Corazón tatuado - Andrea Laurence - E-Book

Corazón tatuado E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Tras una noche loca con uno de los invitados a una fiesta de carnaval donde todos llevaban máscaras, Emma Dempsey no esperaba volver a ver a su misterioso amante. Solo le quedaba como recuerdo un tatuaje... y un embarazo. Jonah Flynn sentía una extraña atracción hacia la bella auditora. Su tatuaje lo explicaba. Aunque ambos querían comportarse de forma profesional, el deseo les estaba jugando una mala pasada. Con todos los secretos sobre la mesa, ¿iba a tener que elegir entre su empresa, su amante y su bebé?

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Andrea Laurence

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón tatuado, n.º 2116 - agosto 2018

Título original: Little Secrets: Secretly Pregnant

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-683-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Todo el mundo estaba bailando y pasándolo bien. Todos, menos Emma. Aunque eso era lo habitual. Emma Dempsey había olvidado hacía mucho tiempo lo que era la diversión.

Después de su reciente ruptura, estaba empezando a pensar que la culpa era suya. Su ex, David, le había dicho que era aburrida dentro y fuera de la cama. Ella había cometido el error de contárselo a su amiga Harper Drake y, de la noche a la mañana, se había visto arrastrada a una fiesta de carnaval en un ático.

Había intentado mentalizarse para pasarlo bien. Se había puesto una bonita máscara de mariposa y una falda apretada, pero se sentía como pez fuera del agua en ese tipo de reuniones. Quizá, debería llamar a un taxi e irse para no echarle a perder la noche a Harper. Con aire ausente, posó la vista en la mesa de las bebidas. Sumergirse en el tequila para no pensar era su segunda opción, se dijo.

Emma sabía que tenía que tomar una decisión. Podía irse a casa y unirse a un club de solteronas a la tierna edad de veintisiete años o podía agarrar el toro por los cuernos y divertirse, por una vez en su vida.

En un arranque de valor, dejó su plato y se dirigió a la mesa de las bebidas. Se preparó un trago sabiendo que una vez que diera el salto, no habría vuelta atrás.

«Estar contigo es como salir con mi abuela». El doloroso recuerdo de las palabras de David le dio el empujón que necesitaba. Sin titubear, lamió la sal, se bebió el chupito y succionó la rodaja de limón para quitarse el sabor del licor. Le quemó la garganta y el estómago, inundando su cuerpo al instante de una deliciosa calidez. Sintió que se le relajaba. Una sonrisa de satisfacción le asomó a los labios. Se sirvió un segundo chupito, cuando oyó que alguien se acercaba. Al levantar la mirada, confirmó sus peores temores.

–Hola, guapa –le susurró un hombre con máscara de Batman.

El cumplido le sonó vacío a Emma, teniendo en cuenta que llevaba el setenta y cinco por ciento del rostro cubierto con una máscara. Con un suspiro, se tragó el segundo chupito, prescindiendo del limón y la sal. Ignorando al recién llegado, comenzó a servirse otro.

–¿Te gustaría bailar? Conozco unos pasos muy calientes.

Emma lo dudaba.

–No bailo, lo siento.

Batman frunció el ceño.

–Bueno, entonces, ¿quieres que vayamos a algún sitio tranquilo y oscuro donde podamos… hablar?

A Emma le recorrió un escalofrío. Ya era bastante desagradable estar cerca de ese hombre en medio de una fiesta. Imaginarse con él a solas en la oscuridad le resultaba repugnante.

–No, he venido acompañada, lo siento.

Batman se enderezó, emanando rabia con su lenguaje corporal.

–¿Con quién?

Justo cuando ella abrió la boca para responder, alguien se acercó por detrás y posó en sus hombros unas manos sólidas y cálidas. Se inclinó hacia delante y la besó en la mejilla.

Batman, al fin, reculó.

–Hola, tesoro, siento llegar tarde –le susurró una voz masculina al oído.

Emma se contuvo para no apartarse de aquel segundo espontáneo no deseado. Por la forma en que él le apretaba los hombros, parecía estar rogándole que cooperara. Al parecer, estaba intentándola salvar de Batman. Aliviada, se volvió hacia él para saludarlo.

Vaya. Era más alto de lo que había esperado, casi un metro noventa. Emma le siguió el juego. Se puso de puntillas y lo besó en la boca, que era la única parte del rostro visible tras una máscara veneciana oro y verde.

