Antología Dimensiones Ocultas - Varios autores - E-Book

Antología Dimensiones Ocultas E-Book

Varios autores

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Beschreibung

Hemos reunido a 14 autores alucinantes para que nos abran los portales que llevan a las dimensiones más flipantes, desde los mundos bizarros y surrealistas de Elio Quiroga, Santiago Eximeno y Toni Cifuentes o el Extreme Horror de Miguel G y S.A.M, pasando por zombies, momias, vampiros, psicópatas, monstruos de leyenda, fantasmas y youtubers, que vienen de la mano de autores como Juan Flahn, Erica Couto-Ferreira, Rebeca García-Cabañas Garrido, Martha Barilari, Rafael Díaz Gaztelu, Mario Martín, Enrique Cordobés, Katherine Vega y Aureliano Rocamora.

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Título: Dimensiones Ocultas, 14 autores, 14 dimensiones

©del texto: Juan Flahn, Enrique Cordobés, Mario Martín, Elio Quiroga, Rebeca García-Cabañas Garrido, Martha Barilari, S.A.M., Katherine Vega, Toni Cifuentes, Erica Couto-Ferreira, Aureliano Rocamora, Miguel G., Santiago Eximento, Rafael Díaz Gaztelu

©de esta edición: Roberto Carrasco Calvente

Edición: Roberto Carrasco Calvente

Corrección: Cristóbal Olmedo

Ilustración de cubierta: Suspirialand

Maquetación: Martha Barilari

Publicado por Dimensiones Ocultas Digital

Febrero 2023

ISBN: 978-84-125423-6-3

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento de autorización previa del titular del Copyright.

DIMENSIONES OCULTAS

14 AUTORES 14 DIMENSIONES

Antología

Contenido

SPIRIT BOX, Juan Flahn

MATA A SERGEI GLAMULOV, Enrique Cordobés

GATÚBELO, Mario Martín

UNA BUENA MAÑANA…, Elio Quiroga

LA ÚLTIMA CENA, Rebeca García-Cabañas Garrido

JUDY Y ETHEL, Martha Barilari

EL ENCARGADO, S.A.M.

MAL DE MONTAÑA, Katherine Vega

EL PADRE, Toni Cifuentes

MADRE DE DOS, Erica Couto-Ferreira

EL KAISHAKUNIN, Aureliano Rocamora

LA ETERNA BELLA DURMIENTE, Miguel G.

HÍBRIDO DE TÉ, Santiago Eximeno

VÂRCOLAC, Rafael Díaz Gaztelu

SPIRIT BOX

por Juan Flahn

La intensa luz del foco recorrió las paredes de piedra irregular de la caseta, levantando sombras afiladas, triángulos de oscuridad que, fugaces, se movieron a través de la angosta estancia cuyo suelo, lleno de escombros y basura, albergaba un colchón mohoso.

—Fue aquí. Ataron a una a ese poste y, a la otra, se conoce que la torturaron sobre ese colchón. Todas estas manchas son de…

—Espere, ¿lo puede repetir? No lo he pillado bien. Y mire a cámara, por favor.

Los famosos youtubers, Paco y Teo, del canal Espíritus y Cía. se mostraban tan puntillosos y perfeccionistas como creían que su audiencia se merecía. Nerviosos y dinámicos, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas, atentos a todo, los dos veinteañeros parecían estar inmersos en una aventura excitante, en una misión crucial y trascendente que, de algún modo, daba sentido a sus vidas. Sin embargo, el renegrido y arrugado pastor, que les enseñaba la caseta de la Perdiguera, donde cuarenta años atrás sucedió el famoso crimen de las gemelas de Villabasta del Soto, se mostraba mucho más indolente y pegó un bufido.

—Lo hemos repetido ya tres veces.

—Pero se me ha salido del encuadre. Repita… ¡y vocalice! —dijo Paco tras la cámara, y luego añadió, más bajito—: Que no se le entiende nada con ese acento.

