Aquel verano - Susan Mallery - E-Book
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Aquel verano E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Clay Stryker, exmodelo de ropa interior, había amado a una mujer para perderla trágicamente, por lo que había jurado no volver a arriesgar su corazón. Había vuelto a Fool's Gold a echar raíces en un rancho de su propiedad, pero le frustraba descubrir que, incluso en su hogar natal, la gente solo veía de él sus mundialmente famosos... atributos. La bombera Charlie Dixon había crecido como un patito feo al lado de la delicada belleza de su madre, un trauma que se encargaría de reforzar un hombre que le dejó profundas cicatrices. En ese momento tenía grandes amigas, un trabajo estable y el gusanillo de fundar una familia... y sin embargo era incapaz de mirar hacia delante atormentada como estaba por tan dolorosos recuerdos. Clay había encontrado un inesperado aliado, y una inesperada tentación, en Charlie, la única persona capaz de ver detrás de su deslumbrante físico al verdadero hombre que se escondía en el fondo. Pero… ¿serían ambos capaces de superar sus respectivos pasados y encontrar un amor que sobreviviera a aquel maravilloso verano? "Aquel verano es una obra que me ha encantado. Desde que leí la primera obra de Susan Mallery pasó a ser una de mis autoras favoritas. La trama es estupenda, me encanta el estilo directo y sencillo de la autora, con mucha clase pero sin florituras innecesarias. Los personajes son el gran punto fuerte de esta obra." Cientos de miles de historias

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Susan Macias Redmond. Todos los derechos reservados.

AQUEL VERANO, nº 45 - noviembre 2013

Título original: All Summer Long

Publicada originalmente por HQN™ Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3854-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Para el único ser que convierte en maravilloso cada día que dedico a la escritura. Tú me haces compañía y me dices lo brillante que es cada página que escribo. Y me recuerdas que siempre es una buena idea detenerse de cuando en cuando y dormir una bien merecida siesta. A mi princesita particular. Mi dulce Nikki.

Y, también, un agradecimiento especial a Bill Buchanan por toda la ayuda técnica facilitada sobre los bomberos voluntarios. Fue fantástico conmigo, y cualquier error de esta historia es responsabilidad mía (sí, Bill, realmente vas a tener que compartir esta página de dedicatoria con mi caniche).

Capítulo 1

–No te lo tomes a mal, pero ahora, en serio, un gato de tu tamaño necesita tener las cuatro patas bien plantadas en el suelo.

Charlie Dixon continuaba subiendo por la escalera, consciente de que Daytona la estaba observando con una auténtica expresión de desdén en sus enormes ojos verdes. De color blanco y negro, andaría por los doce kilos de gato altivo e insoportable. Sus habilidades para la escalada de árboles podían ser buenas, pero a la hora de bajar la cosa cambiaba. Al menos una vez al mes plantaba sus grandes y peludas posaderas en la copa del sicomoro de la señora Coverson y después se ponía a maullar a la espera de que lo rescataran. Cerca de una hora después, la anciana señora entraba en pánico y llamaba a los bomberos. Daytona bufaba y amenazaba pero, al final, siempre terminaba resignándose a que lo bajaran sano y salvo al suelo.

–Vamos –dijo Charlie, subiendo los dos últimos peldaños de la escalera–. Sabes que te está entrando hambre y yo soy tu billete de vuelta a la merienda de esta tarde.

Como si la hubiera entendido, el gato bajó las orejas y soltó un impresionante gruñido.

–Estaba hablando por hablar, grandullón. No te enfades –repuso Charlie, y fue a agarrarlo. Daytona le lanzó un zarpazo, pero sin demasiado convencimiento. En realidad ya se estaba inclinando hacia ella, y terminó por dejarse coger.

–Tranquila –le dijo alguien desde la acera–. Yo te sujeto la escalera.

Charlie soltó un profundo suspiro.

–Civiles –masculló–. ¿Cómo es que siempre terminan localizándome?

Daytona no le proporcionó respuesta alguna. Charlie miró hacia abajo y vio a un tipo agarrando la escalera.

–Estoy bien, gracias –gritó–. Apártese.

–Alguien tiene que sujetarle la escalera –insistió el hombre de pelo oscuro.

–No hace falta.

Charlie sostuvo firmemente a Daytona bajo un brazo y empezó a bajar. Lo hizo rápidamente, consciente de que el periodo de concentración de Daytona solía ser más corto que el tiempo que empleaban en el descenso. Cuando el animal empezó a agitarse, ambos corrieron peligro de caerse, así que lo agarró con fuerza.

Daytona la empujó entonces con las cuatro patas y se retorció en un intento por bajar el resto de los peldaños él solo. Charlie no lo soltó. No solo no quería caerse ella misma, sino que estaba empeñada en entregar a la anciana señora Coverson su felino en perfectas condiciones.

–¡Quieto! –le dijo al gato.

–¿Necesita que suba? –se ofreció el hombre.

Charlie se planteó por un instante qué problema podría tener si pateaba al desconocido con sus botas de puntera de metal, y si valdría la pena. Algunos de sus mejores amigos eran civiles, pero, sinceramente: había gente que carecía por completo de sentido común.

–Apártese –gritó–. Aléjese de la escalera y no interfiera.

–No estoy interfiriendo. Estoy ayudando.

Antes de que Charlie pudiera responder, varias cosas sucedieron a la vez. Daytona dio un empujón final en su esfuerzo por liberarse. Charlie se inclinó para sujetar bien al gato, que no dejaba de retorcerse. La escalera basculó, el imbécil de abajo empezó a subir y todo el mundo tuvo ocasión de redescubrir la fuerza de la gravedad.

Daytona fue el que se llevó la mejor parte. Hundió sus garras en la corteza del árbol y se escabulló tronco abajo. La siguiente fue Charlie. Estaría a unos dos metros del suelo. Saltó de la escalera, pero en lugar de caer en la acera o incluso en la hierba que crecía al pie del árbol, lo hizo justamente encima del tipo que había estado intentando «ayudar».

Mientras yacía encima del imbécil y recuperaba el resuello, Charlie vio cómo Daytona se paseaba soltando un último bufido de disgusto. El gato se alejó, bien alta la cola. Charlie rodó a un lado para apartarse del tipo, consciente de que, con su uno ochenta de estatura y puro músculo, pesaba bastante más de lo que dictaban los cánones de la moda. No dudaba de que debía haberle dejado sin respiración. Con un poco de suerte, solamente su orgullo habría resultado herido y ella podría así sermonearlo por su estupidez. En el peor de los casos, tendría que llamar a una ambulancia.

–¿Está bien? –le preguntó, arrodillándose en el suelo y mirando al hombre por primera vez–. ¿Se ha golpeado en la cabeza...?

Maldijo para sus adentros. Aquel no era un estúpido cualquiera, pensó mientras contemplaba la bien perfilada mandíbula, la boca de labios firmes y llenos y, cuando alzó lentamente los párpados, los ojos oscuros bordeados de largas pestañas. Aquel era posiblemente el hombre más guapo que había sobre la tierra.

