DESEOS PAGANOS - Lena Valenti - E-Book

DESEOS PAGANOS E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Valery estaba fuera de su hábitat, completamente desubicada y ajena a lo que era su verdadera misión. La Orden la había acogido, pero su despertar iba a ser tan inmediato como sorprendente. Y cuando por fin reconociera su verdadera identidad, no dudaría en retomar su objetivo. Un objetivo que tenía que ver con esa Orden de vampiros más de lo que ella se imaginaba, y que la pondría cara a cara con el más insolente, disruptivo y desobediente de todos.   Gregos no había tenido una vida mortal sencilla, y su inmortalidad tampoco venía precedida de grandes alegrías. Había aprendido a vivir su naturaleza y a aceptarla lo mejor que pudo. Pero sabía lo que era, y conocía muy bien cuál era su oscuridad. Por eso no entendía que alguien pudiera llamarle la atención de ese modo como Valery se la había llamado desde el principio. Sin embargo, iba a ser lo suficientemente egoísta como para comprobar de primera mano si esa mujer estaba hecha para su particular Infierno.   Los más oscuros irán a por la luz que nunca creyeron merecer. Pero todo dependerá de cómo se complementen.   UNA NUEVA SAGA. UN NUEVO MUNDO. UN PECADO ORIGINAL. NI TODOS LOS MORDISCOS DUELEN NI TODOS SE DAN EN LA BOCA. VAIS A PECAR.

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Primera edición: octubre 2024

Título: Deseos paganos

Saga: La Orden de Caín VII

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2024

Del texto: ©Lena Valenti, 2024

De esta edición: © Editorial Vanir, 2024

ISBN: 978-84-17932-94-7

Depósito legal: DL B 16501-2023

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Introducción

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Y Lillith dijo:

«Nunca te avergüences de lo que te gusta ni de lo que eres.

Encuentra tu fortaleza en tus debilidades».

Introducción

En los albores del tiempo, cuando se originó todo, el Creador inventó al hombre mediante el barro y la arcilla de ese mundo hermoso y sin igual que había ideado. Un mundo increíble, con mares, con vergeles naturales, desiertos, todo tipo de fauna y naturaleza, estrellas, galaxias y universos insondables. Era, sin atisbo de duda, el cónclave perfecto en el que iniciar un proyecto de vida. A ese mundo le dio vida y creó el Tiempo para que todo tuviera un ritmo evolutivo.

A su protagonista, a ese primer hombre que seguiría ese ritmo, lo llamó Adán. Pero Adán por sí solo no podía evolucionar, y decidió crear también, de la misma arcilla, a un ser femenino, llamado Lillith, para que entretuviera a Adán y siguiera sus premisas. Porque Adán era el hombre y era a él a quien se debía obedecer.

Pero la esencia de Lillith era distinta a la del primer hombre. El mundo que el Creador ofrecía a Lillith era una realidad de obediencia en la que Adán debía ser su amo. Lillith se negó a yacer bajo el yugo y el sexo de Adán, porque ella odiaba someterse pero, lo que más detestaba era ser consciente de que era libre y no serlo. Así que, aburrida del hombre y del mundo que el Creador le ofrecía, se opuso y se rebeló a ello, rechazando su vil juego y luchando por su propia liberación.

Pero al Creador todo aquello que lo desprestigiara y que osara a enfrentarse a él, le parecía una ofensa. Como castigo, la desterró a otra dimensión. Sin embargo, Lillith era inteligente y, sobre todo, estaba despierta y era la única que conocía el verdadero nombre del dios. Conocer su nombre la hacía inalcanzable para el Creador, porque si uno conocía el nombre de aquel dios, podía encontrar la manera de quitarle todo el poder. Ella podía viajar entre mundos y dimensiones, y decidió que, aunque podía encontrar la llave y escapar de esa cárcel en la que el Creador la había atrapado, se quedaría en ella para liberar y persuadir a otros y otras a que despertaran.

Lillith fue perseguida por el Creador, pero este nunca podía dar con ella, dado que la esencia de esa primera mujer conocía un lenguaje mucho más antiguo y de un lugar más lejano que aquel que el Creador había construido, y siempre se escapaba de su acecho. Gracias a su conocimiento de los entresijos de aquella dimensión, Lillith urdió un plan para ayudar a la segunda mujer del Creador a que despertara como ella. Porque, obviamente, llegó una segunda mujer para Adán. Eva. Eva era una mujer sumisa y hecha a medida de Adán y de los designios del Creador. A Lillith le iba a costar acceder a Eva si ella no tenía un poco de curiosidad antes sobre ese mundo en el que se encontraba encerrada. Por eso tomó la determinación de transformarse en serpiente y aparecer en las ramas del árbol del conocimiento cuyos frutos, manzanas rojas y suculentas, serían prohibidos y considerados pecados, dado que ofrecían respuestas y secretos sobre quiénes eran ellos y quién era el dios de aquel universo. La serpiente tentó a Eva, y esta mordió la manzana y se la ofreció también a Adán, temeroso al saber que Eva había violado las leyes de su Amo. Cuando el Creador descubrió la afrenta hacia él y su proyecto, decidió castigar impunemente a sus dos creaciones. Los expulsó del supuesto Paraíso y los abocó a una vida de tiempo, trabajo, sufrimiento y muerte hasta que fueran dignos de nuevo de su aprecio.

Y en aquel mundo con un espléndido sol y una mágica luna, pero lleno de trabajo, mortalidad y sacrificios, Eva y Adán procrearon como esperaba el Creador. Dos nuevos humanos ocupados por nuevas almas y esencias de otras dimensiones nacieron de su unión. Se llamaron Caín y Abel.

De todos es conocido que Abel era el bueno y Caín el malo. Abel era el bueno porque obedecía al Creador y hacía todo lo que tenía que hacer para complacerle. Mataba a animales para ofrecérselos, dado que al Creador le encantaban los sacrificios. En contrapartida, Caín no quería matar animales, él los amaba, así que le ofrecía al Creador flores y frutos de la tierra.

Abel no era malo, solo era obediente y hacía lo que se le decía porque amaba al Creador.

