Bajo el poder de los secretos - Kate Hewitt - E-Book
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Bajo el poder de los secretos E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

Los Bryant.3º de la saga. Saga completa 3 títulos. El dinero casi siempre lo arregla todo… pero él nunca había tenido un problema así El multimillonario Aaron Bryant vivía al límite y trabajaba igual. Su oscura y taciturna personalidad y su temible reputación ocultaban un secreto familiar vergonzoso. Y no recibió bien la distracción que supuso que, en la boda de su hermano, la descarada dama de honor Zoe Parker le escondiera el teléfono móvil dentro de su ceñido vestido rosa solo porque no dejaba de sonar. El modo arrogante y hábil en que Aaron recuperó su móvil desencadenó una química que terminó en una aventura esporádica de infarto. Pero una pasión tan incontrolable dejó una marca indeleble en sus vidas.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Kate Hewitt

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Bajo el poder de los secretos, n.º 88 - enero 2014

Título original: His Brand of Passion

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4024-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

El estaba pendiente otra vez de su móvil.

Zoe Parker hizo una mueca de irritación cuando vio al padrino del novio pulsando teclas en su smartphone. Discretamente, sí, pero, ¡caray! Aaron Bryant se dedicaba a enviar mensajes de texto mientras su hermano Chase y Millie, la hermana de Zoe, pronunciaban sus votos matrimoniales.

Aquel hombre era increíble. Un idiota integral. Muy sexy, sí; alto, de hombros anchos y exudando autoridad por todos los poros. También exudaba una arrogancia petulante que hacía que Zoe quisiera darle patadas en la espinilla... o un poco más arriba. Si hubiera podido, habría estirado el brazo por encima de la cola del vestido color crema de su hermana y le habría arrancado el móvil de los dedos. Dedos largos y finos, con uñas cuidadosamente recortadas, ¿pero quién se fijaba en eso? Ella, desde luego, no.

Centró su atención en el ministro. Aaron era multimillonario y asistía regularmente a los actos más elitistas de Manhattan. ¿Podía desconocer la etiqueta más elemental? A juzgar por su comportamiento desde que llegara tres cuartos de hora tarde al ensayo la noche anterior, claramente impaciente y aburrido, Zoe creía que sí.

Miró a Millie, que afortunadamente no había visto el móvil. Estaba hermosa y radiante de un modo que Zoe no le había visto nunca, con los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas. Exudaba felicidad.

Zoe reprimió una pequeña punzada de algo parecido a la envidia. Ella no buscaba su pareja ideal. Había tenido demasiadas no ideales para creer que podía existir el hombre perfecto... o para querer buscarlo en caso de que existiera. Chase Bryant era encantador, amable y muy atractivo.

Como su hermano.

Volvió a mirar a Aaron. Seguía con el teléfono. No era encantador ni amable, pero definitivamente, sí atractivo. Tenía labios bonitos, aunque los frunciera con irritación como en aquel momento. Labios llenos, bien esculpidos y, al mismo tiempo, totalmente masculinos. De hecho, todo en aquel hombre irritante era increíblemente masculino, desde la amplitud de los hombros hasta los ojos casi negros y el pelo o la curva de la espalda y el muslo...

–Por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro marido y mujer.

Zoe volvió la vista con el tiempo suficiente de ver el beso de Millie y Chase, y a Aaron guardar el teléfono en el bolsillo de la chaqueta de su traje.

Imbécil.

Los asistentes aplaudieron espontáneamente y Millie se tomó del brazo de Chase para salir de la iglesia. Aaron los siguió y Zoe, como dama de honor, tenía que acompañarlo por el pasillo. Lo tomó del brazo, consciente de que era la primera vez que lo tocaba y consciente también de la fuerza de su brazo, de su hombro poderoso a poca distancia de la mejilla de ella y de los dedos de ella muy cerca del bolsillo de él... el bolsillo del móvil.

Zoe no pensó mucho lo que hacía. Con el pretexto de colocarse mejor el vestido, introdujo más el brazo en el de Aaron, deslizó los dedos en el bolsillo y agarró el teléfono.

Luke, el otro hermano de Chase, y Aurelie, su prometida, se colocaron tras ellos y salieron a los escalones de la iglesia y al sol de verano de la Quinta Avenida. Aaron apartó el brazo sin ni siquiera mirarla y Zoe sacó el teléfono del bolsillo y lo escondió en los pliegues de su vestido.

Aunque habría dado igual que no lo escondiera, pues ella ya había dejado de existir para Aaron, que miraba a su hermano como si fuera un puzle que no entendía y se tocaba con aire ausente el bolsillo. El bolsillo que ya no tenía el teléfono.