Clay Stryker, modelo y «doble de trasero» de famosos actores de cine. Su trasero había aparecido fotografiado en múltiples anuncios de revistas, calendarios y también en la gran pantalla. Tenía un cuerpo que mataba y su rostro era todavía mejor. La clase de hombre por el cual, por la promesa de una sonrisa suya, la Tierra habría podido bascular fuera de su eje.

Lo había visto un par de veces. En la reciente boda de su amiga Heidi con el hermano de Clay, para empezar. Además, Clay vivía en el rancho donde ella guardaba su caballo. Se habían saludado con la cabeza entre boxes y balas de heno. Pero nunca antes lo había visto tan de cerca. No en carne y hueso, al menos. Nunca había estado tan cerca de un hombre tan perfecto.

Todo lo cual le ponía algo nerviosa, según tuvo que admitir, reacia.

Vio que aquella perfecta boca esbozaba una media sonrisa.

–Hey –le dijo–. Te he salvado.

–Ni de broma –resopló Charlie–. ¿Te has golpeado en la cabeza? Porque si es así, espero que eso te haya hecho entrar en razón.

La media sonrisa se transformó en sonrisa entera.

–De nada – se sentó en el suelo.

Pero Charlie le puso una mano en el hombro.

–Quédate ahí, amigo. ¿Estás herido? Asegúrate antes de que no te has roto ningún hueso.

–Mi ego está un poco lastimado. No me has agradecido lo que acabo de hacer por ti.

–Me tiraste de la escalera y casi nos matas a los dos. No, no te voy a dar ningún premio –se incorporó, y le tendió luego la mano para ayudarlo a levantarse–. ¿Puedes tenerte en pie?

Su sonrisa se amplió todavía más. «Maldición, el tipo es guapísimo», pensó Charlie, distraída. A pesar del hecho de que había transcurrido literalmente una década desde la última vez que había encontrado atractivo a un hombre, había algo magnético en aquella perfección cuasidivina.

Él ignoró su mano y se levantó con agilidad.

–Estoy perfectamente.

–Charlie, ¿te encuentras bien?

–Sí, señora Coverson –respondió, intentando no apretar los dientes. Su dentista la había advertido de que debía dejar de triturar su quijada cada vez que estaba disgustada o irritada. Aquella era una buena oportunidad.

La señora Coverson esperaba en el porche trasero, con Daytona en sus brazos. Detrás de ella podía ver a Michelle Banfield, que trabajaba con Charlie, con un brownie a medio comer en la mano y una expresión culpable en los ojos.

–Iba a salir a ayudarte –murmuró Michelle–. Er... pero estaban estos brownies y...

–No pasa nada –dijo Clay–. Ya estaba yo aquí.

A punto estuvo Charlie de soltarle un bofetón.

–Que es justo el lugar donde no debías estar. Es ilegal interferir en el trabajo de un bombero. Vuelve a hacerlo y haré que te detengan.

En lugar de mostrarse convenientemente intimidado, Clay volvió a sonreír.

–Eres dura.

–No tienes ni idea.

Le tendió la mano.

–Me alegro de haber podido ayudarte.

–No lo has hecho... –sacudió la cabeza–. Está bien. Es igual. Gracias. Y ahora vete.

Le estrechó la mano, consciente de que la de él se tragó la suya. Y era más alto que ella: le sacaba por lo menos diez centímetros. Un par de datos interesantes, pero absolutamente inútiles.

Primero que nada todavía tenía que superar su fobia a los hombres. Y si alguna vez decidía hacerlo, no sería con alguien como él. Buscaría algo seguro. Un hombre bueno, normal. En segundo lugar, incluso aunque fuera lo suficientemente estúpida como para sentirse atraída por él, que no era el caso, no habría manera, ni en un billón de años, de que un tipo así pudiera sentirse interesado por una mujer como ella. Los hombres como él se interesaban por las supermodelos y... y... por las mujeres como su madre. Bueno, como su madre en sus años jóvenes.

Charlie era consciente de lo que era. Alguien fuerte y capaz. Podía cargar los veintidós kilos que pesaba su equipo sin romper a sudar. Podía subir una manguera por diez pisos de escaleras, sin problemas. Era autosuficiente. Sabía cambiar una rueda de coche y arreglar un grifo que perdía agua. No necesitaba a un hombre. Excepto por una razón minúscula, diminuta.

–Eh... ¿Charlie?

–¿Qué? –le espetó.

Clay bajó la mirada a sus manos.

–¿Te importaría soltarme la mano? Necesito que me la devuelvas.

Ella maldijo para sus adentros. Se la soltó al instante.

–Perdona.

–No pasa nada –le lanzó una sonrisa que habría puesto de rodillas a una mujer menos templada que ella–. Te veré en el rancho.

«El rancho», pensó distraída. «Ah, ya». Él vivía allí. Y ella guardaba allí su caballo. Era seguro que volverían a verse.

–Claro.

Clay se despidió de las dos mujeres del porche.

–Pasen ustedes un buen día, señoras.

Ambas asintieron en silencio. Mientras se alejaba, Charlie vio que tanto Michelle como la señora Coverson bajaban la mirada hasta su trasero. También ella se permitió echar un rápido vistazo antes de dirigirse hacia la casa en busca de un brownie recién horneado.

El azúcar estaba bien. Al delicioso sabor seguía una inyección de glucosa en la sangre. Pero los hombres... no tanto. Y Clay era peor que la mayoría. Porque por un fugaz segundo, cuando él le lanzó aquella sonrisa suya, habría jurado que sintió algo en la boca del estómago.

No era atracción. Esa era una palabra muy fuerte. Pero sí que era como un destello. Un levísimo susurro. La buena noticia era que parte de ella no estaba tan muerta como había imaginado. La mala era que había descubierto ese hecho en presencia de un modelo de trasero con la cara de un ángel. Un hombre que podría tener a la mujer que quisiera simplemente con pedírselo. O quizá insinuándoselo sin más.

Aquel hombre pertenecía al mundo de los perfectos. Y ella tenía un defecto. Un defecto que tal vez no vieran los demás, dada su capacidad para disimularlo. Pero ella conocía la verdad.

Aun así, había avanzado algo. Un destello hoy, un cosquilleo mañana. Si seguía así, dentro de un milenio o dos podría encontrar la manera de ser simplemente como las demás mujeres.

Clay terminó de montar la gran pantalla que constituiría el punto focal de su presentación. Había trabajado horas en sintetizar la información en unos pocos cuadros y gráficos fáciles de comprender. Tenía toneladas de documentación respaldando cada dato.

En ese momento, en el salón de la antigua granja donde había pasado los primeros años de su vida, estaba a punto de presentar su propuesta a su madre y a sus dos hermanos.

De haber podido elegir, habría preferido enfrentarse a un millar de inquietos accionistas. Sí, se suponía que su familia debería apoyarlo, pero tanto Rafe como Shane eran empresarios de éxito: no se dejarían influir por sentimiento fraternal alguno. Si acaso, Rafe sería todavía más duro con él.