El pastor se arrepintió una vez más de haber aceptado la propuesta de esos dos zangolotinos, los miró de reojo y volvió a recitar con más desgana aún:

—A una la ataron al poste y la otra ahí en el colchón. Luego las llevaron campo a través hasta la fosa, monte arriba, donde las encontramos siete meses después de que desaparecieran.

—¿Cómo recuerda el descubrimiento de los cuerpos? —interrogó Teo extendiendo el micrófono al viejo pastor.

—Yo era un chaval, estaba con mi primo Ernesto reuniendo a las ovejas, porque ya nos íbamos, y él vio un reloj que sobresalía de la tierra. Me acerqué y resulta que era una mano.

—La mano de una de las famosas gemelas de Villabasta del Soto, ¿no es así?

—Justo. Y llamamos a la Guardia Civil y luego se montó la que se montó cuando vino la tele y la presentadora aquella, la rubia, la Nati Zapatero, y toda la pesca…

Teo miró a cámara y, con exagerado gesto de preocupación, masticó las sílabas:

—Ese fue solo el inicio. Las famosas gemelas de Villabasta del Soto dieron el pistoletazo de salida a la ola de asesinatos del que se dio en llamar El Asesino Desollador y que, tras diez años sembrando el terror en la comarca, cesó sus crímenes repentinamente. —Teo enmudeció en seco, mantuvo la mirada fija a cámara, se relajó de golpe—. Y… ¡corta!

* * *

Paco bajó la cámara, el foco adherido a ella se apagó y, con ayuda de sendas linternas en sus móviles, los dos youtubers tacharon cosas en cuadernos, se consultaron entre sí, «qué tal el sonido», «qué tal la imagen», y empezaron a moverse alrededor del angosto y destartalado lugar buscando el siguiente plano.

El pastor miró su reloj:

—¿Ya hemos acabado?

—No, todavía nos falta hacer lo de la Spirit Box —dijo Teo.

—¿Eso qué es?

—Un aparato para comunicarnos con los espíritus.

El pastor pegó un respingo:

—¿Qué? ¿Espíritus? No, no… Yo no quiero tener nada que ver. ¡Yo me largo!

—No se puede ir, ¡es usted nuestro testimonio estrella! —le dijo Teo.

—Yo no quiero nada con espíritus, me dan mucho respeto esas cosas.

—Si se va, olvídese de los doscientos euros —espetó Paco.

Teo se acercó al hombre y, amigable, le puso la mano sobre el hombro:

—Que no pasa nada, hombre. La Spirit Box es en verdad una radio que hace un barrido muy rápido por las emisoras y va captando ruidos y voces.

—Pero no son espíritus, son voces aleatorias que, con suerte, forman un mensaje por pura casualidad… Eso sí, puede acojonar bastante —rio Paco.

—¿No son espíritus?

—No… Yo personalmente no creo en espíritus —dijo Paco.

—Pero ¿por qué lo hacéis entonces?

—Hombre, es lo que esperan nuestros seguidores. Pasar un rato de miedo y eso; no deja de ser un espectáculo —respondió Teo.

—Pues les estáis engañando, a vuestros seguidores.

Paco lanzó un soplido:

—A ver, ¿usted sabe lo que es YouTube?

—Yo de esas cosas modernas no entiendo, pero, si decís que creéis y no creéis, eso es un engaño.

Paco se sentó en un poyo de piedra caliza, sacó su cigarro electrónico y se puso a vapear con desgana. Un acre olor a naranja inundó la destartalada cabaña:

—«YouTube» es una gran red de vídeos formada por miles de millones de personas que buscan entretenimiento… Las cosas en ese sitio duran un suspiro, todo pasa muy rápido, hay que tratar de mantener la atención de la gente. Y los espíritus y los misterios hacen que la gente se enganche al canal.

—Oye, me dijisteis que esto no era para la tele —se mosqueó el pastor.

Teo trató de mediar:

—Tranquilo, YouTube no es la tele.

—Lo ven muchos millones de personas más —se rio Paco.

—Pero vosotros me dijisteis que era para un trabajo de la universidad.

—Bueno, sí, también, somos estudiantes de Imagen y Sonido y algunos de nuestros vídeos del canal de YouTube los presentamos como trabajos de…

—No me hace gracia que me vea la gente —le cortó el pastor.