Caín, en cambio, respetaba y amaba aquel mundo pero no entendía por qué se debía sacrificar a seres vivos para complacer al dios. Pensar sobre ello le hizo despertar y darse cuenta de que vivía en un engaño. Un dios que exigía muerte para satisfacerle no podía ser un buen dios. Eva, Adán y Abel no eran sino peones de aquel maquiavélico matrix en el que se hallaba. Y él no era Caín, era otra cosa que no recordaba, pero aquella vida no era la real ni era la suya. Por ese motivo, para poner a prueba al Creador, Caín mató a Abel a sabiendas de que nada de aquello era verdadero y de que todo era un juego que sucedía impulsado por el tiempo del Creador, ajeno al verdadero Reino del que él y todas las almas atrapadas en su juego llegarían. Su acto, marcó a Caín para el resto de la historia de la humanidad como el primer homicida. El Dios Creador castigó a Caín y lo marcó para siempre con la oscuridad. Lo obligó a desear la sangre de por vida, para toda su inmortalidad. Le dio colmillos y le dijo que ya que él no había cazado ni matado en su nombre, ahora tendría que derramar la sangre de otros para existir. Y lo convirtió en el primer depredador, el más salvaje y frío de todos. Así nació el primer vampiro: Caín.

El Creador desterró a Caín al Nod, un submundo entre dimensiones plagado de misterio, y seres que él, en su creación, había despechado por no ser aptos para su mundo. Pero lejos de ser un castigo para Caín, el condenado comprendió que él se haría el Rey de ese mundo, igual que Lillith era Reina de la oscuridad y de los que eran como él.

Él podía. El Creador no era capaz de aniquilarlo porque Caín, despierto, ya era inalcanzable para él y no podía hacerle daño, aunque estuviera oculto y encerrado.

Lillith, que entonces podía abrir las puertas de todas las dimensiones del Creador, decidió ir en busca de aquel que, como ella, había descubierto el engaño. Lillith y Caín juntos, crearon varias razas de seres para dejarlos en la Tierra, mezclados con la humanidad, para ayudar a destruir esa cárcel del Creador y estimular a los humanos al despertar y liberarse de esa opresión de sus almas. Pero el Creador no se iba a quedar de brazos cruzados mientras otros querían sabotear a su mundo y a los suyos, así que usó sus propias armas y se valió de su magia para crear en la Tierra a otro grupo de humanos poderosos e iniciados que persiguieran todo tipo de herejías contra él, y cazaran a los culpables, encerrándolos o aniquilándolos para siempre. Los hijos de Caín y de Lillith, los Lilim, fueron perseguidos hasta su desaparición final, borrados de la faz de la tierra.

Sin embargo, lejos de dejarse hundir por la derrota y la pérdida, Lillith y Caín, cuyos objetivos eran claros e incansables y que no podían ser eliminados por el Creador, ya que ellos eran completamente libres, decidieron urdir otro plan. Entendiendo que tal vez los Lilim no podían triunfar solos en un mundo así, creyeron que el despertar total de la humanidad para salir de ese juego lleno de artimañas dependía de los mismos humanos. Solo una conciencia humana podía destruir esa invención divina, dado que el humano era el mayor invento del Creador. Por eso dedicaron su existencia a captar todas esas mentes humanas que se cuestionaran su propia realidad y su ser, y se presentarían ante todos aquellos que rechazaran las leyes de ese mundo y a su Creador.

A cada uno de esos humanos que Lillith captaba, le ofrecía un cáliz con sangre de Caín. Beberla tras renegar de ese universo falaz les ofrecería la inmortalidad, les otorgaría cambios y dones que debían aprender a controlar. Ellos serían los protectores de la verdad e intentarían ayudar a todos aquellos humanos que en su curiosidad intentasen abrir los ojos a la verdadera vida.

Todos a los que Lillith captaba, entraban directamente a formar parte de un grupo muy hermético llamado la Orden de Caín, conformado por vampiros originales hijos de la sangre de Caín y del mordisco de Lillith.

Desde entonces, los miembros de la Orden de Caín caminan en nuestra realidad, entre nosotros, y nos vigilan, expectantes, esperando a todos aquellos que intuyan la verdad y que quieran ir un paso más allá: vivirla.

Y vivirla implica cambios, mordiscos, sangre, guerra, decepciones, muertes, resurrecciones, despertares y conocer de primera mano la batalla más antigua y original de todos los tiempos. Una batalla que han negado y han tergiversado tanto que han hecho creer que se trataba solo de una burda ficción religiosa.

Pero la realidad siempre supera la ficción.

El pecado empezó con un mordisco.

Pero el mayor pecado de todos es no pecar.

Quien esté libre de culpa, que tire la primera manzana.

Prólogo

Días atrás

Noruega

Cuando el Dextera habló con él para mostrarle la carta que había enseñado el Señor a través del espejo, y mostró la figura indudable del Nigromante, Khaned activó todos sus protocolos adivinatorios para lograr comprender dónde se le necesitaba y qué debía hacer.

Sus enemigos se estaban desplegando con inteligencia, ejecutando movimientos inesperados que ni la magia ni la lógica de la Legión podía intuir.

No, allí empezaba a haber un problema serio con los insurgentes, porque tenían un plan.

Khaned y los suyos también lo tenían durante mucho tiempo, el plan no había variado: el control absoluto de la sociedad y su encierro perenne en esta realidad, y el aplastamiento de cualquier rebelión mediante la violencia y la contaminación de la información.

Y eso ya estaba más que implantado.

Sin embargo, se estaban abriendo puertas cerradas desde hacía mucho, había movimientos telúricos extraños de lugares que ellos no comprendían. Habían encerrado a los hijos de la zorra en fosos bien ubicados, pero era como si los hubiesen movido de lugar.

A eso se le añadía las bajas crecientes de su ejército, los robos de instrumentos, las desapariciones… la insurrección era un hecho.

Su magia lo había llevado hasta ese lugar. No hacía mucho, allí había tenido lugar un tipo de energía poco corriente… parecía nigromancia, una nigromancia muy pura…

Había trozos de mandrágoras por todas partes, la tierra se había removido y enfangado, como si hubiese caído una poderosa llovizna.

Pero no había llovido en esa parte de Noruega.

Khaned avanzó con su capa oscura por aquel valle entre peñascos, usado por los agricultores para sus siembras, y que dibujaban apabullantes acantilados de vértigo.

Y entonces sus ojos negros vieron algo que llamó poderosamente su atención.

Si avanzaba entre el fango, entre dos árboles había un montículo de ceniza negra. Era como polvo de grafito. Y se estaba evaporando por el viento.

Khaned se acercó y se acuclilló para tocar la ceniza y olerla. Inhaló profundamente, sus ojos se cerraron y después la probó con la punta de la lengua.

