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El mundialmente conocido escritor y psíquico James Van Praagh ha dedicado muchos años a comunicarse con los espíritus que residen al otro lado del velo, pero está lejos de ser el único que ha vivido esta experiencia. Junto con la médium psíquica Sunny Dawn Johnston, la autora de bestsellers Lisa McCourt y una veintena de escritoras más, que han tenido contacto directo con el mundo espiritual, Cuando el cielo toca la tierra es la prueba de que no necesitamos tener un nombre en el mundo de los médiums para recibir amor y orientación desde el plano espiritual. Esta colección de historias ofrece una buena dosis de inspiración y de consuelo a las personas que atraviesan momentos muy difíciles, al tiempo que demuestra que todos podemos acceder a una guía procedente del otro mundo, sea en la forma de un ser querido fallecido o de una fuente benévola universal. Cuando el cielo toca la tierra nos ofrece un atisbo singular del mundo del espíritu, un vislumbre en el que el amor incondicional siempre se puede encontrar, incluso en las situaciones y circunstancias más inesperadas.
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Seitenzahl: 272
James Van Praagh,
Sunny Dawn Johnston,
Lisa McCourt
Cuando el CIELO toca la TIERRA
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Colección Espiritualidad y Vida interior
Cuando el cielo toca la tierra
James Van Praagh Sunny Dawn Johnston Lisa McCourt
1.ª edición en versión digital: marzo de 2018
Título original: When Heaven Touches Earth
Traducción: Antonio Cutanda
Corrección: M.ª Jesús Rodríguez
Diseño de cubierta: Isabel Estrada sobre una imagen de Shutterstock
© 2016, James Van Praagh
Publicado por acuerdo con Hierophant Pub. Corp.
(Reservados todos los derechos)
© 2018, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-334-8
Maquetación ebook: Plataforma de conversión digital
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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Índice
Portada
Cuando el cielo toca la tierra
Créditos
Contenido
Introducción
1. Hilos espirituales
2. La bondad es lo único que importa
3. Todo cuanto importa
4. Lo verdaderamente auténtico
4. Lo verdaderamente auténtico
6. Todavía ahí
7. El mensaje de la sirena
8. Los regalos de la abuela
9. A través del corazón de una niña
10. El documental
11. El regalo de una madre
12. «¡POP!», hizo el secador
13. Una amistad imperecedera
14. El espíritu del cáncer
15. El milagro de Marc
16. Conversaciones con Max
17. Un «accidente» divinamente orquestado
18. El mensaje de un padre
19. Un mensaje en el espejo
20. La Torre Eiffel dorada
21. El regalo de mi madre
22. El regalo
23. Más allá del temor
24. El corazón de una madre intuitiva
25. Grietas milagrosas
26. La Avenida del sometimiento
27. Un ángel disfrazado
28. Vida después de la muerte
Introducción
Lisa McCourt
¿Es el universo un lugar benévolo? Albert Einstein decía que ésta es la pregunta más importante que te puedes hacer a ti misma, y sabía que la respuesta que dieras a esa pregunta determinaría tu calidad de vida. Él sabía que el punto hasta el cual creemos que el universo es un lugar benévolo es el mismo hasta el cual sentiremos alegría, paz y satisfacción. Y a la inversa, si crees que el universo es un lugar hostil, tu experiencia vital corroborará tal creencia. La ciencia ha recorrido un largo camino desde entonces para validar la acertada afirmación de Einstein. Merced a los avances en la física cuántica, ahora sabemos con una certeza científica verificable que nuestras creencias afectan al modo en que experimentamos la realidad.
Quizá te cueste reconocer que, hasta este mismo instante, has estado creando tu realidad, paso a paso, sin ser consciente de ello, desde el trampolín de tu propio sistema de creencias. Es probable que nunca hayas sido consciente de este proceso, y es probable también que ni siquiera seas del todo consciente de la mayoría de tus creencias. Pero ¿no sientes cierto alivio al pensar que quizá puedas cambiarlo todo en tu experiencia vital con sólo cambiando tus creencias en torno a ello? Sin embargo, esta verdad no se limita a la pregunta de si el universo es benévolo o no, sino que se extiende hasta las mismas leyes que gobiernan el universo.