Paco no pudo evitar estallar con un fuerte «¡Pfff!» —humareda, vapor y olor a naranja— y empezó a carcajearse con ganas. Se reía tanto que el humo de frutas que fumaba le irritó la garganta y le hizo toser. El pastor le miró desconfiado, ¿a qué tanta risa? Paco trató de controlar las toses y se guardó el vapeador, se levantó del poyo acercándose a la puerta y miró hacia el exterior, escondiendo las risas. Tras unos instantes de calma volvió a reír con ganas por lo bajo.

Teo echó una mirada a su amigo con el ceño fruncido y después intentó sosegar al pastor, cuya expresión era de profundo recelo:

—Tranquilo. Podemos pixelarle la cara.

—¿Qué? ¡No me jodáis! ¿Qué coño es…?

—«Pixelar» significa que le borramos la cara del vídeo y así nadie le podrá reconocer.

—Ah. ¿Se puede hacer eso?

—Claro.

—Vale. Y mis doscientos euros todo igual, ¿no?

—Todo igual —sonrió Teo—. Ahora vamos a hacer lo de la Spirit Box y terminamos, que son casi las tres, ¿le parece?

—Vale, mientras preparáis vuestros cacharros, voy a cagar que llevo un rato aguantándome.

El pastor salió de la caseta perdiéndose en la oscuridad impenetrable de los cerros castellanos. Teo miró a Paco y meneó la cabeza con reproche. Paco se encogió de hombros sonriendo y reprimiendo de nuevo las risas.

* * *

—Disimula un poco, ¿no tío? —susurró Teo.

—Joder, no he podido evitarlo. Y tú diciéndole que le pixelamos la cara… ahí casi ya me muero, macho.

—Espero que no haya sospechado.

—Este tío no se entera, es más silvestre que las amapolas. —Paco se puso serio—. ¿Seguro que está todo?

—Sí —dijo Teo mirando al interior de la bolsa.

—¿El cloroformo, las cuerdas, las cintas, bolsa, sierra, los uniformes aislantes…?

—El cloroformo está aquí en la mochila. El resto en el coche. Luego lo cogemos.

Paco pegó saltitos y agitó todo su cuerpo:

—Joder, esto va a ser como lo de la puta Bruja de Blair, pero en real… ¡como Holocausto Caníbal! —reprimió otra carcajada y admitió—: ¡Estoy que me tiembla todo!

—A mí también, ¿y si lo dejamos? Este pobre hombre no se merece…

Paco, con ojos de loco, susurró chillando, muy cerca de la cara de su amigo.

—¡Yo estoy nervioso de la emoción, pero tú estás puto acojonao! ¡No lo vamos a dejar!

—Joder, una cosa es filmar la muerte de un perro y otra… matar a…

—¡Claro que no tiene nada que ver! Veinte mil euros de diferencia, nada menos.

Mientras Teo, tembloroso, se guardaba un pequeño frasco y un pañuelo en el bolsillo, miró a su alrededor:

—¿Y con el cuerpo qué hacemos?

—Descuartizarlo; es una de las fases del vídeo. Primero el ataque, luego la tortura, luego la muerte y después el descuartizamiento. Cuatro fases, no nos podemos saltar ninguna, si no, no hay dinero.

—Digo: ¿qué hacemos con el cadáver? ¿Lo dejamos aquí, tal cual?

—Hemos quedado en llevárnoslo en bolsas en el maletero; ya nos desharemos de ellas.

—Me da cosa llevarlo en el coche. Es nuevo… Joder, tenía que haber alquilado uno.

—Eso. Y pagarlo con tarjeta e ir dejando pistas.

—¿Por qué no lo enterramos por aquí?

Paco agitó las manos para zanjar el tema:

—¡Como quieras, lo enterramos ahí detrás! Total, cuando acabemos no va a quedar mucho… —Y se carcajeó.

—Ay, joder, necesito otra anfetamina.

—Dame otra a mí.

