía una segunda barra que disponía de asientos para todos los que quisieran ver pasar el mundo frente a ellos mientras disfrutaban de una copa. Pero la mayor parte de los clientes del bar del hotel Marchand preferían las mesas redondas de cristal.

—A mí no me parece un admirador —susurró Holly, volviéndose para mirar a Tommy—. Me parece un hombre triste que necesita compañía.

Tommy curvó los labios en una media sonrisa y le guiñó un ojo.

—Eso lo dices porque no has visto cómo te miraba cuando estabas cantando.

Holly se reclinó contra el piano, apoyando los antebrazos sobre su fría superficie.

—Le ha gustado, ¿verdad?

—Te miraba como si fueras el único lugar fresco en un día caluroso.

Holly le dirigió una sonrisa fugaz.

—Adulador.

—¿Por qué no te acercas a saludarlo? —le propuso Tommy.

—¿Estás intentando deshacerte de mí? —bromeó Holly.

—Sí —contestó Tommy—. Necesito un poco de tiempo para mí. Entre tú y todas las mujeres que tengo en casa...

Holly había oído quejarse a Tommy muchas veces de ser un pobre hombre en una casa llena de mujeres. Cualquiera que lo oyera jamás pensaría que en realidad adoraba a su mujer y a sus tres hijas.

—No sé —dijo Holly, disimulando una sonrisa—, a lo mejor debería quedarme aquí y ayudarte con los arreglos que estás haciendo para la primera canción.

—Creo que podré hacerlo si tu ayuda.

—Es posible —lo miró con los ojos entrecerrados—. Pero me pregunto por qué de pronto tienes tanto interés en que hable con un hombre.

Normalmente, Tommy era más protector que una mamá gallina con sus pollitos.

—No te estoy diciendo que te vayas con él. Lo único que digo es que podrías acercarte a darle un poco de conversación. No te vendría mal conocer gente.

—¿Gente? —preguntó Holly, arqueando una ceja—. ¿No querrás decir hombres?

—No es que yo quiera verte intimando con un hombre, pero Shana está preocupada por ti.

Holly suspiró. Llevaba tres años de celibato, pero eso no era nada preocupante. En cualquier caso, decirle a Shana Hayes que no se preocupara por algo no tenía ningún sentido.

—Lo sé —dijo Holly—, ha estado amenazándome con organizarme una cita a ciegas.

—Supongo que si hablaras con ese tipo sería mucho más fácil. Para todos nosotros —dijo Tommy.

—Sí, supongo que sí.

Clavó la mirada en el hombre solitario que estaba en la parte trasera del bar. Tomó aire y se dijo a sí misma que cruzar el bar en aquel momento sería mucho más fácil que ser víctima de uno de los planes de Shana.

De modo que bajó de la plataforma que servía como escenario y caminó lentamente entre las mesas. Miró al barman al pasar por delante de la barra y le pidió:

—¿Podrías ponerme un té con azúcar cuando tengas tiempo, Leo?

—Claro —respondió el camarero—. Ahora mismo, Holly.

Mientras iba acercándose al hombre que se ocultaba entre las sombras, Holly se llevó la sorpresa de reconocerlo. Él se inclinó hacia delante en su asiento y Holly notó sus ojos azules fijos en ella. Su pelo, negro como el azabache, caía rebelde sobre su frente mientras apoyaba unos antebrazos tan morenos como musculosos sobre la mesa.

Parker James.

Holly notó los nervios en el estómago y deseó haberse quedado en el escenario fastidiando a Tommy. Diablos, hasta una cita a ciegas era mejor que hablar con aquel hombre en particular. Parker James formaba parte de la realeza de Nueva Orleans. Su familia pertenecía a aquella ciudad desde... desde siempre.

El propio Parker aparecía con frecuencia en los periódicos locales, pero ésa no era la única razón por la que Holly lo conocía. Holly había cantado en la boda de Parker diez años atrás. Aquélla había sido una de sus primeras actuaciones pagadas y estaba más nerviosa que los novios.

De hecho, recordó, los novios no estaban nerviosos en absoluto.

La víspera de la boda, Holly había ido para dar un recital en la recepción que iba a celebrarse en la mansión restaurada de una plantación situada junto al río. No había tenido que asistir al ensayo en la iglesia porque ella sólo iba a cantar en la recepción y quería echarle un vistazo al aparato de sonido y dejarle una copia de lo que iba a cantar a la organizadora de la boda.

A pesar de lo tarde que era, estaba allí prácticamente sola, de modo que, tras su encuentro con la organizadora, decidió dar un paseo para hacerse una idea del lugar en el que iba a cantar antes del gran día y disfrutar de los alrededores en soledad.