Este libro es para las personas que optan por creer en una fuerza amorosa tan inmensa, tan omnímoda, tan inextricablemente entretejida con todo, que transciende las mezquinas delineaciones entre la vida y la muerte.
Pero no es sólo para las personas que creemos en esto. Es también para las personas «limítrofes»; es decir, las que se hallan en los límites de la creencia en esa fuerza tan gloriosa e impenetrable del amor, pero que no les acaba de entrar en la cabeza. Y aunque nosotras, creyentes empedernidas, valoremos los relatos de este libro (¡porque nos incitan mucho y disfrutamos con la validación!), las personas «limítrofes» las valorarán aún más.
Serán las «limítrofes» las que sentirán que algo se acelera en sus entrañas mientras absorben estas palabras. Serán las que sentirán que una sensación vertiginosa y hogareña se apodera de ellas mientras las persistentes sospechas largo tiempo enterradas emergen a la superficie de su conciencia. Serán las que sentirán los escalofríos del «¡Ajá!» y los hormigueos del «¡Sí! ¡En el fondo, yo siempre lo he sabido!».
Quizá no estés segura de estar preparada para tan plena aceptación. A los seres humanos actuales nos gusta parecer listos y sentir que lo tenemos todo controlado. Nos gusta creer que lo entendemos todo y, lamentablemente, el mundo espiritual no nos deja acomodarnos en esa creencia.
El mundo espiritual está envuelto en misterio, incluso para las personas que sabemos que ese mundo es tan real como nuestras propias manos. Nadie está completamente seguro de cómo funciona. Nadie. Ni el maestro espiritual, ni la meditadora experta, ni quien ha vivido una experiencia cercana a la muerte y regresa para contar lo que hay al otro lado, ni la más brillante de las científicas ni el más reverenciado gurú. Nadie sabe exactamente cómo operan las esferas que se hallan más allá de ésta; nadie tiene el libro de las reglas. Esto hace que muchas de esas personas «limítrofes» se sientan tan incómodas que terminen optando por negar la totalidad del paquete metafísico. Se sienten más seguras de este modo. Pero el intento por ocultarse entre las constricciones de esa seguridad artificial tiene un coste personal, pues reduce la riqueza de la experiencia vital hasta una pequeña fracción de lo que podría ser.
Si has sentido las restricciones de la incredulidad, te invito ahora a que dejes a un lado el deseo por los hechos comprobados, y que lo hagas durante el tiempo suficiente como para saborear el misterio que supone rendirse a una fuerza tan poderosa, satisfactoria, jugosa y justa, y asimismo que vale la pena renunciar a la necesidad de respuestas en blanco y negro. Porque, en cuanto pruebes esta fuerza en tecnicolor, ya no podrás hacer marcha atrás. Una vez la pruebes, comprenderás que su misterio inherente no es un defecto, sino otra faceta de su irreprochable perfección.
La única pregunta importante que te puedes plantear justo en este momento es : ¿te gustaría vivir en un mundo de milagros gobernado por ese amor poderoso y omnímodo? Si es así, ese mundo está a tu disposición. Tus creencias las eliges tú. Como señaló Einstein, la experiencia que tienes del mundo en el que vives también la eliges tú.
La mayoría de las personas que han hecho sus aportaciones a esta recopilación no son diferentes de ti ni de mí. No tienen más capacidades psíquicas innatas, ni son energéticamente más sensibles, ni más sabias, ni tienen más talentos espirituales de los que puedas tener tú. Estas personas sólo poseen una cosa en común: que creen que esos milagros como los que encontrarás en estas páginas son posibles. Oirás a algunas de esas personas decir que no creían en ello hasta que les ocurrió, pero yo diría que, en un nivel muy profundo, un hilo de creencia las unía a todas ellas; una vena de esperanza de que el universo, en su abrumadora complejidad, no sólo es benévolo, sino que permanece arraigado en el amor hasta un punto tan alejado de nuestra comprensión como para desafiar los constructos de nuestros limitados paradigmas actuales.