—No, tú ya has tomado bastantes. —Teo rebuscó en la mochila. Vio algo dentro—. ¿Nos ponemos los guantes ya?

—No, primero hacemos todo el paripé de la Spirit Box para el vídeo de YouTube. Y cuando acabemos… hacemos el… otro. Importante: acuérdate de mantener el pañuelo con cloroformo en la boca hasta que deje de moverse. Luego lo atamos a ese poste y cuando vaya despertando empezamos con la sierra…

Unos pasos sobre la gravilla hicieron que Paco se callara en seco. El pastor volvía refunfuñando por lo bajo:

—Joder, empieza a hacer rasca ahí afuera, se nota septiembre.

—Qué, ¿ya ha hecho aguas mayores? —intervino simpático Teo, pero le tembló la voz.

—Lo que he hecho es cagar.

—¿Y con qué se ha limpiado? —curioseó Paco con mirada cómplice a Teo, que le rehuyó.

—Coño, con una piedra, con qué si no.

* * *

No era nada espectacular: una caja pequeña, negra, con un altavoz redondo en el centro, una minúscula pantalla digital de color rojo en la que se veían los números de las frecuencias radiofónicas y debajo varias insignificantes teclas plateadas, que podrían pasar por decorativas e inservibles. De una esquina del aparato asomaba una antena telescópica y el pastor no pudo evitar pensar que era como el viejo transistor de plástico con el que aún seguía oyendo los partidos de fútbol. Pero, como si se tratara de una gran ceremonia secreta de alguna hermandad esotérica, Teo desplegó la antena despacio y posó con delicadeza el ridículo aparato sobre el irregular poyo de piedra caliza en el centro de la estancia. A su lado, el pastor, tembloroso, contenía la respiración mientras Paco iluminaba y filmaba la escena con la cámara de vídeo sin parar de girar en círculos alrededor de los dos, con pasos largos, ligeros, casi de puntillas, como una especie de garza gigante.

—Vamos a proceder a conectar la Spirit Box… —transmitía Teo al micro con voz solemne, suave y exageradamente pausada—. Con suerte… los espíritus de las desgraciadas primeras víctimas… del asesino desollador… cuarenta años atrás… pueden estar por aquí… y quieran… comunicar… con… nosotros…

El impresionado pastor tragó saliva, Teo le dio a un botón y la cajita empezó a emitir sonidos chirriantes, trémulos, sincopados; de pronto se captaba una sílaba aquí, una nota musical allá… y más chirridos rítmicos a gran velocidad. El pastor, asustado, echó un vistazo a su alrededor; las ventanas sin cristales de la caseta lo miraron como dos ojos negros, abiertos y expectantes.

—Veamos si hay… alguna presencia… —gritó más alto, lo que hizo que el pastor pegara un respingo—. ¡Gemelas de Villabasta del Soto…! ¿Estáis aquí?!

La cacofonía de sonidos crepitaba con una cadencia casi rítmica —«como el ralentí del motocarro», pensó el pastor— mientras se escaneaban las frecuencias de radio ágilmente, una nota musical… chirridos… un grito ahogado… chirridos… un golpe de tambor… chirridos… Teo habló con voz profunda, mientras presionaba un botón:

—Voy a aumentar la velocidad de barrido a 100 milisegundos… —e insistió solemne–: ¡Gemelas de Villabasta del Soto!… ¿Estáis aquí? ¿Podéis oírme? Si estáis aquí, comunicaos, por favor.

La rapidez de barrido se incrementó, el crepitar era ahora como el de la lluvia fuerte contra un tejado de uralita. De pronto, se oyó una voz grave:

—¡Mu!

Y luego una voz femenina, cantarina, alegre:

—¡Erte!

Y siguieron los chirridos veloces. El pastor preguntó, pero casi no le salía la voz:

—¿Ha dicho «muerte»?…

Sin que le diera tiempo a acabar su frase se oyeron rápidamente voces femeninas con entonaciones muy distintas:

—Cui…

ZZZZZZZZ

—Dad…

ZZZZZZZ

—O…

ZZZZZZZ

El pastor pegó un respingo.