Zoe aprovechó para guardarlo entre las flores de su ramo. Tiró de la cinta y el encaje; habría sido imposible adivinar que estaba allí.

No había previsto hacer nada con el teléfono, solo quería ver la cara de él cuando se diera cuenta de que no lo tenía.

Alguien se acercó a él y Aaron apartó la mano del bolsillo y se giró a hablar con esa persona, a la que Zoe no conocía. Ella no se relacionaba con ese tipo de personas.

Pero sí era el de Millie y, desde luego, el de Chase. Millie se había casado con un miembro de la familia Bryant, un trío de hermanos que salían regularmente en las páginas de sociedad. Aaron salía también mucho en la prensa rosa. Cuando Zoe hojeaba las revistas en los periodos en los que había poco trabajo en la cafetería, casi siempre veía una foto de él con alguna rubia despampanante. A juzgar por el modo en que la había ignorado desde que los habían presentado la noche anterior, las castañas delgaduchas no eran su tipo.

–Zoe, el fotógrafo quiere fotos del grupo de la boda –Amanda, su madre, se acercó a ella. Iba muy elegante con un vestido de seda azul pálido–. Y creo que hay que colocarle la cola a Millie, querida. Ese es tu trabajo, ¿sabes?

–Sí, mamá, lo sé.

Era la segunda vez que era dama de honor de Millie. Y aunque no fuera, ni remotamente tan organizada como su hermana, sí podía cumplir con su deber. Desde luego, le había montado una despedida de soltera espectacular a la novia.

Sonrió al recordar a su estirada hermana cantando en un karaoke del East Village y se acercó al grupo de la boda, que seguía en los escalones de la iglesia. El fotógrafo quería que caminaran las dos manzanas que había hasta Central Park y Chase parecía preferir la idea de relajarse con una cerveza.

–Vamos, Chase –dijo Zoe cuando se colocó a su lado–. Dentro de un par de meses te alegrarás de tener esas fotos. Y Millie y tú podéis invitarme a ir a verlas.

Chase sonrió.

–No sé a quién torturaría más eso.

Zoe rio con suavidad y procedió a colocar la cola de Millie.

–¿Te ha enviado mamá? –preguntó esta.

Zoe sonrió, pero no contestó. Echaron a andar hacia Central Park.

Una hora después, habían terminado las fotos y Zoe circulaba por el opulento salón de baile del hotel Plaza, con una copa de champán en la mano. Seguía pendiente de Aaron porque todavía quería verle la cara cuando se diera cuenta de que no tenía el teléfono. Durante las fotos, ella había aprovechado para cambiarlo a su bolso y había tenido la impresión de que la pantallita luminosa brillaba con aire acusador. Había once llamadas perdidas y ocho mensajes de texto. Aaron era una persona muy importante. ¿Lo llamaría una amante despechada para suplicarle que volviera o sería por un tema de trabajo? Fuera como fuera, seguramente podría pasar sin ello un par de horas.

Era fácil seguirle la pista en el salón de baile. Era más alto que ninguno de los presentes y, además, exudaba poder y autoridad de un modo que hacía que todas las mujeres lo miraran anhelantes, y Zoe estaba casi segura de que él lo sabía. Caminaba con la arrogancia de alguien que nunca ha tenido que esforzarse por conseguir una cita... ni un encuentro sexual.

Zoe hizo una mueca. Aquel hombre le caía muy mal, y eso que todavía no habían sostenido una conversación. Pero seguramente lo harían, pues estaban sentados juntos en la mesa del banquete. Aunque, bien pensado, Aaron parecía muy capaz de ignorar a una mujer sentada a su lado. Después de todo, se había dedicado a poner mensajes durante la ceremonia de la boda.

 

 

Aaron Bryant miraba a la multitud con impaciencia cada vez mayor. ¿Cuánto tiempo tendría que quedarse? Sabía que era la boda de su hermano y que él era el padrino, dos razones importantes para quedarse hasta el final. Por otra parte, empezaba a perfilarse un desastre en potencia con algunas de sus inversiones en Europa y sabía que tendría que supervisar de cerca a todas las partes interesadas si quería que Empresas Bryant capeara la crisis. Deslizó automáticamente la mano en el bolsillo donde guardaba el teléfono, pero recordó, con irritación y una punzada de alarma, que ya no estaba allí. Lo había tenido durante la boda, y él no solía dejarlo en cualquier parte. ¿Dónde se había metido? ¿Se lo habían robado de camino a Central Park? Suponía que era posible, y muy frustrante.

