Bienvenido al Club - Diego Camargo - E-Book

Bienvenido al Club E-Book

Diego Camargo

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Beschreibung

Bienvenido al Club: Una guía masculina de coctelería para superar la ruptura Diego Camargo, luego de treinta años como comediante, guionista, presentador y director, se lanza como autor para escribir una divertida novela que funciona, a la vez, como un manual de supervivencia al divorcio y como una guía de cócteles que le ayudarán al lector a descubrir su propio camino cuando el matrimonio ha llegado a su fin. Con una mezcla de anécdotas autobiográficas hilarantes, consejos útiles de autosuperación y una buena dosis de alcohol, este libro es una montaña rusa de desencuentros y emociones con el que Camargo ofrece una solución poco convencional al dolor de una separación y con el que nos enseña que, muchas veces, el mejor remedio para un corazón vacío es un buen trago. Porque un cóctel no es una respuesta, pero ayuda a olvidar cuál era la pregunta…

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© 2024, Diego Camargo

© 2024, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7667-73-0

Edición:

Isabela Cantos Vallecilla.

Diseño y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez R.

Fotografía de cubierta:

Sebastián López

Locación de las fotos:

@astoriarooftop by Grupo Altasvistas

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.), sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras Grupo Editorial apoya la protección del copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A Ana,

porque es mi amor eterno y seguro.

A Alexandra,

porque me devolvió la sonrisa y

las ganas de ser lo que soñemos.

Y a mí,

porque siempre quise

que me dedicaran un libro.

CONTENIDO

Capítulo 1CADA DÍA DE TU VIDA ES UNA BATALLA… A LA QUE APARENTEMENTE YA NO SE PUEDE IR CON PELO EN EL PECHO

ALOE CAIPIROSKA

Capítulo 2SI AMAS A ALGUIEN, DÉJALA LIBRE… SI REGRESA, SIEMPRE FUE TUYA. SI NO, MÉTETE A TINDER

JALAPEÑO MARGARITA

Capítulo 3UNA SEPARACIÓN ES TAMBIÉN UNA NUEVA OPORTUNIDAD DE VIDA Y MEJOR SI EMPIEZA EN UN BAR

PISCO SOUR

Capítulo 4SOLO IMAGÍNATE LO PRECIOSO QUE PUEDE SER ARRIESGARSE DE NUEVO Y QUE TODO TE SALGA BIEN… A MENOS QUE VUELVAS A METER LA PATA

PENICILLIN

Capítulo 5LAS VERDADERAS HISTORIAS DE AMOR NO TIENEN FINAL, PERO SÍ EPITAFIO

BLACK RUSSIAN

Capítulo 6EN LA JUVENTUD APRENDEMOS Y EN LA VEJEZ ENTENDEMOS… A MENOS QUE EN LA JUVENTUD NO HAYAMOS APRENDIDO NADA

OLD FASHIONED

Capítulo 7PARA SER FELIZ, IGNORA LOS JUICIOS, AUNQUE ESO NO QUIERE DECIR QUE LOS JUICIOS TE VAYAN A IGNORAR A TI

ESPRESSO MARTINI

Capítulo 8QUE TODAS LAS NOCHES SEAN DE BODAS Y DE LUNAS DE MIEL: LA CLAVE DEL FRACASO

MULATA

Capítulo 9LOS MEDIOCRES ESPERAN UNA OPORTUNIDAD Y LOS FUERTES SALEN A BUSCARLA… EN CUANTO DEJE DE LLOVER, VOY YO POR LA MÍA

VODKA TONIC

Capítulo 10EL MEJOR MOMENTO PARA CELEBRAR ES SIEMPRE… PERO QUE NO LLEGUE NINGUNA EX A LA FIESTA

APEROL SPRITZ

Capítulo 11LA MEJOR FORMA DE PREDECIR EL FUTURO ES CREÁNDOLO… PERO NO TE EQUIVOQUES LEYENDO EL PRESENTE

MOLOKO PLUS

Capítulo 12VIVIR AL ABRIGO DE TU CORAZÓN Y LLAMARLO SIEMPRE HOGAR, ESO ES MEJOR QUE MUDARSE A UN APARTAMENTO GOMELO

GRAN GATSBY

Capítulo 13EN EL TRABAJO SE APRENDE MÁS DEL FRACASO QUE DEL ÉXITO, O SEA QUE DEBO SER UN GENIO

AIR AMBASSADOR

Capítulo 14ANTES DE DESCUBRIR UN ALMA GEMELA, PRIMERO DEBES DESCUBRIR TU ALMA… Y PARA ESO DEBES HABER BEBIDO BASTANTE

WE ARE THE CHAMPIONS

Capítulo 15CADA PUERTA QUE SE CIERRA EN TU VIDA ABRE UNA VENTANA, SOLO ASEGÚRATE DE QUE NADIE SE META A ROBAR

CLOUD NINE

Capítulo 16DE UNA PEQUEÑA SEMILLA, UN TRONCO PODEROSO VA A NACER. TÚMBALO Y ÚSALO EN EL ASADO

SANGRÍA DE CERVEZA

Capítulo 17TU GRAN OPORTUNIDAD DE SER FELIZ ESTÁ EN DONDE TE ENCUENTRES AHORA, POR ESO LLEVA SIEMPRE PRESERVATIVOS

SEX ON THE BEACH

Capítulo 18LOS HIJOS SON LA CONTINUIDAD DE UNO MISMO… ¡HAZTE UNA VASECTOMÍA YA!

AUNT ROBERTA

Capítulo 19LA VIDA ES CORTA: VIVE APASIONADAMENTE Y HUYE ANTES DE QUE LA COSA SE PONGA SERIA

MANZANILLA AL VIEJO ESTILO

Capítulo 20HIJA, CADA VEZ QUE ME NECESITES, ALLÍ ESTARÉ… EXCEPTO CUANDO QUIERAS UNA MOTO

MILK PUNCH

Capítulo 21LOS AMIGOS SON COMO LOS PERFUMES: LOS BUENOS DURAN MUCHO TIEMPO Y LOS MALOS DEJAN DE SENTIRSE CUANDO SE ACABA LA FIESTA

LONG ISLAND ICED TEA

Capítulo 22EL AMOR ES COMO UN VECINO COSTEÑO: TOCA A TU PUERTA CUANDO ÉL QUIERE, NO CUANDO LO ESPERAS

GIBSON

Capítulo 23EL TIEMPO TODO LO CURA, PERO ES MEJOR SI ESE TIEMPO LO PASAS CON OTRA

ORGASMO

Capítulo 24EMPIEZA YA A SER QUIEN ERES EN LUGAR DE CALCULAR QUIÉN VAS A SER… AUNQUE ESO SOLO LE SIRVA A KAFKA

CANELAZO

Capítulo 25LA INTIMIDAD ES LA MEJOR FORMA DE UNIRTE A ALGUIEN, A MENOS QUE ODIES A ESE ALGUIEN

PASIÓN

Capítulo 26LOS HIJOS SON EL ANCLA DE NUESTRA VIDA CUANDO NOS SEPARAMOS: SIEMPRE NOS JALAN HASTA EL FONDO

FLYING SCOTSMAN

Capítulo 27NADIE VALORA LO QUE TIENE HASTA QUE SABE QUE ESTÁ SALIENDO CON UN PELMAZO

MOSCOW MULE

Capítulo 28CUANDO VEAS LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL, ASÚSTATE. PUEDE SER UN CARRO QUE ESTÉ YENDO EN CONTRAVÍA