—Ahora lo habéis oído, ¿no? ¡Ha dicho «cuidado»!

Teo se empezó a poner muy nervioso y, con voz temblorosa, continuó con la invocación:

—Espíritus, ¿habéis dicho «cuidado»? ¿A qué hay que tener cuidado?

La cajita siguió su recorrido de emisoras y sonaron dos toses y una nota musical entre los chasquidos que, daba la sensación, se habían intensificado y eran más penetrantes.

Teo miró a cámara sin saber muy bien qué hacer. El pastor, visiblemente aterrorizado, se tapaba la boca con las manos. Paco, tras la cámara, apremió:

—¡Dale, dale! ¡Sigue!

—Gemelas de Villabasta del Soto, si estáis ahí, manifestaos por favor…

ZZZZZZZZ

—Gemelas o cualquier otro espíritu presente. ¿Tenéis algo que decirnos? ¿Alguna advertencia?

ZZZZZZZ

De nuevo se oyó una voz entrecortada, silbante:

—Ase…

ZZZZZZZ

—Sí…

ZZZZZZ

—Nossss…

ZZZZZZZ

El pastor se levantó de un golpe, acojonado, y tiró el aparato que al caer se apagó.

—¿Ha dicho «asesinos»? ¿Ha dicho eso?

Teo trató de apaciguarle:

—Pero tranquilo, hombre, que en realidad no pueden ser espíritus. Son sonidos al azar a los que nosotros damos significado. Se llama pareidolia auditiva.

—¿Pare qué…?

—«Pareidolia» viene del griego y es una movida psicológica en la que le damos sentido a un fenómeno aleatorio. Pero es una jugarreta de nuestro cerebro.

—¡Vale, lo que tú digas, pero a mí me parecen espíritus! ¡Yo me largo!

Paco, sin parar de grabar con su cámara, se interpuso en la puerta impidiéndole el paso. Teo, conciliador, le agarró del brazo y le atrajo de nuevo al centro de la caseta:

—Pero si ya estamos acabando, hombre. Hágame caso, que aquí no hay nada paranormal. Mire, hacemos un barrido más y nos vamos, ¿vale?

—Vale, pero solo una vez más. ¡Y como vuelvan a hablar los espíritus me largo de aquí!

Teo acompañó al atemorizado pastor hasta el poyo de piedra sobre el que descansaba la Spirit Box, como una enorme cucaracha negra, que el pobre hombre miró con asco.

—Tranquilo… tranquilo… Vamos a sentarnos y acabamos el vídeo, que estará usted cansado y se querrá ir a su casa.

Teo miró de soslayo a Paco que, tras la cámara, le devolvió una mirada tensa y asintió.

—¿Está usted listo? No se altere, acabamos enseguida.

Delicadamente, Teo acompañó al pastor y se sentó en el suelo junto a él, frente al poyo blanco calcáreo. Le dio al botón de la cajita negra y los chirridos y chasquidos volvieron.

—Espíritus, ¿queréis contactar? ¿Qué mensaje nos queréis transmitir? ¿Estamos molestándoos? ¿Queréis que abandonemos el lugar?

La cajita siguió lanzando chasquidos, crujidos y chirridos electrónicos. Teo miró al pastor que, concentrado en el aparato, parecía estar a punto de echarse a llorar. Luego miró a Paco que, tras la cámara, se movió para colocarse cerca del infortunado dispuesto a captar el mejor plano posible de todo aquello. Paco miró a Teo y este metió la mano en el bolsillo de su cazadora.

—Espíritus… ¿estáis aquí?… ¿Nos queréis decir algo?… —La voz le salió temblorosa mientras sacaba el frasco de cloroformo sin apenas moverse. Y, sin apenas moverse, con la otra mano preparó el pañuelo.

En ese instante la cajita emitió varias sílabas, unas graves, otras agudas, chillantes, monstruosas:

—¡¡Muer!!

—¡¡Te!!

—¡¡Aquí!!

