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Ómnibus Bianca 460 Castigo y placer Chantelle Shaw Sólo pensaba en vengarse, pero acabó siendo presa del placer… Thanos Savakis contempla a la bella Tahlia Reynolds como un lobo contemplaría a su presa. Ha mancillado el apellido Savakis, y por ello será castigada… Leal y orgulloso, Thanos busca obtener la confianza de Tahlia…¡y luego destruirla! Pero en cuanto acaricia su delicada piel, todo cambia dramáticamente… Está decidido a tener a Tahlia a su entera disposición…hasta que descubre que es una mujer mucho menos mundana de lo que creía… Otra noche de bodas Lee Wilkinson Él quiere una esposa de verdad… Perdita Boyd tenía que salvar el negocio de su familia para proteger a su padre enfermo. ¿Pero qué podía hacer si el único inversor era Jared Dangerfield? ¡Su esposo! Muy enamorada, se había casado con Jared en secreto, pero el matrimonio nunca fue consumado porque en la noche de bodas lo encontró en la cama con otra mujer. Jared había vuelto para vengarse de aquellos que le tendieron la trampa, para recuperar su negocio y... también a su esposa. Novia de una noche Trish Morey Las viejas pasiones nunca morían... Leo Zamos había persuadido a su telesecretaria, Eve Carmichael, para que se hiciera pasar por su prometida en una cena de negocios. Como no la conocía en persona, Leo había dado por hecho que sería una mujer de aspecto serio y formal. ¡Poco tardaría en darse cuenta de lo equivocado que había estado! Con sus suaves curvas y aquellos labios que parecían estar pidiendo a gritos que los besaran, Eve era tan tentadora como su nombre. Eve había accedido a regañadientes a la petición de su jefe, Leo Zemos. Claro que... ¿cómo habría podido negarse una madre soltera a la suma de dinero que le había ofrecido a cambio?
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Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 460 - octubre 2023
© 2009 Chantelle Shaw Castigo y placer Título original: Proud Greek, Ruthless Revenge
© 2010 Lee Wilkinson Otra noche de bodas Título original: Claiming His Wedding Night
© 2011 Trish Morey Novia de una noche Título original: Fiancée for One Night Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1180-502-5
Créditos
Castigo y placer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Otra noche de bodas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Novia de una noche
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro...
–ESTÁS preciosa, Tahlia –Crispin Blythe, dueña de la galería de arte contemporáneo Blythe of Bayswater, recibió a Tahlia Reynolds efusivamente–. Esas chucherías que llevas deben de valer una pequeña fortuna.
–Una gran fortuna –replicó Tahlia a la vez que apoyaba la mano en el collar de zafiros y diamantes que llevaba en torno al cuello–. Estas «chucherías» son zafiros Kashmiri de primera clase.
–Déjame adivinar. ¿Un regalo de papá? Supongo que los beneficios de Joyerías Reynolds no dejan de aumentar –Crispin dejó de sonreír–. Es bueno saber que al menos algunos negocios no se han visto afectados por esta horrible recesión.
Tahlia había oído rumores de que la galería estaba sufriendo los efectos de la crisis y, por un instante, sintió la tentación de revelar que las cosas tampoco iban precisamente bien en las joyerías de su padre, pero no dijo nada. Los problemas financieros de Joyerías Reynolds se harían públicos si la compañía quebraba, pero aún no habían llegado a aquel punto. Tal vez no estuviera siendo realista, pero se negaba a renunciar a la esperanza de que la empresa en la que tanto esfuerzo había invertido su padre durante treinta años pudiera salvarse. No sería por no intentarlo, desde luego. Sus padres habían utilizado todos sus ahorros para mantener Reynolds a flote, ella llevaba trabajando tres meses sin cobrar y había cambiado el deportivo que le había regalado su padre al cumplir los veintiún años por un viejo y baqueteado Mini.
Incluso había vendido las pocas joyas que poseía, además de la ropa de diseño que en otra época había podido permitirse. El vestido que llevaba aquella noche se lo había prestado una amiga dueña de una boutique, y el collar de diamantes y zafiros no era suyo, aunque era una de las piezas más valiosas de Joyerías Reynolds. Su padre le había pedido que lo llevara aquella noche con la esperanza de que ayudara a mejorar los negocios, pero le aterrorizaba la posibilidad de perderlo, y sabía que iba a pasar la tarde asegurándose de que aún lo tenía en torno al cuello.
Siguió a Crispin a la galería, aceptó una copa de champán que le ofreció un camarero y miró distraídamente a los grupos de invitados que estaban admirando las pinturas el artista Rufus Hartman. Saludó con un gesto de la cabeza a un par de conocidos y luego su mirada se detuvo bruscamente en un hombre que se hallaba en el otro extremo de la habitación.
–¿Quién es ése? –murmuró con curiosidad, sintiendo que el corazón latía violentamente contra su pecho. En una habitación llena de hombres atractivos y exitosos, la intensa virilidad que emanaba de aquél en particular hacía que se distinguiera de todos los demás.
–¿Te refieres al guaperas griego que lleva un traje de Armani? –dijo Crispin, siguiendo la dirección de la mirada de Tahlia–. Es Thanos Savakis, dueño multimillonario de las empresas Savakis. Compró la agencia de vacaciones Blue Sky hace un par de años y es dueño de varios hoteles de cinco estrellas. Cuidado, cariño; estás babeando –murmuró Crispin con picardía mientras Tahlia seguía mirando–. Una advertencia: Savakis tiene fama de ser un mujeriego. Sus aventuras son discretas, pero numerosas... y breves. La palabra «compromiso» no se asocia con Thanos Savakis, a menos que se trate de un compromiso que le permita sumar más dinero a su envidiable fortuna –concluyó con un teatral suspiro.
–Los mujeriegos adictos al trabajo no son mi tipo –murmuró Tahlia antes de tomar un sorbo de champán. Pero su mirada se sentía inexorablemente atraída hacia aquel hombre, y se alegró de que él estuviera mirando a la primorosa rubia que tenía colgaba del brazo, porque eso le daba la oportunidad de observarlo.
Alto y delgado, de anchos hombros cubiertos por una chaqueta hecha a medida, resultaba hipnótico, y Tahlia se dio rápidamente cuenta de que no era la única mujer en la galería que se sentía fascinada por él. Con sus rasgos clásicos, su piel morena y su brillante pelo corto y negro, resultaba asombrosamente guapo. Pero además de su evidente atractivo sexual, Thanos Savakis poseía una cualidad indefinible, un magnetismo y una seguridad en sí mismo que lo diferenciaba de los demás hombres. Tahlia sintió su innata arrogancia y, aunque parecía estar prestando toda su atención a la bonita rubia con la que estaba, captó indicios de que se estaba impacientando con su charla.
La rubia parecía demasiado ansiosa. El instinto reveló a Tahlia que un hombre tan dueño de sí mismo como Thanos Savakis no recibiría con agrado ningún indicio de necesidad y, mientras lo observaba, vio cómo se libraba con delicada firmeza del brazo de la rubia y entraba en la galería adyacente.
Era un hombre guapísimo, pero estaba fuera de su alcance, decidió Tahlia a la vez que se daba un zarandeo mental y volvía a hacerse consciente del murmullo de las voces que la rodeaban. Estaba asombrada por el efecto que le había producido el atractivo griego. No recordaba haber sido nunca tan consciente de un hombre. Ni siquiera de James.
Su relación con James Hamilton había llegado a un repentino y explosivo final seis meses atrás, y desde entonces se estaba esforzando por volver a unir los trozos de su desgarrado corazón. Pero la amargura que sentía por su culpa ardía aún en su pecho tan corrosivamente como la noche que descubrió su traición.