La gente había empezado a moverse hacia las mesas y Aaron lanzó un suspiro de resignación y decidió que se quedaría al menos a la cena. Por suerte, su teléfono tenía una copia de seguridad en el ordenador y podía acceder a todo lo que necesitaba en el despacho. Estaba protegido por una contraseña, así que no tenía que preocuparse por las filtraciones de información y, en cuanto llegara al despacho, podría rastrearlo. Pero no le gustaba estar sin él. Nunca estaba sin su móvil, y había demasiado en juego para que pudiera estar mucho tiempo sin entrar en contacto con sus clientes.

Se acercó a la mesa de los novios, dispuesto a pasar un par de horas interminables. Millie y Chase estaban absortos en su mundo, cosa que no podía reprocharles, y su relación con Aurelie, la prometida de su hermano Luke, era, en el mejor de los casos, incómoda.

Unos meses atrás, había intentado intimidarla para que dejara a Luke y no lo había conseguido. Su intención había sido proteger a Luke y también, por qué no, a Empresas Bryant. Aurelie era una antigua estrella de pop venida a menos a quien la prensa rosa ridiculizaba a diario y, por lo tanto, no era una persona a la que Aaron quisiera ver asociada con su familia. Cierto que ella había protagonizado una especie de cambio el año anterior, pero la relación de Aaron con Luke y con ella seguía siendo bastante tensa.

Se sentó en su silla y les dedicó una sonrisa forzada. No podía hacer más. Su mente bullía con el estrés del trabajo y la media docena de crisis que amenazaban con explotar en auténtico caos. Una mujer se sentó a su lado y Aaron la miró sin el menor interés.

Zoe Parker, hermana de Millie y dama de honor. No había hablado con ella ni la noche anterior ni esa mañana, pero suponía que tendrían que conversar durante la cena. Era bastante bonita, con ojos grandes grises y pelo largo oscuro, aunque su cuerpo, fibroso y delgado, no era de su tipo. Lo miró con una extraña sonrisa de suficiencia.

–¿Cómo va todo, Aaron? ¿No te importa que te llame Aaron?

–Claro que no –él le devolvió una sonrisa forzada–. Después de todo, somos casi de la familia.

–Casi de la familia –repitió ella–. Es verdad –se echó el pelo largo y casi negro sobre los hombros y le dedicó otra sonrisa. ¿De coquetería? No, cómplice. Como si supiera algo de él, algún secreto.

Absurdo.

Aaron volvió su atención a la ensalada de nueces y queso azul que tenía en el plato. Acababa de tomar su primer bocado cuando oyó un zumbido familiar... un mensaje de texto o de voz. Se llevó instintivamente la mano al bolsillo, y lanzó una maldición silenciosa. No podía ser su teléfono el que vibraba. El sonido se repitió y Aaron vio que procedía del pequeño bolso que Zoe había dejado al lado de su plato.

Lo señaló con la cabeza.

–Creo que suena tu móvil.

Ella lo miró y enarcó las cejas.

–Yo no he traído mi móvil.

Aaron la miró sorprendido. Volvió a su ensalada.

–Pues algo vibra en tu bolso –comentó.

–Eso es un eufemismo –dijo ella. Aaron no contestó, pero sintió una punzada de algo. No lujuria precisamente; interés, quizá, pero solo una punzada–. Además –continuó ella–, ese no es mi móvil.

Algo en el modo en que lo dijo, tan cómplice y tan provocativo, hizo que Aaron se girara a mirarla con recelo. Ella sonrió con dulzura, con los ojos brillantes de malicia.

–¿Y de quién es, pues? –preguntó él con amabilidad, o al menos su intención era ser amable, pero aquella mujer empezaba a irritarlo en serio.

Zoe no pudo contestar porque alguien había golpeado su copa de vino con el tenedor y Millie y Chase cedieron a la petición popular y se besaron entre vítores. Aaron volvió a su ensalada, decidido a ignorar a su compañera de mesa.

El teléfono volvió a vibrar y Zoe hizo un ruidito con la boca y tomó su bolso.

–Alguien recibe muchos mensajes –dijo. Abrió el bolso y sacó el móvil de él.

Zoe pensó que la cara que puso Aaron no tenía precio. Abrió mucho la boca y miró el teléfono en la mano de ella. La joven observó la pantallita y vio que había catorce mensajes de texto y nueve de voz; movió la cabeza y volvió a guardarlo en su bolso.

