Cuentos para dormir más y mejor - Ángela Vallvey - E-Book

Cuentos para dormir más y mejor E-Book

Angela Vallvey

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Beschreibung

¿Quién no ha deseado hacer realidad sus sueños? Si bien —como ocurre en este libro—, podemos encontrarnos con la sorpresa de que lograrlo quizás sea algo más inquietante de lo que suponíamos… Esta historia convendrá a los insomnes, pero también a los afortunados que duermen bien. Tiene unos curiosos protagonistas que se embarcan en una gran aventura que los transportará a lugares increíbles, de esos que solo existen gracias a la imaginación, más poderosa cuanto más libre. Así, descubrirán el poder de los sueños y su asombrosa capacidad de sanación, perseguirán sus misterios e increíble hechizo…, hasta alcanzar algunas revelaciones insólitas. Este relato sueña con combinar la magia de El mago de Oz con el mensaje emotivo y delicado de El principito, pero también podría —con suerte—, haber sido escrito por un Paulo Coelho oriundo del País de las Maravillas en un día lisérgico. Y rebosa el humor característico de su autora, además de buenas dosis de esperanza y ternura, que es lo que nunca debe faltarle a un lector desvelado. Un libro de cuentos que son como sueños, y de sueños que parecen cuentos, dispuesto para disfrutar —en todos los sentidos y con todos los sentidos—, de los mejores y más dulces sueños.

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ÁNGELA VALLVEY ARÉVALO

(S. Lorenzo, Valle de Alcudia, C. Real), ha escrito a lo largo de su vida profesional en los más destacados periódicos nacionales y fue la primera mujer en obtener el Premio Julio Camba de periodismo. En su faceta de escritora, ha publicado más de una treintena de obras de ficción, ensayo y poesía, por las que ha recibido premios como el Nadal, el Premio de las Artes de la Comunidad de Madrid o el Ateneo de Sevilla, siendo traducida a numerosos idiomas. Entre sus últimas publicaciones cabe destacar Breve historia de la españolas (Arzalia Ediciones), El alma de las bestias (Ediciones B), una novela donde se aúnan épica, intriga y sorprendentes aventuras históricas, y el ensayo Ateísmo ideológico (Arzalia Ediciones). En 2022 se le otorgó la Medalla de Oro de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha «por su aportación a la literatura contemporánea».

¿Quién no ha deseado hacer realidad sus sueños? Si bien —como ocurre en este libro—, podemos encontrarnos con la sorpresa de que lograrlo quizás sea algo más inquietante de lo que suponíamos…

Esta historia convendrá a los insomnes, pero también a los afortunados que duermen bien. Tiene unos curiosos protagonistas que se embarcan en una gran aventura que los transportará a lugares increíbles, de esos que solo existen gracias a la imaginación, más poderosa cuanto más libre. Así, descubrirán el poder de los sueños y su asombrosa capacidad de sanación, perseguirán sus misterios e increíble hechizo…, hasta alcanzar algunas revelaciones insólitas.

Este relato sueña con combinar la magia de El mago de Oz con el mensaje emotivo y delicado de El principito, pero también podría —con suerte—, haber sido escrito por un Paolo Coelho oriundo del País de las Maravillas en un día lisérgico. Y rebosa el humor característico de su autora, además de buenas dosis de esperanza y ternura, que es lo que nunca debe faltarle a un lector desvelado.

Un libro de cuentos que son como sueños, y de sueños que parecen cuentos, dispuesto para disfrutar —en todos los sentidos y con todos los sentidos—, de los mejores y más dulces sueños.

CUENTOS

PARA DORMIR

MÁS Y MEJOR

Cuentos para dormir más y mejor

Para adultos de todas las edades

 

 

 

© 2024, Ángela Vallvey

© 2024, Arzalia Ediciones, S. L.

Calle Zurbano, 85, 3.º-1. 28003 Madrid

Diseño de cubierta, interior y maquetación: Luis Brea

Ilustraciones del interior y de la cubierta: Ángela Vallvey

ISBN: 978-84-19018-54-0

Producción del ePub: booqlab

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.

www.arzalia.com

Para los insomnes.

Para las que dan demasiadas vueltas en la cama.

Para quienes ven amanecer sin haber

salido de juerga.

Para las ovejas contadas.

Y para

Marta Robles,

amiga, soñadora.

Tengo el corazón como el reflejo de un hermoso sueño

que ya no recuerdo.