Clay apenas tenía recuerdos de su padre. El hombre había fallecido cuando él todavía no había cumplido los cinco años. Pero Rafe, el hermano mayor, había intentado rellenar el vacío que había dejado su progenitor. Se había sentido responsable de la familia y lo había sacrificado todo por ellos. Había querido que él siguiera el camino tradicional: la universidad y luego un trabajo estable, seguro. Que su hermanito pequeño se hubiera convertido en modelo masculino le había fastidiado mucho, aparte de convencerlo de que estaba desperdiciando su vida.

En ese momento, cerca de una década después, Clay estaba dispuesto a seguir el consejo de su hermano mayor y sentar la cabeza. Con la diferencia de que quería fundar su propio negocio, lo cual implicaba a toda su familia.

Clay no había tomado aquella decisión a la ligera. Había pasado cerca de un año analizando diferentes ideas de negocio antes de quedarse con la que tenía mayor sentido para él. Sabía lo que quería: estar cerca de sus seres queridos, trabajar con sus manos e implicarse en la comunidad. Aquel proyecto suyo significaba una oportunidad para los tres hermanos, a la vez que proporcionaría un jugoso margen de beneficios. Todavía no le había encontrado el lado malo. Por supuesto, si tenía alguno, Rafe estaría encantado de señalárselo.

Rafe, Shane y su madre, May, entraron en el salón. Clay se había sentado en el sofá, frente a la pantalla. Pulsó un par de teclas en su portátil para cargar la presentación.

–Sentaos –los invitó, señalando el sofá. Procuró combatir los nervios recordándose que se había documentado bien y que su idea era magnífica. Si sus hermanos no eran lo suficientemente listos como para darse cuenta, se buscaría otros socios.

Pulsó una tecla y la primera imagen apareció en la pantalla: la de una familia disfrutando de un picnic.

–En un mundo en el que la tecnología ocupa cada vez más espacio en nuestras vidas, es mucha la gente que busca recuperar los placeres más sencillos. A lo largo de los últimos años, ha habido una tendencia creciente hacia un nuevo modelo de ocio vacacional. El agroturismo ofrece a las familias una manera de pasar tiempo juntos en un ambiente cómodo mientras redescubren cómo era la vida de antaño. Trabajan en una granja, conectan con la naturaleza y se relajan.

Presentó la siguiente imagen, en la que aparecía un matrimonio conduciendo un tractor.

–La familia media espera tres cosas: aprovechar su dinero, cómodas instalaciones y un ambiente que padres e hijos puedan explorar sin tener que preocuparse de plazos, compromisos, delincuencia o el último desastre aparecido en las noticias.

Fue pasando varios gráficos con las cifras que solía gastar una familia media cada año, hasta que llegó a la parte central de su presentación. Proponía comprar ochenta hectáreas de terreno al otro lado de Castle Ranch. Allí cultivaría heno y alfalfa para los caballos y otros animales del rancho familiar y de Shane. Produciría también frutas y verdura ecológica. La operación sería supervisada por un director, teniendo en cuenta que buena parte del trabajo lo realizarían los agroturistas.

Rafe ya había empezado a construir residencias de verano, donde los agroturistas podrían alojarse. El pueblo, a su vez, ofrecía la posibilidad de muchas actividades, cuando los visitantes echaran de menos un poco de vida moderna. Fool’s Gold, con su piscina comunitaria, sus rutas a caballo y sus espléndidos veranos, podría convertirse en un gran destino turístico.

–Las economías locales presentan muchas ventajas –continuó–. Además, he hablado con los profesores de ciencias del instituto. A todos les encantaría contar con pequeños huertos para sus alumnos. Eso les daría oportunidad de impartir clases prácticas que estuvieran relacionadas con la agricultura.

Terminó la serie de proyecciones con los gráficos de costes y beneficios. Calculaba que amortizarían gastos al segundo año y empezarían a ganar al tercero.

Cuando hubo terminado, apagó el ordenador y se volvió para mirar a su familia. May se levantó de un salto y lo abrazó.

–¡Es maravilloso! –le dijo–. Estoy tan orgullosa... Has trabajado tanto... Lo haremos realidad –se volvió hacia sus otros hijos–. ¿No estáis de acuerdo, chicos?

Shane y Rafe cruzaron una mirada que Clay no supo cómo interpretar.

–Gracias por tu apoyo –besó a su madre en la mejilla.

May suspiró.

–Sí, ya lo sé. Soy tu madre y te apoyo en todo lo que haces. Está bien. Vuestro turno, chicos –se volvió de nuevo hacia los otros dos–. Pero nada de peleas.

–¿Nosotros? –exclamó Shane–. Nosotros no nos peleamos nunca, mamá.

–¡Ja!

May abandonó el salón. Clay se instaló en la silla junto a la pantalla y esperó a que sus hermanos hablaran primero.

Rafe asintió lentamente con la cabeza.

–Impresionante. ¿Quién te ayudó a preparar la presentación?

–Lo hice yo solo.

Rafe enarcó las cejas. Clay se recostó en su silla, sabiendo que iba a disfrutar de aquello.

–Tengo una licenciatura en Empresariales, con especialidad en estudios de mercado. De la Universidad de Nueva York. También hice un curso de aprendizaje de director de granjas en Vermont, hará un par de años –se encogió de hombros–. El trabajo de modelo deja mucho tiempo libre. Yo procuré no perder el mío.

Diane, su difunta esposa, lo había animado a sacarse la licenciatura. La idea del curso vino después, tras su fallecimiento. Había sentido la necesidad de escapar, y el duro trabajo físico que conllevó el aprendizaje le había ayudado a superar el duelo.

Rafe parpadeó sorprendido.

–¿De veras? –se volvió hacia Shane–. ¿Tú sabías esto?

–Claro.

Rafe volvió a concentrar su atención en Clay.

–¿Por qué no me lo dijiste?

–Lo intenté un par de veces.

–Déjame adivinar... –dijo Rafe, sacudiendo la cabeza–. No te escuché.

Clay se encogió de hombros.

–Triunfar con una empresa como la tuya ocupa mucho tiempo.

Pudo haber añadido algo más, pero Rafe había cambiado mucho durante los últimos meses. El antaño ejecutivo brusco y metomentodo se había convertido en una persona. Y todo gracias a su nueva esposa, Heidi. El amor sabía cambiar las prioridades de un hombre. Clay había aprendido esa lección mucho tiempo atrás, y de la mejor manera posible.

Con Rafe, Shane y su madre perfectamente instalados en Fool’s Gold, Clay había querido reunirse con ellos. Era la localización perfecta para su negocio de agroturismo. El fuerte espíritu comunitario de la población constituía una ventaja añadida. Y, aunque su negocio era un objetivo muy importante, esperaba que no consumiera todo su tiempo. Le proporcionaría, de hecho, la posibilidad de vincularse con el pueblo. Tenía algunas ideas al respecto... y una de ellas pensaba comentarla con cierta bombera la próxima vez que coincidieran.

Rafe hojeó la copia en papel de la presentación que Clay les había repartido.

–Tienes un montón de información aquí.

–Me he documentado mucho.

Shane miró la lista de cosechas.

–Me gusta la idea de intervenir en lo que se cultiva.

Shane criaba y entrenaba caballos de carreras. Después de pasar años cruzando y preparando purasangres para otros, recientemente había invertido en su primer semental árabe.