En cuanto sus labios se tocaron, la electricidad del beso hizo que le temblaran las rodillas. Al instante, sus sentidos se vieron invadidos por un masculino aroma a jabón y a colonia especiada. Sus labios la incendiaron como el fuego.

Emma no estaba segura si era culpa del tequila o del beso, pero de pronto se sintió demasiado consciente de su cuerpo. El pulso se le aceleró, junto con la respiración. Sin proponérselo, se pegó a él. Tenía que ser culpa del tequila, pensó. No era de extrañar que la gente se metiera en tantos líos a causa de la bebida.

Recuperando el sentido común, ella se apartó al fin, separando sus bocas. Sin embargo, el extraño no la soltó aún. Batman debía de estar observándolos.

–Te he echado de menos –dijo ella, apretándose contra él.

El hombre la abrazó contra su fuerte pecho. Acercó la cara para inhalar el aroma de su pelo.

–Ya se ha ido –le susurró él al oído–. Pero nos está mirando desde el otro lado del salón. Tendrás que ser convincente, si no quieres que vuelva.

Emma asintió y se apartó un poco, lo suficiente como para alargar la mano y limpiarle un poco del carmín con que había manchado los labios de su defensor. Fue un gesto íntimo y bastante convincente, estaba segura. Además, así pudo mirarlo mejor. La máscara le tapaba casi todo el rostro, por lo que solo podía comprobar que era alto, fuerte y tenía una radiante sonrisa.

–¿Estamos tomando los chupitos de tequila?

–Yo, sí, pero creo que ya he terminado –repuso ella, pensando que si seguía representando su papel en esa improvisación iba a meterse en problemas.

–No te rindas tan pronto –dijo él y se sirvió un chupito. Con una pícara sonrisa, le lamió un pedazo de piel encima del escote.

Emma contuvo el aliento, con la respiración acelerada. Su mente le decía que debía detenerlo, pero su cuerpo estaba paralizado.

El hombre titubeó con el salero en la mano. Entrelazó su mirada azul con la de ella, como si estuviera esperando su permiso. Eso era justo lo que Emma había deseado hacer esa noche, aunque no lo hubiera sabido ni ella misma. Las abuelas no tomaban chupitos de tequila con extraños en las fiestas. Pero se había quedado sin palabras. Solo pudo echar la cabeza hacia atrás para dejar que él le pusiera un poco de sal sobre la curva de los pechos y le colocara una rodaja de limón delicadamente entre los labios.

El desconocido se acercó con el vaso en la mano. Al sentir su aliento cálido, el cuerpo de ella se estremeció de anticipación. La lamió despacio, llevándose cada grano de sal con la lengua. A continuación, se bebió el tequila de un trago. Y dejó el vaso.

Emma se puso tensa, sin saber qué hacer, aparte de quedarse quieta cuando él la sujetó de la nuca y acercó sus labios. La rozó con suavidad, antes de morder y succionar la rodaja de limón. Su jugo se deslizó en la boca de ella antes de que él le quitara la cáscara con los dientes.

Los dos dieron un paso atrás al mismo tiempo. Emma había tenido que hacer un gran esfuerzo para no gemir ante su contacto. Su mejor opción era zafarse de la situación antes de que perdiera por completo el control, se dijo. Sin duda, su rostro debía de estar sonrojado por la vergüenza y la excitación.

Entonces, se llevó la mano a la cara y recordó que llevaba puesta la máscara de carnaval. Así, no había manera de que el desconocido supiera que estaba colorada. Aunque fuera solo por esa noche, era una persona anónima.

Sin pronunciar palabra, él levantó el vaso de ella de la mesa y se lo tendió en una silenciosa oferta. Era su turno.

Una rápida mirada le confirmó a Emma que Batman había desaparecido. No había razón para seguir con el espectáculo. Aunque no quería parar.

–Ya se ha ido –dijo ella, dándole la oportunidad de dejar de fingir.

–Lo sé –repuso él, mientras le tendía el salero.

Teniendo en cuenta que llevaba una camisa negra de manga larga, la única parte de piel con la que podía jugar era su cuello. Se puso de puntillas, se inclinó y le trazó un camino con la lengua desde la nuez hasta el borde de la mandíbula. Notó cómo el pulso de él se aceleraba y percibió el aroma varonil de su piel. Poseída por el deseo, más tiempo del necesario para inspirar su aroma y poder recordarlo siempre.

–Toma –dijo él, agachándose de rodillas para que le colocara la sal, mientras la sujetaba de las caderas y la miraba a los ojos.