Aquella ceniza carbonizada había pertenecido a alguien mágico, con una energía y una vibración muy parecida a la de él y con la influencia inigualable de la bruja de ENDOR.

Él era el único hijo de la bruja de ENDOR…

Si allí había muerto alguien con esa influencia… solo él pudo haberla creado.

Khaned se arrodilló frente al montículo en el que se intuía que días atrás había guardado la forma perfecta de una mujer, e intentó recordar cómo y cuándo algo así pudo haber tenido lugar.

Él no creaba descendencia, porque los hijos de los nigromantes siempre tenían las mismas necesidades de dominio, control y sometimiento que sus predecesores, y entre ellos se creaban rivalidades muy violentas.

Pero en este momento, se deslizaba entre sus dedos la sustancia final de la muerte de un nigromante real. E, indudablemente, era alguien nacido de su semilla.

Khaned no estaba triste, ni iba a llorar ni a golpearse el pecho por la muerte de un hijo que no sabía ni que existía.

Lo que a él le preocupaba era que alguien hubiese descubierto también cómo acabar con un nigromante. Esa chica, fuera quien fuese, era hija suya, y a pesar de llevar su sangre la habían matado.

Y eso solo quería decir una cosa: sus enemigos ya sabían cómo tenían que acabar con él.

La inmortalidad había dejado de tener sentido y de ser una protección real.

Y ahora, cualquier enfrentamiento directo podía ser a vida o muerte.

Capítulo 1

Año 1015

Tracia

Cada acción conllevaba una reacción de igual o más intensidad. Ese era el principio de Causa y Efecto. Y era una verdad que el pequeño Gregos, el más sabio y el más torturado de los bogomilos, había asumido desde que descubrió que la realidad en la que había encarnado era una burda mentira manipulada por alguien que decía ser Dios.

Encadenado, azotado y abusado de todas las maneras posibles a manos de sus verdugos bizantinos, rodeado de su propio charco de sangre, sudor y fluidos, lo habían convertido en algo muy distinto a lo que una vez fue.

Gregos siempre supo que había nacido distinto, y que se sentía fuera de lugar, en una realidad que no le pertenecía. Y lo supo pronto, con cinco años. Su conocimiento y su iluminación eran tal, que el pequeño Gregos creció entre los tracios siendo un enviado, un Mesías distinto. Decían que era la encarnación del legendario Bogomil, cuyo nombre había dado lugar a los bogomilos.

A Gregos, en Tracia, lo consideraban como el «rasgador del velo», aquel que había visto la verdad de las formas y de las cosas que rodeaban el mundo. Y lanzaba un mensaje que iba mucho más allá del que emitió el sabio Bogomil en su momento.

El pequeño tracio había dado charlas a sus súbditos, y cada vez tenía más adeptos. Sus palabras heterodoxas y dualistas sobre un mundo en el que la carne era una prisión y donde todo estaba contaminado por el Mal, excepto el espíritu encadenado, calaba en una población que veía con ojos amenazantes la dura conversión a la que la población pagana de Bulgaria y del resto del mundo estaba siendo obligada a adoptar.

Tanto se empezó a hablar de Gregos y de su influencia persuasiva en los colectivos que iban a verle y a escucharle, que su popularidad creció hasta Bosnia, Dalmacia y Serbia.

El ejército bizantino había iniciado una cruzada contra los bogomilos de Tracia, provenientes de las masas campesinas y en clara contraposición a los cleros enriquecidos y las altas clases nobiliarias. Había llegado a oídos del Zar el asentamiento de un movimiento contrario al cristianismo. Para el Zar, todo lo que fuera en contra del Dios ortodoxo, era hereje y debía ser duramente castigado.

En su cruzada contra el movimiento herético bogomilo, y en nombre de Dios, se llevaron por delante a todos. Los bogomilos fueron víctimas de grandes y dolorosas torturas.

La cacería en Tracia duró meses. Muchos de ellos, perseguidos por las autoridades de Constantinopla, lograron huir a otros países. Otros, perecieron bajo el yugo de la milicia bizantina.

Excepto Gregos… Para Gregos, cabeza de turco, el ejecutor Boris, líder del ejército, había diseñado su propio plan maestro.

Desde que lo apresaron, habían pasado los años. Gregos ya no era un crío, había crecido y contaba con la edad de quince años.

Durante años, ese Thema del ejército bizantino, asentados en Tracia, había decidido torturar y menguar la voluntad de Gregos hasta que se le quitaran las ganas de predicar sus leyes herejes. Y cualquier método les valía.

Se había convertido en el esclavo y la puta de los soldados, y nada quedaba ya de la luz que una vez sintió en su interior y que debía ser liberada.

Había llegado un momento en que ya no sentía los golpes ni los abusos. Su carácter indolente persistía, porque a él no le iban a hacer cambiar de opinión ni lo iban a convertir a una religión en la que no creía. Habían matado a sus amigos y a sus familiares en nombre de un Dios que debía ser misericordioso. Pero si permitía esos agravios contra los hijos que eran carne de su carne, entonces… ¿qué tipo de Dios era?

Fácil. Uno que no era.

Gregos había sido iluminado con la verdad. Contra eso, nada se podía hacer. Ni los cortes en la piel, ni los azotes, ni las sodomías… Boris podía emplearse con tanta fuerza como quisiera, que él había trascendido al dolor del cuerpo, y ya no lo veía como un enemigo. El dolor se había convertido en su mejor amigo.

Aquella mañana, Boris acudió al pequeño templo en el que sometían y reducían a Gregos siempre que podían. Allí lo purgaban de sus pecados, hasta que abrazase a Dios. Pero el tracio se mostraba inflexible y era un hueso duro de roer.

Boris era el líder de la caballería enviada a Tracia. Y el único que había recibido el mensaje de Dios para hacerse cargo de Gregos. Decían que era un visionario, un profeta, y que tenía un poder divino… Boris solo sabía que la voz de Dios entraba en su cabeza y le decía lo que tenía que hacer y a por quién debía ir, y cómo debía castigar al hereje para aniquilar la herejía de su alma.

Boris había destrozado la carne del cuerpo de Gregos, le había cortado la lengua en dos partes para hacerle sentir como la serpiente del pecado que era… le había arrebatado su virginidad, su hombría… De hecho, se decía que los bogomilos no practicaban el sexo, no creían en el matrimonio. Según el pensamiento básico social, se decía que los bogomilos y su negación de compartir el cuerpo con una mujer era debido a que eran homosexuales, y de ahí nació el término «bujarrón», derivado de la palabra «bogomilo», por imaginar o falsamente creer que eran hombres que se sodomizaban unos a otros.

