Demasiado personal - Shannon Mckenna - E-Book

Demasiado personal E-Book

Shannon McKenna

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

En lo que se refería a la hermana de su mejor amigo, sentía la tentación de ser mucho más que un guardaespaldas… Cuando tuvo que vigilar a Ava Maddox, la niña mimada de las redes sociales, Zack Austin, experto en seguridad, se entregó de lleno a la tarea. Después de todo, Ava era como familia para él. Sin embargo, ocuparse de tan dinámica belleza requería mucha paciencia… y autocontrol sexual. Llevaban demasiado tiempo negando los sentimientos prohibidos que los dos compartían, por lo que la profesionalidad no tardó en dejar paso a la pasión. Zack estaba dispuesto a enfrentarse a la ira de la protectora familia de ella, pero el talento que Ava tenía para meterse en líos estuvo a punto de explotarle en la cara.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 220

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Shannon Mckenna

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Demasiado personal, n.º 201 - junio 2022

Título original: Tall, Dark and Off Limits

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-733-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–¿Cuánto tiempo lleva ocurriendo esto?

La furia en la voz de Zack Austin hizo que Ava Maddox volviera a sentarse en su silla.

Había ido al despacho de Zack para pedirle consejo. Sugerencias. Ideas. Experiencia profesional. Tal vez incluso un poco de consuelo y ánimo. Ciertamente, no había acudido allí para que él le echara la bronca como si fuera una niña pequeña.

–Hace ya tiempo –respondió con voz tranquila–. Llevo un año más o menos con el problema de los troles. Sin embargo, en las últimas semanas la situación ha empeorado. Empecé a preocuparme cuando regresé del viaje que hice a Italia, pero, en las últimas dos semanas, han empezado a agobiarme de verdad. Después, vino el hackeo. Así que digamos cinco semanas, día arriba o abajo.

–Cinco semanas –rugió la voz de Zack–. Cinco malditas semanas, Ava. Ese es el tiempo que has tardado en decirme algo tan importante.

–Te lo estoy diciendo ahora –dijo Ava algo alterada, a pesar de sus esfuerzos por mantener la tranquilidad–. Empezó siendo algo sin importancia, ¿sabes? En los comentarios de mis vídeos y posts. Comentarios sobre mi cuerpo, frases de contenido sexual y machista. Es una vergüenza, pero las mujeres profesionales nos tenemos que acostumbrar a este tipo de cosas. No te he estado ocultando nada. Simplemente estoy tratando de aprender a que esto me resbale. Como hace todo el mundo.

–¿Y has dejado que llegue a este punto antes de decirme nada? ¿De verdad?

Ava abrió la boca para responder, pero luego la cerró. Respiró profundamente. Dejó que el aliento saliera lentamente, para relajarse, y empezó a contar. Cinco. Cuatro. Tres, dos. Uno. «Tranquila».

Tal vez acudir a Zack no había sido muy buena idea. El jefe de seguridad de Maddox Hill, el estudio de arquitectura de su tío, estaba furioso. Y Zack Austin resultaba intimidante incluso cuando estaba de buen humor.

¿A qué venía aquella reacción tan intensa? Jamás se la habría imaginado. La sensación general que recibía de Zack se podría describir como una fría desaprobación. Una frialdad que se había hecho incluso más gélida desde aquella fatídica noche en su apartamento hacía seis años, la noche en la que Ava no podía pensar sin sentirse mortificada por la vergüenza.

Lo miró. Se erguía sobre ella con ojos ardientes y los puños apretados. Un músculo le palpitaba en la mejilla. Resultaba casi aterrador.

–Todo empezó más o menos hace un año, en los foros de quejas –le dijo ella en voz baja y tranquila–. Son páginas web en las que la gente, de manera anónima, puede acosar e insultar a cualquiera que les provoque antipatía. Traté de conseguir que retiraran los posts, pero es casi imposible sin pagarles y no pienso darles ni un centavo a esas sanguijuelas. He hablado con la policía en varias ocasiones, pero me han dejado muy claro que no hay mucho que se pueda hacer, dado que no puedo demostrar que exista peligro físico o perjuicios económicos.