–Tahlia, querida, estás bebiendo un Krug de la mejor cosecha, no agua –el lacónico tono de Crispin hizo volver a Tahlia al presente–. ¿Quieres otra copa?
Tahlia hizo una mueca al ver que se había bebido todo el champán sin darse cuenta.
–No, gracias. Será mejor que no.
Crispin la miró con impaciencia.
–Vamos, cariño, vive un poco por una vez. Unas copas de champán harán que te relajes.
–Más bien harán que empiece a reírme como una tonta –dijo Tahlia con desaliento–. Y después de las últimas historias que han salido sobre mí en la prensa, no me vendría precisamente bien que algún reportero empezara a sacarme fotos.
Crispin la miró con expresión divertida.
–Lo cierto es que la prensa del cotilleo se ha superado a sí misma. El titular Tahlia Reynolds, la chica de las joyas, culpable de la ruptura del matrimonio del actor Damian Casson llamaba particularmente la atención.
Tahlia se ruborizó.
–No es cierto –dijo, tensa–. Fue una trampa. Sólo había visto a Damian una vez, cuando coincidimos en el acto de la presentación de un libro en un hotel. Estuvo bebiendo toda la noche y no dejó de darme la lata. Le dije que me dejara en paz. A la mañana siguiente se acercó a la mesa en que estaba desayunando para disculparse. Nos pusimos a charlar y me contó que la noche anterior se había emborrachado después de discutir con su esposa y que ésta se había negado a acudir a la fiesta con él. Cuando me fui se ofreció a llevar mi bolsa de viaje al coche; de ahí la foto en que se nos ve saliendo del hotel juntos. Ninguno de los dos esperaba que los medios de comunicación anduvieran husmeando por allí un domingo por la mañana a las nueve... o al menos yo no lo esperaba. Me quedé conmocionada cuando un periodista me preguntó por nuestra relación, pero Damian me dijo que no me preocupara, que él se encargaría de explicar que sólo éramos amigos.
En lugar de ello, el joven actor contó una sarta de mentiras sobre la «maravillosa noche de sexo que habían pasado», recordó Tahlia con amargura. Si la intención de Damian había sido poner celosa a su esposa, obviamente había funcionado. Beverly Casson declaró que estaba destrozada por el hecho de que Tahlia le hubiera robado a su hombre. La historia era auténtica carnaza para la prensa, y a nadie le preocupó que no fuera cierta, ni que la reputación de Tahlia estuviera en entredicho.
–Esa clase de publicidad adversa es una de las desventajas de tener que exponerme a la mirada pública. La prensa se ha dedicado a retratarme como una joven bonita y tonta que aparece por toda clase de acontecimientos sociales. Es el precio que he tenido que pagar para promocionar Joyerías Reynolds.
Tahlia se mordió el labio. Tres años atrás, cuando se graduó en la universidad, su padre la hizo socia de la compañía y le dio el cargo de relaciones públicas. Pero la recesión global golpeó con dureza a Reynolds y, en un esfuerzo por mejorar las cosas, Tahlia aceptó a su pesar protagonizar una campaña publicitaria de promoción. Apareció en las revistas, asistió a numerosos acontecimientos sociales y lució fabulosos diamantes y gemas de la colección Reynolds.
Pero antes de acudir aquella noche a la galería había averiguado que sus esfuerzos habían sido inútiles.
Su padre le había explicado que, a pesar de la campaña, los beneficios de Joyerías Reynolds habían seguido cayendo.
–Lo cierto es que nos enfrentamos a la bancarrota. He acudido a varios bancos e instituciones financieras para pedir ayuda, pero ya no nos quieren prestar dinero –el corazón de Tahlia se había encogido al ver que su padre apoyaba la frente en sus manos en un gesto de desesperación–. No me queda dinero para librarme de nuestros acreedores. La única esperanza es que una empresa llamada Inversiones Vantage ha expresado su interés en comprar nuestro negocio. Tengo una reunión con su director la semana que viene.
Tahlia no podía olvidar la tensa expresión del rostro de su padre, pero se obligó a volver al presente y a mirar a su alrededor, consciente de que estar preocupada por la situación financiera de Reynolds no iba ayudar. Le había asustado la perspectiva de asistir a la exposición aquella noche, cuando su supuesta vida amorosa estaba en todos los titulares, pero Rufus Hartman era un buen amigo de su época universitaria y no podía perderse su primera exposición importante.
–Me pregunto cuántos de los presentes pensarán que soy una rompecorazones sin escrúpulos –murmuró con amargura.
–Nadie cree una palabra de lo que publican esos periodicuchos –aseguró Crispin animadamente.
A Tahlia le habría gustado creer lo mismo, pero, por un momento, sintió la tentación de permanecer oculta en un rincón toda la noche. Pero lo cierto era que no había hecho nada de lo que avergonzarse. Se llevó la mano al collar. No solo había acudido a la galería aquella noche para apoyar a Rufus. Tenía un trabajo que hacer, se recordó.
Crispin había mencionado que un rico jeque árabe asistiría a la exposición. Al parecer, el jeque Mussada disfrutaba haciendo regalos a su nueva esposa y, si lograba captar su atención, Tahlia esperaba que se quedara impresionado con su collar y quisiera ver más joyas de Reynolds. Si Reynolds conseguía el patrocinio de un jeque árabe, tal vez no se verían obligados a vender.
Tahlia estaba tan ensimismada en sus pensamientos que apenas se dio cuenta de que Crispin la había conducido a la segunda sala de la galería hasta que notó que se dirigía a un hombre que estaba contemplando una de las pinturas.
–Thanos, espero que estés disfrutando de la exposición. Me gustaría presentarte a una amante del arte –Crispin tiró con suavidad de Tahlia para que avanzara–. Ésta es Tahlia Reynolds. La empresa de su padre, Joyerías Reynolds, ha promocionado a Rufus a lo largo de su carrera.
Thanos experimentó una intensa conmoción mientras miraba a la mujer que estaba junto a Crispin. Aquella mujer había dominado sus pensamientos durante tanto tiempo que necesitó hacer acopio de toda su voluntad para forzar una expresión de educado interés en lugar de otra de rabia asesina.
Había llegado a Londres hacía tres días y unos amigos le habían presentado a Crispin en una cena. Ésta lo había invitado a la inauguración de la exposición en su galería. Thanos no sentía un interés especial por el arte, pero aquella clase de acontecimientos eran útiles para establecer contactos y relaciones. Uno nunca sabía con quién podía encontrarse, pensó burlonamente mientras miraba a Tahlia Reynolds.
La reconoció al instante, lo que no resultaba sorprendente, ya que su rostro aparecía a menudo en la prensa del cotilleo. Pero aquellas fotos no hacían justicia a su deslumbrante belleza. Deslizó la mirada por su ceñido vestido azul de seda, que iba a juego con los zafiros de su collar y tenía un escote bajo que dejaba entrever la tentadora curva superior de sus pechos.
Era exquisita, reconoció a su pesar. Mientras la miraba sintió cómo se acumulaba el odio en su interior, pero también experimentó otra emoción. Nada lo había preparado para el impacto de ver a Tahlia en carne y hueso y, muy a su pesar, experimentó una inconfundible atracción sexual hacia ella.
–Señorita Reynolds –murmuró con suavidad a la vez que le ofrecía su mano. Notó que ella dudó antes de reaccionar, y sintió el ligero temblor de su mano cuando aceptó la suya. Sus dedos eran muy delgados, y pálidos como la leche. Sólo habría necesitado una mínima fracción de su fuerza para rompérselos. Apretó su mano con un poco más fuerza de la necesaria y, cuando ella lo miró, le devolvió la mirada con gesto impasible.