A Gregos, por ser bogomilo y ser el máximo estandarte de su mensaje hereje actual, lo habían esclavizado sexualmente tantas veces que no iba a poder negar el sexo nunca más. Lo habían hecho para humillarlo: si él decía que la carne era mala y un producto del demonio, había tenido carne para decir basta.

Pero, a pesar de todo el maltrato, el muchacho seguía negando los milagros de Dios y desechaba la idea de que Cristo hubiese vuelto en el cuerpo de Jesús, porque una presencia divina como Cristo nunca tocaría la carne corrupta de esta realidad.

Nada, se le hiciera lo que se le hiciese, había doblegado a Gregos. Sí, estaba roto, quebrado, y hacía mucho que ese halo divino que tenía alrededor se había fundido a una escala de rojos, negros y grises que se veían a mucha distancia.

Ya no era un enviado ni un ángel. No era un maestro ni un iluminado.

Ahora, Gregos solo era lo que los bizantinos habían hecho de él.

En aquel templo que Gregos rechazaba y denostaba, el muchacho estaba colgado de unas cadenas, agarrado por las muñecas y arrodillado en el suelo. Solo lo vestía un sucio harapo blanco, que en algún momento había sido una túnica de bellísima manufacturación, pero ahora solo contenía el estampado de la sangre y de los fluidos de la vergüenza.

Boris entró en la sala de tortura y se quitó el casco dorado de la cabeza. Con el pelo negro largo, la barba bien recortada y aquellas ropas con aire de Roma, Grecia y Asia, siempre aparecía ante él impoluto y con los adornos de joyería oriental como si acabase de sacarles brillo. Los caballeros que entonces mandaban desde Constantinopla eran opulentos y elegantes, pero sanguinarios en la misma medida. Al menos, los encargados de reducir a los bogomilos lo eran.

Boris miró a Gregos con sus ojos oscuros y crueles. Tenía el gesto victorioso y soberbio. Sabía que lo había mermado, pero algo en ese tracio continuaba siendo rebelde e impertinente. Y Boris odiaba su desafío y su indiferencia. Como si ya nada le importase. Normal, ¿qué le quedaba a un hombre cuando se lo habían arrebatado todo, el honor, la virilidad, el orgullo…? Nada. A Gregos no podía quedarle nada ya. Pero seguía ahí, de rodillas, mirándolo como si el que lo hubiese perdido todo fuese él.

—Las mujeres dicen que eres un hombre hermoso —Boris se quitó las protecciones doradas de los hombros, y después se echó mano al cinturón de cuero lleno de borlas y flecos, para empezar a bajarse los pantalones. Pero se detuvo para inclinarse y agarrarle la barbilla con una mano—. Eres bien parecido.

Gregos no contestó. Tenía un rostro perfecto. De rasgos aristócratas, con pómulos altos, nariz recta, y barbilla contundente y masculina. Pero eran los ojos y las cejas, esa mirada del color de la plata, lo que llamaba más la atención. Lo enmarcaban espesas pestañas que le otorgaban un aire exótico. Tenía su pelo largo y oscuro que le llegaba por debajo de los hombros y, a pesar de su precaria situación, su complexión era atlética. Además, era muy alto. Más que Boris.

—Solo quiero entenderlo —continuó el bizantino con su juego de derroque y manipulación. Lo observaba como si fuera basura—. ¿Por qué el Gran Señor tenía tanta fijación contigo? A la vista está que no tienes ningún poder…

—Él te usa como su marioneta para que ejecutes lo que no se atreve a hacer —explicó Gregos sin sentirse nada amenazado por Boris—. Porque sabe que, si muestra su verdadero rostro en esta realidad, os asustaría y os dejaría de parecer divino.

—Él se contacta conmigo en sueños, ¿sabes? Soy su elongación, no una herramienta —aclaró—. Es un hombre.

—Es lo que quiere que creas. Pero los dioses creadores y también los mentirosos no tienen por qué ser parecidos a sus creaciones.

—Me pidió que fuera a por ti. Me habló de que tu semilla estaba corrupta.

—¿Qué te promete a cambio de los genocidios que estáis cometiendo? —Gregos no ocultaba la burla en su tono—. Un pene más grande, ¿Boris? Entendería que le pidieras eso… —El rostro del moreno bizantino se agrió. Le había dado en su débil orgullo—. ¿Te dice que te van a salir alas como a sus ángeles?

Boris sonrió y miró a la cúpula que había sobre su cabeza y negó como si Gregos no lo pudiese entender nunca.

—Me ha prometido la vida eterna. Porque hacer el bien y seguir sus reglas siempre está recompensado en el Paraíso de esta tierra. Voy a vivir para siempre sin que nunca me falte de nada.

—La carne no es eterna, Boris. La carne se pudre con el tiempo, enferma desde que nacemos, por eso existe la vejez… ¿Qué tipo de eternidad te ha prometido?

—Hoy estás muy hablador y preguntón. —Posó su mano sobre su cabeza y lo agarró del pelo, tirándole con fuerza—. ¿Tal vez te interese convertirte a nuestra religión? Por alguna razón, él sigue queriendo que estés a su lado. Sigue reclamándote como su hijo. Mientras no lo estés, las torturas continuarán…

—Boris, no lo vas a entender nunca… Cuando uno despierta, la vuelta a las creencias de esta falsa realidad ya no es posible. Porque hemos visto la verdad —aseguró medio sonriendo.

—Él tiene un plan para mí. Y otro para ti. Yo seré eterno, y viviré para transmitir su mensaje, en todas las épocas, bajo formas distintas…

Gregos se echó a reír.

—Ya entiendo. Te reencarnará una y otra vez y te convertirá en su esclavo.

—Yo no soy esclavo de nadie, bujarrón —gruñó entre dientes—. Tú eres el que está encadenado y privado de libertad. Tú eres el esclavo, yo no. Para ti tiene lo que para todos los herejes —volvió a tironear de su pelo—. Tu alma quedará encerrada y apresada para siempre. Tu nunca volverás a reencarnar ni a molestar al Señor. Jamás volverás a existir.

Gregos sacudió la cabeza para liberarse de su sujeción, y se echó a reír.

—No lo entiendes, ¿verdad? Bogomil empezó como heresiarca. Y puede que yo sea su reencarnación, porque su semilla creció en mí.