–¿De verdad no piensan que esto indique peligro físico? –le preguntó Zack mientras señalaba con el dedo la fotografía que ella había tomado aquella mañana con su teléfono móvil.

Alguien había escrito zorra con pintura roja sobre la puerta de su garaje. Los haters sabían exactamente dónde vivía y querían que Ava no dejara de pensar en ello.

–Por supuesto, van a investigar –dijo Ava–, pero, hasta ahora, se ha tratado tan solo de algo feo y tóxico. No hay delito.

–Haré que el equipo de ciberseguridad se ponga a investigar inmediatamente –repuso Zack–. Sophie regresará de Italia muy pronto. Quiero que eso sea su prioridad.

–Dudo que tenga suerte –comentó Ava–. Sea quien sea esta gente, son muy buenos. He hecho que mis amigos informáticos investiguen y me han dicho que quien esté publicando esos posts siempre enmascara su IP y elimina sus metadatos.

–Eso ya lo veremos. Ya lo veremos…

–Hasta esta mañana, estaba tratando de encontrar algo positivo –admitió Ava–. Los posts eran muy desagradables y están diseñados para un buen posicionamiento en los motores de búsqueda, pero yo tengo una presencia online muy sólida y mucho contenido preexistente, por lo que nunca aparecían dentro de las primeras opciones en los resultados de los buscadores. Pero ayer me hackearon y mis fuentes de las redes sociales se llenaron de esta mierda. Y esta mañana la pintada. El detective con el que he hablado me ha sugerido que ponga una cámara de seguridad. Ya lo había hecho, pero no funcionaba bien y yo he estado demasiado ocupada como para arreglarla. Me ocuparé de ese asunto en cuanto pueda.

–¿No te funciona la cámara de seguridad? –le preguntó Zack como si se sintiera personalmente ofendido–. Dios Santo, Ava. Lo primero que voy a hacer va a ser enviarte a alguien para que te instale un buen equipo.

–No es necesario. Puedo ocuparme yo.

–Por lo que veo, no te has estado ocupando de nada. Me lo deberías haber comunicado desde que apareció el primer comentario grosero. Mientras tu hermano y tu tío estén fuera, soy responsable de…

–De nada.

La voz de Ava resonó con fuerza.

–No eres responsable de nada, Zack –añadió–. Soy una mujer adulta. Dirijo mi propia empresa. He hablado con la policía. No creen que esté en peligro, pero me han sugerido que tenga cuidado y pienso seguir su consejo. Acudir a ti ha sido tan solo una cortesía. Quería que lo supieras. Como supongo que también lo querrán saber mi tío y Drew.

–Supongo que le has mostrado todo esto a la policía –dijo él mientras hacía pasar las fotografías y los pantallazos que Ava tenía guardados en su tableta.

–Por supuesto. Desde el principio.

–Jesús… –murmuró–. ZorrasqueMientenyEngañan. Sacacuartos. InformeChicasMalas. Me enfurece que estos cerdos asquerosos puedan publicar cualquier cosa que quieran sin que nadie compruebe nada. Con total impunidad.

–Y sin posibilidad de protestar –dijo ella–. Estos sitios web no responden a los correos. Es una pesadilla.

Zack se detuvo en uno de los posts, que Ava reconocía incluso desde la distancia y desde un ángulo extremo. Ese post había sido publicado en el sitio EllaesunaPerra. Se trataba de una fotografía no demasiado buena de ella, con sus gafas negras de pasta, el cabello muy revuelto y la boca abierta, como si estuviera gritando a alguien. Encima, tenía un cartel que decía Impostora. Fraude. Perra.