–Estando de vacaciones, ¿crees que querrá trabajar la gente? –le preguntó Rafe.

–¿Quién no querría conducir un tractor? –sonrió Clay–. Si no alcanzan a cumplir con todas las tareas, siempre podemos contratar a jóvenes del pueblo o alumnos del instituto. Contamos también con una comunidad de agricultores en la zona. Trataré con ellos la posibilidad de contratar a alguno, en caso necesario.

–Mamá te vendrá con una lista de todo lo que quiere –le advirtió Shane.

May había acogido encantada la idea de convertirse en copropietaria del rancho, e inmediatamente se había dedicado a recoger viejos y extraños animales que nadie más había querido. Tenía unas cuantas ovejas viejas, unas pocas llamas... y Priscilla, una anciana elefanta india.

–Ya me he documentado bien sobre lo que podría gustarle a Priscilla –dijo Clay.

Estuvieron haciendo cálculos durante un rato más, con Rafe profundizando en detalles sobre el alquiler de los bungalows y los gastos extraordinarios como la piscina. Discutieron sobre si proporcionar o no las comidas del mediodía como parte del paquete: hamburguesas de barbacoa, perritos calientes o bocadillos. Finalmente, Rafe se levantó.

–Te felicito, muchacho –le dijo a Clay–. Creo que deberíamos meternos de cabeza.

Clay también se levantó. La satisfacción y la victoria se habían hecho esperar. Tenía un duro trabajo por delante, pero estaba dispuesto a sudar la camiseta.

–Contad conmigo –dijo Shane, reuniéndose con ellos.

Los tres hermanos se dieron la mano.

–¿Todo el mundo está de acuerdo con que Dante se encargue del papeleo? –quiso saber Rafe. Dante era su socio en la empresa, abogado de profesión.

Clay palmeó el hombro de su hermano mayor.

–No hay problema. Siempre y cuando no te importe que mi abogado revise cada palabra.

–¿No te fías de mí? –le preguntó Rafe, sonriente.

–Claro que sí. Confiado sí soy, pero no tonto.

Capítulo 2

Charlie revisó la silla de montar por última vez y palmeó la grupa de Mason.

–¿Listo? –preguntó al caballo.

El animal resopló, algo que ella interpretó como un «sí», y lo guio fuera del establo. Iba a disfrutar de un paseo bajo aquel cielo tan azul. El día se prometía magnífico, uno más de su magnífica nueva vida. Tenía un trabajo que le gustaba, amigas en las que podía confiar y un lugar propio en el mundo.

Por el rabillo del ojo, detectó un movimiento y se volvió. Clay Stryker se dirigía hacia ella.

–¿Vas a salir? –le preguntó él, sonriente–. ¿Quieres compañía?

La primera palabra que le vino a la cabeza fue «no». No quería compañía. Quería montar sola porque lo prefería así. Pero él era nuevo en el pueblo y uno de sus hermanos acababa de casarse con una amiga suya. Para no hablar de que su otra gran amiga estaba asimismo comprometida con el tercer hermano Stryker, con lo que era seguro que tendría que verlo bastante. Así era como funcionaban las cosas en Fool’s Gold.

Miró sus ajustados vaqueros y pensó, distraída, que debían de haberle costado más o menos lo que pagaba ella por el alquiler de su casa.

–¿Sabes montar?

Su sonrisa se amplió. Antes de que llegara a hablar, el brillo de diversión que asomó a sus ojos le proporcionó la respuesta.

–Creo que podré arreglármelas para no caerme de la silla. Dame cinco minutos.

Se volvió hacia el establo. Charlie se descubrió a sí misma contemplando su trasero, que era tan espectacular como la última vez que lo había visto. Ser tan físicamente perfecto debía de resultar interesante, reflexionó mientras se apoyaba en Mason y le rascaba detrás de las orejas. Clay siempre se las arreglaba para llamar su atención, lo cual parecía casi una especie de truco. Quizá si pasaba la tarde con él, volvería a sentir aquel destello. Dado que su objetivo era «resolver» su problema con los hombres, tener una fuente de destellos y quizá incluso cosquilleos era una cosa positiva. Y si podía llegar a excitarse alguna vez con tipos normales, mejor que mejor. Así se curaría y sería capaz de mirar hacia delante.

Clay volvió a los cinco minutos, llevando de la brida un caballo ensillado. Reparó en sus largas piernas y en su rostro perfecto. Seguía teniendo un brillo divertido en los ojos.

–Reconozco la especulación en esa mirada –le dijo él mientras se acercaba–. ¿Debería preocuparme?

–Por mí no.

Charlie apoyó un pie en el estribo y montó ágilmente. Clay se puso sus gafas de sol y montó también. La destreza de sus movimientos indicaba que aquel no era su primer paseo a caballo.

–Bonito día –comentó mientras sus monturas avanzaban la una al lado de la otra, al paso.

Charlie se caló firmemente el sombrero.

–No pensarás hablar durante todo el camino, ¿verdad?

–¿Sería eso un problema?

–Sí.

–¿Siempre dices lo que piensas?

–No tan a menudo como debería. Como el otro día. No me ayudaste en nada.

–Frené tu caída.

Charlie puso los ojos en blanco.

–No me habría caído si tú no te hubieras puesto en medio.

–De nada.

Charlie reprimió un gruñido. No habían transcurrido ni tres minutos y aquel hombre la estaba ya desquiciando. Se ordenó ignorarlo para concentrarse en la belleza que la rodeaba. Castle Ranch se alzaba al oeste del pueblo y al sur del nuevo hotel con casino que todavía se hallaba en obras. Unas cuatrocientas hectáreas con una buena cantidad de árboles y vegetación. Años atrás, el viejo Castle había tenido vacas, pero, a su muerte, el lugar había quedado abandonado.

Mason y ella tenían una ruta particular que siempre seguían. Bordeaba la valla y pasaba por delante de la propiedad que Shane, el hermano de Clay, había adquirido para sus caballos de carreras. Luego recorría la parte trasera del rancho para bajar hasta la carretera principal.

Tan pronto como abandonaron los corrales, Mason aceleró el ritmo. Charlie lo tocó ligeramente con los talones y el cabello se puso a trotar. Acto seguido apresuró el trote y galopó unos trescientos metros.

Charlie dejó la iniciativa al caballo, esperando a que volviera a ponerse al paso. Clay la había seguido durante todo el camino y en ese momento se colocó a su lado.

–Se nota que vosotros dos ya lleváis haciendo esto durante un tiempo.

–Nos entendemos bien –reparó en la facilidad con que montaba y en la manera que tenía de empuñar las riendas–. Obviamente, tú también has practicado bastante. Lleva cuidado. Shane te pondrá un día a ejercitar sus caballos.

–Hay peores formas de pasar un día –Clay concentró su atención en el horizonte–. Yo crecí aquí. Nos marchamos cuando yo todavía era pequeño, pero recuerdo que me gustaba todo de este lugar.