JULES RENARD

ÍNDICE

PERSONAJES PRINCIPALES

A MODO DE INTRODUCCIÓN. CONTANDO SUEÑOS

LA VIDA ES SUEÑO. EL SUEÑO ES VIDA

SOÑAR CON UN DÍA DE BODA Y UN MARIDO QUE NO SABE O NO CONTESTA

SOÑAR CON PISAR LAS FLORES

SOÑAR CON EL INSOMNIO

SOÑAR MIENTRAS ESTÁS INSOMNE

SOÑAR CON EL CAMINO HACIA ALGÚN LUGAR

SOÑAR CON ESE LUGAR DONDE TE EXPRESAS EN LIBERTAD

SOÑAR CON TEMORES REPRIMIDOS

SOÑAR CON LA VUELTA AL COLE

SOÑAR CON SENTIRTE ASÍ

SOÑAR CON TODO LO QUE IMPORTA EN SASTRERÍA MASCULINA

SOÑAR CON ESO QUE ES DIFÍCIL DE COMPRENDER

SOÑAR CON UN TORO

SOÑAR CON UNA VIDA COMO HOMBRE CASADO

SOÑAR CON EL PASEO DE LA FAMA

SOÑAR CON SENTIRSE INMÓVIL

SOÑAR CON GERTRUDE STEIN EN SU LECHO DEL DOLOR

SOÑAR CON EL FIN DE LAS HISTORIAS

SOÑAR QUE PADECES INSOMNIO

SOÑAR QUE TE ECHAN DE MENOS

SOÑAR CON UN CIERTO ESTADO DE RELAJACIÓN

SOÑAR QUE GRITAS COMO UN CUERVO

SOÑAR QUE LA VIDA ES UN SUEÑO

SOÑAR CON LUGARES ASOMBROSOS

SOÑAR QUE CONDUCES

SOÑAR CON GRIFOS Y FONTANEROS

SOÑAR CON LA VERDAD Y LA MENTIRA

SOÑAR CON VOLVER A SER PEQUEÑOS

SOÑAR CON LA VEJEZ

SOÑAR CON LEER FRENTE A LA CHIMENEA

SOÑAR CON CAMINAR ENTRE NUBES

SOÑAR CON ESPEJITOS MÁGICOS QUE SIEMPRE MIENTEN

SOÑAR CON AIRE PARA RESPIRAR

SOÑAR CON COMPRAR LIBROS

SOÑAR CON UNA BUENA CONVERSACIÓN

SOÑAR CON PERDERSE UN MOMENTO

SOÑAR CON VOLAR

SOÑAR CON ANDAR POR LAS PAREDES

SOÑAR CON EL TIEMPO

SOÑAR CON DARLE LA MANO A UNA DESCONOCIDA

SOÑAR CON LO QUE AMAS

SOÑAR CON SAPOS PRINCESOS

SOÑAR CON HACER COMPARACIONES

SOÑAR CON EL DESÁNIMO

SOÑAR CON OVEJAS QUE PADECEN ANSIEDAD

SOÑAR CON LUGARES DIFERENTES

SOÑAR QUE ESTÁS LLORANDO

SOÑAR CON EL TAMAÑO DE LAS COSAS

SOÑAR CON RECUPERAR LAS MALETAS PERDIDAS

SOÑAR QUE TE QUEDAS ATRÁS

SOÑAR CON LAS FLORES DEL CAMINO

SOÑAR CON LA POBREZA

SOÑAR CON ALGORITMOS MALOTES

SOÑAR QUE COMPARTES DORMITORIO

SOÑAR QUE APRENDES

SOÑAR CON LOS PRIMOS DE TU AMIGA

SOÑAR CON PIES GIGANTES

SOÑAR CON AVANZAR

SOÑAR CON DUENDECILLAS

SOÑAR CON EL VIAJE

SOÑAR CON LUGARES INCREÍBLES

SOÑAR CON MERENDAR

SOÑAR CON LA DUDA

SOÑAR CON HACER UNA BUENA LIMPIA

SOÑAR CON AGUJEROS NEGROS Y CONCURSANTES TELEVISIVOS

SOÑAR QUE ERES UN ÁRBOL

SOÑAR QUE DESPIERTAS POR EL PODER DE LAS PALABRAS

EPÍLOGO PARA UN DESPERTAR

PERSONAJES PRINCIPALES

AURELIA

LA OVEJA LECTORA

MISS CHATBOT

EL AGUJERO NEGRO MALVADO

EL GENIO

LA GENIO

EL SAPO PRINCESO

A MODO DE INTRODUCCIÓNCONTANDO SUEÑOS

¡Sí, los insomnes somos legión!

¿Quién no ha dado vueltas y vueltas en la cama, aunque sea ocasionalmente, en mitad de la noche, invocando un sueño que no llega, maldiciendo entre dientes, incapaz de saltar al mundo de los sueños nada más cerrar los ojos, sintiendo que el reino de Morfeo es como una discoteca con un portero malhumorado que no nos deja entrar…? ¿Quién no ha probado a inducir el sueño soñado mediante productos químicos de dudosa reputación…? ¿Quién no se ha cabreado, tirado de la manta, por tanto, dejado a su pareja con el trasero descubierto, lista para recibir sin paliativos ni edredón el suave rocío producto del frío nocturno de la habitación? ¿Qué insomne no mira con rencor a su compañero de cama solo porque ronca plácida y musicalmente?

No dormir es un suplicio. De hecho, la falta de sueño se utiliza como tortura, es un viejo invento de los atormentadores profesionales que a lo largo de la historia han sido, que han tomado buena cuenta de que no hay nada peor que no dormir; que, por dormir, haríamos cualquier cosa.

Todo el mundo sabe que soñar y dormir son cosas diferentes, y que los sueños, sueños son, hechos de una materia indefinible.

Hay quien se pasa la vida girando en torno a la idea de hacer realidad sus sueños, y a veces llega el momento en que, al despertar, se encuentra, como Aurelia, con algo que jamás habría imaginado…

Los adultos somos como niños: todos hemos dormido en una cuna, pero nuestras camas son muy diferentes de aquellos entrañables lechos donde encontrábamos seguridad a pesar de que tenían barrotes, o precisamente por eso. Las camas ofrecen mucho confort, y poco sueño para una buena parte de las personas; las cunas guardaban los sueños de cuando éramos bebés, mientras las camas se han convertido en vapuleados testigos de nuestro insomnio. Incluso quienes han utilizado cunas de segunda mano, hasta los que durmieron en cunas regias llenas de adornos, tan estúpidos como peligrosos, ostentosos, pueden llegar al mundo adulto y encontrarse con el insomnio como un enemigo de su salud y su buen humor. Quizás las cunas que algunos disfrutaron en la infancia los indujeron a pensar que la vida era fácil y que todo estaba al alcance de la mano, hasta que se hicieron mayores y descubrieron que no podían pegar ojo…

¿Quién no ha deseado hacer realidad sus sueños? Pues bien, a veces —como ocurre en este libro—, nos encontramos con la sorpresa de que lograrlo quizás sea algo más inquietante de lo que suponíamos…

Esta historia convendrá a los insomnes, pero también a los afortunados que duermen bien. Tiene unos curiosos protagonistas:

Aurelia, una mujer perdida en sus sueños.

Un sapo que busca ser algo más.

Un agujero negro malhumorado, dispuesto a acabar con todo.

Una señorita delgada y sabihonda, una inteligencia artificial llamada Miss Chatbot.

Un Duende de esos que conceden todos los deseos y que logrará —¡literalmente!— que Aurelia haga realidad sus sueños…

La exmujer del Duende, que también es un ser mitológico y no cobra pensión después del divorcio.

Una oveja cuyo único interés en la vida es leer.

Estos personajes se embarcarán en una gran aventura que los transportará a lugares increíbles, de esos que solo existen gracias a la imaginación, más eficaz cuanto más libre. Así, descubrirán el poder de los sueños y su asombrosa capacidad de sanación, perseguirán sus misterios y su increíble hechizo, hasta alcanzar algunas revelaciones insólitas.

Este relato sueña con combinar la magia de El mago de Oz con el mensaje emotivo y delicado de El principito, pero también podría —con suerte— haber sido escrito por un Paolo Coelho oriundo del País de las Maravillas en un día lisérgico. Y rebosa humor, además de buenas dosis de esperanza y ternura, que es lo que nunca debe faltarle a un lector desvelado.

Este es un libro de cuentos que son como sueños, y de sueños que parecen cuentos dispuestos para disfrutar —en todos los sentidos y con todos los sentidos— de los mejores y más dulces sueños.

LA VIDA ES SUEÑOEL SUEÑO ES VIDA

Me pregunté: «¿Los muertos sueñan o solo lo hacen los vivos? ¿Estoy despierta o estaré soñando? Y… ¿qué, o quién, soy yo? ¿Quién fui, qué seré…?».

¡Fui tantas cosas! Lo sé, lo sentí de forma profunda, en cada poro de la piel de mi mente. ¿Fui un cuervo, una mujer madura preocupada, un hombre nuevo, un árbol frondoso, una niña que aprende a hablar, una anciana que lo ignora todo, un avión humano, una joven alocada que se sube por las paredes, un individuo formal y cansado, una viajera en buena compañía…? ¿Quién soy, qué soy? ¿Pero esto qué es…?

Mientras pude soñar, pude serlo todo. Todo eso y más.

Y al despertar me pregunté: «Si la vida es sueño…, ¿qué será la muerte?».