—Por eso el Señor quiere detener aquí la herejía. Si te mato, si os matamos a todos, nunca regresaréis, porque él se encargará de eso. Contigo todo acabará.

—No. Yo soy solo el principio, demente. Ni tú ni mil ejércitos mandados por la Iglesia podríais detener este renacer espiritual. No es algo que se pueda suprimir. Es la principal duda del espíritu, que duda, porque sabe que algo no está donde debe estar. No sirvo a ningún Dios, me sirvo a mí mismo. Y sé que viviendo aquí y siendo preso de este mundo de carne material, estoy en una cárcel.

—Pues cuando acabemos contigo, estarás en otra cárcel, con más almas como la tuya, desagradecidas de vivir esta maravillosa vida que nos han dado —empezó a bajarse los pantalones y sonrió jactándose de él—. Te corté la lengua en dos, por ser un bastardo dualista amante de la serpiente… Ahora —Se sujetó el miembro sin mostrárselo—, puta, haz lo que mejor sabes hacer. Ya sabes cómo me tienes que succionar… si no quieres ser azotado de nuevo treinta veces. No se te ocurra morderme como has hecho con otros, o te doy mi palabra de que te castigaré tan duramente que te haré pedir clemencia y me rogarás que te mate.

—Te equivocas en algo —aseguró Gregos viendo cómo se le acercaba a la cara—. Mi mensaje no se perderá. Correrá como la pólvora por cada rincón de la tierra, y habrá más rebeliones.

—Herejías que aplastaré con mi propio pie.

—Pero nunca podrás erradicarlas del todo. Mi labor ya está hecha, Boris. Y a ti… a ti te queda un largo camino todavía para complacer a tu Dios. Esto no va a acabar nunca, porque siempre renaceremos, está en la naturaleza de nuestro espíritu encerrado. Por eso él nos teme demasiado.

—No. Él ha encontrado la manera de apresaros. Ya os lo he dicho. Vuestras almas perennes le pertenecen.

—Algo infinito jamás puede ser perenne. Nosotros no pertenecemos a nadie. Creo en un Dios inconmensurable, pero no en tu padre.

—Cállate tracio, y abre la boca —le enseñó el pequeño miembro que rodeaba con su mano derecha—. ¿Tienes sed? Ruégame que te dé de beber. Voy a orinar en tu boca.

Gregos sonrió de nuevo y sus ojos de ese color extraño parecido al color de la luna, destilaron una chispa extraña de advertencia. Como si algo en él se hubiese activado.

Tal y como Boris acercaba su miembro a su boca, Gregos aún tuvo fuerzas para colocarse de pie, sorprendiéndolo. Las cadenas dejaron de tensarle los brazos y pudo moverlos para introducir su mano en la túnica hecha jirones que lo cubría.

Sacó de su interior una extraña daga con el mango blanco de marfil y la forma de una reina de ajedrez y sorprendió a Boris clavándole el puñal en el estómago, profundamente.

Estaban solos en el templo. Los soldados llegarían al día siguiente. A Boris siempre le gustaba ser él el primero en catarlo. Por eso venía un día antes.

Y como Gregos sabía su procedimiento, entendió que aquel era el momento para acabar con su vida y liberarse. Lo dejaban solo durante largas temporadas, y hacían que las mujeres del templo se encargasen de darle de comer una vez al día. Después, cada dos semanas, los soldados regresaban, con Boris siempre a la cabeza, y volvían a torturarlo y hacer con él lo que querían.

Así había sido durante años, desde que lo apresaron siendo un niño. Y ese día no iba a ser distinto en lo que a Boris concernía.

Sin embargo, respecto a él, ese día iba a ser distinto en todo.

La noche anterior, bajo el mandato del imperio bizantino, había sido quemada la última bogomila de Tracia en una hoguera.

Gregos lloró por ella, pero celebró su huida de esa realidad a través del fuego. El olor a carne quemada entró en la sala en la que lo mantenían preso.

Y después de eso, de la tristeza y del lamento, vio aparecer a una mujer de la nada. Fue de repente.

Y no era una mujer cualquiera. La más increíble y hermosa que había visto nunca cubierta con una capa negra larga.

—Muchacho… —lo miró con ternura—. Has debido pasarlo tan mal…

—¿Quién eres?

—Soy solo una amiga, mi hermoso chico —Lillith le acarició el rostro con la mano y le sonrió con adoración. Sus ojos increíblemente verdes tenían motitas rosas en su interior, como si contuvieran el brillo de las estrellas—. Vengo a ayudarte a liberarte.

—¿Quién te ha mandado? No… no deberías estar aquí. Podrían apresarte y hacerte mucho daño.

—¿A mí? —replicó—. Mi carne no es como la de estos humanos. A mí nadie me puede atrapar.

Gregos se quedó estupefacto por esa respuesta.

—Todo lo que aquí existe, es producto de un juego maligno…

—No. Yo no. Yo soy la variante del juego —le mostró la daga y ella misma se la guardó en el interior de la túnica, en lo que le quedaba de los calzones.

Después, tocó las cadenas y se las aflojó.

—Podrás quitártelas. Al amanecer, cuando recibas la visita del soldado bizantino —le explicó mirándolo de arriba abajo—. Ahora deben seguir creyendo que no puedes moverte y que sigues preso y reducido.

—¿Qué…? ¿Cómo? —preguntó nervioso. Esa mujer solo había pasado los dedos por las esposas metálicas y se habían aflojado sin más—. Eres… ¿eres una bruja o hechicera? —preguntó esperanzado. Le estaba dando la posibilidad de salir de ese templo de vergüenza y humillación.

—No puedo responderte a eso todavía. En un futuro nos volveremos a ver y lo entenderás todo, Gregos, mi chico serpiente —le pasó la mano por el pelo.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Sé muchas cosas. Mañana encárgate de tu torturador. Sal corriendo por la parte este del templo, que no tiene vigilancia. Allí, el servicio del templo guarda los caballos. Estás a un día a caballo de Constantinopla. Detente al llegar a la costa, y observa. Verás barcos con cabeza de dragón. Súbete a uno de ellos y ofréceles tus servicios.

—¿Mis servicios? —dijo muy serio.

Lillith supo que lo había entendido mal.

—Tallas muy bien la madera, ¿verdad? Tus padres te enseñaron artesanía. Y sé que te han obligado a hacer cosas litúrgicas para este templo —observó el edificio con desaprobación.

—Sí —dijo más tranquilo.