Todo sucedió a la vez en ese momento: Paco se acercó mucho con la cámara para captar un buen primer plano; Teo sacó el pañuelo y el frasco y a toda prisa comenzó a desenroscar el tapón, que cayó al suelo rodando; aplicó el frasco al pañuelo y antes de que pudiera moverse… el pastor le cogió con su enorme mano por el cogote —era casi más grande su mano que la cabeza del chaval— y le empujó con fuerza sobre el poyo de piedra caliza. Su cara estalló contra la esquina afilada de la piedra blanca, que se tiñó de rojo al instante. Los dientes de Teo saltaron por los aires y brillaron en la oscuridad como cuentas de un collar de Swarovski, yendo a parar a los pies de Paco, tintineando por el suelo. Paco no tuvo tiempo de reaccionar y tampoco Teo que, para cuando se dio cuenta de que su boca estaba llena de sangre tibia con sabor ferruginoso, otro empellón del pastor le hacía estrellar su cara de nuevo sobre el poyo de piedra, abollándole la frente como si fuera de hojalata y rompiéndole la nariz. El pastor subía de nuevo con fuerza la cabeza del joven para tomar impulso y asestar el golpe de gracia, momento en que Teo gritó, gritó como si fuera un loco; pero también la Spirit Box gritaba y hablaba con voces femeninas, a coro, desgarradas:

—¡¡NOS!!

—¡¡MATÓ!!

—¡¡AQUIIIÍ!!

Y el pastor de nuevo empujaba la cabeza del chico contra la piedra, ahogando en seco su grito, descoyuntándole la mandíbula que emitió un chasquido espantoso.

Paco temblaba tanto, con la cámara al hombro, que no podía mantener al hombre en el centro del encuadre. Pero sí vio que su amigo caía desmadejado al suelo y el bote de cloroformo rodaba por el suelo rugoso de la caseta, mientras el pastor con los ojos llenos de lágrimas se incorporaba, cogía la Spirit Box, la tiraba al suelo y la pisaba con fuerza. La Spirit Box crujió con un sonido igual al que, unos momentos antes, hizo la cabeza del chaval.

Se hizo un silencio profundo, solo se oían los jadeos del pastor. Paco vio a través de la cámara que el hombre tenía los ojos y las mejillas brillantes.

—Yo… era muy joven, éramos casi unos críos… Yo pensé que nos las íbamos a follar y ya. Solo teníamos quince años… Pero Ernesto dijo que iban a acusarnos, que podían hablar y por eso… las… matamos… Pero luego vinieron más. —Arrebatado miró a Paco, que aún sostenía la cámara y lo grababa todo—. ¡El que más disfrutaba era Ernesto, no yo! ¡Era él quien despellejaba a la gente! No sé por qué… le gustaba verlos sufrir. Solo matándole pude parar toda esa mierda que fue mi pesadilla durante diez años y que tenía ya casi olvidada. Cagüen mi vida… Ya sabía yo que por doscientos euros de mierda no era buena idea volver aquí.

—Por favor… tranquilo… no se preocupe, no diré nada… —rogó Paco y a la vez notó un líquido caliente bajando por su entrepierna y el olor a orín—. Escuche, esta grabación se la doy a usted, no va a salir a la luz… Yo… le puedo ayudar a esconder el cadáver. Será nuestro secreto, nunca lo sabrá nadie. Ha sido un arrebato, yo le entiendo… Y tengo experiencia, sé cómo hacer desaparecer un cuerpo. He… he matado perros… pero perros de raza… buenos… Nunca han sido encontrados… por favor…

—Sabía yo que me recordabas a alguien… —Y con desprecio y algo de burla añadió —: Pero eres de ciudad y se nota. Aunque un poco sí eres como él, como Ernesto. Me di cuenta hace un rato. Tu pobre amigo se parecía más a mí. Pero, cuando los espíritus de esas pobres chicas hablaron a través de la máquina esa del demonio y me culparon, ya no podía dejarle vivo… ¡Os dije que no quiero saber nada con los muertos ni con los fantasmas! Lo siento, pero no puedo permitir que me jodáis.

Paco retrocedía aterrado ante el avance de ese pastor, que sacó de la parte de atrás de su cinturilla un extraño gancho carcomido, con dos garfios afilados.