Los campos descansaban bellos y exuberantes bajo el intenso calor del verano. Los pájaros cantaban suavemente, se oía el chirriar de los grillos y el murmullo de las aguas del río lamiendo la orilla.

Rodeó uno de los enormes magnolios que bordeaban el jardín, donde habían dispuesto las mesas y las sillas para el día siguiente. Y de pronto llegó hasta ella un suave suspiro de placer seguido por un gemido amortiguado.

Holly se paró en seco, pero ya era demasiado tarde.

Allí, frente a ella, estaba la novia, Frannie LeBourdais, con la falda subida y las bragas bajadas frente a una mesa. Pero la persona que estaba haciéndola gemir no era el futuro marido, sino su dama de honor.

Sumida en un avergonzado silencio, Holly se quedó paralizada durante varios segundos, mientras Justine DuBois acariciaba el vientre de Frannie. Holly retrocedió, intentando desaparecer en silencio. Pero al hacerlo chocó con el travesaño de una silla, que arrastró contra las losas del jardín.

Frannie abrió los ojos. Y vio a Holly inmediatamente.

En un abrir y cerrar de ojos, la pasión se transformó en furia. Apartó a Justine a un lado y prácticamente saltó al tiempo que se estiraba la falda y caminaba a grandes zancadas hacia Holly, que continuaba todavía sin habla.

Y no porque fuera una ingenua. A los veinte años, Holly ya llevaba cuatro viviendo sola. Había visto todo lo que había que ver en Nueva Orleans, pero aun así, estaba sorprendida. Parker James parecía ser todo lo que una mujer podía esperar en un hombre. Pero, evidentemente, Frannie no quería un hombre. Pero si era lesbiana, ¿por qué demonios iba a casarse con él?

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Frannie, pero continuó hablando sin esperar respuesta—. No importa, lo único que importa es que como le digas a Parker una sola palabra sobre lo que has visto aquí esta noche, convertiré tu vida en un infierno, ¿me has entendido?

Holly miró a los fríos ojos azules de Frannie y lo creyó. La amenaza de Frannie era completamente real. En una ciudad en la que los linajes familiares tenían tanto peso, Frannie podía hacer que a Holly le resultara muy difícil ganarse la vida como cantante.

Holly miró entonces a Justine, que la observaba con tanto veneno en la mirada que la hizo temblar.

—Sí, entendido —le dijo a Frannie.

La irritaba tener que doblegarse a la voluntad de otra mujer, pero la cuestión era que Frannie tenía mucho más poder del que Holly tendría nunca. Y si quería que sus sueños se convirtieran en realidad, tenía que seguirles el juego.

De modo que alzó la barbilla y añadió:

—Pero en realidad, no hacía falta ninguna amenaza. Lo que hagas o con quien lo hagas no es asunto mío.

Frannie la miró durante un par de segundos y añadió:

—Me alegro. Pero procura que eso sea cierto.

Cuando aquel recuerdo se desvaneció, Holly se preguntó si Parker habría descubierto alguna vez el secreto de su esposa. Quizá sí, porque no hacía mucho tiempo la prensa había anunciado su divorcio.

Se detuvo frente a su mesa, bajó la mirada hacia él y le sonrió.

—Hola —le dijo suavemente—. ¿Quieres que me siente contigo?

En realidad, Parker se había metido en el bar para estar solo. Había tenido un día nefasto y no tenía ganas de conversación. Pero una vez en el bar, arrastrado por aquel pelo castaño rojizo y la voz clara de Holly, casi había conseguido olvidar el desastre en el que se había convertido su vida.

En aquel momento tenía a la cantante frente a él y no era capaz de decirle que lo dejara solo. Se inclinó hacia delante, se cruzó de brazos y alzó la mirada hacia la mujer que minutos antes lo había emocionado con su música. Tenía unas curvas diseñadas para hacer aullar a cualquier hombre y unos ojos grises que le hicieron preguntarse cómo sería su brillo a la luz de las velas. Salpicaban su piel clara algunas pecas doradas y, cuando sonreía, se formaba un hoyuelo en su mejilla.

—Me gusta cómo cantas —se limitó a decir.

—Gracias —Holly sacó una silla y se sentó. El camarero le llevó entonces un té con hielo y menta—. Y gracias a ti también, Leo.

—De nada —respondió Leo, y miró a Parker de reojo—. Estaré en el bar si me necesitas.

En cuanto Leo se alejó, Parker soltó un silbido.

—¿Es tu caballero andante?