CAIPIRINHA

Capítulo 29LA POSE MÁS ENREDADA DEL YOGA ES CUALQUIERA QUE QUIERAS PRACTICAR TÚ

BLUE LAGOON

Capítulo 30HASTA QUE LA MUERTE (O UN JUEZ, PARA NO SER TAN DRÁSTICOS) NOS SEPARE

RUSTY NAIL

Capítulo 31MENTE SANA EN CUERPO SANO: MI MENTE EN MI CUERPO

OTTOMAN CARTEL

Capítulo 32LAS 50 SOMBRAS DE GRACE: UNA FORMA DIFERENTE DE VOLVER A EMPEZAR

PIÑA COLADA

Capítulo 33QUE LA VIRGENCITA MARÍA NOS CUBRA CON SU MANTO, QUE MARÍA NOS RECOJA O QUE NOS TOMEMOS UN BLOODY MARY PARA OLVIDAR

BLOODY MARY

Capítulo 34TUS ALAS YA EXISTEN, SOLO DEBES PERDERLE EL MIEDO AL AVIÓN

MIND ERASER

Capítulo 35UNA PLAYA LLENA DE ARENA Y UN CORAZÓN LLENO DE DESAMOR

BASIL SMASH

Capítulo 36EL ÚNICO HOMBRE QUE NUNCA HIRIÓ A NADIE… ANDABA HERIDO

MOJITO

Capítulo 37TENER UN LIBRO, ESCRIBIR UN ÁRBOL Y PLANTAR UN HIJO

DESTORNILLADOR

Capítulo 38CUANDO SE DEJA TODO ATRÁS, UNO SE PUEDE FIJAR EN LO QUE HAY ADELANTE AUNQUE HAYA QUE VOLVER A EMPEZAR

GIN & TONIC

AGRADECIMIENTOS

Capítulo 1

CADA DÍA DE TU VIDA ES UNA BATALLA… A LA QUE APARENTEMENTE YA NO SE PUEDE IR CON PELO EN EL PECHO

En el orden natural del universo, ¡los hombres no deberíamos estar depilados!

No he visto el primer documental de la vida salvaje en el que el macho de una especie (a menos que se trate de un reptil) ejecute su ritual previo al apareamiento despojado de su viril capa de pelo.

Así las cosas, ¿por qué en el mundo moderno las hembras homo sapiens esperan que su macho alfa aparezca desvestido de su protección natural contra el calor y el pegote resbaladizo del sudor antes de batirse juntos en duelo amatorio?

Duré diecisiete años casado… y durante las casi dos décadas que acudí a mis encuentros sexuales, reglamentados por el contrato nupcial, mi esposa jamás se quejó del pelamen. ¡Y mucho menos me pidió que llegara depilado, luciendo como un banano gigante o como un bebé hiperdesarrollado!

Parece que las cosas son diferentes ahora. En pleno siglo XXI, las chicas pueden estar con su cuerpo como les plazca, pero parece ser que a nosotros nos exigen remover cualquier pilosidad solo para ver hasta dónde estamos dispuestos a llegar por ellas.

Por mí, que se sigan arrancando el vello corporal o que se lo dejen crecer hasta que parezcan usando camuflaje de francotirador, no tengo problema alguno. Pero no me sometan al horrendo proceso de la depilación con cera que es, tal vez, el acto más doloroso que podamos vivir los hombres (después de sentarnos en un testículo a los 48 años, claro).

Aunque, para ser sinceros, ninguna mujer me lo exigió. Mi primera depilación con cera fue una idea de Alberto y Eduardo, mis dos mejores amigos, quienes, al parecer, se preocupan demasiado por mi vida amorosa después del divorcio y creen que dos meses de soltería sin una sola cita son una señal de que me estoy volviendo un ermitaño.

Por eso me invitaron a almorzar, me hablaron del romance en la actualidad, me diagnosticaron «hiperpelismo», reservaron una cita en el depilatorio y me comprometieron a venir, pero ninguno de ellos me acompaña ahora. Les parece que verme desnudo puede poner en riesgo nuestros treinta años de amistad y respeto mutuo.

Debo advertir lo siguiente: para llegar al depilatorio hay que encajarse un generoso vaso del coctel llamado aloe caipiroska (que, a la postre, resulta ser como una pequeña venganza personal cuando uno ve la receta del trago) porque, en cuanto acepté ir al spa, empezó mi proceso de degradación.

Debí leer todo eso como una señal, como el preámbulo de los acontecimientos, malentendidos, metidas de pata y pequeños triunfos de los que sería protagonista durante el siguiente año y medio y que me han convertido en el objeto de burlas de mis amigos, aunque también en su nuevo ídolo.

Todo empezó cuando crucé la puerta del depilatorio para convertirme en un neosoltero sin asomo de vello capilar.

Bastó con poner un pie dentro de la Clínica de Belleza y Relajación (título que, como descubriría pronto, no tenía nada que ver con la realidad) para que se abalanzara sobre mí un señor vestido de asistente psiquiátrico averiguando mi nombre.

Luego me llevó a un salón minúsculo y me dotó de chancletas, toallas y un locker mientras me pedía que me desnudara y me relajara (claro, yo empeloto me pego unas relajadas…).

Para «relajarme» me dieron una batola de algodón semitransparente que solo me llegaba hasta el escroto, me regresaron a la recepción del spa y decidieron que era un acto de cortesía presentarme a todos los que allí laboraban: Yuri, la que atiende las llamadas; Luzlady, la recepcionista; Claudia, la de citas; Esthercita, la que hace los tintos; Ernesto, el mensajero en moto, y Adriana, la que me iba a hacer la depilación.

Una vez que me condujeron a la camilla de desplumado, me dejaron esperando unos minutos y salió de una puerta una mujer con bata y un contenedor de cera humeante. Ella, quien inmediatamente me recordó a una suerte de sacerdotisa del mal, se me acercó a la pierna diciendo palabras tranquilizadoras al tiempo que yo la observaba, incapaz de articular sonido alguno.

Cuando estuvo al pie de la camilla, me tocó la pierna y empezó a preguntarme cosas para calmarme (como los asesinos en serie hacen con sus víctimas), pero en realidad me puse más nervioso:

—¿Esta es tu primera depilación con cera?

—Sí, señora… —le respondí.

—¿Y tienes buena tolerancia al dolor?

—¿Por qué? —Empecé a temblar.

—Por curiosidad… ¿Y sufres de quemaduras con facilidad? —Quiso saber.

—¿Por qué? —pronuncié con temor.