Al pie de la fotografía, se podía leer:

Esta zorra drogadicta y notoria desviada sexual está tratando de legitimarse. Se está haciendo pasar por experta en relaciones públicas. No os dejéis engañar. No es más que basura. Recordad… quedáis advertidos.

Además, se incluía la dirección en de Blazon RRPP & Especialistas en Branding en Gilchrist House y toda la información de contacto.

Aquel asunto estaba catapultando la ansiedad de Ava a niveles estratosféricos. Habría llamado a Drew, su hermano, o a Jenna, su mejor amiga, para que la apoyaran emocionalmente, pero, desgraciadamente, estaban disfrutando de una romántica luna de miel. Podría haber confiado en su tío Malcolm, a pesar de lo difícil y reservado que él podía llegar a ser, pero él también estaba fuera, en Italia, para conocer a Sophie Valente, la hija biológica a la que había descubierto recientemente. Ava no quería turbar la dinámica de aquella incipiente relación. De hecho, al principio había ido ella también a Italia para conocer a Sophie y había llegado a la conclusión de que su prima era fabulosa.

Dicho todo aquello, sentirse tan sola con aquel problema le agobiaba. No hacía más que mirar por encima del hombro. Se sentía nerviosa y vulnerable, incluso dentro de su propia casa.

Por ello, había ido a ver a Zack, el experto en seguridad. Sin embargo, por el gesto que él tenía en el rostro, estaba empezando a dudar que hubiera sido buena idea hablar con él. Se había temido que él pensara que estaba sacando las cosas de quicio o que tratara de recibir atención. De repente, sin qué ni para qué, era ella quien estaba tratando de calmarlo.

–Me pone tan furioso que quiero matar a alguien –dijo Zack.

–Agradezco tu preocupación, pero no es necesario. Ya tengo bastantes problemas.

Zack dejó escapar un gruñido de irritación y se levantó. Se dirigió a la ventana, desde la que se dominaba el centro de Seattle, y miró hacia la oscuridad. Este gesto le dio oportunidad a Ava de disfrutar del siempre agradable espectáculo de cómo se le ceñía la camisa sobre la ancha y fuerte espalda. Las largas y musculosas piernas. El modo en el que los pantalones apretaban su firme y magnífico trasero. «Menudo bombón».

Mirarlo así también le hacía sentirse furiosa. Sí, a pesar de la frialdad de Zack, a pesar de la dura y acerada mirada de sus ojos grises, Ava aún lo encontraba tremendamente atractivo.

Llevaba el cabello cortado al estilo militar, una especie de homenaje al tiempo servido en Irak con los marines. Fue allí donde conoció a Drew y a Vann Acosta, director ejecutivo y director financiero de la empresa respectivamente. Un trío de ganadores, dispuestos a comerse el mundo juntos de la mejor manera posible. Drew y Vann habían dejado que el cabello volviera a crecerles hasta longitudes propias de la población civil, pero Zack no. Él aún tenía ese aspecto duro y sexy de un militar que tanto le atraía a ella. Cada vez que le veía de espaldas, con el corto cabello castaño perdiendo milímetros alrededor de las orejas y sobre la nuca, ardía en deseos de extender la mano para tocarlo.

Seguramente, sería suave y tieso a la vez contra sus dedos. Una delicada fricción.

Sin embargo, nunca había hecho progreso alguno a la hora de seducirlo. Tal vez por eso se sentía tan atraída por él. Un sentimiento perverso y autodestructivo.

La locura de aquella noche de hacía seis años no ayudaba. Aún no podía creer que se hubiera presentado en el apartamento de Zack. Él preparó unas margaritas y Ava se bebió una detrás de otra hasta que consiguió el valor suficiente para abalanzarse sobre él e intentar besarlo.