—Con esto solíamos desollar a las ovejas y… a las personas. Seguía ahí fuera, tras todos estos años, escondido en un hueco de la pared de atrás.

—¡No diré nada, se lo juro, no diré nada! ¡¡Socorro, que alguien me ayude!!

—Estamos a veinte kilómetros del pueblo. A aquellas pobres muchachas tampoco las pudo oír nadie.

Con una fuerza insólita y componiendo un grácil y firme movimiento del brazo, el pastor clavó el gancho en el cuello de Paco, que dejó de gritar al instante y solo pudo emitir un gorgoteo cuando su garganta se inundó de sangre. La cámara de Paco cayó al suelo y siguió grabando.

* * *

A través del pequeño visor de la cámara, mirad: un plano ladeado del salón de esa caseta medio derruida, piedras y escombros, apenas la esquina de un colchón desvencijado, unas ventanas negras cuadradas; la luz cruda del foco, blanca, levanta sombras chinescas, afiladas, que se mueven deprisa, como si la película se proyectara a más velocidad de la normal. Inerte en el suelo y en primer plano: los ojos en blanco muy abiertos del muchacho y su rostro desfigurado y sanguinolento con la boca demasiado grande, roja, desencajada. Al fondo: el pastor asestando golpes brutales y rapidísimos en la garganta al otro joven que ha caído y manotea al aire, inútilmente. Parece una de esas películas de found footage, como la de La Bruja de Blair, como Holocausto Caníbal. Pero es una escena muda, porque el micro se ha estropeado al caer; aunque, si pudiéramos ponerle banda sonora, quizá oiríamos chirridos, chasquidos de frecuencias y de pronto una sílaba grave y otra aguda, inconexa. Sí, las estoy oyendo ahora… de fondo… están ahí, riendo, esas voces cantarinas, entre el ruido blanco de la radio.

MATA A SERGEI GLAMULOV

por Enrique Cordobés

Desde la puerta del sótano, la vieja Olenka Glamulova observaba, con su único ojo, cómo los tres muchachos rusos sumergían sus brazos en la sal de natrón —con la que habían rociado la bañera hasta el borde— y sacaban el cadáver de Ivanna. Setenta días atrás, el cuerpo desnudo de la mujer había sido lavado, perfumado y destripado, siguiendo las instrucciones de los libros que hablaban sobre los rituales del antiguo egipcio y sus amuletos de poder. A punto estuvo de caerse el cadáver al suelo, pero los muchachos reaccionaron a tiempo. Olenka chasqueó la lengua y dejó que las maldiciones muriesen en la boca. Mientras no tocasen el colgante del escarabajo que la muerta llevaba en el cuello, guardaría silencio. Depositaron a Ivanna encima de una camilla de hospital que alguien había conseguido —o robado— para la ocasión. El amuleto se deslizó a un lado, golpeó la cama portátil y el joven que se encontraba más próximo al objeto dio un salto hacia atrás, como si aquel escarabajo tallado en bronce estuviera vivo y fuese peligroso.

* * *

Habían pasado tres meses desde que alguien le regalara ese colgante a Florentina, la joven siciliana de los ojos verdes. Tras unas horas presumiendo de su joya con las demás chicas, la italiana comenzó a sentir un profundo deseo de matar a Sergei, el joven dueño y jefe del puticlub. Lo insultaba, lo amenazaba, y sus ansias de acabar con él no menguaban ni ante las palizas a las que era sometida. Aprovechando que Florentina se había convertido en un desecho humano que apenas podía pronunciar otra frase que no fuese «Mata a Sergei Glamulov», una de sus compañeras se hizo con el colgante. Sin embargo, como si de una enfermedad contagiosa se tratase, la nueva propietaria del escarabajo fue poseída por unas ansias infernales de acabar con la vida de su jefe. Esta vez Sergei dio la orden de matarla delante de todas las prostitutas para enviar el mensaje de que, a partir de ahora, dejaría de ser condescendiente como con Florentina. Le pegaron un tiro en la cabeza. Pero —tan pronto como los sesos se estamparon contra el suelo— el amuleto se alzó, como si una fuerza sobrenatural tirase de él, salió disparado por el aire y su cadena se cerró en torno al cuello de uno de los matones de Sergei. El matón intentó sacárselo, pero, cada vez que tiraba de la cadena, esta se cernía más y más a él, asfixiándolo. De rodillas y rendido al amuleto, acusó a su jefe de ser el culpable de todas sus desgracias personales. Alzó su arma para descargarla contra Sergei, pero este fue más rápido y le pegó un tiro entre ceja y ceja. Acto seguido el amuleto se movió con vida propia en busca del cuerpo más cercano. Las putas gritaron y corrieron aterrorizadas para abandonar la sala. Se apelotonaron en la puerta y el amuleto alcanzó el cuello de Ivanna, rodeándolo en un abrazo metálico.