La señora sumergió en cámara lenta un palo de paleta en la cera caliente y comenzó a esparcírmela en el muslo.

¡Acá todo empeoró! Los hombres no estamos diseñados para soportar calor en ninguna parte de la piel. He visto a chefs experimentados llorar por voltear una arepa en el sartén con guantes puestos y a abuelas nonagenarias sacar patacones del aceite hirviendo con las manos y sin demostrar sensación alguna.

Mientras se me desfiguraba la cara sin control, con los gestos propios de un poseído, la malévola depiladora intentó distraerme preguntando si tenía esposa o hijos mientras me pegaba una cosa similar a un papel calco en la cera aún caliente. Aunque cualquiera dotado de instinto de supervivencia hubiera sospechado una traición que se acercaba, el animal masculino es incapaz de responder a una pregunta que lo obligue a usar la parte racional de su cerebro y, al mismo tiempo, advertir el riesgo que se aproxima.

Yo trataba de organizar una respuesta coherente mientras observaba, atónito, cómo me adhería dos papeles pegajosos al pelamen del muslo y cómo la sustancia se solidificaba con velocidad. Era como si alguien me hubiera dejado caer una oblea encima.

Medio segundo después de que intenté responder y explicar que me había separado hacía unos meses, alcancé a notar que el súcubo depilador agarraba las puntas del papel, me miraba a los ojos, sonreía con media boca por una fracción de segundo y…

¡Se abrieron las puertas del infierno!

La mano de la verduga hizo un movimiento veloz, arrancando papel, cera, todos los vellos que conservaba desde la adolescencia y, podría jurarlo, toda la capa superficial de la epidermis.

Automáticamente, si somos honestos, doña Gloria, la de Metrocable, podría pasar por jefa de protocolo de la Presidencia comparada conmigo y el rosario de groserías que por instinto derramé sobre la oficial de la SS que aún seguía efectuando su procedimiento.

¡¡¡JUÁCATE!!! ¡Así sonaba mientras la depiladora se llevaba otro parche de mi pelo!

—¡¡¡¡¡PIEDAAAD!!!! —grité.

¡JUÁCATEEE! ¡¡La rodilla quedó lampiña!!

—¡¡MÁTENME!! —supliqué.

¡JUÁCATE! ¡Desapareció el pelo de parte del muslo!

—ALBERTO Y EDUARDO, ¡LOS ODIO, HIJUEP…! —espeté, pero no pude terminar.

¡JUÁCATE! La señora de la depilación empezó a sudar.

—¡¿Qué le hice, señora?! ¡¡¿¿QUÉ LE HICE??!! —grité.

¡JUÁCATE! Adiós al pelo de la parte externa de la pierna.

—¡¡PADRE!! ¡Perdónala porque que no sabe lo que hace! —les rogué a los cielos con lo que quedaba de mi persona agonizante.

¡JUÁCATE! ¡Ahora el borde interno!

—¡¡AAHHGG!! ¡No, Padre! ¡Mejor mátala! ¡¡¡Que sufra!!! —imploré.

—¡Ahora el bikini! —dijo ella mientras yo intentaba entender a qué se refería.

—¿Qué es el bikini? —pregunté con mi último aliento antes de escuchar un «JUÁCATE» más… y perder la conciencia.

Desde entonces, doy este consejo: si alguien se va a depilar, debe meterse en la cabeza que, una vez que se despierte del desmayo por dolor, tiene que correr a la casa (o mejor caminar despacio porque el roce continuo puede ser insoportable los primeros tres días) y hacerse otro aloe caipiroska.

¿La razón? Se trata de una bebida con aloe vera… El mismo menjurje que usan las esteticistas para todo, incluso para curar las quemaduras resultantes del desollamiento por el que acababa de pasar.

Es casi una pequeña venganza personal: si el aloe es bueno para la piel irritada, puede darle otro significado rehidratante a la garganta y a mi menospreciada virilidad de macho alfa.

No nos acomplejemos, ¡si nos fuimos de spa, nos fuimos con el aloe caipiroska y todo!

Salud.

ALOE CAIPIROSKA

Si me preguntan, este es uno de los cocteles más sencillos y ricos que se pueden hacer, en especial si aún no se han metido de lleno en el mundo de la coctelería.

Es refrescante, suave y puede uno mandarse tres sin que se le trabe la lengua.

Por sus notas amargas y dulces, que brindan confort al alma más derrotada, el aloe caipiroska es mi recomendado para antes y después de una depilación con cera.

El limón en la preparación los ayudará a aliviar la insoportable sensación de haber sido despellejados. El aloe, incluso, podría servir para cicatrizar las heridas y el nivel de vodka los hará flotar pronto en el estado zen que ofrece la media caña.

INGREDIENTES:

50 ml de vodka.

15 ml de jugo de limón fresco.

2 cucharadas de azúcar.

30 ml de jugo de aloe vera.

1 rodaja de pepino delgada.

Medio vaso de hielo helado (preferiblemente, porque, de lo contrario, estaría agregando agua).

PREPARACIÓN:

• Poner todos los ingredientes en una coctelera y agitar durante unos quince segundos para darle tiempo al azúcar de que se integre.

• Mezclar todo muy bien.

• Colar y servir decorando con la rodaja de pepino.

ESTE COCTEL TIENE UNOS DOCE GRADOS DE ALCOHOL, DE MANERA QUE SI SE TOMA CUATRO, PUEDE ANIMARSE A VOLVER AL SPA POR SU BLANQUEAMIENTO ANAL.

Capítulo 2

SI AMAS A ALGUIEN, DÉJALA LIBRE… SI REGRESA, SIEMPRE FUE TUYA. SI NO, MÉTETE A TINDER

—Hermano, la separación es solo el fin de un ciclo que marca el inicio de otro mejor…

Esa frase, viniendo de Alberto mientras metía una manotada de jalapeños entre un vaso de vidrio, se oía profética, pero al mismo tiempo sospechosa. Sentí un escalofrío en la espalda similar al que me invadió cuando recibí el correo electrónico de un príncipe nigeriano que necesitaba sacar su herencia del país y, a cambio de algo de plata que yo debía darle, iba compartir un porcentaje de la fortuna conmigo.

—¡Párele bolas, que ya tiene actitud de que está a punto de arreglarle la vida, chino! —me dijo Eduardo al oído con una sonrisa. Luego se acomodó en el sofá y se puso un cojín en la panza como si lo que fuera a venir tuviera onda de choque.

Eduardo empezó a macerar los jalapeños con un molinillo de chocolate porque no tenía nada más y se lanzó esta joya de la superación personal para recién divorciados como yo:

—No se entristezca por lo que perdió, luche por lo que le queda. No se deje derrotar por lo que murió, defienda lo que nace en usted. No extrañe a quien ya no está, pelee por lo que viene…

Dijo eso y se puso a echarle jarabe dulce a los jalapeños. Por un segundo me miró, satisfecho, orgulloso de la pieza literaria que me había dedicado, seguro de que su frase había calado en lo profundo de mi alma.