Ese mismo hilo discurre a través de ti, o de lo contrario no habrías elegido este libro. Si sientes que te gustaría vivir las cosas que estas valerosas y vulnerables personas han vivido, alimenta ese hilo. Haz espacio en tu corazón para los milagros. Tira del hilo hasta que se desenmarañen las endurecidas capas del cinismo, que no hacen otra cosa que separarte del manantial infinito de amor del cual estás hecha.
Profundiza en ese manantial y verás lo razonable y lo natural que es unirse a las filas de los creyentes. Bienvenida a casa. Te estábamos esperando.
1
Hilos espirituales
James Van Praagh
Aquel jueves comenzó de forma ordinaria, como lo hacen la mayoría de los jueves; una ligera brisa flotaba sobre el océano, mientras el sol buscaba su lugar en el cielo. Pero con el tiempo he descubierto que rara vez hay días «ordinarios» para alguien como yo, para alguien que puede comunicarse con las almas que no hace mucho habitaban esta dimensión física. Aquel día en concreto haría que mi mística cabeza girara hasta apuntar a direcciones invisibles, manipulaciones espirituales, dos mundos en colisión. Aquel día, la constatación de que el mundo espiritual tira de los hilos para hacernos saber que es una parte muy intrincada de nuestra vida cotidiana me golpeó como un yunque.
Todo comenzó con un correo electrónico que alguien me reenvió. Una mujer, llamada Elaine White había dado una charla ante una entregada multitud en Austin, Texas, y había mencionado mi nombre. Joyce Elaine White había sido educada en la rígida fe baptista sureña y anhelaba convertirse en misionera para llevar su fe por todo el mundo. Se había casado con un hombre con ambiciones similares y, en los años noventa, Elaine se había convertido en directora ejecutiva de la Coalición Cristiana de Austin, formando parte del lobby o grupo de presión de la Coalición Cristiana en el capitolio del estado de Texas. Dos de los principales asuntos en los que ejercía presiones la Coalición Cristiana eran el de su oposición al aborto y a los derechos de los homosexuales.
Yo no había oído hablar de la tal Elaine White hasta que recibí aquel correo electrónico, pero no tardé en descubrir que nuestras experiencias no podían haber sido más diferentes. En tanto que Elaine disfrutaba de un gran éxito en su trabajo con los personajes de la extrema derecha tejana, yo era voluntario de la ONG izquierdista de Norman Lear, People for the American Way, PFAW (Gente por el Camino Americano). Al mismo tiempo, yo me ganaba la vida haciendo lecturas privadas como médium profesional y estaba escribiendo mi primer libro, Talking to Heaven (Hablando con el cielo). Además, hacía poco que estaba saliendo con un chico (ahora mi marido), Brian. Sería muchos años después cuando la tierra se abriría bajo los pies de Elaine y nos llevaría a conocernos personalmente.
A principios de 2011, el hijo de Elaine, Josh, tuvo que emprender un viaje a Oriente Próximo por motivos de trabajo. Josh era un trotamundos, una especie de Indiana Jones, y aquel viaje no era muy diferente de otros que había realizado anteriormente. Elaine y Josh cenaron juntos en un restaurante antes de su partida y, al despedirse, mientras se daban un abrazo en el aparcamiento, Elaine escuchó una voz dentro de su cabeza que decía, «Éste es su último abrazo». Elaine no hizo caso de aquella voz, pues la interpretó como la protesta de una madre cuyo hijo se va a una región del mundo que llevaba semanas ocupando titulares en los periódicos con motivo de la Primavera Árabe.
Diez días después, Elaine estaba a punto de preparar la cena. Llevaba un delantal que decía «La Reina de Todo», que era como Josh la llamaba. Sonó el teléfono. Era la inconfundible voz de su exsuegra.
—¿Has hablado con alguien?
—¿Qué quieres decir? –preguntó Elaine.
—Oh… –dijo la abuela de Josh–. Un avión se ha estrellado. No ha sido provocado.
Elaine se quedó helada cuando se enteró de la horrible noticia: el avión en el que viajaba Josh se había estrellado durante el despegue, cuando partía de los Emiratos Árabes Unidos en dirección a Arabia Saudí. Josh había muerto en el otro extremo del mundo.