Ya no recordaba más. A la mañana siguiente, se despertó en la cama de Zack completamente vestida y con una manta por encima. Le dolía mucho la cabeza. Zack había preparado café, le había dejado unos analgésicos sobre la encimera de la cocina y se había marchado a trabajar. Ni una palabra, ni una nota, ni una llamada. Nada.

Zack nunca había dicho nada al respecto. Durante aquellos seis años, Ava no había conseguido reunir el valor suficiente como para preguntarle qué había ocurrido aquella noche. No era de extrañar que él mostrara frialdad. Desaprobación. Solo Dios sabía lo que debía de pensar de ella.

Ava llevaba años tratando de convencerse de que Zack no era su tipo. Ni mental, ni emocional y ni siquiera físicamente. Era demasiado grande. Rasgos duros, cabeza grande, rostro ancho, mandíbula cuadrada. Voz profunda, rasposa, que normalmente utilizaba para dar órdenes. Ojos grises muy claros, acerados y eléctricos, que se entornaban con gesto sospechoso cuando ella estaba cerca. Boca firme e inexpresiva. Ava lo había visto sonreír, pero no a ella. Y tenía una sonrisa espectacular.

A pesar de ella, con la nariz gruesa y torcida y la cicatriz en diagonal que tenía sobre una de las gruesas cejas, parecía más bien que debería estar vestido con ropa de combate, chaleco blindado y una carabina M4 sobre el hombro. Tenía el aspecto de un guerrero, incluso cuando iba vestido de traje.

Le había dejado muy claro que consideraba que su trabajo de relaciones públicas y manejo de redes sociales para Maddox Hill era frívolo. Algo para mantenerla ocupada. Su tío era el fundador de la empresa y su hermano mayor el director gerente. ¿Nepotismo? Llamarla para que trabajara como consultora en aquel campo era como tirarle un hueso a una niña rica. Mantenerla ocupada para que no se metiera en problemas.

Ava activó el mantra interno que siempre utilizaba cuando hablaba con Zack.

«Repite después de mí. No tienes que demostrar tu valía a este hombre».

Sí. Menos mal que no necesitaba la aprobación de Zack Austin para realizar su labor profesional.

–¿Con qué detective del departamento de policía hablaste? –le preguntó él.

–Con el detective Leland Mackenzie, pero no hay necesidad alguna de que te impliques. Yo me puedo ocupar de la policía.

Zack se dio la vuelta.

–Prefiero tenerlo todo controlado. Si esta situación va a peor, quiero coordinar todos los recursos posibles para perseguir a esos malnacidos.

La violencia que había en la voz de Zack sobresaltó a Ava.

–Vaya. No es para tanto…

–Esos mierdas estuvieron en las puertas de tu casa anoche mientras dormías. Solo una cerradura los separaba de ti. ¿Qué clase de cerraduras tienes en tu puerta?

–Solo hay una y no sé decirte, pero a mí me parece de buena calidad. Cuando llegue a casa, te enviaré una fotografía.

–No te vas a ir a casa. Al menos, sola. Eso queda descartado. No puedes estar sola en ninguna parte hasta que atrapemos a esa gentuza.

–Zack, yo creo…

–No me digas lo que tengo que hacer. Sé que esa es tu especialidad, pero hoy no.

Ava se puso de pie. Se sentía muy dolida.

–¿Mi especialidad? ¿A qué demonios viene eso? ¿Cuándo te he dicho yo lo que tienes que hacer?

–Lo siento, no era lo que quería decir. Pero este asunto es muy serio y no te puedo permitir que…

–¡Lo sé! Sin embargo, creo que es mejor que me ocupe de esto yo sola que ver cómo tú me vuelves loca por este asunto. Perdona, Zack, pero me marcho…

Zack se interpuso entre Ava y la puerta de salida.

–Espera.

–No –replicó ella con determinación. Era tan alto, maldita sea–. Apártate de mi camino y yo no me interpondré en el tuyo. Ahora mismo. Apártate, por favor.