Eduardo y yo nos miramos, él puso su mano sobre la mía y me la apretó con firmeza. La complicidad de su sonrisa era lo único que parecía superar el silencio profundo que se había apoderado de la sala. Pasó un tiempo, que podrían haber sido diez segundos o veinte minutos, mientras seguíamos mirándonos con una sonrisa cada vez más dibujada hasta que, por fin, rompimos el silencio.

—¡JAJAJAJAJA! No me crea tan pendejo, Alberto Cohelo —gritaba Eduardo, apretándose el cojín contra el estómago—. ¡A ver! ¡Agarre la chaqueta que nos vamos ya al Salto del Tequendama a buscar suicidas pa’ que los salve con esa epifanía!

Yo también me reía, pero no tanto. La verdad es que, cuando uno lleva tres meses separado, cualquier cosa con la que los amigos traten de animarlo suena fuera de tono, como a burla… pero Alberto tenía una buena intención.

Él mismo se había divorciado hacía un año cuando su ex, Ana María, se fue a vivir a Chile con su «mejor amiga». Y aunque había intentado tener un par de encuentros amorosos (casi siempre en la salida de una taberna por los lados del parque de Lourdes), lo cierto es que se mantenía sexualmente leal a quien fuera su amante desde la adolescencia: su mano derecha (aunque hemos de confesar que cuando le entablillaron el brazo, porque se lo partí sin culpa con una puerta, le fue infiel con la izquierda).

—Bueno, chino, a lo que vinimos. —Calmó la risa para ponerse serio. Luego sacó mi portátil de la maleta, se lo puso en las piernas y lo prendió—. ¿Cómo va con ese perfil?

—Perfecto —le respondí—. Por lo menos mejor que con la depilación.

De hecho, creo que las citas de Tinder y la depilación se parecen en algunos aspectos: en ambos casos es mejor no tener expectativas altas porque puede terminar dolorosamente. También para las dos situaciones es recomendable relajarse y dejarse llevar para no terminar asesinando a nadie. Y, como regla general, ambas vainas suelen durar más de lo que uno puede aguantar sin huir.

—Pero ¿cómo se le ocurre poner su nombre real en el perfil? —gritó Eduardo, alarmado.

—¿Noooo? —pregunté yo, muy intrigado—. ¿Por qué?

—Pues porque usted es Daniel Camacho —contestó rápido Alberto mientras me daba mi vaso de jalapeño margarita recién preparado—. Usted es una figura semipública, un comediante reconocido en este país… en franca decadencia, pero reconocido.

—No puede poner su nombre real en Tinder —complementó Eduardo—. ¿Qué pasa si se encuentra a una mujer que acepte una cita porque usted es Daniel Camacho?

—Pero… —Lo pensé unos segundos—. Pues yo soy Daniel Camacho… Esa es la idea, ¿no? ¿Qué pongo, entonces? ¿Don Jediondo?

Estaba por descubrir que resulta que abrir una cuenta de Tinder es como presentar una entrevista de trabajo, con la diferencia de que en Tinder, si logra uno mentir como se debe, la cosa puede terminar en sexo.

Por eso, parece ser que el truco en esta red social es hacer lo mismo que haría en la hoja de vida:

Escribir una descripción lo menos parecida a la realidad, pero más o menos consecuente con lo creíble.

Escoger una foto de hace quince años en la que no parezca miembro de la secta de Charles Manson.

No poner fotos desnudo a menos que el trabajo lo requiera.

Entender que las posibles parejas buscan divertirse, pero no de la forma en la que uno espera (también pasa en las entrevistas de trabajo: Eduardo una vez tuvo que entrevistar a posibles miembros de su equipo y me contó que, aunque desde el primer minuto sabía quiénes eran los adecuados, citó a seis más a entrevista porque ese día estaba aburrido y quería reírse de alguien que no fuera yo).

No decir que uno es uno porque, de golpe, alguna mujer va a querer salir con uno y no con alguien divertido, pero serio; romántico, pero que respete su independencia; inteligente, pero no egocéntrico, y conversador, pero que sepa escuchar.

Eduardo y Alberto se tomaron dos horas para diseñarme un carácter que ofreciera todo lo que una mujer en Tinder desea. Me sentía viendo trabajar a Spielberg y a Nolan juntos, tratando de inventar el universo, las motivaciones, el pasado, los sueños, las habilidades y las debilidades de un personaje que, en esencia, era yo… pero más real que yo. Me explicaron que mucho de lo que diseñaron no se iba a ver en el perfil, pero sugería verdades subliminales y, sobre todo, era el core de lo que «debíamos» proyectar.

Según mi actual perfil de Tinder, soy Daniele (que es Daniel en italiano) y tengo 43 años (no los 48 que ya cumplí), pero las fotos son de cuando tenía 33 (aunque Eduardo las retocó en Photoshop para añadir exactamente las mismas canas que tengo hoy en la barba para que me viera más maduro y centrado). También soy colaborador de una ONG europea que ayuda a abuelitos con espina bífida desplazados por el conflicto (iban a ser abuelitos con lepra, pero Alberto sugirió que la posibilidad de contagio podría espantar a las interesadas), mi himno es La maldita primavera (según Eduardo, ninguna mujer se resiste a esa canción) y mi frase es: «siempre dispuesto a abrazar la oscuridad para encontrar el amanecer… si me lo permites, puedo abrazarte hasta el despuntar del día» (todavía no la entiendo, pero ambos llegaron a la conclusión de que era lo bastante confusa como para despertar curiosidad y dejar sembrada una promesa). Aparentemente, soy la mejor opción de Tinder en dos kilómetros a la redonda.

Debo decir que esta es la hora en que todavía no sé por qué les hice caso. Mi versión mejorada en Tinder obtuvo interesadas de inmediato, pero Eduardo y Alberto descartaron a la mayoría porque preguntaron si yo era Daniel Camacho.

Luego de un estudio de probabilidades de éxito, decidieron que podía pasar al siguiente nivel con seis candidatas. La primera se llamaba Verónica y la aceptaron porque mandó un mensaje con cuatro emojis de berenjena seguidos… Eso los desconcertó.

Alberto aseguraba que la berenjena indicaba inclinación por la cocina de Oriente Medio o una posible tendencia al veganismo. Decía que tal vez se trataba de una chef cuyo plato favorito era justo el humus de berenjena. Eduardo aseguraba que las berenjenas eran una alusión sexual y que claramente prometían cuatro encuentros amorosos por noche. Yo decidí descartar a Verónica porque mezclé ambas interpretaciones en la cabeza e imaginé que, después de agotarme con cuatro encuentros sexuales, iba a asarme los genitales al fuego de la estufa para luego machacarlos sobre una galleta y comérselos con paprika.

Así que nos limitamos a aceptar citas con cinco de ellas: Camila, Jennifer, Paula, Laura y Ángela. Todas en noches seguidas para, al final de la semana, comparar mis impresiones y clasificarlas por carácter, fuerza, profundidad y cuerpo… Esto era como una cata de vinos, pero con mujeres.