Claro, que no tuve tiempo de responderme, porque debía concentrar todas mis fuerzas en lo prioritario: vivir. Aprender a vivir.

Que es la única respuesta.

SOÑARCON UN DÍA DE BODAY UN MARIDO QUE NO SABEO NO CONTESTA

Mi primera sensación fue de vibrante alegría.

El cielo estaba surcado por seres que no parecían pájaros, que estaban más cerca de la naturaleza de los ángeles, que volaban de un árbol a otro y trinaban a pesar de su cara perfectamente humana.

Era el día de mi boda.

—Me casaré contigo a condición de que nunca veas mi rostro ni trates de averiguar quién soy —me había dicho aquel maromo tan impresionante. Y yo, por supuesto, acepté de inmediato. No necesitaba verle la cara. Solo con mirarlo de espaldas ya me sentía confiada para tomar una decisión.

Menudos glúteos tenía. ¡Como para decirle que no!

—¡Sí, vale, sí, lo que tú digas! No puedo contemplar tu rostro, pero me imagino lo mejor, así que acepto. Sí, estoy dispuesta a no verte con tal de tenerte.

¡Oh, cielo santo, qué bien me quedó aquella frase!

Nos encontrábamos en un paraje rodeado de torres, sobre una loma verde que destacaba en el valle lleno de castañares. El cielo limpio a veces se veía moteado por pinceladas del humo que salía de las casitas modestas, pero hermosas, donde vivían las gentes del lugar.

Entramos en el recinto donde se celebraría la ceremonia.

Yo era feliz, completa y absolutamente feliz. Repito, por si alguien no se lo cree: ¡era el día de mi boda!

Sin embargo, mis hermanas… no estaban de acuerdo con mi felicidad.

Vestidas con sus trajes de damas de honor, mantenían el ceño fruncido y se quejaban de la arquitectura del edificio, señalaban los remates y el frontispicio con un gesto de desagrado.

—Ni siquiera para casarse ha podido elegir un buen escenario —dijo una de ellas.

Yo, la verdad, no recordaba tener hermanas, pero estaba claro que estas lo eran. Tenían los cabellos finos como oro y caras de ninfa.

El suelo de la catedral —creo que era una catedral, por lo impresionante y por la vidriera multicolor— estaba lleno de flores, y pisamos sobre ellas dejando sombras y un olor melancólico e intenso a nuestro paso.

Mi futuro marido le dijo a una de mis hermanas, con su voz cavernosa:

—Mira, guapa, apártate, que llevo un poquito de prisa.

La otra se quejó:

—No me gustan los maridos. Ni futuros ni presentes.

—¿Por qué?

—El mío, por ejemplo, me trata como a una ayudante, me dice: «Siri, cariño, ponme la mesa; Siri, cocíname algo para cenar; Siri, ¿dónde están mis nuevos calzones? Siri, enciende la alarma; Siri, ajusta la temperatura; Siri, ponme música triste…».

—¿Te llamas Siri? —le pregunté yo, mirándola detenidamente.

—¡Para nada!, y eso es lo que más me molesta. ¡Me llamo Alexa!

SOÑARCON PISAR LAS FLORES

Vale.

Allí estaba mi futuro esposo, no me lo podía creer. Recordé la primera vez que lo vi, siempre de espaldas, y pensé: «Oh, yo quiero a este hombre, quiero a este tío, póngamelo para llevar…».

No me gusta pisar las flores, así que sentí como si estuviera haciéndoles daño. De hecho, una rosa me habló desde el suelo: «¡Gracias por no aplastarme la hoja!; me he pasado toda la mañana planchándolas, ¡y ahora, mira!».

Me conmovió su sensibilidad, pero reconozco que el olor que dejaban nuestros pasos era algo delicioso.

Mi amor se reflejaba en mitad del cielo.

Los invitados a la boda se habían puesto sus mejores galas. Yo no conocía ni a uno solo de ellos —no conocía ni a mis hermanas, como digo—, pero no me importaba, así de contenta me sentía.

Miré de nuevo a mi futuro marido, el que se convertiría en mi esposo en pocos minutos, y me di cuenta alarmada, y a la vez satisfecha, perversamente confusa, de que se trataba de un ser sobrenatural.

No podía verle la cara porque estaba envuelta en una niebla espesa, como si llevase puesta una careta hecha de sombras. Sus pasos eran firmes; su cuerpo alcanzaba gran altura. Vestía un ropaje lleno de filigranas.

Las espaciosas bóvedas de la catedral exhibían una blancura inmaculada.

—¡Cuánto te quiero! —me susurró al oído mi futuro esposo.

Un cura, que salió de alguna parte y cuya cara me sonaba más familiar que la de mis supuestas hermanas, nos bendijo.

—Ahora sois esposa y… lo que sea —dijo lentamente, señalando a mi marido recién estrenado.

Yo lo miré con severidad.

—¡Es un marido, oiga!

—Pues quién lo diría: podría ser cualquier cosa debajo de esa máscara. Tú sabrás con quién te casas. Hoy día esto de las uniones está descontrolado. No soporto el «estilo Las Vegas».

Me rasqué y estornudé, un poco porque tanta flor no era lo más conveniente para mi alergia primaveral, y otro poco porque es la mejor manera que he encontrado de poner fin a las conversaciones que me resultan incómodas.

La catedral era de color oliváceo y las paredes dejaban escapar destellos de color rosa.

Mis hermanas suspiraron.

Cuando me fijé un poco mejor, me di cuenta de que era noche cerrada, a pesar de que habíamos entrado cuando comenzaba el crepúsculo. Realmente, la luz del cielo se había ido a dormir.

—Tienes que averiguar quién es este hombre con el que te acabas de casar —farfulló una de mis hermanas. Sus dientes relucientes en la oscuridad me parecieron más afilados que antes, como si en vez de hablarme tratara de darme mordiscos.

—No hay nada que averiguar, es mi marido. Punto.

—Yo creo que oculta algo; ¿a qué viene, si no, casarse con una máscara?

—¡Son sus costumbres y hay que respetarlas! —respondí yo, más tensa que unos brackets baratos.

Intenté taparles la boca, tanto a mis hermanas como al resto de mis familiares, que eran incontables, aunque no había rastro de papá ni de mamá.

—Los padres se sienten avergonzados de ti, por eso han emigrado a otras latitudes, donde esperan alcanzar dignidad y fortuna sin dejar cadáveres por el camino —anotó una de mis hermanas.

Aquella noche conocí el amor como nunca hubiera soñado: ciertamente, mi marido era todo lo que una mujer puede desear. Y todo lo que podría desear un hombre también.

—¡Eres tan hermosa! —me susurró con su voz imponente.

—Y tú eres tan, tan, tan…

Llamaron a la puerta de la alcoba nupcial.

Era una de mis hermanas, que, fiel a lo que parecía ser su costumbre, me torturó con una última insidia antes de dormir:

—Y si te has casado con un monstruo, ¿qué…, eh, guapa?