Tras una agónica semana, el cuerpo de Josh llegó a Dallas en una caja de madera de pino con su nombre escrito encima con un marcador de color negro. Elaine fue en coche desde su casa, cerca de Houston, hasta el aeropuerto. Iba con su primo Randy, quien tenía una funeraria en la ciudad. Más tarde, mientras se dirigían desde el aeropuerto hasta el tanatorio, Elaine dijo:
—Randy, soy una mujer fuerte. Sé que el avión se incendió después de estrellarse, pero necesito ver el cuerpo de mi hijo. Necesito ver algo… un dedo de una de sus manos… o de un pie…
A la mañana siguiente, Randy le dijo a Elaine que no le iba a permitir pasar por esa experiencia, pero que tenía algo para ella que podría guardar: Josh se había dejado crecer la barba durante aquel tiempo para pasar más desapercibido en Oriente Próximo, y Randy había tomado para ella un mechón de su bigote. En la actualidad, Elaine conserva ese mechón de su hijo en un bello colgante de plata.
La ceremonia fue especialmente triste. Para la ocasión, Elaine había encargado unos puntos de libros con la foto de Josh y un versículo bíblico, que entregó a los asistentes. Durante el entierro, cuando estaban bajando el féretro de Josh a las profundidades de la tierra, Elaine llegó a la conclusión de que nunca más volvería a ser la Reina de Todo. Si lo hubiera sido, habría impedido que Josh partiera en aquel viaje.
Tras el funeral, toda la familia se fue a comer a Olive Garden. Curiosamente, cuando se presentó el camarero dijo:
—Hola, mi nombre es Josh. Seré el encargado de servirles.
Elaine se quedó petrificada.
Después, al llegar la noche, se fueron a cenar a Morton’s. Cuando se presentó el camarero que les iba a atender dijo:
—Hola, mi nombre es Josh. Yo les serviré esta noche.
¿Qué estaba pasando?
Varios días después de regresar a casa, el ordenador de Elaine comenzó a dar problemas, de manera que llamó a unos chicos entendidos en informática para que fueran a arreglarlo. Le dijeron que enviarían a un técnico y, poco después, cuando abrió la puerta, se encontró con un joven que se presentó diciendo:
—Hola, mi nombre es Joshua. He venido a reparar su ordenador.
El año que siguió fue muy duro para Elaine. Las Navidades, especialmente. Los cumpleaños también fueron muy duros. Hasta que, casi un año después de la muerte de Josh, Elaine decidió asistir a un congreso organizado por el Omega Institute en Nueva York.
En su primer taller, «Las mujeres y la felicidad: Encontrar la alegría en el dar y recibir», Elaine se encontró de pronto en una sala donde se congregaban alrededor de mil mujeres. A pesar de haber entre ellas varias escritoras y conferenciantes reconocidas y respetadas, Elaine se dio cuenta de que aquello no la hacía feliz en modo alguno. De manera que fue en busca de la organizadora del evento y le preguntó si podría probar con un taller diferente.
—¡Claro! –respondió la organizadora–. Te puedo incluir en el taller de James Van Praagh, «Tocando el mundo invisible: Descubriendo tu yo espiritual».
Elaine no sabía quién era yo.
—James es un famoso psíquico –dijo la organizadora.
En otro momento de su vida, Elaine había pensado que los psíquicos y las médiums eran algo demoníaco. Aquello era al menos lo que le habían enseñado en su formación religiosa «fundamentalista». Pero el sistema de creencias de Elaine había evolucionado bastante con el tiempo. Una familiar muy cercana había tenido que abortar y Elaine había cuidado de ella tras la intervención. Por otra parte, un primo suyo había salido del armario para declararse gay y luego se había convertido en sacerdote episcopaliano. Mientras Elaine dudaba en si debía acudir a aquel taller, una idea cruzó por su cabeza: «Bueno, hasta Jesús charló con Moisés y con Elías en el Monte de la Transfiguración, ¿no? ¿Cómo va a ser malo eso?». Así pues, se decidió a asistir a mi taller y encontró un asiento entre alrededor de trescientas participantes.