Como ya me había depilado por completo y el ardor había cesado bastante, me acompañaron a mi casa a elegir del clóset una pinta elegante, pero casual; seria, pero con algo de color, y divertida, pero madura, que debía repetir en las citas (lavándola a la mañana siguiente) para lucir igual en cada encuentro. La idea era poder establecer un sistema de medición en el que yo fuera la constante X y ellas la variable Y, de manera que los resultados de la evaluación fueran lo más acertados posibles.

Elegimos un restaurante al que debía ir siempre, en el que vendían cocteles clásicos y platos pequeños que no estuvieran elaborados a base de granos que causaran gases y que no fueran preparaciones demasiado condimentadas que me irritaran el colon. Establecimos un presupuesto de 150.000 pesos por noche y se llevaron de mi apartamento las cosas valiosas por si alguna de mis citas terminaba en mi casa luego de emburundangarme.

Insisto: esta es la hora en la que todavía no sé por qué les hice caso. La primera cita pactada fue Camila, que tenía 32 años y había sido jugadora profesional de fútbol. Toda la media hora del encuentro estuvo hablándome de la Champions y de la necesidad de que en Colombia se estableciera una política de promoción y divulgación del fútbol femenino. Me sugirió que hiciera un show de stand-up comedy sobre la inutilidad de la FIFA y me ofreció unos guayos que ella personalizaba en su empresa, asegurándome que un porcentaje de mi compra iba a apoyar un equipo de fútbol de niñas en Murindó.

Al día siguiente me vi con Jennifer, que en una hora se tomó dos piñas coladas y tres gin & tonics y me habló sin parar sobre mi ascendente libra y la influencia del sol en mi tendencia autoritaria. Por lo que me explicó, cuando nací, la luna estaba en Júpiter, regente de la casa seis, lo que hizo que mi mente estuviera constantemente dominada por emociones exaltadas. Además, por tener a Marte en la casa de mi signo, concluyó que yo iba a terminar fundando un partido político que seguro iba a conducir a Colombia a una nueva guerra civil.

Paula fue la tercera… y estaba furiosa con los hombres. Su infortunio con el género masculino empezó cuando descubrió a su papá con una amante en la cama de ella (de Paula) y se hizo peor cuando se casó a los dieciséis años con un ganadero de Villavicencio que se la pasaba trasteando vacas y aspirantes a reina de la belleza llanera entre el Meta y Casanare. Luego de insultarme por haberme ofrecido a pagar la cuenta, me propuso ir a la finca de su prima en Ubaté para tener sexo en el ordeñadero de vacas. No fui porque me acordé de que no había regado mi suculenta.

Luego fue la cena con Laura, que resultó ser un tipo que se llamaba Ernesto. Me habló de su vida como corredor de seguros y de sus viajes cada abril a pescar en Bahía Solano. Me dijo que no tenía novia desde hacía dos años, pero que tenía encuentros sexuales frecuentes con la mamá de su mejor amigo, que tenía principios de Párkinson, lo que la hacía una bomba sexual. Acababa de vender su BMW y me preguntó si consideraba que se vería mejor manejando una camioneta Jeep de las nuevas, las de platón, o una Vespa. Nunca mencionó una palabra (ni me atreví a preguntar) sobre por qué había abierto un perfil en Tinder bajo el nombre de Laura. Me invitó los tragos y quedamos de ir un día de estos a pescar a un lago de truchas por La Calera, de esos en los que cocinan lo que uno saca. Lo acompañé a la 15 a coger SITP antes de que cerraran Transmilenio y se fue luego de darme un apretón de manos y de decirme que había sido su mejor cita de Tinder en la vida.

Pero el último encuentro, el que tuve con Ángela, fue el más inquietante.

Antes de exteriorizarlo, me merezco un jalapeño margarita como los que hace Alberto en el apartamento que le dejó su exmujer.

Lo que me quedó claro después de todo esto es que Tinder es una de las formas más efectivas de conseguir citas incómodas desde el celular.

JALAPEÑO MARGARITA

Una margarita siempre cabe en cualquier situación. Es festiva, pero también ayuda cuando los ánimos no andan bien. Acompaña un asado o unos nachos… y es de los cocteles más versátiles y fáciles de hacer.

Y esta variación, con jalapeños, es una maravilla picante y misteriosa. Por su acidez, su mezcla con el dulce y el picante resulta ser una joya increíble.

Además debe ser muy saludable porque mi abuela me decía que el jugo de limón tenía mucha vitamina C y prevenía la gripe y otros males.

INGREDIENTES:

1 y ½ tazas de jugo de limón.

1 taza de jarabe de agave.

1 taza de agua.

½ taza de tequila blanco.

5 jalapeños en rodajas con sus pepas y toda la vaina.

Medio vaso de hielo frapé (meter unos 8 hielos en la licuadora y listo).

Sal y chile en polvo para el borde del vaso.

1 rodaja de limón para decorar.

PREPARACIÓN:

• En el fondo de una coctelera, machacar entre una y tres rodajas de jalapeño (dependiendo del aguante con el picante) con el jarabe de agave.

• Agregar el tequila, el jugo de limón y mucho hielo.

• Mezclar bien.

• Untar el borde superior del vaso con un poco de limón y pasarlo sobre la mezcla de sal y chile para que quede como una coronita salada y picante.

• Poner el frapé de hielo en el vaso y colar la delicia del coctel directamente encima.

• Decorar con la rodaja de limón y los jalapeños y ya está.

12,5 GRADOS DE ALCOHOL TIENE ESTE ELIXIR BENDITO Y PICOSO. COMPARTIRLO CON AMIGOS ES INIGUALABLE. Y SI SALEN EN LA FOTO DE TINDER TOMÁNDOSE UNO, LES VAN A LLOVER PRETENDIENTES QUE QUIERAN ALGO DE PICANTE EN SUS VIDAS.

Capítulo 3

UNA SEPARACIÓN ES TAMBIÉN UNA NUEVA OPORTUNIDAD DE VIDA Y MEJOR SI EMPIEZA EN UN BAR

Por alguna razón, en el espejo del baño del bar uno siempre se ve más guapo.

Con tres cervezas de barril en la cabeza y la cita de Tinder esperando en la mesa, uno se lava las manos y, al subir la vista al espejo, descubre ese pedazo de Adonis en frente, observándolo a uno directo a los ojos. Uno no sabe cuánto lleva ese hembro ahí, pero se hace contacto visual y se descubre todo el esplendor de su hombría.

Rara vez me doy una voz de aliento porque, para ser sinceros, animarse a uno mismo se siente infantil. Es muy difícil admitir frente al espejo que se necesita un impulsito, una palabra amiga que lo ayude a seguir, porque uno no quiere verse vulnerable ante el reflejo. Eso pasa porque nuestra voz interior es más parecida a la del bully del colegio que a la del amigo de la vida. Es una vocecita que cree que todo lo sabe y que suena desde el fondo de la cabeza cada tanto para decirle a uno, con un tonito insoportable de suficiencia: «la estoy cagaaaaando… no tengo idea de comprar un pasaje por interneeeet». O lo empuja a uno hacer cosas que no quería: «esa abuela me echó el carro encima a propósito. La voy a cerrar y voy a gritarle que si en el ancianato no les dan clases de conducción». O a arruinar la relación más bella: «hace cinco minutos le mandé el mensaje de WhatsApp y la muy descarada no ha respondido… ¡debe estar camino a Anapoima con el exnovio! ¡Voy a llamar a mi ex para invitarla a un trago».

