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Julia 948 Tallia Venables necesitaba un millonario. Brad Slinger cumplía todos los requisitos para un final feliz: alto, sexy, moreno e irresistible. Pero ella no buscaba un marido; lo que la bonita científica necesitaba era un inversor. Y Brad era su hombre... al menos en lo referente a su cuenta bancaria. Pero en lo único en lo que él parecía interesado era en besarla hasta hacerle perder el sentido. De manera que Tallia decidió mantener al guapo soltero a raya. Todo iba bien... hasta que ella se enamoró. ¿Podía decirle a Brad que no era la mujer que él creía... sino la esposa con la que estaba soñando?
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Seitenzahl: 197
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1998 Alexandra Sellers
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Como atrapar a un millonario, n.º 948- dic-22
Título original: Occupation: Millionaire
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1141-337-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Se busca Millonario.
¿Eres rico y quieres ser aún más rico? Científico, Inventor cuyo presupuesto para investigación ha sido cancelado necesita apoyo financiero para seguir adelante con varios proyectos prometedores y con grandes posibilidades de resultar lucrativos. Referencias. Apartado 1686, Vancouver Herald.
PUEDE que esta semana tengas más suerte —dijo Bel. Dobló el periódico y lo apartó a un lado para atacar el huevo frito que iba a desayunar—. Pero sigo pensando que deberías poner el anuncio en la prensa nacional.
Tallia, su hermana, asintió en silencio.
—Tienes razón. Si no tengo respuesta la próxima semana, te haré caso. Pero creo que tendría más oportunidades en Vancouver. La gente del este… tiende a pensar que los de la costa oeste carecemos de cerebro.
Había un matiz de ironía en su voz, y Bel sonrió.
—Y una preciosa rubia del oeste debe tener el coeficiente intelectual de…
—Una babosa —concluyó Tallia antes de dar un sorbo a su café.
Normalmente, las dos hermanas solían desayunar juntas en el apartamento de Bel, cuyo balcón recibía los rayos del sol por la mañana. El apartamento de Tallia, que se hallaba un piso más arriba, en el mismo edificio y en el otro lado del pasillo, daba al oeste, de manera que solían cenar allí varias veces a la semana, a menos que Tallia trabajara hasta tarde en el laboratorio o Bel se quedara en la biblioteca de la universidad. Pero últimamente no había habido laboratorio en el que trabajar, así que las comidas compartidas se habían vuelto una costumbre.
—Cuéntame qué tal te fue con Mel Carter —dijo Bel. Sin necesidad de que su hermana se lo dijera, sabía que la reunión no había sido un éxito, pero quería conocer los detalles. Nunca se había reído tanto como desde que su hermana ponía aquellos anuncios para buscar financiación.
Tallia sonrió al recordar, mostrando una perfecta hilera de blancos dientes, y arrugó la nariz.
—Mel Carter tiene más brazos que un pulpo. Al final tuve que pegarle.
Bel abrió mucho los ojos.
—¡Vaya! ¿Cómo reaccionó?
—Dijo que el karate estaba considerado legalmente como un arma y que me denunciaría por agresión.
—¿Karate? ¡Pero si no sabes karate! —informó Bel innecesariamente a su hermana—. ¿Qué le hiciste?
Tallia se encogió de hombros. Éstos alzaron las mangas de su camiseta de pijama, y sus generosos pechos avanzaron contra la tela.
—Le dije que no era karate, sino una mujer hablando en serio. Se enfadó mucho, pero yo también.
Bel señaló con un gesto el escote de la camiseta de su hermana.
—Ni siquiera puedes encogerte de hombros sin que empiece a sonar una sinfonía —comentó desapasionadamente—. El pobre hombre debió quedar subyugado por la música, Tallia.