Miró a Aaron y vio que había recuperado la compostura. Había achicado los ojos y tenía la boca apretada en una línea muy dura. Parecía que estuviera tallado en mármol, con la cara de granito y sí, asustaba un poco. Pero también resultaba hermoso, como un ángel oscuramente terrorífico.

A Zoe le dio un vuelco el corazón y tendió la mano hacia su panecillo como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

–¿De dónde has sacado ese teléfono? –preguntó él en voz baja y sonora.

Ella tragó un trozo de pan y sonrió.

–¿De dónde crees tú?

A él le brillaron los ojos y la miró de hito en hito.

–De mi bolsillo.

–¡Bingo!

Él movió lentamente la cabeza.

–O sea que eres una ladrona.

Ella echó la cabeza a un lado como si pensara en la afirmación de él, aunque el corazón le latía con fuerza y la adrenalina corría por sus venas.

–Eso es un poco duro.

–Me has robado el móvil.

–Yo prefiero pensar que lo he tomado prestado.

–Tomado prestado.

Ella se inclinó hacia delante; el enfado reemplazaba ya cualquier miedo que hubiera podido sentir.

–Sí, tomado prestado mientras dure la recepción de la boda de mi hermana y tu hermano. Porque, por muy magnate de los negocios que seas, Aaron Bryant, no puedes enviar mensajes de texto durante una ceremonia de boda y no quiero que les arruines el día a Millie y Chase.

Él la miró con las mejillas pálidas y un brillo oscuro en los ojos. Estaba furioso, muy furioso, y Zoe sintió una chispa de... ¿miedo? Tal vez, pero también algo más. Algo parecido a la excitación. Tocó sonriente el bolso, donde el teléfono vibraba todavía. Aquel hombre recibía muchas llamadas.

–Te lo devolveré cuando Millie y Chase salgan de luna de miel.

La expresión de Aaron se volvió tormentosa y se inclinó hacia delante, con todas las líneas de su cuerpo irradiando furia contenida.

–Lo quiero ahora.

–Me parece que no.

Tomó el bolso y se lo puso en el regazo. Aaron enarcó una ceja con incredulidad.

–¿Crees que eso me va a detener? –murmuró.

Su voz sonaba casi seductora. Zoe sintió carne de gallina por todo el cuerpo. Antes de que pudiera contestar, Aaron deslizó una mano debajo de la mesa. Zoe se puso tensa cuando sintió esa mano a lo largo del muslo. Aquel hombre era muy audaz, eso desde luego. Audaz y temerario.

Sintió los dedos en la parte interna del muslo y la palma cálida a través de la seda fina del vestido. Para irritación suya, la invadió un deseo básico y abrumador. Se movió en el asiento y, justo cuando la mano de Aaron llegaba al bolso, ella sacó el teléfono de allí.

–Dame el móvil, Zoe.

La mano de él seguía apretada en su regazo, y Zoe podía sentir todavía su cuerpo vibrando de deseo. ¡Y solo le había tocado la pierna! Tenía que controlarse y recordar que todo aquello era por el móvil y nada más.

Alzó la mano con la que apretaba el móvil por encima de la mesa y negó con la cabeza.

–No.

Aaron apretó los labios.

–Podría quitártelo a la fuerza.

A ella no le cabía duda de eso.

–Harías una escena –comentó.

–¿Crees que me importa?

Zoe sabía que no. Teniendo en cuenta su comportamiento hasta el momento, probablemente no le importaba nada. Lo imaginó arrancándole el teléfono de la mano. Sería como quitarle un caramelo a un niño. Ella no podía nada contra la fuerza de él y no le apetecía nada la idea de soportar la burla victoriosa de él el resto de la velada.

Impulsivamente, deslizó el teléfono en su escote con los ojos fijos en los de él. A él le brillaron los ojos de un modo que hizo vibrar con más fuerza el cuerpo de ella.

–Eso queda un poco... extraño –comentó Aaron.

Zoe bajó la vista y vio su escote oscurecido por un bulto en mitad del vestido. Era cierto que quedaba un poco raro.

–Eso tiene fácil arreglo –musitó.

Tiró del vestido de tirantes y consiguió colocar el móvil plano bajo sus pechos. Seguía quedando un poco raro, pero no demasiado.

Aaron se recostó en su silla y movió la cabeza con lentitud.

–Eres de lo que no hay.

–Me tomaré eso como un cumplido.

–No pretendía serlo.

–De todos modos.

Él soltó una risita dura y volvió a echarse hacia delante.

–¿Crees que no puedo sacar el móvil de tu vestido? –murmuró.

Zoe lo miró.