Charlie conocía la historia de la familia Stryker. May, la madre de Clay, había trabajado como ama de llaves del viejo Castle. El muy canalla no le había pagado prácticamente nada, limitándose a prometerle que le dejaría el rancho cuando muriera. May había descubierto entonces que el rancho lo habían heredado unos parientes del Este, y al final había tenido que marcharse con sus hijos.

Unos pocos meses atrás, una serie de circunstancias excepcionales habían llevado a May y a su hijo mayor, Rafe, de vuelta al rancho.

–¿Son esos recuerdos el motivo por el que ahora estás aquí? –le preguntó ella.

–En parte. Quería estar cerca de la familia –la miró–. Quiero montar un negocio. Agroturismo.

Charlie había oído el nombre.

–Familias pasando sus vacaciones trabajando en una granja. Y viviendo como se vivía en 1899 –dijo.

Clay sonrió.

–Pero pienso ofrecer agua corriente y acceso a internet.

–Conseguirás que te adoren sus hijos –pensó en las residencias veraniegas que Rafe estaba construyendo y en los caballos de picadero que Shane acababa de comprar–. Fool’s Gold ya es un destino turístico. Esto puede atraer todavía más visitantes. Te convertirás en un tipo popular para el consejo municipal.

–Eso espero. Me reúno con ellos el viernes.

–Un negocio de agroturismo no es una evolución muy lógica para un modelo profesional.

–Tenía que hacer algo con mi vida –se encogió de hombros–. Tengo treinta años. Doblar traseros de actores es trabajo para jóvenes.

Charlie se lo quedó mirando con la boca abierta.

–Pongo a Dios por testigo que no sé qué responder a eso.

Clay se rio por lo bajo.

–Créeme. Nadie quiere ver en ropa interior a un tipo entrado en años.

Charlie estaba segura de que eso era cierto, pero también lo era que Clay estaba a años luz de lo que podría considerarse un tipo «entrado en años».

–¿Te marchas antes de que puedan echarte? –le preguntó.

–Algo así –señaló el arroyo que atravesaba la punta norte de la propiedad–. ¿Quieres que nos sentemos un rato?

–Gracias –Charlie frenó a Mason y desmontó.

Dejaron los caballos a la sombra y caminaron hasta la orilla del río. Charlie era muy consciente de la presencia de Clay a su lado. Era más alto que ella, lo cual estaba bien. Y mucho más ancho de hombros. Se sentaron en la hierba, cerca el uno del otro, pero no demasiado. Vio que sacaba un paquete de chicles de un bolsillo y le ofrecía uno.

Lo tomó y fue desenvolviéndolo lentamente.

–¿Vivías antes en Nueva York?

–Ajá.

–Te costará adaptarte a un lugar como Fool’s Gold.

–Me apetece un cambio.

Charli miró su perfil. Se parecía mucho a sus hermanos, pero con un toque añadido de perfección. No sabía prácticamente nada de su vida, pero habría apostado cualquier cosa a que atención femenina no le faltaba. «Demasiado guapo para mi gusto», pensó distraída, masticando el chicle. Un hombre tan perfecto le daría auténtico miedo.

Para ser sincera, cualquier hombre era capaz de darle miedo si pensaba que estaba interesado en el sexo, pero eso era algo que no tenía por qué saber nadie. Aun así, estaba decidida a superar aquella debilidad suya. Tan pronto como encontrara al tipo adecuado.

–¿Cuánto tiempo llevas trabajando de bombera? –le preguntó él.

–Casi nueve años.

–¿Todos aquí?

–No. Empecé en Pórtland –sonrió–. Oregón, no Maine. Estuve allí unos tres años. Descubrí Fool’s Gold durante unas vacaciones. Me acerqué al cuartel de bomberos y me presenté. A los tres días me hicieron una oferta.

–Este pueblo parece tener mayor cantidad de bomberas que la mayoría de los lugares.

–Este pueblo tiene mayor cantidad de mujeres desempeñando trabajos tradicionalmente masculinos que la mayoría de los lugares –precisó ella–. Hasta hace poco, andaba corto de varones.

Vio que Clay volvía a esbozar su lenta y sensual sonrisa.

–No lo había oído.

–Sí, lo habías oído y dudo que eso te importe.

–¿Estás dando por supuesto que no tengo problemas para ligar? –se recostó, apoyándose sobre los codos.

–No te molestes en convencerme de lo contrario.

–No intentaría convencerte de nada.

–¿Cómo es que te convertiste en modelo?

Se subió las gafas de sol, sujetándoselas en lo alto de la cabeza. Desvió la mirada de Charlie para clavarla en el horizonte.

–Me descubrieron en un desfile de moda –la miró–. Te lo juro.

–Yo pensaba que eso solo ocurría en las películas.

–Yo también. Había un espectáculo de moda en un centro comercial. Entré porque... bueno, desfilaban chicas bonitas con lo que esperaba fueran vestidos muy cortos. Uno de los modelos masculinos no había aparecido. Estaban como locos. Yo tenía su misma estatura. Me pusieron su ropa y me mandaron caminar. Lo hice. Después del espectáculo, un agente se me acercó y me convenció para que me convirtiera en modelo. Una semana después me trasladé a Nueva York.

–Un buen golpe de suerte.

–Eso fue lo que pensé yo. Acababa de graduarme en el instituto y no tenía la menor idea de lo que quería ser o hacer. Empecé a trabajar en seguida. En unos pocos meses ya había hecho un par de campañas.

«Ah, un hombre con una vida interesante», pensó Charlie. Suponía que no debería sentirse sorprendida.

–¿Conseguiste pues fama y fortuna?

–De lo de la fama no estoy muy seguro, pero sí, se me dio bien. Durante una sesión de ropa interior, te cambias un montón de veces. Nadie se molesta en correr una cortina. Alguien me vio el trasero. Pocos días después llamaron a mi agente para preguntarme si querría hacer de doble del trasero de un actor en una película. En aquel momento me pareció un poco embarazoso, pero pagaban bien, así que acepté.

–¿Es cierto que tienes el trasero asegurado?

Clay se echó a reír.

–Ya no, pero sí, tuve que asegurar varias partes de mi cuerpo. Aparte de las restricciones que me imponían. Nada de deportes que pudieran desfigurármelo. Tuve que mantenerme en un cierto peso y forma física, sin marcas de bronceado. Ni tatuajes.

Un estilo de vida, reflexionó Charlie, que ella ni siquiera alcanzaba a imaginarse.

–¿Y qué piensas hacer ahora? ¿Engordar veinte kilos y hacerte tatuar la palabra «mamá» en el trasero?

–Dudo que haga cualquiera de esas dos cosas. Tengo ganas de establecerme. Sentar la cabeza.

–¿No echarás de menos a las groupies, o como quiera que se llamen?

–No. Dejé ese rollo hace años.

–¿Después de las primeras doscientas, empezó a aburrirte?

–Algo así.

«Sexo sin compromiso», pensó Charlie. Había oído hablar de ello, por supuesto. No lo entendía, lo cual constituía parte del problema.

–No sé si te sentirás del todo cómodo aquí –le dijo–. Somos muy tradicionales. Familiares. Hay muchos festivales.

–Me gustan los festivales. Además, ya he visto bastante mundo. Esto es lo que quiero.