—Bien. Les serás de ayuda y apreciarán tu habilidad. Los bizantinos los llaman rhus. Son vikingos y vienen de Escandinavia, del Norte. Tienen relaciones comerciales. Ellos te llevarán a una tierra en la que estarás tranquilo y podrás empezar de nuevo. Hasta que sea el momento de cambiar.

—¿El momento de cambiar? ¿A qué te refieres? —intentaba memorizar cada palabra de esa mujer. Pero todo le parecía demasiado hermético.

—Tú solo haz lo que te digo. ¿Crees que puedes hacerlo? ¿Cuántas ganas tienes de salir de aquí?

—Muchas.

—Bien. Entonces, obedéceme. —La mujer de pelo rojo y rizado cuyas hebras se movían mágicamente mecidas por un viento inexistente, se cubrió la cabeza con la capucha negra de su capa—. Mañana podrás salir de aquí y dejar este lado del Infierno atrás. Ahora me tengo que ir —dijo a toda prisa saliendo por la entrada del templo con mucha tranquilidad—. Ah —se detuvo y lo miró por encima del hombro—, otra cosa: eres increíblemente digno y valiente, Gregos. Tu despertar es un ejemplo para muchos. Estoy muy orgullosa de ti.

Dicho eso, la beldad pelirroja desapareció de su vista.

Gregos no había dormido nada esa noche, pues notaba el puñal sujeto por sus calzones, y sentía las cadenas más livianas que nunca.

Pero quería seguir el plan de su salvadora, porque sabía que le había dicho la verdad. Tal vez era una profeta que veía el futuro y quería ayudarlo. Seguramente tenía un motivo mayor, pero no le había dado tiempo a explicárselo. Aun así, estaba convencido de que se volverían a ver.

Y sí. Ahora, retorciendo el puñal en el estómago de Boris, sabía que nunca más volvería a Tracia y que nunca más volvería a ver el retorcido rostro de su castigador.

Boris tenía el rostro desencajado, y no le salía gritar por el dolor que sentía en las entrañas.

Gregos se hizo más grande y se estiró. Era más alto que él, pero le habían obligado a estar tanto tiempo de rodillas que ya no recordaba cuál era su estatura.

—Te lo dije, Boris… —susurró deslizando la hoja de la navaja hacia arriba, por el esternón. Su carne se abría y de su interior la sangre emanaba y le empezaban a salir las vísceras… Boris abrió los ojos enrojecidos y miró hacia abajo, porque sentía cómo sus órganos empezaban a salirse—. Soy solo el principio. Pero en esta encarnación, en la tuya, soy tu final.

Extrajo la navaja ensangrentada y después, con toda su fuerza, aprovechando que el bizantino aún seguía vivo, clavó todo el puñal en sus testículos y se los vació, hasta deslizar la punta por el perineo y unir la incisión con el ano, donde dejó la hoja insertada profundamente, destruyéndolo por completo.

Boris cayó de rodillas, con los ojos en blanco, un enorme charco rojo formándose a su alrededor y después se derrumbó, de lado, en el suelo ahora granate del templo levantado a su Dios.

Gregos no perdió más tiempo de la cuenta en recrearse en su venganza, y no le dio más importancia de la que tenía. No iba a darle ningún protagonismo a Boris en su vida. No sentía odio hacia Boris, no sentía odio hacia nada de lo que le habían hecho. Porque él, mejor que nadie, sabía y comprendía que el cuerpo era solo un avatar, un vehículo para poder vivir en esa realidad y había aprendido a separarlo del espíritu, para que no pudieran corromper su verdadera divinidad, aunque sí podían llenarla de oscuridad.

Su llama interior continuaba prendida, su identidad sería la misma, la verdad continuaría estando ahí, aunque, seguramente, esa llama estaría más rodeada de oscuridad de lo que lo había estado cuando era niño.

Gregos escapó del templo corriendo y decidido a seguir las premisas de su salvadora. Se fue a la zona del establo, tomó un caballo y salió de allí a toda prisa.

La mujer tenía razón: nadie lo vería y nadie iría tras él.

Capítulo 2

Noruega

Crucifixión a manos de Sigurd y Harald

Siglo X

Gregos quería morirse. No por el dolor que sufría, ya que él hacía mucho que trascendió el dolor físico. Después de lo vivido en Tracia, para el bogomilo cualquier tortura era nimia. Los castigos de los bizantinos le habían hecho insensible y tenía la sensación de que había trascendido las penas y las purgas del cuerpo físico. Sin embargo, aquella familia de vikingos que lo recibió con los brazos abiertos, aquellos que se habían hecho sus amigos y hermanos espirituales, no estaban tan familiarizados como él con las heridas, las vergüenzas, la exposición y los flagelos de la carne.

Los habían torturado y destruido. Y la peor que lo había pasado había sido su hermosa amiga Eyra.

A Gregos le dolía ella como si fuera él mismo. Pero aquella mujer vikinga, con su honor y su orgullo, había plantado cara a sus verdugos durante días y después se había reído de ellos mientras la crucificaban. Sin embargo, Eyra los había envalentonado a todos. A Axe, a Viggo, a Daven, y a él mismo: si ella aguantaba y aún se burlaba de esos mandados, ellos también lo harían.

La bestemoren había ardido frente a ellos. De hecho, frente a ellos que eran los más fuertes y jóvenes de la aldea, habían matado a sus seres queridos, a los más inocentes y puros, a los más viejos y honorables. Y había sido terrible tanto dolor y tanta agonía.

Después de que el cuerpo de la anciana y sabia vikinga se convirtiese en cenizas, los soldados de Harald y Sigurd dejaron la aldea sin mirar atrás.

A Gregos y a sus amigos les tocaba una muerte lenta en la cruz, desangrándose, sintiendo cómo sus huesos y sus músculos se consumían, antes de que los cuervos y las aves rapaces se los comieran.

Estaba todo hecho. Ese debía ser el final para él. Moriría sabiendo que todo aquel escenario, que toda aquella realidad era una burda mentira, y una trampa de la que era muy difícil escapar.

Él, por haber despertado y ser rebelde, iría a ese lugar oscuro del dios Inventor en el que encerraba a las almas. Boris le había hablado de ello.

O puede que, para torturarlo todavía más, lo hiciera reencarnar de nuevo en una vida más miserable todavía y llena de tormento y zozobra.

Pero Gregos volvería a despertar una y otra vez: de eso estaba seguro. Así que, con toda probabilidad, lo encerrarían durante toda la eternidad. Su espíritu no podría encontrar el Origen.