La leve presión que habían sufrido aquellos frágiles dedos no podía compararse con el dolor que su hermana soportaba a diario, pensó Thanos con ferocidad. Melina había pasado seis meses en el hospital y tendría que soportar muchas sesiones de fisioterapia para volver a caminar sin ayuda. Thanos no culpaba al conductor que había atropellado a Melina. La policía le había asegurado que éste no había tenido posibilidad de evitar atropellar a la joven que había cruzado la carretera sin mirar.
Responsabilizaba del accidente que casi había acabado con la vida de su hermana a otras dos personas... las mismas que también le habían roto el corazón. Tahlia Reynolds era una mujerzuela despreciable que estaba teniendo una aventura con el marido de Melina, James Hamilton. Melina se había quedado consternada cuando los había encontrado juntos en la habitación de un hotel, y al salir cruzó la calle sin mirar.
Thanos soltó la mano de Tahlia, pero siguió mirándola intensamente. Según la prensa, había vuelto a las andadas con otro actor casado. ¿Acaso carecía por completo de escrúpulos? ¿Cómo se atrevía a permanecer allí mirándola con sus deslumbrantes ojos azules y la boca curvada en una vacilante sonrisa?
Muy pronto dejaría de tener motivos para reír. Thanos ya se había ocupado de su ex cuñado. Tras el accidente, el actor había volado a Los Ángeles, pero no había tardado en descubrir que ningún director de Hollywood quería trabajar con él después de que Thanos hubiera amenazado con retirar su apoyo financiero a cualquier proyecto que incluyera a James Hamilton. La carrera de James como actor estaba muerta, acabada, y Thanos estaba decidido a no permitir que volviera a resucitar. Y por fin había llegado el momento de vengarse de su querida.
La mano de Tahlia aún cosquilleaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Había sentido una fuerza increíble cuando había estrechado la de Thanos Savakis, y se sentía extrañamente mareada. El champán se le debía de haber subido a la cabeza.
–Es un placer conocerlo, señor Savakis –dijo educadamente–. ¿Ha venido a Londres por negocios o por...? –se interrumpió al ver la repentina sonrisa de Thanos, que hizo que sus rasgos pasaran de resultar atractivos a increíblemente maravillosos.
–Por negocios... y por placer –murmuró Thanos, aliviado al sentir que volvía a controlar sus hormonas. Contempló de nuevo a Tahlia. Iba exquisitamente ataviada; vestido, zapatos y bolso de diseño, por no mencionar el fabuloso collar que relucía contra su cremosa piel. Era evidente que aquella mujer estaba acostumbrada a disfrutar de las cosas buenas de la vida, y él iba a disfrutar mucho poniendo fin a aquel autoindulgente estilo de vida.
Esperaba que hubiera mostrado algún tipo de reacción al escuchar el apellido Savakis, pero ni se había inmutado. Probablemente no estaba al tanto del apellido de soltera de la esposa de James Hamilton. Una intensa rabia latió en su interior. Habría querido airear su rabia y denunciarla allí mismo como la miserable fulana que había destrozado la vida de su hermana, pero logró contenerse. Ya tendría tiempo de decirle lo que pensaba de ella cuando la tuviera de rodillas ante sí.
–Acaba de llegar Earl Fullerton –dijo Crispin–. Os dejo a solas para que os divirtáis. Te sugiero que dejes que Tahlia te enseñe la galería, Thanos. Tiene una relación especial con el pintor y conoce muy bien su trabajo.
–Pero... –Tahlia fue a protestar, pero Crispin ya se alejaba, dejándola a solas con el sexy griego. El destello ligeramente despectivo que había captado en la mirada de éste le ponía nerviosa y, por algún motivo, intuía que le desagradaba su presencia–. No debo monopolizar su compañía, señor Savakis –murmuró, mirando desesperadamente a su alrededor con la esperanza de ver algún conocido.
–¿Cuál es exactamente la naturaleza de su «relación especial» con Rufus Hartman? –preguntó Thanos–. ¿Es uno de sus amantes?
Por un instante, Tahlia se quedó demasiado sorprendida como para responder. Lo más probable era que Thanos hubiera leído en la prensa los cotilleos sobre su supuesta relación con Damian Casson.
–No creo que eso sea de su incumbencia –replicó, evidentemente molesta–, pero lo cierto es que Rufus no se siente atraído por las mujeres –añadió. No estaba segura de por qué había bajado la voz, pues Rufus nunca había tenido ningún reparo en manifestar que era gay–. Es un buen amigo con un gran talento.
Thanos la miró de arriba abajo, como si la estuviera desnudando mentalmente, y Tahlia se sintió horriblemente expuesta. No pudo evitar fijarse en la sensual curva de su boca. Seguro que sus besos no serían precisamente delicados... Se ruborizó al imaginar que se inclinaba para besarla y sintió que un intenso calor recorría sus venas.
Inquieta, volvió a mirar a su alrededor en busca de algún conocido.
–¿Busca a alguien en particular? –preguntó Thanos. La inusitada atracción que estaba experimentando por aquella mujer resultaba muy irritante, pero, tras ver el rubor que había cubierto sus mejillas, por lo menos tuvo la satisfacción de comprobar que a ella le estaba sucediendo lo mismo.
–Busco a un príncipe árabe, el jeque Mussada –replicó Tahlia–. ¿Lo conoce?
–He oído hablar de él, como casi todo el mundo, ya que recientemente ha comprado uno de los principales bancos de la ciudad.
–Tengo entendido que es el quinto hombre más rico del mundo –murmuró Tahlia distraídamente.
–¿No se ha casado recientemente? –preguntó Thanos.
–Sí, pero su mujer odia volar y nunca viaja con él al extranjero. ¡Oh, ése debe de ser él! –Tahlia experimentó una punzada de animación al notar que los asistentes se apartaban para dar paso a un hombre vestido con ropas árabes. Aquélla era su oportunidad de salvar el negocio de su familia. El collar de zafiros que llevaba aquella noche era realmente espectacular, y el jeque Mussada tenía reputación de ser un entusiasta coleccionista de joyas. Lo único que tenía que hacer era lograr llamar su atención.
–No se vaya.
Tahlia sintió el cálido aliento de Thanos en su cuello y, al volver la cabeza, se sorprendió al ver lo cerca que estaba.
–¿Disculpe? –por unos segundos se había visto tan inmersa en su sueño de conseguir al jeque como cliente que casi se había olvidado de Thanos. Pero sólo «casi». Aquel hombre no era fácil de olvidar, pensó mientras contemplaba su rostro. El destello de sensualidad que captó en su mirada la dejó sin aliento.
–Nuestra anfitriona me ha asegurado que es una experta en el trabajo de Rufus Hartman, y me gustaría que me guiara por la exposición.
–Le aseguro que no soy ninguna experta –contestó Tahlia rápidamente, sintiendo que se hundía en los oscuros ojos de Thanos. Sus pestañas eran asombrosamente largas para un hombre, y su piel brillaba como bronce bruñido sobre sus magníficos pómulos. Parecía haberse adueñado de sus sentidos, y su corazón latió desbocado cuando vio que alzaba una mano para deslizar un dedo con infinita delicadeza por su rostro.
–Tu piel es suave como la seda –la ronca voz de Thanos hizo que un agradable cosquilleo recorriera el cuerpo de Tahlia–. Debo admitir que me siento cautivado por tu belleza.
Tenía que estar bromeando, pensó Tahlia mientras se esforzaba por respirar. El deseo que brillaba en sus ojos no podía ser real. Apenas hacía unos momentos que había sentido con claridad su hostilidad. Aquel cambio de actitud resultaba desconcertante.