Holly sonrió y se encogió de hombros mientras alargaba la mano hacia su bebida.

—Leo es un encanto, siempre cuida de mí.

—Una labor agradable.

—¿Eso es un cumplido? Gracias.

Parker sentía que su mal humor iba desapareciendo. Era difícil estar malhumorado cuando se tenía delante a una mujer como aquélla.

—Supongo que te dicen muchos.

—Algunos —admitió—, pero éste ha sido el primero que recibo de Parker James.

—¿Sabes quién soy? —preguntó Parker, dejando de sonreír inmediatamente.

Por supuesto que lo sabía. Pero durante un breve instante Parker se había permitido desear un encuentro anónimo y fugaz con una mujer hermosa. Debería habérselo imaginado. Desde que había anunciado su divorcio, los periódicos se habían dedicado a publicar todo tipo de rumores y mentiras sobre él.

Holly se echó a reír.

—Cualquiera que viva en Nueva Orleans sabe quién eres. Sales mucho en los periódicos.

—Sobre todo últimamente —se lamentó Parker.

—Pero no es sólo eso —sonrió, haciendo chispear sus ojos grises—. Te conocí hace diez años.

Parker pensó en ello durante algunos segundos y entonces cayó. No entendía cómo había podido olvidarla pero, en realidad, no se había fijado en el nombre que anunciaba el letrero del bar y Holly había madurado desde la última vez que se habían visto.

—Sí, ahora me acuerdo.

Holly asintió.

—Canté en tu boda.

Parker esbozó una mueca. Aquella boda no debería haberse celebrado nunca.

—Holly Carlyle, la única que realmente brilló aquella noche. Has cambiado...

—¿Sí? —se pasó la mano por el pelo.

Un remolino de algo tan ardiente como inesperado atravesó a Parker, que tuvo que hacer un esfuerzo por controlarse. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sentido aquella clase de deseo. Desde luego, nunca lo había sentido con su esposa. Frannie había dejado muy claro casi desde la primera noche que no tenía ningún interés en el sexo. Aunque habían estado casados cerca de diez años, habían hecho vidas separadas durante más de siete. Parker no se había molestado en divorciarse porque no lo había creído necesario. Además, no tenía intención de casarse con nadie. Frannie casi le había hecho aborrecer a las mujeres.

Pero en aquel momento, al mirar a Holly, sintió una auténtica atracción.

Cuando la vio remover el té, no pudo evitar imaginarse aquellas uñas rojas arañando su piel y tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para no alargar la mano hacia ella.

—Ahora estás más guapa.

Los ojos de Holly chispearon con diversión.

—Gracias otra vez, creo —se reclinó en la silla y lo miró en silencio—. ¿Y qué te ha hecho venir al hotel Marchand a media tarde?

—Tu voz —se limitó a decir.

—Otro cumplido.

—Me encanta el jazz —le explicó Parker—. Y tú sabes lo que haces.

—Llevo mucho tiempo ganándome la vida con el jazz.

—¿Desde cuándo trabajas en el hotel Marchand?

—Desde hace dos o tres años —respondió Holly, acariciando el vaso con los dedos—. Ensayo todos los días, trabajo aquí cuatro días a la semana y el resto del tiempo en diferentes clubs de la ciudad.

—Eres una mujer muy ocupada.

—No soy capaz de estar sin hacer nada. Mira, he visto que están montando un café de jazz a varias manzanas de aquí. Se llama Parker’s Place. No será tuyo, ¿verdad?

—Pues sí —contestó.

Parker sonrió al pensar en aquella aventura. Era algo que llevaba años deseando hacer: crear un espacio en el que se ofreciera café y pudieran disfrutarse los ricos sonidos del jazz que hacían famoso a Nueva Orleans.

—Parece un lugar muy interesante —admitió Holly—. ¿Cuándo lo abrirás?

—Dentro de unos días, espero —y después añadió casi para sí—: No tendré que tratar con... —se interrumpió bruscamente.

Diablos, no había ido allí para hablar de sus problemas, sino para olvidarlos.

—¿Tratar con qué?

—No importa, estoy seguro de que no te gustaría oírme hablar de ello.

—Parker James, si me conocieras un poco mejor, sabrías que no te lo preguntaría si no me interesara.

Parker James la miró a los ojos durante un largo minuto y asintió. Tomó la botella de cerveza y deslizó el pulgar por la etiqueta. Había ido a aquel bar para olvidar, para sacarse de la cabeza las continuas maquinaciones de su ex esposa y las exigencias de la empresa de la familia. Pero de pronto se descubrió deseando hablar sobre sus preocupaciones.