He impartido numerosas conferencias, por lo que no recuerdo demasiado bien aquella en concreto, de modo que tuve que preguntarle a Elaine qué había pasado ese día. Ella me dijo que yo me había presentado ante el auditorio y que les había hablado un poco de mí mismo y de cómo trabajaba. Dije que todo es energía y que la energía nunca muere, sino que cambia de forma. Cuando el cuerpo físico muere, la energía que constituye nuestra conciencia sobrevive, y añadí que yo tenía la capacidad para acceder a esa energía. Pero que no elegía con quién comunicarme, sino que me elegían a mí. La gente no es muy diferente tras haber abandonado el mundo físico, y añadí que, si uno es extravertido y es un buen comunicador aquí en la tierra, es muy probable que lo sea también en el otro lado.
Después de hacer unas cuantas lecturas para las asistentes, Elaine me oyó decir:
—Le voy a hablar a la madre de Joshua, quien recorría el mundo, hablaba varios idiomas y era un poco sabiondo.
Elaine se puso en pie mientras le temblaban las piernas.
Le dije a Elaine que Josh no quería verla tan afectada, que se encontraba muy bien y que estaba con su hermana. «¿Qué hermana?», pensó Elaine. Y entonces se acordó de un aborto que había tenido cuando Josh era muy pequeño. Ya entonces, Josh le había comentado que era una niña. Pero lo que definitivamente cautivó la atención de Elaine fue cuando dije:
—Josh te está poniendo una tiara en la cabeza. ¡Y tú sabes lo que eso significa!
Elaine se echó a llorar… ¡La Reina de Todo!
Al terminar el evento, Elaine no dejaba de darle vueltas a la cabeza. «¿Realmente había ocurrido aquello? ¿Cómo podría saber James todo eso si no se hubiera comunicado con Josh?». Para entonces comenzó a sentir hambre, de modo que se fue a cenar. Elaine sonrió para sí cuando el camarero, nuevamente Josh, se presentó. Disfrutó de una cena tranquila porque sabía que su hijo, el sabiondo, había conseguido finalmente contactar con ella. Josh había estado tirando de los hilos desde el cielo, y Elaine había sentido el tirón.
A partir de entonces, Elaine mantuvo una actitud abierta, a la espera de recibir señales de Josh. En el tercer aniversario de su fallecimiento, el 27 de febrero, Elaine y su marido se desplazaron desde Houston a Dallas para visitar la tumba de Josh. Se pasaron toda la tarde sentados en una manta al lado de la tumba y regresaron a casa al día siguiente. Entonces Elaine se dio cuenta de que las matrículas de su coche habían caducado tres meses atrás. «Por favor, que no nos pongan una multa de regreso a casa»,rezó en silencio, al tiempo que prometía que subsanar su descuido sería lo primero que hiciera al día siguiente. Fiel a su palabra, Elaine fue a la oficina del Departamento de Vehículos de Motor al día siguiente. Pero, cuando al fin le llegó su turno en el mostrador, la funcionaria no se mostró nada contenta con ella.
—¿Ha estado usted conduciendo el vehículo desde diciembre? –le preguntó de mal humor.
Elaine le habló de su reciente pérdida y del motivo de su descuido, y la funcionaria rebajó el tono y procedió a registrar de nuevo su automóvil. Mientras esperaba, Elaine dejó vagar la mirada por el cubículo en el que trabajaba la funcionaria y se encontró con el rostro de su hijo. Sujeto con una chincheta en el tablero a modo de pared vio uno de aquellos puntos de libros que Elaine había encargado para el funeral de Josh.
—¿Dónde ha conseguido usted ese punto de libro? –preguntó Elaine.
La desconcertada funcionaria se dio la vuelta y respondió:
—Una compañera de trabajo me lo dio. Yo estaba pasando por unos momentos muy duros de mi vida, y ese punto me dio el coraje suficiente para salir adelante. Ese versículo de la Biblia siempre me levanta el ánimo.
Elaine le explicó que la foto que había en el punto era de su hijo. Sobrecogida y azorada, la funcionaria realizó el resto de la gestión atendiendo de una forma exquisita a Elaine. Josh tiraba de los hilos de nuevo.