Creyó que solo le quedaba esperar el final para después rendir cuentas al Dios de esa realidad, mientras los gritos y los lamentos de sus amigos inundaban el acantilado silencioso de muerte y destrucción. Veían los barcos de Sigurd y Haland alejándose, navegando el océano para continuar con su conversión cristiana de los vikingos, sonriéndoles mientras decían adiós a los que se habían negado, burlándose de su crucifixión y de su dolor.

Pero ellos, Gregos y los demás no lloraban. Ellos gritaban con sus últimas fuerzas, gritando al Dios que permitía toda aquella aberración, jurándole que nunca, jamás, creerían en él y que, si entraban a ese cielo, lo harían con las espadas en alto para acabar con él y todos sus soldados querubines.

Pelearían en el cielo como no les habían permitido pelear en la tierra. Y si no había cielo, entonces, se verían las caras en el Infierno.

Y después de aquel grito desesperado de rechazo a unos credos impuestos, todo cambió para los crucificados vikingos.

La misma mujer que una vez salvó a Gregos en Tracia y lo ayudó a liberarse, apareció de entre el humo espeso que se levantaba con la hoguera que había quemado a la anciana bestemoren. La mujer emergió de entre sus cenizas acudiendo a la llamada del dolor de los renegados.

A cada uno de los seis crucificados le dedicó unas palabras al oído, y también les hizo beber de su sangre en un perfecto ritual que calcó para todos y cada uno de ellos. Hizo beber a Viggo, a un renuente Axe, a Daven, a Eyra, a Khalevi…

Y cuando llegó a Gregos, la mujer llamada Lillith le sonrió especialmente como el que se reencuentra con un viejo amigo, como si tuvieran una relación más cercana.

—Ha sido una larga travesía, Gregos —dijo mientras obraba su magia sobre los clavos que lo sujetaban a la cruz. Los movía sin tocarlos, y estos se deslizaban por su carne mágicamente, hasta caer al suelo ensangrentado.

El cuerpo de Gregos se desplomó, pero Lillith, con aquel poder que no ocultaba, lo sostuvo suavemente hasta hacer reposar su cabeza sobre sus rodillas, acunándolo con delicadeza, ofreciéndole un refugio perfecto de misericordia.

—Eres tú… —susurró escupiendo sangre por la boca.

—Te dije que nos volveríamos a ver. —Retiró el pelo castaño oscuro y largo de su rostro. A pesar de las cicatrices y las marcas que los bizantinos le dejaron por el cuerpo y que se podían intuir en la cara, Gregos seguía siendo poseedor de un gran atractivo.

—¿Qué les has hecho a mis amigos?

—Les estoy dando la posibilidad de vivir… —aseguró revisando sus profundas heridas abiertas por todo el cuerpo—. Vivir como nunca han vivido antes.

Él no los podía ver. Tal y como estaba, solo podía contemplar el hermoso rostro de Lillith. Su capucha estaba retirada y reposaba sobre sus hombros. Sus ojos de color verde, con chispas verde eléctrico y rosas que se movían por todo el iris, albergaban un magnetismo imposible de ignorar.

—¿Tienes el poder de hacer revivir como hacía el Maestro?

Lillith sabía que se refería a Jesús.

—No exactamente. Yo te hago despertar a la verdadera realidad, Gregos.

—Si es aquí, si es esta realidad —miró hacia todos lados, perdido y decepcionado—, no la quiero. Declino tu oferta.

Lillith suspiró con comprensión y sonrió admirada por su increíble clarividencia.

—Dime: ¿en qué crees, Gregos? —le pidió—. ¿Crees que hay un dios por encima de todos nosotros? ¿Crees que es el mismo dios al que te obligan a amar y a entregarte?

Gregos cerró los ojos y volvió a toser para vaciar sus pulmones que se encharcaban de sangre.

—Siempre he creído que hay algo por encima de nosotros. Algo… inconmensurable e infinito, mucho más poderoso e inteligente que nosotros, pero mi dios no es el mismo que el de esta gente… —dijo con desprecio—. No lo siento así.

—¿Qué sientes?

—Siento que mi espíritu es libre e intangible, y que aquí está encerrado en una cárcel de dolor, en un cuerpo que se pudre con el paso de los días. Sé que vengo de un lugar mucho más allá de estas esferas, y que el lugar de donde vengo lo rige otro poder más original y sin las formas que aquí dibujan esta tierra. No creo que esto deba ser así. No lo es. Por eso, si me vas a dar otra vida aquí, no la quiero. Si el Infierno existe, debe ser esto. El dios de este mundo me ha tratado así, y seguirá tratándome así porque, al parecer, no comulgo con él. Y sé que… esta será mi última vida aquí, porque él no va a permitir que vuelva. Mi espíritu ya no se puede convencer ni tampoco puede reaprender. Soy un caso perdido, y él encerrará mi esencia para siempre.

Lillith asintió feliz de oírle hablar así, con tanta claridad y contundencia. Gregos estaba en lo cierto. El Inventor hacía lo mismo con las almas de los Lilims y las Antiguas que lo desafiaban y que no cambiaban de parecer a pesar de sus múltiples encarnaciones. Al final, optaba por encerrarlas.

—¿Sabes por qué él ha mandado a sus hombres para que te hicieran tanto daño? Naciste con la luz de un maestro. Ibas a ser su hijo querido, un arma persuasiva perfecta para expandir su mensaje… Ibas a ser su arma. Un niño con los ojos de la luna, enviado para reforzar su mensaje… Un niño que lo cambiaría todo de nuevo. Pero… despertaste siendo muy pequeño. Tu espíritu original se reveló y te dio la iluminación para ver la realidad tal cual era. Y cuando uno despierta, se hace rebelde y desafía a su padre para demostrarle que piensa por sí mismo. Tú lo hiciste, tu mensaje se contraponía con el de él. Pero tú no eras un político ni un predicador cualquiera. Tú tenías el poder de hacer despertar el espíritu de aquellos que te escuchaban. Eras altamente peligroso para sus propósitos. Por eso exterminaron a los bogomilos de Tracia. Aunque, algunos lograron huir y continuaron con el mensaje… Tus enseñanzas no morirán, Gregos. Tú has sido la verdadera semilla del cambio.