—He tenido una reunión con LeSoeur, el chef del restaurante de este hotel —dijo, deteniéndose para darle un sorbo a la cerveza—. Últimamente ha habido algunos problemas con los envíos de café y el chef está amenazando con cancelar el contrato.

—Eso no suena nada bien.

—No, no suena nada bien —admitió—, pero creo que he conseguido convencerlo de que nos dé otra oportunidad.

—Ésa es una buena noticia —dijo Holly—. ¿A qué viene entonces esa cara?

Parker rió brevemente.

—¿Estás segura de que quieres saberlo?

—Ya he terminado de ensayar y hasta esta noche no tengo que ir a ninguna parte.

Parker no habría sido capaz de decir por qué se alegraba de oírselo decir.

—De acuerdo entonces. Supongo que sabes que estoy en medio de un proceso de divorcio.

—Todo Nueva Orleans lo sabe.

—Muy bien. El caso es que, para llegar a un acuerdo con mi ex mujer, he cedido mi parte de la sección de importaciones de la empresa de mi familia a Frannie. Pero como están subiendo las tarifas de importación, considera que eso no es suficiente. Dice que estoy saboteando mi propia empresa para evitar darle el dinero que le prometí.

—Eso sí que no tiene sentido —dijo Holly—. Si tú sabotearas tu propia empresa, todo el mundo saldría perdiendo.

—Desgraciadamente, Frannie no es consciente de ello. Y ahora, muchos de mis envíos de café llegan en malas condiciones o, sencillamente, desaparecen. Me temo que es posible que mi ex esposa ande detrás de eso.

—¿Y qué piensas hacer?

—No lo sé. Tenía prevista una importante promoción con la familia Marchand, utilizando una nueva mezcla de James Coffees, pero ahora el chef está enfadado conmigo, de modo que tendré que emplearme a fondo para poder sacarla adelante —resopló—. Con los problemas que está habiendo últimamente con los envíos, probablemente lo mejor sería que dejara el negocio de la familia. De esa forma, Frannie no podría intentar fastidiar a la compañía por mi culpa.

Cuando dejó de hablar, se hizo un profundo silencio. Sólo entonces se dio cuenta James de que el acompañante de Holly había dejado de tocar y acababa de salir, dejándolos a Holly y a él solos, con la única compañía de Leo, el barman.

—¿Así que vas a renunciar?

Parker la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—¿Te has rendido? ¿Has tirado la toalla?

—No creo que me quede otra opción.

—Siempre hay otra opción —le dijo Holly, sacudiendo la cabeza—, y creo que ahora has optado por que gane tu ex esposa.

—¿Por qué dices eso?

—Bueno, de entrada, ya has decidido que tu promoción no funciona.

—Yo sólo he dicho que tendré que trabajar más para conseguirla...

—Y pareces estar dispuesto a dejar el negocio de la familia por ella.

—Si lo hago, no podrá...

—Pero yo creo que sería mejor quedarse y luchar.

—¿Tú crees? —agarró con fuerza la botella—. ¿Y has llegado a esa profunda conclusión después de...? ¿Cuánto? ¿Cinco minutos?

—Yo creo profundamente en la intuición.

2

La intuición. En realidad, la intuición no le había dado siempre buenos resultados pero, en general, le había ido mejor haciéndole caso que ignorándola. Había sido precisamente su intuición la que le había hecho permanecer sola durante los últimos años, cuidando un corazón herido.

Y en ese momento, la intuición le decía que se acercara a Parker James. Apenas podía creerlo, puesto que sus fracasos con los hombres habían sido tales que llevaba años evitando ese tipo de relación, pero allí estaba.

Había algo en aquel hombre que la atraía. Quizá fuera la luz que había visto en sus ojos cuando le había hablado del café que estaba a punto de abrir. O quizá lo necesitado que parecía de un amigo que lo escuchara. O, a lo mejor, lo que ya sabía sobre la mujer con la que se había casado años atrás.

Inmediatamente, se preguntó si debería contarle lo que había visto aquella noche. ¿Aquella información podría ayudarlo en el proceso de divorcio? ¿O sólo serviría para hacerle sufrir más?

Lo miró a los ojos, donde todavía se advertían sombras de dolor. Y decidió no decir nada, al menos de momento.

—La intuición, ¿eh? Quizá tengas razón. Si hubiera hecho caso de mi intuición, a lo mejor nunca me habría casado.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te casaste?

Parker frunció el ceño.

—Ésa es una historia muy larga y no me apetece pensar ahora en ella.

—Lo siento —dijo Holly.