La miró mientras hablaba. Había una extraña intensidad en su voz y en su mirada. Por un instante, Charlie volvió a sentir aquel cosquilleo. Una conciencia especial de aquellas largas piernas, de los músculos de su pecho y de sus brazos.

Se recordó que verse atraída hacia Clay no haría que se sintiera en absoluto especial. Sería una más entre un millón. Y además tendría que guardar cola.

–Buena suerte entonces con tus planes –le dijo mientras se levantaba–. Tengo que volver –fue en busca de Mason.

–¿Charlie?

Se volvió para mirarlo y esperó.

–Quería hablar contigo de los bomberos voluntarios. He oído que pronto empezará un curso.

Estaba allí de pie, bañado por la luz del sol. Parecía un modelo en plena sesión de fotos. Probablemente no le costaba nada: le saldría solo. Se había pasado la última década haciéndolo. Lo más duro que debía de haber hecho en un día sería broncearse y cortarse el pelo. «Bello pero inútil», pensó.

–No creo que sea una buena idea –le dijo–. Es un proceso muy riguroso de selección.

Vio que enarcaba una ceja.

–¿Me estás diciendo que no podré soportarlo?

–Te estoy diciendo que no.

El brillo de humor desapareció de los ojos de Clay y su expresión se tornó inescrutable.

–¿No quieres tener a gente como yo? ¿Es eso?

–Algo así.

No quería ser grosera con el cuñado de su mejor amiga, pero aquello era diferente. Absolutamente diferente. Charlie se tomaba su profesión con mucha seriedad; sobre todo porque, de no hacerlo, alguien podría resultar muerto. Si Clay no se tomaba bien una negativa... bueno, ese no era su problema.

Montó en su caballo y se alejó.

Los bomberos de Fool’s Gold trabajaban por periodos de nueve días seguidos y turnos enteros de veinticuatro horas. Charlie hacía sus ejercicios aeróbicos en la sala de ejercicios del cuartel, pero prefería el gimnasio para entrenar. Prácticamente todos los días que tenía libres los empezaba con una sesión agotadora.

Hacia las ocho, hacía ya rato que los ejecutivos se habían marchado y no habían llegado aún las amas de casa. Todo estaba en silencio. Disfrutaba con aquella tranquilidad. Dejaba las máquinas a los demás: ella prefería usar las pesas manuales. Su objetivo era siempre superarse a sí misma, mantenerse fuerte. No solo por su trabajo, sino por ella. Mantenerse fuerte significaba ser autosuficiente. La dependencia de los demás era una debilidad, se recordó mientras se secaba el sudor del rostro con una toalla.

Pero ese día no parecía capaz de concentrarse en sí misma, como tenía por costumbre. Sus movimientos eran distraídos, le fallaba la concentración. Y sabía cuál era la causa. Clay.

Había sido muy brusca con él, al rechazarlo como lo había hecho. Ella no solía ser así y no pudo evitar preguntarse si su reacción habría tenido algo que ver con la atracción que sentía hacia él. Sentirse atraída hacia un hombre la asustaba, y cuando se asustaba, se ponía a la defensiva. Quizá no fuera esa su mejor cualidad, pero no podía evitarlo.

Lo irónico de todo aquello era que sabía que tenía que enfrentarse al problema para poder superarlo, de manera que sentir algo parecido a la atracción sexual debería ser una cosa positiva. Pero su intelecto parecía incapaz de convencer a su estómago de que no pasaba nada, de que todo estaba bien.

Una cosa era ser consciente de que tenía que encontrar una manera de practicar sexo con un hombre, y otra muy distinta hacerlo. Apretar los dientes y pensar en cualquier otra cosa había sido su plan original. Pero a juzgar por la manera en que había reaccionado ante Clay, iba a tener que replantearse su estrategia.

Desvió la mirada al saco de boxeo que colgaba en una esquina, preguntándose si no debería desahogar su incertidumbre sobre algo menos humano. Antes de que pudiera decidirse, el hombre en cuestión entró en el gimnasio y amenazó con estropearle el día entero.

Sintió la sutil onda sísmica que recorrió el edificio antes de mirar a Clay. Un grupo de mujeres que abandonaban la sala de aerobic se detuvieron a la vez y se volvieron para contemplarlo. Pasó por delante de la zona de pesas hacia la sala de ejercicios aeróbicos y todo el mundo en el gimnasio se dedicó a contemplarlo. Charlie se descubrió a sí misma igual de hipnotizada por aquellas largas y musculosas piernas, por aquellos poderosos brazos.

Llevaba exactamente lo que cualquier otro tipo: pantalón corto y una camiseta vieja. Y sin embargo destacaba. Quizá fuera la manera que tenía de caminar o la potencia que sugerían aquellos hombros. Quizá fuera aquel «algo» indefinible que le hacía tan especial. Fuera lo que fuese, estaba segura de que a medio kilómetro de allí habría podido oír los suspiros emitidos por cada mujer presente en la sala.

Clay se acercó a una de las cintas de correr. Se puso los auriculares y conectó su iPod antes de activar la máquina. En menos de un minuto ya estaba trotando. A los cinco, corría ya a un ritmo que habría rivalizado con el de Charlie en uno de sus mejores días.

Charlie retomó su entrenamiento. Cuando terminó su trabajo de tríceps, se dio cuenta de que lo había perdido de vista. La atronadora música del gimnasio le había impedido oír el retumbar de sus pasos en la cinta.

Volvió a dejar las pesas en su sitio y se enfrentó a la verdad. Por lo que se refería a Clay, había hecho suposiciones evidentemente falsas. Lo mismo que había hecho la gente con ella durante toda su vida. Solo necesitaban echar un vistazo a su estatura, a sus pies demasiado grandes y a su corpulencia para sacar conclusiones sobre su persona. Especialmente después de la violación.

Siempre se había enorgullecido de no cometer ese mismo error, de procurar conocer a una persona antes de juzgarla, pero, de alguna forma, con Clay se había olvidado de hacerlo. O quizá se había dejado deslumbrar por su aspecto. El caso era que había dado por supuesto que no podría resistir el duro entrenamiento que se necesitaba para convertirse en bombero no por ser quien era, sino por lo que había sido. Dos conceptos que, en su experiencia, no podían ser más distintos.

Consciente de que solamente quedaba una solución, se volvió a enjugar el rostro y caminó hacia las cintas. Se dirigió directamente a Clay, mirándolo durante todo el tiempo.

Clay no desvió la mirada. Tampoco sonrió. Continuó corriendo, con sus largas piernas moviéndose con consumada facilidad, devorando los kilómetros. Cuando ella se detuvo frente a la máquina, él pulsó el botón de frenado y se sentó a horcajadas sobre la cinta. Luego se quitó los auriculares y esperó.

Charlie se aclaró la garganta.

–Yo, er... estuve pensando... en lo que dijiste antes.

Sus ojos oscuros eran como los de su hermano, pero sin el brillo de calidez que solía encontrar en los de Rafe o Shane. Se removió, culpable.

–Está bien –rezongó–. Estaba equivocada. ¿Es eso lo que quieres oír? Te juzgué de manera injusta. Por lo general no lo hago, pero tú no eres como el resto de la gente.