–No sería fácil.

–Tú no sabes de lo que soy capaz.

–En realidad, a juzgar por tu comportamiento hasta el momento, creo que tengo una idea bastante buena de lo grosero que puedes llegar a ser –contestó ella–. Pero creo que ni siquiera tú te atreverás a sobar a una dama de honor en el banquete de bodas.

Aaron la miró unos segundos como si la valorara. Su rostro se había vuelto inexpresivo, lo que ponía nerviosa a Zoe, pues no podía saber lo que pensaba. Luego él se encogió de hombros y volvió a su comida.

–Muy bien –dijo, con voz que denotaba aburrimiento–. Devuélvemelo en un par de horas.

Zoe se sintió decepcionada y comprendió que le había gustado aquella especie de pelea con él. Había sido estimulante y, sí, algo picante. Pero Aaron se concentraba ahora en su ensalada como si ella fuera lo último que tuviera en mente. Zoe suspiró, se movió un poco para colocar mejor el móvil, que sentía caliente y sudoroso contra el pecho, y pensó que al menos le había dado una lección.

 

 

Aaron tenía mucha paciencia. Era una lección que había aprendido en la infancia, cuando su padre lo llamaba al estudio solo para hacerle esperar de pie en la puerta más de una hora mientras terminaba algún asunto trivial.

La lección le había venido bien, pues había necesitado paciencia para reconstruir las Empresas Bryant, que su padre había dejado en la quiebra quince años atrás.

Y la lección volvería a servirle en aquel momento, porque sabía que era solo cuestión de tiempo el que encontrara una oportunidad para arrinconar a Zoe y recuperar su móvil.

No podía por menos de admirar la bravuconería y la tenacidad de ella, aunque todo aquello le irritara considerablemente. Ella era diferente a casi todas las mujeres que conocía, no parecía nada empeñada en causarle buena impresión. De hecho, parecía más bien lo contrario: que quería irritarlo. Y lo estaba consiguiendo.

Una hora después, Zoe se disculpó y se levantó de la mesa. Aaron la vio dirigirse al lavabo, esperó unos segundos y la siguió fuera del salón de baile.

El lavabo de mujeres era uno de esos ridículos aposentos femeninos, con silloncitos y cajitas de kleenex bordadas. Aaron entró y se llevó un dedo a los labios cuando una mujer mayor que se aplicaba un pintalabios hortera de color rojo brillante lo miró atónita.

–Quiero darle una sorpresa a mi novia –susurró él. Hizo el gesto de apoyarse en una rodilla, como para una proposición matrimonial. La mujer se sonrojó intensamente, inclinó la cabeza comprensiva y salió apresuradamente.

Aaron se quedó a solas con Zoe.

Oyó el ruido de la cadena y retrocedió para que ella no lo viera al salir del váter. La vio acercarse al lavabo y lavarse las manos tarareando en voz baja. Aprovechó para admirar su figura, que a pesar de ser delgada, tenía curvas agradables, realzadas por el ceñido vestido de seda rosa. Aaron pensó que tenía un buen trasero y piernas largas y finas. No solía fijarse en el trasero de las mujeres, pero descubrió que no podía apartar la vista del de Zoe y su cuerpo respondió del modo más elemental.

Entonces ella alzó la vista y abrió mucho los ojos al verlo en el espejo a poca distancia de ella, acechante como una sombra oscura.

–Hola, Zoe.

Ella se volvió despacio, secándose las manos.

–Esto es el lavabo de señoras –comentó con ligereza.

–Lo sé.

–¿Y qué haces aquí?

Aaron dio un paso hacia ella y le complació ver que abría un poco más los ojos. Hacía bien en tenerle miedo. O, si no miedo, en ponerse nerviosa.

–¿Qué crees tú? Quiero mi teléfono.

Ella se cruzó de brazos.

–Lo siento. Tendrás que esperar a que termine la recepción.

–Me parece que no.

Ella entreabrió los labios y algo brilló en sus ojos. ¿Miedo? No, era excitación. Él la sintió también, una sorprendente vibración en su cuerpo. Ella no era su tipo y, sin embargo, en aquel momento supo que estaba deseando meterle la mano en el vestido.

–¿Y cómo crees que lo vas a recuperar? –preguntó ella con voz ronca.

–Muy fácil –respondió él.

Avanzó otro paso hacia ella, que quedó apresada contra el lavabo y con la cabeza alzada hacia él. No se movió ni intentó escapar. ¿Se preguntaba si él se iba a atrever o quería que lo hiciera? Quizá lo deseaba tanto como él.