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Este libro reúne cuatro historias de niños y niñas latinoamericanos, quienes por diversos motivos deberán enfrentar los cambios que implica vivir en un nuevo país. Entre aviones, piletas de agua, canciones y comidas, los efectos de sus movimientos nos enseñarán que la adaptación es tan importante como la amistad cuando la vida cambia repentinamente.
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Seitenzahl: 41
KENNY TIENE TRES COSAS que le gustan mucho: una alcancía, una caja de metal y un secreto.
La alcancía es roja con blanco y tiene forma de zapatilla. La llevó al colegio el primer día que llegó para que todos los compañeros la conocieran. Aunque el profesor no entendió muy bien lo que hablaba ni él le entendió muy bien al profesor, parece que dijo que esa zapatilla era bonita y, lo mejor, le echó una moneda de $100.
La caja de metal es rectangular, dice Chocolat con letras doradas y tiene dibujos de unos niños jugando. Ahí guarda fotos de la abuela, tíos y primos que están en Puerto Príncipe. A veces mira las fotos, especialmente a la abuela. La mamá le dijo que todos se vendrán pronto a Chile, que por eso ella y el papá trabajan mucho para juntar el dinero de los pasajes de avión.
El secreto, como es secreto, no se puede contar.
Pero todo empezó hace unos meses cuando se subió al avión grande y plateado en Haití. Primero el avión recorrió bien calmado la pista, después se detuvo, rugió con toda su fuerza como si tuviera la boca abierta, tomó impulso y se lanzó a correr como loco. Corrió, corrió. De repente, el suelo quedó abajo, más abajo, muy abajo, y él sintió que el estómago le saltaba. El avión subía al cielo, se balanceaba hacia los lados para acomodarse en el aire. Él se aferró a los brazos del asiento por si acaso. Miró a la mamá y vio que tenía las manos apretadas Miró al papá: se le movía la mandíbula como cuando pensaba mucho. Ya no escuchó que el avión rugiera. Tenía los oídos tapados o se había quedado sordo como la abuela Naitana. Abajo se veía todo pequeño, como de mentira. Después no vio nada, solo nubes. Cuando mucho después volaron encima de esas inmensas moles con manchones blancos, supo que estaban llegando a Chile. Eso le había dicho el papá: cuando vieran las montañas con nieve, Santiago estaría cerca. Él sabía que eso era nieve, aunque jamás la hubiera tocado porque en Haití no nieva.
Cuando aterrizaron y el avión se detuvo, Kenny se dio cuenta de que algo bueno había sucedido porque el papá y la mamá tenían los ojos con lágrimas. Pero no eran esas lágrimas que dejan los ojos rojos, sino las que dejan los ojos tranquilos.
Bueno, el secreto tiene que ver con el avión.
Solo una persona sabe de eso. Es su compañera Trini. Se lo contó cuando ella le convidó un pedazo de algo rico que se llama queque y él no pudo darle rodajas de plátano frito porque ya se lo había comido. Por eso le convidó un poco de su secreto. Como ella lo miraba con los ojos tan abiertos y tan cafecitos, terminó por contarle todo. Eso sí, le hizo prometer que no se lo diría a nadie.
—Te prometo –dijo la Trini sonriendo con un diente menos.
—Dilo en mi idioma –dijo él, serio.
—No sé decir eso –se enojó ella.
—Mwen te pwomèt –dijo él lentamente.
—Mwen te pwomèt –repitió ella.
Desde ese día ella dice que sabe hablar haitiano y los dos se juntan en el recreo.
En realidad, hay cuatro cosas que le gustan mucho a Kenny. La cuarta es la Trini, aunque es una persona y no una cosa.
Ahora, bien temprano, está pensando solo un poco en el secreto y mucho más en la Trini. Es que ella le dijo que hoy era su cumpleaños y él quiere llevarle un regalo.
Se tapó la cara con las manos porque el sol le llegó desde la ventana que da a la calle.
Escuchó el ruido de la puerta al abrirse y a través de los dedos vio entrar al papá en pantalón de pijama, la toalla en los hombros y el pelo mojado. Cerca de la cama grande, la mamá revolvía una olla sobre la cocinilla. Los tazones del desayuno estaban dispuestos en la mesita bajo la ventana. En un rincón, colgaban del tendedero de metal la falda linda de la mamá, una camisa del papá y su polera del colegio. Como hacía calor, se destapó en su cama y dejó caer las piernas de alto a bajo sobre la colcha. La mamá lo miró y le dijo que era hora de levantarse. Como la noche anterior lo había bañado bien bañado, ahora solo tenía que vestirse y después lavarse la cara y los dientes. Pero necesitaba ir al baño para otra cosa. El papá le dijo que se aguantara un poco porque había entrado una señora.
Es que ellos no viven solos. Cuando llegaron de Haití se fueron a una casa bien grande donde hay muchas personas. Cada habitación es como la casa de la gente que vive ahí. La mamá tiene ordenadita la de ellos. Ahí cocina, lava y ven tele. Claro que como solo hay un baño, hay que estar vigilando el pasillo para saber cuándo está desocupado.
Lo importante ahora es que tiene que llevarle algo a la Trini.