–¿Es esa tu idea de una disculpa?

–Sí. Y deberías aceptarla porque es algo que no suelo hacer a menudo.

–Ya lo veo. ¿Sabes? Creo que deberías practicar un poco.

–Que te den –gruñó, y a continuación esbozó una mueca al darse cuenta de que podía tomárselo mal–. Vamos a empezar un curso para voluntarios –se apresuró a añadir, antes de que él pudiera decir algo–. Incluirá preparación para la CPAT. Ah, CPAT significa...

–Prueba de Competencia de Capacidad Física. Ya me he documentado.

–Bien. Entonces sabrás que necesitarás pasarla antes de empezar a entrenar. Yo dirijo las clases.

–Qué suerte la mía.

No sabía si estaba siendo sarcástico o no, pero decidió no preguntar.

–Si estás interesado en presentarte a la prueba, deberías hacer el curso. Te adelanto que los bomberos voluntarios están bien preparados y que nuestros estándares son altos. Si estás dispuesto a hacer el trabajo y a dedicarle tiempo, entonces no debería haber ningún problema.

–¿Me estás dando una oportunidad porque sientes que me lo debes?

–No. No te debo nada y nadie está recibiendo una oportunidad.

Clay esbozó una media sonrisa.

–Solo lo preguntaba por probar.

–No soy fácil de comprar.

–Yo tampoco.

Charlie soltó un suspiro.

–Las solicitudes son on line. Las clases comienzan la semana que viene.

–¿Crees que disfrutarás pateándome el trasero?

–Oh, sí –sonrió–. Mis clases son muy duras. Pero cerca de un noventa por ciento de los candidatos que yo entreno pasan la prueba –de repente dejó de sonreír–. La gente probablemente presupondrá un montón de cosas sobre ti, ¿verdad?

–Todo el tiempo.

–Haré todo lo posible para que no vuelva a suceder.

–¿Piensas tener algún miramiento especial conmigo?

–Ni hablar –sabía que no necesitaría ayuda alguna por su parte–. Creo en ser justa. Además, a mí tampoco me agrada que me juzgue la gente. Como te dije, eres bienvenido a presentar tu solicitud.

–Gracias –repuso, y sonrió.

Aquel fogonazo de mil vatios le provocó un inequívoco nudo en el estómago. Farfulló algo que esperaba que sonara a un «adiós» y se apresuró a escapar.

Una vez a salvo en el vestuario de mujeres, se dejó caer en un banco y apoyó la cabeza entre las manos. Incluso ella sabía que un nudo en el estómago era ya mucho, bastante peor que un destello o un cosquilleo. Solo esperaba que Clay fuera un tipo ocupado y se olvidara completamente de presentar la solicitud. De lo contrario, iba a tener que verlo dos veces por semana durante los dos próximos meses.

Y no solo a la manera de un «hola, ¿qué tal?». Pasarían un buena cantidad de tiempo juntos, entrenando. Hasta podrían tocarse.

Consciente de que en cualquier momento alguien podía entrar en el vestuario, se abstuvo de golpearse la cabeza contra la pared, pese a que de momento le parecía el mejor plan. ¿Sentirse atraída por Clay? Ese sí que era un movimiento estúpido.

Se irguió y cuadró los hombros. No: sentirse atraída por Clay no era en realidad un problema. El nudo en el estómago era la señal de que debía empezar a buscar al hombre que la ayudara a volver a ser normal. O al menos semi-normal. Tomaría un amante, tendría sexo y lo superaría. Era fácil.

Decidió que, en cuanto llegara a casa, elaboraría una lista de potenciales compañeros de cama que pudieran instruirla, y pensaría luego sobre cómo decirle a alguien que le estaría enormemente agradecida si se dignara enseñarle los secretos de una relación sexual con todo detalle. Ah, y de camino a su casa, probablemente debería hacer una parada en la tienda de licores... dado que para tener aquella conversación iba a necesitar estar algo más que un poco bebida.

Clay había preparado su presentación para el consejo municipal. Nunca se había relacionado antes con un Ayuntamiento, pero su proyecto de agroturismo iba a cambiar eso. Quería que el negocio fuera bien recibido por la comunidad. Usaría el tiempo de que dispondría para demostrar que los nuevos turistas podían dejarse sus buenos dólares en el pueblo. A cambio de ello, esperaba conseguir algunos cambios menores en la reglamentación urbanística y menos dificultades con los permisos.

Rafe le había dicho que la alcaldesa Marsha Tilson se tomaba un interés personal por todo lo que sucedía en el pueblo y que la recepción de las autoridades sería buena. Aun así, Clay quería estar preparado. Él era el nuevo, el recién llegado, y estaba dispuesto a trabajar más duro que los empresarios ya instalados. Merecería la pena. Al año siguiente, por aquellas mismas fechas, su empresa sería un negocio boyante.

Después de encender su portátil, probó la presentación en la gran pantalla de la sala de plenos. Y esperó a que comenzara la reunión.

Para las once menos cinco, todos los asientos en torno a la larga mesa estaban ya ocupados. Charlie le había mencionado que las mujeres desempeñaban la mayor parte de los trabajos reservados a los hombres, y Clay podía ver que eso era cierto también para el gobierno municipal: ni un varón había entre sus miembros. Las mujeres que habían ocupado la sala iban desde los treinta y pocos años hasta aquellas otras de «una cierta edad». La alcaldesa rondaría los setenta.

Clay se sentó al fondo de la sala. La ayudante de la alcaldesa le había dicho que dado que él sería la estrella de la mañana, el consejo necesitaría tratar antes algunos puntos. En una población tan dinámica como Fool’s Gold, siempre había algún proyecto en marcha.

Mientras miraba a su alrededor, se descubrió pensando que le habría gustado que Charlie estuviera allí. Se había llevado una gran sorpresa con ella, cuando le confesó que se había equivocado y le pidió disculpas. Sonrió al recordar su expresión mientras pronunciaba las palabras, como si hubiera estado masticando cristales. Era una mujer dura, tanto física como mentalmente. Y justa. Cualidades todas ellas que admiraba. Y se sorprendió a sí mismo pensando que seguramente le habría gustado también a Diana, lo cual era ciertamente asombroso. En el plano físico, no se parecían en nada. Y sin embargo por dentro, que era lo realmente importante, tenían la misma fuerza de carácter.

La alcaldesa Marsha dio comienzo al pleno.

–Aunque estamos aquí todas para escuchar la presentación de Clay Stryker, primero tenemos que resolver el asunto del aparcamiento detrás de la biblioteca –sacó una hoja y se caló sus gafas de lectura. Llevaba el cabello blanco recogido en un moño y vestía un traje formal–. Como muchas de vosotras sabéis, contamos con un aparcamiento que usamos cuando hay exceso de coches y hace de transición con la zona de almacenes. Hace unos años aprobamos plantar árboles para trazar una separación visual con los terrenos más industriales –se interrumpió.

–Las buenas acciones nunca salen gratis –anunció una de las damas de mayor edad–. Tú deberías saberlo, Marsha. Plantamos los árboles para que quedara bonito y ahora se vuelven contra nosotras.