–Yo... –empezó, pero al parecer había perdido su habilidad para pensar. Se humedeció los labios con la punta de la lengua y, al ver la intensa atención que Thanos prestaba a su traicionero gesto, sintió fuego líquido recorriendo sus venas.
–¿Por qué no empezamos por el paisaje de la esquina? –sugirió Thanos a la vez que la tomaba del codo y la guiaba con firmeza por la sala, alejándola del campo visual del jeque Mussada.
¿Acaso disfrutaba seduciendo a los maridos de otras mujeres?, se preguntó Thanos, furioso. Había captado el brillo de determinación en su mirada cuando había visto al jeque. Bajo su bello exterior, Tahlia Reynolds poseía un corazón frío y calculador. James Hamilton no era precisamente inocente, pero Thanos estaba cada vez más convencido de que Tahlia había seducido deliberadamente al marido de su hermana... y planeaba volver a utilizar sus artimañas con el felizmente casado jeque Mussada.
Pero no si él podía evitarlo, se dijo. No pensaba apartarse de Tahlia el resto de la tarde, aunque ello implicara simular que había caído bajo su embrujo.
TAHLIA miró disimuladamente el reloj de la galería y se sorprendió al ver que había pasado casi una hora desde que Thanos le había pedido que lo guiara por la exposición. Éste tenía la mano apoyada en su espalda y ella se sentía muy consciente de la cercanía de su poderoso cuerpo y de la calidez que desprendía. Thanos no parecía tener ninguna prisa por separarse de ella, pero se suponía que ella debería estar trabajando, ofreciendo tarjetas a cualquiera que admirara su collar.
–Estoy segura de que Rufus podrá hablarte de su trabajo mejor que yo –murmuró cuando Thanos se detuvo ante un cuadro de vívidos colores que, a ojos de Tahlia, no representaba nada reconocible.
Thanos volvió la mirada hacia el barbado Rufus, que charlaba con un grupo de invitados.
–Pero él no es un guía tan atractivo como tú –dijo, con un brillo de indisimulado interés sexual en la mirada.
Tahlia se quedó sin aliento una vez más. Thanos Savakis era un ligón descarado, y ella sabía que debería alejarse de él, pero parecía haber perdido su habitual cautela; estaba embrujada por su carisma y, cada vez que sus labios se curvaban en aquella devastadora sonrisa, el corazón empezaba a latirle en el pecho de forma desenfrenada.
Thanos volvió a mirar la pintura.
–Los cuadros abstractos del señor Hartman son del estilo que me gustaría tener en mi nuevo hotel. Son contemporáneos, llaman la atención y encajarían con el moderno diseño del edificio.
–Crispin me ha mencionado que eres dueño de una cadena de hoteles –admitió Tahlia, y se ruborizó ante la socarrona expresión de Thanos.
¿Qué más le habría contado Crispin?, se preguntó Thanos. ¿Que era un multimillonario que sentía debilidad por las rubias? ¿Le habría pedido ella que se lo presentara, convencida de que encontraría su pelo rojizo dorado intrigantemente distinto al de las docenas de rubias que pululaban por la galería?
–Soy dueño de hoteles en muchas partes del mundo, incluyendo el Caribe y las Maldivas, y estoy negociando la compra del Ambassador, donde me alojo en este viaje a Londres.
El Ambassador era uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad. Tahlia apenas se había fijado cuando Crispin había dicho que Thanos era multimillonario, pero en aquel momento se le ocurrió que tal vez podría sacar a joyerías Reynolds de su peligrosa situación financiera.
–Mi último proyecto es un hotel en una de las islas griegas –continuó Thanos–. El Artemisa es un hotel de cinco estrellas magníficamente equipado con gimnasios, piscinas y salones recreativos, además de tiendas de ropa de diseño y joyerías.
–Suenas maravilloso –murmuró Tahlia, centrando su atención en la mención de las joyerías. Una vez más se llevó la mano instintivamente al cuello para tocar el collar. Thanos siguió el movimiento de su mano.
–Ese collar es casi tan exquisito como la mujer que lo lleva –dijo.
Tahlia se ruborizó.
–Es una de las muchas piezas elaboradas por los orfebres de Joyerías Reynolds. Tal vez podrías plantearte la posibilidad de vender una selección de sus joyas en el Artemisa –abrió su bolso y sacó una tarjeta–. Podría ser un acuerdo mutuamente beneficioso. Reynolds tiene una gran reputación por sus diseños, que estarían a tono con la alta calidad de tu hotel. Y somos una empresa en expansión –añadió mientras Thanos miraba la tarjeta que le había entregado.
–¿En serio...? –Thanos le dedicó una penetrante mirada y Tahlia sintió que su rostro se acaloraba.
–Oh, sí. Tenemos un equipo de dirección muy dinámico que siempre está a la busca de nuevos retos.
La sonrisa de Thanos volvió a ejercer su hipnótico y sensual efecto en Tahlia, pero también le recordaba a la expresión de un lobo acechando a su presa.
–Me parece una proposición muy interesante, Tahlia. Pensaré seriamente en ella.
–¿De verdad? –Tahlia olvidó que se suponía que era una dura mujer de negocios y le devolvió la sonrisa. Si Thanos llegara a aceptar que Joyerías Reynolds pusiera a la venta sus productos en sus lujosos hoteles, las cosas podrían mejorar mucho.
Thanos entrecerró los ojos mientras la miraba. La exquisita y ligeramente altiva mujer de mundo había desaparecido para dar paso a una joven con una pícara sonrisa y unos brillantes ojos azules más bellos que el más caro de los zafiros. ¿Cómo podía mentir con tal descaro y sin embargo parecer tan inocente? ¿Y cómo podía él odiarla y desearla a la vez con igual intensidad?
De pronto se sintió cansado del juego que él mismo había iniciado. Debería haber revelado desde el primer momento que era el ex cuñado de su amante James Hamilton. Sintió la tentación de decirle que no había la más mínima posibilidad de que llegaran a algún acuerdo comercial, pero se tragó sus palabras. Había organizado sus planes cuidadosamente y ahora estaba en condiciones de destruir Joyerías Reynolds. Su momento de venganza sería dulce, y quería saborear la expresión del precioso rostro de Tahlia cuando comprendiera que lo había perdido todo.
No había motivo para permanecer con ella más tiempo. El jeque Mussada se había ido hacía un rato, recordó, y se enfureció al reconocer que había permanecido todo el tiempo con Tahlia porque le había parecido una mujer inteligente, de conversación sustanciosa y cautivadora. Miró a su alrededor y vio que la rubia que se había pegado a él como una lapa al llegar lo miraba con expresión de reproche. A pesar de sí mismo, no pudo evitar comparar los rizos teñidos de rubio platino de Lisette y su vestido de lentejuelas y falda exageradamente corta con la delicada elegancia de Tahlia. Dedicó a ésta una fría sonrisa.
–Debo pedirte que me excuses, Tahlia. Espero una importante llamada de negocios y debo volver al hotel.
–Oh, pero... –Tahlia vio cómo se alejaba Thanos, sorprendida por su repentina marcha. Le avergonzó pensar en llamarlo para que volviera, pero tal vez no volvería a surgir una oportunidad como aquélla–. ¿Tendré noticias tuyas cuando hayas considerado mi idea de vender los productos de Joyerías Reynolds en tu nuevo hotel? –dijo, desesperada.
Thanos se volvió y la miró con expresión impenetrable.
–Desde luego que tendrás noticias mías, Tahlia –prometió él con suavidad.
Pero, por algún motivo, sus palabras hicieron que Tahlia sintiera un escalofrío.