La hermana de Bel era una auténtica belleza. Incluso su familia tenía que admitir ese hecho, aunque la falta de modestia no fuera con el carácter canadiense. Desde la punta de su pelo rubio natural hasta sus perfectos pies, Tallia Venables, de veintiséis años, carecía por completo de defectos. Podía, y lo hacía, trabajar como modelo publicitaria de peluquería, de pies, piernas, manos, boca, dientes y ojos, así como de todo su cuerpo. Su pálido pelo era suave y espeso y caía suavemente sobre sus hombros. Sus grandes ojos eran una mezcla poco habitual de azul y verde que los hombres solían comparar con el tono de los mares tropicales, al menos, los que tendían a ponerse líricos. Su nariz parecía haber sido modelada por Miguel Angel. Sus labios eran carnosos, como exigía la moda, y sin necesidad de inyecciones de ninguna clase. Su cabeza parecía flotar sobre un largo y elegante cuello, como una flor sobre su tallo. Sus pechos, altos y generosos, que su agente consideraba demasiado grandes para la época, en contra de la opinión generalizada de los hombros, fluían sobre una estrecha cintura que se curvaba en unas redondeadas y fascinantes caderas. Unas piernas y unos tobillos por los que habría merecido la pena morir seguían a éstas.
No es que Bel le tuviera envidia. Todos los Venables eran considerados personas atractivas; sólo junto a Tallia podía parecer normal la belleza de Bel. Además, era difícil envidiar su fabulosa belleza, pues para Tallia solía ser fuente de sufrimiento.
Eso era algo que Bel sólo había llegado a apreciar ahora que estaba en la universidad y viviendo en el mismo edificio que Tallia. Ahora, por primera vez desde que Tallia se había trasladado a la ciudad, las dos hermanas volvían a sentirse tan unidas como lo estuvieron de pequeñas.
Fue la belleza de Tallia lo que la alejó de su familia unos años antes. Una agente publicitaria la vio y trató de convencerla de que renunciara a estudiar en la universidad y se dedicara a explotar su aspecto.
—Tu cerebro estará ahí siempre —le dijo a Tallia—. Pero si quieres conseguir algo con tu aspecto, tienes que hacerlo ahora.
Tallia tenía diecisiete años y se dejó tentar. Sus padres se lo permitieron, pero con una condición: durante dos años, no podía ir más allá de Vancouver. Si después de dos años ganaba suficiente dinero y aún quería conquistar la fama y la fortuna, podría ir a donde quisiera. Toronto, Hollywood y Nueva York tendrían que esperar hasta que pasaran esos dos años, dijera lo que dijera su agente sobre la necesidad de adelantar las cosas.
Fue lo mejor que pudieron hacer los padres de Tallia, porque contaban como aliado con el cerebro de su hija. Después de dos años de posar y sonreír ante las cámaras como Natasha Fox, el alter ego elegido por su agente, Tallia se sentía mortalmente aburrida. El dinero estaba bien, pero la fama, incluso la que reportaba el ser reconocida por simples anuncios, no le gustaba. A los diecinueve años, Tallia volvió a la universidad y a su primer amor: las ciencias aplicadas. Su carrera de actriz y modelo pasó a un segundo plano que le permitió mantenerse sin necesidad de recurrir a sus padres. Y cuando su hermana Bel fue a la misma universidad, también pudo ayudarla con los gastos. Ese era el motivo de que siguiera trabajando de vez en cuando. Y se alegraba de poder hacerlo, porque el dinero le daba independencia mientras decidía qué hacer a continuación.
Sin embargo, Tallia era sobre todo una inventora, y cuando su belleza se interponía en su trabajo, la consideraba un estorbo. Y en aquella última época lo había sido, porque un supervisor la había apartado de su puesto como investigadora universitaria debido a que rechazó aceptar sus proposiciones. Ahora se encontraba enfrentada a un dilema: o aceptaba el trabajo que le ofrecían en el departamento de investigación de una industria de manufacturación y trabajaba en lo que ellos le dijeran, o se buscaba su propio medio de financiación y trabajaba en lo que ella quería.
De ahí el anuncio. Pero, como Tallia estaba aprendiendo rápidamente, incluso los multimillonarios que querían convertir sus millones en más millones podían distraerse de su propósito a causa del sexo. Podía hacer reír a su hermana describiendo su experiencia del día anterior con Mel Carter, pero había auténtica desesperación en su voz cuando preguntó:
—¿Qué podría hacer para convencer realmente a esa gente de que tengo cerebro?