Fue entonces cuando Olenka ordenó que la amordazaran y bajaran al sótano, pues, si seguían matándolas, al final se quedarían sin chicas. Desde ese momento, «babushka» —como su nieto Sergei la llamaba— mandó que le consiguieran todos los libros que tratasen sobre amuletos mágicos para leer cada una de sus líneas en busca de una explicación a toda aquella brujería.

* * *

Los tres muchachos, con mucha cautela, cruzaron los brazos del cadáver y empezaron a envolverle el cuerpo con unas vendas blancas. Les temblaban las manos, no estaban acostumbrados a hacer algo así y la supervisión de Olenka les incomodaba.

—¿Crees que funcionará? —preguntó Sergei.

Olenka se giró. Detrás de ella se encontraba su nieto. El muchacho había aventajado en los negocios a su padre y a su abuelo, quienes no consiguieron tener ni la mitad de su dinero antes de cumplir los treinta. Sergei era rubio, siempre iba bien afeitado y, bajo su ropa deportiva, se adivinaba una constitución musculosa.

—¿Qué haces aquí?

Su nieto se limitó a mirar cómo vendaban a quien había sido una de sus mejores chicas. Simpática con los clientes. Sumisa. Callada.

—De todas las niñas esa me caía especialmente bien —dijo la abuela—. Me recordaba mucho a tu hermana.

—No la menciones.

Olenka guardó silencio. Cuando su nieta Anika se quedó embarazada de un camello de poca monta, Sergei los llevó a los dos a Rusia para casarlos y dejarlos en su país natal como castigo, donde tendrían que buscarse la vida sin sus favores. Pero el verdadero plan de la abuela había sido matar al camello en cuanto pisasen suelo ruso, llevar a su nieta a abortar y después dejarla al cuidado de la familia. Según contó Sergei a su regreso: tras liquidar al novio, su hermana escapó. Nunca la encontraron. Y estaba convencido de que Anika era la responsable de cuanto sucedía, y esta era su retorcida forma de cobrarse la venganza.

—¿Crees que funcionará? —repitió Sergei.

—Debe funcionar. De todos los libros, manuscritos y archivos, de todo lo que me habéis conseguido, solo en uno he encontrado la imagen de ese amuleto. Y te puedo asegurar que he leído tanto que se me ha irritado hasta el ojo de cristal.

—Gracias, babushka. ¿Está todo preparado?

—He escogido a la niña que la acompañará. Es la menos productiva. Y la fosa está cavada ahí detrás.

—Bien.

—Sergei, habíamos acordado que te esconderías hasta que yo te avisase. ¿A qué has venido?

—Tenemos al arqueólogo.

—¿Qué? —exclamó ella, sorprendida.

—Lo tenemos. Me han llamado hace unas horas. Lo traen de camino.

—Pero… —Olenka cernió sus manos en torno a los brazos de su nieto—. Mi vnuk favorito, escúchame, hemos repasado todas las cámaras, una y otra vez y, el día en que le regalaron ese amuleto a Florentina, el arqueólogo no vino al club. ¿Por qué esa obsesión con él?

—¡Porque puede que te estés equivocando! —Llamó la atención de los tres muchachos, pero estos prosiguieron al instante con su trabajo. Sergei bajó la voz—. Perdóname, babushka