Elaine prefiere estar lejos de casa en el día del cumpleaños de Josh, el 23 de abril, así como durante las vacaciones. Ella sabía que tenía una buena historia que contar –la de su tránsito desde el fundamentalismo cristiano hasta una fe más abierta y tolerante, y la de los recordatorios constantes de su hijo, que en realidad no se había ido– y estaba contemplando la posibilidad de compartir su historia en público.
Elaine quería contar su historia con humor, de modo que decidió ponerse en contacto con Judy Carter, autora de The Comedy Bible (La Biblia de la comedia)y de The Message of You (Tu mensaje). Elaine había recurrido a los principios de la comedia en otro tiempo, cuando se dedicaba a la venta, de modo que contrató a Judy para que la entrenara y, casi sin darse cuenta, se encontró de pronto en uno de los talleres que impartía Judy en Los Ángeles. Judy es una cómica hilarante que da la casualidad que es homosexual y judía, y ambas se hicieron amigas rápidamente. No mucho después, Elaine se encontraba sobre un escenario, en Austin, contando su historia.
Lo cual nos trae de vuelta a ese jueves aparentemente ordinario en el que el vídeo con la charla de Elaine llegó a la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Desde entonces, Elaine y yo hemos hablado en varias ocasiones sobre su viaje de fe y transformación. Se mostró muy abierta y dispuesta a colaborar con todas las secciones de su historia que yo no conocía, y hemos quedado en cenar juntos pronto, la próxima vez que vaya a Texas.
Cuando imparto charlas, suelo hacer referencia a una cita de Albert Einstein, «Una coincidencia es la manera que tiene Dios de mantener el anonimato». La historia de Elaine es demasiado increíble como para tratarse de una ficción. ¿Acaso no es posible que el mundo espiritual y nuestros seres queridos que residen allí puedan afectar de algún modo a nuestra existencia en esta dimensión física? ¿Y no tendría sentido que la fuerte conexión que unía a Elaine y a Josh en el plano físico hubiera podido mantenerse, a pesar del hecho de que Josh ya no estuviera aquí físicamente?
La energía no muere, sobre todo la energía del amor, que es de lo que todos estamos constituidos. Nuestros seres queridos no dejan de amarnos cuando pasan del mundo físico al mundo espiritual. De hecho, debido a que su energía ya no se enfoca a través de las tres dimensiones de su cerebro, son capaces de permanecer más cerca de nosotros que cuando habitaban un cuerpo. Son Omnipresentes. Nos Nutren. Su Energía nunca muere. Somos UNO.
2
La bondad es lo único que importa
Sunny Dawn Johnston
A las pocas horas de comenzar nuestra formación de voluntariado en un hospital para enfermos terminales nos dieron la primera tarea: escribir nuestro propio obituario. Todo el mundo, salvo un aguerrido motorista con barba, nos fuimos fuera a escribir entre las rojas rocas de Sedona. Aquel tipo, Tim, parecía tímido pero, cuando me estaba preguntando qué le habría llevado a desempeñar un trabajo de voluntariado en un sitio así, escuché al Espíritu responder con el término «gigante amable». Cuando Tim se reunió con el resto de la gente, después de fumarse un cigarrillo tras uno de los edificios, le ofrecí una hoja de papel para que escribiera su obituario. Con el olor de la nicotina todavía en su aliento, me dijo:
—No voy a escribir ningún jodido obituario. Ni siquiera deseo un obituario para mí cuando muera.
Así comenzó nuestra amistad.
Durante los doce años siguientes llegué a apreciar nuestra conexión anímica. Tim y yo entrelazábamos nuestras vidas en un constante flujo y reflujo. Asistía a mis cursos, o bien venía a verme en sesiones privadas o aparecía de pronto en algún evento aquí o allí. Cada vez que le veía, mi corazón se expandía un poquito más. Tim vivía duro y jugaba duro, y a mí me encantaba su espíritu y su arrojo, ese carácter que le llevaba a decir las cosas tal como son. Tim era una inspiración, un reto, un maestro y un discípulo, todo al mismo tiempo. Pero, por encima de todo, Tim estaba consagrado al servicio.