—No es que crean que careces de cerebro. Lo que sucede es que para ellos el sexo es más importante. Tal vez podías ocultar tu belleza.
—¿Ocultarla? ¿Cómo? ¡Ya viste cómo me vestí anoche! No me maquillé, me hice un moño sencillo, llevaba un vestido sencillo…
Bel asintió, distraída.
—Marlon Brando —dijo.
Tallia miró a su hermana, sin comprender.
—¿Qué?
—Almohadillas en las mejillas. ¿Recuerdas esa vieja película que vimos hace unos meses en el Arts Cinema? Marlon Brando se puso unas pequeñas almohadillas en las mejillas para cambiar su cara; recuerdo que lo leí en la hoja de información. No basta con no maquillarse. Tienes que ponerte fea. Estoy segura de que la maquilladora que trabajó contigo en Northern Nights podría lograrlo.
Tallia miró a su hermana mientras la idea empezaba a tomar forma en su mente. Finalmente, movió la cabeza, decepcionada.
—No funcionaría. Las películas no son como la vida real.
—¡Vamos, anímate! —dijo Bel—. Podríamos transformarte en la jorobada de…
Se interrumpió al escuchar el inconfundible sonido del correo cayendo por la ranura de la puerta de entrada. Tallia se puso en pie de un salto.
—¡Ahí está el cartero! —exclamó.
Corrió hasta la puerta y la abrió.
—¡Lee! —llamó con suavidad. El cartero, que se había inclinado para echar unas cartas por el buzón de la casa contigua, volvió la cabeza hacia ella. Sonrió. Los hombres siempre sonreían cuando veían a Tallia.
—Hola, Tallia —saludó.
—¿Tienes algo para mí esta mañana, Lee?
—Ya sabes que se supone que no puedo hacer eso. Hay unas normas al respecto. Podrían despedirme.
—Pero tú sabes que yo soy yo, ¿verdad? Y yo también lo sé —Tallia se acercó a él—. Natalia Venables. Así que, ¿quién iba a querer denunciarte?
El cartero se encogió de hombros, como si hubiera sabido desde el principio que había perdido la batalla.
—Un segundo —dijo, y se puso a rebuscar entre las cartas—. Sólo hay recibos, Tallia. Me temo que él no te ha vuelto a escribir —sonrió, entregándole cuatro sobres.
Tallia los tomó con una sonrisa agradecida y corrió de vuelta al apartamento de Bel.
—¡El correo! —exclamó al entrar—. ¡Hay una carta del periódico!
Bel apartó la mirada del montón de recibos que le habían llegado a ella.
—¡Ábrela! ¡Rápido! —ordenó.
Pero Tallia no necesitaba que la animaran. Ya había rasgado el sobre grande y marrón del Herald y estaba sacando el sobre blanco que contenía.
—¡No puedo creerlo! —exclamó, mirando la firma.
—¿De quién es? —preguntó Bel.
Tallia alzó la cabeza y respiró profundamente.
—De Brad Slinger —susurró—. ¡Oh, Bel!
—No tiene sentido que vaya, Jake —dijo Brad Slinger—. Puedo decirte ahora mismo que no pienso invertir ni cinco centavos en ninguna película. No me importa que el director pueda llegar a ser el sucesor de François Truffaut.
—¿Lo ves?, ese es tu problema —contestó en tono razonable su amigo, abogado y, a veces, asesor financiero—. Cualquier otro habría mencionado a Steven Spielberg. Tienes prejuicios contra las películas comerciales.
—Tengo prejuicios contra todas las películas —corrigió Brad amablemente—. Y nada de lo que puedas decir tú o cualquier otra persona me hará cambiar de opinión.
—Pero estamos hablando de una película canadiense. No se trata de una inversión, sino de una especie de donación. Probablemente, a Damon Picton le horrorizaría que su película fuera un éxito comercial. Pensaría que su capacidad intelectual estaba mermando.
—Ja.
—Brad, tengo que decirlo —el abogado hizo un gesto de impotencia—. Eres un niño mimado.
Su amigo frunció el ceño, haciendo que sus negras cejas se juntaran.