El lunes, Tahlia se despertó con una intensa sensación de ansiedad en el estómago. Su madre tenía una cita con el especialista aquella mañana para averiguar si la mastectomía y el tratamiento de quimioterapia que había seguido a ésta habían servido para frenar el cáncer de mama que padecía. A lo largo de las pasadas semanas Vivienne había recuperado parte de su fuerza y su pelo había vuelto a crecer lo suficiente como para poder dejar de utilizar los pañuelos con los que hasta entonces protegía su cabeza.
Su madre había sido tan valiente... pensó Tahlia mientras tragaba saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Los dos años transcurridos desde que le diagnosticaron el cáncer habían sido una pesadilla, y esperaba que hoy le dieran la noticia de que estaba curada.
El futuro de Joyerías Reynolds era otra seria preocupación, pensó mientras se duchaba. No tenía muchas esperanzas de que Thanos Savakis aceptara promocionar sus productos en el nuevo hotel, y si Vantage Investments decidía no comprar, no sabía qué iba a suceder con la empresa a la que su padre había dedicado su vida.
Cuando llegó en su viejo Mini al trabajo, se sorprendió al ver el coche de su padre en el aparcamiento. Subió rápidamente a las oficinas.
–No esperaba encontrarte aquí, papá –dijo, y su sonrisa se esfumó al ver la tensa expresión del rostro de Peter Reynolds–. ¿Qué sucede? –preguntó, angustiada–. ¿Has tenido noticias del hospital?
–No –contestó rápidamente su padre para tranquilizarla–. La cita de tu madre sigue siendo a las once y media. Estoy aquí porque he recibido una llamada de Vantage Investments a las ocho de la mañana para informarme de que han cambiado la fecha de nuestra cita del miércoles a hoy al mediodía.
–Pero hoy es imposible. Pídeles que la retrasen a mañana.
–Ya lo he hecho, pero me han dicho que, o nos vemos hoy, o cancelan el encuentro.
–Tienes que ir al hospital con mamá. Nada es más importante que la cita de mamá con el doctor Rivers –dijo Tahlia con urgencia–. ¿Por qué no llamas al hospital para ver si pueden cambiar la hora de la cita?
–También lo he intentado, pero el doctor tiene que tomar hoy un avión para ir a dar una conferencia –Peter suspiró pesadamente–. Siento cargarte con esta responsabilidad, Tahlia, pero le he dicho a Steven Holt, de Vantage, que seguimos adelante con la reunión, aunque sólo podrá estar presente uno de los directores. Sólo se trata de una reunión preliminar, pero parecen seriamente interesados en llegar a un acuerdo. Si las cosas siguen adelante, participaré en las negociaciones, por supuesto, pero hoy todo depende de ti. ¿Crees que podrás hacerte cargo?
–Por supuesto –aseguró Tahlia con firmeza. Su corazón se encogió al ver las profundas arrugas del ceño de su padre. Parecía haber envejecido diez años desde que diagnosticaron el cáncer a su mujer–. Haré todo lo posible para convencer a Vantage Investments de que compren Joyerías Reynolds. Tú debes ir a casa a tranquilizar a mamá antes de su cita –se mordió el labio y añadió con voz ronca–: Llámame en cuanto tengas noticias, ¿de acuerdo?
–Por supuesto –aseguró su padre, serio–. Todos los papeles que necesitas están en mi escritorio –añadió distraídamente, y Tahlia supo que lo único que tenía en su mente en aquellos momentos era a su esposa.
–Vete ya, papá –dijo, a la vez que daba un suave empujón a su padre hacia la puerta.
Dos horas después, consciente de que pretender aparcar en el centro podía acabar convirtiéndose en una pesadilla, Tahlia acudió a su cita en metro. Sólo un milagro podía salvarlos, pensó, apesadumbrada. Debido a la crisis económica, el banco exigía que su padre pagara el préstamo que le había hecho, pero Joyerías Reynolds carecía de fondos.
Si no lograba persuadir a Vantage para que comprara, Joyerías Reynolds caería irremisiblemente en bancarrota. Era así de sencillo, reconoció, asustada.
Bajó en Cannon Street y se encaminó hacia las oficinas de Vantage Investment. El recepcionista le indicó dónde estaba el ascensor y, mientras subía, Tahlia se miró en el espejo. Retocó rápidamente su maquillaje con mano temblorosa.
Un hombre rubio la esperaba cuando salió del ascensor.
–¿Señorita Reynolds? Soy Steven Holt.
–Es un placer conocerlo, señor Holt –replicó Tahlia, que ocultó con una nerviosa sonrisa su sorpresa al haber sido recibida directamente por el director, y no por su secretaria.
El director no dijo nada mientras la guiaba por el pasillo, y el desconcierto de Tahlia aumentó cuando le hizo pasar a una habitación y cerró silenciosamente la puerta tras ella. Miró el suelo de madera sin comprender. ¿Se suponía que debía sentarse a esperar allí a que el director volviera?
Cuando se volvió, su corazón estuvo a punto de detenerse al ver a un hombre sentado tras un imponente escritorio.
–¿Señor... Savakis? –murmuró desconcertada mientras contemplaba su pelo negro, su atractivo rostro y el impecable traje que vestía. Así vestido resultaba aún más atractivo que el hombre que había atormentado sus sueños.
Pero ¿qué hacía en las oficinas de Vantage Investment?
Thanos la estaba observando con expresión impasible. No respondió a su insegura sonrisa y se limitó a hacer un gesto con la cabeza para indicar que se sentara.
Su silencio puso nerviosa a Tahlia, cuya voz sonó exageradamente aguda cuando dijo:
–No entiendo... He venido aquí para hablar con el señor Holt.
–Steven Holt es el jefe ejecutivo de Vantage Investments y, en circunstancias normales, habrías negociado con él –dijo Thanos con frialdad–. Pero estas circunstancias no son normales, Tahlia –por un instante, en sus ojos destelló una intensa emoción, pero bajó rápidamente la mirada para enmascararla–. Vantage es una empresa subsidiaria de Savakis Enterprises.
–Comprendo –dijo Tahlia con cautela, conmocionada por la expresión que acababa de ver en su rostro–. En ese caso... supongo que sabrás por qué estoy aquí, ¿no?
–Oh, sí, Tahlia. Sé exactamente por qué estás aquí –Thanos apoyó su poderosa espalda contra el respaldo del asiento y unió sus manos por la punta de los dedos. No hizo ningún esfuerzo por disimular su desprecio mientras contemplaba el vestido de diseño de Tahlia. No era de extrañar que Joyerías Reynolds tuviera problemas si Tahlia se pagaba a sí misma un salario muy por encima de lo normal para financiar el lujoso estilo de vida que obviamente llevaba, pensó con cinismo–. Esperas convencerme de que compre tu empresa y la salve de la bancarrota. La misma compañía que, según dijiste ayer, estaba en expansión y contaba con equipo directivo muy dinámico –añadió burlonamente.
Tahlia se ruborizó al recordar. Era evidente que Thanos no había tenido la más mínima intención de tomar en serio la propuesta que le había hecho para su nuevo hotel. Por algún motivo, había estado jugando con ello, y reconocerlo hizo que su genio aflorara.
–¿Por qué no me hablaste de tu relación con Vantage Investment en lugar de dejarme creer que tal vez había una forma de salvar Reynolds? –preguntó, enfadada–. ¿Disfrutaste dejándome en ridículo?
–Admito que encontré la situación bastante divertida. La expresión de la mirada de Thanos hizo estremecerse a Tahlia.
–Pero... ¿por qué? ¿Qué he hecho yo para...? –se interrumpió para mirar la foto de una joven mujer que Thanos había empujado hacia ella sobre el escritorio.
–Creo que ya conoces a mi hermana, ¿no? –preguntó él en un tono peligrosamente suave.
–Yo... –Tahlia trató de añadir algo más, pero su cerebro parecía haber entrado en cortocircuito.