—No niego la belleza de la vida, de la existencia ni del espíritu eterno… Sé que en algún lugar hay un dios, una energía más poderosa que cualquiera de nosotros, mucho más magnánima —dijo con firmeza—, y es ahí donde pertenecemos. Pero niego al dios de este mundo imperfecto, niego al prototipo humano que lo abraza y que él ha ideado para su juego maquiavélico. —Se quedó sin respiración y torció la cabeza a un lado para vomitar más sangre. Le quedaba muy poco—. Yo… ¡cof! ¡cof! —tosió dolorosamente—. Yo no soy de aquí.

—Claro que no eres de aquí —Lillith acunó su barbilla y lo obligó a mirarlo—. Porque eres del mismo lugar del que yo vengo. Yo fui la primera en desafiarlo —aclaró—, y escapé de sus garras.

—¿De dónde vienes tú? —quiso saber Gregos.

—Del lugar al que regresaremos todos algún día. Si aceptas mi sangre —Lillith se mordió la muñeca y llenó un grial con su sangre—, te ofrezco una vida despierta y longeva en este mundo, pero bajo mis reglas, no las suyas. Ayudarás a defender a mis hijos y a proteger el mensaje, hasta el día en el que podamos regresar todos al Origen.

—¿El Origen? —cerró los ojos y sonrió levemente—. Existe de verdad…

—Sí. Pero, hasta entonces, quédate aquí como uno de los míos, Gregos. Te necesito.

Él luchaba por mantenerse consciente. ¿Qué le estaba ofreciendo esa mujer?

—Si me quedo, no sé qué puedo aportar… Siento que han hecho algo horrible conmigo, y que hay una oscuridad emergente en mi interior… No creo ser bueno ni válido para nadie. Ya no. Ya… no sé quién soy.

Lillith posó sus dedos en sus labios y lo hizo callar mientras lo miraba compasivamente.

—Eres útil y eres único. No sabes cuán preciado eres para mí.

—¿Por qué?

—Eres un hijo fallido del Inventor. Él te usó para ser su mensajero, como su niño bonito y, cuando vio que despertabas, no dudó en romperte mediante sus soldados. Te rompió porque descubriste la verdad. Porque te descubriste a ti mismo, y con ello, me llamaste a mí. Yo te ofrezco la oportunidad de ser el caballo de mi tablero: un Caballo de Troya. Y te doy la oportunidad de ir a por ellos, a por los seguidores que alzan las armas en nombre de su divinidad. Tendrás carta blanca para hacer con ellos lo que quieras.

—No entiendo cómo alguien como yo puede servirte…

—Porque sigues aquí. Sobreviviendo, resistiendo… Porque sabes que, si te vas, él no te va a dejar volver, pero tampoco regresarás a casa. Te mantendrá preso y habrás perdido. Pero dudo que alguien como tú esté dispuesto a perder. Tu resistencia es más que suficiente para mí, Gregos. Conmigo, tu espíritu será libre y nunca más será de él.

Aquello era música para los oídos de Gregos. Quería liberarse de la influencia del ser que lo había abandonado. Quería exorcizarse de esa realidad, aunque nunca pudiera librarse de sus demonios.

—Estoy lleno de oscuridad, señora —se rio de sí mismo, reconociendo que sería peligroso e insoportable en su longevidad—. No me reconozco en mis pensamientos. Ni se lo imagina…

—Yo solo sé que vengo de la oscuridad. La oscuridad es solo otro tipo de luz que no se puede ver. Y yo vengo de ella. ¿Adivinas por qué?

—¿Por qué?

—Porque solo allí yace la luz más verdadera. Y también la he visto y la recuerdo. Y tú también la recuerdas, escuchas su canción… Todos venimos de allí. Te doy la oportunidad de que tengas una vida eterna para descubrirte y ver quién eres realmente. Para que seas libre de pensar y de actuar como quieras. Para que abraces tus demonios y tus monstruos, que sabes y sé que tienes, y los pongas al servicio de mi Orden.

Gregos observó el grial dorado lleno de su sangre.

—¿En qué me convertiré cuando beba de ti?

—Eso, mi bello bogomilo —Lillith acarició su mejilla rasposa—, no lo sabremos hasta que lo hagas. No temas. No serás el mismo, pero tampoco serás peor. El bien y el mal es relativo. Cada uno de vosotros sois enemigos públicos del Inventor… Y eso os convierte en los malos y los monstruos de cara a la humanidad ignorante. Pero no seréis peores de lo que son ellos. La verdad es que, cada uno responde de manera diferente a mi esencia. Pero lo que sí te hará mi sangre es convertirte en alguien poderoso. Potenciará lo bueno y lo malo. Te hará increíblemente fuerte —Lillith tiró de su labio inferior y estudió su lengua bifurcada—. Quiero ver en qué tipo de serpiente te convertirás.

—¿Ni siquiera tú lo sabes?

Ella le dirigió una mirada que aseguraba que sí lo sabía.

—Hay cosas que sé, y otras que están en vuestras manos. Tenéis siglos por delante para aprender a vivir con mis dones. Para cuando llegue el momento, espero que sepáis advertirlo y hacer lo correcto. No podéis temer vuestros puntos débiles, porque ellos os harán realmente invencibles. Y los necesitaréis. Todos los necesitaremos.

Gregos tenía tan encharcados los pulmones y tan inflamado el abdomen que un pitido emergía de su garganta, señal de que ya no le quedaba oxígeno.

—Bebe, bogomilo, Gregos de Tracia, vikingo adoptado. Bebe de mí, sé libre, abraza tu oscuridad y vive tu eternidad hasta que llegue el día de regresar. Mantente vivo hasta entonces. Cuida de los tuyos y ellos cuidarán de ti —dijo en referencia al resto de sus amigos del clan.

El discurso de Lillith era osado e inconsciente. Lo quería en sus filas sin saber el pozo infinito de basura que había dentro de él. Pero si ella, su creadora, estaba conforme con eso, entonces, él no iba a negarse a su sangre. Tenía la oportunidad de burlar al Inventor y martirizar a su Inquisición. No encontraba mejor móvil que no fuera ese.

Sus demonios, su oscuridad, sus monstruos… solo eran el precio a pagar por su venganza.

Y la venganza empezaría por los vikingos que les habían hecho eso y que habían destruido su poblado del acantilado, y habían hecho tanto daño a su amiga Eyra.

Gregos aceptó la sangre de Lillith y la sorbió con fuerza.

Nadie sabía en qué serpiente se iba a convertir. Pero Gregos estaba convencido de que iba a ser la peor de todas. Y no importaba.

Lo único que importaba era su ajuste de cuentas con el dios que lo había masacrado. Con él y con todo lo que él representaba.

Capítulo 3

En la actualidad