—Pues le pondré una reseña negativa en Google. ¡Yo qué sé!, ¡déjame en paz, anda! —Le cerré la puerta en la nariz. Literalmente. Luego supe que tuvieron que hacerle una cirugía poco estética para arreglársela de urgencia.

—¡Ayyy! ¡Eres más bruta…! ¡Fascista! —se quejó.

—¿Por qué iba a ser un monstruo? —me pregunté en voz alta—; es completamente delicado cuando se rasca la entrepierna, y sabe recitar poemas, incluso los compone en sus ratos libres…

—Ah, o sea, que… ¡tiene ratos libres! —exclamó mi segunda hermana, que también andaba por allí, en tono acusatorio, como si eso fuera sospechoso de algo.

—No compone poemas, mona; los copia y pega de por ahí. Los he metido en un buscador y me sale un 99’01 % de plagio. Tu chorbo, muy original no es —insistió en ponerlo verde la primera.

—¡Estáis celosas porque vosotras no habéis conocido el amor, so brujas! —me quejé.

—¿Qué dices? Eso no es cierto. Yo, por ejemplo, tengo un amante fijo discontinuo. Viene a verme cuando no está su mujer.

Vivimos incontables noches de amor apasionado. Sin pegar ojo.

—Venga, invade mi zona de confort, que no me importa —le decía yo, intentando adivinar sus facciones, ocultas tras la máscara.

No puedo explicar claramente lo que hacíamos, porque entonces me cambiarían la calificación de esta historia, y en vez de ser «Para todos los públicos», sería «Para todos los púbicos». Y no estoy dispuesta.

Yo me sentía arrebatada por aquel amor mitológico. Nunca creí que conocería tan íntimamente el equilibrio del universo. La armonía que late en el corazón de un dios del amor. Jamás imaginé que existieran los tíos sencillos, el amor simple y sin nada más, y desde luego nunca pensé de verdad que el amor fuese real, ni se me habría ocurrido que llegaría a experimentarlo en carne propia.

Pero ahí estaba. En forma de marido.

—Recuerda que no puedes verme —me decía mi enamorado—. Pase lo que pase, no se te ocurra tratar de averiguar quién soy o qué aspecto tengo.

De modo que me conformé con poseerlo sin llegar a contemplarlo. Es verdad que la curiosidad me arrebataba, y a menudo consideré que tampoco iba a pasar nada si lo sorprendía desde lejos… Claro, que las oportunidades eran pocas, porque solo nos veíamos por la noche, cuando todo estaba oscuro. En aquel maldito lugar donde vivíamos no había luz eléctrica, lo cual no era tan malo, porque así nos ahorrábamos facturas escandalosas. El inconveniente era que no conseguía entrever sus rasgos, nunca, en ninguna de las innumerables noches apasionadas en las que nos mecíamos uno en brazos del otro…

Hasta que un día, después de soportar la tabarra de mis hermanas durante horas, me decidí a espiar a mi esposo.

—Tienes que averiguar quién es. ¡Mira que si es un estafador del amor…!

—Pero si se ha casado conmigo y no hace más que darme dinero todas las noches; tanto que empiezo a sentirme como una pilingui, y tengo más problemas para invertirlo y blanquearlo que un traficante de drogas. Y confieso que la preocupación por todo el efectivo que he acumulado me despierta un malestar que no añade nada bueno a nuestra relación.

—¿Pero sabes dónde trabaja? ¡A lo mejor es un ladrón!

—No tiene pinta, y sus billetes son buenos. ¿No se te ha ocurrido pensar que quizás sea de familia rica?

—Todas las familias ricas ocultan un crimen en el origen de su fortuna.

—A veces tan solo les ha tocado la lotería o han tenido una buena idea. O se han forrado vendiendo cualquier tontería que gusta a todo el mundo —repliqué.

—Mucho peor, porque esos se convierten al poco en unos desgraciados que tienen hijos tan mimados que enseguida les hunden el negocio.

—¡Tienes que verle el rostro, tienes que saber quién es, no podemos seguir con esta intriga, tus hermanas nos estamos consumiendo de curiosidad!

—¿Y por qué no veis algún culebrón en la tele, como hace todo el mundo, para saciar vuestras ansias de cotilleo y morbo sexual?

—¡Tonterías!, aquí no llega la señal de la tele. Y no hay Wi-Fi, ni tele por cable, ni nada.

—¿Acaso quieres que conectemos el Wi-Fi a una vela? ¿No te das cuenta de que este es un lugar ecológico, donde nuestra huella de carbono es cero culero porque somos pobres como ratas que trabajan de falsas autónomas?

—¿No ves que no tenemos ni quien nos alumbre las oscuras noches de invierno con la pantalla de un teléfono móvil de batería moribunda, mientras leemos el saldo negativo de nuestra cuenta muy corriente en una banca on line, de esas que no tienen cajeros ni sucursales físicas y que te cobran comisión por enviarles un e-mail?

—¿Y si tu marido es uno de esos ofidios que se disfrazan de tíos buenos para engañar a incautas como tú…? —Mi hermana se hizo la fina, y en vez de decir «reptil sin extremidades», dijo «ofidio».

—Ni ofidio ni benefidio… —añadió la otra lagrimeando, un poco constipada.

En fin, que esa noche me propuse, a pesar de la prohibición, mirar el rostro del que ya era mi marido.

Cuando lo vi por fin, ayudada por las gafas de farmacia de una de mis hermanas, que llevaban incorporada visión nocturna, ¡no me lo podía creer!

—Pero, marido, ¡si eres bellísimo! No sé por qué te empeñas en ocultarte… Además de tener un corazón que parece un piso recién reformado: ¡para entrar a vivir!

Entonces, mi esposo despertó, se dio cuenta de que lo estaba mirando y montó en cólera. Pensé que se le daba mejor montar en cólera que en motocicleta. Nunca lo había visto así de enfadado, y me sorprendió ingratamente.

Y lo que ocurrió después de eso fue increíble. Quiero decir que nadie podría creérselo.

Ni siquiera yo.

SOÑARCON EL INSOMNIO

Yo era una insomne y, por tanto, la mujer que nunca soñaba. ¿Cómo puede alguien vivir sin sueños? No estoy segura, pero creo que todos los mamíferos sueñan. ¿Por qué yo no?

Por las noches, intentaba matar el tiempo. ¡Un imposible! Leía mucho, eso sí.

Siempre me ocurría lo mismo: me metía en la cama, con un libro la mayoría de las veces, pero también con la pantalla azul del móvil deslumbrándome y dejándome irritados los ojos, hasta que me daba cuenta con pesar de que no iba a poder dormir tampoco en esa ocasión.

Pensaba que lo mejor que podía pasarme era dormir, no tenía más aspiración vital, económica o filosófica que roncar unas horas a pierna suelta. Mientras que por el día estaba concentrada en mi eterna insatisfacción.