Emma no podía discernir su expresión a través del antifaz, pero sí su intensa mirada. Allí, de rodillas a sus pies, se sentía como si la estuviera idolatrando. Y le gustaba.

Trató de concentrarse en hacer lo que tenía que hacer, sin delatar su inexperiencia. Nunca había soñado con hacer algo tan sensual como tomarse un chupito de esa manera.

Espolvoreó la sal en el cuello de su acompañante y le colocó una rodaja de limón entre los labios. Nerviosa, tomó el vaso en una mano y se inclinó para lamerle la sal. Al deslizar la lengua por su piel, notó cómo él reprimía un gemido en la garganta. Acto seguido, apuró el chupito y le sujetó la cara con ambas manos. Justo antes de que pudiera morder el limón, él escupió la fruta. Sus labios se encontraron con una fuerza inesperada.

Ella no se apartó. Con la protección de su máscara, se sentía una mujer nueva, más atrevida y sensual.

El segundo beso la dejó clavada al sitio. Lo deseaba más que nada en el mundo.

Cuando, tras un instante interminable, sus labios se separaron, sus cuerpos siguieron todavía pegados. Ella sentía la respiración caliente y acelerada de él en el cuello. Con los brazos entrelazados, se quedaron en silencio. Había una intensidad en la mirada de él que la excitaba y la asustaba al mismo tiempo.

–Ven conmigo –musitó él, se puso en pie y le tendió la mano.

Emma no era una tonta. Sabía lo que el desconocido la ofrecía y su cuerpo le gritaba que lo aceptara. Nunca había hecho nada parecido. Jamás. Algo en su héroe misterioso le urgía a irse con él.

Y eso hizo.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Tres meses después

 

–¿Dónde diablos está Noah? –rugió Jonah Flynn al teléfono, sujetando con fuerza una taza de café en la otra mano.

–Él… no… no está, señor.

Al darse cuenta de que la secretaria de su hermano, Melody, estaba notablemente conmocionada por su tono, Jonah decidió corregirlo. Él nunca levantaba la voz a sus empleados. En realidad, la única persona a la que gritaba era a Noah. Y eso haría en cuanto lo encontrara.

–Siento haber gritado, Melody. Ya sé que mi hermano no está ahí. Nunca está en la oficina. Lo que quería decir es si sabes dónde ha ido. No responde al teléfono fijo de su casa y tiene el móvil apagado.

Melody titubeó un momento. Jonah oyó cómo tecleaba al otro lado de la línea, como si estuviera comprobando la agenda de su jefe.

–No tiene ninguna cita para hoy. Pero mencionó la última vez que lo vi que se iba a Bangkok.

Jonah casi se atragantó con el café. Tragó y dejó la taza en la mesa.

–¿Te refieres a Tailandia?

–Sí, señor.

Él respiró hondo para calmar su furia.

–¿Tienes idea de cuándo volverá?

–No, pero tengo el número de su hotel. Igual puede encontrarlo allí.

–Genial, Melody, gracias.

La secretaria le dio el número, que él garabateó en un papel antes de colgar. Lo marcó y le comunicaron con la habitación de su hermano sin problema. Por supuesto, Noah no respondió. Estaría dando una vuelta con alguna exótica belleza. Le dejó un mensaje en el contestador, aunque sin delatar la verdadera razón de su llamada, y colgó disgustado.

Tailandia.

Si había tenido alguna duda sobre la implicación de Noah en aquel lío, acababa de disiparse. Si los libros contables estaban correctos, su hermano pequeño acababa de irse al sudeste asiático con tres millones de dólares que no le pertenecían.

Jonah se recostó en el asiento de cuero y se frotó las sienes con suavidad. Eso no era bueno.

Nunca era buen momento para esas cosas, pero su hermano acababa de meter la pata en más sentidos de los que se imaginaba. Noah no pasaba mucho tiempo en la oficina, su papel en la compañía era complacer a su madre y poco más. Aun así, su hermano sabía que estaban a punto de cerrar un trato con Game Town. El auditor al que habían contratado iba a presentarse allí esa mañana. ¡Esa misma mañana!

Lo que Noah había hecho podía echarlo todo a perder. No era una cantidad grande en términos del dinero que manejaba la compañía, pero Noah había sido tan idiota como para llevárselo de una vez, transfiriéndolo a una cuenta que tenía en el Caribe. Cualquiera que se lo propusiera lo descubriría enseguida. Game Town iba a contratar a FlynnSoft para gestionar su servicio de suscripción mensual de videojuegos. ¿Pero quién iba a confiarle su dinero a una compañía donde ocurrían esos desfalcos? Sin duda, Jonah no lo haría, si estuviera en la posición de Game Town.