–Supongo que no fue un encuentro muy largo. E imagino que la situación resultó bastante incómoda, sobre todo teniendo en cuenta que Melina te vio en la cama con su marido. Pero mi hermana ya no tiene el mismo aspecto que tenía en la foto –continuó Thanos, reprimiendo apenas su ira–. Es muy probable que nunca pueda volver a bailar, lo que es una pena, porque, como verás por la foto, le encantaba bailar.
Tahlia fue incapaz de decir nada mientras miraba la foto de la preciosa joven cuyo rostro le resultaba tan sorprendentemente familiar. En la foto llevaba el pelo sujeto en un moño, y no suelto, como la noche que Tahlia la vio, pero no había duda de que era la esposa de James.
–Melina se disgustó mucho tras veros a Hamilton y a ti juntos en la cama. Salió corriendo del hotel y, al cruzar sin mirar, resultó atropellada por un coche –dijo Thanos con aspereza–. Los testigos aseguran que voló casi seis metros en el aire antes de golpearse contra el suelo. Estuvo en coma tres semanas, con las dos piernas rotas y daños en la columna –ignoró la expresión horrorizada de Tahlia y siguió hablando–. Al principio, los médicos pensaron que iba a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas. Afortunadamente, las últimas operaciones han resultado positivas y la están sometiendo a una fisioterapia intensiva para que pueda volver a caminar. Pero nunca volverá a bailar –concluyó.
Las palabras de Thanos dieron paso a un silencio cargado de tensión. Finalmente, Tahlia hizo un esfuerzo por hablar.
–No... no lo sabía –susurró.
Thanos rió salvajemente.
–¿Quieres decir que no escuchaste el sonido de las sirenas? ¿O lo escuchaste pero no sentiste el interés suficiente para averiguar quién había resultado herido? Supongo que James y tú seguisteis con vuestra gimnasia sexual después de que Melina se fuera –espetó con desprecio–. Ninguno de los dos tuvo la decencia de seguirla, aunque debió de ser evidente, incluso para una bruja despiadada como tú, que se había quedado desolada al encontrar al hombre al que amaba con su querida en la cama.
Tahlia inclinó la cabeza mientras la furia de Thanos caía sobre ella. Se merecía su enfado, pensó, atormentada, y su mente revivió la terrible noche que, seis meses antes, había comenzado de forma tan maravillosa.
Se había sentido excitada y un poco nerviosa cuando James la llevó a un hotel en el que había hecho una reserva para un fin de semana romántico.
–¿Sólo una llave? –preguntó ella con voz temblorosa.
–Una llave, una habitación... una cama –replicó James con aquella encantadora sonrisa que hacía que el corazón de Tahlia se derritiera–. Sabes que te quiero –murmuró cuando entraron en la habitación y la abrazó para besarla–. Y tú también me quieres, ¿verdad, cariño? Hacer el amor es el paso siguiente para demostrar nuestro amor mutuo.
Tahlia fue incapaz de resistirse al guapo y encantador James, que le había robado el corazón. Estaba lista para convertirse en su amante y, cuando él empezó a desnudarla, no ocultó su anhelo. Pero acababan de tumbarse en la cama cuando de pronto de abrió la puerta y una mujer entró en la habitación.
Nunca olvidaría la conmocionada expresión del rostro de la mujer, las lágrimas que se derramaron por sus mejillas, su voz rota.
–¿Cómo has podido, James? ¿Cómo has podido? Soy tu esposa...
–No sabía que tu hermana había sufrido un accidente –insistió Tahlia, volviendo su mente al presente–. Me marché del hotel de inmediato –después de que James le confirmara a regañadientes que estaba casado y añadiera que ése no era motivo para que se pusiera histérica–. Bajé a toda prisa a por mi coche, que estaba aparcado en la parte trasera del hotel. Melina debió de salir por la puerta delantera y yo conduje hasta casa por otra carretera. No recuerdo haber escuchado sirenas ni nada parecido. Estaba... conmocionada. No sabía que Jame estaba casado.
–Mentirosa.
La solitaria palabra restalló en el aire como un látigo, y Tahlia se sobresaltó.
–Juro que no lo sabía... –empezó, pero Thanos la silenció con una mirada feroz.
–Claro que lo sabías. Lo mismo que sabías que el actor con el que has tenido recientemente una aventura también estaba casado. Y lejos de tratar de ocultar tu relación con él, la has aireado descaradamente, permitiendo que la prensa te fotografiara mientras salíais juntos del hotel –Thanos hizo una mueca de desprecio–. Dime, ¿experimentas una sensación de poder cuando mantienes relaciones sexuales con los maridos de otras mujeres? Me asquean las mujeres como tú.
Mujeres como la querida de su padre, pensó Thanos con desaliento. Wendy Jones sabía que su padre tenía esposa e hijos, pero aquello no le impidió coquetear con Kosta Savakis sin preocuparse por el dolor y la destrucción que provocó su aventura. Wendy y Tahlia eran de la misma clase: brujas desalmadas que carecían por completo de moral. El odio que sentía por la mujer que acabó convirtiéndose en su madrastra había ardido en su interior durante años y, mientras contemplaba el pálido rostro de Tahlia, su furia amenazó con asfixiarlo.
El gélido odio de la mirada de Thanos hizo que Tahlia se estremeciera.
–Te juro que no sabía que James estaba casado. Si lo hubiera sabido, nunca habría salido con él –se puso en pie y aferró con ambas manos el borde del escritorio mientras sus pechos subían y bajaban al ritmo de su agitada respiración–. Cuando tu hermana entró y dijo que era la mujer de James, me sentí muy mal. Me sentí como si fuera la forma de vida más miserable del planeta.
–Una descripción muy adecuada –espetó Thanos–. Y seguro que te sentiste mal... os habían descubierto y temías que James diera por zanjada vuestra aventura para tratar de persuadir a su acaudalada esposa de que lo perdonara. No entiendo qué viste en mi cuñado –añadió con desprecio–. James Hamilton es un miserable sin ningún talento y sin un céntimo. Pero, según la prensa, parece que tú disfrutas acostándote con los maridos de otras mujeres.
Tahlia se puso intensamente pálida y, por un segundo, sintió la tentación de marcharse inmediatamente de allí, pero se obligó a enfrentar la mirada de Thanos.
–Los artículos de la prensa sobre mi supuesta aventura con Damian Casson son totalmente falsos. He pedido a mi abogado que denuncie a los periódicos implicados –bajó la mirada hacia la fotografía de la hermana de Thanos y tragó saliva–. Lo siento –susurró–. Me gustaría poder disculparme con Melina y explicarle que James nos engañó a las dos.
–¿Crees que permitiría que te acercaras a mi hermana? –dijo Thanos con aspereza–. Melina ya ha sufrido bastante como para encima tener que soportar tus mentiras.
Thanos también se había puesto en pie y estaba mirando a Tahlia con evidente desprecio. Ella entendía su enfado, pero su negativa a escucharla y su empeño en pensar lo peor de ella hicieron que su genio aflorara de nuevo.
–No estoy mintiendo –dijo con dignidad–. Y no soy la mujer que retrata la prensa del corazón. No sabía que James tuviera una esposa –al sentir la punzada de las lágrimas en sus ojos, bajó la mirada para que James no las viera–. Lo siento tanto –repitió con voz temblorosa. Sólo había sido un peón inocente en el juego de James, pero no podía evitar sentirse responsable por el terrible accidente sufrido por su esposa.
–Ya es demasiado tarde para sentirlo. Es una lástima que no sintieras ese conmovedor remordimiento antes de acostarte con el marido de mi hermana.