Con los años, llegué a conocer a la familia de Tim, y también a algunos de sus amigos. Incluso, Tim terminaría dando clases de vez en cuando en mi centro de sanación. Era un gozo verle desenvolverse en un papel que le encajaba a la perfección, y aquello parecía llenarle realmente.
Pasaron los años y, un día, vino a verme para una sesión privada. En cuanto entró, sentí que algo no iba bien; y, en cuanto me senté con él, mi espíritu lo supo. Tim me dijo que le habían dado plaza en un hospital para enfermos terminales. Tantos años jugando duro le habían pasado factura finalmente, y su corazón funcionaba sólo al 15 por 100 de su capacidad. Hablamos durante un largo rato. Tim adoraba a su familia y tenía miedo de dejarles, pues no quería ni pensar el dolor por el cual tendrían que pasar para seguir adelante sin él. Nunca le había visto llorar, pero aquel día lloró y, mientras lo hacía, supe que estaba más en su cabeza que en su corazón. De manera que le puse la mano en el pecho y le pedí que dirigiera su atención allí.
—De acuerdo, amigo mío, está bien que sientas esa tristeza, pero vamos a escuchar lo que tu corazón, tu espíritu, tenga que decir. ¿En qué quieres concentrarte? ¿En tu miedo o en tu amor?
Tim me respondió con más preguntas.
—¿Qué va a pasar Sunny? ¿Voy a morir?
—Sí, Tim, vas a morir –le respondí–, pero no en mi turno… y no será pronto.
Una semana después estábamos de vuelta en Sedona. Yo estaba haciendo una presentación durante un evento con el fin de recaudar fondos para el hospital, y Tim y su esposa eran invitados especiales. El duro y rudo motorista que yo había conocido once años atrás se parecía ahora más a aquel gigante amable del que me había hablado mi espíritu. Ya no podía caminar por sí solo, de manera que Teri, su leal esposa, permanecía junto a él, empujando la silla de ruedas. Su cuerpo se debilitaba, pero su espíritu aún era fuerte. Durante el evento, invité a Tim a subir al escenario y compartir con los demás lo que para un voluntario de cuidados terminales era encontrarse al otro lado de la cama. Aplausos y lágrimas fueron la respuesta a sus palabras por parte del público.
Pasó un año sin que nos comunicáramos demasiado, algo habitual entre Tim y yo. No obstante, nuestros espíritus estaban siempre conectados, de tal modo que, aunque no nos viéramos cara a cara, siempre estábamos «en contacto». Sin embargo, el mismo día en que me comunicaron por teléfono que uno de mis alumnos más antiguos había fallecido el día anterior, recibí otro mensaje del Espíritu. Era muy claro: «Has de ver a Tim». Tal como debía estar previsto en aquella sincronización divina, tan sólo unas horas después de reorganizar mi horario, recibí un correo electrónico de la hija de Tim en el que me preguntaba si podría ir a verle. Le dije que estaría allí al viernes siguiente.
Fue en una hermosa tarde de enero cuando Robin, una amiga muy querida tanto mía como de Tim, y yo partimos hacia su casa. Justo antes de salir, el Espíritu me guio para que me guardara en el bolsillo algunas monedas de arcángeles. Tomé cuatro monedas para compartirlas con Tim y su familia, con el fin de recordarles que los ángeles estarían con ellos durante los últimos días.
La mujer y la hija de Tim nos recibieron con abrazos, y también nos saludaron otros miembros de la familia. Me sorprendió que hubiera tanta gente en la sala de estar donde Tim se había instalado durante los últimos meses de su vida. Era como si estuviera concediendo audiencia en la corte, con todo el mundo reunido alrededor de su sillón, absorbiendo cada instante como algo precioso. Cuando me acerqué a Tim después de tanto saludar, parecía un hombre vencido en su sillón reclinado, con la máscara de oxígeno puesta. Era una persona muy diferente de la que yo había conocido doce años atrás. Parecía más blando, más silencioso y temeroso.
—Buenos días –dijo mientras me acercaba y le daba un abrazo.