Me sentía agonizar por cosas tan cruciales como no haber nacido con la depilación definitiva hecha.

No me daba cuenta de que lo que tenía, en su perfecta imperfección, era la felicidad.

En resumen, durante el día me sentía una mujer insatisfecha con su vida, y por la noche una insomne cabreada y descontenta. Era incapaz de perder la conciencia y dejarme arrastrar al camino del descanso profundo, a ese gozo absolutamente biológico, irracional, simple y democrático que significa dormir, tener dulces sueños.

De día deseaba que mis sueños se convirtieran en realidad y, por las noches, que llegaran a mí y me transportaran a otro mundo.

Era una insomne a punto de enloquecer.

Y entonces, un día ocurrió algo inesperado y todo cambió.

Así es como cambian las cosas: de un instante para el siguiente.

Recibí una llamada a altas horas de la madrugada.

—¿Quién es? —pregunté con una voz entre irritada y precavida.

Se hizo un silencio al otro lado y pude oír una respiración con un ligero toque de impaciencia.

Finalmente contestó:

—Soy el Genio de tu lámpara.

—Y un carajo, ¡so croqueto! —respondí, llanamente.

Luego le espeté que me dejara en paz, que no tenía yo la noche demasiado fina.

Dicen que hay personas que tienen el don de soñar con cosas que luego se convierten en realidad, y por un momento creí que estaba soñando sueños de insomne.

—¡Espera, no cuelgues, por favor! Estoy hablando en serio. Soy tu Genio del teléfono —gruñó—, y ya que veo que las lámparas no te gustan, estoy dispuesto a concederte el deseo que quieras.

—Tienes una voz muy peculiar, pero a mí no me la das, estafador telefónico.

—Sí, querida, todos los Genios tenemos esta voz tan interesante. Y los Genios de los teléfonos móviles, mucho más… ¡No cuelgues, puedo concederte un deseo!

¿Un deseo? ¿Por ejemplo acabar con mi insomnio? ¿Por ejemplo convertir mis sueños en realidad…? Como farsante, por lo menos aquel tío era original.

—Oh, está bien, ya que eres capaz de cumplir deseos ajenos, dime cuántos puedes concederme.

—Uno solo. No soy como esos Genios de las lámparas de antes, que concedían tres; a mí me está permitido únicamente ofrecerte uno. Los tiempos de vacas gordas hace mucho que se terminaron, guapa.

Lo pensé bien porque, cuando solo se tiene una oportunidad, hay que optar por el mejor de los deseos, aquel que proporcione la mayor ganancia.

—Pues bien, quiero que mis sueños se conviertan en realidad, ¡sí, hacer realidad mis sueños! —solicité, muy ufana.

Pensé que era una apuesta acertada por mi parte. ¿No es lo que todo el mundo repite una y otra vez, que le gustaría hacer realidad sus sueños?

La voz del Genio al otro lado del teléfono se sumió en un silencio que me resultó incluso sospechoso.

—¿Qué pasa, no eres un Genio tan genial?, ¿no puedes proporcionarme una cosa tan sencilla como esta?

—Por supuesto, aunque sencilla no es, y yo hubiese apostado por alguna otra idea. Teniendo en cuenta que es a ti a quien se le ha concedido esta gracia…, tú sabrás, maja.

Su tono, un poco ríspido, me mosqueó.

—Bueno, pues ahí lo tienes, es lo que prefiero.

—Está bien, sea —gruñó él, y cortó la comunicación.

Justo entonces ocurrió un milagro.

Me quedé mirando la pantalla vacía del teléfono, fui al registro de llamadas y comprobé que la suya no había dejado ni rastro.

Lo apagué un tanto mosqueada, lo dejé sobre la mesita de noche boca abajo, para que no molestase la luz de las posibles notificaciones, que no descansan ni siquiera a esa hora en que duermen hasta los dueños de las casas de apuestas, y una vez que me acurruqué sobre la almohada, ¡me quedé dormida sin apenas darme cuenta!

¡Fue magia! Pero lo cierto es que el sueño vino a mí y me abrazó de manera inmediata e imprevista, me arropó con la dulzura de su promesa de descanso y me quedé frita como un filete de pavo a la mantequilla.

Por fin.

SOÑARMIENTRAS ESTÁS INSOMNE

De repente, caí en la cuenta de que ya no estaba en mi habitación de insomne, rodeada de libros, ropa mal doblada, cuadros espantosos comprados en el rastro de las pulgas…

Me encontraba en un lugar desconocido, intentando conducir un coche.

A pesar de que soy una persona cuidadosa, que pisa por donde mira y no al revés, resulta que, una vez dentro, no quiso arrancar.

Tuve que desmontarlo como si fuera un Tetris y volver a montarlo pieza por pieza, algo que no había hecho antes en toda mi vida, a pesar de lo cual conseguí por fin ponerlo en marcha, aunque nada más salir del garaje me empotré contra el vehículo de un vecino.

Sentí una enorme angustia, porque el vecino es un tipo con poco sentido del humor (y ningún otro sentido, incluido el común).

La ansiedad me paralizó. ¿Cómo iba a pagarle aquel desastre? No era una persona con la que fuera fácil llegar a acuerdos.

Me consolé pensando que estaba viviendo un sueño y pronto despertaría.

Después de tantos años de insomnio, la idea de estar dormida pero poder despertarme se me antojaba de lo más suculenta. No obstante, por más que me pellizcaba e intentaba espabilarme, dando vueltas sobre mí misma y tratando de sacudirme aquella pesadilla, ¡no lo conseguía!

—Soy el Genio de tu móvil.

—Ah, estupendo, contigo quería yo hablar. Resulta que estoy dormida, tengo una pesadilla y me gustaría despertar, ¿puedes hacer algo al respecto?

—Me temo que no.

—¡¿Pero no eras un Genio de esos que todo lo pueden?!

—Por supuesto que soy un Genio, y concedo deseos, pero recuerda que te otorgué el que me pediste: hacer tus sueños realidad. De modo que eso es lo que está pasando, tus sueños se han convertido en realidad.

—¡Cielos…!

—Este sueño de tener un accidente y conducir un coche que choca con el de un vecino peligroso simplemente indica que eres una persona poco habilidosa, tus temores se están haciendo reales porque tus sueños también lo son. Cuando te concedí tu deseo, te advertí de que se me ocurrían otros mejores que ese de hacer los sueños realidad. Los sueños están sobrevalorados.

—Yo me refería a los sueños que tengo mientras estoy despierta; no a los que debería tener en caso de que durmiera. ¡Soy insomne, nunca sueño porque nunca duermo!

—Deberías haber especificado.

Me llevé las manos a la cabeza, no solo porque estaba horrorizada, sino para protegerme de los golpes que me estaba propinando el vecino. Al que con toda propiedad podríamos llamar «el vecino paliza».

—¿Quieres decir que de aquí en adelante todos mis sueños se traducirán en algo real? ¡No me gusta nada la idea!