–Ava… No…

El sonido de su nombre, pronunciado por aquella voz tan ronca y profunda, le hizo echarse a temblar. Aquello la enfureció aún más.

–No depende de ti. No me obligues a montar una escena. Sería muy vergonzoso para los dos –le espetó ella mirándole fijamente a los ojos–. Te juro que me pondré a gritar como una loca.

Zack no se movió.

–No debería haber dicho eso. Ha sido injusto.

–¿De verdad? –replicó ella con una carcajada histérica.

–Te pido perdón. Es que… está situación me afecta mucho…

–Te aseguro que a mí también –admitió ella.

–Por favor. Siéntate. Por favor. Vamos a hablar de esto como personas normales.

Ava se dio cuenta, después de tomar asiento, de que él había ido acercándola poco a poco a la silla, utilizando solo Dios sabía qué trucos de magia mental y de carisma.

–Debería irme –dijo.

–Te ruego que me comprendas, pero no va a poder ser. Tal vez no sea responsable de tu comportamiento, pero, como jefe de seguridad de Maddox Hill, soy responsable de tu bienestar y me tomo muy en serio mis responsabilidades.

Zack la estaba embrujando. Aquellos ojos tan intensos. Estaba tan cerca que podía ver la sombra de la barba sobre su rostro. Si le acariciaba la mejilla, sentiría lo áspera que estaría su piel. Cálida y firme.

Tenía que parar. Inmediatamente.

–Zack, ha sido un día muy largo, así que te pido claridad. ¿Te estás disculpando o me estás dando órdenes? Porque no parece que te decidas.

Aquellas palabras provocaron una sonrisa en los labios de Zack. Breve y ligera. Con maravillosos hoyuelos, que acentuaban las hermosas arrugas que enmarcaban su boca.

–Me estoy disculpando. Y haciendo cumplir la ley. Respetuosamente.

Ella lanzó un bufido.

–No sabía que la ley podía hacerse cumplir respetuosamente. Creía que solía hacerse cumplir a la fuerza, algo para lo que no estoy de humor, por si no te has dado cuenta.

Zack la miró con gesto pensativo, como si estuviera ponderando cuál era la mejor manera de tratar con ella.

El corazón de Ava comenzó a palpitar con fuerza. Porque él había sonreído. Por todo aquel interés tan intenso que estaba mostrando. Se estaba comportando exactamente como la clase de cabeza hueca, necia que solo buscaba atención que Zack ya pensaba que era.

«Recupera la compostura, niña. Mantente firme».

Le hizo falta un gran esfuerzo, pero consiguió esbozar una sonrisa fría y distante mientras le arrebataba la tableta.

–Me la llevo, gracias –le dijo. Cerró todos los archivos y metió la tableta en su maletín antes de ponerse de pie–. Haz cumplir todas las leyes que quieras. Yo voy a seguir ocupándome de mi día. Adiós.

Zack miró el reloj.

–Son las nueve menos veinte de la noche. ¿Aún te queda día del que ocuparte?

–Eso no es asunto de nadie nada más que mío –replicó ella encogiéndose de hombros.

–Aun a riesgo de resultar grosero, ahora también es asunto mío. Y tu agenda para esta noche acaba de cambiar.

Ava lo miró atónita.

–¿De verdad? Me alegro de saberlo.

Zack prefirió ignorar aquel comentario.

–Esta noche, vamos a diseccionar tu vida con microscopio y pinzas. Quiero saber los nombres de todas las personas que puedan tener algo en tu contra: empleados, rivales profesionales, exnovios, novias celosas de los exnovios, aspirantes a novio a los que hayas rechazado… Lo que sea. Todo el mundo que pueda tener alguna rencilla contigo. Fuera lo que fuera lo que tenías planeado para esta noche, se acaba de cancelar. No te voy a perder de vista hasta que arreglemos esto.

Ava se quedó atónita.

–¿Cómo has dicho?

–Ya me has oído –respondió él mirándola con frialdad.