Tim me apretó con fuerza. Nuestras almas estaban felices de reencontrarse. Charlamos acerca de la vida, la familia, el tiempo. Sin embargo, al cabo de media hora más o menos, llegó el momento de ir al grano.
—Sunny, ¿qué hago? ¿Voy a morir ya?
Le respondí con una sonrisa mientras me ponía en pie y le cogía de la mano.
—Eso me lo has de decir tú a mí, Tim. ¿Qué vas a hacer? Depende de ti, amigo mío.
Esbozó una mueca, una mezcla de sonrisa y de llanto. Tim sólo quería una respuesta, una respuesta que yo no podía darle… aún no, en cualquier caso. Yo sentía que su cuerpo estaba cansado, que su fuerza vital había disminuido y que se encontraba muy cerca de la transición. Pero la muerte es un viaje muy personal, un viaje que nuestro yo físico se esfuerza por discernir.
Mientras Tim y yo hablábamos de lo que él iba a hacer, observé que se movía entre este mundo y el siguiente. A lo mejor decía algo muy profundo y directo, para luego alejarse y musitar cualquier cosa. He estado con muchas personas durante su proceso de transición, y he observado esta danza entre los dos mundos en numerosas ocasiones. Resulta fascinante presenciarla.
—Sunny, tienes unos círculos negros borrosos alrededor de la cabeza –me dijo cuando volvió–. Flotan a tu alrededor. Son muy oscuros. Yo sabía intuitivamente que lo que estaba viendo eran sus propios miedos manifestados, pero esperé un poco para decírselo. Tan sólo me dediqué a escuchar. Al cabo de un rato, me preguntó si yo podía verlos también.
—No –le dije–. No puedo verlos, Tim, pero los he sentido cuando he entrado.
Tim me miró un tanto sorprendido mientras yo proseguía:
—No tienen que ver conmigo, amigo mío. Son tus miedos.
—Yo no tengo miedo de morir –dijo con aquella energía del motorista duro de antaño–. Llevo mucho tiempo esperando para graduarme.
Tim le llamaba «graduación» a la muerte.
—Te escucho, Tim; y sí, has estado esperando mucho tiempo, pero nunca te has hallado tan cerca como ahora. ¿Estás dispuesto a atravesar esos miedos conmigo, para que puedas decidir con claridad lo que te gustaría hacer?
Durante la hora siguiente, ambos estuvimos abordando cada uno de sus miedos y, poco a poco, aquellas cosas negras borrosas que veía alrededor de mi cabeza se fueron desvaneciendo de una en una. Uno de sus mayores temores era el de abandonar a su mujer y su familia. Le pregunté si creía que estarían bien, y guardó silencio. Les pedí a todos entonces que se unieran a nosotros y que le tranquilizaran, una vez más, diciéndole que estarían bien sin él. Aunque se lo habían dicho una y otra vez, él necesitaba escucharlo de nuevo… ahora, en ese momento exacto. Le dijeron lo mucho que le querían y que siempre estaría con ellos en su corazón. Todos los que se encontraban en la casa tenían el rostro arrasado por las lágrimas. Te abría el corazón presenciar aquel amor. Pero, mientras hablábamos, aún había algo más, algún otro miedo que todavía no habíamos abordado. Sintonicé y le pregunté al Espíritu, pero no es-taba segura de estar recibiendo la respuesta correcta. No parecía tener sentido.
Al final, resultó que el mayor temor de Tim, del que nada sabíamos quienes estábamos allí, era que no había cumplido con su propósito en la vida. Un hombre que se había pasado la existencia ayudando a los demás, invirtiendo miles de horas en personas que se encontraban en el proceso de transición, que había compartido sus creencias y filosofías con todo aquel que pudiera estar interesado, que amaba a su familia y amigos incondicionalmente, que había enseñado a la gente acerca de la vida y el amor a través de la energía y la sanación… este hombre sorprendente sentía que no había cumplido con su propósito vital. Me quedé impactada al escuchar aquello, y me sentí muy triste. Y supe de inmediato que tenía un trabajo que hacer en cuanto llegara a casa. El hecho de ver a mi gigante amable con lágrimas en los ojos, sintiendo que aún no había hecho bastante por la humanidad, encendió un fuego en mi interior.