Y era cierto. Disfrutaba hablando con él y estaba viéndolo alejarse tanto emocional como casi físicamente. Tenía los brazos cruzados, como si quisiera marcar las distancias.

—No te preocupes —respondió él.

La cercanía que habían compartido acababa de desaparecer, Holly lo sentía. Notaba que la conexión que minutos antes había entre ellos se había extinguido y estaba preocupada por ello. Había algo especial en aquel hombre.

—Bueno, Parker James —le dijo, alzando el vaso de té y arrastrando la silla para levantarse de la mesa—, me alegro de haber hablado contigo.

—Igualmente.

—Supongo que nos veremos por aquí, ¿verdad? —le preguntó mientras se levantaba.

—No me sorprendería —respondió Parker, y también se levantó.

Era más alto que ella y por la camisa abierta asomaba la piel bronceada de su pecho, que la hacía desear poder ver algo más. Holly comprendió que podía tener serios problemas con aquel hombre.

Parker le tendió la mano y ella se la estrechó. Parker rodeó su mano con sus largos dedos, provocándole una descarga casi eléctrica. Las mariposas parecían revolotear en la boca de su estómago y de pronto le costaba respirar. Cuando liberó su mano, Holly fue capaz de brindarle una sonrisa radiante que esperaba fuera suficientemente expresiva como para disimular su aturdimiento.

Parker caminaba solo por la calle Royal, intentando averiguar qué le había pasado exactamente. Hacía años que no hablaba tanto. Sacudió la cabeza e hizo una mueca mientras pensaba en todo lo que le había contado a Holly Carlyle. Le había contado a una desconocida más sobre su matrimonio de lo que jamás le había contado a su familia.

¿Qué tenía de especial aquella mujer? ¿Su mirada amable? ¿Su sonrisa fácil?

—Al diablo si lo sé —musitó mientras se dirigía a su café.

Pero los pensamientos sobre Holly continuaban merodeando en su mente mientras cruzaba la calle. No prestaba atención a las bocinas de los coches ni a los gritos de los airados conductores. Aceleró sus pasos mientras caminaba por las abarrotadas aceras de la calle Bourbon. Apenas miraba las tiendas por las que pasaba. No tenía tiempo para tomarse una cerveza y no tenía ningún interés en los recuerdos que en aquellas tiendan se vendían. Sonrió, sin embargo, al ver los grupos de turistas paseando por aquella estrecha calle.

Después del huracán Katrina, todo el mundo se preguntaba si Nueva Orleans sería capaz de volver a la vida. Pero él jamás lo había dudado. Aquella vieja ciudad era indestructible.

Y, pensó, él estaba a punto de abrir su propio local para Carnaval. Aquel año, formaría parte de los establecimientos que daban la bienvenida a los turistas y les permitían sentirse como si pertenecieran a la ciudad, por lo menos durante un día o dos. Sonrió para sí mientras sacaba el móvil y marcaba un número.

—James Coffees —contestó la recepcionista de la empresa.

—Hola, Marge. ¿Está mi padre por ahí?

—No, Parker. Tus padres han salido a almorzar.

Parker sonrió al pensar en sus padres. Todavía entrelazaban sus manos cuando estaban juntos, continuaban locamente enamorados el uno del otro. En otro tiempo, él también esperaba encontrar aquella clase de felicidad. Se había casado con Frannie casi por un arreglo de negocios. Pero la encontraba divertida y coqueta y tenía la esperanza de poder construir junto a ella un matrimonio sólido. Poco después, había descubierto lo triste que podía llegar a ser un matrimonio fracasado.

—¿Ya lo has aclarado todo con el chef del hotel Marchand?

La voz de Marge lo sacó de sus pensamientos.

—Dile a mi padre que creo que ya está todo arreglado. Todavía tengo que terminar de convencerlo, pero lo conseguiré.

—Le encantará oírlo. ¿Vienes hacia aquí?

—No, todavía tengo unas cuantas cosas que hacer. Iré dentro de una hora más o menos.

—Tómate todo el tiempo que necesites, Parker. Le daré el mensaje a tu padre.

Parker cerró el teléfono, se volvió y se dirigió hacia la esquina entre Dauphine y St. Peter; cerca de allí, un enorme ventanal reflejaba los rayos del sol. Sobre el cristal, brillaba el nombre del café Parker’s Place pintado en letras doradas. La puerta principal estaba abierta de par en par, como si estuviera invitando a entrar.

Aquel viejo edificio había sobrevivido al huracán con la dignidad de una reina. Estaba suficientemente lejos del río como para haber escapado a las inundaciones y el viento no lo había afectado en exceso.