Ava trató de respirar, pero no podía aspirar el aire. Jamás habría imaginado aquella versión tan difícil, intensa e intratable de Zack Austin.

–A ver si lo entiendo –dijo–. ¿Quieres un listado completo de todos los que podrían tener algo en mi contra antes de dormir? Imposible.

–¿Tanto fastidias a la gente entonces?

–Sí, así es. Blazon hace todo tipo de trabajos y algunos de mis proyectos son bastante controvertidos. Trato de hacer que sean virales y a menudo lo consigo. Parte de mi cometido es despertar fuertes sentimientos. Es una desafortunada ley de la naturaleza que, para cambiar algo grande, tienes que disgustar a alguien. Y eso es aún más cierto si el que intenta cambiar algo es una mujer.

Zack la miraba totalmente asombrado.

–¿Cambiar qué? Pensaba que tu trabajo era mejorar la optimización de Maddox Hill en los motores de búsqueda y hacer que nuestro perfil sea más importante en las plataformas de las redes sociales. ¿Qué tiene eso de controvertido?

–Maddox Hill es solo una pequeña porción del pastel de mi actividad profesional, Zack –explicó ella con paciencia–. Soy asesora. Blazon tiene muchos clientes. Maddox Hill es solo uno de ellos.

–Ah. No lo sabía

–Todos los días se aprende algo nuevo. Si se presta atención.

Zack la miró fijamente. Los segundos pasaron. Ava no apartó el rostro.

–Ahora te estoy prestando atención –dijo él. Se sentó de nuevo sobre el escritorio y se cruzó de brazos–. Háblame del resto del pastel. Pedazo a pedazo. Y remóntate hasta donde seas capaz de recordar.

–Estaríamos aquí hasta mañana por la mañana y no habríamos hecho más que empezar. Tengo muchos asuntos entre manos. Blazon es una empresa de marketing y de branding a la carta, así que cada proyecto es diferente. Hablamos de nuestros productos y servicios de la manera o en la plataforma en la que se pueda hacer más eco para el público al que se desea llegar. También diseñamos ferias de muestras por un trabajo que tuvimos hace unos años. Sigo asociada con las personas que producen y entregan los estands. Sin embargo, lo que más me gusta es hacer los vídeos. Es lo que más disfruto y en lo que me quiero centrar.

–¿Como los vídeos que haces para Jenna, para Arm´s Reach?

Ava se sorprendió de que Zack supiera lo de esos vídeos. Ava los había hecho para ayudar a Jenna, su cuñada y mejor amiga. Jenna era ingeniera y diseñaba prótesis de brazos muy innovadoras.

–Exactamente. Se están convirtiendo casi en documentales. Estoy pensando en contratar más personal para que me pueda concentrar en ese aspecto. Por supuesto, cuando se solucione el asunto este del trol.

–¿Cuántos de esos proyectos has realizado?

–No lo sé –contestó ella mientras trataba de contarlos mentalmente–. Al menos seis o siete a lo largo del último año. Unos quince tal vez en los tres años anteriores.

Zack tamborileó los dedos contra el escritorio. Parecía estar considerando sus opciones.

–Vamos a tener que pedir algo de cenar –dijo–. ¿Pedimos algo aquí o prefieres salir?

Ava comprendió algo inmediatamente. Llevaba con aquella sensación amarga y pesada demasiado tiempo. Fuera lo que fuera lo que estuviera haciendo a lo largo del día, no dejaba de preocuparse de los haters y su tóxica hostilidad. La ira, la frustración, la intimidación… Era como una piedra fría dentro de ella que no dejaba de hundirla.

Sin embargo, desde que estaba con Zack en aquel despacho, había dejado de sentir aquella frialdad. Había sentido muchas cosas, por supuesto, pero no temor. A pesar de todo, eso no significaba que tuviera el valor de quedarse con Zack Austin toda la noche en su despacho, rodeados de oscuridad y silencio.