—Pues haberlo pensado mejor, o haberte expresado mejor, ya tienes edad para darte cuenta de que las palabras son importantes, deberías haber aprendido a usar tu lengua materna con exactitud.

—No es esto lo que yo había soñado.

—¡Me importa un bledo! —dijo el Genio, y colgó.

—Llevo aquí ya demasiado tiempo, incluso si esto es una pesadilla, ¡ayúdame!

—El tiempo no existe, es un invento humano. Los humanos tenéis tendencia a liaros con conceptos inútiles y complicados.

—Pues díselo a mis brazos, que se están estirando como los de una superheroína de cómic…

—Confía en tu sentido de la irrealidad. ¡Adiós, cordera! —El Duende cortó la comunicación.

De pronto me vi colgando de un precipicio, salido de la nada, no sé cuánto tiempo exactamente, porque el tiempo transcurría de una manera extraña. En el plano físico, puedo decir que me sentía como uno de esos relojes derretidos que pintaba Dalí.

Entonces apareció una mujercita encantadora, pero de aspecto extravagante, que se presentó a sí misma en los siguientes términos:

—Soy la exesposa del Genio de tu teléfono.

—Pues encantada. Quiero decir…, que estoy encantada, literalmente. No sé qué me ha hecho tu exmarido, qué tipo de encantamiento mágico, pero no dejan de ocurrirme cosas raras. Incluso creo que me he casado con un chulazo que ha desaparecido de mi vista.

—Sí, no puedes fiarte de él. Te lo digo yo, que lo conozco más o menos después de dos mil trescientos setenta y seis años de matrimonio. ¡Ufff!

Al poco, se materializó a nuestro lado el Genio. Era un tipo sorprendente, cuya piel cambiaba de color a cada momento, como en un caleidoscopio de aguas aceitosas e iridiscentes, psicodélicas y brillantes. Parecía el tembloroso muestrario de un pintor de discotecas.

—¡A buenas horas! —le reprochó la Genio.

Él la miró ceñudo.

En eso, apareció un ave fantástica que me agarró con sus garras, valga la horrísona redundancia, y me elevó; las uñas del pájaro me dejaron cicatrices en forma de tatuajes por todo el lomo.

—En los sueños de la Antigüedad, las aves eran un símbolo profético, se creía que traían buena suerte.

El ave Turuta era verdaderamente fantástica.

—Si este pajarraco aparece en tu sueño, es quizás porque estás deseando ser libre.

—Tú eres dueña de tus sueños, lo mismo que de tus pensamientos —apuntó la Genio mientras se disponía a marcharse—. No lo olvides.

Me sentí como el personaje secundario de una historia que alguien estaba leyendo en alguna parte, muy lejos de mí.

SOÑARCON EL CAMINO HACIAALGÚN LUGAR

–¡Me va a comer! —grité espantada.

Me encontraba en una enorme isla. O a lo mejor era pequeña, no lo tengo claro; tampoco sé por qué era una isla, dado que no la miraba a vista de pájaro y ni siquiera podía utilizar Google Maps. Pero bueno, parecía evidente que aquello era una isla, porque había un cartel que así lo indicaba:

ESTÁ USTED EN LA ISLA TAL Y NO EN CUAL

Luego miré a mi alrededor y lo vi cada vez más cerca: ¡era un monstruo gigantesco!

—¡Me va a comer, me va a comer! —grité otra vez, más espantada todavía.

Pero el Duende, allí a mi lado, me aseguró que no lo haría.

—Tranquila, no te va a comer.

—No veo por qué no.

—No eres tan buen bocado, ni estás tan apetitosa como imaginas.

Una inmensa multitud paseaba a la orilla de un lago. Algunos bebían whisky y entonaban canciones, otros faenaban en las cubiertas de pequeños barcos provistos de amplias redes que se veían en mitad de las aguas. Los niños gritaban divertidos. La muchedumbre observaba curiosa.

—Dicen que aquí vive un animal salvaje que devora a los más pequeños en cuanto sus padres se descuidan —apuntó una señorita alta y espigada, con cara de sabihonda, que se nos acercó.

—Pues vaya espectáculo…

—Lamentable.

—Sí.

—Me llamo Miss Chatbot. Encantada de saludarte —me dijo la mujer delgadísima, presentándose con un leve movimiento de cabeza.

—Igualmente. Yo no recuerdo muy bien mi nombre, pero en cuanto logre hacer memoria, te lo diré.

—Vale, tía.

Observé varios carros tirados por perros, y otros carruajes de color dorado que brillaban como si fuesen piedras preciosas.

Desde uno de los barcos arrojaron un corderito al agua.

—¿Pero por qué hacen eso? ¡Los corderos no saben nadar! —grité muy enfadada.

—Echan corderos al lago para que la serpiente de la isla sacie su apetito y no se lleve a nuestros pequeños —me explicó una señora, más enojada que yo.

Menos mal que, cuando me fijé un poco mejor, me di cuenta de que los animales eran de juguete.

—Más plástico inmortal, ¡hala!… La fealdad infinita… ¡Venga vertidos! Como si los mares, los océanos, los lagos y los ríos fuesen un vertedero, en vez de las frágiles y puras venas del mundo por las cuales corre el agua, que es su líquido vital.

«Jo, qué bien hablo», pensé satisfecha.

—El animal mitológico que vive en este lago tiene un tamaño descomunal, solo en Escocia se han visto seres semejantes, y eso en otros tiempos de los que ya nadie se acuerda.

—¿Y si nadie se acuerda, como es que tú te acuerdas?

—¿Te crees muy lista, verdad? —la señora arrugó el ceño. La Señorita hizo lo mismo. Ambas se midieron con gesto adusto. Luego se miraron con el rabillo del ojo, en vez de con el ojo entero.

—Las aguas profundas alojan misterios que nunca conoceremos, y en ocasiones también son el hogar de seres húmedos y viscosos que emergen desde las honduras, como fantasmas marinos. Son gusanos colosales, o serpientes que parecen pescados formidables pero que tienen cabeza humana. Otras veces pueden salir a tierra y correr a una velocidad vertiginosa. ¡Y giran el cuello como si fuese un molinillo!

A nuestro alrededor, la niebla empezaba a cerrarse. Unos hombres paseaban por la playa. Otros se habían atrevido a nadar. Los barquitos emprendían nuevos rumbos, alejándose hacia el horizonte, retirándose después de la jornada de pesca infructuosa. Algunos pescadores llevaban una caña con un largo sedal y anzuelos preparados para hacerse con una presa inexistente. Vi incluso a un par de ellos ataviados como para asistir a un cóctel en el palacio real.

—Pero con esos anzuelos, nadie podría pescar… La criatura que habita estas negruras abisales necesitaría la torre Eiffel para ser arrancada de su morada oscura y fría —musitó a nuestro lado una oveja de aire meditabundo; llevaba un libro agarrado con fuerza y luchaba por colocarse correctamente sobre el morro unas gafas de leer.