La alcaldesa suspiró.

–Aunque no estoy de acuerdo con tu teoría de las buenas acciones, Gladys, parece que de manera inadvertida hemos provocado un problema. Gracias a los árboles, el aparcamiento ha adquirido un aspecto resguardado, aislado. Y los adolescentes han decidido utilizarlo como lugar de... –volvió a interrumpirse, tosiendo con delicadeza– ligoteo.

Una dama mayor ataviada con un chándal amarillo se inclinó hacia Gladys.

–Hey, ¿crees que tendríamos suerte si fuéramos tú y yo?

La alcaldesa miró a una y a otra.

–Eddie, si vuelves a interrumpir, no volverás a sentarte al lado de Gladys. No quiero tener que separaros, pero si tengo que hacerlo lo haré.

Eddie se irguió y masculló algo que Clay no alcanzó a oír.

–He hablado con la jefa de policía Barns –prosiguió la alcaldesa Marsha–. Se asegurará de que las patrullas nocturnas bajen allí más regularmente. Eso ayudará en algo.

–Los jóvenes tendrán que desmelenarse en algún sitio –dijo Gladys–. Démosles un respiro.

Clay procuró reprimir una sonrisa. Siempre había pensado que asistir a un pleno municipal sería un aburrimiento, pero estaba en un error. Aquello era muy divertido.

–Llámame antigua –le dijo Marsha–, pero yo prefiero ponerles las cosas algo más difíciles.

–El invierno ayudará –apuntó otro miembro del consejo–. Tan pronto como enfríe el tiempo, no podrán quedarse demasiado tiempo dentro de sus coches.

–Qué suerte la nuestra –murmuró la alcaldesa.

–Pongamos música –sugirió Eddie–. He leído en internet que los adolescentes huyen cuando escuchan ciertos tipos de música. La biblioteca tiene un equipo de música exterior. Podemos instalar altavoces en la parte trasera del edificio y usarlos para poner música que los chicos no puedan soportar.

–¿Música disco, quizás? –inquirió la alcaldesa Marsha con una leve sonrisa.

Siguieron más discusiones sobre la clase de música que ahuyentaría a los adolescentes. Eddie se ofreció a localizar el artículo en la red y enviárselo directamente a la alcaldesa.

La alcaldesa Marsha retomó el orden del día.

–Tenemos también pendiente el asunto de Ford Hendrix –miró a sus compañeras por encima de sus gafas–. No tengo que recordaros lo delicado del tema y la necesidad de que esto no salga de estas cuatro paredes.

Gladys blandió un dedo hacia Clay:

–Toma nota.

–A la orden.

El nombre le resultaba familiar. Recordaba a varios hermanos Hendrix de cuando estuvo viviendo allí, de niño. Y hermanas también, aunque a los cinco o seis años que había tenido en aquel entonces, las niñas le habían interesado mucho menos.

–Ford lleva fuera cerca de una década –continuó la alcaldesa–. Por lo que sé, su último servicio finaliza el año que viene. Ya es hora de que regrese a casa.

–No estoy muy segura de que debamos implicarnos en esto –dijo una de las miembros más jóvenes del pleno–. ¿Acaso no es decisión de Ford volver a alistarse? Suya o de su familia, en todo caso.

Eddie resopló indignada.

–Los jóvenes pasáis demasiado tiempo en Babia, si queréis saber mi opinión.

La expresión de la alcaldesa Marsha se tornó pesarosa.

–No creo que te la haya pedido nadie –replicó, y se volvió hacia la mujer joven–. Charity, tienes razón. No tenemos por costumbre meternos en lo que no nos importa. Normalmente yo no me metería, pero Ford necesita volver con gente que le quiera. Trabajar en las fuerzas especiales deja una gran factura. Necesita curarse. Y Fool’s Gold es el lugar mejor para ello.

Hubo una breve discusión sobre cómo conseguir que el misterioso Ford volviera al redil, por así decirlo. Cuando por fin terminó, la alcaldesa invitó a Clay a iniciar su presentación.

–Buenos días –dijo mientras caminaba hacia la cabecera de la sala–. Gracias por invitarme a hablar.

–Disfrutamos admirando a los hombres atractivos –repuso Eddie–. Es nuestro punto débil.

La alcaldesa suspiró, pero Gladys chocó los cinco con su amiga. Clay pensó que aquellas dos debían de haber sido un par de buenas piezas de jóvenes. Repartió la versión impresa del proyecto y conectó su portátil a la pantalla.

Puso la primera imagen y empezó a hablar de su negocio. Mostró fotografías de la tierra que había comprado, un diagrama de lo que pensaba levantar en ella y unas cuantas instantáneas de gentes conduciendo tractores y haciendo tareas agrícolas. Hizo un cálculo aproximado de las familias que esperaba reunir y del aporte económico que resultaría para la economía local. Tenía también una idea aproximada del estilo de publicidad que pensaba encargar, así como de la cantidad de gente del pueblo que podría contratar.

Veinte minutos después, terminó con las peticiones concretas de los correspondientes permisos de edificación.

–Impresionante –comentó la alcaldesa Marsha, sonriendo–. Todas te estamos muy agradecidas por haber tomado en cuenta las necesidades de la población en la redacción de tu proyecto. Estoy segura de que a varias de nuestras empresas locales les encantará conocerlo. Puede que te aporten algunas ideas útiles.

–Eso sería estupendo.

–¿Piensas establecerte aquí de manera permanente? –le preguntó, mirándolo fijamente con sus ojos azules.

–Ese es el plan.

–Esto no es precisamente Nueva York.

Clay recordó que lo mismo le había dicho Charlie.

–Me apetece un cambio.

–¿Sabes? –le dijo Gladys con una expresión maliciosa en su rostro arrugado–. Si realmente quieres ayudar a este pueblo, yo conozco una manera.

–No –la interrumpió la alcaldesa Marsha, con un tono de advertencia.

Pero Gladys la ignoró.

–Podrías prestarnos tu trasero para una campaña publicitaria que estamos preparando.

–No sigas por ahí –le prohibió la alcaldesa con tono firme–. No estamos aquí para hablar de eso.

–Bueno, él tiene un trasero famoso... Yo lo he visto en las películas. Lo hemos visto todas. Cada uno tiene que trabajar con lo mejor que tiene, ¿no?

Clay estaba acostumbrado a poner buena cara con sus clientes. Era por eso por lo que había tenido tanto éxito. En ese momento procuró parecer más divertido que furioso o incómodo.

Gladys arrojó una revista sobre la mesa. El titular de portada resultaba claramente visible: Famoso modelo asegura su trasero en cinco millones de dólares.

–¿Para qué gastar dinero en un negocio de agroturismo cuando solo tienes que enseñar la cosa para forrarte? –le preguntó.

La alcaldesa esbozó una mueca de desagrado.

–Clay, de verdad que lo lamento. Er... estuvimos tratando el tema de incluirte en nuestra campaña –fulminó a Gladys con la mirada–. Pero pensábamos usar tu cara.

–Un desperdicio de recursos, si queréis saber mi opinión –rezongó Gladys–. Todo el mundo preferiría ver su trasero.