–Salgamos mejor –dijo–. Podemos hablar en el restaurante.

–Está bien. ¿Tienes alguna preferencia? ¿Italiano, parrilla, sushi, fusión…?

–Cualquier cosa me va bien –replicó Ava–. Sorpréndeme.

Zack apretó el botón del intercomunicador.

–Amelia, ¿sigues aquí?

–Estaba a punto de marcharme –respondió su asistente a través del altavoz.

–Antes de que te vayas, ¿podrías hacer una reserva para dos? Por aquí cerca. En algún lugar tranquilo, preferentemente que tengan reservados. Vamos a salir ahora.

–Veré lo que puedo hacer –respondió Amelia.

–Gracias –dijo Zack antes de cortar la comunicación y mirar de nuevo a los ojos de Ava–. Haz la llamada.

–¿Qué llamada? –preguntó Ava.

–Para cancelar los planes que tienes para esta noche.

Ava estuvo a punto de soltar una carcajada. Sus planes para aquella noche eran regresar a las oficinas de Blazon en Gilchrist House para ocuparse de unos informes para la feria de muestras y llamar a un taxi para que la llevara a casa. Después, tomar un yogur y una pieza de fruta y tratar de dormir un poco. Probablemente no lo conseguiría, pero nunca se debía perder la esperanza.

Y Zack pensaba que ella iba a salir de fiesta. Qué locura. Hubiera preferido que él siguiera pensando así, pero no tenía ganas de mentir.

–No tenía planes.

–Bien –observó ella mirándola fijamente.

La satisfacción que emanaba de aquella única palabra alcanzó a Ava como si fuera una caricia física. Despertó un millón de sensaciones dentro de ella. Una burbujeante excitación que mantenía a raya los malos sentimientos.

Maldita sea. Solo era una reacción química. Un truco barato en el que las endorfinas recorrían alegremente todo su cuerpo. Una idea terrible. Ava terminaría sintiéndose peor.

Sin embargo, con la actitud de perro de presa que tenía Zack en aquellos momentos, no podría zafarse de él. Así que, ¿qué diablos?

Por lo menos se divertiría.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–No quiero vino –le espetó Zack bruscamente al camarero–. Tú puedes tomarlo –añadió refiriéndose a Ava–. No bebo cuando estoy trabajando.

–Me alegro por ti –replicó ella. Entonces, sonrió al camarero–. Yo tomaré una copa de vino tinto, por favor.

Entonces, le dedicó al camarero su característica sonrisa, que era capaz de poner a los hombres de rodillas.

Zack observó cómo el camarero se marchaba y permaneció en silencio. Cuando Ava Maddox estaba cerca de él, en ocasiones decía tantas cosas inconvenientes que luego costaba olvidarlas. Ella lo estaba mirando de esa manera. Unos enormes ojos azules, muy perspicaces, tanto, que nada se les pasaba por alto. Tan pendientes de él. El desafío en aquellos momentos era conseguir que su cerebro entrara en funcionamiento en vez de concentrarse exclusivamente en lo hermosa que ella estaba a la luz de las velas.

Ava se limitó a esperar pacientemente, como si estuviera acostumbrada a que los hombres perdieran la capacidad de pensar en cuanto establecían contacto visual con ella.

De repente, su teléfono móvil comenzó a sonar. Miró a Zack y se disculpó con la mirada.

–Lo siento, tengo que contestar. Será un segundo –dijo antes de tocar la pantalla y llevarse el teléfono al oído.

–¿Ernest? Gracias por devolverme la llamada. ¿Sigues en tu despacho?… ¿Sí? ¿Podrías tomar un taxi para pasarte por el pub Matheson antes de irte a casa?… Sí, necesito mi portátil. El rosa que tiene un collage en la tapa. Estoy hablando con el jefe de seguridad de Maddox Hill sobre el acoso online