—¿Cómo puedo ser un niño mimado habiendo visto apenas unas cuantas veces a mi madre desde que tengo tres años?
Encontrando imposible explicarse, aunque sabía que tenía razón, Jake decidió utilizar otra táctica.
—Escucha —dijo—. Las películas significan mujeres. Mujeres sensuales y maravillosas. A ti te gustan las mujeres maravillosas, Brad. Lo único que te pido es que vengas y eches un vistazo.
—Puede que me gusten las mujeres maravillosas, pero no si también son actrices —Brad volvió a sentarse y en ese momento sonó el teléfono en su escritorio—. Discúlpame —dijo mientras descolgaba—. Sí, Linda.
—Tienes una llamada de Tallia Venables, Brad. Dice que es inventora y que le escribiste una carta pidiéndole que llamara.
—¿Inventora? —repitió Brad—. De acuerdo, pónmela —cuando oyó el clic del teléfono de su secretaria, dijo—: Brad Slinger al aparato.
—Hola, señor Slinger. ¿Le ha dicho su secretaria quién soy? —preguntó una voz clara y cálida.
—Tallia Venables. ¿Cómo está? Esto ha sido un tanto inesperado.
Tallia dudó un momento.
—Usted decía en su carta que lo llamara.
—Sí. Pero lo cierto es que esperaba a Alexander Graham Bell.
Tallia rió, aunque Brad supuso que estaría acostumbrada a aquella reacción. Probablemente, demasiado acostumbrada.
—Bueno, pues aquí tiene a Alexandra Graham Bell.
Charlaron unos momentos; Brad comprobó enseguida que aquella mujer le gustaba.
—Supongo que no podemos aclarar casi nada por teléfono —dijo al cabo de un par de minutos.
—Me temo que necesitaré su firma en un documento de confidencialidad antes de que entremos en nada serio —contestó Tallia, en un tono amablemente profesional.
—En ese caso, ¿qué le parece si nos vemos? ¿Cuándo está usted libre?
—Estoy libre. Me he quedado sin laboratorio. Diga usted el día y la hora.
—Un segundo —Brad pulsó el botón de su interfono—. Linda, haz el favor de buscarme un hueco para comer esta semana.
Hubo una pausa mientras su secretaria consultaba la agenda.
—Puedes retrasar tu cita con Brian Holdiss el viernes. Llevas varios días buscando una excusa para hacerlo.
—Eres una perla, Linda —Brad volvió a conectar la línea de Tallia—. ¿Qué tal le viene comer el viernes, señorita Venables?
—Me viene bien. ¿Dónde nos vemos?
—Dé sus señas a mi secretaria. Ella le enviará un coche —en cuanto colgó, Brad miró a su amigo Jake—. ¿Lo ves? Esa es la clase de mujer que admiro.
—¿Qué clase de mujer? —preguntó Jake, incrédulo—. Ni siquiera la conoces todavía.
—No, pero tiene cerebro, y, por su voz, sé que no comercia con el sexo.
—Puede que no tenga con qué hacerlo.
—¿Y qué?
Jake miró a Brad antes de hablar.
—Somos amigos íntimos desde los seis años, Brad. Aún no te he visto nunca con un perrito en brazos. De hecho, ¿cuándo has salido con alguna mujer que no fuera una preciosidad?
—Puede que eso cambie a partir de ahora. Puede que ese haya sido mi problema.
—¿Problema? ¿Tienes algún problema con las mujeres? ¿Desde cuándo?
—No hace falta un psiquiatra para darse cuenta de que no puedo fiarme de las mujeres hermosas porque mi preciosa madre nos abandonó a mi padre y mí para irse a Hollywood. He pensado en eso últimamente. ¿Por qué crees que no estoy casado?
Su amigo lo miró a los ojos.
—No estás casado porque sólo tienes treinta años y eso es demasiado pronto para casarse y porque te gusta andar por ahí ligando, ¿recuerdas? Y no se te da nada mal, por cierto.
—Ahora veo con claridad que me sentiría más cómodo con una mujer normal —dijo Brad testarudamente—. Podría fiarme de que no me dejara. Puede que incluso me enamorara de una mujer normal.