Necesitaba arreglar las cosas con rapidez. Podía hacer unos cuantos movimientos y reponer el dinero de su propio bolsillo. Sacaría a su hermano de su escondrijo después. Quizá, le obligaría a vender su preciado deportivo. O, tal vez, incluso, le haría trabajar de verdad en FlynnSoft, pero gratis, hasta que hubiera pagado su deuda.

Porque eso estaba claro, Noah saldaría su deuda. Cuando terminara con él, su hermanito desearía haber ido a la cárcel, en vez de eso.

Pero él no podía llamar a la policía. No podía hacerle eso a su madre. Angelica Flynn tenía una enfermedad degenerativa de corazón y no podía soportar demasiado estrés. Si Noah, quien era su hijo favorito, terminaba en la cárcel, le daría un infarto. Y, si encima descubría que lo había denunciado su propio hermano, se caería muerta de todas formas de la vergüenza y el dolor. Al final, sería todo culpa de Jonah. Y él se negaba a representar el papel de malo de la película.

Podía ocuparse de su hermano sin que su madre se enterara de nada.

Por suerte, FlynnSoft era una compañía de videojuegos privada y él era su único jefe. No tenía que responder ante accionistas, ni podían despedirlo. No tenía que darle explicaciones a nadie. Nadie sabía mejor que él cómo dirigir su compañía. Taparía el agujero que había dejado su hermano de una forma u otra. Sus empleados se lo merecían. Y se habían ganado el dinero que el nuevo contrato les supondría. Si Noah no lo hubiera estropeado todo, claro.

Qué desastre.

Jonah posó la vista en la foto enmarcada que tenía sobre la mesa. En ella, una mariposa azul estaba bronceándose al sol sobre una mata de flores amarillas.

A la gente le había extrañado mucho ver esa imagen en su despacho. Jonah no era un amante de la naturaleza exactamente. Se había pasado toda la adolescencia concentrado en los videojuegos y en las chicas, de los cuales había disfrutado en el cómodo escenario de su dormitorio.

No podía contarle a nadie por qué tenía allí esa foto. ¿Cómo explicar una noche así? No le creerían. Si no fuera por la prueba que tenía en su propia piel, incluso él habría pensado que se había tratado de una alucinación fruto del tequila. Bajó la mirada a su mano derecha, al tatuaje que llevaba impreso entre el dedo índice y el pulgar. Acarició el dibujo como había hecho esa noche con la sedosa piel de aquella mujer. Era la mitad de su corazón. La otra mitad había desaparecido con la mujer de la máscara de mariposa. No había imaginado que una fiesta de carnaval de la empresa acabaría en la noche más sensual y maravillosa que había vivido jamás.

Lo que no podía comprender era cómo había decidido que dejarla marchar había sido buena idea.

Había sido un idiota, se dijo Jonah. Había salido con toda clase de mujeres y nunca había sentido nada parecido por ninguna. Por primera vez, conocía a alguien que realmente le interesaba y la dejaba escapar.

Con un suspiro de frustración, trató de concentrarse. Hasta que Noah regresara, necesitaba reponer el dinero de alguna forma. Buscó el número de su contable, Paul. Le pediría que vendiera algunas acciones y activos para conseguir liquidez. Aunque igual harían falta unos cuantos días para eso. Mientras, tenía que encontrar la manera de entretener al auditor que Game Town iba a enviar. Si era un hombre, Jonah sacaría sus oxidados palos de golf del armario y lo llevaría al campo. Le invitaría a una copa, a cenar. Quizá, incluso, conseguiría distraerlo lo suficiente como para que no encontrara la discrepancia en los libros.

Si se trataba de una auditora, usaría una táctica diferente. Echaría mano de todo su encanto. Desde los quince años, siempre se había salido con la suya con las mujeres. La invitaría a cenar y a tomar algo. Unas cuantas sonrisas, contacto ocular y un puñado de cumplidos. Si lo hacía bien, conseguiría que ella se derritiera y apenas pudiera recordar su propio nombre. Y menos aún fijarse en si faltaba dinero en las cuentas.

De una forma u otra, lograría salvar el obstáculo y cerrar el trato con Game Town, pensó, y tomó el teléfono para llamar a Paul.