Pero frente al espejo, en el baño del bar, la cosa es diferente. Uno se sonríe, coqueto, se manda besos y se abotona bien la camisa. Esa vocecita de aliento (que ahora es un aliento con tufo) gana fuerza y sale amplificada: «esa nena se muere por ti… Obvio, porque estás más rico que nunca… Vas a salir, le vas a decir que es la mujer más linda del bar y le vas a proponer que vayan a tu casa… y no va a decir que no porque ¡SE MUERE POR TI! ¡Vamos, tigre!». Y sale uno del baño tratando de caminar derecho y rumbo a la conquista.

Pero mi cita con Ángela había empezado dieciséis horas antes, cuando le escribí por el chat de Tinder para que nos viéramos.

La verdad es que aún no entiendo por qué con Ángela cambié el plan diseñado por Eduardo y Alberto. Me puse una pinta menos falsa que la de las otras salidas, con jeans rotos y una camiseta de AC/DC, y decidí que nos viéramos en un lugar diferente al restaurante de siempre (de todas formas, en ese los meseros ya sospechaban que yo era un asesino en serie de esos que vuelven al mismo lugar a buscar víctimas). Propuse una cita de cervezas, Ángela aceptó y quedamos de vernos dos horas más tarde de la hora establecida por mis amigos.

Me dijo que llevara un tulipán para reconocerme. Media hora más tarde tuve que escribirle al chat para averiguar si podíamos correr la cita una semana. Acababa de comprar el tulipán por internet, pero la tienda se demoraba cuatro días hábiles en hacérmelo llegar desde Holanda. Se rio, me dijo que lo del tulipán era un chiste, que sabía quién era yo y que esperaba que nos viéramos sin problema.

Me inquietó lo de que supiera quién era yo. Debí descartarla de inmediato porque implicaba que quería estar conmigo-migo y no conmigo el de Tinder, pero me pregunté si, de pronto, el hecho de que quisiera verse conmigo-migo me liberaría de la tensión de mantenerme en el personaje de Tinder toda la noche.

Llegué al bar una hora antes para asegurarme de que no estuviera ya reunida con sus secuaces de la burundanga tendiéndome una trampa. Varias personas me miraron feo porque tuve que pasar de mesa en mesa con el perfil de Tinder de Ángela abierto mientras comparaba su foto con las caras de las presentes.

Sé que iba a ser noche de cervezas, pero de repente me entró una ansiedad rara, como si presintiera que algo muy malo o muy bello iba a ocurrir, y decidí pedir un pisco sour que me bajó como si fuera una limonada. Dos pisco sours nunca le han hecho mal a nadie, entonces pedí otro y ese me lo tomé muchísimo más despacio. A los cuatro minutos me pedí el tercer y último pisco sour antes de que llegara Ángela.

Por alguna razón, sentí que esta cita iba más en serio que las anteriores y eso me causaba una ansiedad que no vivía desde que empecé a salir románticamente con mi exesposa.

Luego de diecisiete años de matrimonio, volver a salir con alguien puede ser aterrador. La sensación de haberse quedado obsoleto está presente siempre y resulta que volver a la soltería sí es muy parecido a entrar al mercado del auto usado. En realidad se siente uno como un carro que fue lindo alguna vez, pero que luego compró alguien que se dedicó a meterlo por trochas como bestia, a rayarlo, a estrellarlo, a desmantelarlo y, al final, a tirarlo por un barranco.

Porque es que, al igual que en el sector automotor, en el que los carros nuevos pierden como el 15% del valor cuando salen del concesionario, uno pierde como el 20% del amor propio cuando entra a la iglesia.

Y luego de un matrimonio de diecisiete años, uno siente que ha perdido la espontaneidad y que las que eran las estrategias infalibles para seducir se verían, hoy en día, como triquiñuelas medievales para hacer el ridículo. Por eso decidí no llevar mi zampoña a la cita, para no terminar tocándole Ojos azules con la intención de seducirla mediante mi talento musical; no aplicar la táctica del espejo, que consiste en imitar cada movimiento que ella haga para generar una empatía psicológica subliminal, o emborracharla hasta que quisiera ser mi novia.

Pero con el tercer pisco sour en la mesa, y luego de haber ensayado varias formas de sentarme para verme más sexy, de acomodarme la chaqueta para que no se me viera la barriga cuando cambiara de posición y de decidir si, cuando entrara ella por la puerta del bar, me vería más interesante escribiendo en el celular, viendo el partido de rugby que pasaban por las pantallas o solo mirando a la puerta con actitud de espera (esa última la descarté de inmediato porque descubrí que me iba a ver como el asesino en serie que sospechaban que era los del restaurante anterior), la angustia del encuentro me estaba desbordando.

Por eso me acabé el pisco sour de un sorbo y traté de llamar al barman, pero estaba rascándose un oído en la barra con un mezclador de cocteles mientras miraba el partido, por lo que decidí pedirle ayuda a alguien más y no volver a tomarme un pisco sour ni ningún otro coctel en ese bar. Volteé la cabeza para buscar a un mesero y, en tanto esperaba que se fijara en mí, oí una voz de mujer a mi lado.

—Hola, Daniel —dijo con una sonrisa.

Me quedé atónito. Se veía más joven que la edad que puso en Tinder y venía vestida como si acabara de salir de la universidad (aunque según su perfil era arquitecta desde hacía diez años). Tenía los ojos azules y brillantes (debí llevar la zampoña), un pelo rubio que le llegaba apenas a los hombros y la sonrisa más inocente que uno se pudiera imaginar.

—Hola… —le dije al tiempo que me paraba y le daba un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás? Mucho gusto. Bienvenida, qué pena que no te vi llegar… —Los nervios aumentaron y empecé a mirarla con cara de estúpido. Había ensayado cómo sentarme y qué hacer mientras la esperaba, pero no se me ocurrió ensayar cómo empezar una conversación medianamente inteligente—. ¿Quieres sentarte y nos tomamos algo? ¿O prefieres que vayamos a un restaurante a comer? Conozco uno bueno cerca, pero te advierto que los meseros me pueden mirar con sospecha, entonces no les pares bolas…

—No… tranquilo —me dijo ella y la sonrisa se le fue borrando un poco—. Disculpa si te molesto, pero estoy en la mesa de allá con mis amigos y te vi sentado… Es que quería saber si te puedo pedir un video para mi papá, que es muy fan tuyo y mañana cumple años. Estoy segura de que lo va a hacer muy feliz.