—¿Te has vuelto loco? ¿A qué viene esta repentina charla sobre enamorarse? ¿Y por qué ibas a querer hacerlo de una mujer fea?
—No he dijo fea, Jake —Brad alzó un dedo—. No he dicho fea. Lo único que sucede es que, enfrentado con el dilema, de pronto veo las cosas con más claridad.
Jake no sabía si reír o llorar. ¿Hablaba su amigo en serio o sólo trataba de tomarle el pelo? De pronto, vio acercándose el final de un gran estilo de vida. Sintió el frío de su propia mortalidad soplando en su ceño. Se estremeció.
—¿Qué dilema, maldita sea?
—Por un lado tengo a tus frívolos amigos del mundo del cine y un montón de mujeres hermosas —dijo Brad, alzando una mano—, y, por el otro, una mujer seria, inteligente, que se dedica a la ciencia y problamente tendrá un aspecto normal —alzó la otra—. Tanto tus amigos como la mujer buscan financiación. Y, de pronto, veo qué es lo que más me interesa.
—Vaya, me alegra que por fin te hayas aclarado. Entonces, le diré a Damon que te espere para el estreno —dijo Jake, sonriendo con simulado alivio—. Será mejor que le digas a Linda que llame a la señorita Venables y cancele la cita.
Brad lo miró.
—¿Lo ves? Ese es tu problema, Jake. Nunca puedes tomarte nada en serio.
—Eso no es ningún problema, Brad —dijo Jake, ligeramente excitado—. Vamos, hombre, ven al maldito estreno. Después nos darán de cenar. ¿Qué puedes perder con eso? —de pronto, convencer a Brad para que acudiera al estreno se convirtió en un asunto de vital importancia y Jake trató de hacerlo con auténtico sentimiento.
Finalmente, con un suspiro de exasperación, Brad se rindió.
—Si quieren malgastar su salmón y su caviar para tratar de convencerme, allá ellos. Pero nunca he invertido en la industria del cine y no pienso empezar a hacerlo ahora.
Jake se levantó.
—Estupendo, Brad —simuló dispararle con un dedo—. Nos vemos el miércoles por la noche.
Jake salió del despacho dispuesto a llamar a Damon Picton de inmediato para decirle que Brad Slinger iba a acudir a la cena y que buscara alguna mujer realmente guapa para que lo acompañara toda la tarde. Si no hacía salir a Brad de aquel extraño estado de ánimo, ¿quién sabía cómo acabaría?
Tallia se puso a bailar por el apartamento en cuanto colgó el teléfono.
—Tenemos el dinero, du dua du dua —cantó mientras se inclinaba para tirar de Bel y hacerle levantarse—. Tendremos un nuevo laboratio, du dua.
Las dos chicas bailaron por la habitación, inventando nuevas letras para la música. Cuando se detuvieron, Bel preguntó:
—¿Por qué estás segura de que Brad Slinger va a ser tu hombre?
Tallia sonrió.
—Porque Brad Slinger es dueño de la cadena Fitness Now.
—¿En serio? Pensaba que estaba en el negocio de los ordenadores, o algo así.
—También.
—Así que crees que le gustará ese asunto de la realidad virtual.
—Bueno, se supone que es un hombre al que le gusta lo innovador. Si lo hubiera pensado, debería haber acudido de inmediato a él.
Bel miró de pronto su reloj.
—¡Tengo que ir a clase! —corrió al sofá y tomó su bolsa de libros—. ¿Cierras tú?
—Sí, no te preocupes.
Unos minutos después, mientras Tallia abría la puerta de su apartamento, el teléfono se puso a sonar. Dejó las cartas sobre la mesa de la entrada y corrió a contestar.
—Hola —saludó.
—¿Natasha?
—¡Hola, Damon! —dijo Tallia al reconocer la voz del director de cine—. ¿Qué tal va todo?
—Muy bien, Natasha. No podría ir mejor. ¿Sigues pensando en venir mañana? Espero que sí, porque necesito contar contigo sin falta.