—Oh, sí, ya lo creo.

—Me llamo Oveja Lectora —se presentó—. Mucho gusto. ¡Beeee!

—Lo mismo digo, señora Oveja.

Cuando todos creímos que había llegado la hora de irnos a casa —lo que en mi situación era un decir, aparte del hecho de que yo no recordaba haber vivido nunca por aquellos andurriales—, las aguas se abrieron y empezó a emerger la criatura.

—¡Míralo allí, está saliendo! Es más feo que comer con los pies —exclamé yo.

—Es un monstruo, ¿no esperarías que fuese atractivo?

—Pues no sé por qué no podría ser apuesto y elegante, ¿acaso hoy día no hay psicópatas que son estafadores del amor, y toda una peña semejante que suele ser bastante presentable? Físicamente, me refiero. Químicamente están hechos un fangal.

Me di la vuelta y me encontré con el Duende, que tenía la boca abierta esperando que le cayera algo dentro.

—Que veas a este monstruo tan cerca es un indicio de salud y de amistad.

—No sé, no sé…

—A lo mejor, el amigo desconocido con el que sueña esta mujer soy yo…

Todos levantamos la cabeza y vimos que quien acababa de hablar era un pequeño agujero negro, hecho de lobregueces y horizontes de sucesos. Y de sonrisa malvada.

—No sé. Creo que tendría más posibilidades de amigarme con el monstruo del lago…

SOÑARCON ESE LUGAR DONDETE EXPRESAS EN LIBERTAD

La Genio y el Genio caminaban ahora a mi lado. Yo cabizbaja, y ellos cabizaltos.

—Tenía entendido que a menudo las personas sueñan con animales que hablan, sobre todo perros y gatos, que suelen ser especies domésticas. Y que ese tipo de sueños es propio de los dueños de mascotas, pero también de quienes no se acercarían a ellas ni con un palo para selfis.

—Los animales representan en los sueños lo que los psicólogos llaman «transferencia de opinión»; es decir, hay algo que nos gustaría que verbalizase un ser humano y, como su deseo no se cumple, el soñador lo pone en boca de una bestia, de manera que todo suena como si fuese un milagro, ¡un acto mágico! Así, lo que dice el animal adquiere una trascendencia sobrenatural —me explicó el Genio.

Pero a mí no me ocurrió eso precisamente…

Caminando, caminando, llegamos a un lugar en el que ninguna persona era capaz de emitir palabras; todas tenían más o menos el intelecto de bestezuelas sin domesticar. De manera que nadie hablaba por la calle. El panadero ladraba; el dependiente del supermercado aullaba; el político —que Dios lo bendiga— cacareaba… Y así sucesivamente.

Hasta que, de pronto, encontré a alguien que sí era capaz de hablar. Se trataba de un niño, y sus palabras me hicieron sentir fatal.

—Tú quieres ser libre, por eso sueñas con pájaros.

Lo miré aturdida y negué rotundamente.

Me pareció que hablaba de manera antinatural, diciendo cosas que yo nunca habría creído. Me habló de mis frustraciones, de la impaciencia que sentía en mi vida real.

—Oye, perdona, mocoso, pero mi vida real es esta, ya sé que es patética, pero es todo lo que he podido conseguir a mi tierna edad. ¡Un respeto!

—Tu inconsciente siente desagrado porque nunca se ha expresado con libertad.

—¿Y qué tendría que hacer para expresarme con libertad, si puede saberse…?

—Yo creo que tu inconsciente es bastante inconsciente —dijo la criatura, más prepotente que un lama reencarnado—. Pero, tranquila, dado que has emprendido este camino hacia ninguna parte a través de los sueños, que te está llevando a convertirlos en realidad, estás realizando un acto revolucionario.

Me pareció un pequeño impertinente, y decidí alejarme de él hacia la lontananza. Como siempre en estas situaciones, divisé agua y barcos.

—Carajo, nunca hubiera dicho que mi ciudad fuera un puerto de mar…

Porque recordé perfectamente que yo vivía por entonces en una ciudad del interior, ¿no era así?

Sin embargo, ahí estaba: un barco magnífico en la playa, arribando como si se dispusiera a invadir la meseta.

—Los vientos de la fortuna se enredan en las velas de esta nave —murmuré, fascinada mientras la miraba llegar hasta la Plaza Mayor, cerca de mi barrio, que de repente se había convertido en una especie de Venecia donde pugnaban por no ahogarse los vendedores de lotería y los turistas, que apretaban sus mochilas contra el pecho como supervivientes de un accidente aéreo aferrándose a un paracaídas.

El niño impertinente salió de nuevo de la nada y me informó de que los barcos indican una necesidad clara de avanzar.

Di unos pasos hacia adelante, o sea, hacia el abismo marino que se había abierto en el centro de la Tierra.

—Tú quieres avanzar y tener mejor fortuna.

—No, realmente solo quiero dejarte a ti atrás, con eso me conformo. Anda, vete a casa a atormentar a tus papás. Que yo ya tengo bastante con lo mío.

Continué andando y, conforme daba un paso, el agua se convertía en pavimento de ese que se ensucia con solo mirarlo.

—Alguien del Ayuntamiento de Jaujalandia se ha forrado con las comisiones de alguna contrata…, no me puedo creer que sigan poniendo este suelo tan asqueroso.

Entonces vi una boda, un matrimonio entre personas de edad incierta, en el sentido de que los contrayentes podrían llevar siglos contemplando la historia o haberse matriculado recientemente en la universidad.

Como era de esperar, y dado que me encontraba en un mundo donde casi nadie era capaz de hablar, uno de los novios piaba y la otra maullaba, de manera que hacían una pareja con pocas posibilidades de mantener una sólida unión, me dije. O por lo menos, una conversación medianamente sustanciosa.

—Parece que se hayan casado un gato y un canario.

El niño seguía a mi lado y, como era un soplagaitas, me dijo para fastidiarme:

—Que aparezca esta boda en tus sueños significa que tienes una perentoria necesidad de unión, de amor y de respeto.

—No me digas.

En ese momento tuve una experiencia extracorpórea, y lo que parecía una playa lejana de repente se convirtió en un nuevo socavón; caí desde las alturas otra vez hacia abajo, hacia el centro de la Tierra, hacia el no lugar de la inconsciencia. Mientras, oí al niño, incordiando hasta el último momento:

—Esto simboliza tu miedo real a no poder conseguir tus metas. Es una falta de confianza en ti misma de manual.

—¡Aaaagggg! —grité aterrada.

Luego recordé las palabras mágicas de la Genio: «Tú eres dueña de tus sueños, igual que de tus pensamientos».

De modo que me negué a caer, y como por arte de magia aterricé en tierra firme al segundo siguiente.

—¡Ufff! —suspiré aliviada— Pues sí. El poder de la voluntad no tiene la buena reputación que se merece.