Le rogué a Dios que me diera un infarto en ese mismo momento, pero Él siempre ha sido cruel conmigo y seguí vivo, así que me disculpé como pude y empecé a grabar el video del cumpleañero.

Mientras lo hacía, vi que Ángela se acercó por detrás de la muchacha. También sonreía y estaba igual de bella a la foto del perfil. Me miraba con complicidad con sus ojazos negros, como un televisor apagado, y noté que el pelo del mismo color lo llevaba largo y ensortijado, como las barbas que cuelgan de los árboles del parque El Gallineral en San Gil (luego de que alguien las hubiera pintado de negro).

La niña del video me agradeció y le pidió a Ángela que nos tomara una foto con el celular. Ella accedió, pero antes me saludó con un abrazo y un beso cariñoso en la mejilla. Luego de la foto, la chica agradeció de nuevo, nos miró un segundo y, al irse, nos dijo:

—Ustedes hacen una linda pareja. Chao.

Ángela y yo nos miramos, pero no tuvimos el corazón de decirle a la otra que era la primera vez que nos veíamos. Después se me acercó y me dijo al oído:

—Ojo… hacemos una bonita pareja.

PISCO SOUR

Si le preguntan a un chileno, va a decir que el pisco sour es chileno. Si le preguntan a un peruano, les va a decir que es más peruano que la señorita Laura.

Yo no me voy a meter en el problema de resolver el dilema porque, independientemente de su origen, se trata de uno de los cocteles más ricos que se pudieron inventar en Perú.

Dulce como la venganza y con la proteína que le aporta la clara de huevo, es perfecto para después de entrenar o para antes de un encuentro amatorio.

INGREDIENTES:

50 ml de pisco.

El jugo de un limón.

15 ml de sirope de azúcar.

1 clara de huevo.

Licor de Angostura (esto es opcional, pero le da un punch amargo rrrricooo).

4 cubos de hielo.

Azúcar para el borde del vaso.

PREPARACIÓN:

• Poner todos los ingredientes en una licuadora y meterle velocidad a esa cosa por un minuto.

• Untar con un poco de limón el borde superior del vaso y pasarlo sobre un plato con azúcar.

• Servir en la copa y salud.

UN BUEN PISCO SOUR PUEDE TENER UNOS 43 GRADOS DE ALCOHOL Y LLEGAR A 48. POR EL AZÚCAR, SE CONVIERTE EN UN ARMA DE DOBLE FILO. VAYAN CON CUIDADO Y SEPAN QUE LUEGO DEL TERCERO, NADIE SE RESPONSABILIZA POR USTEDES. PODRÍAN TERMINAR EN UNA POLLADA HACIENDO COSAS QUE LUEGO NO VAN A RECORDAR.

Capítulo 4

SOLO IMAGÍNATE LO PRECIOSO QUE PUEDE SER ARRIESGARSE DE NUEVO Y QUE TODO TE SALGA BIEN… A MENOS QUE VUELVAS A METER LA PATA

Nunca fui bueno con las relaciones, tampoco cuando empecé a salir con quien ahora es mi exesposa, porque todas las mujeres que conocí en mi vida trataron de cambiarme. No he conocido a la primera que no quiera mejorarme algún aspecto, como si yo fuera un celular que necesitara actualizaciones constantes. Si pudiera, dejaría mi configuración preprogramada para ofrecerle a la usuaria la opción de «recordármelo más tarde».

Uno es como una casa nueva para ellas. Cada vez que iba a visitar un apartamento para una posible mudanza con mi exesposa, ella llevaba una libreta. Y en cuanto daba un paso adentro, empezaba a anotar: pintar de blanco las paredes de la sala, cambiar puertas del clóset, remodelar cocina, poner ducha de masajes en baño principal…

Años después de casarnos, descubrí que había hecho lo mismo conmigo. Nunca vi la libreta con los apuntes sobre mí, pero apuesto que, de haberla encontrado, habría una lista con todo esto: hacer que baje barriga, quitar afición por Metallica y lograr que le guste Soda Stereo, cambiarle la pesca por el bordado, insistir en que lave los calzoncillos en la ducha, remodelar pelos de la espalda, etc.

Incluso antes de conocer a mi ex, todas las mujeres con las que salí también quisieron alterarme. Siempre que me daba cuenta de que alguna volvía a intentarlo, recordaba una canción de Billy Joel que se llama Te amo tal y como eres y pensaba que una mujer nunca escribiría una letra así. Si Billy Joel hubiera sido mujer, la canción se habría llamado Eres mi proyecto… y ya veremos qué pasa.

Por eso, antes de sentarme con Ángela en la mesa, le dejé bien clarito:

—Te invité a tomarnos unas cervezas porque amo las cervezas y la Coca-Cola Zero. Es lo único que bebo en la vida. No tomo agua… ¡jamás tomo agua porque soy pescador y he visto truchas teniendo sexo en el agua! Por eso prefiero evitarla.

Ella me miró con una sonrisa y me respondió:

—Yo también amo la cerveza y me tomo al menos una todos los días. En cuanto al agua, la prefiero para lavarme el pelo. Y con respecto a la Coca-Cola Zero, supongo que eres muy viejo y prefieres controlar tus niveles de azúcar, pero a mí me gusta la Coca-Cola normal… Mi metabolismo joven puede lidiar con las calorías extra.

¡Woooow! ¿De dónde salió esta tipa?

Nos sentamos, nos presentamos formalmente y empezó la conversación diciendo:

—Cuando llegué y te vi con la niña, pensé que habías quedado con dos mujeres en la misma cita y me dije «Mmm… interesante, ¿qué tendrá en mente? Mejor me preparo para lo que venga».

—Noooo… —le respondí, pero hice una pausa de unos segundos—. Claro que, si quieres, le digo que prefiero hacer otra toma del video y dejamos que pase lo que deba pasar entre los tres.

Así empezó una de las conversaciones más divertidas que había tenido en años. Pedimos dos cervezas y hablamos de comedia, de arquitectura y de citas. Le conté mis experiencias previas y opinó que el plan de medición de Eduardo y Alberto fallaba porque las mujeres eran una constante y los hombres las variables. Luego hablamos de la infancia y ella me contó que la suya había sido una eterna batalla de pellizcos y patadas contra sus cuatro hermanos. Yo le revelé que la mía estaba atiborrada de recuerdos de Santander (de donde viene toda mi familia). De hecho, le conté que de niño era un experto cazador de hormigas culonas y le expliqué todo el proceso de buscarlas, atraparlas y asarlas… Ella me preguntó si no era más fácil matarlas con Baygon.

Hablamos de Game of Thrones, los viajes en carretera, los peores hoteles en los que nos habíamos quedado y fingió sorprenderse cuando le conté que Tostao, el de Choc Quib Town, no era el dueño de Tostao, el café.

Me dijo que, luego de terminar con su novio, se pasó dos días metida entre la cama abrazando a su perro. Cuando le pregunté por qué, me contestó que quería recordar cómo era dormir con algún ser vivo que no intentara meterle la mano debajo de la piyama mientras descansaba.