 

 

Su jefe era un sádico. No había otra explicación para que la enviara a FlynnSoft durante dos o tres semanas. Podía haber mandado a cualquier otro, pero no. Le había dicho que ella era la única capaz de manejarse en ese ambiente.

Encendió la luz del vestidor, tratando de elegir qué ponerse. Tim solo quería verla sufrir. Ella quería pensar que había sido contratada por sus notas sobresalientes en la Universidad de Yale y por las cartas de recomendación de sus profesores. Pero tenía la incómoda sospecha de que su padre había tenido mucho que ver.

Era obvio que a Tim le molestaba que le hubieran metido con calzador a una niña rica en su departamento contra su voluntad. Y disfrutaba haciéndola pagar por ello. Pero Emma estaba decidida a no darle esa satisfacción. Iba a hacer un buen trabajo. No se dejaría arrastrar por la actitud hippie de FlynnSoft. No se convertiría en una marioneta de Jonah Flynn ni de su seductora sonrisa.

Aunque tampoco esperaba que el atractivo director de FlynnSoft perdiera tiempo en mirarla. Emma no era fea, pero había visto en la prensa del corazón una foto de Jonah saliendo de un restaurante del brazo de un bella modelo de lencería. Ella no podía competir con abdominales de acero y pechos de silicona. Un tipo como Jonah Flynn no tenía interés para ella, de ninguna manera. Era todo lo que su madre, Pauline, le había dicho que debía evitar en un hombre. Decenas de veces le había recordado que no debía cometer los mismos errores que Cynthia. Su hermana mayor no había muerto a causa de sus malas decisiones, un accidente de avión había tenido la culpa de eso. Pero cuando, después de su muerte, su familia se había enterado de las cosas que Cynthia habían hecho en vida, se habían escandalizado. Como resultado de eso, Emma había sido educada como el opuesto de su hermana.

Si Tim era sincero, esa era la razón por la que le habían dado ese empleo. Dee, aunque competente, era una mujer atractiva, alta y delgada, que se dejaba distraer con facilidad por los hombres. Si Flynn la miraba, sin duda, se convertía en gelatina. Pero los auditores financieros no podían convertirse en gelatina.

Emma miró dentro de su armario. Aunque FlynnSoft era pionero en crear un ambiente de trabajo informal, ella no pensaba presentarse con vaqueros y chanclas. Aunque resultara un bicho raro en medio de tantos diseñadores de software con aspecto hippie, iba a ponerse uno de sus trajes de chaqueta con zapatos de tacón. Eligió un conjunto gris oscuro y una blusa azul claro y sonrió. Había algo en el olor de una blusa limpia y bien planchada y un traje a medida que le llenaban de seguridad en sí misma.

Era justo la armadura que necesitaba para entrar en batalla con Jonah Flynn.

En realidad, batalla no era una palabra adecuada, se dijo. Él no era el enemigo. Era un potencial aliado de Game Town. FlynnSoft había conseguido diseñar un sistema sólido y eficiente para gestionar las suscripciones y otras compras relacionadas con su adictivo juego online, Infinity Warriors. Recientemente, habían ofrecido sus servicios de gestión de suscripciones a otras empresas que necesitaban ayuda para manejar su creciente número de usuarios. Eso permitía a pequeñas empresas de software centrarse en el desarrollo de juegos y dejar que FlynnSoft se ocupara de la parte administrativa.

Antes de firmar contratos, las compañías acostumbraban a pasar por una revisión contable para asegurar que todo estuviera correcto. Carl Bailey, el hombre que había fundado Town Game hacía veinte años y encabezaba en el presente la junta ejecutiva, odiaba las sorpresas.

Aunque FlynnSoft tenía buena reputación, el viejo desconfiaba por naturaleza de una empresa donde los trabajadores no llevaban traje ni corbata. Emma tenía que revisarlo todo al detalle. Sabía que le darían todo lo que necesitara para hacer su trabajo, pero de todas maneras a nadie le gustaba que auditaran sus cuentas. Era como si llevara un cartel en la frente que dijera: «Puedo arruinarte la vida».

Sin embargo, ella no estaba de acuerdo. Solo podía hacer daño a la gente al sacar a la luz sus propios errores. Si eran buenos chicos, no podía arruinarles la vida. Su madre le había repetido eso muchas veces cuando era adolescente: «Nunca digas o hagas nada que no quieras ver impreso en la portada de un periódico».

Antes de que su hermana Cynthia hubiera muerto en un accidente de avión, había estado prometida con el director del New York Observer