SOÑARCON TEMORES REPRIMIDOS

Me pasé la mañana viendo en Internet vídeos de un zapatero que tenía millones de visitas. Era fascinante e hipnótico observarlo trabajar, pero llegó un momento en que sentí que tenía que mover mis propios zapatos.

Y nada, allí estaba yo, corriendo como un hámster en una jaula de oro. No sé con exactitud qué peligro me acechaba, pero evidentemente tenía un miedo terrible y, a pesar de mi desesperación por huir, no era capaz de moverme del sitio.

En esas, asomó el Duende, que había tomado el relevo al niño impertinente, y me explicó que lo que me ocurría era la palpable expresión de un temor reprimido que en mi fuero interno me hacía considerarme incapaz de superar una situación desagradable.

—La única situación desagradable que se me ocurre es estar en tu presencia —respondí. ¡Anda, chúpate esa!

—Creo que no eres una persona realista, capaz de enfrentarse a las cosas que ocurren en su vida.

De repente, tras mucho pedalear y correr en el sitio, porque invariablemente pasaba de una actividad a la otra sin proponérmelo, sin saber cómo me encontré en un desierto.

El cambio de escenario era brutal.

—Este desierto que ves que es enorme, está lleno de arena, y posiblemente de petróleo también, pero eso no lo puedes ver porque ni siquiera sus dueños son capaces, a no ser que inviertan una cantidad respetable en hacer prospecciones —el Genio se rascó su nariz ultraterrena y soltó un pequeño estornudo—. El clima seco no me va nada bien —reconoció, al tiempo que emitía una tosecilla—. Este enorme desierto en el que te encuentras es el símbolo de tu soledad, el sentimiento de tu frustración, creo que nadie se ocupa de ti, o por lo menos eso es lo que tú piensas, y, por tanto, quizás deberías pedir ayuda profesional.

—¿Y a quién iba a pedírsela, a alguien como tú?

Me giré, enfadada, y me encontré con una ventana en mitad del desierto. Tal cual. Allí, en medio de la nada. A través de ella se asomaba un fantasma, a todas luces femenino, pues tenía aspecto de no llevar bien distribuida la base de maquillaje. Se lamentaba del calor y se sacaba de la manga aves de mal agüero.

—¿Y por qué tendrían que ser de mal agüero, no podrían ser de buen agüero, no podrían ser incluso de excelente agüero?

—Esto es la expresión simbólica de que rechazas el mundo real, y en concreto a tus parientes y amigos —tosió el Duende.

—Yo aprecio enormemente a mis parientes y amigos, ¡sobre todo a los que están muertos! —le confirmé, muy digna.

Eché a andar dejando atrás a la señora fantasmal, que no dejaba de lamentarse de las cosas más nimias, como que se le había estropeado la pedicura porque se le metía la arena en los pies, y me topé con una montaña de dinero.

—¡Oh, cielos! Todo este montón de billetes ¿qué hace aquí?

—Recordarte que sientes la necesidad de que tus esfuerzos se vean recompensados al contado, dado que eres una persona materialista —me aclaró el Duende, levantando la nariz como el mayordomo de un palacio real.

—Claro, yo soy una materialista de mal gusto; tú, sin embargo, ¡como vives del aire…!

—Pues sí, tú lo has dicho, soy un ser imaginario y, por lo tanto, no tengo ninguna de esas esclavitudes que a ti te martirizan.

—Mira tú qué práctico.

—Quiero decir que, como no necesito tener billetes con los cuales comprar objetos que tampoco me hacen falta, me siento liberado, al contrario que tú, que crees haber hecho cosas que merecían ser remuneradas, mientras continúas perteneciendo a la clase trabajadora, como el común.

—Pues yo diría que esta montaña de dinero significa más bien que tengo un deseo enorme de liberarme de lo cotidiano, de esas cosas mediocres que a todos nos hacen esclavos, ya te imaginarás: las pequeñas miserias diarias, el tener que comprar el pan, y sobre todo el deber de ganar el dinero suficiente para pagarlo… Cosillas sin importancia, ya sabes.

Cuando me di la vuelta, me encontré mirándome a mí misma. Quiero decir que me vi frente a frente con una persona idéntica a mí. Lo único que nos diferenciaba era que aquel ser, por llamarlo de alguna manera, carecía de rostro —¡como mi añorado marido!—, mientras que yo…

—Tú tienes un rostro que te lo pisas, tienes más cara que dorso —me reprochó el Duende—. Estás mirando a tu doble, y ¿qué ves? ¡Nada! ¿Para qué vives, si no sabes reconocerte a ti misma?

—Vivo porque…

—No te pregunto por qué vives, sino para qué. En este mundo nadie sabe por qué vive, pero ha de preguntarse para qué, y obrar en consecuencia.

—No sé si este es el momento de responder a esa pregunta.

—Pues hazlo cuando te venga bien.

—Pero ¿cómo puedo haberme desdoblado?, no lo entiendo. Mira a esta persona, es igual que yo, excepto porque no tiene cara. Pero ahí están mis lunares en el brazo derecho. La cicatriz que me hice en la rodilla cuando me caí de la bicicleta a los ocho años…

—No te has desdoblado, so pepina. Lo único que pasa es que tu débil personalidad se ha revelado incapaz de hacer frente a los problemas de tu vida. Este ser que tienes delante, que parece una copia exacta de ti, no es algo real, es sencillamente la parte de tu inconsciente que no puedes controlar.

—Ah, pues si no puedo controlarla, será inútil decirle que se vaya a hacer gárgaras, ¿verdad? ¡Mirarla me pone de los nervios!

Continué andando, pero el desierto de repente había desaparecido y todo aquel dinero amontonado, una parte del cual habría podido meterme en los bolsillos, también se perdió de vista. Me recordó a esos ingentes beneficios caídos del cielo que les reprochan a las compañías eléctricas. El señor me lo dio y el señor me lo quitó. El montón de pasta se desperdició, se evaporó. Fuese, y no hubo nada.

A continuación, al mirar al frente, me encontré con un entierro. Por fortuna, las personas habían vuelto a recuperar el habla, y ahora eran capaces de verbalizar sus pensamientos, pero, como el duelo era de naturaleza obviamente fúnebre, solo salían por boca de los duelistas aullidos escalofriantes.

—Cielo santo, ¿pero a quien están enterrando que causa tanto dolor?

El Duende, que me acompañaba sin dejarme sola, como una mala conciencia, respondió enseguida:

—Están enterrando tu alegría.

—¿Pero qué me estás contando, so capullo?

—Eso es lo que significa que aparezca la visión de este entierro en tus sueños. Es evidente que tienes un enorme miedo a morir, y el entierro es la simple expresión del estado depresivo en que te encuentras: deseas abandonar este mundo para descansar de tu lucha.

—No me extraña, teniéndote a ti al lado es difícil mantener el estado emocional de unas castañuelas.

La visión me repelía tanto que decidí esquivarla.

Fui a dar un paso, pero en ese momento noté que, una vez más, era incapaz de moverme.