No sé cómo, ni en qué momento, pero me di cuenta de que llevábamos dos horas hablando y riéndonos sin asomo de angustias o malentendidos. Dos horas siguiéndonos la corriente y haciendo chistes de los chistes, sin ninguna pretensión de seducirnos y ni un segundo de silencio incómodo. En la siguiente media hora me mostró sus fotos de Instagram y yo las mías. Descubrimos que habíamos estado de vacaciones en el mismo lugar y en las mismas fechas dos veces. Ella con su novio de los últimos cuatro años y yo con mi exesposa y mi hija. Le dije que era probable que nos hubiéramos cruzado y me respondió que no, que si eso hubiera pasado, se habría acercado a decirme que yo le gustaba desde que estaba en la universidad porque la hacía reír.

Entonces llegó el primer silencio, pero no fue incómodo, sino casi sexi. Le miré las manos y le dije que me parecía una lástima que no nos hubiéramos cruzado antes. Se rio de nuevo y me sugirió que pidiera las dos últimas cervezas porque quería que fuéramos a otro lugar con menos ruido.

Y entonces… volvieron los nervios más jijuepuercas que uno puede tener. Pedí las cervezas, pero la cita cambió en ese instante. De ahí en adelante la vi de otra forma porque quería analizar por qué me parecía tan encantadora. Yo acababa de terminar una relación en la que, durante diecinueve años (el matrimonio y dos años de novios), solo salí con una persona… Sabía lo que pensaba mi exesposa cuando discutíamos y casi la mitad de las veces lograba adivinar lo que iba a decir antes de que lo hiciera. Durante diecinueve años viví con la tranquilidad de que mi esposa y yo nos conocíamos hasta el punto de saber qué nos iba a preocupar y qué nos iba a hacer pelear. Luego de ese tiempo, esta era la primera vez que salía con alguien y sentía una familiaridad inesperada.

Las dudas empezaron a aparecer: ¿por qué habíamos hecho esta conexión? ¿Qué podía ofrecerle yo a esta mujer preciosa, inteligente, divertida y fresca?

En la siguiente hora traté de demorar la cerveza lo más que pude y ella tuvo que pedir otra. Seguía siendo encantadora, pero yo me estaba derrumbando ante la cercanía del siguiente paso. Porque cuando uno se separa, el miedo más recurrente es el de fallar (y follar, tal vez) de nuevo, el de cometer errores que ya no eran una amenaza por la seguridad de que el matrimonio iba a obligarnos a resolverlo todo.

Traté de que no se me notara el terror simulando sonrisas sobreactuadas, pero respondía mecánicamente y en poco tiempo me di cuenta de que ahora tenía que aceptar, o no, el reto de intentar empezar una posible relación desde ceros, sin malla de seguridad.

El mayor miedo venía del hecho de que me hubiera dicho que yo le gustaba, pues nada de lo que yo hiciera o dijera, por más romántico o divertido que fuera, podía superar la imagen que ya tenía de mí. Cuando empiezas tan alto, solo existe la posibilidad de venirse abajo.

Entonces mi voz interior atacó de nuevo: «se va a aburrir… apenas repita un chiste, me vea sin camisa o deje arriba la tapa del inodoro, se va a ir a su casa a dormir con su perro y se acabó la historia». Empecé a mirar la cerveza que parecía evaporarse porque cada vez estaba más baja aunque no me la bebiera.

Pero ella se dio cuenta de lo que pasaba y me puso la mano en el antebrazo.

—Ey —me dijo con suavidad—, tranquilo… No tiene que pasar nada. Es el primer día de una bonita amistad. Si termina con ambos juntos en un restaurante comiendo postre, está bien. Si termina con ambos viendo el amanecer desde un mirador, está bien. Si termina con ambos viendo el amanecer desde mi habitación, está bien… Pero no va a pasar nada que no quieras.

A pesar de que me hizo sentir como en una novela turca, eso me desaceleró el corazón, la presión cedió un poco y pude respirar.

—Ahora bien —me dijo mientras sonreía con solo media boca—, si llegaras a querer que pasara algo… —Se corrió un poco el cuello de la camisa con la mano y dejó ver la tira de su brasier, que era negro y con un encaje delicado como de filigrana. Se volvió a cubrir, miró a ambos lados del bar y volvió a mirarme—. Debes saber que bailé ballet hasta los veinte años.

Y fue como si me hubiera echado gasolina y lanzado un fósforo. El corazón se me volvió a acelerar, pero ahora porque una bestia que llevaba tiempo dormida acababa de despertar y pedía que la soltaran. Sentí que no quería estar allí, sino que deseaba ir a su casa, ponerme un tutú y quedarme con ella practicando y repracticando el plié y el grand jeté, que son los únicos pasos de ballet de los que me sé el nombre.

Un macho alfa en celo empezó a aullar en mi interior, me empiné la cerveza en dos segundos y pedí la cuenta. Le dije que nos íbamos, pero que antes debía ir a encargarme de mi vejiga. Me puse la chaqueta, me colgué la maleta al hombro y apreté el paso al baño.

Y en el baño viví la primera escena de este encuentro con Ángela cuando, estando allí mismo unas horas antes, mi voz interior por fin se puso de mi lado y me alentó a seguir adelante con ella. Me llené de optimismo. Tal vez sí había una luz al final del túnel y era hora de seguirla.

Cuando salí del baño, sintiéndome Thor embalado de testosterona, caminé hacia ella para raptarla a su propia casa… pero cuando me acerqué, me di cuenta de que estaba chateando en el celular. Me acerqué en silencio y me puse las gafas. Nunca en mi vida lo había hecho, pero me paré muy cerca, lo suficiente como para leer la pantalla. No quería espiarla, lo juro, solo buscaba asegurarme de que no les estuviera escribiendo a sus secuaces de la burundanga.

Y no hablaba con ellos, sino que estaba escribiéndole a una tal Mónica. Leí justo cuando le decía que habría que cambiarme los jeans rotos por unos más acordes con mi edad y que si lograba que dejara las camisetas de bandas por unas más formalitas, iba a ser perfecto para invitarme a las reuniones de su oficina. «Imagínate la cara de mi ex cuando me vea con el comediante», escribía.

Ni siquiera me molestó que me viera como una herramienta de celos, me chocó que quisiera cambiarme. ¿Cuánto tiempo iba a pasar para que me trajera una camiseta Polo? ¿Iba a pedirme también que me pusiera un saquito sobre los hombros como Juanpis González? ¿Me iba a poner vallenatos mientras dormía para que les agarrara gusto en un experimento de hipnopedia subliminal?

Tengo casi cincuenta años y, por primera vez en mi vida, no quiero cambiarme nada: ni mis miedos, ni mis alegrías, ni mis decepciones. Estoy muy viejo como para ser alguien más. Caminé sin hacer ruido hacia atrás hasta alejarme de ella, me aseguré de que no me viera, salí por la puerta del bar y me fui de su vida para caminar a mi casa y hacerme un penicillin.

PENICILLIN