–Nunca me acosté con él –dijo Tahlia rápidamente–. Aunque comprendo que eso no le sirva de consuelo a Melisa. Admito que estaba dispuesta a convertirme en su amante. La noche que Melina nos encontró habría sido nuestra primera noche juntos. Me había enamorado de James... aunque ahora comprendo que en realidad nunca llegué a conocerlo –añadió con amargura.
Era una gran actriz, reconoció Thanos. Casi lo había convencido de que era inocente... y el brillo de las lágrimas en aquellos preciosos ojos azules había sido un toque perfecto. De no ser por los artículos que habían aparecido en la prensa sobre su aventura con otro actor casado, tal vez habría sentido la tentación de creerla.
Pero tal vez estaba dispuesto a creer que había sido engañada por James Hamilton debido a la atracción física que sentía por ella, pensó, irritado. Aquel día, Tahlia era la personificación de la elegancia y la discreción: su ceñida falda realzaba la curva de sus caderas, el corte de su chaqueta enfatizaba su estrecha cintura, y su blusa color lila complementaba a la perfección su cremosa tez. Las dispersas pecas que adornaban su nariz y mejillas iban a juego con el tono rojizo dorado de su pelo, y las largas pestañas que enmarcaban sus preciosos ojos azules eran ligeramente más oscuras que éste.
Tal vez su exterior fuera encantador, pero por dentro era un ser malvado, y todas las evidencias indicaban que sabía muy bien lo que estaba haciendo cuando empezó su aventura con James, se dijo Thanos. No pensaba dejarse engatusar por aquella sarta de mentiras debido al descontrol de sus hormonas. Se obligó a apartarse de ella y se encaminó hacia los ventanales del despacho.
Tahlia deslizó la mirada por sus anchos hombros y la arrogante inclinación de su cabeza. La desesperación se asentó en su estómago como un peso muerto.
–Nunca tuviste intención de comprar Joyerías Reynolds, ¿verdad?
–Claro que no –replicó Thanos con frialdad–. Me parecía justo que sufrieras una fracción de la miseria que ha sufrido mi hermana, y decidí destruir tu empresa. Y lo cierto es que no ha sido difícil llevar a Reynolds al borde del precipicio. Algunas de las decisiones que habéis tomado a lo largo de los dos últimos años han sido muy arriesgadas, y vosotros sois los responsables de la actual situación financiera de la empresa. Simplemente os hice creer que Vantage Investments os ofrecería un modo de salvaros de la quiebra, y tú fuiste lo suficientemente crédula, o, más bien, codiciosa, como para creer que podrías mantener tu indulgente tren de vida.
No era una coincidencia que los problemas de Joyerías Reynolds hubieran empezado al mismo tiempo que su madre fue diagnosticada de un cáncer, reconoció Tahlia. Durante aquella terrible época, su padre descuidó los negocios, y ella se sentía culpable por no haberse implicado más en la dirección de la compañía.
–Joyerías Reynolds es la empresa de mi padre, no la mía –dijo Tahlia con suavidad–. Si la destruyes, será él quien sufra.
–Tú te convertiste en socia hace tres años. Mis investigaciones fueron muy concienzudas –replicó Thanos con frialdad–. Es una lástima que tu padre vaya a perder una empresa que construyó de la nada, pero no debería haber criado a su hija para que se convirtiera en una fulana sin principios.
Una intensa rabia ardió en el interior de Tahlia. Miró el reloj que había sobre el escritorio y sintió una punzada de aprensión. ¿Qué le habría dicho el médico a su madre? Aunque las noticias fueran malas, su padre ocultaría sus temores y apoyaría a Vivienne, como había hecho a diario a lo largo de aquellos dos años. Peter Reynolds no se merecía el desprecio de Thanos.
Furiosa, se encaró con Thanos, que se había vuelto a mirarla.
–Piensa lo que quieras de mí, pero no te atrevas a decir nada en contra de mi padre. Es mejor hombre de lo que tú llegarás a ser nunca.
–No en los negocios –contestó Thanos en tono sarcástico.
Tahlia se ruborizó.
–Reconozco que tomó algunas decisiones poco acertadas, pero había motivos... –Tahlia se interrumpió bruscamente al ver la expresión burlona de Thanos. Si le hablaba de los problemas de salud de su madre, estaba segura de que la acusaría de estar mintiendo para que se apiadara de ella. Su enfado se disipó con tanta rapidez como había llegado, y experimentó una intensa desesperación al comprender que no había esperanza de salvar Joyerías Reynolds.
–Ojalá no hubiera conocido nunca a James Hamilton –dijo con voz ronca–. Y espero con todo mi corazón que tu hermana llegue a recuperarse.
Al volverse para recoger sus cosas, su rodilla colisionó con una mesita de café en la que no se había fijado.
–¡Ay! –se tambaleó y dejó caer involuntariamente su maletín que, al abrirse, derramó su contenido por el suelo.
Seguro que Thanos estaba disfrutando viéndola de rodillas, pensó con rabia mientras se agachaba para recoger los papeles de Joyerías Reynolds que llevaba consigo. Se pasó una mano por los ojos y se quedó paralizada al darse cuenta de que Thanos se había agachado a su lado y le estaba ayudando a recoger.
–Gracias –tomó los papeles que le ofreció y, al alzar la cabeza, se sorprendió de lo cerca que estaba. Se sintió rodeada por el olor de su colonia y puso sentir el calor que emanaba de su cuerpo. ¿Cómo podía sentirse tan físicamente consciente de un hombre que acababa de dejar bien claro que la despreciaba?, se preguntó, desesperada.
Debía levantarse de inmediato y alejarse de él antes de que se diera cuenta del efecto que ejercía sobre ella, pero sus músculos se negaron a obedecer. Volvió la mirada hacia Thanos... y se quedó conmocionada al ver el inconfundible deseo que brillaba en la profundidad de sus ojos.
CÓMO podía sentir aquella intensa atracción por Tahlia si la despreciaba?, se preguntó Thanos, furioso consigo mismo. No lograba apartar la mirada de la curva de su boca, y la carnosidad de sus labios era una tentación irresistible. El deseo que sentía por ella era una complicación inesperada...
Thanos iba a besarla. Tahlia captó la intención en su mirada antes de que inclinara la cabeza, y se quedó conmocionada al comprender que deseaba que lo hiciera. Sin comprender por qué, se limitó a esperar a que la besara.
El primer roce de su boca le produjo una agradable sensación por todo el cuerpo. Sus labios eran firmes y se deslizaron exigentemente sobre los de ella, pero el orgullo de Tahlia acudió en su ayuda y mantuvo la boca cerrada, esforzándose por no ceder a la avasalladora tentación de devolverle el beso. Si lo hiciera, confirmaría lo que Thanos pensaba de ella: que era una fulana carente de moral.
Cuando la tomó de la mano y le hizo ponerse en pie, no opuso resistencia. Estaban muy cerca uno del otro, pero sin tocarse, y los sentidos de Tahlia se vieron inflamados por el sutil aroma de las feromonas masculinas y el embriagado calor que emanaba del cuerpo de Thanos. El beso de éste se volvió más y más exigente y la voluntad de Tahlia se desmoronó bajo su arremetida. Con un gemido, abrió la boca y, de inmediato, Thanos introdujo la lengua en su húmeda calidez y exploró su interior eróticamente a la vez que la rodeaba con un brazo por la cintura y la atraía hacia sí.
Tahlia no había experimentado nunca una pasión como aquélla, y todo pensamiento abandonó su mente. Olvidó que estaban en el despacho de Thanos y que éste se había negado a salvar Joyerías Reynolds. Sólo era consciente de él, de la presión de sus labios, del roce de su mandíbula, de la rígida prueba de su excitación presionada contra su vientre.