—Sí, pensaba ir, Damon. ¿Por qué?
—Tengo un plan especial para ti. Va a venir un tipo que está forrado, pero que nunca invierte en cine. Lo va a traer un amigo a la colecta de fondos. ¿Conoces a Jake Drummond, el abogado que se encargó de los contratos? Él es quien va a traerlo.
—¿Y qué tengo yo que ver con todo eso? —preguntó Tallia, resignada, porque ya sospechaba de qué se trataba.
—Le gustan las mujeres hermosas, Natascha.
—¡Damon!
—Lo único que tienes que hacer es sentarte con él durante la cena y lucir tus encantos —dijo Damon en tono de ruego—. Y decirle lo importante que es Talent Films para la cultura canadiense. Di que lo harás, cariño.
—Damon…
—No te estoy pidiendo que te acuestes con él, Natasha. Simplemente… coquetea un poco. Hazle bajar la guardia —presionó el director—. Y te prometo el papel de una mujer intelectual y totalmente plana en la próxima película. Podrás ponerte gafas y ni siquiera tendrás que quitarte la ropa… no, borra eso. Tendremos una de esas escenas… tópicas, pero tan sorprendentes, en la que el patito feo se revela como una seductora mujer de grandes pechos cremosos…
—Estás cavando tu propia tumba, Damon —dijo Tallia con aspereza.
—Necesito que hagas esto por mí, cariño.
—Sí, ya te he oído —y entonces, porque Damon era un buen director, y porque Tallia sabía lo que era necesitar dinero para un nuevo proyecto, suspiró.
Danon captó rápidamente su capitulación.
—Eres maravillosa. ¿Qué te parece si te facilitamos las cosas? Te vestiremos como Honey y podrás interpretarla toda la noche.
Honey era el papel de la cantante de country que Tallia había interpretado en la película. Suave, de voz ligeramente ronca, sexy… y una de cuyas características era que utilizaba un «sujetador resaltador», como dieron en llamarlo los de vestuario.
Tallia volvió a suspirar, aliviada.
—Oh, Damon, ¿crees que podré? ¿No sospechará?
—Natasha, los hombres de negocios suelen ser notoriamente estúpidos en todo lo referente al cine y la interpretación. Honey será la mujer a la que estará esperando. Le decepcionaría no conocerla. Le pediré a Marie que traiga tu peluca y demás accesorios y que te ayude a maquillarte.
—Sólo por esta vez, ¿de acuerdo, Damon? Supongo que no esperarás que vuelva a ver a ese hombre después del miércoles, ¿no?
—Eso depende por completo de ti, Natasha. Puede que incluso te guste… él, o su dinero.
—Ja, ja.
—Mientras dejes algo para mí, no hay problema. Harás lo que puedas por mí, ¿verdad? —preguntó el director en tono ansioso.
—Le diré que vas a ser el próximo François Truffaut.
Hasta después de haber colgado, Tallia no se dio cuenta de que no había preguntado el nombre del ricachón. Pero supuso que eso carecía de importancia. Iba a averiguarlo muy pronto.
EN la película, Natasha Fox interpretaba el papel de Honey Childe, una atractiva cantante norteamericana de country.
Era un papel secundario pero importante, y mostraba a Natasha Fox a la perfección. Con su revuelta melena y sus largas piernas surgiendo de unos pantalones vaqueros realmente cortos, resultaba una mujer cálida, atractiva y sensual, que llegaba fácilmente con su melancolía a los corazones de los hombres.
Sin duda, llegó al de Brad. Éste se pasó la película diciéndose que era tonto si creía que la actriz se parecía en la realidad al papel que interpretaba, pero sintiéndose incapaz de no responder a su química. Las escenas de Honey corriendo por la yerba, Honey riendo frente al sol, Honey inclinándose con sus pantaloncitos para mirar una caracola, Honey chupando al joven del cuello al pecho… recordaron a Brad con demasiada claridad su propio despertar sexual. Y no es que se hubiera iniciado con alguien como Honey Childe, pero supuso que la urgencia y el afán de hacerlo eran algo universal en la adolescencia. Se pasó la película esperando los flashbacks