Con un ronco gemido de capitulación, alzó los brazos para rodearlo por los hombros, pero Thanos apartó bruscamente la cabeza y le dedicó una mirada de evidente desprecio.
–¿Qué sucede, Tahlia? ¿Acaso Damian Casson ha recuperado la cordura y ha decidido dejarte para volver con su mujer? Supongo que, dado que sólo te sientes atraída por hombres casados, no me considerarás un buen sustituto para aliviar tu frustración sexual, ¿no?
Tahlia dio un gritito ahogado y, dejándose llevar por su instinto, lo abofeteó en la mejilla.
–¡Miserable arrogante! –exclamó, temblando de rabia y humillación–. Eres tú el que me ha besado. ¿Qué pretendías? ¿Demostrar lo irresistible que eres?
–Sin duda he demostrado algo –dijo Thanos mientras se alejaba de ella y apoyaba una cadera con gesto indolente contra el borde del escritorio–. La química sexual que hay entre nosotros es tan potente como inexplicable, y admito que te he besado porque sentía curiosidad por ver cómo reaccionabas. Pero vuelve a abofetearme y lo lamentarás –añadió en tono amenazador.
Tahlia miró la marca roja que había dejado en su mejilla y se sintió enferma. Nunca en su vida había pegado a otro ser humano, y se sintió avergonzada. No le sirvió de nada recordar que Thanos lo merecía. Él la había besado, pero ella había querido que lo hiciera. A pesar de saber lo que pensaba de ella, había sido incapaz de resistirse. ¿Qué revelaba aquello sobre sus valores éticos?, se preguntó, desesperada.
Thanos mantuvo deliberadamente una expresión impasible. No quería dar indicios de la batalla que estaba librando en su interior para someter a sus hormonas. Besar a Tahlia había sido un error, reconoció.
Trató de observarla desapasionadamente. Se preguntó si las lágrimas que brillaban como pequeños diamantes en sus pestañas serían reales, o si con ellas pretendía despertar su piedad. Pero no sentía ninguna piedad por ella.
Había planeado la caída de Tahlia durante los interminables días y noches que permaneció junto a la cama de Melisa, esperando a que recuperara la conciencia. Se había sentido tan impotente y asustado... Él, que nunca había temido nada, que había luchado para salir de la pobreza y había alcanzado la cima del éxito, se había asustado terriblemente ante la posibilidad de perder a la única persona del mundo a la que realmente quería. Afortunadamente, Melina se había recuperado, pero él nunca perdonaría a las dos personas responsables de su accidente.
Dada la situación financiera reinante, Tahlia nunca encontraría otro comprador para Joyerías Reynolds. Todo iba según lo planeado. Pero aquello no era totalmente cierto, reconoció, irritado. No recordaba la última vez que había deseado a una mujer con la intensidad con que deseaba a Tahlia. Tenía pruebas evidentes de que era una mujer como la querida de su padre y, a pesar de todo, se sentía consumido por el deseo de poseerla.
Había planeado vengar a Melina haciendo creer a Tahlia que su empresa iba a comprar Joyerías Reynolds para luego retirar la oferta en el último minuto. Pero lo cierto era que los locales de Joyerías Reynolds estaban situados en la mejor zona de Londres. Cuando mejorara el clima financiero, aquellos locales serían una inversión muy lucrativa.
Sería una tontería desaprovechar aquella oportunidad y, ¿no resultaría su venganza más dulce si la convertía en algo personal? Comprar Joyerías Reynolds salvaría a Tahlia de la ruina, ¡pero él se cobraría su venganza haciéndole meterse en su cama!
El tenso silencio reinante hizo que Tahlia se sintiera más y más nerviosa. Thanos parecía relajado, pero le recordaba a una pantera dispuesta a saltar sobre su presa. Tenía que salir de allí, pensó, desesperada.
Tomó su maletín del suelo y se volvió hacia la puerta.
–Creo que habría una forma de persuadirme para que compre Joyerías Reynolds... Tahlia se detuvo en seco al escuchar aquello y se volvió hacia él.
–¿Cómo?
–Utilizando la antigua tradición del trueque. Cada uno de nosotros tiene algo que el otro quiere. Podríamos negociar un trato.
–Pero yo no tengo nada que tú puedas querer –dijo Tahlia, desconcertada.
–No te hagas la ingenua –replicó Thanos–. Sabes perfectamente bien lo que quiero –cruzó el despacho en dos zancadas y tomó a Tahlia por la barbilla para obligarla a mirarlo–. Te quiero a ti. Quiero llevarte a la cama y disfrutar del delicioso cuerpo que con tanto agrado compartes con tus numerosos amantes. A cambio de tus favores sexuales, estoy dispuesto a comprar Joyerías Reynolds por el precio que pedís.
Tahlia no podía creer lo que acababa de escuchar. Debía tratarse de una broma, pero el tono de Thanos no había sido precisamente divertido.
–Pero... yo no te gusto –balbuceó.
Thanos rió despectivamente.
–No es necesario que me gustes. Quiero acostarme contigo; no estoy sugiriendo que nos hagamos amigos.
–Siempre he pensado que los amantes también deberían ser amigos –replicó Tahlia, tratando de contener su ira–. No soy un trozo de carne y no estoy en venta.
Thanos entrecerró los ojos. ¿Cómo se atrevía Tahlia a hablarle en aquel tono si, según la prensa, era capaz de quitarse las bragas para cualquier celebridad que le dijera la hora?
–Todo y todo el mundo está a la venta por el precio adecuado. Deberías agradecer mi oferta. ¿Quién más estaría dispuesto a pagar esa cifra por una compañía en quiebra? Además –añadió, sujetando la barbilla de Tahlia con firmeza cuando ésta trato de apartar el rostro–, ambos sabemos que no te parecería tan terrible compartir mi cama. Puede que tú quieras negar la química sexual que hay entre nosotros, pero tu cuerpo es más sincero.
Tahlia habría dado la vida por negar aquello pero, desde el momento en que Thanos se había acercado a ella, había invadido sus sentidos y había encendido una llama en su interior. Sentía los pechos pesados, y contuvo el aliento cuando Thanos deslizó la mano que tenía libre por la parte delantera de su blusa y descubrió las duras cimas de sus pezones sobresaliendo contra la tela de ésta.
La rabia era su única arma contra el insidioso calor que recorría sus venas. No pensaba ceder a la voz interior que la instaba a aceptar aquella miserable proposición.
–El infierno tendrá que congelarse antes de que acepte tu repugnante propuesta –espetó.
Thanos se encogió de hombros.
–¿Estás dispuesta a permitir que tu padre pierda la empresa a la que ha dedicado su vida?
–El chantaje emocional es despreciable. Mi padre nunca esperaría que vendiera mi cuerpo, aunque ello significara perder todo lo que posee. Pareces creer que tu riqueza te da privilegios especiales. Es obvio que naciste con una cuchara de plata en la boca. Crees que el dinero puede comprarlo todo. Pero no puede comprarme a mí.
–En ese caso, también puedo tomar lo que concedes gratuitamente a tantos otros hombres –dijo Thanos y, sin darle tiempo a reaccionar, inclinó la cabeza y capturó la boca de Tahlia con la suya.
Tahlia dejó escapar un gritito ahogado y Thanos aprovechó la oportunidad para introducir la lengua y explorar el interior de su boca con un erotismo que le hizo temblar. La rabia acudió en su rescate y empujó con fuerza el pecho de Thanos para alejarlo de sí, pero él la sujetó con firmeza. Estaba decidida a no reaccionar, pero Thanos pareció intuir su resolución y alivió la presión de su boca para transformar su dominante beso en otro de intensa sensualidad que Tahlia encontró irresistible.